28333038 opio-en-las-nubes-rafael-chaparro

141
1

Upload: lulu-cj

Post on 14-Aug-2015

69 views

Category:

Entertainment & Humor


3 download

TRANSCRIPT

1

2

Para Laura y Ava

3

ÍNDICE

Págs.

Pink Tomate 4

Ambulancia con whisky 12

Unas babas, dos babitas 19

Los ojos de Gary Gilmour 23

El aliento de Marilyn 30

Lluvia trip trip trip 39

Ángel de mi guarda 43

Helga, La Ardiente Bestia de Las Nieves 56

Opio en las nubes 65

La sucia mañana de lunes 70

Café negro para las palomas 74

DC-3 Espinacas de Mayo 84

Alabimbombao 91

Los días olían a diesel con durazno 95

Una lógica pequeña 115

Cielitos restringidos 118

Ruta 34A Meissen 121

Jirafas con leche 135

4

PINK TOMATE

Soy Pink Tomate, el gato de Amarilla. A veces no sé si soy tomate o

gato. En todo caso a veces me parece que soy un gato que le gustan

los tomates o más bien un tomate con cara de gato. O algo así. Me

gusta el olor del vodka con las flores. Me gusta ese olor en las

mañanas cuando Amarilla llega de una fiesta llena de olores y humos

y me dice hola Pink y yo me digo, mierda esta Amarilla es cosas seria,

nunca duerme, nunca come, nunca descansa, qué vaina, qué cosa tan

seria. Claro que a veces me desespera cuando llega con la noche entre

sus manos, con la desesperación en su boca y entonces se sienta en el

sofá, me riega un poco de ceniza de cigarrillo en el pelo, qué cosa tan

seria, y empieza a cantar alguna canción triste, algo así como I want a

trip trip trip como para poder resistir la mañana o para terminar de

joderla trip trip trip.

Mierda, los días con Amarilla son algo serio. Voy a intentar

hacer un horario de esos días llenos de sol, esos días un poco rotos,

raros, llenos de humo, un poco llenos de café negro. Voy a hablar en

presente porque para nosotros los gatos no existe el pasado. O bueno

sí existe, lo que pasa es que lo ignoramos. En cuanto al futuro nos

parece que es pura y física mierda. Sólo existe el presente y punto. El

presente es ya, es un techo, una calle, una lata de cerveza vacía, es la

lluvia que cae en la noche, es un avión que pasa y hace vibrar las

5

flores que Amarilla ha puesto en el florero, el presente es el cielo azul,

es una gata a la que le digo eres cosa seria y ella me responde sí, soy

cosa seria, mierda, el presente es un poco de whisky con flores, es esa

canción con café negro, es ese ritmo con olor a tomates, ocho de la

mañana, techos grises, teticas con pecas, nada que hacer I want a trip

trip trip mierda que cosa tan seria.

6:00 a.m.

Llega Amarilla de una fiesta y me dice oye Pink cómo vas? Y

yo le contesto bien, todo va bien. Salvo mi corazón, todo va bien.

Amarilla tiene el pelo revuelto, me acaricia y yo le doy un arañazo en

una nalga, como para no perder la costumbre. Amarilla se dirige a la

cocina y se prepara un café, mira por la ventana, se acaricia el pelo y

me dice que la vaina está jodida y yo pienso que en verdad todo está

jodido. Los árboles están jodidos, las calles están jodidas, el cielo está

jodido. Las palomas están jodidas. Mierda. Yo también estoy como

jodido. Me dan ganas de ahogarme en salsa de tomate.

7:00 a.m.

Rojo o tal vez azul. No sé. El sofá donde está sentada tiene tal

vez esos dos colores. Amarilla se fuma un cigarrillo. Se lo fuma sin

afán. El humo azul de su cigarrillo me envuelve. Amarilla me lo echa

directo a los bigotes. Amarilla se arregla las uñas y me corta uno de

los bigotes. Puta mierda. Siempre hace lo mismo cuando está

deprimida. Luego subimos a la azotea y Amarilla abre los brazos,

respira y me dice que la mañana está perfecta para suicidarse.

Entonces me agarra y me lanza a la otra azotea que queda más abajo y

yo doy vueltas y vueltas y por mis ojos pasan el cielo azul, los

edificios, las nubes, el sol, las ventanas, los ruidos y finalmente caigo

parado en la otra azotea en medio de un poco de ropa extendida y

digo, mierda, esta Amarilla es cosa seria. Subo hasta donde está

Amarilla y me acurruncho entre sus piernas y pienso, mierda qué rico.

Me arrepiento de haber pensado en ahogarme en salsa de tomate.

Comemos galletas de chocolate y miramos la ciudad. Amarilla se

sienta y lee el periódico. Me muestra una noticia de un hombre que lo

mataron por una orinada.

8:00 a.m.

6

Sube el viejo Job, el vecino de Amarilla, con un poco de café.

Con Job viene Lerner su gato. Lerner es un poco tímido. Yo saludo a

Lerner y le digo oye Lerner qué te pasa? Y entonces Lerner se

esconde detrás de las piernas del viejo Job y me dice, no Pink no me

pasa nada, fresco loco. El viejo Job se sienta al lado de Amarilla y

respira hondo. Ya me lo conozco. Le gusta oler el champú que usa

Amarilla. Fresa. A mi también. El viejo Job le echa un poco de brandy

al café y deja la botella destapada. Meto mi lengua en la botella. Me

gusta sentir ese mareo del brandy, ese mareo que quema por dentro a

esta hora cuando todo parece normal, cuando todo el mundo se dirige

al trabajo, cuando todo el mundo piensa cosas correctas. Me gusta ese

mareo a esta hora cuando no es normal que uno esté un poco ebrio, un

poco triste, un poco como vuelto mierda.

9:00 a.m.

Bajamos. Estoy mareado por el brandy. Ebrio. Estoy

envenenado por la mañana, por el cielo. Mentira. Estoy envenenado

por Amarilla en la mañana, por Amarilla en el cielo, por ese olor de

Amarilla que se halla diseminado por todas partes. El día huele a

Amarilla. Miro hacia el cielo y veo en las nubes la forma de sus

nalgas, la palma de sus manos. Veo los árboles y el ruido de las hojas

me dicen oye gato marica pon atención te habla Amarilla. Mierda, qué

cosa tan seria trip trip trip.

10:00 a.m.

Amarilla se despide del viejo Job. El viejo suspira y le mira las

nalgas. Lo comprendo. Antes de despedirse el viejo job le dice que

más tarde viene con una torta de naranja y Amarilla le dice está bien

viejo, está bien. Amarilla cierra la puerta y se abre la camisa. Se fuma

un cigarrillo. Abre la ventana. Se coge las tetas, observa sus pecas

iluminadas por los rayos de sol, se mira las manos y finalmente se

queda estática ante su reflejo en la ventana y trip trip trip. Es evidente:

Amarilla a empezado a tejer la red de su día allí frente a la ventana.

Está un poco desesperada trip trip trip. Suena el teléfono. Amarilla

contesta. Se ríe y dice que en realidad no sabe si tiene ganas de una

orgía o de un pan con mermelada trip trip trip.

11:00 a.m.

7

El sonido del agua me aturde. Afuera hace sol. Amarilla se

baña. Yo estoy en el sofá. El sol entra por la ventana. El ruido del

agua inunda el día, la mañana, el mundo, los árboles. En ese momento

solamente existe ese ruido. El mundo se reduce al sonido del agua

cayendo sobre el cuerpo de Amarilla, sobre sus tetas, sobre sus nalgas,

sobre su cuello, sobre sus piernas. Eso es el mundo: agua, Amarilla, la

canción que canta trip trip trip, el rayo de sol que cae sobre mi cuerpo.

Nada más. Amarilla sale del baño y me dice que salgamos a decirle

adiós al cielo azul con las manos.

12:00 m.

Amarilla prepara algo para almorzar. Alguna receta con

tomates. Fuma mientras pela los tomates. Dice que ayer fue a

presentar una entrevista para un trabajo en una fábrica. Creo que una

entrevista para un trabajo es algo así:

Nombre: Amarilla.

Estado Civil: soltera.

Religión: ninguna conocida; alguna vez intentó ser hare krisna

pero la cogieron comiendo una hamburguesa grasienta y la

expulsaron. Pero se había leído parte del Libro de los Vedas. Después

intentó ser vegetariana. Tampoco funcionó. Por último se metió a una

liga que defendía las ballenas. Hasta donde sabía su madre la bautizó.

También hizo la primera comunión en la Iglesia de Jesucristo Obrero.

Sexo: Perdió la virginidad en el asiento trasero de un viejo

Ford, en una noche de verano.

Dirección: avenida Blanchot.

Enfermedades: las de la niñez y alguna que otra infección

pasajera, sin importancia.

Experiencia laboral: mesera de bar, acomodadora en cine,

alguna vez vendió lotería, traductora.

8

Estudios: empezó a estudiar de noche inglés y computación,

pero la echaron a mitad de semestre porque un malparido profesor se

lo pidió.

Idiomas: algo de inglés. Se sabía toda la canción Copacabana

de Barry Manilow.

Comemos en silencio. Amarilla me dice que tiene ganas de

hacer una siesta porque siempre que duerme a esa hora sueña con

barquitos de papel en la mitad de un cielo azulito. Pienso en sus

nalguitas rosaditas trip trip trip.

1:00 p.m.

Amarilla está dormida. De pronto suena el ding dong del

timbre. Mierda, debe ser el viejo Job. Otra vez ding dong. Mierda,

qué viejo tan insistente. Ding dong. El viejo Job se sienta junto a la

puerta y empieza a comerse la torta de naranja. Le da un poco a

Lerner, el gato tímido. Salgo por una ventana y me acerco lentamente.

El viejo Job me ofrece un poco de torta, pero yo la rechazo. Mierda,

qué cosa tan seria. Le digo a Lerner, que qué le pasa, que qué se cree,

que mas bien nos vayamos a cazar raticas, como debe ser. Lerner ser

avergüenza y me dice, claro Pink.

2:00 p.m.

Amarilla se despierta. Estoy junto a ella. Amarilla se dirige al

comedor y se sirve un poco de whisky. Suena el teléfono y Amarilla

contesta. Se ríe y dice que en verdad haga lo que se le dé la puta gana.

Entonces me acaricia y me dice que me va a llevar al hipódromo para

que conozca los caballos. La veo y pienso que en verdad haga lo que

se le dé la puta gana conmigo trip trip trip.

3:00 p.m.

Salimos a un parque. La tarde está un poco triste. Un poco

rota. Un poco difusa. El cielo está gris y hace un poco de frío.

Amarilla me dice que tiene ganas de tomarse una fotografía en un día

triste. Amarilla se sienta bajo un árbol y saca su botella de whisky y

yo le lamo la palma lentamente, sin afán. Nuestro árbol es grande e

9

inspira confianza. A los pocos minutos una sirena interrumpe la calma

del parque. Mierda. Unos árboles más allá una mujer se trata de

ahorcar. La policía llega a tiempo e impide que la mujer se ahorque.

Claro, la policía siempre se tira todo. Esa mujer ahorcada hubiera

completado lo que le faltaba a ese día para ser mas triste trip trip trip.

4:00 p.m.

Llega Sven, un individuo que huele a tigre fatigado. Le da un

beso a Amarilla en la boca, en la mitad de los dientes y mierda, pienso

que este par se quieren. Sven dice que el próximo sábado la va a llevar

al hipódromo y va a apostar por Escarabajo, que Escarabajo lo va a

sacar de la quiebra y le promete que se emborracharán con vodka en

una tarde de sol y que irán a la playa y le comprará una pelota de

colores y le dirá que la ama. Pura mierda.

5:00 p.m.

Estamos de nuevo en el apartamento de Amarilla. Sven le dice

a Amarilla que los sábados son los días del amor y de los caballos y

entonces se encierran y hacen el amor. Me dan ganas de ahogarme en

salsa de tomate.

6:00 p.m.

Debajo de la puerta de la alcoba de Amarilla empieza a salir

humo. A los pocos instantes salen Amarilla y Sven desnudos. Sven se

dirige a la cocina y trae un balde con agua y lo echa sobre la cama que

está en llamas. Amarilla le grita a Sven que se vaya que haga lo que se

le dé la puta gana. Sven trata de abrazarla y le dice fresca muñeca no

ha pasado nada. Amarilla se pone a llorar y dice que tiene ganas de

vomitar. Sven le dice tranquila muñeca vomita. Mierda, mucho trip

trip trip. Amarilla coge la ropa de Sven y la lanza por la ventana y

después empieza a lanzarle vasos a Sven. Unp, dos, tres. Cuatro putos

vasos. Qué cosa tan seria. Sven sale con una toalla enrollada y recoge

su ropa desde allá abajo le grita a Amarilla que es una muñeca muy

salvaje como a él le gustan trip trip trip.

7:00 p.m.

10

Salimos de nuevo a la calle. Amarilla lleva consigo su ropa y

la va regando por el camino. Me siento como en esos cuentos de hagas

donde la princesa perdida va dispersando cosas para recordar el

camino a casa. Entramos a un bar y Amarilla pide una botella de

vodka y le regala una camisa de flores al hombre del bar. Una canción

triste suena en el fondo, Don’t leave me now. Amarilla enciente un

cigarrillo, mira hacia el fondo del bar, se marea con las luces, mira a

esos hombres de camisas de colores que entran con esas miradas que

dicen hoy soy todo tuyo mamita y entonces Amarilla dice un

momento muñecos hoy no quiero enredos Don’t leave me now trip

trip trip. Amarilla se echa todo el contenido de la botella por todo el

cuerpo. Después se acerca al hombre que atiende en el bar y le dice

que cuando lo ve no sabe si darle un beso o cortarse las venas. El

hombre le dice fresca muñeca todas las muñecas son iguales y le

indica que el baño está al fondo a la derecha y que cerca del espejo

hay una cuchilla. Fresco muñeco le responde Amarilla y entonces pide

un cocktail llamado “lluvia ácida”.

8:00 p.m.

La noche está demente. Las luces de la ciudad son pequeños

ojos rotos, locos, alucinados que nos vigilan. Me dan ganas de estar en

la mitad de una autopista. En la esquina nos encontramos con Sven.

Se abrazan y Amarilla le dice que le haga el amor hasta el amanecer,

ni más faltaba preciosa, que le meta la lengua hasta el estómago, que

le toque el culo una y otra vez porque está haciendo frío, que no deje

de lamerla mientras suena Touch me, que le inyecte susurros entre sus

dientes touch me, que le toque sus manos llenas de pequeñas líneas

solitarias touch me, sus nalguitas rosaditas touch me, sus ojos llenos

de pececitos nocturnos, sus palabras invadidas de cielitos rasgados

touch me please hasta el amanecer, hasta cuando el sol raye el cielo

con su luz, ni más faltaba muñeca trip trip trip.

9:00 p.m.

Muere el viejo Job. El apartamento está lleno de gente.

Mierda. Amarilla entra y le da un beso en la frente al viejo. Amarilla

pregunta por Lerner, el gato tímido de Job, pero nadie sabe dónde

está. Amarilla y Sven van a comprar flores para Job. Al poco rato

regresan. Subimos a la azotea. La noche. La lluvia. El calor. Amarilla

11

esparce las flores sobre la noche oscura. Las flores caen y se infiltran

en el olor de la oscuridad. Lentamente. Flores blancas sobre la espuma

de la noche. La noche. Las flores caen en la calle. Una. Dos. Tres.

Cien flores en la calle, en la humedad del reflejo del resplandor

apagado del día. Flores en el núcleo de las babas de Amarilla. La

lluvia. Empieza a llover y las gotas de lluvia mojan la noche, las

manos, las flores de la calle. Amarilla dice que los sábados son los

días de los gatos, de los caballos y de los muertos. Mierda, qué cosa

tan seria. La ciudad entera está muerta trip trip trip. Flores. Flores.

Lluvia.

12

UNA AMBULANCIA CON WHISKY

Me llamo Sven y morí ayer o tal vez la semana pasada.

Realmente no sé qué sucedió. No sé si fue una inyección de veneno en

las venas o si me estallaron una botella de whisky en la cabeza. No

sé. No sé. O si me abalearon en la puerta del Bar Anaconda. O tal vez

en el bar Los Moluscos. Lo único que recuerdo son las luces de un

bar, el baño lleno de vómito y una canción with or without you en el

fondo del recinto, en el fondo de las luces, en la lluvia, un letrero en el

espejo que decía “entonces le diré que nunca más me pondré esta

ropa”, un teléfono, una ambulancia, una puerta blanca y de nuevo

alguien que decía oye tranquilo yo puedo vivir sin ti, tranquilo with or

without you, doce de la noche, mierda se nos muere, mucha heroína,

mucho alcohol, mucha tristeza, mierda, quédese tranquilo, relájese,

piense en un cielo azul, en una ciudad con edificios blancos, sueñe

con un potrero lleno de naranjas, con una mañana con una lluvia de

aves negras, piense lo que se le dé la gana, mierda se nos va, tranquilo

with or without you.

En la ambulancia me sentí como un muñeco de trapo. Un

muñeco de trapo abaleado por las luces de la sirena, el mareo, la

noche y el olor de la sangre. Tenía ganas de cagar diamantes. Cerré

los ojos y de pronto me sentí como un árbol atravesado por cuchillos

blancos.

13

Creo que en la ambulancia me enamoré de la enfermera. Era

una enfermera, como la de las películas, un poco con los ojos claros,

con las manos finas y poseía ese olor a sangre con perfume de rosas,

ese perfume yo no sé, que me mareaba, que me enloquecía, ese

perfume que sabía a doce de la noche, a mírame preciosa antes de que

me muera. Le dije a la enfermera que me parecía conocerla, que tal

vez la había visto en un parque leyendo algún libro, que tal vez la

había visto en alguna lluvia o que a lo mejor el calor de su cuerpo me

recordaba el aliento de las mañanas de sol. Pero, puta mierda. Ella me

dijo que no le gustaban los parques. Falsa alarma. Y pensé, yo a ésta

la he visto en alguna parte, mierda, ésta tiene cara de caminar por las

calles, tiene cara de cantar spend the night together. Olía a limpio, a

alcohol. Creo que le dije oye preciosa me quieres? Y ella respondió

claro precioso, te quiero, pero quédate quieto. La sirena siguió

aullando y creo que estaba muy mal cuando pasamos por la avenida

Blanchot porque alcancé a escuchar el murmullo de la gente en los

bares, en las calles, en los parques. El murmullo de las calles se me

escapaba definitivamente por entre el pliegue diminuto de los dedos y

de la risa. Mierda. El ruido de la calle, el olor de la calle, el perfume

del mundo se estaba diluyendo vertiginosamente en el reflejo de la

lluvia y entonces le dije a la enfermera que siempre había querido una

muerte así, con violencia, con whisky en la mitad de los sesos, una

muerte nocturna y en una ambulancia con una enfermera que me

dijera que pasáramos la noche juntos. Ella me respondió que me

quería dar un beso en la mitad de mis sueños ensangrentados. Claro

preciosa. La sirena siguió aullando como una perra herida que corría

rompiendo el aliento caliente de la noche.

El Hospital era triste. En urgencias había un marica

acuchillado. Tenía la cara descompuesta y su perfume barato se

mezclaba con el olor de su sangrecita escandalosa. A un lado había un

atropellado. Más allá un borracho. También una chica con una

sobredosis. En todo caso el recinto olía a whisky, sangre y algodón.

La noche estaba descompuesta. La noche se estaba cayendo a pedazos

a mi alrededor como un absurdo naipe donde definitivamente nadie

ganaba.

La enfermera me dijo fresco muñeco nada va a pasar, abran

paso, se nos va, mierda y yo estaba pensando en mi número telefónico

para dárselo a ella y decirle pasemos la noche juntos, pasemos la

14

noche bajo la lluvia, seamos una hoja seca. La camilla siguió

avanzando a través de un pasillo lleno de gente en silencio. La gente

me miraba con esos ojos que decían, pobre chico, tan joven, tan sano,

tan blanco y yo desde la camilla les dije tranquila gente, no soy tan

sano, ni tan limpio, ni tan creyente, no me lavo los dientes todas las

mañanas como ustedes, no me cambio de medias todos los días como

ustedes, no leo tantos libros, no hago deporte, ni rindo tanto en el

trabajo como ustedes, tranquila gente.

No venía al hospital desde la última sobredosis de un amigo

que se inyectó whisky en las venas en un wc de un bar luego de una

decepción amorosa. Le dije a la enfermera que no me dejara, que

estuviera conmigo todo el tiempo y que por favor encendiera un

cigarrillo, claro precioso toma un cigarrillo, dijo ella y entonces me

acarició la cabeza suavemente como si mis sueños fueran copos de

algodón. El cuerpo. La noche. La sangre. Dentro de mi cuerpo una

mano invisible y caliente escarbaba y sacaba manojos de luz y

silencio. Un hueco negro se estaba abriendo paso a través de los

huesos y lo estaba llenando de sangre y ruido. Después llegó un

médico y dijo que el asunto era grave, que no me moviera, que de qué

grupo sanguíneo era y le dije que de grupos sanguíneos poco, que si

quería le hablaba un poco de grupos de rock, un poco de Jimi Hendrix

Experience, de Cream, qué va dijo el médico, el asunto es grave, y

entonces miré a la enfermera y me dieron ganas de estar con ella en

una fiesta bailando spend the night together, ganas de estar con un

vaso de vodka, ganas de darle un beso en la mitad de los dientes

blancos, ganas de decirle nena vámonos de aquí y hacemos el amor en

la playa, ganas de estar en sus manos llenas de árboles. Sin embargo,

ya estaba muy mal, estaba mareado y el techo se me vino encima,

afuera llovía y no me acordaba ya si me llamaba Sven o Axel o si era

viernes o sábado o jueves en la mañana, tranquilo I Can live with or

without you. No sabía si tenía realmente ganas de morirme o ganas de

desangrarme en la mitad de la lluvia mientras le decía a la enfermera

me gusta tu perfume, me gusta la forma como me inyectas el suero,

me gusta la forma como me tomas el pulso, me gusta tu pelo, me

gusta el sabor de tu boca, me gusta cuando cantas spend the night

together, me gusta ese reloj que da la media noche, me gusta que me

acaricies la cara mientras me desangro, me gusta cuando me dijiste

tranquilo muñeco todo va a salir bien, piensa en algo lindo, y claro, yo

le dije que iba a pensar en algo lindo, y pensé que le regalaba unas

15

flores con vodka en una mañana de sol y que llegaba a su puerta y

hacía sonar el timbre ding dong y le decía hola preciosa, tranquilo

muñeco, pero ya no sabía si era rh positivo, rh negativo, si era negro o

blanco o sambo o mulato, cristiano, budista, ateo, asalariado,

independiente, comunista línea Pekín, comunista línea Moscú, no me

acordaba si me gustaba el café con dos cubitos de azúcar o con tres

cubos, si estaba en La Habana o en Praga, en Bruxelas o en París, en

un hospital o en un muladar, tranquilo nene.

Después me llevaron al quirófano y varios médicos con cara de

ballenas blancas se me echaron encima, fresco locos les dije, grave

asunto dijo uno de ellos y giré la cabeza y en la puerta vi a la

enfermera que me mandaba un beso con las manos, con la punta de

los dedos. Estiré los brazos. Hice todo lo posible por atrapar ese beso

invisible que venía hacía mí y creo que lo atrapé porque sentí un

calorcito en la palma de las manos cuando lo agarré y mierda volví a

mirar hacia atrás y allí estaba la enfermera y me dijo adiós con las

manos y deseé no morirme, deseé en ese momento con todas mis

ganas ser el conductor de esa ambulancia para verla todos los días,

para decirle oye preciosa me quieres?, para cantar junto a ella spend

the night together en las mañanas de sol, pero en ese momento morí.

Cuando salí del hospital la ciudad había sido destruida por

completo. Era un viernes y hacía sol, pero también llovía. La mañana

olía un poco a whisky, un poco a Philip Morris Products Inc

Richmond, Va Flip Top. La mañana era una prisión de luces

amarillas, una prisión con cielo azul y hojas secas. Pensé en Amarilla,

que se había ido una semana atrás. Deseé con todas las ganas del

mundo estar con Amarilla en algún bar tomando una copa y viendo

alguna pelea. Simplemente estar con Amarilla y verla a través del

efecto del vodka y después salir a la calle, a algún parque y decirle

tranquila muñeca yo te amo, tranquila muñeca yo te quiero, tranquila

muñeca todo va bien, tranquila muñeca el próximo sábado te llevo al

hipódromo y apostamos por LSD o por Sandinista, tranquila muñeca,

te compraré gafas de sol y nos emborracharemos toda la tarde, no

importa si LSD no gana, no importa, sólo importa que estemos los

dos, luego iremos a la playa a ver los barcos, contaremos los barcos,

soñaremos que estamos en África, en Asia, tranquila muñeca,

llevaremos todos tus gatos, de eso puedes estar segura, tranquila

muñeca, los dos estaremos presentes en el leve perfume de los árboles

16

en las mañanas, seremos árboles, seremos hojas, seremos el viento,

tranquila muñeca, nos desmoronaremos lentamente en las mañanas de

lluvia, en las mañanas de sol, y luego cuando pasen los días no

tendremos ni las mañanas, ni la lluvia, ni el sol, tranquila muñeca,

también llevaremos vodka y whisky para ensopar los días, las

mañanas y las noches, los minutos, las horas, las hojas, las nubes, el

cielo, el aire, las calles, las montañas con alcohol, con ruido, con

babas, con sudor. Tranquila muñeca.

Durante varios días caminé sin rumbo fijo por las ruinas de la

ciudad. Finalmente llegué al malecón. El mar estaba en calma. Llovía.

No había nadie. En el final del malecón había un pequeño bar. Se

llamaba El Café del Capitán Nirvana. Eran las doce del día y cuando

me acerqué sonaba I Shot the Sheriff. Era lunes y no pude obtener

satisfacción. Me senté en una de las mesas exteriores del Café del

Capitán Nirvana y un hombre salió a atenderme. Era la primera vez

que veía a alguien en muchos días y le dije al hombre que si había

visto a una enfermera de ojos claros que cantaba spend the night

together por allí y el hombre me dijo que no. Bueno, entonces pedí un

vaso de vodka con hielo y no pude obtener satisfacción. Cuando el

hombre me trajo el vodka le pregunté su nombre y me dijo que se

llamaba Max y le pregunté esta vez por Amarilla, que si había visto a

Amarilla, que olía a rosas. Max me dijo que me tranquilizara, que me

limitara a respirar. Claro Max. Me tomé el vodka lentamente. Miré

hacia el mar. Era mediodía y una gaviota revoloteaba encima del Café

del Capitán Nirvana y no pude obtener satisfacción.

Ese día le dije a Max que si me podía quedar allí, que no tenía

a donde ir. Max me dijo que claro, que solamente cerrara los ojos, que

me tomara todo el vodka que quisiera y que escuchara I Shot the

Sheriff. Después Max puso algo de Wagner y dijo que adoraba a

Wagner en las mañanas y que siempre lo ponía porque esa mezcla de

tristeza, mar y vodka le gustaba y además confiaba en Wagner porque

alguna vez leyó que era un tipo que era capaz de componer mientras

cagaba y que eso era suficiente para confiar en él. Claro Max.

Los días en el Café del Capitán Nirvana eran realmente

tediosos. En las tardes siempre nos cogíamos a golpes con Max,

porque él decía que era para no perder la costumbre. Entonces Max se

dirigía al afiche de George Foreman, que tenía colgado en el interior

17

del Café del Capitán Nirvana y se postraba enfrente, se echaba la

bendición, en nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo y luego

decía oye Foreman otro golpe? Y Foreman le decía desde el afiche,

claro Max otro golpe. Entonces salía e improvisaba con las mesas del

bar un ring de boxeo y me decía oye Sven preparado?, y yo le

respondía, claro Max preparado. Atención round número uno El Café

del Capitán Nirvana presenta esta tarde a Max El Asesino del

Malecón treinta peleas por la vía del sueño, poderoso jab de izquierda,

una cortadura en la mejilla derecha, un Cadillac rojo para llevar a las

muñecas después de la pelea y en la otra esquina Sven Cara de Tigre

Cansado, veinte peleas por la vía del sueño, diez perdidas, tres

entradas a la cárcel por abuso de alcohol y de drogas. Luego de media

hora la sangre empezaba a correr por las narices y entonces

parábamos y seguíamos tomando vodka. Recordábamos la cárcel, la

calle, las hamburguesas con grasa, la cerveza, en fin, ese olor a Philip

Morris Products Inc, Richmond, Va Flip Top Box Made in USA que

se iba pegando a los cuerpos, al cielo azul de las mañanas, a los días y

a las noches, recordábamos esas mujeres que olían a whisky, a esas

mujeres por las que uno es capaz de escribir su nombre con sangre

sobre la superficie de un lago congelado y claro, siempre le hablaba a

Max de la enfermera que había conocido la noche que morí y le decía

oye Max, la hubieras visto, me mandó un beso invisible en el

quirófano mientras cantaba spend the night together y me dijo

tranquilo muñeco y yo le respondí tranquila muñeca y no pude

obtener satisfacción.

Con nosotros estaba Joe, un pequeño fox terrier, que habíamos

rescatado con Amarilla, la noche que ella se fue. Joe, el pequeño fox

terrier pelo de alambre siempre dormía entre mis piernas. Siempre lo

acariciaba y le echaba un poco de humo azul cerca de la nariz y le

decía ánimo Joe, porque siempre estaba como triste, como bajado de

nota, como si se hubiera dado cuenta que los días eran tristes y opacos

y grises y entonces le volvía a decir ánimo Joe, pero Joe me miraba

con sus ojitos negros, roticos, tristes y nada parecía animarlo. A veces

le daba un poco de vodka, le ensopaba su boca en vodka. Animo Joe.

Mierda, qué perro tan triste.

Del Café del Capitán Nirvana sólo quedaban las mesas y el

aliento ausente de sus mujeres, ese aliento animal que se escurría por

el filo de los vasos llenos de licor, por el filo del perfume ido de sus

18

primeros días. Las mañanas se filtraban en los cuerpos lentamente

como inyecciones de sueños plenos de arena, whisky, sangre, sudor,

lágrimas, tetas, culos y humo. Pensar, tomar, fumar.

Levantarse. Acostarse. La sangre. El whisky. La Luz. El humo.

Los días. Sus mejores días. Esos días llenos de nalgas ciertas, tetas

inciertas, calzones certeros, de licores, de cigarrillos, de horas eternas

que pasaban bajo la luz, días que se fueron diluyendo como cubos de

hielo. Fueron días grandiosos. Las mañanas siempre olían a cabellos

profundos, dorados. A venado limpio. En las noches se organizaban

peleas de boxeo y las mujeres hablaban con todo el mundo. Las

noches olían a ron y no había preocupaciones. Los días pasaban a

través de la luz, a través del olor de los árboles, los labios, las nalgas,

la espuma del mar y el olor del wc. La sangre. El whisky. Los labios.

El wc. La luz. Las Nubes. Las Nalgas. De pronto la felicidad era ir al

wc, cagar en paz, pensar en paz, amar en paz, odiar en paz. Los

sábados iban al hipódromo a apostar a caballos que tenían nombres

hermosos, míticos, caballos que se llamaban El Trofeo de Elías, La

Lechuga de Vladivostok y se embriagaban en medio de olor a arena

de aquellos sábados y luego regresaban al Café del Capitán Nirvana a

hablar de boxeo, a regar un poco de sangre entre las mesas.

Regresaban con los cuerpos llenos de agujeros, con la mirada vuelta

mierda, con las manos llenas de lluvia y se sentaban a fumar,

aplastaban los traseros en los asientos y se quedaban allí, en el Café

del Capitán Nirvana abaleados por el humo azul del Philip Morris

Products Inc, Richmond, Va Flip Top Box Made in USA mientras se

consumían en el aliento invisible de los días y las noches. La sangre.

El whisky. Pensar. Dormir. Fumar. Levantarse. Acostarse. Culear. Los

Labios. Las nalgas. Puta vida. Las mañanas llenas de pequeñas luces

inútiles. El wc.

19

UNAS BABAS, DOS BABITAS

La calle. La noche. Unas babas. Dos babitas. Tres babitas. La

suciedad. Las luces de neón. Un disparo en la oscuridad. Un cuerpo.

Dos cuerpos. Un cigarrillo. La ropa. Los autos. Los perros. Las putas

y los bares. Los árboles y las canecas trip trip trip. Las ventanas. Los

rostros que se asoman por la ventana. Las puertas. Los perros. Guau

Guau. Otro disparo. Pum. Mierda. Ugh. Zas. Un vidrio roto. Una

sirena. Una puta que corre. La ropa. Un árbol. El aire. La calle. Que

cosa tan jodida. Ese olor. Ese olor. Diez de la noche. Un poco de

lluvia trip trip trip.

Daisy, está debajo de un poste de la luz. Le digo a Lerner que

nunca he podido saber si es hombre o mujer, elefante o burro y

entonces Lerner me responde claro Pink a lo mejor es burro o elefante

o algo así, qué cosa tan extraña trip trip trip. Daisy lleva un vestido un

poco escandaloso, un poco triste, un poco con babitas por todos lados,

un vestido en todo caso para putearse un poco bajo el aire violento de

la noche, un traje lleno de carritos rosaditos yo no sé trip trip trip para

las soledades que salen a las calles. La calle. La noche. La suciedad.

