3. Árama- la ciudad ordenada

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devoción he podido apreciar en este tiempo en los Estados Unidos, a tres amigos que sintieron como propia la injusticia que yo sufría, Dore Ashton, Robert Pastor y Frank Janney, a los latinoamericanistas que me acompañaron y ayudaron: William E. Carter, Jorge 1. Domínguez, Richard Fagen, Jean Franco, Tulio Halperín Donghi, Abraham Lowenthal, Richard Morse, Stanley Stein. A todos va mi agra- decimiento. Tendría que extenderlo a muchos, muchos más, sobre todo en el campo de los estudios de literaturas en español, que es el mío, con temor siempre de olvidar un nombre. Se me permitirá que los represente a todos con un periodista, porque en él vi encarnado ese tenaz mito cultural norteamericano al que me refiero ~n mi ensayo, el del periodista que se juega a la verdad y nada lo hace ceder en la lucha. Fue, para mí, Fred Hill, de The Sun de Baltimore. Pensé, durante las largas con- versaciones para que él conociera objetivamente todos los datos, que poco me importaba que se perdiera el caso, si yo ganaba un amigo americano y conocía la mejor cepa del espíritu libre del país. Angel Rama xx Angel Rama LA CIUDAD LETRADA

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devoción he podido apreciar en este tiempo en losEstados Unidos, a tres amigos que sintieron comopropia la injusticia que yo sufría, Dore Ashton, RobertPastor y Frank Janney, a los latinoamericanistas queme acompañaron y ayudaron: William E. Carter,Jorge 1. Domínguez, Richard Fagen, Jean Franco,Tulio Halperín Donghi, Abraham Lowenthal,Richard Morse, Stanley Stein. A todos va mi agra-decimiento.

Tendría que extenderlo a muchos, muchos más,sobre todo en el campo de los estudios de literaturas enespañol, que es el mío, con temor siempre de olvidar unnombre. Se me permitirá que los represente a todoscon un periodista, porque en él vi encarnado ese tenazmito cultural norteamericano al que me refiero ~n miensayo, el del periodista que se juega a la verdad y nadalo hace ceder en la lucha. Fue, para mí, Fred Hill, deThe Sun de Baltimore. Pensé, durante las largas con-versaciones para que él conociera objetivamente todoslos datos, que poco me importaba que se perdiera elcaso, si yo ganaba un amigo americano y conocía lamejor cepa del espíritu libre del país.

Angel Rama

xx

Angel Rama

LA CIUDADLETRADA

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1La ciudad ordenada

Desde la remodelación de Tenochtitlan, luego de sudestrucción por Hernán Cortés en 1521, hasta la inau-guración en 1960 del más fabuloso sueño de urbe deque han sido capaces los americanos, la Brasilia deLucio Costa y Oscar Niemeyer, la ciudad latinoame-ricana ha venido siendo básicamente un parto de lainteligencia, pues quedó inscripta en un ciclo de lacultura universal en que la ciudad pasó a ser el sueñode un orden y encontró en las tierras del Nuevo Con-tinente, el único sitio propicio para encarnar.

Los propios conquistadores que las fundaron per-cibieron progresivamente a lo largo del XVI que sehabían apartado de la ciudad orgánica medieval en laque habían nacido y crecido para entrar a una nuevadistribución del espacio que encuadraba un nuevo

.modo de vida, el cual ya no era el que habían conocidoen sus orígenes peninsulares. Debieron adaptarse duray gradualmente a un proyecto que, como tal, noescondía su conciencia razonante, no siéndole suficien-te organizar a los hombres dentro de un repetidopaisaje urbano, pues también requería que fueranenmarcados con destino a un futuro asimismo soñadode manera planificada, en obediencia de las exigencias

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colonizadoras, administrativas, militares, comercia-les, religiosas, que irían imponiéndose con crecienterigidez.

Al cruzar el Atlántico no sólo habían pasado de uncontinente viejo a uno presuntamente nuevo, sino quehabían atravesado el muro del tiempo e ingresado alcapitalismo expansivo y ecuménico, todavía cargadodel misioneísmo medieval. Aunque preparado por elespíritu renacentista que lo diseña, este modo de lacultura universal que se abre paso en el XVI sóloadquiriría su perfeccionamiento en las monarquíasabsolutas de los estados nacionales europeos, a cuyoservicio militante se plegaron las Iglesias, concentran-do rígidamente la totalidad del poder en una corte, apartir de la cual se disciplinaba jerárquica mente lasociedad. La ciudad fue el más preciado punto deinserción en la realidad de esta configuración cultural ynos deparó un modelo urbano de secular duración: laciudad barroca. 1

Poco podía hacer este impulso para cambiar lasurbes de Europa, por la sabida frustración del idealis-mo abstracto ante la concreta acumulación del pasadohistórico, cuyo empecinamiento material refrenacualquier libre vuelo de la imaginación. En cambiodispuso de una oportunidad única en las tierras vír-genes de un enorme continente, cuyos valores propiosfueron ignorados con antropológica ceguera, aplican-do el principio de "tabula rasa".2 Tal comportamientopermitía negar ingentes culturas -aunque ellas ha-brían de pervivir e infiltrarse de solapadas maneras enla cultura impuesta- y comenzar ex-nihilo el edificiode lo que se pensó era mera transposición del pasado,cuando en verdad fue la realización del sueño que

• comenzaba a soñar una nueva época del mundo.