Unas babas. Dos babitas. Tres babitas trip trip trip. Desde hace mucho

tiempo Daisy sale a la calle, a esta calle, se fuma un cigarrillo y se

acerca a los autos, expele el humo azul y dice nene no te he visto

antes? Y entonces la voz del auto responde desde la oscuridad marica

20

guevón súbase y claro a Daisy se le aceleran las hormonas, bota el

cigarrillo, lo estripa con los tacones rojos, qué cosa tan escandalosa, se

sube al auto y le dice a la voz, oye nene haz conmigo lo que quieras y

mierda el auto se aleja con esa figura llena de humitos tristes que no

se sabe si es hombre, mujer, burro o elefante. La calle. La noche. Unas

babas. Dos babitas. Tres babitas trip trip trip.

Cuando Daisy nació su mamá lo primero que dijo fue, mierda

esta vaina qué es. Al principio no sabían qué era. Una mañana la

mama se acercaba a ese bebé que lloriqueaba y entonces le parecía

que era como un hombrecito. Sin embargo, a la mañana siguiente le

parecía, en cambio, que era más bien una mujercita. Al cabo de dos

meses decidieron que era un hombre y entonces apresuraron al cura

del barrio para que lo bautizara. Fue una ceremonia sencilla. Vino

Sansón. Galletas de sal. Una lágrima. Dos lagrimitas. Agua bendita,

aceite. En nombre del Padré, del Hijo y del Espíritu Santo. Lo

llamaron Rodrigo. Pero al año, puta mierda, entre las piernas tenía

más bien como una rajita, yo no sé trip trip y claro que llamen de

nuevo al cura. Fue otra ceremonia. Más sencilla. Vino Sansón.

Galletas de Sal. Una lagrimita no más. En el nombre del Padre, del

Hijo y del Espíritu Santo. La llamaron Daisy. La calle. La noche.

Unas babas. Dos babitas. Tres babitas. A medida que crecía Daisy fye

siempre diferente. Un cuco. Un cuquito. Tres cuquitos para Daisy, que

ella o él mismo lavaba en el lavadero mientras fumaba tranquilamente

sin afán bajo el aire de la noche hasta que decidió putearse de una vez

por todas, qué cosa tan extraña trip trip trip.

Una noche Daisy se acercó a un auto y claro, dijo a través del

humo azul del cigarrillo oye nene no te he visto antes?, y la voz

contestó mariquita claro que te he visto antes súbete y entonces Daisy

se subió, se acordó de los consejos de su mamá, que pilas, que no se

metiera con extraños, pero qué va, le pudo más la noche, el olor de las

babas, de la gasolina y entonces, qué vaina tan tenaz trip trip trip se

subió y buscó a la voz que provenía del interior y se dejo llevar por

los perfumes, por un poco de whisky, por un poco de música, por un

cigarrillo, por la lluvia, las luces, los semáforos. La calle. La noche.

Unas babas. Dos babitas. Tres babitas. Mierda. Lo amarraron a un

árbol. Lluvia. Un poco de sangre. Una gillete. Primero le rasgaron el

vestidito de carritos rosaditos y Daisy les dijo que por favor no le

dañaran el vestido, que era el único decente que tenía, el único traje

21

decente, pero puta vida, las voces le respondieron mariquita guevón

calla la boca, limítate a respirar, qué cosa tan jodida y después le

hicieron una incisión con la gillete en el muslo. En la cara le hicieron

un corazón y en las tetas escribieron la hora. Doce y treinta y cinco

trip trip trip. La calle. La noche. Unas Babas. Dos Babitas. Tres

babitas. Después lo llevaron de nuevo al auto y lo bañaron en whisky.

Claro. La noche perfecta. Whisky. Lluvia. Calor. Sangre. Cigarrillo.

Entonces Daisy se echó a llorar y les dijo nenes déjenme en paz,

déjenme putear en paz, pero qué va. Lo llevaron al puente y lo

amarraron de las manos y lo dejaron toda la noche colgado allí, con un

poco de sangre, con el cuerpo lleno de cortaduras, con la hora

marcada en las tetas llenas de silicona, doce y treinta y cinco de la

noche. La calle. La noche. Unas Babas. Dos babitas. Tres babitas. A la

mañana siguiente la policía lo descolgó. Mierda. A urgencias. Vacuna

contra el tétano. Y claro llegó la mamá y le dijo, pero mierda Daisy

pilas con los extraños y entonces cuando llegó el médico Daisy le dijo

oye nene no te he visto antes? Y el médico respondió fresco loco trip

trip trip. La mamá creyó que se iba a morir. Otra ceremonia. Que

traigan al cura. La extremaunción. En nombre del Padre, del Hijo y

del Espíritu Santo. Amén. A los tres días Daisy salió del hospital y lo

primero que hizo fue comprarse un vestido escandaloso y le dijo a la

mamá que le diera plata, que se iba a una orgía con un poco de

maricas, que no le jodiera la vida. La calle. La noche. Unas babas.

Dos babitas. Tres babitas. Qué cosa tan jodida.

El único amigo de Daisy era un elefante triste del zoológico.

Todos los días iba al zoológico y se sentaba frente al patio del elefante

Dick y le decía oye Dick me escuchas?, te habla Daisy un elefante o

un burro marica yo no sé trip trip y entonces Dick, el elefante lo

miraba a través de esos ojos grises y le decía fresco mariquita, sácate

los mocos mientras hace sol, qué cosa tan jodida. Daisy se quedaba

todo el día cerca de Dick. Fumaba. Leía. Lloraba. Fumaba. Llovía.

La gente de la ciudad ya lo conocía y los niños siempre decían

oye papá vamos a ver el nuevo animal del zoo y claro los enamorados

decían nos encontramos a las tres cerca del marica con cara de

elefante trip trip trip, qué vaina tan jodida. La calle. La noche. Unas

babas. Dos babitas. Tres Babitas.

22

La última vez Daisy llegó al zoo. Era una mañana de verano.

Cielo azul. Un cigarrillo. Humo azul. Unas pulseras. Plin Plin. Daisy

se acercó a Dick, el elefante y le dijo oye Dick me escuchas? Y Dick,

puta vida, le dijo no te escucho mariquita y entonces Daisy se acercó

más y mierda Dick lo cogió y lo enrolló con el moco y casi lo

estrangula. Mierda. Otra vez a urgencias.

Llegó la mamá y le dijo, pero mierda Daisy pilas con meterte

con elefantes extraños y Daisy le dijo que no lo jodiera, que se fuera

para la porra. Otra vez llamaron al cura. Otra ceremonia sencilla en la

clínica. Vino Sansón. Galletas de sal. Una lagrimita. En nombre del

Padre, del Hijo y del Espíritu Santo. Esta vez se hizo bautizar Daisy

Dick trip trip trip y le dijo al cura oye nene no te he visto antes? Y el

cura respondió Dios me libre de esta creatura, perdónalo porque no

sabe lo que dice ni lo que hace, amén y mierda desde ese día Daisy se

dio cuenta de que era un poco marica del todo, un poco elefante del

todo trip trip trip y que no le gustaban las galletas de sal. También le

dijo al cura que le echara agua bendita en la hora que tenía marcada en

una teta. Doce y treinta y cinco. La calle. La noche. Unas babas. Dos

babitas. Tres babitas.

23

LOS OJOS DE GARY GILMOUR

El primer recuerdo. La cárcel. El cielo azul y los patos

salvajes. Siempre el mismo maldito cuento. Claro. El cuento del

paletero Danny. La cárcel. El cielo azul. La cárcel y su olor lejano,

ausente. Max nació en la cárcel. Su madre había sido hecha prisionera

por haber matado a su marido. No importa porqué lo mató. Solamente

importa cómo. Le llenó la boca de lechugas, remolachas y espinacas y

lo ahogó y le dijo te vi cerdo. Hasta nunca. En todo caso Max nació en

la prisión, celda número 56, patio 5.

El primer recuerdo de Max son las máquinas de coser Singer

que alguna vez donó algún alcalde. Todas las mañanas las reclusas se

ponían a coser ropa cerca de las ventanas mientras Max jugaba con la

única pelota de basket que había en el patio número 5. A su madre le

decían la Pielroja. Tenía el pelo negro y sus manos parecían hechas

para matar coyotes en las noches de luna. Todas las noches La

Pielroja le contaba cuentos a Max en la celda número 56. Comían en

el mismo plato. Siempre era lo mismo. Sopa Maggi de minestrone,

una mogolla y café negro.

Cuando Max creció las otras reclusas jugaban con él. Lo

disfrazaban de perro y por poco lo vuelven marica. Creo que

24

definitivamente lo salvó un pequeño radio que se robó de una celda

vecina.

Definitivamente los home runs de Pete Rose y los puños de

Alí, de Foreman y Frazer lo salvaron de aquello. Todas las noches

después de que su madre le contaba algún cuento, siempre el mismo

maldito cuento, ese que decía que el paletero Danny se había ido al

África a venderle paletas de vainilla para la pandilla y paleta de melón

para el león, Max se quedaba escuchando las peleas de boxeo. Pero no

tenía con quien hablar de Foreman porque su madre y las otras

reclusas siempre estaban parloteando de corpiños, de ligueros, de la

puntada francesa, de las agujas.

Con el tiempo Max se fue ganando la confianza de los

guardias. Fue así como poco a poco conoció los otros patios de la

prisión. Con el guardia Monroe por lo menos podía hablar de boxeo y

de los deportes. Fue Monroe el que lo llevó a la celda número 90

donde estaba Gary. Gary Gilmour, condenado a la silla eléctrica. Gary

tenía unos ojos azules profundos. Era huérfano y en su juventud había

cantado en el metro para no morirse de hambre.

Gary olía a limpio y su camisa azul número 676869 le quedaba

algo grande. Gary tenía una expresión extraña en la mirada. En efecto

Gary era un poco tigre, un poco paloma, un poco pato salvaje. Gary

tenía la lógica de las aves. O de las hormigas. Era silencioso. Pasaba

los días metido en aquellas rejas a través del humo azul del cigarrillo,

a través de una canción. A través del olor de las galletas y el café.

Caminaba de pared a pared como los gorriones. Despacio. En silencio.

Y tal vez pensaba en el olor a pan de los días. En ese olor que llegaba

hasta su puta celda. En ese olor que se le iba por entre los ojos, por

debajo de sus silencios, por debajo del olor de sus calzoncillos.

Mierda. El olor de los días y Gary detrás de unas rejas. Gary

extrañaba el olor de las calles, de esas calles llenas de luces, ruidos,

buses y mujeres. Mierda. En la prisión sólo olía a desinfectante. El

olor del mundo estaba del otro lado. Del otro lado estaban esos

pequeños olorcitos que conformaban los días. El olor de unas babitas

dormidas, el olor de las rubias, ese perfume animal, el olor de los

buses llenos de rostros fugaces, el olor de las teticas, ese olor parecido

a la felicidad, el olor del licor, de la tarde, de los árboles, en fin, esos

olores que venían de los bares, de los techos, de las ventanas, de la

25

ropa, de la lluvia y de las personas de la calle. El olor de las mañanas.

Gary tenía la leve sensación de que lo mejor de la vida siempre

sucedía en las mañanas. Las mañanas eran un lapso de tiempo

transparente, una delgada franja invisible donde se tejían los sueños,

las palabras, los parques y el whisky. Estaba convencido que en las

mañanas se fabricaban las mujeres, los árboles y la lluvia. La luz. El

silencio. La mañana. El olor de la mañana. El resto del día era idiota.

No valía la pena vivirlo. Lo mejor siempre sucedía en ese tejido de

pequeñas nubes, en ese tejido absurdo que contenía la lluvia, la nada,

el mareo, la locura, la mierda, las aves y la luz.

El silencio. Poco a poco se fueron haciendo amigos. Max

comía en el mismo plato de Gary y hacía pipí en su bacinilla blanca.

Con el tiempo Gary le consultaba todo a Max sobre todo en lo que

tenía que ver con la relación entre los días y las aves. Para Gary los

días pasaban según el estado de ánimo de las aves. Los lunes siempre

pasaban los patos salvajes y rompían con su aleteo el murmullo gris

de la prisión. Los martes las palomas se posaban en las mallas de

alambre y se quedaban toda la mañana quietas, inmóviles, alucinadas.

Los miércoles era tal vez el día de los gorriones. Estos bajaban hasta

el patio y picoteaban el asfalto buscando las moronas de pan. Los

jueves y viernes nunca había aves. El silencio. El olor. El día.

-Esos son los mejores días para morirse. Esos dos días las aves

están en otra parte, lejos del olor del mundo- decía Gary.

Gary le enseñó a Max las reglas del beisbol, sus trucos.

También le contó que había cogido un batazo de Pete Rose el

día que asesinó a su víctima número doce. Fue en un ascensor. Era

una rubia que trabajaba en un bar cercano donde Gary vivía. Gary

nunca pudo soportar que aquella rubia no le hubiera aceptado la

invitación para ir el sábado a la playa. Gary había llegado de un

partido de béisbol y realmente se sentía inmortal. Había logrado

atrapar una pelota que Rose había mandado a la gradería donde él

comía palomitas de maíz. Gary consideró que si un home run de Pete

Rose había llegado hasta sus manos podía levantarse a aquella rubia

del bar. Pero no fue así. Creo que la rubia prefería a los camioneros. Y

Gary no era camionero. Su profesión era solitario. Gary vivía solo,

comía solo, cagaba solo, lloraba solo, soñaba solo. Por eso después

26

del partido de béisbol con la pelota entre su bolsillo se subió al bus,

soñó despierto con la rubia de la cual no sabía el nombre pero que

tenía cara de llamarse Porfiria. En todo caso algún nombre extraño,

porque Gary clasificaba a las mujeres por su modo de caminar y esta

rubia caminaba dando pequeños salticos de venado asustado. Mientras

iba en el bus, Gary soñó que invitaba a Porfiria a la playa. Soñó con la

espuma del mar, con un traje de baño rojo, con una cerveza fía, con un

aliento rubio entre sus manos, atrapado entre sus dientes. Entonces

llegó al bar, se le acercó y le dijo:

-Hey, Porfiria, tengo un home run de Pete Rose entre mis

manos y eso me hace feliz. Eso es la felicidad. Y por eso te voy a

invitar el sábado que viene a la playa y tomaremos cerveza fría

mientras el sol reviente en nuestros cuerpos y en tu pelo que huele a

fresa-.

Pero Porfiria o como se llame no le hizo caso. Gary sintió que

de nada había valido ir esa tarde al estadio a ver a Pete Rose. Por eso

siguió a Porfiria hasta los apartamentos Le Pavillon y esperó a que

oprimiera el botón del ascensor. Tal vez pensó en darle una última

oportunidad. Tal vez pensó en decirle que quería desayunar café

negro cerca de sus babas perfectas, cerca de sus nalgas rosadas, cerca

de sus dientes blancos, cerca de su olor a crema dental bifluor, pero

Porfiria se metió al ascensor. Gary hizo lo mismo y la mató a golpes

con la bola con la cual Pete Rose había hecho el home run aquella

tarde de domingo a las tres de la tarde mientras comía palomitas de

maíz y estaba sentado sobre una cachucha azul para no ensuciar sus

pantalones nuevos.

Una mañana el guardia Monroe le dijo a Max que la corte

había fijado la fecha de la muerte de Gary. Max jugaba con la pelota

de basket. La estaba haciendo rebotar contra el muro. El cielo estaba

azul y del otro lado llegaban los sonidos de los autos que pasaban a

toda velocidad y también el murmullo del viento contra las montañas.

Monroe le dijo a Max que a la mañana siguiente ejecutarían a Gary en

la silla eléctrica. Max se dirigió a la celda de Gary y como todas las

mañanas Gary daba la impresión de ser un profesor de historia o algo

por el estilo. En efecto, en las mañanas siempre tenía el pelo recién

mojado, estaba bien rasurado y fumaba mientras observaba hacia el

único árbol de la prisión. Se trataba de un urapán verde donde las

27

palomas se posaban todas las mañanas a picotear las hojas y a beber el

rocío que se hallaba en la copa del árbol. Gary le tenía un nombre a

ese árbol. Lo llamaba Zimbawe. Gary decía que en la próxima

reencarnación sería un pastor de cebras en Zimbawe y que pasaría

todos los días observando a su manada de cebras blancas y negras

tostado por el sol mientras comía cerezas salvajes.

-Tal vez me llamaré Zumbwer y mediré casi dos metros y

tendré una mujer de senos flacos y morenos que hará pan tostado en

una hoguera cerca de la choza-.

Cuando Max llegó a la celda Gary cantaba Get Back Get Back

To Where You Belongs Get Back Go Home Get Back Get Back. Gary

le hizo jurar a Max que iba a cuidar de Zimbawe y que le daría de

comer a las palomas. Le dijo que el cocinero siempre dejaba sopa

Maggi en la alacena y que eso le gustaba a las palomas. Max juró que

así lo haría todas las mañanas.

La ejecución estaba programada para el otro día a las siete de

la mañana. Lo único que pidió Gary Gilmour fue que le pusieran I

Can’t Get No Satisfaction cerca de la silla eléctrica. También pidió

que le dejaran leer los diarios y aquella parte de la biblia que decía

“muchos son mis adversarios y mis perseguidores, pero no me aparté

de tus testimonios” y por último que lo enterraran cerca de su árbol

preferido, cerca de la raíz de Zimbawe.

Ese día Gary le hizo un regalo especial a Max. Debajo del

colchón sacó una bola de béisbol que olía a cama, a estadio lejano, a

cerveza, a gritos, a gradería occidental. Gary le dijo que esa bola era el

home run que había atrapado en el estadio, aquel lejano día que mató

a Porfiria y que todos los días debía hacerla rebotar contra algún muro

de la prisión para recordarle a Dios que Gary Gilmour estaba en el

Infierno y que allí se sentía demasiado solo y que lo que realmente él

deseaba era ir a una pradera de Zimbawe a ver sus cebras blancas y

negras mientras se fumaba un tabaco duro en las tardes de verano.

Todo ese día Gary Gilmour le habló a Max de boxeo, de los

salmos, de cómo se sentaría en la silla eléctrica. En la tarde, luego de

haber mirado a Zimbawe se sentó en la silla de madera que había en

su celda, se quitó la correa y se amarró las manos. Parecía como si

28

estuviera desayunando café negro y tostadas con mantequilla.

Entonces empezó a cantar una canción y dijo que en el momento de la

descarga iba a pensar en una larga autopista sembrada en la mitad de

un eterno desierto amarillo que olía a mierda de coyote, a peyote y a

bajas de india comanche. Soñaría que iría a bordo de un Buick rojo de

doce cilindros con el radio a todo volumen.

-Tal vez la sangre no me hierva tanto si pienso en esto-, dijo

Gary.

Al otro día, a las siete de la mañana Max se encontraba cerca

del pasillo. Gary Gilmour estaba custodiado por varios guardias. Su

rostro dejaba ver una extraña mezcla de sensaciones. Mientras

caminaba escoltado por los guardias parecía como si Gary fuera a

encontrarse con una mujer solitaria en un bar para invitarla a una

copa, pero también tenía esa mirada como si a uno de pronto le dicen

que Dios movió el dedo y mierda es el turno. Nada que hacer. El

guardia Monroe se le acercó y lo abrazó como si fuera su propio hijo.

Le puso un cigarro en los labios y le estampó un beso de padre.

Monroe le echó un poco de colonia en la barbilla. Le dio cariñosas

cachetadas en las mejillas y le dio la bendición. Gary se arrodilló. En

el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo. Gary no quiso

recibir al sacerdote de la prisión porque consideraba que el guardia

Monroe estaba más cerca de él que el cura, que solamente se aparecía

cada mes y daba la misa campal en el patio de la prisión y luego

desaparecía a bordo de su pequeño auto. Antes de entrar a la sala de

ejecución Gary se acercó a la ventana donde estaba Max y le dijo con

los ojos no olvides lo de la pelota de béisbol Max no olvides a

Zimbawe no olvides darle sopa Maggi a las palomas en las mañanas

cuida a La Pielroja yo sé porqué te lo digo no olvides la curva número

7 era la que siempre cogía Pete Rose los domingos cuando el cielo

estaba azul.

La ejecución fue rápida. Duró menos de un minuto. Mientras

duró ese minuto el pequeño Max cantó Get Back Get Back To Where

You Belongs Get Back Go Home Get Back Get Back. El cielo estaba

azul y daban ganas de vomitar. El cielo estaba azul y mierda, no había

señales de Dios en las nubes. Mierda. El silencio estaba en otra parte.

Las aves estaban en otra parte. El día, las nubes y el café se hallaban

29

ausentes, lejanos. El silencio. La silla eléctrica. La luz. La

electricidad. Los sueños podridos. El silencio.

Max lloró durante una semana y en esos días se olvidó de ir

hasta el urapán a echarle sopa a las palomas. No obstante, después lo

hizo religiosamente todos los días. También hizo rebotar la bola

contra la pared de la prisión para recordarle a Dios que Gary Gilmour

no debía estar en el Infierno, sino en Zimbawe cuidando un rebaño de

cebras blancas y negras mientras su mujer de senos flacos y morenos

le preparaba el pan en la hoguera cerca de la choza.

-Oye, chico. El día de mañana tienes que ser algo grande.

Tienes que robar un tren o algo por el estilo-

Eso fue lo que Gary le susurró a Max antes de entrar a la sala

de ejecución. El sol inundaba los pasillos de la prisión. El patio

número 5 olía a café recalentado. Era jueves o tal vez viernes porque

no había aves en los muros.

30

EL ALIENTO DE MARILYN

Y entonces me acordé de esos wc donde había entrado muchas

veces, en los bares. Esos wc que olían a calzones rosados y donde

siempre había alguien mirándose frente al espejo y decía oye me

regalas un poco?, claro por qué no, toma un poco y entonces el espejo

se llenaba de pequeñas gotas de sangre y whisky y después llegaba la

policía, tranquilos muchachos, aquí no ha pasado nada y sacaban al

chico que había tratado de escribir su nombre con sangre en el espejo.

Mierda, esos wc eran más interesantes que cualquier cosa. Siempre

había allí gente que lloraba, que gemía, gente que se cortaba las venas

mientras sonaba I Want run with you, gente que tenía el corazón

ensopado en orines y whisky I Want run with you, gente que se

quedaba largo rato en el wc pasando la noche, gente que se levantaba

en las mañanas vuelta mierda y en la noche se iban al wc del bar y te

decían tranquilo chico, todo bien? Claro todo bien y después todo era

igual, la música, la policía, la botella estallada en la cabeza. El ritmo

de los días se vivía en el fondo de un wc con un poco de whisky, con

un poco de orines, con un espejo, con I Want run with you y al final

todo bien.

31

Eran las tres de la tarde. Hice una pequeña siesta. El ruido de

Max afuera me despertó. Max estaba terminando de componer el

aviso del Café del Capitán Nirvana. Me dijo que había que esperar a la

noche para ver cómo brillaba el neón en medio de los susurros sordos

del mar. Le conté a Max el sueño que acababa de tener. Estaba en la

mitad del mar y de pronto vi a Amarilla a bordo de su bote blanco. El

mar estaba perfectamente azul, perfectamente liso. Parecía una

inmensa tela azul salpicada por gotas de luz. Amarilla estaba en su

bote, vestía una camisa blanca, de esas que se deben lavar a 20 grados

de temperatura con jabón especial y comía enormes naranjas azules y

me dijo con las manos, con las babas, con el sol, hola muñeco y yo le

dije hola muñeca y entonces después traté de llegar hasta el bote, pero

Amarilla me lanzaba las naranjas azules sobre mi cabeza y cada vez

me iba hundiendo más hasta que me despertó el ruido del taladro y no

le pude decir más hola muñeca vámonos a otro sueño. Hablamos de

Amarilla. Le mostré una foto que me tomé una tarde en el hipódromo

con una polaroid de contrabando. Estaba recostado contra una baranda

y al fondo se veían las graderías del hipódromo. Llevaba mi chaqueta

azul, mis gafas de sol, un Strike entre mis labios y un kilométrico de

mina negra en mis manos para hacer las apuestas. Detrás de mí había

alguna gente con gafas negras. Algunos llevaban cigarrillos en sus

bocas. Un hombre a mi derecha tenía una cerveza en una mano y en la

otra unos binoculares. Ese día tenía ganas de mezclarme con la gente,

ganas de marearme con el olor de los perfumes de esas mujeres que

fumaban a mi lado, ganas de decirles muñecas pasemos la tarde

juntos, no les preguntaré el nombre, hey muñecas el día no está para

problemas, yo no quiero problemas. En verdad, cada vez que iba al

hipódromo la sangre me bullía en mi interior. No pensaba en nada

desagradable. Solamente me dejaba llevar por ese sol, por el cielo azul

por el olor de los caballos y de las mujeres. Me tomaba una cerveza,

encendía un cigarrillo y creía en Dios cuando alguna mujer pasaba

junto a mí y me decía cuidado nene y yo le decía claro nena sigue tu

camino. Esos días inolvidables. Los llevo en la mitad de los huesos.

Eran días delgados que pasaban como por debajo de la luz de

la tarde, como por debajo de la cerveza, como por debajo de Dios,

días donde todo el mundo tenía una sonrisa en los labios y le decían a

uno no te conozco, pero me caes bien, todo bien, claro.

32

Ese día había ido a apostar a mi caballo favorito: Creole.

Realmente era mi última esperanza. Estaba sin trabajo y lo poco que

me prestaban lo invertía en Creole. Creo que siempre apostaba por

Creole porque me parecía que era un caballo que tenía un nombre

honesto, limpio, fresco.

Esa tarde esperaba la carrera. Carril cuatro para Creole.

Mientras esperaba a Creole, me tomé varias cervezas frías y me fumé

varios cigarrillos. Observé la gente a mi alrededor. La mayoría

estaban concentrados en sus apuestas. Hablaban, gritaban y se

contaban las cosas que les había sucedido en la semana. A mi lado un

anciano jubilado de chaqueta blanca y que olía a ajo me dirigió la

palabra. Me trató de muchacho y me empezó a hablar de que apostar

era todo un arte y que debería ser considerado una de las bellas artes.

Me dijo que sólo que había que pensar en los nombres de los caballos.

Realmente esos nombres eran pequeños poemas de una o dos

palabras, leves poemas de arena, licor, emoción, sol, crines y dinero.

En resumen venir al hipódromo era la síntesis de la vida.

-Nada en el mundo tiene esos nombres tan sonoros como los

caballos, ni siquiera las mujeres-, agrego el anciano que olía a ajo.

Púrpura Profunda, Mariposa del Tibet, Cuba, Capitán Berlín,

Comandante Cero, LSD, Estrella Polar, Orión, Sandinista,

Mermelada. Todos eran nombres de fuerzas, nombres que invocaban

otras cosas. El anciano me dijo que todos los sábados eran sus días

sagrados. Se ponía su chaqueta blanca, que le había regalado su mujer

y se venía al hipódromo a gastar el día viendo como LSD, Sandinista,

Cuba y el Capitán Berlín sudaban y corrían bajo el sol de la tarde.

-Vea. Púrpura Profunda es una yegua atroz. Siempre parte por

el carril número uno. Es una yegua casi diosa, un ángel. No más hay

que ver cómo entrecruza las manos y las patas. Uno, dos, uno, dos. Es

una sinfonía sobre la arena. Mariposa del Tibet es otra yegua preciosa,

espectacular. Parece hecha de nieve, de viento fresco. Carril número

dos. Cuídese de los ejemplares de más de tres palabras. Desconfíe de

ellos, muchacho, fíjese en Cuba. Es un macho joven, perfecto. Carril

número tres. LSD. Puro veneno en sus patas. Es como los hongos.

Como peyote del desierto-.

33

En todo caso al rato me aburrí de la conversación del anciano

que olía a ajo y fui por una cerveza. Quería cruzarme con la gente, con

las mujeres de blusas vaporosas que fumaban cerca de las barandas y

que hablaban de ir a la playa a tomar el sol. Mientras avanzaba hacia

el bar del hipódromo todo a mi alrededor olía a arena, a sudor, a

Chanel número 5, a labial rosado. La tarde estaba hecha de un poco de

LSD, de un tanto de Heineken, de tabaco rubio de Virginia, de crin de

Capitán Berlín, de champú de fresa contra la resequedad del pelo, de

jeans azules, de kilométricos de minas azules y negras, de gafas de sol

y de miradas que se incrustaban en la pista de arena.

Creo que fue al regreso cuando tropecé con una mujer que

llevaba en sus manos el diario. Pedí disculpas. La mujer olía a

lavanda, a tarde de sábado. Olía como si hubiera estado sobre la

hierba fresca leyendo la página de los caballos. La miré a la cara y en

sus ojos vi a Púrpura Profunda, a LSD y me dieron ganas de decirle

muñeca no quiero problemas, sólo quiero oler tu perfume, sólo quiero

pasar la tarde junto a ti, sólo quiero que hablemos y que nuestras

palabras se vayan con el humo azul de nuestros cigarrillos. Muñeca,

sólo quiero meterme un poquito más allá de tus olorcitos, todo bien.

Nos sentamos. Le ofrecí un poco de Heineken. Me habló y su aliento

pareció que olía a como debía oler el aliento de Marilyn Monroe: a

rosas rojas en medio de la turbina de un DC-3 plateado en una noche

de lluvia. Esta mujer que estaba a mi lado expulsaba palabras que

olían a tinte dorado, a faldas blancas, a cigarrillos rubios con café y

brandy. Me dijo que se llamaba Amarilla y que todo bien, fresco loco,

que me sentara junto a ella, que le hablara, que le dijera muñeca todo

bien, que ella también respondería todo bien, que no quería

problemas.

-A qué te huelen tus sábados? Los míos huelen a brandy y

rosas podridas - me dijo Amarilla mientras encendía un cigarrillo. No

supe qué inventarle. Para salir del apuro le respondí que no me

gustaban las rosas y que mis sábados olían a lata vacía de cerveza. En

todo caso no fue una respuesta genial, pero Amarilla se sonrió y yo

me deje llevar por el olor de su tabaco, por el perfume de su cuello y

por ese desasosiego que emanaba de sus palabras.

Le hablé a Amarilla de Creole. Amarilla iba a apostar por el

Capitán Berlín. Sin embargo, Creole no ganó esa tarde y tampoco el

34

Capitán Berlín. Hacia las seis de la tarde salimos del hipódromo y

fuimos a un café en la avenida Blanchot a tomarnos una copa.

Caminamos en silencio. Fumamos mientras observamos la eterna

caída de las hojas secas. El bar estaba un poco aburrido. La gente

estaba como apagada, como si llevara huesos de plomo debajo de sus

vestidos y entonces me pareció que Amarilla se estaba aburriendo y

que había que hacer algo, había que decirle algo y entonces le solté

algo, oye muñeca no te aburras y ella me dijo fresco muñeco no me

aburro, pero al final todo bien. Sí, todo bien. Amarilla estaba todo

bien. Todo bien sus labios rojos. Todo bien sus manos que encendían

los cigarrillos. Todo bien muñeca cuando me dijiste Sven tranquilo

muñeco otro vodka, claro muñeca, todo bien. Todo bien el olor de

Amarilla. Todo bien, la noche, el bar, la música, el vodka, Light my

fire, en fin, todo bueno muñeca cuando encendiste mi fuego, todo bien

muñeca. Al principio hablamos de nuestros respectivos trabajos.

Amarilla trabajaba haciendo traducciones. Yo le conté a Amarilla que

me acababan de despedir del diario, donde trabajaba desde hace

algunos años en la sección de deportes, pero le dije, tranquila, todo

bien muñeca, es suficiente que estemos los dos aquí, todo bien y que

me digas muñeco y yo te diga muñeca mientras la noche se desangra

en el fondo del vaso de licor, todo bien.

Después la acompañé hasta su apartamento y nos despedimos

y le dije que quería verla al otro día, que ese día había estado todo

bien y que deseaba que al otro día todo estuviera bien muñeca y ella

me respondió mientras encendía un cigarrillo, claro nene, todo bien

mañana nos vemos, pero me indicó que no la llamara antes de las diez

de la mañana porque a esa hora siempre estaba vuelta mierda y no del

todo bien, claro.

Caminé por la avenida Blanchot y desde ese día supe que

Amarilla estaba hecha de mucha oscuridad, pero al mismo tiempo de

mucha luz, como si se hubiera revolcado durante miles de años en la

espuma del mar, en las estrellas, en la arena, en las sombras y de

pronto se me hubiera aparecido así, casi perfecta, casi diosa, casi

animal. Me acorde de su aliento a Marilyn Monroe. Mi cuerpo estaba

impregnado de ese olor a rosas rojas y violentas en medio de la

turbina de un DC-3 en una noche de lluvia.

35

Llegué a mi apartamento y marqué con el kilométrico de mina

negra el calendario de cigarrillos Pielroja donde aparecía una mujer de

dientes blancos fumando un cigarrillo mientras reía. No podía dormir.

Me puse a escuchar música y me recosté en el sofá mientras sonaba la

Sinfonía No.5 en Do menor Op. 67 de Beethoven ejecutada por la

Orquesta de Conciertos Lamoureux dirigida por Igor Maketevitch. Me

fumé un cigarrillo y hasta mí llegaron los gritos de esa tarde, en la crin

de LSD, la espuma dorada de la Heineken, el labial rosado de

Amarilla. Era como si esa tarde la hubiera vivido a través de las gotas

de lluvia de un vidrio, como si esa tarde se hubieran reunido todos los

segundos, todos los minutos, todas las horas, todos los olores, todos

los colores que me permitieron conocer a Amarilla.

Al otro día, domingo, llegué a primera hora a su departamento

y me recibió con un hola precioso todo bien? Claro Amarilla todo

bien. Luego fuimos a caminar sin rumbo fijo. Compramos los diarios

y nos sentamos en una banca de un parque. Parecíamos dos pequeños

colegiales leyendo los libros escolares antes de que pasara el bus.

Realmente no sabíamos de qué hablar, pero todo bien.

Amarilla hizo una anotación curiosa. Me dijo que los

domingos siempre esperaba encontrar en los diarios una noticia

especial. Algo fuera de lo común.

-Siempre abro el diario y espero leer noticias como por

ejemplo hay una nueva receta de mariposas con dinamita o algo así-.

Después caminamos por la avenida Blanchot. Entramos a un almacén

de chocolates. Desde que era chico no entraba a esa tienda. Una

señora obesa y demasiado blanca nos atendió. Me pareció que sus

senos eran como dos enormes quesos tilsit. Los chocolates tenían

figuras de animales. Águilas, perros, gatos, serpientes de chocolate.

Amarilla compró una libra de águilas de chocolate. Salimos y fuimos

a un parque a comernos los chocolates. Amarilla empezó a contar que

cuando era pequeña una vez se le apareció Santa Claus. Pura mierda.

Creo que hacia el medio día nos metimos a una película.

Durante la proyección Amarilla se recostó en mi brazo y cada vez que

alguno de los personajes hablaba Amarilla repetía el diálogo. Después

salimos de nuevo a las calles, de nuevo nos metimos a ese olor a

gasolina con sotana cural que tienen todos los domingos. Fuimos al

36

malecón y Amarilla fue dejando caer una a una las hojas de los diarios

sobre el agua del mar. Nos comimos toda la libra de águilas de

chocolate. Toda la tarde nos quedamos observando los barcos que

salían de la bahía. En la tarde fuimos a las fábricas. Anduvimos por

aquellas calles llenas de humo y aceite y nos acercamos a los vagos

que se calentaban las manos encima de pequeñas hogueras buscando a

Pink Tomate, un gato que se le había perdido a Amarilla, un gato al

que Amarilla le contaba cuentos en las mañanas, un gato todo bien,

que se había ido tal vez para la mierda y entonces seguimos

caminando por esas calles y Amarilla se acercó a los vagos y les dijo

muchachos la han pasado bien? Y ellos le respondieron no tan bien

como tú preciosa y mierda ese día recorrimos toda la zona de las

fabricas buscando a Pink y al final ya estábamos cansados y yo lo

único que tenía ganas era de tenderme sobre la hierba y escuchar la

voz de Amarilla diciendo la has pasado bien?, pero ella seguía

obstinada buscando a Pink Tomate hasta que se nos acabó el whisky y

yo le dije muñeca ya no doy más y ella dijo está bien muñeco todo

bien. En todo caso Pink Tomate se había escapado desde hacía una

semana y no había aparecido y para Amarilla eso era fatal. Pink

Tomate era su única compañía. Pura mierda.

Ningún vago dio razón de Pink Tomate a pesar de la detallada

descripción que dio Amarilla. Amarilla les dijo, mierda, que Pink era

un gato que le gustaba el licor y que si uno se ensopaba la mano con el

alcohol venía y le lamía la mano lentamente como si fuera el último

sorbo, que era un gato con problemas, qué vaina, pobrecito, pero que

era un gato todo bien, un gato que la pasaba bien. Un vago sacó

alcohol de su bolsillo una botella y se restregó las manos en alcohol.

Finalmente llegamos al puente. Ocho de la noche. Amarilla

miró hacia las fábricas. Enormes penachos de humo se infiltraban

entre las nubes de aquel cielo de domingo. La ciudad olía a cebolla.

Amarilla llamó a Pink Tomate desde el puente.

Después nos metimos a un bar de la calle Zebina, entre

carreras 56 y 57, abajo del parque donde partían los buses. Bar Los

Moluscos. Pedimos un par de copas de vino.

37

En Los Moluscos el ambiente estaba algo caliente. Sonaba

Wild Thing de Hendrix y varios borrachos se preparaban para hacer

una pelea al interior del bar.

Amarilla fue al baño y me dijo que siempre que había pelea en

un bar se sentía en una fiesta y que tenía que ir frente al espejo y

echarse labial y decirse frente al cristal ésta es tu noche nena mientras

se daba cachetaditas y yo le dije está bien nena aquí te espero.

Cuando se estaba terminando Wild Thing un borracho le

estalló una botella de vodka a un hombre de gafas verdes y camisa

azul, que parecía sacado de un cromosoma del abominable hombre de

las nieves. Amarilla llegó del wc, se sentó al lado mío y se puso a

mirar la pelea desde la barra. Movía sus brazos como si espantara

moscas invisibles, indivisibles. Sus manos por momentos se perdían

en las nubes del humo azul del tabaco. Su voz sonaba como una lata

vacía de cerveza y yo le dije muñeca esto está muy heavy, pero ella

estaba feliz y me dijo no me jodas muñeco, no me jodas porque

cuando suena Wild Thing you make my heart sing me emociono y no

pienso en nada más, tranquila muñeca no quise decir eso, fresco loco,

no me jodas muñeco que cuando estoy en un bar me gusta sentir el

calor de las peleas, me gusta sentir las miradas tristes que me dicen

oye aquí estoy yo y allá estás tú, ven y háblame un rato, fresca

muñeca no te vuelvo a decir eso, no me jodas cuando bebo mi whisky

muñeco, déjame en paz y entonces nos quedamos otro rato viendo la

pelea del bar y luego seguimos tomando y hablando y cuando iban a

cerrar el bar Amarilla me dijo oye cómo va y yo le dije oye cómo va,

todo bien muñeca.

Después nada especial. Llegó la policía y se llevó a los

borrachos. Estuvimos un rato más en Los Moluscos. Cuando salimos

la noche se había tomado por asalto el domingo. Las calles estaban

desiertas y yo tenía en la mitad de los hueso, en la mitad de la sangre

el olor de Amarilla, el olor de ese domingo lleno de whisky, águilas

de chocolate, babas, nalgas, lluvia, noche, peleas, wc, humo y

desolación. Desamparo. Silencio. El bus. La sangre. El licor. El bar.

Los puños. El olor de la sangre derramada. El vodka. El domingo.

Amarilla. Muñeco. Fresco loco.

38

Llegamos al parque, a la estación de los buses. Amarilla se

subió al Meissen-Trinidad-Ruta 45E, Transporte sin Subsidio. El

conductor esperaba a que el bus se llenara. Alguna gente estaba

sentada en el bus. Aquel bus parecía un acuario sucio pleno de

cabecitas inciertas metidas en humo, once y treinta y cinco pm, bolsas

de almacenes Only y desolación. Amarilla se subió al bus. Me dio un

beso en la mejilla. Me sentí como cuando uno tenía la primera novia y

le tocaba despedirse entre los arbustos al frente de la casa antes de que

el papá saliera con el periódico en la mano como si fuera a espantar

con las páginas de los clasificados los besos.

El Meissen-Trinidad Ruta 45E rompió el silencio de la noche y

se perdió calle abajo. Al poco raro un bus se me acercó y me preguntó

para dónde putas iba.

-Saigón, Segunda Etapa-, respondí. El hombre del bus me hizo

una señal de que me subiera. Ya estaba finalizando el domingo.

Durante el trayecto no se subió nadie y me puse a hablar con el

conductor. Le conté que había conocido a una mujer que se llamaba

Amarilla. También le conté que se le había perdido un gato llamado

Pink Tomate y que si lo veía algún día durante el trayecto entre el bar

Los Moluscos y Saigón, Segunda Etapa me llamara urgentemente al

67848484 con el 3 adelante porque habían cambiado el indicativo.

Aquella noche el sudor de Amarilla se me pegó a los sueños.

Era claro que Amarilla era un sudo luego existo después de una copa

de brandy, sudo luego hago el café, sudo, luego copulo, sudo, luego

cago, sudo, luego me angustio, sudo, luego me arañas. Amarilla era en

esencia sudo, luego dudo.

Max miró hacia el cielo. Me dijo que ojalá esa noche no se

apareciera ningún muerto en el Café del Capitán Nirvana. El mar

bullía como si un millón de ballenas estuvieran revolcándose en el

lecho del océano entre los moluscos, los tiburones y los cascos de los

barcos hundidos. No sé qué pasaba. El día olía a atún. Era como si

Dios hubiera creado este mundo a partir de una lata de atún de

contenido 200 gramos. Max sirvió más vodka y yo le dije a Max oye

cómo va y Max me respondió oye cómo va, todo bien.

39

LLUVIA TRIP TRIP TRIP

Desde que el viejo Job se murió a veces Lerner, el gato tímido,

me acompaña en las noches a recorrer los techos de la ciudad. Hoy

recorrimos un techo muy particular: el techo de la casa de Altagracia.

Altagracia es una mujer solitaria y vive cerca del apartamento de

Amarilla. Creo que nunca se ha casado. Varias noches la hemos

estado observando. Es bien rara esta Altagracia. Se toma un café

negro sin azúcar, escucha you shook me all night long una y otra vez

you shook me all night long, se fuma un cigarrillo, agarra el teléfono

trip trip trip, marca un número, tira el teléfono con rabia, le escupe a

las matas y yo le digo al tímido Lerner que se caga de frío al lado mío,

mierda Lerner qué cosa tan seria de vieja y Lerner me contesta, si túlo

dices viejo Pink Tomate es porque es así.

Ocho de la noche. 8 pm. Noche. La noche está fría. Clara.

Huele a labial, a mujer rodeada de oscuridad. La noche.

Altagracia. Su camisa roja. Claro. El cielo negro. Altagracia

abre las cortinas de su apartamento. En el interior se ve una mesa con

un florero. Parece que tiene invitados porque dispone todo al parecer

para una comida. Mentira. Es sólo un invitado porque pone los

40

cubiertos para una persona. Lerner está que se duerme, qué cosa tan

seria y allá adentro Altagracia barre el apartamento con una escoba y

baila you shook me all night long de aquí para allá, mierda y Lerner

está que cierra los ojos y entonces lo araño y le digo que se ponga

mosca y Lerner me responde que está bien, que me calme. Altagracia

debe tener unos cuarenta años. Tetas más o menos. Culo más o

menos. Piernas más o menos. De todos modos creo que con un par de

vinos la cosa mejoraría notablemente. Altagracia es de esas mujeres

que hay que sumergir en el olor del alcohol, de esas mujeres que

sueltan palabras llenas de sudor y desesperación, palabras en todo

caso que hacen eco dentro de la confusa botella ebria de los días. Pasa

una hora, tal vez hora y media.

Allá abajo la ciudad está que bulle. Es viernes y por eso los

habitantes van de un lado para otro buscando un vaso de vodka con

hielo, una silla, un cigarrillo, unos labios rojos y carnosos que hablen

y dejen escapar esas palabras rasgaditas, esas palabritas nocturnas que

salen oliendo a whisky, a lengua seca, a humo azul, a semáforo en

rojo y amarillo tú me sacudes toda la noche trip trip trip.

Ahora Altagracia pone dos platos blanquitos y limpiecitos con

unas frutas. Después va a la cocina y regresa con una botella de vino.

Mierda, qué romanticismo tan idiota. Sólo faltan las velitas para que

se digan idioteces bajo la luz tenue, cosas como oye nene ven para acá

y me hablas cerca del corazón. Mierda, es cierto. Altagracia instala un

candelabro con dos velitas. A lo mejor el hombre que venga sea

sensato y vaya directo al grano y le chupe las tetas sin tanto

preámbulo. Le comento a Lerner mi pensamiento y me contesta, si tú

lo dices es porque es así viejo Pink Tomate. Mierda, qué cosa tan seria

con Lerner. Siempre me da la razón. A veces pienso que es perro y no

gato trip trip trip. Ahora sí. Comienza la acción. Ding dong. Suena el

timbre. Un hombre llega. Un beso en la boca. Ding dong. Dientes.

Lengua. Ocho de la noche. Ding Dong. Una erección. Una teta, una

nalga, una noche, una botella, una desesperación. Ding dong. La

lengua. Las babas. Las manos. El olor a whisky y a sangre. El hombre

le mete toda la lengua a Altagracia y con una mano le acaricia las

nalgas más o menos de ella. Altagracia lo hace seguir, cierra la puerta

y se abre un botón de la camisa. El hombre se sienta en el sofá y

enciende un cigarrillo y le dice que ella es como un diamante loco en

la mitad de la noche y entonces Altagracia le responde tranquilo

41

muñeco no es para tanto. Mierda, qué cosa tan tenaz de frase trip trip

trip. Después pasan a la mesa. Altagracia apaga las luces y enciende

las velitas maricas. Claro, un poco de música you shook me all night

long trip trip trip. Comen despacio, sin afán. El hombre la mira a los

ojos. Altagracia mira su plato y a veces levanta la mirada. El hombre

le levanta la falda por debajo de la mesa con su zapato y entonces le

digo a Lerner que, oye gato guevón pon atención y Lerner me

responde claro Pink, voy a poner atención. El diamante loco. Las

piernas. El sudor. Las babas. Un beso, Mi amor. Mi muñeca. Mi

diamante loco. El zapato penetra la zona oscura de Altagracia trip trip

trip, qué diamante tan loco tienes allí adentro Altagracia y qué vaina,

para la mierda la puta comida, qué cosa tan seria. El hombre se para,

se abre la camisa, lanza para la mierda los platos y el candelabro,

agarra a Altagracia, le abre la camisa, le coge las tetas, y la pone

encima de la mesa con violencia y le coge las nalgas, eso es, así se

procede, le chupa las tetas y Altagracia le dice así muñeco, así

muñeco y el tipo se ahoga en los sudores reprimidos de aquella mujer

llena de diamantes locos por todo el cuerpo, así muñeco, así trip trip

trip. Mi diamante loco. Las babas. Las piernas. El sudor. La muñeca.

El muñeco. La noche.

Ahora se hallan sobre la mesa, sobre el mantel. Altagracia se

incorpora. El hombre enciende un cigarrillo y mira hacia el techo.

Expulsa el humo lentamente sin afán y tal vez sueña con esas nalgas

llenas de diamantes rojos y locos como los tomates. Mierda, qué cosa

tan seria trip trip trip. Ojo. Altagracia se acerca por detrás. En su mano

tiene una pistola. Muñeco así es que se hacen las cosas, le dice. Pum.

Pum. Scracht. Zas. Ohh. Ugh. Dos disparos cerca del corazón. Puta

mierda trip trip trip. El hombre muere con una sonrisa en sus labios.

Le digo a Lerner que ese hombre tal vez murió pensando algo así

como muñeca qué diamantes tan asesinos tienes en la mitad de tu

cuerpo y entonces Lerner me responde puta mierda Lerner, qué sabio

eres y yo le digo que es a causa de los tomates, el whisky, la soledad,

la desolación y todos esos techos jodidos por la lluvia trip trip trip.

Altagracia mueve al hombre y lo lleva al sofá. Después lo viste y le

limpia la sangre. Cuando ya parece estar listo, quita el mantel de la

mesa y mierda, aparece debajo un féretro negro que brilla bajo la luz

pestilente de los bombillos. Altagracia abre el féretro y mete allí al

hombre y vuelve y pone el mantel, las velitas maricas y los platos y

luego coge y marca un número telefónico y dice aquí te espero

42

muñeco, no tardes mucho. Cuelga y entonces le digo a Lerner qué

cosa tan rara de mujer y Lerner me responde que si yo lo digo es

porque es así. Seguimos nuestro camino y nos vamos a otro techo.

Diez de la noche. Viernes.

Lluvia trip lluvia trip luvia trip trip trip. El diamante loco de la

noche. La noche. El sudor. Trip trip trip. La muerte. La lluvia.

43

ÁNGEL DE MI GUARDA

Estábamos con Max jugando ajedrez. El mar nos hacía llegar

todo su envolvente murmullo de ballenas asesinas. Cuando estaba a

punto de propinarle un jaque mate a Max, un fuerte olor a sudor y a

whisky inundó el Café del Capitán Nirvana. Era Gary Gilmour. Max

se levantó rápidamente y abrazó a Gary. Gary era realmente grande.

Parecía sacado del tronco de un árbol o algo así. Después Max fue a la

barra y trajo una botella de whisky. Gary se sentó en la mesa de

nosotros. Max estaba emocionado.

La noche olía a whisky green stripe 100% choice scotch J&G

Stewart Ltd Edingburgh Scotland Estd 1779. Gary se tomó el primer

trago de un solo jalón y le preguntó a Max sobre la pelota de béisbol

que le había regalado.

Gary dijo que efectivamente había estado en Zimbawe después

de su ejecución en la silla eléctrica. Algo horrible en todo caso. Sin

embargo, Dios no lo había designado como pastor de cebras, sino

como pastor de aves. Todas las mañanas Gary contaba aves en las

ramas de aquella sabana amarilla, seca y tranquila inundada por varios

ríos. Las que más le gustaban eran las águilas pardas y los halcones

negros. Gary le preguntó a Max que había pasado después de la

ejecución.

44

Durante varios años la rutina de Max consistió en regar sopa

de paquete para alimentar a las palomas de la prisión y en hacer

rebotar la pelota de béisbol contra el muro para recordarle a Dios que

Gary Gilmour no debía estar en el Infierno sino en una pradera de

Zimbawe como pastor de cebras blancas y negras, blancas y negras.

Unos años después el guardia Monroe murió. Tal vez de

tristeza. En todo caso el entierro fue triste y Monroe pidió que lo

enterraran junto a Gary Gilmour, es decir cerca del único árbol de la

prisión.

En los últimos días Monroe llevaba a Max y a su madre a la

playa. Parecían una familia normal, feliz. Salían los viernes en la

mañana de la prisión. Iban primero a desayunar a un sitio decente y

Monroe pedía café negro, crema y tostadas con mermelada para todos.

Después iban a la tienda del señor Gore y Monroe le compraba a Max

una pelota de colores y cigarrillos para La Pielroja. Todos los viernes

Monroe llevaba a cabo el mismo ritual. Con el tiempo Max tenía una

considerable colección de pelotas de playa de todos los colores que

fue acumulando en una celda de la prisión.

Monroe alquilaba un pequeño camión y en el platón

acomodaban las pelotas. Max se montaba en el platón con las pelotas

y dejaba que el viento seco lo despeinara, que le despeinara los

sueños, las manos llenas de soledad, los dientes llenos de palabras

secas. Monroe prefería los viernes porque no había nadie en la playa.

Llegaban a la playa y La Pielroja extendía la toalla de mariposas

azules. Monroe encendía un cigarrillo y sacaba su botella de whisky

para ensopar esa mañana triste de viernes con un poco de green stripe

100% choice scotch J&G Stewart Ltd Edingburgh Scotland Estd 1779

ven para acá Pielrojita y me calientas los huesitos deja volar las

mariposas tristes azules rotas de la toalla de arena viernes mierda un

fósforo mar azul dolor de estómago ven para acá Pielrojita y me

calientas los huesitos. Después Max se ponía a jugar en la arena

mientras las gaviotas llegaban atraídas por los colores amarillo azul

rojo violeta naranja viernes triste de las pelotas.

Generalmente Monroe se sentaba en la toalla junto a la Pielroja

y se quedaba en silencio mirando el mar, el cielo, los barcos, las olas,

las gaviotas. Entre tanto la Pielroja dormía plácidamente y tal vez

45

soñaba con una casa llena de flores y patos salvajes que aleteaban

sobre la sopa de minestrone.

Hacia el medio día Monroe iba al puerto con Max y traía algo

de comer. Después dormía la siesta sobre la arena del mar. Hacia las

cuatro de la tarde cuando el cielo estaba azul y las gaviotas bajaban y

subían, Monroe le decía a Max que había llegado la hora de echar las

pelotas al mar. Entonces se ponían a escribir sobre las pelotas amarillo

azul rojo violeta viernes triste gaviotas whisky arena viernes. Al cabo

de una hora, a las 5 pm, esa hora confusa, donde las olas, la espuma y

el sonido del aire revuelcan los recuerdos y los intestinos terminaban.

Monroe se limpiaba la arena del cuerpo y cogía la primera pelota y la

soltaba sobre las olas del mar. Una, dos, tres, cuatro, cinco pelotas

amarillo azul rojo violeta viernes triste gaviotas whisky arena viernes

se iban lentamente mar adentro mientras la Pielroja fumaba sentada

encima de su toalla triste de mariposas azules.

Después regresaban a la prisión. Sin embargo, antes Monroe

los invitaba a un pequeño restaurante. Comían pavo y tomaban

whisky. Todo para terminar de matar esos viernes rotos, confusos y

tristes. Hacia las ocho de la noche entraban a la prisión y Max, como

siempre se ponía a rebotar la pelota de béisbol de Gary Gilmour

contra un muro de la prisión.

Monroe conducía a la Pielroja a su celda, pero antes de

encerrarla le daba un beso en la mejilla, un beso, en todo caso que

sabía un poco a green stripe 100% choice scotch J&G Stewart Ltd

Edingburgh Scotland Estd 1779 pelotas amarillo azul arojo violeta

viernes triste gaviotas whisky arena viernes toalla de mariposas azules

rotas cigarrillos sin filtro de Virginia mierda déme un fósforo El

Príncipe lic. 0999 aproximadamente 70 cerillas mierda déme un beso

Pielrojita mierda acaríciame todos los huesos viernes gaviota whisky

cielo azul descomposición dolor de estómago camisa verde te ví

Pielrojita.

Entonces Monroe murió una noche. Al otro día fue el entierro.

No vino nadie. Monroe fue enterrado cerca de Gary Gilmour, cerca

del único árbol de la prisión. Solamente estaban el sacerdote, la

Pielroja y Max. La Pielroja dejó encima de la tumba de Monroe la

toalla de mariposas azules que llevaba todos los viernes a la playa.

46

Después los días en la prisión se llenaron de tedio, de orines,

de palomas tristes que bajaban todas las mañanas del cielo azul a los

patios de la prisión a comer sopa de paquete que Max les regaba sobre

el cemento gris.

Coincidencialmente fue un viernes cuando les dieron la

libertad a Max y a su madre. Antes de salir de la prisión Max fue a la

cocina y se robó todos los paquetes de sopa. Fue hasta el patio central

y les regó un poco y con la sopa minestrone escribió Max Gary

Gilmour Pielrojita Monroe Zimbawe viernes triste cielo azul palomas

minestrone me voy sobre el cemento gris. Después se dirigió junto

con su madre hasta el árbol donde estaban enterrados Monroe y Gary

Gilmour y rezaron en silencio mientras las palomas rompían el

silencio de aquel viernes con su aleteo constante ángel de la guarda mi

dulce compañía no los desampares ni de noche ni de día amén.

Era viernes, ocho de la mañana, cielo azul, dolor en las

gargantas, tristeza en la boca del estómago. Un típico día de verano.

Tal vez la costumbre los llevó a aquel restaurante donde Monroe los

invitaba a desayunar café negro con crema y tostadas con mermelada.

Pidieron tres desayunos. En todo caso tostadas, soledad, café negro,

tristeza, mantequilla con viernes. La Pielroja, como siempre se hizo

del lado de la ventana para ver pasar los autos. Comieron en paz y

dejaron el otro desayuno, el de Monroe, intacto, rojo, desolado,

ausente, sobre el mantel de cuadros rojos y blancos.

Posteriormente se fueron a la playa y pasaron aquel viernes

solos, descompuestos, confusos. Max se durmió sobre el regazo de su

madre y tal vez soñó con muchas pelotas amarillo azul rojo violeta

viernes triste gaviotas whisky arena viernes toalla de mariposas azules

cielo azul roto dolor de estómago te quiero Pielrojita que se iban sobre

la espuma negra de ese mar eterno y confuso.

Cuando Max salió de la prisión con su madre ya estaba

bastante grande, Tenía aproximadamente veinte años y nunca se había

acostado con ninguna mujer. Durante varios días caminaron por las

carreteras. En todo caso Max siempre iba regando un poco de sopa de

paquete de minestrone en el borde de las carreteras para que las

palomas estuvieran ahí, debajo del cielo azul, encima del pavimento,

47

cerca de sus sudores. Otros días corrían con más suerte y algún

camionero los acercaba hacia algún lugar, pero no sabían cuál. En

todo caso Max le decía a los camioneros que los llevara a una ciudad

que tuviera parques con palomas.

Una noche llegaron a un pueblo y Max se enamoró de una

chica. Tal vez se enamoró de ella porque estaba comiendo helado de

una forma escandalosa. En efecto, chupaba ese cono de chocolate con

ganas violentas, como si fuera un falo de chocolate y ron con pasas,

como si tuviera ganas de lamer el falo de un elefante cansado. La

chica vestía un traje de flores y tenía los ojos claros. Sus ojos decían

hola nene te tengo atrapado ven te chupo todo tu cuerpito aquí o

donde sea.

El pueblo estaba en fiestas y el parque de diversiones estaba

iluminado y las mujeres llevaban faldas y camisas de flores y los

hombres se emborrachaban en las esquinas sin afán mientras fumaban

envueltos en densas nubes de humo azul. Max se enamoró de los

senos de aquella chica, de su mirada, de su olor a rueda de Chicago,

de su perfume a whisky barato y camisa de flores y entonces le dijo

que la acompañara al parque.

Entonces se dirigieron al parque de diversiones y Max le

compró una pelota amarilla azul rojo y una cerveza. Era sábado. La

gente estaba demente y los habitantes tenían sus culos rotos de la

felicidad. El reloj daba las diez de la noche y el parque de diversiones

olía a camisas de flores, a humo azul, a llévame a la playa y chúpame

las tetas.

En la playa Max le habló a la chica, no sé tu nombre, de la

ciencia de alimentar a las palomas en las tristes mañanas de los

viernes. Era una ciencia complicada porque había que tener en cuenta

el olor de los vientos, el olor de los viernes, ese olor a pelota amarillo

azul rojo violeta viernes triste gaviotas arena whisky que se

acumulaba en el pliegue de los minutos.

Después Max echó la pelota hacia el mar y la chica lo esperó

sobre la arena con su mirada de gaviota, de cielo azul, esa mirada de

chúpame las tetas y seguimos hablando después.

48

Esa noche Max conoció el amor allí en esa playa, cerca de las

luces amarillas y confusas del parque de diversiones y le pareció que

las tetas de aquella chica, no sé tu nombre, eran más divertidas que las

pelotas de playa amarillo azul rojo violeta viernes triste y que las

piernas de esa mujer con mirada de gaviota cielo azul sabían un poco

a green stripe 100% choice scotch J&G Stewart Ltd Edingburgh

Scotland Estd 1779 chúpame las tetas no quiero saber tu nombre

loquito sabes a paloma triste no sé tu nombre arena whisky cielo

negro estoy mareado ábreme más chúpame lámeme destrózame y

luego dormiremos aquí en la arena y soñaremos con luces de colores

hasta cuando salga el sol no quiero saber tu nombre loquito yo

tampoco sé tu nombre loquita.

Max y la chica se quedaron toda la noche en la playa hasta que

salió el sol. Estaban dormidos sobre la arena cuando los primeros

rayos del sol salieron. Max abrazaba a la chica, no sé tu nombre. El

traje de flores de la chica se encontraba lleno de arena, de pequeñas

babas nocturnas y sus labios sabían a aceite de ballena negra, a aleteo

de gaviota sobre el cielo azul. Cuando se despertaron, la chica miró

hacia el cielo azul, hacia las gaviotas y le dijo a Max que le chupara

una vez más las teticas antes de que empezara a llover.

Mientras le chupaba las tetas a la chica, no sé tu nombre, Max

sintió que se le revolcaba el estómago, como si llevara allí adentro un

millón de fuegos artificiales, como si la chica tuviera en la punta de

sus senos, en su culo, un millón de dragoncitos inciertos que decían

ven te tengo arena tócame no importa el cielo gris la lluvia sólo quiero

que me chupes y que guardes mi olor para siempre a las diez a las

doce a las cinco uno dos y tres otra vez. Se despidieron en el parque

de diversiones con un largo beso mientras el mar los envolvía con ese

olor a whisky y a ballena dormida que tiene en las mañanas cuando

las gaviotas se embriagan con la lluvia, con las nubes, con el olor

sucio de la arena, de los calzones sobre la playa, con ese perfume de

las latas vacías de cerveza, en fin, con ese aroma de chúpame las tetas

y te vi perro para siempre otra vez será. Mierda siempre es así.

La Pielroja y Max siguieron su camino de ciudad en ciudad, de

carretera en carretera. Cada vez que veían un urapán Max y su madre

se acercaban y hacían una oración en silencio por Gary Gilmour y por

el guardia Monroe ángel de mi guarda mi dulce compañía no los

49

desampares ni de noche ni de día. Luego seguían su camino, sin afán,

cobijados por el viento seco, el cielo azul, por las palomas.

Después llegaron a esta ciudad. Cuando vio el parque de la

entrada a Max se le iluminaron los ojos.

La Pielroja entró a trabajar a una fábrica de ropa en el extremo

sur de la ciudad y Max lo primero que hizo fue ir a la alcaldía a pedir

puesto como alimentador oficial de las palomas de los parques de la

ciudad.

Todas las mañanas después de que su madre se iba para la

fábrica, Max se introducía a los parques. Bajaba por la 28, comía

mandos en la esquina, se miraba en las vidrieras desde la droguería

Providencia y bajaba hasta el parque. Entonces se subía a los

urapanes, recordaba a Gary Gilmour y al guardia Monroe y esperaba a

que las palomas bajaran del cielo, del viento y del silencio mientras

rezaba ángel de mi guarda mi dulce compañía no los desampares ni de

noche ni de día amén viernes triste cielo azul. Un día, exactamente un

viernes, Max fue conducido a la comisaría porque cerca del parque un

camión atropelló a una paloma. Max cogió a golpes al conductor y

rompió las botellas de la leche contra el pavimento. La Pielroja tuvo

que venir a sacarlo. Max estuvo doce horas detenido en la comisaría y

le extrañó que no hubiera palomas en esa pequeña prisión.

Desde ese día Max no volvió a los parques. Durante varios

meses La Pielroja intentó buscarle un trabajo. Finalmente Max

consiguió empleo en una lechería. Su trabajo consistía en repartir

leche en una Ford roja con pito de vaca junto a otros dos muchachos,

La Babosa, cuyo mayor sueño era conformar una banda de asaltantes

de bancos que se llamara El Puño Silencioso y su acompañante

llamado Daisy una figura que no se sabía si era mujer, hombre, burro

o elefante porque se vestía con trajes un poco escandalosos y su voz

sonaba como una corneta llena de agua, llena de orines. La Babosa

conducía el camión y Daisy y Max eran los encargados de repartir la

leche. Empezaban el recorrido en la 20 y lo terminaban en la calle 46.

Cuando terminaban paraban en la cafetería Bugalú y tomaban un tinto

mientras fumaban y hablaban de los partidos de fútbol, de las

canciones de moda, de tetas, de culos, del olor a orines que tenían las

calles y los parques, de la última anfetamina, de la lógica de la

50

heroína, del olor de los calzones rosados, que siempre olían a sábado

por la noche, a ven y te levanto el ánimo muchacho.

La Babosa quería tener mucho dinero, conseguirse una rubia

de tetas grandes y vivir lejos de la ciudad rodeado del brillo de las

botellas de whisky. Daisy, por su parte, soñaba tal vez con ser arquero

de algún equipo de fútbol o de pronto poner una peluquería que

tuviera en una pared un afiche de Richard Gere sonriente. En todo

caso La Babosa le decía que había mucho billete para soñar, para

gastar, que cuando llegara el momento saldrían en los diarios cagados

de la risa, cagados en oro y ojalá junto a la página de caballos. A Max

le sonó la idea y pensó en regresar a aquel pueblo donde había

conocido a aquella chica de senos grandes, no sé tu nombre, para

llevarla también lejos y chuparle las tetas antes del desayuno.

Los viernes en la noche Max, Daisy y La Babosa se reunían en

el bar Triste México a gastar la noche, a hablar de aquellas mujeres de

vestidos de flores que salían por la leche mientras el cielo estaba azul,

esas mujeres de senos con pecas, de labiales rojos, de ojos negros y

verdes y azules que salían de las casas cuando La Babosa hacía sonar

el pito de vaca de la Ford, de esos días llenos de sol, de pecas, de

tedios, de música triste.

En todo caso La Babosa tenía bien planeado el recorrido. En la

38 había una mujer que siempre estaba en la ventana esperando el pito

de vaca. Cuando la Ford aparecía en la esquina la mujer salía a la

puerta y La Babosa le decía a Max que terminaran de hacer el

recorrido y que lo recogieran en una hora.

-Guevones sigan andando, yo me voy a hacer mi ejercicio

matinal-, decía La Babosa mientras se miraba en el espejo retrovisor.

Entonces La Babosa se bajaba de la Ford y se metía con

aquella mujer de pecas, esa mujer que debía oler un poco a vaca, un

poco a potrero, a hierba seca. Max se ponía al volante y Daisy repartía

la leche. Esas mañanas olían al perfume barato de Daisy, a sus

palabras escandalosas, a sus sueños de mariquita que repartía la leche

pasteurizada. Daisy siempre hablaba de lo mismo, de los chismes de

Vanidades obladioblada estoy mamado de repartir leche obladioblada

dos bolsas de leche aquí tres bolsas de leche allá ahí viene la señora

51

histérica obladioblada debería estar en algún cabaret llenando mis

pulmones de humo azul de tristeza de cebolla obladioblada doble por

esa esquina guevón obladioblada.

A las diez de la mañana pasaban a recoger a La Babosa.

Después de echarse su polvo matinal La Babosa se sentía inmortal,

encendía un cigarrillo e invitaba a Max y a Daisy una cerveza. Luego

se iban a la lechería a gastar el día jugando dominó y a hablar mierda.