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América fue la primera realización material de esesueño y, su puesto, central en la edificación de la eracapitalista.3

A pesar del adjetivo con que acompañaron los viejosnombres originarios con que designaron las regionesdominadas (Nueva España, Nueva Galicia, NuevaGranada) los conquistadores no reprodujeron el mode-lo de las ciudades de la metrópoli de que habían parti-do, aunque inicialmente todavía vacilaron y parecie-ron demorarse en soluciones del pasado." Gradual-mente, inexpertamente, fueron descubriendo lapantalla reductora que filtraba las experiencias viejasya conocidas, el "stripping down process" con que hadesignado George M. Foster> el esfuerzo de clarifica-ción, racionalización y sistematización que la mismaexperiencia colonizadora iba imponiendo, respon-diendo ya no a modelos reales, conocidos y vividos,sino a modelos ideales concebidos por la inteligencialos cuales concluyeron imponiéndose pareja y ruti-nariamente a la medida de la vastedad de la empresa,de su concepción organizativa sistemática.

A través del neoplatonismo que sirvió de caucecultural al empuje capitalista ibérico, fue recuperado elpensamiento que ya había sido expresado en LaRepública, revivida por el humanismo renacentista, yau.n el pensamiento del casi mítico Hippodamos, padregnego de la ciudad ideal, sobre todo su "confidencethat the processes of reason could impose measure andorder on every human activity", aunque, comopercibió Lewis Mumford, "his true innovationconsisted in realizing that the form of the city was theform of its social order".» Su imposición en los siglosXVI y XVII, en lo que llamamos la edad barroca (quelos franceses designan como la época clásica) corres-

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ponde a ese momento crucial de la cultura de Occidenteen que, como ha visto sagazmente Michel Foucault, laspalabras comenzaron a separarse de las cosas y la triá-dica conjunción de unas y otras a través de la coyun-tura cedió al binarismo de la Logique de Port Royal queteorizaría la independencia del orden de los signos. 7 Lasciudades, las sociedades que las habitarán, los letradosque las explicarán, se fundan y desarrollan en el mismotiempo en que el signo "deja de ser una figura delmundo, deja de estar ligado por los lazos sólidos ysecretos de la semejanza o de la afinidad a lo quemarca", empieza "a significar dentro del interior delconocimiento", y "de él tomará su certidumbre o suprobabilidad't.!

Dentro de ese cauce del saber, gracias a él, surgiránesas ciudades ideales de la inmensa extensión ameri-cana. Las regirá una razón ordenadora que se revela enun orden social jerárquico transpuesto a un orden dis-tributivo geométrico. N o es la sociedad, sino su forma.organizada, la que es transpuesta; y no a la ciudad, sinoa su forma distributiva. El ejercicio del pensamientoanalógico se disciplinaba para que funcionara válida-mente entre entidades del mismo género. No vincula,pues, sociedad y ciudad, sino sus respectivas formas, lasque son percibidas como equivalentes, permitiendo qu~leamos la sociedad al leer el plano de una ciudad. Paraque esta conversión fuera posible, era indispensable quese transitara a través de un proyecto racional previo,que fue lo que magnificó ya la vez volvió indispensableel orden de los signos, reclamándosele la mayor libertadoperativa de que fuera capaz. Al mismo tiempo, talproyecto exige, para su concepción y ejecución, unpunto de máxima concentración del poder que puedapensarlo y realizarlo. Ese poder es ya visiblemente

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temporal Y humano aunque todavía se enmascare ylegitime tras los absolutos celestiales. Es propio delpoder que necesite un extraordinario esfuerzo deideologización para legitimarse; cuando se resquebra-jen las máscaras religiosas construirá opulentas ideo-logías sustitutivas. La fuente máxima de las ideolo-gías procede del esfuerzo de legitimación del poder.

La palabra clave de todo este sistema es la palabraorden, ambigua en español como un Dios Jano (eljla),activamente desarrollada por las tres mayores es-tructuras institucionalizadas (la Iglesia, el Ejército, laAdministración) y de obligado manejo en cualquiera delos sistemas clasificatorios (historia natural, arquitec-tura, geometría) de conformidad con las definicionesrecibidas del término: "Colocación de las cosas en ellugar que les corresponde. Concierto, buena disposi-ción de las cosas entre sí. Regla o modo que se observapara hacer las cosas".