Una noche estaban en el bar Triste México. El humo, la gente,

los asientos olían a esa canción, take it easy take it easy y las mujeres

iban y venían envueltas por un no sé qué, por ese no sé qué que eran

sus vestidos de flores, por ese no sé qué que eran sus dientes blancos,

por ese no sé qué que eran sus tetas de perritas flacas y tiernas, por ese

no sé qué que era el olor de sus cuerpos, por ese no sé qué que eran

sus pies, por ese no sé qué que era chúpame las tetas por favor aquí y

ahora, por ese no sé qué que era levántame la falda y méteme las

manos, los dedos, cerca de mi olor, de mis olores, por ese no sé qué

que eran sus manos llenas de cerveza, de lluvia, de silencios.

La Babosa había pedido cerveza para todos, pero Daisy dijo

que prefería algo más fino, más delicado. En la televisión pasaban una

pelea de boxeo y todo el bar estaba atento al jab de derecha, al jab de

izquierda. En la mitad de la pela entró al bar un hombre de unos 40

años de edad y venía acompañado de aquella mujer con la que La

Babosa hacía ejercicios matinales cuando repartían leche. El hombre

llevaba a la mujer a las malas y se dirigió a la mesa donde estaba La

Babosa y lo cogió por la camisa azul que se ponía todos los viernes

para ir a los bares y le plantó un puño en la mitad de la cara take it

easy. Mierda, se formó una pelea tremenda. Daisy se escondió debajo

de una mesa para que no se le dañaran sus pantalones blancos, esos

pantalones de bota ancha llenos de pepitas, pepitas que decían ese soy

yo, pepitas que decían no sé si soy hombre, mujer, hombre, burro o

elefante, pepitas para salir los viernes, pepitas para jugar con la vida

con un poco de whisky, soledad y cigarrillos.

En todo caso La Babosa salió mal librado de aquella pelea take

it easy. Después de la pelea Daisy se puso a curarle las heridas a La

Babosa. En definitiva, su camisa azul quedó hecha una mierda. Por

todos lados quedó lleno de sangre, de babas, de licor, de miedo. Sin

52

embargo, al poco rato fue al baño y se miró al espejo y se vio

reflejado take it easy en el cristal sucio del Triste México y mierda

pensó que otra vez llegaba ese olor a sangre que tenían los días take it

easy. Se terminó de limpiar los rastros de sangre, cagó mientras

fumaba tranquilamente y soñó con la Ford roja en medio de un potrero

lleno de mujeres que tenían los senos como las vacas. Luego salío y se

dirigió a la mesa. Estaba eufórico.

-La próxima vez me levanto una mujer que no tenga pecas y le

hago el amor en la mitad de un potrero sembrado de naranjas-, dijo La

Babosa mientras pedía otra ronda de cerveza.

Al poco tiempo la babosa fue echado de la lechería por haberse

robado una plata.

Los días posteriores fueron bastante aburridos. Max iba al

volante. Daisy repartía la leche, pero los días, las mañanas ya no eran

lo mismo. Faltaba la cagada de La Babosa, faltaban sus cigarrillos, sus

chistes, sus invitaciones a cerveza a hablar de fútbol, de culos, de

tetas. No había duda. La Ford roja empezó a oler a Daisy, un poco a

burro, un poco a elefante, un poco a obladioblada perfume barato. Sin

embargo, todos los viernes se encontraban en el bar Triste México.

Un viernes La Babosa les llegó con una noticia. Les dijo que

tenía un plan para sacarlos definitivamente de aquella Ford roja, que

iban a ser millonarios, que se pondrían camisas de verano por el resto

de sus días. La Babosa tenía todo preparado para asaltar un banco en

la avenida Blanchot y requería la colaboración de Max y Daisy para

llevarlo a buen término.

-Oye Max, allí sólo van viejitas y maricas a consignar. Eso va

a ser par comido-, les aseguró La Babosa.

Sin embargo, Max estaba preocupado y le hizo notar su duda a

La Babosa.

-Oye Babosa, Gary Gilmour me dijo que para ser alguien debía

robar un tren o algo así-.

53

En todo caso La Babosa siguió adelante con el plan. La Babosa

estaba seguro que todo iba a ser un éxito porque nadie se iba a

imaginar que un travesti y un loco con cara de paloma fueran a asaltar

un banco.

La preparación del asalto duró un mes. Todos los sábados por

la tarde los tres se iban a las colinas a ensayar tiro al blanco. Era

importante que por lo menos Daisy, que sólo sabía manejar tijeras

aprendiera a maneja una puta pistola. Llevaban cerveza y cuando se

aburrían se tendían sobre la hierba, le disparaban a las nubes y

hablaban del futuro que tenía el color azul del cielo y pensaban que el

cielo azul era estar en la playa con una botella y una mujer de camisa

blanca, cielo azul era estar con una mujer que se llamara Miel,

Melaza, Panela, Azúcar, cielo azul era escuchar música todo el día,

cielo azul era ir a más de cien por hora, cielo azul era ir por la calle

meterse en un bar, hablarle a una desconocida, preguntarle el número

telefónico, chuparle las tetas y luego llevarla a cine, cielo azul era

caminar por los parques sin pensar en nada, cielo azul era tener cara

de berenjena y no importarle, cielo azul era tener una botella de

whisky siempre al lado, cielo azul era caminar descalzo sobre la arena

de la playa, cielo azul era montarse a un bus y no ir para ningún lado,

cielo azul era alimentar a las palomas, cielo azul era acariciar el pelo

de una mujer en la oscuridad, cielo azul era comer naranjas en la

ventana, cielo azul era fumar y tomar café negro con dos cubos de

azúcar, cielo azul era, en fin, cagar en paz.

La noche anterior al asalto estuvieron en el Bar Triste México

ajustando detalles. Max era el que iba a quedarse en la puerta. Luego

de unos tragos en el Triste México cada uno se fue para su casa. Max

subió por la 32, luego cogió la cuarta y antes de llegar a casa se miró

en la vidriera de la droguería Providencia. Luego fue al parque y se

lavó la cara en el estanque de las palomas y durmió allí toda la noche.

En la mañana, antes de las nueve, fue a la esquina, se comió un

mango y después se fue a un urapán y pensó en Gary Gilmour.

Era lunes. Ocho y media, cielo azul, mango en el estómago.

Antes de ir al punto de reunión rezó en silencio frente al urapán ángel

de mi guarda no me desampares ni de noche ni de día amén.

54

Antes de las nueve los de la banda se encontraron en el reloj de

la 30.

Indudablemente La Babosa era un experto en la materia.

Cuando entró al banco se puso una media Dalia en el rostro. Lo

mismo hizo Daisy, que iba con un horroroso pantalón blanco con

flores negras. Daba la impresión de que iba para una orgía y no a

atracar un banco. Max se quedó en la puerta con una Smith &

Wesson. El atraco fue un éxito. A los cinco minutos salieron y se

dirigieron a un chevy que los esperaba cerca. El chevy arrancó a toda

velocidad y cogió por la calle que bordeaba el parque. Cuando

pasaban por el parque un perro atacaba a una paloma, cerca de un

urapán. Entonces Max empezó a disparar como loco al perro y la

babosa trató de calmarlo. El resultado fue que a Max lo expulsaron del

carro y lo dejaron allí botado en el parque. Max le siguió disparando

al perro y luego le disparó a las nubes, al cielo azul. Luego se

confundió con la multitud, se subió al bus y se fue a la fábrica donde

trabajaba su madre y lloró en su regazo.

Días después La Babosa apareció muerto con un tiro en la

nuca. Lo hallaron en la playa. Daisy, por su parte, se cagó de susto y

escondió la plata. A los pocos días salió de la lechería y se dedico a lo

suyo. Todas las noches se instalaba en una esquina de la avenida

Blanchot con su traje escandaloso, lleno de pepitas, lleno de mieditos,

de sudorcitos, con un bolso, unas gafas negras, a esperar los autos, los

pasajeros de la noche. Por su parte, Max se compró en el mercado

diez palomas y las acostumbró a que andaran por la casa. Durante

mucho tiempo no salió. Vivía feliz con las palomas y en las noches

hablaba con su madre, La Pielroja, que llegaba mamada de la fábrica,

con el cuerpo lleno de agujas invisibles.

Todas las mañanas estaban clasificadas según el estado de

ánimo de las palomas. Por ejemplo, si las palomas llegaban solamente

hasta los techos y se quedaban en línea, la mañana tenía la lógica

envolvente de la heroína, esa lógica venenosa, irreal, de estar en línea

bajo el cielo azul, esa lógica de que el mundo es una plasta de mierda

amarilla llena de velitas que son las chimeneas de las fábricas y un

hapiverdituyú. Si las palomas venían y se posaban en las ramas de los

árboles, las mañanas sabían un poco a pan, un poco a ojas secas, a

mantequillas con tambores, a café negro, a dolor de estómago, a me

55

quiero matar con una inyección en la cabeza antes del mediodía, pero

antes me como unas berenjenas con queso. Cuando las palomas se

confundían con la gente en los parques, la mañana sabia a Browning,

a Smith & Wesson. Por eso Max les disparaba desde su ventana, para

espantar el olor de la mañana, ese olor a pólvora con trigo.

Gary Gilmour se había bebido dos botellas de whisky y se

había fumado cualquier cantidad de cigarrillos. La noche estaba seca.

Olía a sangre, a barro, a 11:45 pm, a cielo fatigado, a cielo restringido.

Gary dirigió su mirada hacia el afiche de una playmate, Mary Moon,

que estaba pegado en una pared del Café del Capitán Nirvana. La

pretty baby, Mary Moon, la playmate, ese animal en technicolor

estaba detrás de la puerta con esos senos, con ese cuello, con esos ojos

grandes, inmóvil, inmortal manchada, restregada con sudores, con

miedos. Pretty baby que estás en los cielos, no nos desampares con tus

senos, con tus muslos dorados, con tus enormes nalgas redondas que

tapan el sol, la luna y las estrellas, no nos desampares ni de noche ni

de día. Hasta la próxima oración, pretty baby. Mamita.

En verdad Gary fue de malas. Gary quería cuidar animales,

pero la vida quiso que fuera asesino. En realidad no tenía cara de

asesino, sino más bien de profesor de historia que en el fondo viene

siendo lo mismo. Esa noche Gary se quedó con nosotros en el Café

del Capitán Nirvana. Gary no nos dejó dormir y al otro día, cuando el

sol estaba saliendo nos dijo que lo acompañáramos hasta un urapán

que había visto por el camino porque quería orar un poco en honor al

guardia Monroe. Fuimos con Gary, hasta el urapán. Gary entonces

sacó una botella de whisky. Siete de la mañana, cielo azul, mar en

calma. El día olía a un poco de green stripe 100% choice scotch

blended in Scotland J&G Stewart Ltd Edingburgh Scotland Estd 1779

ángel de mi guarda mi dulce compañía no lo desampares ni de noche

ni de día amén.

56

HELGA, LA ARDIENTE BESTIA DE LAS NIEVES

Era lunes. O tal vez martes, no puedo precisarlo. Ese día

jugamos béisbol con Max en la playa. Max sacó la pelota que le había

regalado Gary Gilmour y jugamos toda la mañana sobre la arena.

Cada vez que le lanzaba la pelota a Max le decía oye Max la curva

número cinco?, y Max me respondía claro Sven la curva número cinco

y entonces la mañana empezaba a oler a la curva número cinco y

mierda Max parecía no cansarse de lanzar la pelota hasta que yo le

decía nuevamente, oye Max esto es mucha mierda y Max me

respondía efectivamente Sven esto es mucha mierda y finalmente

terminábamos rendidos sobre la arena, llenos de sudor, llenos de luz,

de tedio, con ganas de una copa de whisky con mucho hielo, con

ganas de quedarnos en el Café del Capitán Nirvana viendo pasar los

días bajo ese sol, esto es mucha mierda.

Después fuimos con Max al puerto. Entramos al bar Osiris.

Las mesas estaban rotas. Había algunos vasos todavía con

licor. El Osiris olía a caballo viejo, a eructo, a labial barato. Nos

sentamos en la barra y nos pusimos a hablar. Hacía un calor infernal.

Las moscas revoloteaban a nuestro alrededor. Yo me senté en la

57

esquina de la barra donde solíamos sentarnos con Amarilla cada vez

que veníamos al puerto a ver los barcos blancos los domingos. A

Amarilla le gustaba venir los domingos a ver los barcos blancos

anclados en la bahía. Antes de venir al puerto íbamos a la avenida

Blanchot y comprábamos los diarios para ver la página de caballos.

Esas mañanas de domingo hablábamos de caballos, tomábamos jugo

de naranja en los parques y yo me dejaba llevar por el olor a hojas

secas que tenía la ciudad.

Después cogíamos el autobús rojo y nos veníamos con

Amarilla al puerto. Siempre entrábamos al Osiris a tomar una copa.

Amarilla decía que no soportaba los domingos sin alcohol. Sentía que

era mejor cruzar el mar de los días a bordo de una lata de cerveza o al

interior de un vaso de vodka con hielo mientras el ventilador giraba

sobre nuestras cabezas incesantemente y en la radio del Osiris sonaba

Don’t Bother Me y entonces siempre llegaba algún marino borracho a

hablarnos en inglés, qué pesadilla, Little child Little child common

with me Little child y entonces yo le decía a Amarilla nos vamos

nena? Y ella decía no, nene todavía no. Siempre nos quedábamos un

rato más. Un rato más en el Bar Osiris viendo cómo pasaba la mañana

del domingo por entre los hielos del vodka, por entre nuestras manos

y mierda nos vamos nena? Y ella, no, nene, todavía no y la cosa se

ponía más tediosa. La música penetraba el ambiente lentamente Little

child common with me, vamos muñeca, claro muñeco vamos y por fin

salíamos del Osiris.

Luego íbamos al puerto a confundirnos con el olor a acpm de

esos domingos. El acpm se pegaba a las palabras de Amarilla, a mi

camisa de tigre triste, al cielo, a las nubes, a mi lata de Heineken, a los

besos. Nos sentábamos a ver los barcos de la bahía y Amarilla cantaba

canciones tristes. En la tarde volvíamos a la ciudad un poco rotos, un

poco inciertos, con las nalgas cansadas, con las miradas llenas de

acpm, de cebolla, de gasolina, de vodka. Regresábamos con nuestros

cuerpos llenos de arena, de espuma, de mierda de gaviotas, oliendo a

plátano, café y contrabando. Siempre caíamos al mismo parque lleno

de hojas secas y carros de perros calientes. El cielo siempre estaba

triste. Los domingos al atardecer siempre olían a eso, a tristeza con

acpm.

58

Claro. El parque. Las hojas secas. La tarde. Las babas de

Amarilla. Las babas del día. Las hojas secas. Siempre nos

apostábamos debajo del árbol donde en la niñez había construido una

casa de madera con Leonid y Bayer, dos chicos con las rodillas

raspadas y las nalgas rasgadas por las correas compradas en el

almacén Ley. El parque. Las hojas secas.

Amarilla.

La conversación siempre era la misma. Le decía a Amarilla

que en ese árbol yo construí mi primera casa de madera. Era un día de

lluvia y había llegado del colegio con la cabeza hecha un ocho porque

no comprendía muy bien porqué los ángulos de los triángulos

sumaban entre sí 180 grados no entendía nada de nada ni en las

mañanas ni en las noches era una tarde de lluvia y tenía la cabeza la

revés y junto a Bayer y a Leonid los otros dos mocoso con los que

andaba nos pusimos a construir una casa de madera en el árbol

recuerdo que el sol pegaba fuerte sobre nuestras cabezas y mientras

íbamos pegando puntillas Bayer que era el más grande de los tres

hablaba de que había que hacer una escalera especial para dejar subir

a los fantasmas en las noches una puntilla aquí otra puntilla allá otra

más allá jueputa me machuqué el de do una cura Bayer échese babas

muchas babas y diga sana que sana culito de rana sino sanas hoy

sanarás mañana o más bien sana que sana culito de vieja sino

mamarás hoy mamarás mañana dilo Sven dilo el caso es que duramos

tres días armando la casa yo tuve que robarme unas cuantas tablas de

las camas de la casa por su parte Leonid desarmó la casa de su perro

y Bayer desbarató el carro de madera de su hermano menor yo era el

arquitecto y al tercer día se me metió la idea de que aquella casa iba a

ser para la chica a la que semanas atrás no había podido decirle nada

por culpa del Buick o de la Ford roja o del Chevy no recuerdo bien

estaba mareado tenía un millón de babas metido en la garganta en los

ojos tenía todo el cuerpo lleno de roticos de nalguitas de olorcitos del

olorcito ese que producen las chicas a las tres de la tarde un olor entre

el atún y las begonias un olor a yogurt de fresa y pan francés y

habíamos declarado un estado de emergencia amorosa porque yo

estaba enamorado de una chica que chupaba helado de vainilla con

ron con pasas que compraba en la esquina en la tienda del señor Orson

que siempre estaba fumando Derby en el mostrador y siempre nos

decía hola muchachos cómo están hoy hay chocolates suizos baratos

baraticos y nosotros solamente mirábamos la sección de revistas oiga

59

Orson qué tal la playmate de diciembre espectacular espectacular

tiene un trasero y un bomper mejor que la camioneta donde le llevo el

mercado a tu mamá y entonces una noche cuando la noche del verano

aplastaba las nubes contra los techos tuve frente a frente a la chica que

chupaba helado de vainilla con ron con pasas e iba a declarármele y

esperé a que pasara la Ford roja pero nada uno nunca sabe cómo

funciona la química del amor al poco rato apareció una Chevy de

pronto con la Chevy me iba mejor pero definitivamente tenía un nudo

de tráfico en la mitad del corazón y no había nada qué hacer ya no me

acuerdo muy bien por qué fue en todo caso diseñé una ventana que

daba contra la calle donde vivía la vainilla una ventana especial para

verla cuando salía a tomar su bus para el colegio pero los días pasaban

y lo único que hacíamos allá arriba era fumar los cigarrillos malucos

que Leonid le robaba a su padre mientras dormía y los días pasaban

entre mucho humo de cigarrillo yo ya tenía la garganta raspada y la

boca me sabía a licor porque Bayer un día llego con una botella de

scotch amarillo y la destapó y el día empezó a oler a eso a whisky

triste y el día se impregnó con 74 grados de alcohol el sol era una

naranja borracha en medio del jugo agrio de los días afuera llovía y

las hojas secas no dejaban de caer y yo no dejaba de pensar en la

vainilla deliciosa vainilla y solamente deseaba que estuviera junto a

mí cerca del olor de las hojas secas cerca del mareo del scotch cerca

de mi aliento quería quemarla decirle que había construido esa casa

esa ventana sólo para ver cómo el viento levantaba su falda y para

decirle también ojala cerca del oído que sus calzones rosados me

gustaban mucho y que quería colgarlos cerca de la ventana para que la

casa de madera se impregnara con el olor de esos cucos de esos

cuquitos rosados que seguramente su mamá los había comprado en la

promoción que hacían todos los fines de semana en el supermercado

hoy promoción de cucos rosados en la sección número cinco

acérquese señora don Julio llega y usted no se puede perder la

promoción y todas las señoras corrían apresuradamente parecían

venados locos enredados en aquellas faldas azules amarillas negras

rojas oiga mija mire qué lindos cucos le combinan con el brassier voy

a llevar cuatro para ti otro para tu hermana señora llega don Julio haga

sus compras mierda se acabó la plata pero los días pasaban y yo ya

estaba aburrido de meter en mi boca aquellos orines de perro hechos

en Escocia que era como le decía Bayer al scotch y además ya me

sabía de memoria la revista sueca que Leonid había traído para formar

la biblioteca del club impresa en Estocolmo cuarenta páginas y una

60

propaganda de cigarrillos suecos en la contraportada los cigarrillos en

cambio ayudaban a mitigar la soledad de aquellas tardes de sol y tedio

que pasaban por entre nuestros huesos lentamente como una canción

lejana y triste el mundo era un inmenso balón de fútbol y en cualquier

momento alguien le podía dar una fuerte patada y todo se iba para la

física mierda y los días eran grandes y alargados panes que se iban

descascarando con el paso del viento y de los minutos y no podíamos

hacer nada por comer ese pan que se iba por entre nuestras manos por

entre las gafas de Leonid por entre los mocos de Bayer que nunca se

sonaba siempre andaba envuelto en su tejido de mocos era un poco

triste pegado al pegote sucio de los días límpiate Bayer no me joda la

vida Sven tome un poco de whisky entonces poco a poco la casa de

madera se fue llenando de revistas suecas que Leonid fue clasificando

por cucas color de pelo y tamaño de senos al mes ya nos sabíamos

muy bien la lección a Helga La Ardiente Bestia de las Nieves la

inspeccionábamos en las mañanas era bueno y saludable mirar a

Helga La Ardiente Bestia de las Nieves en las mañanas era curioso

pero sus enormes senos nos parecían algo del otro mundo a Leonid

puedo jurarlo que la miopía le aumentó mucho por esos días

pensábamos que Helga trabajaba como mesera en alguna carretera

sueca y por eso entre todos empezamos a ahorrar nuestras monedas

porque algún día íbamos a ir a visitar a Helga La Ardiente Bestia de

las Nieves pero con Inga todo era diferente. Inga salía en las páginas

centrales y ahí fue donde por primera vez Leonid se enamoró

perdidamente y una tarde le escribimos a Inga al centro de sus nalgas

rosadas a la punta de los triángulos agudos de sus senos y por primera

vez entendimos a la perfección lo bello que era la geometría nosotros

que tanto la odiábamos le escribimos una larga carta donde le

decíamos que la amábamos sin haberla visto que éramos tres chicos

solitarios mocosos que teníamos las rodillas raspadas de tanto jugar

fútbol sobre el pavimento que la amábamos que queríamos saber

cómo respiraba cómo gritaba que nos mandara uno de sus alaridos

aunque fuera un pelo maldito y precioso pelo de su triángulo que nos

enviara uno de sus griticos nocturnos nuestras palabras eran

totalmente acuáticas líquidas húmedas y le dijimos que nos

respondiera lo más rápido posible también le hicimos saber que aquí

al otro lado del mundo había tres chicos dispuestos a dejar el scotch y

los cigarrillo si ella Inga pedía los días pasaron y al cabo de unos

meses recibimos una carta en un español mal redactado la carta la

firmaba un tal Karl el editor de la revista y nos mandaba a decir que

61

Inga nos amaba mucho y que nos echáramos mertiolate en las

raspaduras de las rodillas también decía que nos mandaba un beso de

lengua a cada uno pero lo que más nos decepcionó fue que había un

labiel impreso en tinta negra y una letra de molde que decía fríamente

“Inga” maldita sea ese día supimos que Inga era apenas una fotografía

apenas un sello en serie unos labios que se ponían sobre un papel

blanco para que todos los chicos que hacían casas en los árboles

alrededor del mundo soñaran con ella Inga la fotografía la fría

fotografía entonces nos decepcionamos totalmente y clausuramos

nuestras clases de cultura sueca para siempre no más no más entre

tanto yo seguía soñando con la vainilla con esa vainilla que veía pasar

todos los días por la ventana de la casa del árbol era extraño pero

siempre que pasaba cerda del árbol el viento me dejaba ver sus cucos

rosados y entonces Bayer o tal vez Leonid no me acuerdo muy bien el

que dijo que hiciéramos una colección de calzones para colgarlos en

la casa del árbol y creo que al principio cada uno hizo trampa yo le

pagué a mi hermana para que me vendiera uno de sus cucos y me

inventé alguna historia barata llegué y les dije oigan muchachos no

me van a creer pero anoche me colé a la alcoba de la hija de Orson y

mientras se duchaba le cogí estos cucos pero que va pura paja pero

Leonid fue el más descarado pues se robó un par del almacén en todo

caso aquellos cucos no nos decían nada los de Leonid olían a nuevo a

algodón recién procesado hasta tenían el precio no había caso

definitivamente queríamos unos cucos que olieran a sudor a sueños

dulces y eternos a niña en faldas de cuadros a niñas que comían

helados a aquellas niñas que el viento despelucaba en tardes de sol

mientras los perros ladraban y saltaban a su alrededor queríamos tener

congelados aquellos aromas entre nuestros ojos para siempre o por lo

menos mientras duraba el efecto del scotch tenerlos entre los pliegues

de los días retenerlos entre palabra y palabra entre respiración y

respiración entre los dientes entre los dedos entre los pantalones entre

la talla catorce y la talla quince eso era lo más importante en ese

momento sentir que ese olor de alguna manera nos pertenecía y los

días seguían pasando y cada vez más nos convencíamos que lo que los

determinaba definitivamente eran los olores más que los colores en las

mañanas el olor siempre era el mismo olía siempre a café recién

preparado a jabón de espuma azul en todo caso era un olor que no

incitaba a nada lo único que daban ganas era de quedarse en la cama

leyendo más tarde se filtraba el olor de los perros y de las hojas secas

de los parques era un olor que entraba por las ventanas y llegaba al

62

fondo de los pulmones había algo en ese olor que me decía que allí

había vida después me llegaba el eterno olor de mamá siempre olía a

pan papá por su parte olía a carro tal vez a un Ford o a un Opel no

sabría decirlo con exactitud era un olor especial olía como a timón a

asfalto caliente a carretera a llanta olía a algo así como un puñado de

kilómetros las calles también tienen su olor Amarilla no te

desconcentres Amarilla mira que esto es importante Amarilla mira

Amarilla que los olores son ese tejido invisible que conectan todos los

recuerdos y los días mira Amarilla que cuanto tú no estés más junto a

mí yo te recordaré mas por tu sudor que por tus palabras es muy

importante esto que te estoy diciendo mi querida Amarilla y entonces

ella me miraba y el domingo seguía oliendo a acpm con atún a hojas

secas sobre el pavimento oye Sven dáme otro cigarrillo claro Amarilla

toma Amarilla las calles también tienen su olor las calles huelen a

bicicletas dejadas en los antejardines eso es cuando uno está chico

huele a cadena de bicicleta a grasa a refresco a paleta de limón a árbol

tal vez a pino huelen a muchas cosas se mezclan los olores de mamá

su perfume de pan el aroma de papá el olor del perro el olor de las tres

de la tarde cuando no hay nada qué hacer Amarilla también huele a

bus a gasolina huelen a nubes apretadas fatigadas a cielo deprimido

observa ese cielo Amarilla obsérvalo con esos ojos grandes huele ese

cielo el olor de las calles siempre es el olor de la desolación todo

parece quieto pero en el fondo todo está muerto todo parece feliz pero

todo es infeliz uno cree que porque los chicos montan en bicicleta la

felicidad anda por aquí y por allá pero nada de eso Amarilla nada de

eso en el fondo todo es un engaño el olor de las calles nos mata

lentamente nos atraviesa los huesos con precisión y nos dice que le

tiempo está pasando por entre nuestros dedos y nuestros ojos y no hay

nada que podamos hacer Amarilla el olor de los días es un océano

invisible por donde vagamos sin saber dónde queda la costa ni los

faros solamente somos islas que nos vemos intermitentemente cuando

las olas bajan y entonces nos saludamos de isla a isla nos decimos

hola observamos los rostros y luego cada cuál se sumerge en su

pequeña isla en su pequeño olor particular y se concentra en sus

sudores en sus miedos en esos aromas que vienen de lo más profundo

de los pantalones de los zapatos de los ojos es una especie de pecueca

del alma Amarilla así como lo oyes una especie de pecueca del alma

como si tuviéramos un millón de zapatos en la mitad del corazón un

millón de zapatos que han andado todos los leves caminos de los días

sin hallar nunca nada y luego en las noches los dejamos arrumados

63

cerca de las palabras de los recuerdos los dejamos con los cordones

sueltos porque al otro día ese millón de zapatos negros vuelven a salir

por todas las carreteras de tu rostro o del mío a hacerle auto stop a la

felicidad pero nada Amarilla nada recorren todos tus besos todas tus

babas todas tus manos pero nadie ni nada los recoge siempre ese

millón de zapatos van a estar con nosotros por eso cuando a veces

cuando me dices que oyes algo en mi corazón o en el tuyo no te

engañes Amarilla son tus zapatos esos zapatos que llevas ahí adentro

que hacen ruidos, son tacones lejanos que se arrastran entre sí te voy a

contar otra cosa Amarilla te voy a contar a qué huele esta maldita

ciudad al principio me olía a parque tal vez a hojas secas llegaba a un

parque y llenaba mis pulmones de hierba húmeda de banca de madera

podía oler las pecas de los niños que se balanceaban en los columpios

podía oler el olor de sus orines amarillos era unos orines como todos

olía a taza blanca a calzoncillos baratos a tristeza en la boca del

estómago ponme cuidado Amarilla cuando uno está niño los orines

están por todos lados miras hacia arriba y las nubes te saben a orines

hablas con otra chica y tus palabras te saben a orines es como si

llevaras una eterna fuente de orines en todos los días de la niñez

porque ese olor se pega en las bicicletas en las paletas en la cama en la

pijama en el pan y en la chica que amas a veces eran orines flacos

otras veces orines gordos pesados los flacos Amarilla eran los de la

felicidad y cuando daban tarta de chocolate los días eran de orines

flacos y cuando papá nos pegaba con su correa sobre nuestras nalgas

rosadas eran días de orines gordos pero cuando veías a la chica que

amabas en silencio en eterno silencio los orines se revolvían con tus

palabras con tus dientes y sentías que eras una especie de acuario

lleno de orines por donde nadaban tus más bellos sueños de aquí para

allá mi pequeña Amarilla y por más que intentaba uno me podía zafar

del olor de la tristeza Amarilla es un olor que atraviesa toda la niñez

creo Amarilla que es otra forma industrializada de los orines o algo

por el estilo el olor de la tristeza se localiza en la boca del estómago es

como si siempre tuvieras hambre de algo hambre de luz hambre de de

calle hambre de noche hambre de todo hambre de nada hambre de

mierda no te deja tranquilo te quema te da vueltas en el estómago te

atrapa todas tus palabras y no las deja salir Amarilla el mundo

Amarilla el mundo una cosa extraña una pelota caliente un pedazo de

cielo entre los dientes un pedazo de día entre las piernas un sol roto

entre los calzoncillos blancos Amarilla y entonces solamente entonces

me daban ganas de limpiar con los cucos rosados de las chicas el

64

vidrio roto de los días pero a los pocos minutos otra vez el vidrio se

ensuciaba y todo volvía a ser igual Bayer se sacaba los mocos límpiate

los mocos no me joda la vida y Leonid tomaba licor y yo seguía

fumando dejaba escapar el humo por entre el vidrio roto de los días y

sólo esperaba que alguien me diera una piedra para romperlo

definitivamente a lo mejor si lo hubiera hecho estoy seguro de que

Bayer habría pegado el vidrio roto de los días con sus mocos de eso

estoy seguro Amarilla.

65

OPIO EN LAS NUBES

No sé cómo empezar. Te conocí en el Opium Streap Tease y

me dijiste que te llamabas Harlem y también me dijiste que te gustaba

el whisky, las mañanas de sol y tantas otras cosas de las que no me

acuerdo. Yo te dije que me llamaba Gary. Gary Gilmour

y que acababa de morir en la silla eléctrica y no me creíste. Pensaste

que estaba loco, que tal vez había bebido demasiado y te fuiste a la

pista a sacarte tus ropas, a regar un poco de sudor aquí y allá mientras

tocaban boys don’t cry y yo pedí una cerveza y te vi allí desde la barra

y me pareció que olías un poco a opio, un poco a cerveza, un poco a

paloma, un poco a boys don’t cry, un poco a mañana de miércoles y

no parabas de mover tus muslos, tus ojos, tal vez mirabas hacia arriba,

hacia esas luces que olían a tomate, tal vez buscabas a Dios en la

mitad de aquellas luces amarillas y rojas que daban vueltas encima de

tu cabeza, de tus sueños de manzanas podridas y cuando se acabó

boys don’t cry volviste hacia mí y nos pusimos a hablar, hablamos de

todo, creo que hablé de tus cigarrillos y te pedí que me dejaras pasar

la noche contigo, pero tú me dijiste que qué va, que no era posible y

me dieron ganas de escribir tu nombre en el cielo, cerca de las nubes,

ganas de escribir tu nombre con whisky, con vodka, con cerveza, con

pequeños gritos, con sudores, con orines. Después te fuiste de mesa en

mesa y te pusiste a repartir besos y claveles rojos a todos esos

hombres que tenían mirada de pepino cansado y que te decían con sus

66

miradas y desde el fondo de sus vestidos chillones que tú Harlem eras

la mujer, que Harlem era esa noche llena de canciones confusas y

rotas, Harlem era tener esos labios rojos que decían palabras de amor,

Harlem era no ir a trabajar al otro día, Harlem era tener ese olor a

yegua cerca de los vasos de licor, Harlem era boys don’t cry a las

doce de la ncohe, Harlem era una noche de lluvia mientras daban en la

radio el reporte del tiempo, Harlem era no saber si era sábado o

domingo o viernes o martes o cualquier día, Harlem era quedarse

mirando tus ojos en medio de aquellas luces, Harlem era importarle un

culo todo, Harlem era tu culito, tus nalguitas, tus teticas perfectas,

Harlem eran tus manos llenas de lluvia, tus dientes llenos de palabras

secretas, Harlem era decir quiero hacer el amor contigo sobre una

colina sembrada de tomates rojos en una mañana de verano, Harlem

era tu pelo salpicado de sudor y luces de colores, Harlem era mi

camisa azul de recluso y en el bolsillo unos cigarrillos sin filtro,

Harlem era fumar al lado tuyo y dejar que el humo azul impregnara

tus labios asesinos, esos labios rojos, Harlem era coger una jeringa y

llenarla con un poco de tus babas, con un poco de tu olor e

inyectársela en la cabeza, Harlem era asaltar un banco o un tren en

nombre tuyo y dejar escrito tu nombre, ese nombre, en las paredes, en

los rieles, en el aire, en la hierba, Harlem era ir a vomitar al baño todo

el whisky y pensar en ti, Harlem era escribir tu nombre con la lluva,

Harlem era ensopar un auto en gasolina y whisky y prenderle fuego,

Harlem era tener una erección sin remordimiento en la mitad de aquel

bar que olía a opio, a cerveza y a soledad concentrada, Harlem eras tú

caminando entre las mesas regando un poco de tu nombre, un poco de

tu olor aquí y allá, Harlem eran tus manos llenas de vasos, llenas de

monedas, llenas de sueñitos, de palabritas roticas, Harlem era saber

que era más de media noche y que afuera llovía y hacía calor, Harlem

era el sabor de tu boca, ese sabor a carretera, Harlem era soñar contigo

en una playa llena de niños, arena y barcos, Harlem era un domingo

contigo en la playa, Harlem era cogerte y lamerte todo tu nombre,

todo tu cuerpo, toda tu soledad.

Desde que te vi quedé envenenado, Harlem. Eres como esa

canción, Wild Thing, de Hendrix. Tenías la misma lógica de la

heroína, me produjiste el mismo efecto porque te vi y me dieron ganas

de inyectar tu nombre en mis venas, me dieron ganas de ir al baño y

orinar orines con el sabor de tu nombre, ganas de ir al baño del Opium

y mirarme frente al espejo y decir mierda you make me feel like a

67

wild thing, you make my heart sing wild thing, me dieron ganas de

escribir tu nombre con sangre en el fondo de mi vaso de cerveza,

ganas de que me cortaras las venas con tus labios rojos mientras te

tocaba las tetas. Ganas de desangrarme entre tus piernas mientras me

hablabas de ir a la playa.

Después te esperé en la puerta del Opium Streap Tease. Eran

las tres de la mañana y la noche olía a gasolina. El cielo estaba

plagado de estrellas y por la carretera pasaban los autos llenos de

gente, llenos de ruidos y canciones. Caminamos un rato por la

carretera sin saber a dónde ir. Simplemente íbamos y te cogí el brazo

y te dije que me acompañaras a Zimbawe a una pradera llena de

cebras blancas y negras y me respondiste que no, que no sabías nada

de animales, que tenía suficiente con los animales que iban al Opium,

que más bien nos fuéramos a dormir, tenias mucho sueño, me pediste

que te contara un poco de mi vida y entonces te dije que había estado

ocho años en la prisión, que mis dos únicos amigos eran Max y un

árbol que había en la prisión y te pareció gracioso, insólito. Tú

respondiste que nunca habías tenido amigos árboles y entonces

encendimos un cigarrillo y nos sentamos en el borde de la carretera y

te conté que para tener un amigo urapán, por ejemplo, había que

acercarse y hablarle en las mañanas y orinar en su tronco en las

noches, un poco como los perros y sobre todo hablarle, eso, hablarle

al árbol, al urapán y decirle, oye amigo urapán aquí estoy yo, allá

estás tú, oye amigo urapán me voy a fumar un cigarrillo bajo tu

sombra, bajo tu olor a silencio, bajo tu olor a viernes y a jueves que

siempre tienes y tal vez voy a soñar un poco, voy a soñar que soy

boxeador y que riego un poco de sangre en el ring, voy a soñar que me

tomo un whisky en una mañana de domingo soleada y tal vez voy a

leer un libro, un poema, dos poemas tristes, tres poemas tristes, cuatro

poemas tristes, llenos de ballenas, cinco poemas tristes que empiezan

diciendo un viento salvaje recorre mi corazón, un viento salvaje me

arranca de ti. Yo te respondí que en la prisión tenía la cabeza de

whisky con sol, con alambre de púas y desde que te había visto tenía

la cabeza llena de olas de heroína, que estaba envenenado, alucinado

por tu nombre, por tu manera de cogerte el pelo, por tu forma de decir

no ahora no Gary, tócame después de que pase ese auto y me pediste

que siguiera con el cuento de la ciencia de tener amigos árboles y te

dije claro, pero antes te pedí que me dejaras verte en medio de ese

océano de heroína en tu nombre, cosa salvaje, wild thing, you make

68

me feel like a wild thing y entonces seguí con mi rollo. Una vez que

se le ha hablado al urapán, hay que escuchar sus silencios, sus

susurros, pues él te dice muchas cosas, el siempre está ahí, es testigo

de todos los amaneceres, eso es lo más importante de todo es que se

puede dormir bajos sus ramas y sueñas cosas que nunca sueñas en

otra parte. Es algo increíble. Allí bajo la sombra de sus silencios

verdes sueñas los sueños de todos los hombres, conoces a todas las

mujeres, conoces todos los aeropuertos, todos los cielos, todos los

mares, todos los bares. Te dije que solamente había que cerrar los ojos

y pensar en aquellas hojas mecidas por el viento, por la noche, y

entonces llegaban hasta ti todas las mujeres que hubieras querido

conocer, mujeres que llegaban hasta tus sueños y te daban un beso en

la frente, en las manos, mientras en tu sueño llovía. Luego te ibas con

esas mujeres a un bar y hablabas de las puertas, de los parques y en tu

sueño seguía lloviendo. Eran mujeres que llegaban hasta tu sueño y se

sentaban junto a ti con las manos sobre las rodillas y te miraban por

entre la lluvia, por entre las hojas del árbol y te decían que no lloraras,

que metieras tu mano entre su cabello, entre sus teticas calientes, entre

su boca y luego esas mujeres te llevaban a algún parque donde había

muchos árboles y te los presentaban. Eran árboles que tenían nombres,

árboles que se llamaban un poco como los leones, un poco como las

mujeres, un poco como los silencios, un poco como la lluvia, árboles

que se llamaban Marruecos, Lenguadentro, Brooklyn, Corazón de

Perro, Castillo Amarillo, árboles que sabían a ojos claros, a lluvia con

hojas secas y entonces después me dijiste que ya tenías sueño y nos

quedamos dormidos al borde de la carretera. Al otro día cuando el sol

salió nos despertamos y fuimos al mar y nos limpiamos la cara. El día

olía a opio y también un poco a ti, a Harlem, a labios rojos, a hielo

con whisky. Hacia las diez de la mañana me dijiste nene hasta aquí

llegó todo me voy y yo te dije está bien, siempre es así no hay nada

qué hacer. También te dije que cada vez que tuvieras un sueño con

lluvia era porque yo estaba debajo de un urapán soñando contigo, con

tu olor a opio, a hielo, a noche y me dijiste está bien nene eso pensaré

y entonces te fuiste caminando por la playa y yo me quedé sentado

viendo el mar, ese mar triste lleno de heroína, cosa salvaje y deseé con

todo el alma estar en Zimbawe. Cuando ya te habías perdido bajo la

luz creo que pasó un avión a propulsión a chorro y me pareció que ese

avión escribía tu nombre con gasolina en las nubes. Eran las nueve de

la mañana y ese avión escribió Harlem sobre el cielo azul. Cosa

salvaje. Y me dieron ganas de ser nube, ganas de estar allá arriba en

69

ese cielo azul con los ojos cerrados pensando en ti, en tu forma de

decir mi nombre, en tu forma de decir oye Gary ven a mi lado y me

cuentas más cuentos de tus amigos los árboles, ganas de esta en esas

nubes y ole el olor de tus ojos, ganas de estar con una botella de

whisky para siempre en el nombre, en tu nombre Harlem escrito por

ese avión y marearme en cada una de las letras de tu nombre, h, a, r, l,

e, m y quedarme ahí entre las nubes y tener tu imagen, ser tu imagen,

ser el olor de tus calzones, ser el olor de tus licores, ser tu forma de

caminar, ser tu forma de mover los brazos, ser tus sueños llenos de

lluvia, opio y heroína, cosa salvaje, mierda.

Gary lloró aquella noche y destrozó parte del Café del Capitán

Nirvana. Antes de irse abrazó a Max como si fuera su hijo y le sobó la

cabeza. Luego cogió una botella de whisky y se sentó sobre la arena.

Eran las cuatro de la mañana. Cuando el sol estaba saliendo vino hasta

nosotros y se despidió.

-Oye Max, si alguna vez viene Harlem por acá dile que

siempre hay un urapán y un sueño con lluvia para ella-.

Después se fue hacia el mar y se metió en el agua. Eran las seis

de la mañana. Max se quedó un rato en la playa mirando hacia el sitio

donde Gary había desaparecido bajo las aguas. Después vino al Café

del Capitán Nirvana, sacó la pelota de béisbol y regresó de nuevo a la

playa y la lanzo hacia el mar con rabia, con tristeza. El día olía a opio,

apelota de béisbol, a la curva número seis, a Harlem.

70

LA SUCIA MAÑANA DE LUNES

Hace calor. La noche está caliente. Parece como si estuviera en

la mitad de una pistola ardiente, recién disparada. La noche huele a

pólvora, a dinamita con flores y alcohol. Estoy perdido. Pienso en

Amarilla, en su olor a babas perfectas. Qué maricada. Ese olor me

persigue por todas partes trip trip trip. Toda la noche hemos estado

deambulando con Lerner por las calles. No hemos tenido suerte esta

noche. Ni una puta ratica. A veces pienso que la vida de gato es un

poco difícil. Sin embargo, con algo de whisky es llevadera. Lerner me

ha pedido que lo lleve un poco a los bares, un poco a la vida, un poco

a la noche porque mierda, Lerner dice que con Job su expectativa de

vida de gato se reducía a unas galletas de coco en la mañana, leche en

la tarde, un poco de atún en la noche y yo le digo a Lerner no Lerner

así no se puede trip trip trip. Mierda, Lerner ya está aprendiendo a

hablar como todo un gato vagabundo, qué cosa seria trip trip trip.

Bar Kafka

Asientos Rojos. Un ventilador destila airecito sobre las

cabezas de todos esos hombres, y mujeres que fuman y murmuran en

medio de nubes de humo azul trip trip trip, qué vaina tan jodida.

Luego le digo a Lerner que todo bar tiene su historia. Creo que el

71

asunto es así. Para pedir una cerveza en el Bar Kafka hay que decir

que al despertar esta mañana, tras un sueño intranquilo, me hallé

convertido en un monstruoso insecto y me dieron ganas de una

cerveza. Entonces lo más seguro es que el hombre que atiende el bar

Kafka conteste que qué vaina, que sus innumerables patas,

lamentablemente escuálidas en comparación con las patas de las nenas

que asisten al bar ofrecen a sus ojos el espectáculo de una agitación

sin consistencia, que qué vaina tan jodida trip trip trip, que se vaya a

otro bar, qué le vamos a hacer. Lerner me dice que así no se puede trip

trip trip y claro yo le respondo, claro Lerner así no se puede.

Bar La Gallina Punk

En la entrada del bar La Gallina Punk hay una pequeña horca

de la que uno jala y suena un alarido. Entonces algún punk flaco

viene, abre la pesada puerta negra y dice qué punk y claro hay que

responder qué punk trip trip trip. Le digo a Lerner que la cuestión aquí

adentro es moverse dando codazos y patadas y que cuando un punk se

levanta una punketa triste la invita a una cerveza y le da patadas en el

culo. Una patada significa te amo y quiero acostarme contigo,

levantarme a la mañana siguiente, no lavarme los dientes y decirte te

amo así no tenga empleo en una fábrica de embutidos, en una fábrica

de llantas o de cigarrillos. Dos patadas en el culo quieren decir te amo

mucho, me quiero acostar y vivir un mes contigo, pero te odio

también. Tres patadas significan te amo demasiado como para vivir y

acostarme contigo. Sólo quiero que nos besemos, que tomemos

cerveza, que compartamos nuestros pésimos olores y que después

cada uno se salga por la puerta del bar y nos olvidemos de esta noche

tan punk trip trip trip. Aquí adentro huele a desempleo. A grasa. A no

futuro. A me vuelvo mierda ahora trip trip trip. Solamente se toma

cerveza. La bebida de los obreros. Así es la vaina y Lerner me

responde claro Pink así es la vaina. Aquí viene gente que nunca se

baña los dientes, gente que sólo come arroz y cerveza y que fuma

cigarrillos negros sin filtro. Una vez al año se lleva a cabo la

celebración del No Futuro y entonces se reúnen, cierran el bar, ponen

Sex Pistols toda la noche trip trip trip y a la media noche se cogen a

patadas en las huevas, porque no hay caso seguir procreando

desempleados y claro, cuando suena God Save The Queen, un elegido

se abre las venas y después lo sacan a la calle entre tres o cuatro y lo

llevan corriendo y el punk va regando su sangre por esas calles llenas

72

de calor, odio, pestilencia, fango y desolación. Le dan tres o cuatro

vueltas a la manzana y cuando ya se está muriendo trip trip trip,

mierda directo al hospital, a urgencias. Claro, allá los médicos ya se

conocen la historia y lo alcanzan a suturar con puntos. Luego de dos

horas llevan de regreso el punk al bar La Gallina Punk y éste muestra

con orgullo los puntos de su brazo qué punk trip trip trip y se cogen a

patadas hasta el amanecer, qué cosa tan seria.

Bar La Sucia Mañana de Lunes

El bar abre los domingos en la tarde. A las cinco. Densas

nubes de humo azul cubren el ambiente. El humo se desliza por los

hombros, por las manos, por las nalgas, por las tedas de aquellos

hombres y mujeres que están sentados en la barra, en silencio,

chupando su cigarrillo lentamente, sin afán trip trip trip. Nadie habla

con nadie. Nadie le enciende un cigarrillo a nadie. Nadie se llama

nadie. Nadie tiene a nadie. Nadie se fuma su cigarrillo. Nadie se toma

su vodka con hielo. Nadie tiene el culo frío. Nadie ama a nadie. Nadie

odia a nadie. Nadie es nadie. Nadie tiene la mirada yo no sé trip trip

trip, qué vaina tan jodida. Nadie viene todas las noches y le dice a

nadie oye nadie no te acerques a nadie, nadie no quera nada nadie trip

trip trip. Una noche nadie se levantó de su asiento en la barra y se

dirigió al baño, al fondo a la derecha muñeco, entró y cerró la puerta.

Luego nadie se miró al espejo, al sucio espejo que había reflejado

muchos nadies en muchas tontas noches de domingo y entonces nadie

se dijo no soy nadie, qué vaina tan jodida trip trip trip y se destapó los

sesos con una pistola y tal vez nadie pensó en la canción de Lennon

que dice que la felicidad es un revólver ardiente trip trip trip. Nadie

escuchó el disparo que provenía del wc, al fondo a la derecha. Pero

nadie no murió en el acto. Antes de morir escribió en el espejo del wc

que odiaba la sucia mañana de los lunes, qué vaina tan jodida y de ahí

salió el nombre del puto bar trip trip trip. Desde ese día la víspera de

los lunes, los habituales se dirigen al wc y vomitan en honor a nadie

que bautizó con su sangre, un poco de pólvora y vodka la sucia

mañana de los lunes en el espejo del wc, qué cosa tan seria.

Bar El Acuario Nuclear

Las muñecas se menean en el fondo del bar. Las miradas

recorren los muslos dorados, las nalgas ensopadas en aceite brillante y

73

en la oscuridad los hombres obtienen una erección con un poco de

cerveza, con un cigarrillo, con un poco de muévete así muñeca, lo

haces muy bien trip trip trip. Siempre es la misma historia de siempre.

Una canción de Donna Summer, hey muchachos miren hacia acá, una

cerveza y entonces qué vaina tan jodida, las luces se apagan, sale una

muñeca, se pega de la barra como si fuera un animal salvaje que están

a punto de sacrificar y empieza a rasgar su traje de luces en el medio

del humo trip trip trip. Una noche de agosto el bar El Acuario Nuclear

convocó a sus habituales a una fiesta en conmemoración de la primera

bomba atómica. La atracción principal era una muñeca llamada Enola,

como el avión que llevaba la bomba. Todo el mundo llegó puntual.

Pasaron primero otras muñecas, nada especial, en todo caso, le digo a

Lerner y Lerner me responde, claro Pink nada especial y entonces

después, a la media noche apareció Enola vestida como piloto y

empezó a desvestirse lentamente. Las luces del lugar se apagaron y en

el fondo se escuchaba el sonido de un avión y la muñeca tenía en sus

manos un micrófono y mientras se iba destapando dejaba escapar a

través de sus labios carnosos, violentos y nocturnos, esas palabritas

mojaditas hey muchachos miren hacia acá, qué rico jet tienes trip trip

trip y los hombres contestaban en coro claro muñeca lo haces muy

bien trip trip trip, qué vaina tan deliciosa, qué rico pecar contigo y

mierda cuando ya estaba casi en cueros sacó de su liga un taco de

dinamita y lo encendió con el cigarrillo que llevaba en su boca y lo

empezó a mamar con rabia, tal vez con amor trip trip trip y luego lo

lanzó a las mesas donde los hombres gritaban eso muñeca así lo estás

haciendo muy bien, qué vaina tan jodida y mierda pum, el bar voló en

mil pedazos trip trip trip y desde ese día ningún hombre pudo obtener

una erección durante algún tiempo mientras reconstruyeron el bar, qué

cosa tan seria.

74

CAFÉ NEGRO PARA LAS PALOMAS

Se llamaba Marciana y siempre quiso ser bailarina. Tenía los

huesos bien puestos. Y también los ojos y los senos. Y las palabras.

Las palabras de Marciana sabían a labial rojo, a cerveza, a música a

todo volumen. Max conoció a Marciana en el bar Cosa Divina, en la

avenida Blanchot. En esa época Max era demasiado extraño. Tenía

treinta años y tenía cara como de paloma gris. En verdad no conocía el

mundo porque toda su vida la había pasado en la prisión haciendo

rebotar una pelota de béisbol contra los muros para recordarle a Dios

que Gary Gilmour no debía estar en el Infierno sino en una pradera de

Zimbawe con su rebaño de cebras blancas y negras.

Cuando Max entró al bar Cosa Divina Marciana se encontraba

en el fondo del bar bailando there is a hole in my life there is a hole in

my life. Max se sentó en una mesa y pidió la carta de licores y se dejó

llevar por ese hueco negro que poco a poco se iba abriendo paso por

entre las mesas, por entre los cuerpos, por la noche.

El dueño del bar era Alain, una especie de cerdo blanco que

siempre estaba vestido con una camisa tropical de flores. Alain tenía

la costumbre de sentarse con los nuevos clientes y entonces se ponía a

hablar con ellos de las bailarinas, de Marciana, de sus bonitos senos,

75

fíjate, de Nicolasa, de su carita de gato, de la señorita Petit, de sus

bonitas nalgas, fíjate mientras servía un poco de vodka.

Después de que salió del ejército Alain dilapidó toda la

herencia de sus padres en la avenida Blanchot. Fíjate. Su padre

siempre quiso que fuera médico cirujano, pero Alain compró el bar

Cosa Divina y desde entonces se la pasaba embutido en su camisa de

flores tropicales hablando de bailarinas con los clientes, regando un

poco de su soledad entre las mesas, los ceniceros, los vasos y la

noche. Fíjate.

Max estaba sentado en la mesa fumando un Lucky Strike y

Alain se le acercó. Al comienzo hablaron de deportes, de los goles de

México 70, del gol de Carlos Alberto en la final contra Italia, del

Ratón Ayala y su larga cabellera, eso fue Alemania 74. Max no dejaba

de mirar hacia el fondo del bar donde Marciana movía su cuerpo, sus

brazos, como si fuera un helicóptero de sudores a punto de explotar. Y

entonces no aguantó más y preguntó.

-Quién es esa?

Alain soltó una sonora carcajada y aplaudió fuertemente.

-Se llama Marciana y está un poco loca. Sólo le gusta hacer el

amor en los baños frente a los espejos mientras escribe poemas en el

cristal-, dijo Alain.

Alain hizo venir a Marciana. Marciana se instaló en la mesa y

lo primero que hizo fue sacar su labial rojo y pintarse. Siempre lo

hacía cuando conocía a un hombre.

Esa noche Marciana, Alain y Max se emborracharon. Después

salieron. Amanecía. Caminaron por la avenida Blanchot y se dejaron

perforar por el olor de los árboles, por el perfume que salía de aquellas

ventanas llenas de calor, de alientos confusos, de axilas, de músicas

envolventes que hacía que el paso por la avenida Blanchot fuera más

ligero como si cada segundo, cada sombra y cada rostro estuvieran

contagiados de mariposas que aleteaban amor, descalabro, angustia,

café, negro, pocillo, ven para acá mi amor, te tengo, no cierres la

ventana, vaso.

76

Antes de llegar al apartamento de Alain corriendo en el parque

La Trompeta y Marciana se acercó al estanque a fumar cerca de la

casa de las palomas mientras Alain trotaba por entre los árboles. Max,

entre tanto, se sentó en la hierba húmeda. Marciana se fumó medio

paquete de Lucky. Esperaron a que amaneciera y Marciana se sentó

junto a Max que estaba recordando los ojos de Gary Gilmour, su olor

a profesor de historia.

-Oye Max, tú hueles bastante raro. Hueles como a gasolina y

leche Klim-, dijo Marciana mientras pintaba en el lomo de una hoja

seca un loco poema lleno de amor, descalabro, angustia, café, negro,

pocillo, ven para acá mi amor, te tengo, no cierres la ventana, vaso.

Max la miró como se suele mirar a las mujeres en los

amaneceres, es decir como por debajo de la luz, como por debajo del

perfume de los árboles, por debajo del ruido tenue de la ciudad

dormida. Marciana tenía los ojos difusos como si los tuviera llenos de

mermelada de mandarina. Marciana echó su cabeza para atrás y se

dejó llevar por el viento, por las nubes, por el silencio, por el pito

lejano de los autos que rompían con sus luces la línea que divide a la

luz de la oscuridad.

-Todos los días me huelen a cebra-, contestó Max mientras

acariciaba el pelo de Marciana. Ya estaba amaneciendo y la luz, la

ciudad, las palomas, el estanque, la hierba húmeda olían a Marciana, a

nicotina triste, a camisa de algodón, a sudor pegado al cuerpo, a

palabras mezcladas con vodka. El sol olía al labial rojo de Marciana.

Los repartidores de periódico al poco rato aparecieron en el

parque y las palomas se fueron a las copas de los árboles. Cuando la

luz había invadido todo llegó Alain con el cuerpo lleno de huecos, con

la mirada floja como si llevara papel periódico en las retinas.

Marciana lo acogió en medio de su cuerpo y de sus palabras. A

los pocos minutos el sueño los venció y los tres se quedaron dormidos

en el parque cobijados por el olor de las palomas y por las hojas secas.

Hacia las ocho de la mañana un policía de la Estación Sexta los

despertó con el bolillo. Marciana intentó tramarse al policía,

exactamente al cabo primero Rodríguez, pero Rodríguez siguiendo a

cabalidad el código de policía se los llevó a la estación. Alain se

77

lamentó no haber podido ir al apartamento a cambiarse de camisa.

Alain consideraba que su gloriosa camisa de flores tropicales no

estaba para ocasiones policiales y mucho menos con cabos primeros

con apellidos tan comunes como Rodríguez. Hacía el medio día

salieron de la comisaría. Realmente el capitán los soltó porque

Marciana empezó a pintar la estación con el labial y dejó la comisaría

llena un poco de amor, descalabro, angustia, café, negro, pocillo, ven

para acá mi amor, te tengo, no cierres la ventana, vaso.

Después Alain invitó a Marciana y a Max a un pequeño

restaurante de la avenida Blanchot. Marciana pidió hamburguesa y le

echó mostaza a Max por toda la cara, en las manos y en la ropa. Max

pidió lo único que había comido toda la vida. Sopa de minestrone y

café negro, con dos cubos de azúcar.

-Ahora somos hermanos de mostaza- agregó Marciana

mientras pintaba un barco con alas en una de las servilletas. Entre

tanto Alain pegaba un moco debajo de la mesa. Era para no perder la

costumbre. Alain era un poco como los perros que se mean en los

árboles para demarcar su territorio. Alain lo hacía con los mocos. En

verdad Alain parecía un enorme ovejero inglés lleno de pulgas, de

cigarrillos sin filtro, de eructos de vodka, de palabras gordas.

Después salieron del restaurante y Alain puso a disposición su

apartamento de la avenida Blanchot. Marciana se durmió en los

brazos de Alain en el sofá que daba contra la ventana. Max los vio

dormirse mientras se preparaba un café negro, con dos cubos de

azúcar, en la cocina. Después se quedó largo rato mirando hacia

afuera y se durmió en el piso sobre un tapete persa en medio de vasos,

botellas y paquetes de cigarrillos.

Hacia las seis de la tarde Max fue al baño a mear. Estaba

mareado. Cuando estaba cerrándose la cremallera Marciana entró con

mucho amor, descalabro, angustia, café, negro, pásame un cigarrillo,

esto es sólo para ti, esa musiquita es sólo para ti, no importa si no te

has bañado, ven para acá, te tengo, no cierres la ventana, pero por

favor no llores, te lo juro que estaré junto a ti cuando llegue la lluvia

de noviembre, ven para acá, ven a mis babas, anoche no pude dormir,

eres sensacional, déjame meter mis dientes en tus dientes, déjame

tumbar todas tus palabras, las quiero manosear, quiero restregar mi

78

cuerpo en cada una de tus palabras, en tu nombre, en las axilas, pero

por favor sigue, no soporto más el día, mira esos perros allá cerca de

los árboles, no cierres la ventana, pásame otro cigarrillo, háblame

cerca del oído, quiero que tus palabras se metan por toda mi sangre,

háblame de lo que más te gusta, de tu jabón preferido, de tus blusas

vaporosas, de tus pantalones que huelen a días molidos, ven para acá,

te tengo, ábrete un botón, y luego otro, y otro y háblame de tu amor,

descalabro, angustia, café, negro, pocillo, ven para acá mi amor, te

tengo, no cierres tu ventana, vaso.

Esa noche Alain organizo una fiesta en su apartamento.

Marciana empezó a saltar de felicidad apenas Alain le dijo que fuera

al bar con Max y trajeran vodka, maní y cigarrillos.

Generalmente todo el mundo terminaba en casa de Alain con

los cuerpos cansados llenos de alcohol y desolación. Los días en la

avenida Blanchot, a pesar de que eran amables se iban instalando en

los cuerpos como navajas afiladas y brillantes que poco a poco iban

cortando el aliento y las palabras. Sí. Las fiestas en casa de Alain eran

divertidas. Sí. A todos les gustaba la música que llevaba Régine.

Todos alguna vez se metieron al baño y se comieron a Marciana y

vieron su rostro descompuesto frente al espejo. Sí, todos se quedaron

a dormir en esos sofás mullidos en casa de Alain, todos comieron sus

pastas con salsa bolognesa y después salieron a caminar por la

avenida Blanchot a sacarse ese amor, descalabro, angustia, café,

negro, ven para acá mi amor, te tengo, pocillo, vaso que llevaban en el

interior de sus cuerpos luego de cada fiesta en casa de Alain.

Con el cerdo Alain, Marciana realmente era feliz. Salían del

bar, caminaban por la avenida Blanchot bajo los árboles de la noche

con los cuerpos rotos. Alain siempre reía, siempre tenía los brazos

abiertos y todos se metían a su cueva a gritar en medio de mucho

humo, susurros y licor.

A las diez de la noche sonó el timbre ding dong y Alain corrió

a abrir. Era Régine. Llego con dos muchachos que recogió por el

camino. Uno tenía cara de jalador de carros finos y el otro era una

mala imitación de un modelo de revistas. Tenían el pelo mojado y

cada uno venía del brazo de Régine. La eterna Régine se acomodó con

sus muchachos cerca de la ventana porque seguro a la media hora

79

sentía ganas de botarse para acabar de una vez por todas con todo ese

amor, descalabro, angustia, café, negro, ven para acá mi amor, te

tengo, pocillo, no cierres la ventana que acumulaba a lo largo del día

en el restaurante donde servía todo el día hamburguesas grasientas a

esos hombres que se las comían en silencio mientras miraban por los

cristales el paso rotundo de los días.

Alain, se paseaba con su camisa de flores tropicales y su vaso

de vodka esparciendo su sonrisa podrida a todo el mundo hasta

cuando otro leve ding dong rompió la confusión de la fiesta y

entonces dando pequeños saltos de ovejero inglés corrió desesperado

hacia la puerta ding dong y Oliver apareció con su cara pálida y sus

ojos hundidos allá en el fondo de su confusión y de su perfume para la

ocasión.

-Hola pequeño cerdo, cómo estás hoy?-, dijo Oliver mientras

le daba una pequeña palmada en el cachete rojo de Alain.

-Bien, muy bien pequeño idiota. Sigue. Ya sabes, si quieres

suicidarte, en el baño hay pastillas. La última vez me dañaste el

cuchillo del pan pequeño idiota-, dijo Alain riéndose.

Oliver saludó a cada uno de los asistentes y luego se sumergió

en alguna cortina de humo que producía una mujer que se encontraba

recostada contra la pared y se sumergió allí para absorber toda su

nicotina, todo el olor de sus pechos, de sus manos, todo el desasosiego

de su carne.

Alain había preparado un ponqué blanco, con mucha crema y

muchas fresas para celebrar el cumpleaños de su perra llamada Marta.

Marta era una ovejera inglés que se la pasaba dormida sobre el tapete

persa de la sala. Cualquiera que la veía pensaba que era una perra

mongólica o algo por el estilo.

Marta, la perra de Alain, siempre inauguraba las fiestas. Y esa

noche no fue la excepción. Alain la subió a la mesa del comedor y

destapó una botella de vodka y sirvió en un vaso un poco del licor.

Enseguida Marta metió su hocico, su pelo gris, su lengua roja y lamió

el vodka helado.

80

A las doce de la noche casi todo el mundo estaba en casa de

Alain. Régine como siempre, estaba cerca de la ventana observando

las luces de la ciudad y hablaba de que se sentía más sola que nunca,

que los días la fusilaban cada mañana allá en medio de sus sábanas

blancas, tibias y desoladas, ausentes de babas y de brazos y que lo que

más deseaba era despertar en medio de algunos brazos, en medio de

un mar de nicotina amarilla porque ella decía que así olía su corazón.

Entre tanto Marciana fumaba cerca de la tarta blanca y hablaba de sus

cosas, del balón de colores que le había comprado al hijo del vecino

que también estaba de cumpleaños y al que cuando le quedaban ratos

libres le enseñaba a cantar canciones de moda.

De pronto un ding dong sonoro y prolongado interrumpió la

cascada de risas y humo y en la puerta apareció Kim y el apartamento

de Alain se inundó con su perfume agresivo. Kim siempre olía a

cama, a sudor, a medias negras, a colilla de cigarrillo, siempre

saludaba con mucha emoción a cada persona. Se agarraba de las

personas como si fueran barcos que atravesaban el mar confuso de

sus días. Su rostro siempre estaba mojado, húmedo, tal vez de tanto

llorar, de tanto amor, descalabro, angustia, café, negro, ven para acá

mi amor, te tengo, pocillo, no cierres la ventana, vaso.

Al rato alguien nuevamente tocó el timbre. Ding Dong. Era

Marciana que había ido a comprar cigarrillo. Marciana no saludó a

nadie como de costumbre. Siempre que salía a comprar cigarrillos a la

avenida Blanchot llegaba ausente, abaleada por la noche. Marciana se

sentó cerca de la ventana y acarició a Marta y después desapareció y

se metió al baño. Se alzó la falda y dejó que Max le acariciara sus

nalgas rosadas mientras le hablaba de las apuestas, del clima o de la

inflación.

Entre tanto Oliver ya se había tomado dos tragos y estaba

cerca de la ventana viendo los autos de la avenida Blanchot que

rompían con sus luces la oscuridad y la muralla de hojas secas. Alain,

el risueño Alain, se paseaba por toda la casa atendiendo a sus

invitados. Estaba atento de que a Régine no le faltara su venenito, de

que a Marcel no le faltaran las chicas. Aquella noche estuvo atento de

consolar a Marciana luego que salió de hacer el amor en el baño

surgió vuelta mierda, con el culo descompuesto, con las palabras

ahogadas, con el corazón ensopado en sangre y solamente buscó

81

derrumbarse entre la camisa de flores tropicales de Alain para olvidar

el incesante ding dong que se prolongaba en el interior de su cuerpo

como si fuera un timbre negro que hacía despertar todas las

puertecitas clausuradas que llevaba debajo de las axilas, de las

piernas, de las palabras. Alain la acogió entre sus brazos peludos de

oso fatigado y le dio un trago de vodka. Le ensopó los labios y le

susurró palabras dulces ding dong no te preocupes todos estamos

vueltos mierda ding dong ven haciá acá reposa ding dong no te

desesperes Marciana a todos nos da vueltas la cabeza ding dong toma

un cigarrillo descansa Marciana déjate únicamente llevar por la

suprema ley del amor descalabro angustia café negro ven para acá mi

amor te tengo pocillo no cierres la ventana vaso ding dong.

Hacia la media noche Alain reunió a todo el mundo en el

comedor y se partió la tarta de cumpleaños de Marta. Antes de que

Alain insertara el cuchillo brillante en la masa blanca y dulce un breve

silencio salpicado de susurros se apoderó del recinto. Todos cantaron

el hapiverdituyu hapiverdi Marta y la abrazaron. Entonces Marta

metió una de sus patas en el ponqué. Y luego la otra. Bravo, gritó

Alain. Enseguida Marta se bajó de la mesa y se fue por toda la casa y

tras de sí fue dejando huellecitas de crema, huellas blancas para que

los navegantes de la fiesta no se perdieran tanto debajo de los sudores,

el vodka, el humo del cigarrillo y las palabritas no sé, te tengo,

pocillo, café, negro y todas esas mierdas que se dicen en las fiestas.