Es la palabra obsesiva que utiliza el Rey (su gabineteletrado) en las instrucciones impartidas a PedrariasDávila en 1513 para la conquista de Tierra Firme que,luego de la experiencia antillana de acomodaciónespañola al nuevo medio, permitirá la expansiva yviolenta conquista y colonización. Si, como era dableesperar (aunque conviene subrayar) las instruccionescolocan a toda la colonización en dependencia absolutade los intereses de la metrópolis, trazando ya la red de'instalaciones costeras de las ciudades-puertos que tantodificultarán la integración nacional llegado el momentod.e los estados independientes, su séptimo punto fija elSistema rector a que deberán ajustarse las ciudades quehayan de ser fundadas en el continente:

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Vistas las cosas que para los asientos de los lugaresson necesarias, y escogido el sitio más provechoso yen que incurren más de las cosas que para el puebloson menester, habréis de repartir los solares del lugarpara hacer las casas, y estos han de ser repartidossegún las calidades de las personas y sean de comien-zo dados por orden; por manera que hechos lossolares, el pueblo parezca ordenado, así en el lugarque se dejare para plaza, como el lugar en quehubiere la iglesia, como en el orden que tuvieren lascalles; porque en los lugares que de nuevo se hacendando la orden en el comienzo sin ningún trabajo nicosta quedan ordenados e los otros jamás se orde-nan.?

La traslación del orden social a una realidad física, enel caso de la fundación de las ciudades, implicaba elprevio diseño urbanístico mediante los lenguajes sim-bólicos de la cultura sujetos a concepción racional. Peroa ésta se le exigía que además de componer un diseño,previera un futuro. De hecho el diseño debía ser orien-tado por el resultado que se habría de obtener en elfuturo, según el texto real dice explícitamente. El futuroque aún no existe, que no es sino sueño de la razón, es Úlperspectiva genética del proyecto. La traslación fuefacilitada por el vigoroso desarrollo alcanzado en laépoca por el sistema más abstracto de que eran capacesaquellos lenguajes: las matemáticas, con su aplicaciónen la geometría analítica, cuyos métodos habían sido yaextendidos por Descartes a todos los campos del cono-cimiento humano, por entenderlos los únicos válidos,los únicos seguros e incontaminados.

El resultado en América Latina fue el diseño endamero, que reprodujeron (con o sin plano a la vista) lasciudades barrocas y que se prolongó hasta práctica-mente nuestros días. Pudo haber sido otra la confor-mación geométrica, sin que por eso resultara afectada la

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norma central que regía la traslación. De hecho, elmodelo frecuente en el pensamiento renacentista, 10 quederivó de la lección de Vitruvio, según lo exponen lasobras de Leon Battista Alberti, Jacopo BarozziVignola, Antonio Arvelino Filareta, Andrea Palla-cio, etc., fue circular y aún más revelador del ordenjerárquico que lo inspiraba, pues situaba al poder en elpunto central y distribuía a su alrededor, en sucesivoscírculos concéntricos, los diversos estratos sociales.Obedecía a los mismos principios reguladores deldamero: unidad, planificación y orden riguroso, quetraducían una jerarquía social. Tanto uno como otromodelo no eran sino variaciones de una misma con-cepción de la razón ordenadora, la que imponía que laplanta urbana se diseñara "a cordel y regla" como dicenfrecuentemente las instrucciones reales a los conquis-tadores.

Tal como observara Foucault, "lo que hace posibleel conjunto de la episteme clásica es, desde luego, larelación con un conocimiento del orden".'! En el casode las ciudades ese conocimiento indispensable habíaintroducido el principio del "planning". El Iluminismose encargaría de robustecerlo, como época confiada enlas operaciones racionales que fue, y en los tiemposcontemporáneos alcanzaría rígida institucionaliza-ción. También promovería suficiente inquietud acercade sus resultados, como para inaugurar la discusión desus operaciones y diseños pero, sobre todo, de las filo-sofías en que se ampara."

De lo anterior se deduce que mucho más importanteq.~e la forma damero, que ha motivado amplia discu-sion, es el principio rector que tras ella funciona yasegura un régimen de trasmisiones: de lo alto a lobajo, de España a América, de la cabeza del poder -através de la estructura social que él impone-s- a la con-

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formación física de la ciudad, para que la distribucióndel espacio urbano asegure y conserve la forma social.Pero aún más importante es el principio postulado enlas palabras del Rey: con anterioridad a toda reali-zación, se debe pensar la ciudad, lo que permitiríaevitar las irrupciones circunstanciales ajenas a lasnormas establecidas, entorpeciéndolas o destruyen-dolas. El orden debe quedar estatuido antes de que laciudad exista, para así impedir todo futuro desorden,lo que alude a la peculiar virtud de los signos de per-manecer inalterables en el tiempo y seguir rigiendo lacambiante vida de las cosas dentro de rígidos encua-dres. Es así que se fijaron las operaciones fundadorasque se fueron repitiendo a través de una extensa geo-grafía y un extenso tiempo ..

Una ciudad, previamente a su aparición en larealidad, debía existir en una representación sim-bólica que obviamente sólo podían asegurar los signos:las palabras, que traducían la voluntad de edificarla enaplicación de normas y, subsidiariamente, los diagra-mas gráficos, que las diseñaban en los planos, aunque,con más frecuencia, en la imagen mental que de esosplanos tenían los fundadores, los que podían sufrircorrecciones derivadas del lugar o de prácticas in-expertas. Pensar la ciudad competía a esos instru-mentos simbólicos que estaban adquiriendo su prestaautonomía, la que los adecuaría aún mejor a las fun-ciones que les reclamaba el poder absoluto.

Aunque se siguió aplicando un ritual impregnado demagia para asegurar la posesión del suelo, las orde-nanzas reclamaron la participación de un script (encualquiera de sus divergentes expresiones: un escri-bano, un escribiente o incluso un escritor) para re-dactar una escritura. A ésta se confería la alta misiónque se reservó siempre a los escribanos: dar fe, una fe

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que sólo podía proceder de la palabra escrita, queinició su esplendorosa carrera imperial en el continen-te.

Esta palabra escrita viviría en América Latina comola única valedera, en oposición a la palabra habladaque pertenecía al reino de lo inseguro y lo precario.Más aún, pudo pensarse que el habla procedía de laescritura, en una percepción antisaussuriana. La es-critura poseía rigidez y permanencia, un modo autó-nomo que remedaba la eternidad. Estaba libre de lasvicisitudes y metamorfosis de la historia- pero, sobretodo, consolidaba el orden. por su capacidad paraexpresarlo rigurosamente en el nivel cultural. Sobre eseprimer discurso ordenado, proporcionado por lalengua, se articulaba un segundo que era proporcio-nado por el diseño gráfico. Este superaba las virtudesdel primero porque era capaz de eludir él pluriseman-tismo de la palabra y porque, además, proporcionabaconjuntamente la cosa que representaba (la ciudad) yla cosa representada (el diseño) con una maravillosaindependencia de la realidad, tal como lo traslucen conorgullo las descripciones epocales. De la fundación de i

Lima por Pizarro en 1535, que tantas críticas motivaraen el pensamiento peruano de la República, se nos dicecon candor que "fue asentada y trazada la ciudadconforme a la planta y dibujo que para ello se hizo enpapel".• El plano ha sido desde siempre el mejor ejemplo de

modelo cultural operativo. Tras su aparencial regis-tro neutro de lo real, inserta el marco ideológico quevalora y organiza esa realidad y autoriza toda suerte deoperaciones intelectuales a partir de sus proposicio-nes, propias del modelo reducido. Es el ejemplo al querecurre Clifford Geertz cuando busca definir a laideología como sistema cultural':' pero inicialmente así

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lo estableció la Logique de Port Royal en 1662, cuandodebió establecer la diferencia entre "las ideas de lascosas y las ideas de los signos", codificando ya la con-cepción moderna. También apeló al modelo privile-giado de signos que representan los mapas, los cuadros(y los planos), en los cuales la realidad es absorbida porlos signos:

Quand on considere un objet en lui-mérne et dansson propre étre, sans porter la vue de l'esprit a cequ'il peut répresenter, l'idée qu'on en a est une idéede chose, comme l'idée de la terre, du soleil. Maisquand on ne regarde un certain objet que comme enreprésentant un autre, l'idée qu'on en a est une idéede signe, et ce premier objet s'appelle signe. C'estainsi qu'on regarde d'ordinaire les cartes et lestableaux. Ainsi le signe enferme deux idées, l'une dela chose qui répresente, l'autre de la chose repré-sentée; et sa nature consiste a exciter la seconde parla premiere.!"

Para sostener su argumentación, Arnauld-Nicoledeben presuponer una primera opción, que consiste enpercibir el objeto en cuanto signo, típica operaciónintelectiva que no tiene mejor apoyo que los diagra-mas, los que al tiempo que representan, como noimitan, adquieren una autonomía mayor. En lasmáximas que extraen, Arnauld-Nicole deben lógica-mente concluir que el signo ostenta una perennidadque es ajena a la duración de la cosa. Mientras el signoexista está asegurada su propia permanencia, aunquela cosa que represente pueda haber sido destruida. Deeste modo queda consagrada la inalterabilidad deluniverso de los signos, pues ellos no están sometidos al

. descaecimiento físico y sí sólo a la hermenéutica.

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L'on peut conclure que la nature du signe consis-tant a exciter dans les sens par l'idée de la chosefigurante celle de la chose figurée, tant que cet effetsubsiste, c'est-a-dire tant que cette double idée estexcitée, le signe subsiste, quand meme cette choseserait détruite en sa propre nature.n

A partir de estas condiciones es posible invertir elproceso: en vez de representar la cosa ya existentemediante signos, éstos se encargan de representar elsueño de la cosa, tan ardientemente deseada en estaépoca de utopías, abriendo el camino a esa' futuridadque gobernaría a los tiempos modernos y alcanzaríauna apoteosis casi delirante en la contemporaneidad.El sueño de un orden servía para perpetuar el poder ypara conservar la estructura socio-económica y cultu-ral que ese poder garantizaba. Y además se imponía acualquier discurso opositor de ese poder, obligándolo atransitar, previamente, por el sueño de otro orden.