Todos tuvieron que ver con Marta. Todos se sumergieron en sus pelos

grises, en su collar de pulgas rojo y le desearon mucho amor,

descalabro, angustia, café, negro, ven para acá mi amor, te tengo,

pocillo, no cierres la ventana, vaso, todos fueron tan felices, todos

rieron, encendieron cigarrillos, dejaron escapar palabras, griticos y

mieditos, todos navegaron encima de las pequeñas baldas de sus

sonrisas procurando no naufragar en aquel pantano de cuerpos y

humos. Después cada uno se fue a su rincón a seguir la fiesta en casa

de Alain. Marciana se puso brava porque habían ocupado el baño y se

quejó ante Alain, que inmediatamente le dijo que se serenara.

-Está bien Marciana, pero la próxima vez no me dejes vuelto

mierda el baño. Es la tercera vez que cambio ya de espejo-. En efecto,

mientras algún hombre le hacía el amor frente al espejo, Marciana

sacaba su labial rojo y lo llenaba de signos, de ritmos, de pulsaciones,

de palabras, de descalabros, de amores rotos como sus calzones.

82

Hacia las dos de la mañana Alain de pronto paró la música y

su cara de cerdo estaba más roja que nunca. Todo el mundo se calló y

Alain pregunto por Marta, por su querida perra Marta. Alain no la

encontraba por ningún lado. La fiesta se paró. Alain dispuso un

operativo de búsqueda y dijo que tal vez Marta se había ido al parque

detrás de las palomas. Sin embargo, luego de unos minutos el grito de

Régine partió la oscuridad en dos. En la cocina estaba Oliver frente a

Marta, que yacía abierta de par en par por un cuchillo. Le hablaba con

mucha ternura. Alain estaba fuera de sí y cogió a golpes a Oliver que

solamente atinó a reírse. Todo el mundo salió despavorido. La única

que no se dio cuenta fue Marciana que se había metido al baño a

pintar amores rotos sobre el vidrio sucio de su cuerpo. Alain echó a

todo el mundo a patadas del apartamento. Max y Marciana se fueron

al parque a alimentar a las palomas.

Todas las mañanas alimentaba a las palomas a esta hora-, le

dijo Max a Marciana mientras bajaban las escaleras del edificio. A

Marciana le pareció divertida la idea y se fueron entonces al parque de

la avenida Blanchot. Régine se fue un poco triste y se llevó unas

cuantas pastillas para su casa para terminar la fiesta, pero antes les dio

un par de patadas a los chicos que había traído a la fiesta y les dijo que

se metieran por el culo los ceniceros que se habían robado.

Después de aquella noche los días no fueron iguales en la

avenida Blanchot. Marciana a las pocas semanas fue recluida en un

sanatorio y únicamente Alain iba a hacerle visita. Le llevaba flores y

chocolates y también labiales rojos porque según decía Alain,

Marciana se la pasaba pintando las paredes y los troncos de los

árboles con su nombre, con su amor, descalabro, angustia, café, negro,

ven para acá mi amor, te tengo, pocillo, no cierres la ventana, vaso.

Marciana decía que iba a llenar de labial rojo el cielo y las nubes y el

aire y los ruidos. Régine también se fue de la avenida Blanchot porque

su madre cayó enferma. Por su parte Oliver siguió trabajando en la

librería de la avenida Blanchot y no se acordaba de aquella noche.

Alain clausuró las fiestas por un tiempo y dejó de reir. Los días y las

noches se fueron diseminando como semillas sin sentido que se iban

arrastradas por los vientos sucios de la ciudad ding song. Todos

extrañaban las locuras de Régine, sus chistes, su risa dislocada, su

sostén blanco como la nieve, su música, sus dedos, sus uñas. También

las palabras que Marciana dejaba en los espejos mientras le

83

acariciaban ding dong en el trasero esas manos solitarias que buscaban

calmar allí entre los cristales del baño los reflejos dementes de los

gritos de Marciana, que nunca preguntaba el nombre, la ocupación, la

canción preferida, la marca del perfume. Solamente exigía que

fumaran cigarrillos rubios para que el humo azul se mezclara con su

amor, descalabro, angustia, café, negro, ven para acá mi amor, te

tengo, pocillo, no cierres la ventana, vaso. Por su parte. Alain nunca

se repuso de la pérdida de Marta. Al otro día la enterró en el parque,

cerca de la casa de las palomas, cerca de esas palomas que Marta

perseguía en las tardes mientras Alain se fumaba un cigarrillo sin

filtro abaleado por el sonido roto de la tarde. Tal vez Marta era la

única que sabía moverse entre su amor, descalabro, angustia, café,

negro, ven para acá mi amor, te tengo, pocillo, no cierres la ventana,

vaso, sin hacer ruido.

Tal vez Marta era la única que entendía que los días estaban

salpicados de pequeñas pulgas negras, insignificantes.

84

DC-3 ESPINACAS DE MAYO

Ese día, Amarilla te llevé al parque de diversiones. Era

domingo y estabas un poco como todos los domingos. Un poco triste,

rota, alucinada. Un poco vuelta mierda, con el trasero frío, con las

manos oliendo a hojitas secas. Caminamos un rato por el parque de

diversiones y vimos los avisos luminosos y cuando pasamos junto al

aviso del Señor Árbol de Mermelada me dijiste hey Sven ese tipo se

parece a mi hermano. Eran las ocho de la noche.

El Señor Árbol de Mermelada

El señor Árbol de Mermelada se levantaba todas las mañanas y

orinaba cerca de la jaula de Cooper, El Oso Polar y mientras

procuraba que el chorrito amarillo golpeara las barras de la jaula

susurraba, oye viejo todo bien? Y entonces Cooper, El Oso Polar

entreabría un ojo y parecía responderle desde su pereza blanca, claro

viejo de mermelada, todo bien. El Señor Árbol de Mermelada siempre

desayunaba café negro, sin azúcar y después se iba a la cabina de

Iliana, La Mujer Barbuda y le acariciaba sus tetas, un poco elefante,

un poco de ballena y le decía hola pequeña cómo estás? Aquí te traigo

un poco de café para que pasemos la mañana un poco cerca de los

leones, un poco cerca de la lluvia. El señor Árbol de Mermelada era el

85

más huraño de todo el parque de diversiones. Olía a orines de camello.

A hierba seca. A hierba vieja y amarilla. Cuando estaba aburrido, El

Señor Árbol de Mermelada se iba a la jaula de los leones a tomar un

poco de vodka, Mercury, el león viejo siempre bostezaba cuando lo

veía entrar con la botella. El señor Árbol de Mermelada sacaba la

botella y se recostaba en Mercury y en Migue, el león con cara

cansada y se tomaba un sorbo, dos sorbos, tres sorbos y le hablaba a

los leones y les decía hermanos míos no se vayan a mover mucho que

el viejo de mermelada va a hacer una pequeña siesta. El Señor Árbol

de Mermelada siempre iniciaba su espectáculo a las seis de la tarde.

Su show no era nada del otro mundo. Era más bien algo triste. Salía y

decía hola chicos cómo va todo? Y los chicos respondían hola Señor

Árbol de Mermelada cómo va todo? Y entonces se ponía a hacer

contorsiones que decía que eran de los dioses de la India, contorsiones

también en honor a Osiris y después sacaba unos cigarrillos que

apestaban y hacía figuras con el humo azul. A veces se atoraba.

Después se metía a la cabina, tomaba un poco de vodka y al poco rato

salía a observar el número siguiente, el número de La Señorita Tetas

de Mantequilla, que se bamboleaba en el aire mientras los chicos

soltaban suspiros cuando le veían sus nalguitas de rana allá arriba,

nalguitas tan inalcanzables, nalguitas que olían a león, a arena triste.

El Señor Árbol de Mermelada siempre quiso ser mago, pero no pudo.

Por eso envidiaba al Señor Viento. Y llegó el número del Señor

Viento. El Señor Viento pidió un voluntario del público para llevar a

cabo un truco especial. Un chico con cara de idiota, se paró y saltó a

la arena. El Señor Viento lo saludó, le preguntó al chico su nombre,

Roger, respondió el chico y entonces lo metió en la caja de madera y

le echó los polvos mágicos. Después abrió la caja y el chico no se

hallaba por ninguna parte. El público aplaudió. Nuevamente el mago

cerró la caja y después la abrió, pero el chico no apareció. El público

aplaudió de nuevo. A la tercera vez, el público se quedó callado y el

Señor Viento se metió a la caja y esculcó por todos lados. A la hora

llegó la policía y se llevó al Señor Viento y la caja. El chico nunca

apareció. Esa noche El Señor Árbol de Mermelada se sintió feliz y fue

a orinar cerca de la jaula de Cooper, el Oso Polar y él le dijo, oye

Cooper todo bien? Y Cooper bostezó y le dijo, claro viejo de

mermelada todo bien. Desde ese día el parque se quedó sin mago. Al

poco tiempo la policía devolvió la caja del mago y El Señor Árbol de

Mermelada la adecuó como retrete. Después de su número se iba a

cagar allí a la caja del Señor Viento. Una noche después de un

86

desastroso número de cigarrillos donde trató de hacer la Muralla

China El Señor Árbol de Mermelada fue a cagar a la caja del Señor

Viento y nunca más salió de allí. Desapareció.

Amarilla: después me dijiste que querías unas palomitas de

maíz y te dije, claro muñeca. Después encendimos un cigarrillo y un

avión pasó por encima del parque de diversiones y te abracé y te dije

que el domingo olía a espinacas y me miraste y yo te conté que

cuando estaba niño siempre que daban espinacas las ponía en la

cuchara e imaginaba que era un DC-3, el DC-3 Espinacas de Mayo se

reporta en emergencia, atención torre de control, pido permiso para

hacer un aterrizaje forzoso y claro, la mano de mamá tumbaba el DC-

3 Espinacas de Mayo. Mierda.

El Señor Viento

El Señor Viento llegó al parque de diversiones cuando era

apenas un chico y al principio le tocó limpiar la mierda de los leones y

también despertar los elefantes. Desde el comienzo las relaciones

entre Mercury, el león y el Señor Viento no fueron buenas. Cada vez

que Viento llegaba a limpiar la jaula, Mercury se instalaba en un

rincón y esperaba a que Viento levantara los bollitos. Cuando se iba a

ir, Mercury se incorporaba, dejaba escapar un gran bostezo y le decía

oye marica Viento toma para que sepas y entonces se cagaba

nuevamente, sin afán, con toda su paciencia africana. Viento, un día

perdió la paciencia y habló con Sombrero, el elefante triste, que había

sido apresado cuando era una cría y le dijo oye Sombrero vamos a

vengarnos de Mercury, te juro que haces el idiota en ese número

idiota donde sales y el león marica ese se sube y el que se lleva las

palmas es él. Esa noche Sombrero se echó una cagada milenaria, que

Viento recogió en varios toneles. Después se fue a la jaula de

Mercury, que estaba durmiendo, tal vez soñaba con una estepa

surcada por un millón venados que saltaban hasta el cielo azul, hasta

las nubes, hasta el viento y entonces le echó la cagada de Sombrero.

Desde ese día Mercury respetó a Viento. Al poco tiempo Viento fue

designado como asistente del mago del parque y poco a poco fue

aprendiendo los trucos. Siempre los practicaba en las mañanas en la

jaula de Sombrero. Llegaba y despertaba a Sombrero con una pedrada

y se ponía a practicar. Cuando decidió que ya era la hora de entrar al

estrellato llamó al maestro, al mago del parque y lo invitó a la jaula de

87

Sombrero y le dijo que se pusiera debajo de Sombrero, que fresco, que

no iba a pasar nada y efectivamente el mago se puso debajo. Entonces

Sombrero se sentó encima del mago y desde esa noche Viento fue el

mago oficial del parque. El Señor Viento, el único. El otro mago fue

enterrado en el sitio donde Sombrero cagaba todas las noches.

Me dijiste que en el parque había mucho ruido y te respondí

que el parque era un poco como el mundo, un poco como los días y

nos sentamos a esperar el turno para la montaña rusa y el ruido te

siguió molestando y te dije que no había remedio muñeca, que la

única la única manera de soportar este mundo era a través de su ruido.

Entonces sacaste la botella de vodka para ensopar esa noche rota de

domingo con un poco de alcohol, claro nena hazlo, tomemos un poco,

un poco para matar el tedio, un poco para estar el uno junto al otro, un

poco para mirarnos a través del reflejo del cristal de la botella, claro

muñeca y te dije al oído que no soportaba los días serenos y

tranquilos, eso días pasaban como una estela de flores sobre el viento

de los tiempos, esas mañanas donde los ladridos de los perros

navegaban a través del murmullo de mi sangre. Después nos

quedamos en silencio esperando el turno para la montaña rusa y

solamente abriste la boca, solamente dejaste escapar unas palabras a

través de tus labios rojos, de tus labios yo no sé, y dijiste mierda, que

tenías ganas de montarte en la puta montaña rusa y soñar que tocabas

las nubes con la punta de los dedos y que después te vomitabas sobre

las estrellas. Claro muñeca, hazlo.

La Señorita Tetas de Mantequilla

A la Señorita Tetas de Mantequilla la habían recogido en otra

ciudad. El primero que la vio fue El Señor Hueco y cuando le vio esas

tetas, esa forma de cogerse las nalgas mientras la noche le perforaba

las babitas debajo de un poste de la luz dijo mierda, uno, dos, tres, esa

es mía, yo me la llevo. La Señorita Tetas de Mantequilla era la putica

más famosa de la región. Su número consistía en hacer numeritos con

sus teticas elásticas llenas de pecas mientras se balanceaba por los

aires. El que mejor le salía era el número 5. Entonces el público

soltaba gemidos y El Señor Hueco decía mierda, uno, dos, tres, esa es

mía. Al principio el espectáculo de la Señorita Tetas de Mantequilla

era aceptable. En realidad no era una lumbrera. Con el paso del

tiempo su número fue declinando, pero el dueño del parque sabía que

88

La Señorita Tetas de Mantequilla era indispensable. En las épocas

duras, en los tiempos difíciles, de hambre y sed, todo el parque hacía

fila frente a una carpa que instalaban en el parque y la Señorita Tetas

de Mantequilla ofrecía un poco de su leche al Señor Árbol de

Mermelada, al Señor Viento, también llevaban a Cooper, a Mercury, a

Miguel, a los enanos. Todos tomaban y claro el Señor Hueco les decía

a todos mierda, uno, dos, tres, esa es mía. Creo que una vez Mercury,

el león tenía mucha hambre y le rebanó un seno. El Señor Hueco no

dijo nada. Solamente dijo, uno, dos, tres, esa es medio mía y se rió.

Desde ese día el numerito 5 que hacía La Señorita Tetas de

Mantequilla con sus teticas no le salió bien.

Amarilla, nos montamos en la montaña rusa y todo empezó a

dar vueltas. Estábamos mareados. Eran casi las diez de la noche y

teníamos las manos llenas de frío. Estábamos tú y yo, Amarilla. Tú y

yo en la mitad de la montaña rusa, tú y yo en el recoveco de un

domingo absurdo totalmente salpicados de oscuridades. Amarilla, tú y

yo, rotos, frágiles, dementes. Vueltos mierda. Con el trasero frío.

Felices bajo la lluvia en la montaña rusa. Creo que cerraste los ojos

para tocar con la punta de los dedos el cielo negro, las nubes, la lluvia

y entonces dijiste que algo no iba bien en la montaña rusa, que olía a

sangre, y yo te dije que tranquila nena no pasa nada. La noche olía a

sangre, a periódico mojado, a licor, a pistola recién disparada.

Tranquila muñeca, te dije, así son todos los domingos, pero tú insistías

en que algo no iba bien y claro vomitaste y después miramos hacia

atrás y hacia adelante y estábamos salpicados por gotas de sangre y

gotas de lluvia. Todos los pasajeros de la montaña rusa se habían

cortado las venas y su sangre nos caía por todos lados. Tranquila nena.

Seguiste vomitando. Los pasajeros tenían la mirada hacia el cielo, se

encontraban con los brazos abiertos y tú dijiste que buena muerte,

tranquila muñeca y agregaste que a lo mejor todos esos muertos

soñaban que tocaban con la punta de sus dedos las nubes y el cielo y

mejor que no vomitaran. Tranquila muñeca. Entonces nos bajamos de

la montaña rusa y salimos del parque de diversiones y me dijiste que

nos fuéramos al aeropuerto a ver los aviones en la madrugada y que

nos acostáramos en la pista e hiciéramos el amor mientras un DC-3

pasaba por encima de nosotros. Cogimos un taxi que nos llevó al

aeropuerto. La autopista que conducía al aeropuerto estaba vacía. Una

leve brizna de lluvia empezó a caer y el ruido de los parabrisas nos

llenó la pequeña noche del taxi con su ruido incierto flap flap. En la

89

radio daban la hora, una de la mañana flap flap y dijiste que te

abrazara, que te metiera los dientes en la mitad de la boca, tranquila

muñeca, flap flap, hacía calor, había flores amarillas bajo la noche

flap lluvia flap lluvia flap, tranquila muñeca. Llegamos al aeropuerto.

Entramos y los pasillos estaban llenos de pasajeros con los ojos

apagados. Hacía calor. Me sentí en otro país. Toda esa gente parecía

como si estuviera huyendo. Caminamos sin afán pom pom pom por

los pasillos vuelo número 890 destino Kingston listo a despegar pom

pom pom. A través de los vidrios los aviones parecían luciérnagas de

metal. Pequeñas aves dormidas. El aeropuerto olía a toalla higiénica, a

clínex con mocos perfectos, a maletas de lona, a Chanel número 5, a

tres de la mañana, a beso con crema dental, a café con crema y dijiste

que el olor de los aviones te encantaba, que así debían oler las nubes.

Tranquila muñeca. Después llegamos a la pista. El cielo estaba

plagado de estrellas. Era una noche de verano. La noche olía a DC-3,

a Fokker, a cinturón de seguridad, a trece mil pies de altura, a please

no smoking. Nos sentamos en el borde de la pista. Fumamos y sacaste

la botella de vodka. Varios aviones pasaron encima de nuestras

cabezas con todo su ruido, con ese olor a nubes blancas, a cielo azul, a

cerveza, a DC-3 con espinacas. DC-3 con espinacas era estar contigo

fumando en la pista, 3 am, DC-3 con espinacas era tener los

calzoncillos húmedos, DC-3 con espinacas era darte un beso en tu

boca, en tus tetas, en tus piernas, en tu nariz, DC-3 con espinacas era

sentir ese calor de los aviones cerca de nosotros, encima de nosotros,

dentro de nosotros, DC-3 con espinacas era ese día de mayo 3 am.

DC-3 con espinacas era tomar vodka mirando las estrellas y las luces

de los aviones, DC-3 con espinacas era hacer el amor en la pista

abaleados por el ruido de los aviones, por ese olor a gasolina y

felicidad que poseen todos los aviones, por ese perfume incierto a

estrellas, a aire, a perfume plateado, a rosas rojas en la mitad de una

turbina en una noche de lluvia. Esperamos a que el sol empezara a

inundar la pista. Antes de irnos a la ciudad vimos aterrizar un DC-4.

Un avión de carga, que emergió de la débil línea del horizonte y luego

nos llenó los cuerpos con su ruido de mosquito grande y sin

complejos. Después entramos al aeropuerto y tomamos un café con

tostadas y mantequilla. Caminamos por entre los viajeros, sin afán

pom pom pom. Tomamos una carta de viaje y me dijiste que querías ir

a cualquier isla del Caribe pom pom pom. Tranquila muñeca.

Tomamos un taxi y dormiste todo el trayecto. Ese lunes dormimos

todo el día. Nos despertó hacia el atardecer el ruido de un avión. Era

90

un DC-3. Era un día de mayo y me dijiste que tenías ganas de

espinacas. Tranquila muñeca.

91

ALABIMBOMBAO

Todos terminaron mal. Mal. Mal. Mierda, qué cosa tan jodida.

Calor. Sangre. Una moto. Tal vez una jeringa. Un teléfono. Un

mensaje que decía Susy te llamo a las 8 pm después del partido trip

trip trip. Eran Carolo y El Loco. Le digo a Lerner que no sé cómo

empezar y entonces Lerner me responde fresco Pink, como vamos

vamos bien trip trip trip. Bien. Carolo y El Loco. Carolo y El Loco.

Calor. Sangre. Una moto. Calor. Lluvia.

Todo empezó una tarde cuando Carolo jugaba fútbol en un

parque. La tarde olía a alabio alabao alabimbombao. En la cancha

juganab Los Loros Asesinos y Los Hongos. Claro. Antes del partido

un bareto, un cien, para tener brava la pata trip trip trip. Carolo era el

arquero de los Loros Asesinos y se estiraba como un pez de palo a

palo y miraba hacia los árboles donde Susy se fumaba un cigarrillo.

La tarde era un infinito alabimbombao. Alabimbombao los árboles,

alabimbombao el carro de paletas del señor Beltz, alabimbombao el

cielo azul, alabimbombao el avión que rompía las nubes,

alabimbombao todas esas caras llenas de pecas que miraban el juego,

alabimbombao el aire seco. Alabimbombao Carolo que se restregaba

los guantes contra las rodillas. Alabimbombao esas ganas de tener

aquellas teticas de perra flaca entre sus manos, alabimbombao que

92

Susy le metiera un gol olímpico en la mitad de las piernas trip trip

trip, en la mitad de la tarde, de la luz, en la mitad del olor de los

árboles y de la gaseosa. Calor. Sangre. Una moto. Tal vez una jeringa.

El sol. La tarde. La gaseosa. El bareto. Nuevamente el sol. Un poco de

lluvia. Alabimbombao. Susy. Mamita.

Una tarde Carolo se dejó de pendejadas y esperó a Susy a la

salida del colegio. Una paleta de limón. La tarde. El sol y las teticas

de perrita flaca. Susy. Mamita. Te quiero. Susy se subió en la moto de

Carolo y se dejó despeinar por el viento, por el olor a sangre en los

días. Se mojó con la lluvia. Susy. La tarde. El resumen de la tarde.

Susy. La tarde. El sol. Teticas. El olor a fresa del pelo. Las manos

blancas. Fumar en el agua. Ser el agua de los días. Susy. Mamita.

Carolo la llevaba al monte, cerca de la valla de Marlboro y allí

se tendían sobre la hierba. Calor. Una mano en la mano. El sol en el

sol. El silencio en el silencio. Susy. Mamita. Te quiero. Clarito

muñequito trip trip trip. Pero Carolo ya estaba jodido. Mierda. Carolo

ya iba en anfetaminas.

Después los días fueron más bien opacos. Las fiestas en la casa

de El Loco ya estaban demasiado heavys. Black Sabbath, Sabotaje.

Paranoid. Lluvia. Un poco de hongos. Sangre en el wc trip trip trip. La

casa hecha una mierda. Fresco locos los viejos están de viaje, decía El

Loco. Para Susy fue un cambio duro. De un día para otro pasó de las

hostias del colegio a los hongos de El Loco. Un trip. Claro un trip. La

noche. Calor. Sangre. Una moto. Susy. Mamita.

A los pocos meses a Carolo lo mandaron a un kibutz en Israel

para que dejara la vaina, la cosa, la droga, la guevonada trip trip trip.

El Loco y sus amigos fueron al aeropuerto. Sanidad. Sanidad. El Loco

montó a Susy en la moto y se metieron a la pista y llegaron hasta la

escalera del avión. El mierdero total. Sanidad. Sanidad. Fue la última

vez que se vieron. Tres de la tarde. El sol. La tarde. El viaje. El último

trip. Cielo azul. El avión. Teticas con pequitas. Teticas flacas.

Mamita. Susy. Mamita. Carolo. Mi amor. Qué cosa tan jodida. Un

beso largo. Un beso con olor a avión y gasolina. Mamita. Babitas.

Avioncitos. Cielitos. Teticas. Lagrimitas pendejas.

93

Carolo llegó a Israel y empezó una nueva vida. Mierda. Todos

los días se la pasaba cultivando naranjas en ese desierto pleno de sol y

viento seco. El sol. El sol. El sol. El recuerdo de Susy. El recuerdo de

sus teticas de perrita flaca. Su olor. El olor de Susy y de las naranjas.

Susy y el sol. Susy. Mamita. Fresa. Pero en todo caso, sanidad,

sanidad. Al cabo de un mes Carolo sufrió una insolación tenaz y

mierda lo llevaron a la enfermería del kibutz. Una puta aspirina y

crema. En la enfermería soñó con Susy. Mamita. Con la tarde. Con la

tarde, la moto y Susy. Y la lluvia. Y las calles. Pero claro. En la

enfermería había canecas llenas de morfina para los soldados que se

daban plomo en la frontera con Siria. Carolo se robó una caneca y se

la mamó él sólo. Un trip. Claro, un trip. Y mierda. De regreso a casa.

Nada qué hacer. Llegó al aeropuerto. Nadie lo recibió. Era de noche.

Calor. Una gaseosa. El pasaporte. Los pasillos. La requisa. Los perros

policía. Los carabineros. Un café con crema. La oficina de Interpol.

Aduana Nacional. El Das. El F-2- La maleta. La noche. Carolo cogió

un taxi y le pareció que la lluvia escribía con sus gotas el nombre de

Susy en el panorámico del taxi. Susy. Lluvia. Una de la mañana.

Teticas. Mamita. El vidrio. La Lluvia trip trip trip. Un cigarrillo.

Pero todo había cambiado. El Loco y Susy se habían cuadrado

en una fiesta en la casa de Yoyi en una noche de lluvia. Se besaron en

la mitad de la lluvia. El Loco le dijo que ella era como la lluvia, que

ella era como pequeñas gotas que se escurrían por el vidrio sucio y

roto de sus días. Susy. La lluvia. Lluvia de babitas. Mamita. Mierda,

qué cosa tan jodida. Y Carolo que pensaba llegar y decirle a Susy

muñeca vamos al monte y me cuentas un poco de tu vida, un poco de

lo que haces, de lo que no haces, un poco de tus pequeños sueñitos

llenos de babitas, cielitos, arbolitos y gotas de lluvia. Pero más bien

no. Mamita. Teticas. Carolo entró en una profunda decepción.

Tal vez era navidad. 24 de diciembre. La noche. Velitas. Los

regalos. Campanitas. El árbol. Las luces. Los perfumes. El pavo. El

vino. La pólvora. Un trip? Claro un trip. El último. Carolo salió a la

calle y se acercó a su hermano y le arrebató el paquete de totes. Claro.

Calor. Sangre. La noche. Una moto. Se fue en la moto trip trip trip y a

medida que iba acelerando se fue metiendo uno a uno los totes en la

boca, qué cosa tan seria. Después llegó a la casa vuelto una mierda.

Lluvia. El vino. Susy. Mamita. Y se desplomó. Al otro día fue el

entierro. Susy. Mamita ya no había nada que hacer.

94

A los pocos meses El Loco se mató en la moto en la avenida.

No le sirvieron los frenos. Un bus de transporte sin subsidio le

subsidió su pase a la eternidad. Mierda. Calor. Sangre. La moto. Un

teléfono.

Después Susy se fue para Estados Unidos. Tres de la tarde. El

avión. El cielo azul. Teticas flacas de perrita. El labial. El avión. El

vestido. La beca. La puta beca. Un trip? No, nada de trip. El día antes

de irse fue al cementerio y visitó las dos tumbas, las de Carolo y El

Loco. La lluvia. El cementerio. La tarde. La sangre. El calor. Hasta

siempre muñecos. Les dejó flores. Encima de la tumba de Carolo dejó

un brassier. En la de El loco, un labial, qué cosa tan jodida. La tarde.

Cuando el avión pasó sobre el campo santo a Susy le pareció

que este era un parque donde se jugaba un partido de fútbol, el último

partido de fútbol entre los claveles rojos y el viento frío de la tarde

arbitrado por ese olor yo no sé trip trip trip a alababao alabao

alabimbombao que tenían las nubes y el cielo azul a cinco mil pies de

altura. La tarde. El sol. La sangre. Susy. El avión. Mamita. Babitas.

95

LOS DÍAS OLÍAN A DIESEL CON DURAZNO

Todas las mañanas Max y Marciana iban al parque a alimentar

a las palomas. Después dormían un rato sobre la hierba fresca

cubiertos por el olor de la lluvia. Sus cuerpos se llenaban de hojas

secas y del olor de los urapanes. Hacia las diez de la mañana Marciana

y Max se dirigían al apartamento de la avenida Blanchot. Max se

sentaba en el balcón mientras Marciana se bañaba con agua caliente y

cantaba no me jodan la vida nene nene qué vas a hacer cuando seas

grande van a tener que hablar conmigo piel dura fotografías con

brandy a las diez de la mañana prende un cigarrillo en la mitad de los

dedos abre la puerta vamos al cine chúpame mátame.

Los días en la avenida Blanchot pasaban como una canción

que se estaba apagando. Eran días que empezaban recortados,

mutilados, destrozados. Apenas se despertaban Max y Marciana

empezaban a chapotear a través de la luz pesada del día. Lentamente

Max atravesaba el pasillo y se dirigía al baño a lavarse los dientes y

llenaba su boca de espuma blanca para sacarse los malos olores de las

pesadillas, para limpiarse los restos de las palabras oscuras que se

atropellaban entre los dientes durante la noche.

96

En las mañanas el apartamento de Marciana permanecía en

silencio. Únicamente se escuchaba el ruido que producía Max en el

balcón. Después de su desayuno, sopa de paquete y café negro con

dos cubos de azúcar, Max se iba al balcón y regaba migas de pan

sobre la cornisa con paciencia como si las palomas o el pan se fueran

a acabar. El ruido que producía Max era leve y se colaba debajo del

ruido de la ciudad, debajo del ruido que hacía Marciana que dormía

con la almohada cogida entre sus manos para no dejar ir ese olor

invisible de los sueños, ese perfume del amanecer que la cobijaba de

pies a cabeza, para no dejar ir esa canción profunda y borracha que

mojaba sus sueños rotundamente con un poco de no me jodan la vida

nene nene qué vas a hacer cuando seas grande van a tener que hablar

conmigo piel dura fotografías con brandy a las diez de la mañana

prende un cigarrillo en la mitad de los dedos abre la puerta vamos al

cine chúpame mátame mientras Max permanecía en la ventana

alimentando a las palomas con migajas de pan, con trozos de silencio

y de humo azul.

Definitivamente ambos no estaban debajo de los mismos

ruidos. Max y Marciana atravesaban los días a través de canciones

rotas e inconclusas. A lo mejor se venían a encontrar al final del día,

cuando sus canciones ya se estaban acabando y entonces se quedaban

instalados en medio de dos silencios y se miraban, se tocaban, se

despojaban de todo ese ruido que se les había pegado a lo largo del día

y es por eso que Max le metía la lengua entre los dientes, para que

Marciana no hablara, para que no rompiera ese silencio, sólo para eso,

para que no iniciara otra vez la ópera absurda del tiempo y quedaran

incomunicados uno al lado del otro pegados por el olor de unas

babitas escandalosas, de unos calzones, del olor de esos calzones

inciertos.

Marciana era un compendio de murmullos oscuros que latía

junto a Max. Marciana se hacía partir de la luz, a partir de un

cigarrillo, de un pucho con un café negro con tres cubos de azúcar.

Max sufría de insomnio y por eso siempre observaba a Marciana

durmiendo., respirando ruidos. Para Max el amanecer era una hora

peligrosa. A esa hora siempre tenía un pie en la oscuridad y otro en la

luz. Cuando veía a Marciana junto a él, pensaba en su cabello revuelto

y sentía que debajo del olor fresco de ese pelo había un pantano donde

nadaban todas las palabras y los ojos y las manos de Marciana porque

97

las movía como si quisiera coger el aire, como si quisiera apagar la

máquina de los sueños que había encendido cuando clausuraba su

pequeño cielo restringido que portaba debajo del brassier blanco,

debajo de no me jodan nene nene qué vas a hacer cuando seas grande

van a tener que hablar conmigo fotografías con brandy a las diez de la

mañana prende un cigarrillo en la mitad de los dedos abre la puerta

vamos al cine chúpame mátame.

Todas las tardes Marciana iba al hipódromo. La razón era que

unas semanas antes había conocido a un tipo en el bar de Alain. Se

llamaba Noé y era dueño de Blasfemia, un pura sangre que era la

promesa de la temporada. Noé estaba hablando con Alain cuando

Marciana estaba cantando en el fondo del bar put on the red line put

on the red line y mierda Noé le dijo a Max que esa mujer era la que

necesitaba para llenarle la cabeza a Blasfemia de pequeños griticos, de

ruiditos, de Marcianitas, de mañanitas con brandy y fotografías a las

diez cuando el sol calentaba los árboles, la arena, las nubes.

-Max, esa mujer es la que necesito para que le reviente los

sesos a Blasfemias con canciones dementes-, le dijo Noé a Alain

mientras se servía una copa de vodka en medio del ruido y del humo

del bar La Cosa Divina.

Noé contrató a Marciana para que se fuera todas las tardes a

las pesebreras a cantarle canciones rotas, tristes porque estaba

convencido de que Blasfemia era un poco como una planta. Había que

cantarle para que no se deprimiera, para que estuviera listo para la

carrera de los sábados. Por eso Marciana todas las tardes se iba para el

hipódromo. Se despedía de Max que se quedaba escuchando música y

alimentando a las palomas en la ventana y cogía el autobús Ruta 45

Banderas-Hipódromo de Techo. Marciana siempre se sentaba en el

último asiento y se dejaba llevar por el ruido del bus, por los sonidos

de la Décima, por las promociones de ollas cromadas, por el olor de

los chicharrones, del aceite sucio, por ese olor sucio y pegachento que

se pegaba a los pulmones y a las manos, por el olor de las fábricas de

llantas, de neveras, por ese humo negro donde se quemaban todos los

sueños, los días y las palabras de los habitantes. Marciana se bajaba

del bus oliendo a gas, a latonería Oneida. Sus tardes sabían a bus

bluebird. La mirada de Marciana sabía a estampa de la Virgen del

Carmen pegada al lado del espejo retrovisor dios te salve maría reina

98

de los choferes hágame el favor y se corre al final del bus no me coja

las nalgas me faltan diez pesos agáchense que el chupa está en la

esquina dios te salve maría reina de los choferes se me rompieron las

medias mierda huele a vómito este bus pasa por la 80 compren la cruz

magnética de los siete poderes barata barata córrase al fondo mierda

no le meta más gente a este perlo bájese cuando quiera paren esta

mierda en la esquina por favor el día sabe a gasolina tengo el corazón

ensopado en acpm mierda.