De conformidad con estos procedimientos lasciudades americanas fueron remitidas desde' susorígenes a una doble vida. La correspondiente al ordenfísico que, por ser sensible, material, está sometido a~os vaivenes de construcción y de destrucción, de~nstauración y de renovación, y, sobre todo, a losImpulsos de la invención circunstancial de individuos ygrupos según su momento y situación. Por encima de.ella: la correspondiente al orden de los signos queact~an ~n el nivel simbólico, desde antes de cualquierr~ahzaclón, y también durante y después, puesdlsp~nen de una inalterabilidad a la que pococonciernen los avatares materiales. Antes de ser unare~li?ad de calles, casas y plazas, las que sólo pueden

he~lst¡r y aún así gradualmente, a lo largo del tiempoistc .anca, las ciudades emergían ya completas por un

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parto de la inteligencia en las normas que las teori-zaban, en las actas fundacionales que las estatuían, enlos planos que las diseñaban idealmente, con esa fatalregularidad que acecha a los sueños de la razón y quedepararía un principio que para Thomas More eramotivo de glorificación, cuando decía en su Utopía(1516): "He who knows one of the cities, will knowthem all, so exactly alike are they, except where thenature of the grounds prevents". La mecanicidad de los

. sueños de la razón queda aquí consignada.De los sueños de los arquitectos (Alberti, Filarete,

Vitruvio) o de los utopistas (More, Campanella) pocoencarnó en la realidad, pero en cambio fortificó elorden de los signos, su peculiar capacidad rectora,cuando fue asumido por el poder absoluto como elinstrumento adecuado a la conducción jerárquica deimperios desmesurados. Aunque se trató de una cir-cunscrita y epocal forma de cultura, su influenciadesbordaría esos límites temporales por algunos rasgosprivativos de su funcionamiento: el orden de los signosimprimió su potencialidad sobre lo real, fijandomarcas, si no perennes, al menos tan vigorosas comopara que todavía hoy subsistan y las encontremos ennuestras ciudades; más raigalmente, en trance de veragotado su mensaje, demostró asombrosa capacidadpara rearticular uno nuevo, sin por eso abandonar suprimacía jerárquica y aun se diría que robusteciéndolaen otras circunstancias históricas.

Esta potencia, que corresponde a la libertad y fu-turización de sus operaciones, se complementó conotra simétrica que consistió en la evaporación delpasado: los siglos XV-XVI, lejos de efectuar un re-nacimiento del clasicismo, cumplieron su transpor-tación al universo de las formas. Al incorporarlo alorden de los signos, establecieron el primer y esplen-

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doroso modelo cultural operativo de la modernidad,preanunciando la más vasta transustanciación delpasado que efectuaría el historicismo del XVIII-XIX.La palingenesia renacentista facilitó la expansión deEuropa y fue decuplicada por la palingenesia delIluminismo que sentó las bases de la dominaciónuniversal. Hablando con simpatía de sus historia-dores, Peter Gay establece que aportaron lo suyo a unesfuerzo sistemático general "to secure rational controlof the world, reliable knowledge of the past andfreedom from the pervasive dornination. of- myth";"

Cada vez más, historiadores, economistas, filósofos,reconocen la capital incidencia que el descubrimiento ycolonización de América tuvo en el desarrollo, no sólosocio-económico sino cultural de Europa, en la for-mulación de su nueva cultura barroca. -Podría decirseque el vasto Imperio fue el campo de experimenta-ción de esa forma cultural. La primera aplicación sis-temática del saber barroco, instrumentado por lamonarquía absoluta (la Tiara y el Trono reunidos) sehizo en el continente americano, ejercitando sus rígidosprincipios: abstracción, racionalización, sistemati-zación, oponiéndose a particularidad, imaginación,invención local. De todo el continente, fue en el seg-mento que mucho más tarde terminaría llamándoseLatino, que se intensificó la función prioritaria de lossignos, asociados y encubiertos bajo el absoluto lla-mado Espíritu. Fue una voluntad que desdeñaba lasconstricciones objetivas de la realidad y asumía unpuesto superior y autolegitimado; diseñaba un proyec-to pensado al cual debía plegarse la realidad. Talconcepción no surgió, obviamente, de la necesidad deconstruir ciudades, aunque éstas fueron sus engarcesprivilegiados, los artificiales enclaves en que su arti-ficioso y autónomo sistema de conocimiento podía

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funcionar con más eficacia. Las ciudades fueron apli-caciones concretas de un marco generai, la culturabarroca, que infiltró la totalidad de la vida social ytuvo culminante expresión en la Monarquía española.

A esos rasgos deben agregarse las sorprendentescaracterísticas de la conquista de Tierra Firme,"reperée, explorée et grossierement saisie au cours destrois prernieres décennies du XVIe siecle a un rithmeinsensé, jamais égalé''.!? En las antípodas del criterio deuna frontier progresiva, la cual regiría la coloniza-ción de los Estados Unidos'! y la primera época de laconquista del Brasil por los portugueses, la conquistaespañola fue una frenética cabalgata por un conti-nente inmenso, atravesando ríos, selvas, montañas, deun espacio cercano a los diez mil kilómetros, dejando asu paso una ringlera de ciudades, prácticamente in-comunicadas y aisladas en el inmenso vacío americanoque sólo recorrían aterradas poblaciones indígenas.Con una mecánica militar, fueron inicialmente laspostas que permitían el avance y serían después laspoleas de trasmisión del orden imperial. De la funda-ción de Panamá por Pedrarias Dávila (1519) a la deConcepción en el extremo sur chileno por Valdivia(1550), pasaron efectivamente sólo treinta años. Paraesta última fecha ya estaban funcionando los Vi-rreinatos de México y el Perú, bajo la conducción dequienes "debían preservar en el Nuevo Mundo elcarácter carismático de la autoridad, el cual estábasado en la creencia de que los reyes lo eran por la,gracia de Dios".'?