Blasfemia era un pura sangre perfecto. Era hijo de LSD, otro

caballo de respeto. Primo del Capitán Berlín. Un caballo de casta.

Toda la tarde Marciana se quedaba al lado de Blasfemia. Le daba un

poco de heno y se sentaba a fumar y a cantar. Marciana nunca

olvidaba su botella de brandy. El brandy le ponía la voz rasgada,

pesada como si llevara una lata de cerveza en los pulmones. Cada

semana se hacía tomar una fotografía al lado de Blasfemia. Era los

viernes. Marciana siempre aparecía sonriente al lado de Blasfemia.

Todas esas fotografías eran tomadas en días de sol, en días tapizados

con nubes blancas y cielo azul. Eran días que olían a arena, a heno, a

brandy, a cigarrillos rubios de Virginia, a calzones recién lavados, a

galletas.

Blasfemia respondía perfectamente a las canciones de

Marciana. Marciana le cantaba algo de Hendrix, de Joplin, de B. B.

King, algo duro, algo suave, algo duro, algo suave, todo dependía del

cielo, de las nubes, de los polvos que se había echado Marciana la

noche anterior.

El día que Marciana se volvió definitivamente loca de remate

fue en el gran derby, sábado en la tarde, nubes blancas, cielo azul,

mujeres oliendo a Heineken, a perfume de rosas, a tabaco negro.

Marciana le dijo a Max ese sábado en la ducha que la acompañara a

ver a Blasfemia.

-Max vamos al hipódromo a ver correr a Blasfemia ding dong

de pronto ding dong-.

Cuando llegaron al hipódromo el ambiente estaba caliente. Los

apostadores daban gran preferencia a Blasfemia. El otro opcionado era

Sandinista. Cuba también tenía alguna opción. Max le preguntó a

99

Marciana si en el hipódromo había palomas, porque en ese caso debía

llevar un poco de sopa de paquete para alimentarlas. Marciana iba

vestida con una camisa blanca, vaporosa y estrenó sus gafas de sol.

Era un perfecto día de verano. Las mujeres olían a rosas y sus palabras

se iban con el viento, con el humo azul de los cigarrillos. Las palabras

olían a cerveza y la gente se tomaba fotografías con brandy. La gente

se tragaba las nubes, el cielo azul, el viento de la tarde y Marciana

estaba llena de ruidos, de zumbidos de no me joda nene nene qué vas

a hacer cuando seas grande fotografías con brandy a las diez de la

mañana piel dura prende un cigarrillo en la mitad de los dedos abre la

puerta vamos al cine chúpame mátame.

Blasfemia iba por el carril tres. LSD por el cuatro. Púrpura

Profunda por el uno. Cuando dieron la largada Marciana fue hasta la

primera fila y luego saltó a la arena. Max pensó que iba a alimentar a

alguna paloma que había por allí. Una vez en la arena se puso a cantar

las canciones que le cantaba toda la tarde a Blasfemia en la pesebrera.

El caballo vaciló un instante, dos instantes, tres instantes, cada

instante y se devolvió hacia esa corriente caliente, hacia esa voz ronca

que desde la arena desarrollaba cielos de mermelada it was twenty

years ago today Sgt Pepper taught that band to play they’ve been

going in and out of style I don’t really want to stop the show uhhhhhh.

Blasfemia llegó hasta donde estaba Marciana y ella le pidió a gritos al

público que le tomaran una fotografía urgentemente. Luego se subió

al caballo, que había tumbado al jinete y se fue al galope mientras se

quitaba toda su ropa. Encima de Blasfemia, se sintió inmortal. Sintió

que el aire olía a Brandy, que Dios había regado brandy con begonias

sobre las nubes, sobre los árboles, sobre su cuerpo lleno de pecas. A

los pocos minutos llegó la policía y se la llevó. Max desde las

graderías aplaudía en medio de la confusión de la gente. En todo caso

pensaba que Marciana había ido detrás de una paloma.

-Ella es Marciana… hizo todo eso por alimentar una paloma.

Si todo el mundo hiciera eso se acabarían los problemas en el mundo.

Eso decía Gary Gilmour. Conoce usted a Gary Gilmour?-, le dijo Max

a una mujer que estaba a su lado mirando con unos prismáticos la

escena.

Marciana fue llevada a una comisaría y luego fue recluida en

un sanatorio a las afueras de la ciudad. Todos los jueves Alain le

100

llevaba chocolates y labiales rojos. Siempre la encontraba en la

alameda del sanatorio pintando sobre el lomo de las hojas secas con el

labial. Max a veces iba a visitarla, sobre todo por ver a las palomas

que abundaban mucho en aquel sanatorio. También le llevaba

chocolates y labiales rojos que compraba en la avenida Blanchot.

Marciana siempre lo recibía calurosamente y el pintaba la cara

con su labial. Luego se sentaban bajo el silencio de algún árbol y

Marciana encendía su maquinita de hacer ruidos inciertos y el día

empezaba a oler a labial, a Marciana, a LSD, a Blasfemia, a hojas

secas, a vodka con hielo hola Max mira ese cielo azul sobre mi cabeza

míralo bien era el mismo que nos cobijó cuando éramos felices

pequeños y remotos debes acordarte Max teníamos el corazón

envuelto en papel regalo y nada nos importaba Max observa ese cielo

siempre está ahí nunca se mueve es como una gran mano azul que

cubre todos los dolores todos los olores todos los colores gracias por

el labial rojo Max gracias voy a llenar ese cielo con mi nombre con tu

nombre con el nombre de los conejos de las moscas de las hormigas

desde esta misma tarde empiezo a pinta el cielo con este labial voy a

llenar ese cielo con mi nombre en tu nombre con el nombre de los

conejos de las moscas de las hormigas desde esta misma tarde

empiezo a pintar el cielo con este labial voy a escribir poemas

dementes cerca de las nubes cerca de Marte cerca de las estrellas

muertas voy a escribir que un caballo se agolpa en tu risa y que cada

vez que abres las manos salen halcones que llenan de sangre los

árboles y los ríos y las hojas secas y las palabras y las pesadillas

gracias por los chocolates Max gracias muchas gracias voy a llenar

cada silencio de labial rojo y cada ruido del día del mundo del

universo voy a terminar de romper mi corazón todos me dicen que mi

corazón son como mis calzones rotos que huelen a noches cansadas a

manos que se escabullen por mis nalgas buscando un poco de calor un

poco de silencio tal vez un poquito de ruido ven para acá Max déjame

ver tus ojos déjame ver si también tienen los sueños vueltos mierda

como los míos ven Max estréllate contra mi carne destrózame córtame

en pequeños pedacitos y llévatelos y bótalos cerca de aquellos árboles

donde nos veíamos y cuando terminábamos los días en medio de la

metralla del tedio y del silencio ven Max y toca mis nalgas tócalas

pálpalas recórrelas termina de romper mis calzones blancos y llenos

de rotos tristes llenos de agujeros de nicotina y licor amor descalabro

café negro no cierres la ventana Max quiero que escribamos un poema

101

con nuestra sangre sobre ese cielo azul tan ausente tan callado tan

distante ven para acá Max házte a mi lado porque hace frío Max

súbete en mis piernas súbete en mis pesadillas y no te bajes súbete en

mis pechos y estíralos muérdelos llénalos de babas de sudores de

olores de colores de cometas de gritos y de miedos pero no te vayas

toma un poco de chocolate dáme la mano dáme muchos besos por

todas partes quiero que recuerdes mi olor cuando pases por las

avenidas por los bares por los parques que recuerdes mi canción rota y

demente en cada hoja de cada árbol quiero que sepas que siempre

estaré esperándote cerca de un espejo para que toques mi cuerpo por

detrás por encima por los lados por la tangente con tus manos con tus

dedos y que siempre mi pequeño Max escribiré tu nombre en el espejo

mientras me tocas mientras me inyectas toda tu oscuridad en mi

oscuridad mientras te desangras en mi sangre mientras desbocas todo

tu silencio en mis gritos salivales salvajes atroces remotos locos rotos

no te vayas ven para acá no cierres la ventana deja que el aire termine

de revolcar los corazones deja que el viento seque mis calzones rotos

y mis vasos rotos y mis papeles deja que el viento seque la sangre que

se ha acumulado entre la nicotina de mis cigarrillos ven acércate

quiero echarte el humo de mi cigarrillo en tu cara en tus palabras deja

que el humo azul te opaque lo que estás pensando y sígueme contando

sobre aquellos días cuando teníamos los corazones envueltos en papel

regalo y no había mucho que hacer simplemente caminábamos bajo

los árboles comíamos helados de vainilla después los días se fueron

achicando se fueron encogiendo se fueron rompiendo frente a nuestros

ojos los días pasaban bajo los zapatos y nosotros los pisábamos

alegres contentos felices irresponsables claro que te acuerdas Max lo

que más me gustaba de ti era el olor de tu camisa que olía siempre a

paloma a sopa de paquete tus días olían a minestrone era un olor

particular molecular auricular reticular quisiera en este momento tener

esa vieja y querida camisa para ponerla sobre el cielo azul para que

todo el universo las nubes los árboles las estrellas y los camiones de

leches olieran a paloma triste como tú mi querido Max acompáñame a

tomar un poco de scotch y fumar un cigarrillo para matar la tarde para

matar ese tedio que me carcome todos los huesos todos los sudores

todas las babas en el parque siempre te veía haciendo signos en el aire

te veía rasgando la tela de los días con tus manos desesperadamente

me imaginaba que me llamabas en silencio a través del ladrido de los

perros a través de las hojas secas a través de los ruidos agónicos del

día pero los días fueron pasando como si fueran las hojas de un libro

102

que no estábamos escribiendo los días eran arrancados cerca de

nosotros por alguna cuchilla de afeitar una fiber glass de pronto una

fiber glass que estaba sobre nuestras cabezas y que cortaba cada

segundo cada hora y las echaba en un cesto no me cabe la menor duda

de que el tiempo estaba jugando basketbol con nuestros días estaba

anotando y anotando cestas a costa de nuestra presencia remota rota y

no hicimos nada solamente dejamos que las cosas siguieran su curso

sólo dejamos que los camiones siguieran repartiendo la leche de

puerta en puerta sólamente veíamos esas señoras que salían en

silencio a recoger las botellas llenas de líquido blanco y luego nos

sentábamos en la orilla de las noches metíamos la punta de los pies

tan sólo la punta pero no nos atrevíamos a ir más allá ya creo que es la

hora Max quiero irme hacia las nubes a pintar con mi labial rojo el

cielo quiero que los peces negros atraviesen mi nombre pintado en las

nubes y que ojalá alguno se estrelle contra él ven para acá Max no

cierres la ventana lléname con todo tu amor descalabro amor angustia

café negro pocillo vaso te tengo mira ese cielo Max mira como se

diluye entre tus manos observa como se derriten tus huesos más allá

de tu piel a veces me gustaría cogerte a golpes y sacarte cada uno de

tus huesos y cada uno de tus sueños para disecarlos en las mañanas

mientras me seco el pelo frente al sol frente a las montañas no lo

niego también me gustaría coger este cigarrillo y hacerte pequeñas

quemaduras en toda tu jetica para que cuando hablaras tus palabras

salieran quemadas incendiadas calientes vueltas mierda acabadas

cocinadas ven para acá Max te voy a seguir contando cómo pasaban

los días cierto día nos fuimos a ver pasar el tren y contamos los

vagones uno dos tres cuatro cinco sesenta sesenta y uno sesenta y dos

y saludamos a toda esa gente que iba dentro del tren que iba lleno de

niños con los cachetes rojos mientras comían colombinas de colores y

que nos dijeron adiós con sus manos sucias y pequeñas y rotas y

lejanas mientras tanto nosotros dos estábamos allí en la hierba

abaleados por la canción metálica del tren de ese gusano que iba hacia

el mar y por un momento sólo por un momento cerramos los ojos y

pudimos ver el mar sentimos su viento fresco sobre nuestra frente

sentimos la arena bajo los pies y entonces me cogiste la mano me

cogiste con los ojos cerrados nos encontramos en medio de un leve

paréntesis de oscuridad y deseo nuestras oscuridades se estrellaron en

medio del ruido del tren que iba hacia el mar hacia la arena y fuimos

felices pero el tren pasó y nos dejó solos descompuestos tal vez tristes

en la mitad de una tarde absurda solos tú y yo solos aislados con los

103

ojos cerrados solos con nuestros pequeños cielos restringidos dentro

de nuestros cuerpos ven para acá Max me hace falta tu olor a paloma

me hacen falta tus silencios tus cigarrillos tu aliento a licor me hace

falta la sensación que produces es como si te hubieran soltado

súbitamente en medio de cualquier mañana soleada sin saber cómo te

llamas sin saber a dónde ir estás perdido solamente sabes que llevas

un pequeño cementerio en la mitad de tu cuerpo en la mitad de tus

sueños solamente eres feliz allí en la mitad del núcleo de tu bosque

ensangrentado por donde desfila un millón de cruces blancas que te

inunda la voz las manos los pies las palabras sólo quiero que me

invites al pequeño y discreto funeral que llevas a cabo cada día

cuando te levantas y enciendes un cigarrillo y luego te bañas en

silencio y tal vez abrazas a esta mujer en medio del descalabro de la

mañana y supongo que te dan ganas de salir corriendo debo confesarlo

a mí también me dan ganas de salir corriendo quiero corre sobre la

espuma del mar eternamente cada mañana y cada noche ya estoy

cansada de tener mi culo aplastado en los asientos de los bares no vale

la pena te sientas enciendes un cigarrillo pides un vodka te enciendes

con la canción de moda miras a través del vidrio y ves la autopista

pides de nuevo otro vodka mi pequeño Max alguien te ofrece un

cigarrillo tatareas la canción de moda baby I love you te mareas te

vuelves mierda con el humo te rascas una oreja miras el reloj y ves

que apenas han pasado unos cuantos minutos sientes que los pitos de

los autos penetran tu sangre y tu olvido a veces te olvidas que tienes

trasero llega un momento donde empiezas a perder conciencia del

cuerpo todo empieza por las nalgas se duermen se esconden luego los

pies se sumergen por allá abajo en la canción mediocre de los zapatos

te olvidas que tienes pecueca enseguida ya no sientes las piernas las

medias te olvidas que en la mañana te pusiste unos calzones y luego

cuando sigues con el baby I love you de pronto las tetas desaparecen

asimismo el cuello y la nariz al cabo de un rato no eres más que una

sombra que sostiene un cigarrillo entre los dedos o tal vez unos

labiales que pronuncian palabras incoherentes rotas inconexas cerca

del humo cerca de los ceniceros y te das cuenta que tienes el corazón

lleno de nicotina y te dan ganas de dejarlo con las colillas y luego

sales a caminar y ves ese cielo del amanecer totalmente deprimido

descompuesto a punto de venirse abajo y solamente piensas en

meterte en la cama y no pensar en nada en absolutamente en nada

pero estás lejos de todo no hay babas no hay sudores no hay manos

que te cojan en la oscuridad no puedes dormir los autos no te dejan

104

dormir el sonido de las hojas secas tampoco es algo insoportable ven

para acá Max acércate quiero escribirte un poema en el corazón con

mi labial rojo quiero escribir que eres un muñeco de cera que se

derrite con mis besos quiero escribir que tienes un reloj demente en la

mitad de la sangre un reloj que no te deja dormir un reloj que te lleva

al infierno al fuego un reloj que es una máquina que hace pájaros en

las mañanas pájaros que salen volando de tus labios y se posan en los

míos y los desgarran los destruyen ven para acá Max déjame accionar

tu máquina de hacer pájaros déjame sacar plusvalía de tu soledad de tu

dolor permíteme meter tu mano en la máquina de hacer pájaros te juro

que te construiré un cielo muy azul o tal vez muy rojo todo depende si

me tras más labiales para que tus pájaros puedan volar de aquí para

allá con toda libertad también te haré un paisaje lleno de árboles si es

indispensable me robaré unas cuantas hojas secas de algún parque

para que no te sientas extraño y también te construiré una casa en

algún árbol para las palomas pero por favor déjame ser parte de tu

máquina de hacer pájaros será divertido haremos fiestas nacionales y

el ejército desfilará por las avenidas de nitrógeno que te construiré

Max y si quieres yo me meteré en la mitad de las avenidas de

nitrógeno y me cortaré las venas mientras Dios pasa regando cruces

blancas a bordo de su avión invisible sobre tu maldita máquina de

hacer pájaros y entre los dos alimentaremos todas las mañanas las

palomas con sopa de paquete.

Después Marciana se fugó del sanatorio con un demente que se

llamaba Highway 43.

Según informaciones del doctor Tomás, Marciana estaba

recuperándose en forma satisfactoria. En las mañanas se levantaba

muy temprano y caminaba por las largas alamedas del sanatorio. Leía

cerca de los árboles, pintaba con el labial algunas hojas secas y antes

de la hora del almuerzo se acostaba a dormir en una banca de madera

al final del sanatorio.

Highway 34 tenía la mirada como la autopista 34. Uno lo

miraba a los ojos y solamente veía líneas blancas, simulacros de

miradas, señales confusas. Tal vez lo llamaban así porque en esa

autopista en la Highway 34, fue donde se volvió loco. Highway 34 iba

un domingo en el auto, todas las cosas pasan en domingo, con su

familia hacia la playa. De un momento a otro paró el carro, se bajó y

105

le prendió fuego. Highway 34 esperó a que llegara la policía de

caminos. Se fumó un cigarrillo y desde ese momento no dejó de reír,

de llorar, de sentirse solo, roto, de sentirse autopista. El juicio fue

rápido y el juez lo declaró totalmente loco y lo recluyeron en el

sanatorio.

Highway 34 llegó un viernes en la mañana. Cuando el camión

del sanatorio llegó todos los doctores estaban en el patio central

esperando su llegada. Highway se bajó tranquilamente y alzó los

brazos. Tal vez se sintió en medio de una carrera de caballos al ver a

todos aquellos doctores con los rostros circunspectos, serios,

agrietados por el viento seco del sanatorio. El doctor Tomás se le

acercó y lo saludó. Highway solamente le pidió un cigarrillo y un

café.

-Doctor, de usted solamente espero pastillas tranquilizantes en

las mañanas y un café en las tardes-.

Nada más. Después se fue a dormir. Durante varios meses no

salió de su habitación. La única persona que venía a visitarlo era su

madre. Aparecía todos los viernes con un ramo de flores y chocolates.

Todo parecía indicar que a todos los locos de ese sanatorio les gustaba

el chocolate. Con el papel dorado de los chocolates Highway se

fabricó una camisa. Cuando se la mostró a su madre, ella se puso

contenta. Tal vez pensó que su pequeño Highway se estaba

recuperando y que pronto se lo llevaría a casa para que la escuchara

tocar piano en las tristes tardes de su enorme casa repleta de objetos

fatigados, Pero la madre dejó de venir a ver a Highway 34. Highway

se puso más pálido. Parecía un gato maldito y callado. Luego conoció

a Marciana. Sucedió un día que Alain vino a visitar a Marciana.

Marciana llevaba una semana recluida y Alain llegó con chocolates,

labiales y obviamente tenía puesta su camisa de flores tropicales.

Highway observó el encuentro entre Marciana y Alain. Este último la

estrujó entre sus brazos, cerca de su sudor, cerca del jardín

escandaloso que llevaba estampado en la camisa de algodón.

Marciana se echó a llorar mientras Alain le hablaba cerca del oído y le

llevaba la cabeza con dulces cucarachas, ya saben, que la quería, que

le había traído un chocolate suizo y cigarrillos americanos y unos

labiales rosados y rojos, sangrientos en todo caso. Después se fueron a

caminar por la alameda. Marciana le dijo a Alain que era un cerdo,

106

que tenía caminado de cerdo, boca de cerdo, pero que a pesar de todo

era su cerdo y que esperaba la visita de su cerdo todas las cerdas

tardes de los jueves para que le trajera las cerdadas de siempre, que

obviamente compraba a última hora en alguna tienda de la avenida

Blanchot. Luego de unos cuantos besos y unos cigarrillos en silencio,

luego de unas cuantas palabras preñadas del humo de blend of the

finest american, turkish and other choice tobaccos se despidieron bajo

el sol decadente de la tarde. Cuando Alain venía de salida Highway 34

se le atravesó en su camino con un cuchillo. El cerdo de Alain se

asustó. Highway se acercó lentamente y lo saludó.

-Pequeño cerdo, voy a tomarme por asalto tu camisa de cerdo-,

dijo Highway 34 mientras blandía su cuchillo brillante.

Entonces fijó su mirada en la camisa de flores tropicales de

Alain y hacia allí llevó el filo del cuchillo. Pacientemente cortó una

flor de la camisa de Alain. Una victoria regia para ser exactos. Y se

largó feliz con su flor. Alain salió despavorido del sanatorio y se

metió en el primer café a tomarse un vodka. Eran ya casi las seis de la

tarde. La luz del sol estaba retirándose del sanatorio y los primeros

cantos de las ranas inundaban los espacios, las alamedas, los árboles,

las ventanas. Highway se acercó a la ventana de Marciana, alzó del

piso unas piedrecillas y las lanzó hacia el vidrio. Ella se asomó.

Highway le enseñó la flor y le grito desde abajo:

-Oye preciosa, toma esta victoria regia para que la observes

toda la noche mientras te deprimes viendo una lluvia de idiotas-.

Marciana le respondió con una sonrisa. Eran las seis de la tarde.

Highway dejó el trozo de camisa bajo la ventana y desapareció rápido

hacia la oscuridad.

A Marciana era a la única persona a la que Highway le

hablaba. Con el paso de los días ella se fue convirtiendo en una

especie de madre para Highway 34. En las mañanas Marciana le leía

cuentos y tal vez las noticias de los diarios. Mientras le leía un cuento

Highway 34 se sacaba los mocos, se rascaba las pelotas y se tiraba

pedos. Siempre se fumaba los cigarrillos de Marciana metido entre sus

piernas. Todas las tardes se quedaban cerca de los árboles totalmente

locos mirando cómo caían las hojas secas a su alrededor. De cuando

en cuando Highway también escribía poemas en las paredes blancas

107

del sanatorio. Le metía la mano a Marciana cerca de los senos, que era

el lugar donde ella guardaba los labiales y se iba al muro a escribir

poemas cerca y lejos del olor de Marciana, cerca y lejos del olor del

día, cerca y lejos del olor de la demencia, cerca y lejos del olor del

whisky, del humo azul oye preciosa oye muñeca loquita rotica esta

mañana me siento como una ballena de luz que cruza tus pequeñas

nubes de sangre tal vez son las ocho de la mañana hoy me siento

ballena Marciana déjame llegar a tus cielos restringidos a tus nubes

clausuradas hoy me siento mariposa hoy quiero ser nuevamente la

Highway 34 hoy me siento una Highway 34 el viento pasa por mis

ojos los coyotes son mis amigos hoy huelo a gasolina mi corazón es

como una estación de servicio perdida en la Highway 34 donde tú

tanqueas un poco de besos otro poco de mierda un tris de olvido y

sigues el camino pero siempre vas a estar en la Highway 34 hoy me

siento ballena mariposa estación de servicio hoy estoy lleno de

gasolina mis palabras son de gasolina y aceite hoy te voy a dar un

beso con sabor a diesel y a durazno.

Highway 34 siempre esperaba a Marciana en las mañanas.

Casi nunca dormía. Tenía profundas ojeras como si un camión le

hubiera frenado debajo de los ojos. A las seis de la mañana estaba

siempre debajo de la ventana del cuarto de Marciana. Movía los

brazos, gesticulaba con el viento, se tiraba pedos y se miraba en el

pequeño estanque que había en la mitad del sanatorio. Luego se ponía

a caminar por las alamedas esperando a que fueran las siete de la

mañana, la hora del desayuno. Fumaba, caminaba, hablaba, cantaba,

lloraba, caminaba y veía llover.

Highway 34 era el único que se levantaba y olía el aroma de

los días. Antes de que los demás locos se despertaran Highway 34

llenaba los pulmones con el aire de la mañana mientras silbaba alguna

canción for the benefit of Mr. Kite there will be a show tonight on

trampoline for the benefit of Mr. Kite. Luego aspiraba profundamente

el día, la luz, se metía todo el canto de las aves en su pecho, olía cada

hoja seca. Cuando llegaba a la alameda Highway se agachaba y

saludaba personalmente a cada paloma, a cada hoja seca. Hubiera

preferido que dentro del sanatorio hubiera coyotes, pero creo que el

reglamento interno no lo permitía. Su paloma preferida era una que

siempre estaba cerca de la estatua de algún doctor famoso que había

fundado el sanatorio. Highway 34 la bautizó Houston. Houston

108

siempre estaba en las mañanas revisando el paso de la noche sobre las

hojas secas. Siempre se encontraba con sus ojos abiertos cuando

Highway 34 se acercaba a saludarla. Highway 34 se agachaba y le

echaba un poco de humo azul del cigarrillo cerca del pico. Al

principio Houston se asustaba, pero con el paso de los días se

acostumbró al olor a tabaco rubio de Highway 34, a su perfume diesel,

a su aroma de gasolina como si toda la noche hubiera estado

conduciendo por una autopista un infernal camión lleno de vacas o de

cervezas. Después la pequeña y gris Houston se dejaba llevar en la

mano. Highway 34 la portaba en su mano y no dejaba de silvarle al

oído las canciones que se sabía You could be mine Don’t cry my

sweet Little baby. Cuando eran las siete de la mañana Highway 4 se

dirigía hacia la ventana de la alcoba de Marciana y le lanzaba

piedrecitas al cristal. Nunca fallaba. A los pocos segundos las cortinas

se abrían y ella se asomaba con todos sus ojos, con todo su cuello, con

todo su rostro plagado de pesadillas y le decía hola con la mano, con

los dientes, con la nariz, con las pecas, con el pelo.

-Hola Highway, anoche soñé con un árbol que daba hojas de

galletas de vainilla gigantes y las comíamos bajo la lluvia-.

Highway 34 le respondía el saludo desde su pequeña nube de

humo azul, desde su pequeño cielo roto.

-Hola Marciana. Baja que el día huele a eso, a diesel con

durazno-.

Highway 34 esperaba a que Marciana se pusiera la ropa. Pero

no había caso. Marciana siempre se vestía del mismo modo. Unos

jeans rotos, una camiseta, unos tenis y listo. Después iban al comedor.

Claro que antes de ir a desayunar Highway siempre acompañaba a

Marciana a la enfermería. El doctor Tomás todas las mañanas le

aplicaba una inyección tranquilizante. Por eso Highway 34 siempre le

incrustaba un beso lleno de babas, de amor, de diesel y durazno en la

vena del brazo izquierdo que la tenía amoratada. Hola mi pequeña

herida, cómo te sientes esta mañana de verano?-, le decía Highway a

Marciana allí en la pequeña banca que había afuera de la enfermería.

109

-Como siempre. El verano me deprime. Quisiera estar en un

hotel de la carretera durmiendo mientras tú toreas los camiones en la

autopista-, respondía Marciana.

Highway 34 nunca entraba a la enfermería. La odiaba.

Detestaba el olor a formol, el olor del merthiolate. Le recordaba las

tardes del colegio, las rodillas raspadas, los ceros en matemáticas, las

bofetadas, los puñetazos en los recreos. La sangre sobre la hierba, los

tristes violines del verano, la campana para ir a clase, la fila para

entrar al comedor, el olor a banano en el comedor. Simplemente

Highway 34 se quedaba afuera con Houston plantada en su mano.

Fumaba, silbaba, gesticulaba y le susurraba obscenidades a Houston.

Houston cerraba los ojos y trataba de volar, pero Highway no la

dejaba. Definitivamente estaba atrapada por el olor a diesel y durazno

de Highway 34.

Marciana y Highway 34 siempre se instalaban en la mesa que

daba contra la ventana y desde donde se podía observar todo el

sanatorio. Era un lugar estratégico. Desde allí, se podía ver la caída de

las hojas secas. A Highway 34 le gustaba ver cómo la luz iba rayando

con su paso las alamedas, la estatua del doctor fundador y las bancas

que se encontraban en medio de los árboles. Mientras fumaba su

cigarrillo rubio observaba cómo la luz se insmiscuía en la copa de los

árboles. Entonces la campanilla de la cocina rompia el encanto de la

luz, las nubes de humo azul y el olor a babas de Marciana. Luego de

la campanilla aparecía Elías, el cocinero, que siempre llevaba un

cigarro en sus labios. Supervisaba los carritos que portaban los

desayunos mientras se limpiaba la grasa de sus manos de oso aburrido

con el delantal. En el sanatorio siempre daban lo mismo de desayuno:

café con crema, pan y alguna fruta. Los domingos servían huevo tibio.

Asco total. La única que se lo comía era Houston, que clavaba el pico

entre el plato blanco. Guacala. En los desayunos de trabajo, como los

llamaba Highway 34, Marciana siempre trataba de permanecer en

silencio, tal vez por la inyección tranquilizante que le aplicaba el

doctor Tomás. Pero Highway 34 le sacaba las palabras, los sueños, los

silencios, las pequeñas sombras que tenía detrás de los dientes. En

aquellos desayunos Highway 34 hablaba y hablaba. No dejaba de

hacerlo. Era como si llevara una cascada de palabras llenas de babas

viejas y fatigadas que quería regar entre el pan, el café con crema y el

pelo mojado de Marciana. En todo caso, Highway 34 hablaba como si

110

estuviera restregando sus palabras sobre las mañanas. Como si las

mañanas fueran eternos panes de luz, tedio y melancolía sobre las

cuales Highway esparcía todo su olor a gasolina, todas las líneas

blancas de sus ojos, todo el humo azul de su cigarrillo rubio, toda su

fatiga. Después del desayuno salían a la alameda a caminar. Highway

34 abrazaba a Marciana y soltaba a Houston que siempre caminaba

detrás de ellos con su paso particular, un poco coja, un poco

aporreada. Highway 34 nunca se quedaba a las terapias de grupo que

el doctor Tomás organizaba en el comedor después del tedio del

desayuno. No había duda. Highway lo tenía todo preparado. En el

bolsillo llevaba un pequeño radio para escuchar las carreras de

caballos y las sinfonías que pasaban a las nueve de la mañana Bubble

Mass Radio: “Mozart Sinfonías Nos. 35 en Re, Haffner, No. 36 en Do

Linz” dirigida por Otto Klemperer. Nunca fallaba. Mientras daban el

reporte de la carrera de caballos de la tarde anterior Marciana no

hablaba. Highway 34 entonces gesticulaba e imitaba a algún caballo.

El que más le gustaba era uno que se llamaba Kufú. Apenas

terminaban de hablar de caballos, escribía algún poema en el aire de la

mañana mientras Houston hacía enormes esfuerzos palomeriles por

seguirles el paso. Cuando se iniciaba la sinfonía de Mozart, Highway

34 le decía a Marciana que era hora de sentarse. Ella se sentaba y

Highway se ponía a correr por entre la alameda, cerca de la sombra de

los árboles, cerca del olor fresco de los pinos. En ese momento

Houston volaba y solamente aparecía por la tarde. Marciana veía a

Highway 34 trotar, gesticular. Mientras limaba las aristas de su tedio

con el viento de la mañana, Highway 34 gritaba sus poemas para que

Houston se los llevara más allá del alambre de púas que protegía el

sanatorio, cerca y lejos del olor de los días de sol, cerca y lejos de la

lluvia, cerca y lejos del olor de la demencia, cerca y lejos del olor de

los calzones de Marciana, cerca y lejos hoy me siento de nuevo una

ballena de pronto abro los ojos y me veo lleno de agua por todas

partes hoy soy una ballena y tú Marciana estás en el reflejo del agua

estás orinando mientras lees una revista cualquiera tal vez lees cómo

se prepara una receta con tomates queso y vino hoy soy tu ballena esa

ballena que atraviesa todos tus días esa ballena con tomates que te

espera todas las mañanas debajo de una ventana hoy soy una ballena

que escucha a Mozart hoy soy una ballena a la que le gusta la

mermelada de mora y tus babas que también me saben a mora soy una

ballena que va llena con tus beso con tus sueños con tu nicotina soy

una ballena que quiere que le pinten el cuerpo con labial hoy soy una

111

ballena con tomates que escucha a Mozart una ballena que no sabe

nadar sino en tus babas mientras tú escuchas el sonido de los días

metida en el centro exacto de tu labial.

Después del almuerzo Highway y Marciana dormían la siesta

abrazados. Siempre Hacían la siesta en el mismo lugar, cerca de la

estatua del doctor fundador del sanatorio. Hacia las tres de la tarde

llegaba Houston y despertaba a Highway 34. Houston caminaba por

su cuerpo, exploraba su pelo, su olor y le aplicaba leves picotazos

cerca de los labios, cerca del olor a diesel y durazno. Entonces

Highway 34 abría los ojos y despertaba a Marciana.

-Marciana. En la tarde no pasan a Mozart. Una lástima.

Vámonos a volver loco otro árbol-.