Más que una fabulosa conquista, quedó certificadoel triunfo de las ciudades sobre un inmenso y des-conocido territorio, reiterando la concepción griegaque oponía la polis civilizada a la barbarie de los nourbanizados.t? Pero no reconstruía el proceso funda-

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cional de las ciudades que había sido la norma europeasino que exactamente lo invertía: en vez de partir deldesarrollo agrícola que gradualmente constituía supolo urbano donde se organizaba el mercado y lascomunicaciones al exterior, se iniciaba con esta urbe,mínima desde luego pero asentada a veces en el vallepropicio que disponía de agua, esperando que ellagenerara el desarrollo agrícola. "J'avoue aussi étrefasciné -ha dicho un historiador- par l'histoire deces villes américaines qui poussent avant les campag-nes, pour le moins en mérne temps qu'elles":2. Se partede la instauración del poblado, de conformidad connormas pre-establecidas y frecuentemente se trans-forma violentamente a quienes habían sido campesinosen la península ibérica, en urbanizados, sin conseguirnunca que vuelvan a sus primigenias tareas: serántodos hidalgos, se atribuirán el don nobiliario, des-deñarán trabajar por sus manos y simplemente do-minarán a los indios que les son encomendados o a losesclavos que compren. Pues el ideal fijado desde losorígenes es el de ser urbanos, por insignificantes quesean los asentamiento s que se ocupen, al tiempo que sele encomienda a la ciudad la construcción de su con-torno agrícola, explotando sin piedad a la masa esclavapara una rápida obtención de riquezas. La ciudad y elnuevorriquismo son factores concomitantes, al puntoque se verá el despilfarro suntuario desplegado más en

'los pequeños pueblos (sobre todo los mineros) que enlas capitales virreinales y se sucederán los edictos realesprohibiendo el uso de coches, de caballos, de vesti-dos de seda, sin conseguir frenar un apetito que, fijadocomo modelo a la cabeza de los pueblos por los ricosconquistadores, será imitado arrasadoramente portoda la sociedad hasta los estratos más bajos, tal comolo vio Thomas Gage en su pintoresco libro.P

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Desde luego, las ciudades barrocas de la intempes-tiva conquista no funcionarán en un vacío total. Comoseñala Fernand Braudel en su notable libro, cuandodiseña las reglas de la economía-mundo, "le capita-lisme et l'économie de marché coexistent, s'inter-pénetrent, sans toujours se confondre"23 de tal modoque estas ciudades irreales, despegadas de las necesi-dades del medio, verdaderos batiscafos, sino extra-terrestres al menos extracontinentales, aprovecharánen su beneficio las preexistentes redes indígenas, suszonas de cultivo, sus mercados y sobre todo la fuerzadel trabajo que proporcionaban. La inserción capita-lista abrupta no destruirá esa economía de mercadoque permanecerá como un bajo continuo durantesiglos, crecientemente agostada. Les cabrá ser lospuntos donde se produce la acumulación mediante laconcentración de los recursos y riquezas existentes y loharán con una ferocidad que patentiza la violencia delcambio introducido en la vida de las comunidadesindias.

La fuerza de este sentimiento urbano queda demos-trada por su larga pervivencia. Trescientos años des-pués y ya en la época de los nuevos estados indepen-dientes, Domingo Faustino Sarmiento seguirá hablan-do en su Facundo (1845) de las ciudades como focoscivilizadores, oponiéndolas a los campos donde veíaengendrada la barbarie. Para él la ciudad era el únicoreceptáculo posible de las fuentes culturales europeas(aunque ahora hubieran pasado de Madrid a París) apartir de las cuales construir una sociedad civilizada.Para lograrlo las ciudades debían someter el vastoterritorio salvaje donde se encontraban asentadas ,

• imponiéndole sus normas. La primera de ella, en elobsesivo pensamiento sarmientino, era la educaciónletrada. Vivió para verIo y para ejecutarIo. Apenas

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medio siglo después del Facundo, cuando las ciudadesdieron la batalla frontal para imponerse a las campi-ñas, utilizando el poderío militar de que las habíadotado su relación con las metrópolis externas, elbrasileño Euclídes Da Cunha, que pensaba lo mismoque Sarmiento, comenzó a dudar de esas premisascivilizadoras cuando presenció la carnicería de laguerra en el sertón de Canudos y lo contó pesimis-tamente en Os Sertóes (1902). El reverso de la moder-nización capitaneada por las ciudades se había mostra-do desnudamente y no era agradable. .

Las ciudades de la desenfrenada conquista no fueronmeras factorías. Eran ciudades para quedarse y por lotanto focos de progresiva colonización. Por largotiempo, sin embargo, no pudieron ser otra cosa quefuertes, más defensivos que ofensivos, recintos amura-llados dentro de los cuales se destilaba el espíritu de lapolis y se ideologizaba sin .tasa el superior destino

_ civilizador que le había sido asignado. No fue infre-cuente que los textos literarios las transpusieran "a lodivino", como hizo en el México de fines del XVI elpresbítero Fernán González de Eslava en sus Colo-quios espirituales y sacramentales: los siete fuertes quereligaban la ciudad de México con las minas de platade Zacatecas y permitían el transporte seguro a lacapital virreinal de las riquezas, se transformaron ennada menos que los siete sacramentos de la religión

·católica.Aunque aisladas dentro de la inmensidad espacial y

cultural, ajena y hostil, a las ciudades competíadominar y civilizar su contorno, lo que se llamóprimero "evangelizar" y después "educar". Aunque elprimer verbo fue conjugado por el espíritu religioso yel segundo por el laico y agnóstico, se trataba delmismo esfuerzo de transculturación a partir de la

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lección europea. Para esos fines, las ciudades fueronasiento de Virreyes, Gobernadores, Audiencias, Ar-zobispados, Universidades y aun Tribunales inquisi-toriales, antes que lo fueran, tras la Independencia,de Presidentes, Congresos, siempre Universidades ysiempre Tribunales. Las instituciones fueron los obli-gados instrumentos para fijar el orden y para conser-vario, sobre todo desde que en el siglo XVIII entran acircular dos palabras derivadas de orden, según con-signa Corominas: subordinar e insubordinar.

Por definición, todo orden implica una jerarquíaperfectamente disciplinada, de tal modo que las ciu-dades americanas entraron desde el comienzo a unaestratificación que, a pesar de sus cambios, fue con-sistentemente rígida e inspirada por los mayores omenores vínculos con el poder transoceánico. Ocupa-ban el primer nivel las capitales virreinales (aunqueMéxico, Lima y Rio de Janeiro seguían siendo las pri-meras dentro de ellas); les seguían las ciudades-puertosdel circuito de la flota y tras ellas las capitales de Au-diencias; luego se iban escalonando las restantesciudades, pueblos, villorrios, no sólo en jerarquíadecreciente, sino en directa subordinación a la in-mediata anterior de la cual dependían. Las ciudadesconstruían una pirámide, en que cada una procurabarestar riquezas a las interiores y a la vez proporcionar-les normas de comportamiento a su servicio. Sabíantodas que por encima estaban Sevilla, Lisboa yMadrid, pero prácticamente nadie pensó que aun porencima de éstas se encontraban Génova o Amsterdam.

Los conflictos de jurisdicción fueron incesantes ysimples epifenómenos de la competencia de los diver-sos núcleos urbanos para colocarse preferentemente enla pirámide jerárquica. Si, como asientan provoca-tivamente los Stein.> España ya estaba en decadencia

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cuando el descubrimiento de América en 1492 y por lotanto económicamente Madrid constituía la periferiade las metrópolis europeas, las ciudades americanasconstituyeron la periferia de una periferia. Difícilimaginar más enrarecida situación, en que un vastoconjunto urbano se ordena como un expansivo racimoa partir de un punto extracontinental que reúne todo elpoder, aunque aparentemente lo ejerza por delegaciónal servicio de otro poder. Aunque nuestro asunto es lacultura urbana en América Latina, en la medida en queella se asienta sobre bases materiales no podemos dejarde consignar esta oscura trama económica que esta-blece poderosas dependencias sucesivas, al grado deque numerosas acciones decisivas que afectan a lasproducciones culturales, corresponden a operacionesque casi llamaríamos inconscientes, que se trazan yresuelven fuera del conocimiento y de la comprensiónde quienes no son sino pasivos ejecutantes de lejanísi-mas órdenes, quienes parecen actuar fantasmagórica-mente como si efectivamente hubieran sido absorbidospor ese orden de los signos que ya no necesita de lacoyuntura real para articularse, pues derivan sobre susencadenamientos internos, solo capaces de justificarsedentro de ellos. Hablando de una cosa tan concreta'como la servidumbre y la esclavitud, Braudel apuntaque "elle est inhérente au phénornene de réduction d'uncontinent a la condition de périphérie, imposée par uneforce lointaine, indifférente aux sacrifices des hommes,qui agit selon la logique presque mécanique d'uneéconomie-monde".25

La estructura cultural flotaba sobre esta económica,reproduciéndola sutilmente, de ahí que los espíritusmás lúcidos, los que con más frecuencia fueron con-denados por el dictado institucional que se revestía dedictado popular, se esforzaron por develarla, yendo

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más allá del centro colonizador para recuperar lafuente cultural que lo abastecía oscuramente. Ya esevidente en el diseño de El Bernardo que ocupa la vidaentera de Bernardo de Balbuena y que se vuelve explí-cito en el prólogo de 1624, donde elige la fuente ita-liana (el Boyardo, el Ariosto) aunque todavía para unasunto español. Como lo es, más de dos siglos después,en la propuesta de Justo Sierra para obviar el "acue-dueto español" y trabajar a partir de las fuentes lite-rarias francesas que propiciaron, más que elmodernismo, la modernidad, oscilantemente alservicio del asunto francés o, con más frecuencia, elnacional.

Ambos fueron vocacionalmente urbanos, como laabrumadora mayoría de los intelectuales americanos yambos trabajaron como los proyectistas de ciudades, apartir de estos vastos planos que diseñaban los textosliterarios, en el impecable universo de los signos quepermitían pensar o soñar la ciudad, para reclamar queel orden ideal se encarnara entre los ciudadanos.

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Notas al Capítulo J: La ciudad ordenada

1. V. J.H. Parry, The Cities ofthe Conquistadores, London,1961; Rodolfo Quintero, Antropología de las ciudades la-tinoamericanas, Caracas, 1964; James R. Scobie, Argentine:A City and a Nation, New York, Oxford Press, 1964; Ur-banization in Latín America: Approaches and Issues, GardenCity, Anchor Books, 1975 (Jorge E. Hardoy, ed.); Las ciu-dades de América Latina y sus áreas de influencia a través dela historia, Buenos Aires, SIAP; 1975 (Jorge E. Hardoy,Richard P. Schaedel, ed.); José Luis Romero, Latinoaméri-ea: las ciudades y las ideas, México, Siglo XXI, 1976; Asen-tamientos urbanos y organización socioproductiva en lahistoria de América Latina, Buenos Aires, SIAP, 1977(Jorge E. Hardoy, Richard P. Schaedel, ed.).2. Robert Ricard, La "conquéte espirituelle'' du Mexique,Paris, Institut d'Ethnologie, 1933; Silvio Zavala, La filo-sofía política en la conquista de América, México, 1947.3. V. Immanuel Wallerstein, The Modern World-System,New York, Academic Press, 1974-80, 2 vols.4. Jorge E. Hardoy, El modelo clásico de la ciudad colonialhispanoamericana, Buenos Aires, Instituto Di Tella, 1968.5. George M. Foster, Culture and Conquest: America'sSpanish Heritage, New York, Wenner-Gren Foundation forAnthropological Research, 1960.6. Lewis Mumford, The City in History, New York,Harcourt, Brace & World, 1961, p. 172.

•7. Michel Foucault, Les mots et les choses, une archéologiedes sciences humaines, Paris, Gallimard, 1966, cap. IV.8. Ob. cit, trad., esp., México, Siglo XXI, 1968, p. 64-65.9. Colección de documentos inéditos relativos al descubri-miento, conquista y colonización, Madrid, 1864-1884, t.XXXIX, p. 280.10. Giulio Argan, The Renaissance City, New York, GeorgeBraziller, 1969.

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11. Ob. cit., p. 78.12. Marios Camhis, Planning Theory and Philosophy,London, Tavistock Publications, 1979.13. "Ideology as a Cultural System" en: David E. Apter(ed.) ldeology and Discontent, New York, Free Press, 1964;The lnterpretation o/ Cultures, New York, Basic Books,1973.14. Antoine Arnauld, Pierre Nicole, La Logique ou l'art depenser, Paris, P.U.F., 1965 (Pierre Clair, Francois Girbal,ed.) p. 53.15. Ibidem, p. 54.16. The Enlightenment: an lnterpretation. The Rise o/Modern Paganism, New York, The Norton Library, 1977, p.36.17. Pierre Chaunu, L'Amérique et les Amériques, Paris,Armand Colin, 1964, p. 12.18. Ver, sin embargo, la obra de un discípulo de FrederickJackson Turner, aplicando sus tesis a América Latina:Alistair Hennessy, The Frontier in Latin American History,Albuquerque, University of New Mexico Press, 1978.19. Richard Konetzke, América Latina, Il, La épocacolonial, Madrid, Siglo XXI, 1972, p. 119.20. Sobre la adaptación del ethos urbano griego a las nuevascondiciones del Nuevo Mundo, el ensayo de Richard Morse,"A Framework for Latin American Urban History" enUrbanization in Latin America: Approaches and Issues, ed.cit.21. Fernand Braudel, Civilisation matérielle, économie etcapitalisme, XVe-XVllle siecle, t. 3, Le temps du monde,Paris, Armand Colin, 1979, p. 343.22. Thomas Gage, Nueva Relación que contiene los viajesde Thomas Gage en la Nueva España, Guatemala, Biblio-teca Guatemala, 1946 (Primera edición: London, 1648).23. Fernand Braudel, ob. cit., p. 25.24. Stanley y Barbara Stein, The Colonial Heritage o/ LatinAmerica, New York, Oxford University Press, 1970.25. Fernand Braudel, ob. cit., p. 338.

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11La ciudad letrada

Para llevar adelante el sistema ordenado de la mo-narquía absoluta, para facilitar la jerarquización yconcentración del poder, para cumplir su misióncivilizadora, resultó indispensable que las ciudades,que eran el asiento de la delegación de los poderes,dispusieran de un grupo social especializado, al cualencomendar esos cometidos. Fue también indispen-sable que ese grupo estuviera imbuido de la concien-cia de ejercer un alto ministerio que lo equiparaba auna clase sacerdotal. Sino el absoluto metafísico, lecompetía el subsidiario absoluto que ordenaba el uni-verso de los signos, al servicio de la monarquía abso-luta de ultramar.

Ambas esferas estuvieron superpuestas por largotiempo, por lo cual el equipo intelectual contó porsiglos entre sus filas a importantes sectores eclesiás-ticos, antes que la laicización que comienza su acciónen el XVIII los fuera reemplazando por intelectualesciviles, profesionales en su mayoría. Dos fechas cir-cunscriben el período de esta superposición: 1572 enque llegan los jesuitas a la Nueva España y 1767 en queson expulsados de América por Carlos 111. Tempra-namente describió el padre Juan Sánchez Baquero la

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