El resto del día se quedaban abrazados, petrificados, absortos

por el ruido que las hojas secas producían a su alrededor. Marciana

siempre se llevaba una hoja seca a los labios. A esa hora no le daban

ganas de pintar con el labial cosas en el aire o en los muros. Hacia las

cinco de la tarde Marciana solía destapar uno de los chocolates que le

llevaba Alain o Max y lo compartía con Houston y con Highway 34.

Posteriormente se decretaba un silencio entre ambos. Cuando el sol se

estaba ocultando detrás de las colinas Highway 34 acompañaba a

Marciana hacia el edificio central. Caminaban en silencio. Se

despedían en la entrada. Highway 34 siempre le decía a Houston que

le diera un beso en una de las alas.

-Marciana, escríbele algo a Houston para que sueñe con perros

amargos-.

A veces Marciana le pintaba algún poema en su cuerpo, en el

pico, en las patas. Pero Highway 34 se abría la camisa y dejaba al

descubierto su pecho para que ella pintara con el labial el perímetro de

su corazón. Diástole y sístole. Diástole y sístole. Entonces Highway

34 se iba tranquilo a su alcoba. Subía las escaleras y llegaba al cuarto

a fumarse un cigarrillo mientras observaba por la ventana hacia el

mundo, hacia afuera y veía como la noche poco a poco se tomaba por

asalto los árboles, la alameda, el sanatorio, el viento, el aire.

112

Creo que la idea de escaparse le vino a la cabeza a Highway un

día a la hora del desayuno. Highway fumaba tranquilamente su

cigarrillo mientras sorbía ruidosamente el café. Marciana estaba al

otro lado de la mesa y de cuando en cuando le daba migajas de pan a

Houston que para llamar la atención picoteaba el vidrio.

Definitivamente Highway ya no soportaba más el olor del sanatorio.

Todo el ámbito olía al doctor Tomás, a su bata blanca, a su pecueca

sicoanalítica mezclada con tabaco negro. Esa mañana Highway le dijo

a Marciana que odiaba al doctor Tomás.

-Oye Marciana. Lo que más deseo es orinarme en la cara del

doctor, sobre sus gafas, sobre su nariz. Sí. Eso. Ahogarlo con esos

orines con olor a autopista, a billar de autopista-.

Mientras terminaban de desayunar Highway 34 le dijo a

Marciana que la iba a sacar de aquel sanatorio y que la iba a llevar a

vivir al desierto, lejos, donde nadie pudiera interrumpir esos gratos

momentos que olían a eso, a diesel con durazno. Vivirían en una casa

y Highway observaría a Marciana preparar recetas con tomates, la

observaría orinar mientras leía una revista donde decía que la receta

de espinacas era excelente contra la resequedad de la piel, la llenaría

toda de sudores y luego harían el amor en un duro catre de camionero

envueltos por el blend of the best finest american and turkish and

other choice of tobaccos. A Marciana le sonó la idea, pero le

respondió que decididamente a ella le gustaba hacer el amor cerca de

los espejos.

-Eso suena bien Highway. En las mañanas sacaré a secar mis

calzones rotos para que toda la autopista huela a eso, a diesel con

durazno-.

Agregó que por plata fresco porque ella se conformaba con sus

cucos rotos que sacaría a secar cerca de las ventanas para que el ruido

lejano de los autos que pasaban por la autopista los terminara de

volver más tristes, más rotos, más descompuestos. Highway se

emocionó mucho. Tal vez pensó que toda la autopista iba a oler a

gasolina, a cucos rosados de Marciana y le dijo que los domingos

saldrían a pintar con el labial las líneas de la autopista.

113

Y se escaparon. En todo caso creo que el sanatorio desde aquel

día no fue lo mismo. Esa misma mañana un loco de nombre Ray se

lanzó contra el enorme cristal del comedor. Durante varios días

Highway 34 y Marciana anduvieron por las carreteras y las autopistas.

Creo que sobrevivieron con los juegos de billar. Highway era

realmente diestro manejando los tacos. Marciana se quedaba en la

barra emborrachándose con vodka y siempre le preguntaba al mesero

si conocía al cerdo de Alain. Entre tanto Highway se concentraba en

las bolas y fumaba desesperadamente metido en medio de aquel

incesante mar de música, copas, camioneros y nubes de humo azul.

Dormían donde los cogiera la noche, generalmente en el desierto

cerca de la canción de los coyores. Comían cualquier cosa. A veces

pasaban la mañana desnudos entre los arbustos del desierto. Marciana

aprovechaba para lavar la ropa de ambos mientras Highway observaba

el paso de los autos y se ponía a cantar con los coyotes lejanos que

recorrían las crestas de las colinas.

Sin embargo, lo que más les gustaba era caminar por la

autopista. Mientras lo hacían Highway cantaba cerca del oído de

Marciana, cerca de la reverberación del asfalto cerca y lejos del olor

del desierto, cerca y lejos del olor a whisky de los días, cerca y lejos

de la demencia, ceca y lejos hoy me siento de nuevo una ballena llena

de gasolina soy una enorme ballena que escucha a Mozart a la orilla

de la autopista hoy soy una ballena que le gusta mear a la orilla de la

autopista y ver cómo la espuma se va rápidamente chupada por la

arena hoy soy una ballena borracha que le gusta el vodka el olor de tus

senos el hueco de tus jeans en la rodilla hoy soy una ballena borracha

que le gustaría tener un jugo de naranja para escuchar a Mozart hoy

soy tu ballena borracha perdida en este mar de ruidos camiones

coyotes billares y moteles hoy soy una ballena perdida borracha

demente rota triste y vuelta mierda que quiere pintar tu nombre en

todas las autopistas para que los malditos pilotos de los peces negros

lo vean desde el aire y digan oh quién será Marciana y yo les diré que

es una preciosa que le gusta los chocolates y que se emborracha en los

billares y que siempre pregunta por el cerdo de Alain al que le corté

una flor de su cerda camisa de cerdo y también pintaré mi nombre

Highway 34 para que sepan que me oriné en la jeta del doctor hoy soy

una ballena borracha que va a unir con labial todas las líneas de todas

las autopistas soy una ballena demente borracha y vuelta mierda que

hace mierda sobre la mierda de los coyotes hoy soy una ballena

114

borracha que se salió del acuario de los días hoy soy una ballena

borracha y mi único patrimonio es un bled of the best american and

turkish and other choice tobbacos y un radio donde escucho Mozart.

Durante varios meses Marciana y Highway 34 anduvieron

uniendo las líneas blancas de las carreteras con labial rojo mientras los

días pasaban a través de sus cuerpos, cerca y lejos con esa rara

sensación de león carpa triste deje ver no joda payaso borracho

alcohol crazy mama quiero más palomitas de maíz véte a casa crazy

mama blend of the finest american and turkish and other choice

tobaccos ballena borracha que se salió del acuario de los días lluvia

lluvia lluvia.

115

UNA LÓGICA PEQUEÑA

Cada cosa en el mundo tiene su lógica. Las calles tienen su

lógica propia. Los tomates y los gatos también. Mi lógica es un poco

gris, un poco nocturna. Es una lógica con techos, lluvia, una lata vacía

de cerveza trip trip trip, qué cosa tan seria y un poco de soledad y

whisky. En el fondo toda lógica es solitaria y sobre todo la de los

gatos. En realidad un gato no vive su propia vida. Un gato vive la vida

de la ciudad. La lógica del gatos es de la calle, de la sangre, de la

basura y la mierda trip trip trip. Una lógica jodida, puta mierda. Para

ser gato hay primero que comprender la lógica de los árboles, que si

es un árbol triste o un árbol alegre, que si es un árbol donde se mean

los perros o donde se besan un hombre y una mujer. De todos modos

es un asunto complejo. La lógica, mi lógica, la de Pink Tomate es salir

en las noches y decir mierda el mundo lo hago yo, yo soy el rey de la

noche, yo puedo andar por encima de toda la mierda de las calles y al

mismo tiempo comer mierda. Mi lógica es vagabundear por los techos

y decir trip trip trip soy el dueño de mi pequeña soledad alquilada, qué

cosa tan seria, es sentir la lluvia en mi rostro, es ser la lluvia, ser la

desolación, ser el viento nocturno, ser la contaminación, ser una

botella de whisky, ser las nueve de la noche, ser un árbol, un pez, un

plato de arroz, el humo azul de un cigarrillo, ser el olor de esas

116

mujeres que van a los bares y dicen vamos o no vamos, ser su boca,

sus dientes, sus nalgas, sus manos trip trip trip, vamos o no vamos.

Whisky

Mierda. La lógica del whisky es cosa seria. Ante todo hay que

tener un estado de ánimo de desolación. Los gatos no sentimos con el

corazón. Sentimos con el hígado. Le digo a Lerner que nosotros los

gatos somos puro hígado y Lerner me responde, claro Pink, los gatos

somos puro hígado. Hígado es un día de lluvia. Hígado es la lluvia

que moja las calles. Hígado es el sonido de la lluvia sobre los techos

de los autos. Hígado es tener en el cuerpo la sensación de una pistola

que dispara palabras tristes de aquí para allá trip trip trip, de los

bigotes a las patas, de las patas a los ojos, de los ojos a la espuma

sucia de los días, qué cosa tan jodida. Por eso para soportar el hígado

lo mejor es el whisky. Whisky es la ciudad vuelta mierda. Whisky es

no saber dónde uno se muere, tal vez en un techo, en un bote de la

basura, en medio de una balacera en la puerta de un bar, debajo de un

puente. Whisky es no saber si se muere envenenado por el olor de la

ciudad, por el olor de las mujeres, de los árboles, de los autos, de las

botellas, de la mierda trip trip trip. Whisky es morir una noche con un

poco de alcohol en la sangre, con un poco de lluvia entre las manos,

con un poco de silencio. Morir con dinamita en la sangre. En los ojos,

en las palabras. Whisky es saber que los días se apagan debajo de la

lluvia, debajo de las hojas secas y no hay nada que nosotros podamos

hacer, puta mierda trip trip trip. Whisky es ahogarse en los sudores de

la ciudad en una noche violenta y caliente. Ahogarse en las luces de

neón, en las vitrinas que exhiben los últimos cucos rosados en

promoción con estampados de maripositas perfecticas, en la música

que sale de los bares, be happy no worry trip trip trip, qué cosa tan

seria, en el fragor de las peleas de los bares, su madre, la suya guevón,

mierda. Whisky es pasar los días con un poco de flores diminutas que

se marchitan en la mitad del jardín sangriento que llevamos sembrado

en la mitad de los huesos, be happy no worry, qué cosa tan jodida trip

trip trip, vamos o no vamos.

Vodka

Un asiento negro. Un ventilador. Un cenicero. Humo azul.

Vodka. Qué cosa tan jodida. Una pistola recién cargada. Hielo. El

117

vodka está en otra parte. El mundo está en otra parte. La tristeza no

está aquí. La tristeza está en la copa de los árboles. Por eso todas las

mañanas subimos con Lerner y bebemos el veneno de los días en las

copas de los árboles y nos embriagamos y entonces le digo a Lerner

puta vida Pink vamos trip trip trip. El silencio está en otra parte. Se

encuentra debajo de los vasos llenos de vodka, debajo del humo azul,

debajo de los labios rojos, rotos, carnosos y animales que fabrican

palabritas que salen una por una y caen sobre la mesa vamos o no

vamos trip trip, qué cosa tan seria, debajo de las nalgas, de las tetas,

de las manos vamos o no vamos, debajo de la noche. Vodka. Lluvia.

Vamos o no vamos. Lluvia. Vodka. Vamos o no vamos, tú dices sí, yo

digo no trip trip trip. La misma situación. El vodka está en otra parte.

Tú dices vodka, yo digo vodka. Vamos o no vamos trip trip trip, qué

cosa tan jodida.

Cerveza

Tres de la tarde. Cuatro de la tarde. Cinco de la tarde. Tarde.

Sol trip trip trip vamos o no vamos. Un litro de cerveza para pasar la

tarde, para simular la espuma de los días con la espuma que se escurre

por el vaso, por los dedos, por la mesa, la calle, los labios de las

mujeres, por las paredes, las ventanas y las puertas y las nubes. La

cerveza es el olor, ese olor que se pega a las horas, tres de la tarde,

cuatro de la tarde, cinco de la tarde, tarde, el olor de la tarde trip trip

trip vamos o no vamos, qué cosa tan seria. Cielo azul. Cielo limpio.

Cielo. Edificios. Cuerpos que pasan abaleados por la espuma negra de

los días. Cuerpos que se diluyen en un sorbo de luz. Cuerpos que

pasan uno tras otro con su olor a hierba seca, a cigarrillo rubio, a

yegua, a parque lleno de hojas secas. Cuerpos. Cerveza. Cuerpos con

pequeñas lluviecitas diseminadas un poco en las nalgas, un poco en

las tetas, un poco en los pies. Cuerpos que pasan uno tras otro con la

tarde, tres de la tarde, cuatro de la tarde, cinco de la tarde. Nubes,

palomas. Mayo. Junio, un semáforo en amarillo y un plato de arroz y

una cerveza vamos o no vamos trip trip trip, qué cosa tan jodida.

118

CIELITOS RESTRINGIDOS

La carretera. El calor. La lluvia. La ballena borracha. El

silencio. Toda la carretera estaba llena de poemas de Marciana

escritos con lápiz labial rojo, violento. Roto. El silencio. Lo último

que supimos de Marciana y Highway 34 fue que se robaron un camión

tanque de gasolina y por donde pasaban provocaban un incendio. El

silencio. El incendio del silencio. La lluvia. El silencio. La lluvia. El

incendio del silencio. La lluvia. El silencio. La lluvia. La carretera.

Por donde pasaban dejaban la huella de los labiales en el reflejo de la

mañana, en la lluvia, en los billares, en los wc, en la hierba, en las

nubes, en el olor de los días y al final, como siempre, se quedaban con

las manos vacías. Se quedaban al borde de la carretera pensando, puta

vida, que la mañana, la hierba, el humo, el olor de los días pasaban

por entre sus dedos como agüita invisible, un agüita que iba borrando

el color de sus cuerpos para siempre de la página absurda y abierta del

calor. Mierda. Un poco de whisky. Un cigarrillo. Un labial. Highway

mi amor. Marciana mi amor. No hables.

Kilómetro 10

Hoy soy una aspirina, tal vez una anfetamina

Highway mi amor

Tengo el culo frío

119

Una máquina negra destila un millón de tigres sangrientos en

la mitad de mi cuerpo

Hoy soy una aspirina, tal vez una anfetamina

y parece que hoy nada camina

No camina el camión

Tengo ganas de saltar al vacío

ganas de cortarme las venas con el filo de tu aliento

con el filo de tus silencios

para que la mañana y el cielo y las nubes

se llenen con tu sangre

Hoy soy una aspirina, tal vez una anfetamina

Me falta un tornillo

y seguramente se me ha perdido en tu caja de herramientas

Highway mi amor, tengo el culo frío

Kilómetro 13

La carretera no conduce a ningún lado

Estamos en la mitad de la niebla

y el día se desangra en el asfalto

Es domingo, son las tres de la tarde

y me dices que mis teticas son como dos naranjas invisibles

en la mitad de la pradera de los días

Highway mi amor

Houston vuela alto

Escuchas a Mozart

y esta carretera no conduce a ningún lado

Pásame la botella y mojamos los días

y la luz y el silencio con un poco

de whisky

con un poco de Mozart

Highway, ballena borracha

regálame un poco de tu desolación

Highway, ballena borracha

regálame un poco de tu Mozart

regálame un poco de tu lluvia

para provocar una pequeña tempestad

en los pequeños cielos restringidos

que llevo en la mitad de mis oos

Highway, ballena borracha

120

matémonos y hacemos dos pequeñas cruces

con las líneas blancas de la carretara.

Kilómetro 20

Highway, mi amor

encendiste la máquina de hacer los días

y no sé cómo pararla

He intentado con los silencios, con los ruidos

con las palabras, con la lluvia

con la llave número 13

Highway, mi amor

encendiste la máquina de hacer los días

y no sé cómo pararla

Highway, mi amor

Prefiero las máquinas de hacer pájaros

Kilómetro 29

Hoy tengo ganas de ser el espejo

sucio de un bar de carretera

para atrapar un millón de gestos

Hoy tengo ganas de ser un camionero solitario

que huele a gasolina y cerveza

Hoy tengo ganas de ser la risa de un boxeador ebrio

que perdió su mujer, la pelea y la apuesta

Hoy tengo ganas de ser el espejo

sucio de un bar de carretera

para escribir con el aliento invisible

el nombre de Dios en medio de una borrachera,

Hoy tengo ganas de ser el espejo

sucio de un bar de carretera

para apostar a Dios

con dos dados, una cerveza y tres bolas de billar

121

RUTA 34A MEISSEN

El día anterior a la destrucción de la ciudad estábamos con

Amarilla y sus gatos en la Séptima. Ese día convencí a Amarilla a que

nos metiéramos a ver The Buccaneer con Charlton Heston y Yul

Brynner. Le dije muñeca son las siete y no hay nada que hacer y ella

me respondió está bien muñeco vamos. Entonces terminamos de

comer los helados bajo el cielo de la noche. Amarilla se dirigió a los

gatos, que comían un helado de vainilla sobre el pavimento y les dijo

cómo la pasan chicos? Y ellos dijeron con sus ojos bien muñeca, muy

bien.

Nos metimos a cine. Cogí a Lerner y lo escondí debajo de mi

abrigo, Amarilla hizo lo mismo con Pink Tomate y Laurencio.

Salimos de cine hacia las once de la noche. La 24 estaba desolada y el

cielo estaba lleno de estrellas borrachas por el humo de las fábricas.

Caminamos un rato. Entramos al bar Anaconda y tomamos café

negro. Un mesero nos puso problema para entrar, pero Amarilla se las

arregló para que todos sus gatos estuvieran junto a nosotros y le dijo

al tipo oye nene qué putas te pasa y el tipo respondió tranquila nena

no me pasa nada y entonces nos dejó entrar tranquilamente. Después

de una pelea en el bar salimos sin pagar la cuenta. Siempre que

íbamos al Anaconda había peleas. Esta vez era un cojo de camisa

amarilla y cadenas de oro que peleaba contra un negro, por una putica

122

ojerosa que llevaba un abrigo de imitación de piel y que emitía

griticos desde la oscuridad cada vez que el descalabro del bar era roto

por los puñetazos y las botellas que estallaban en mil pedazos. En la

mitad de la pelea cuando el negro demolía a golpes al cojo y le decía

malparido cojo la yoli es mía sólo mía, salimos del bar Anaconda sin

pagar la cuenta. Corrimos varias cuadras y llegamos a la 33 y nos

paramos debajo de un reloj a tomar aire. Esperamos a los gatos. A los

pocos minutos aparecieron los gatos y Amarilla me dijo que no tenía

sueño y que tampoco tenía ganas de caminar, sino que por el contrario

sentía ganas de montarse a un bus y recorrer toda la ciudad hasta el

amanecer. Está bien preciosa. Ni más faltaba muñeca.

Entonces fuimos a una cigarrería, servicio 24 horas y

compramos una botella pequeña de brandy, galletas y cigarrillos. En

la 35 cogimos un bus, la ruta 34A Meissen. El bus iba casi vacío.

Apenas unos cuantos pasajeros tenían las nalgas aplastadas contra los

asientos. Nos hicimos en el último asiento. El bus olía a licor, a

cigarrillo apagado debajo del asiento. Adelante de nosotros, un

borracho se sacaba los mocos y hacía pequeñas bolitas que después

pegaba debajo del asiento. El 34A Meissen bajó cerca del cementerio

y después cogió la Avenida República del Uruguay y nos pusimos con

Amarilla a contar los urapanes, uno, dos, tres, cuatro, cinco, seis, siete

las estrellas, las canecas de basura, las puertas y las ventanas de

aquellos edificios grises donde a veces se veía un rostro asomado por

la ventana mirando hacia afuera. Amarilla me dijo que los árboles le

recordaban la niñez. Que cuando era niña siempre contaba todos los

árboles y que los que tenían aves en sus ramas contaban por dos y me

dijo muñeco vamos a contar urapanes, claro muñeca contemos, uno,

dos, tres, cuatro, cinco urapanes.

El 34A Meissen llego al Santafé, ese barrio que no tenía

ninguna esquina, ningún ángulo recto. Eso me lo hizo notar Amarilla.

Todas las esquinas no terminaban en ángulos rectos, sino en curvas.

-Tal vez el que construyó este barrio pensó que las esquinas

eran parte de la circunferencia de la vida donde el amor es un punto

central equidistante de la curva infinita del dolor-, dijo Amarilla

mientras limpiaba con la manga de su camisa el vidrio para ver mejor

las calles de aquel barrio.

123

Poco a poco el 34A Meissen se fue llenando. Era tal vez la una

de la mañana. Al poco tiempo el bus se llenó de borrachos, de putas,

de asesinos. También había un pequeño que nos pidió que le

compráramos frunas, monita cómprame las frunas tres en cien monita.

Amarilla le compró tres en cien y se las dio a Laurencio, Pink Tomate

y Lerner que estaban absortos y tenían las patas contra los vidrios.

Gracias monita.

Los habitantes que iban en el bus llevaban los rostros pegados

a los vidrios y todos hablaban sin parar. Vomitaban las palabras cerca

del olor del bus, encima de los cojines, mientras el bus atravesaba la

avenida República del Uruguay llena de urapanes uno dos tres cuatro

cinco seis siete urapanes.

El 34A Meissen llegó a la 45 y realmente era una pecera llena

de peces alucinados, ebrios, vueltos mierda que atravesaban las olas

negras de la ciudad en medio de ese bus y entonces el conductor dijo

mierda por favor el caballero córrase al fondo del bus que está vacío y

el caballero le respondió que dejara la guevonada, que estaba

mareado, que tenía ganas de vomitar, que el bus era un servicio

público y que él iba a hacer público su vómito y mierda, Amarilla me

dijo muñeco esta vaina está pesada y yo le dije fresca muñeca la vaina

está pesada, tú tranquila, y el caballero se vomitó cerca de nosotros y

yo le dije a Amarilla que nos bajáramos, que nos fuéramos al

apartamento a destapar una botella de whisky, pero ella me dijo ni por

el putas, tú tranquilo muñeco. Amarilla agregó que mejor tres, cuatro,

cinco, seis, siete, ocho, nueve, diez urapanes oye muñeco que viaje tan

tenaz, sí, muy tenaz muñeca, tú tranquila, limítate a respirar muñeca y

entonces ya estábamos mareados y nos sentimos pececillos negros en

la mitad de un acuario borracho llenito de agüita amarillas que

pasaban frente a nuestros ojos, por nuestras manos, por nuestras

babitas y mierda todo empezó a darnos vueltas en la cabeza, tú

tranquila muñeca, limítate a respirar, tranquilo muñeco yo me bajo en

la 63 deberíamos ir al Lucky Streap Tease a ver esos chiclecitos

sabrosos que se zambullen entre la música de Donna Summer y esas

luces vamos guevón mañana no toca ir a trabajar oiga el caballero allá

no ha pagado el pasaje paren esta mierda que yo me bajo aquí en las

residencias El Cairo pare esta mierda jueputa ya vamos por la 63

vamos al Lucky Streap Tease pare pare el perol urapanes avenida

124

República del Uruguay uno dos tres cuatro cinco seis siete calle 45

botes de basura tienda Uganda servicio 24 horas paren esta mierda

déme otro cigarrillo oiga marica ya nos pasamos de las residencias El

Cairo seguro las nenitas ya se fueron seguro ya no queda agua caliente

seguro ya quitaron el canal porno con esas nenas de tetas blancas y

grandes vamos a comer perro caliente o un pollo y cerveza otro

urapán avenida República del Uruguay uno dos tres cuatro cinco seis

siete oiga usted hábleme de algo usted tiene cara de llamarse

Humberto y usted tiene cara de llamarse Rodesia que va yo me llamo

Sven te vi perro y ella se llama Amarilla oiga usted te vi perro

hábleme de algo me siento solo vuelto mierda todo el día me la paso

por ahí escribiendo guevonadas y tomando tinto y después tomo el

bus te vi perro usted tiene cara de vivir en la 30 qué va te vi perro vivo

en la avenida Blanchot te vi perro otro urapán Sven uno dos tres

cuatro cinco seis siete oiga el borracho de allá por favor váyase a

vomitar en la jeta de su madre la suya guevón paren esta mierda estoy

mareado te vi perro tranquila muñeca limítate a respirar claro muñeco.

Creo que en la calle 72 se subió un hombre con el revólver en

la mano. Su rostro estaba descompuesto. Eran las dos de la mañana y

el hombre se quedó parado con el revólver en su mano y empezó a

silbar mientras blandía el arma. Después se fue acercando a cada uno

de los pasajeros. Amarilla cogió a los gatos y los abrazó. El hombre

del arma se acercó a una putica triste que dormía cerca de nosotros y

le pasó el cañón por los senos. La putica se despertó y se asustó. El

hombre le preguntó el nombre. Creo que la muchacha dijo que se

llamaba Lizeth. El hombre la abrazó y a grito herido dijo que se iba a

casar con ella y que iban a tener tres hijos y que los domingos irían al

Parque Nacional a tomar jugo de mandarina y a escuchar la orquesta

distrital tocando era la piragua era la piragua de Guillermo Cubillos

era la piragua la piragua la piragua.

Después el hombre corrió a la putica a empellones y bajó el

vidrio del bus y se puso a dispararle a las ventanas de las casas, a los

edificios, a los vagos y a los perros que esculcaban las canecas de

basura. Uno de los borrachos que estaba delante de nosotros se

levantó y fue hasta donde el tipo del arma que dijo que se llamaba

Nelson y le dijo oye Nelson deja la guevonada y Nelson le contestó

cuál guevonada, que lo dejara en paz, que tranquilo, aquí no ha pasado

nada.

125

A Nelson no le gustó que lo interrumpieran y le propuso al

borracho que jugaran a la ruleta rusa allí en la mitad del bus. Nelson le

dijo al conductor que le bajara a la música. Pero las balas ya se le

habían acabado. De todos modos se quedaron frente a frente haciendo

click con el arma hasta que se cansaron. El borracho regresó a su

puesto y Nelson sacó unas esposas y se encadenó con la putica triste a

uno de los asientos. Se quedaron dormidos. Nelson puso la cabeza en

el regazo de la putica.

A las seis de la mañana estábamos por la 80 y ya no había

urapanes. Nos bajamos del 34A Meissen y caminamos un rato por la

avenida esperando a que el sol terminara de tomarse por asalto las

calles. Desayunamos café negro con tostadas y llegamos a la avenida

Blanchot, al apartamento de Amarilla. Dormimos todo el día y en la

tarde salimos a tomarnos algo.

Creo que todo estaba tocando fondo. El cielo estaba azul, pero

no daban ganas de mirarlo. Los peces negros volaban y producían una

estela de ruido y grasa que permanecía cerca de las nubes y del sol.

Caminamos con Amarilla por la avenida Blanchot. Los cafés estaban

atestados de muertos que no cesaban de hablar, fumar, reír, murmurar,

llorar, gemir. Aquella tarde los habitantes parecían más

despreocupados. A pesar del ruido que producían los peces negros a

su alrededor, continuaban hablando y no paraban de incrustarse besos

cerca de sus palabras gastadas. Ya lo tenía decidido. Íbamos a ir al

mar, a la playa. Amarilla me lo había pedido. Quería que la llevara al

mar y la embarcara en un pequeño bote y la dejara para siempre. Me

dijo que quería irse con todos sus gatos en un bote blanco, pero que

antes nos emborracháramos como la primera vez, que fresco loco, que

todo bien, que al final quería que le dijera tranquila muñeca y ella me

diría te vi perro. Ni más faltaba muñeca.

Al final de la avenida Blanchot entramos a un pequeño café.

Estábamos extenuados. Nos encontrábamos llenos de silencios por

todos lados. Amarilla estaba a mi lado pero no era más que un

conjunto de murmullos blancos que respiraba agitadamente mientras

miraba pasar los autos. Amarilla pidió un vodka. Yo pedí lo mismo.

Fue un día triste, en todo caso. Nos sentamos en una mesa al aire

libre, cerca de la calle. Eran tal vez las cuatro o cinco de la tarde. Los

126

habitantes deambulaban cerca de nosotros. Entraban a los cafés,

salían, leían los diarios, fumaban, aplastaban sus nalgas en aquellos

asientos de rayas azules y blancas y despreocupadamente terminaban

de gastar aquella absurda tarde de domingo con un trago de licor o un

café negro, cargado, absurdo, roto, aromáticos. Me sentí como en

aquellas tardes cuando mi mamá me llevaba al circo. Era algo

parecido. La misma sensación. El mismo olor. El mismo olor a arena

con sangre. Mamá siempre compraba localidades de primera fila. Tal

vez por eso se me pegó el olor a tigre viejo y fatigado. Tal vez por eso

llevaba en la mitad de mis huesos ese ruidito de león arena no me joda

deje ver payaso borracho alcohol carpa triste quiero más palomitas de

maíz vete a casa.

Me sentí como aquel último domingo feliz cuando destruimos

la casa que habíamos construido en el árbol. Sin embargo, desde unas

semanas antes ya teníamos pensado cancelar aquella casa de madera.

El señor Beltz nos aconsejó que las revistas suecas las podíamos

vender a un buen precio porque nuestra colección era bastante

respetable. Beltz nos dijo que entre más pegachentas y llenas de babas

estuvieran las páginas centrales más pagaban por las revistas y agregó

que Helga La Ardiente Bestia de las Nieves era una nena que estaba

fuera de circulación y que eso la cotizaba aún más. Por eso una tarde

salimos con Leonid y Bayer a vender nuestra querida biblioteca de

cultura sueca. Aquellos días estaban llegando a su fin. Leonid ya

estaba pensando en ir al ejército y ya usaba clínex para los mocos. Por

su parte, Bayer ya usaba gafas de sol y ahorraba todas las semanas

para ir donde las brujitas de la avenida Blanchot a gastar los primeros

cartuchos de la adolescencia en medio de aquellas sábanas sucias que

olían a sudores gastados, vencidos, ausentes. Cuando íbamos al

parque las paletas ya no nos sabían igual.

Algo había cambiado en la estructura de los días, en el tejido

de los silencios. De pronto era que la tela de los días se estaba

abriendo y estábamos desamparados, muertos de frío bajo el viento de

la nada que siempre llegaba a nuestros rostros y los golpeaba como si

fuera un fuerte coñazo seco y certero. En la mitad de los ojos. Luego

de una reunión que llevamos a cabo en la casa del árbol decidimos

clausurarla para siempre. Leonid propuso quemarla a la usanza de los

piratas que quemaban sus barcos cuando habían cumplido su ciclo

vital. Eso hicimos. Una tarde de domingo nos subimos nos

127

emborrachamos con scotch, llenamos nuestros pulmones de mucho

humo y nos quedamos en silencio en medio de las revistas suecas.

Bayer se lamentó de que nunca hubiéramos conocido a Helga y a

Inga. En todo caso pensamos que Helga debía estar casada con un

camionero sueco y debía tener como mínimo dos niños llenos de

pecas y que tal vez las tetas descomunales se le habían estirado y que

de pronto no era más que una enorme vaca tierna que en los días de

nieve preparaba sopas de legumbres para sus hijos y que creía en

Santa Claus. Inga, tal vez había corrido con más suerte y a lo mejor

trabajaba como secretaria en una oscura oficina de Estocolmo pasando

a máquina memorandos todo el día. Tal vez vivía en el departamento

número 897 de la calle Erik Strolkjurgen y todas las mañanas salía a

la estación, paraba en un cafecito cerca del edificio Olaf Palme y se

tomaba un café negro, cargado, solitario, antes de meterse en el metro.

Tal vez todavía tenía buenas piernas que eran admiradas por todos los

yugoeslavos y los turcos que suelen ir en los metros embutidos en sus

largos abrigos grises. Íbamos a quemar la casa, pero no a nuestras

diosas. No íbamos a permitir que un maldito fósforo hecho en Suecia

terminara con esos animales salvajes que de alguna forma nos

ayudaron a pasar en borrador los días de la niñez. Era preciso darles

un homenaje. A pesar de que íbamos a quemar el barco pirata de

nuestra niñez, nuestras diosas no iban a correr igual suerte. Propuse

algo más digno. De algún modo tenían que perdurar en algún lado. Mi

padre tenía un amigo piloto que volaba a Europa. Una tarde lo

visitamos y le comentamos la idea. Se trataba de que cuando estuviera

sobre el mar soltara los afiches de Helga e Inga y los dejara caer.

Pensábamos que tal vez en alguna otra parte había otros tres chicos

con las rodillas raspadas, con los bolsillos llenos de ranas, tornillos y

palitos que de pronto construían una casa en algún árbol y que no

tenían diosas para matar el tedio de las tardes. Al cabo de un tiempo el

piloto nos comentó que había dejado caer a Helga sobre las islas

griegas y a Inga cerca de Normandía. Y fue un domingo cuando

después de habernos emborrachado le prendimos fuego a la casa. Esa

tarde ardieron nuestros mejores días, nuestros sueños más profundos.

También quemamos algunos cucos que habíamos conquistado. Todo.

Cigarrillos, botellas, poemas imbéciles, tornillos, las fotos que nos

habíamos tomado y los estatutos del club. En efecto, cumplimos con

la última clausula del reglamento que decía que si no podíamos

detener el paso de los días debíamos mandar todo para la mierda, para

el cielo, para el fuego.

128

Como aquel día cuando quemé la nave de mis mejores días,

me sentía esa tarde de domingo con Amarilla, allí en aquel anónimo

café de la avenida Blanchot matando la tarde de domingo cerca de un

vaso de vodka. Pronunciando rotas palabras de amor que se

resbalaban hacia el fondo de los cubos de hielo que había en las vasos.

No había dudo. Ese día estaba quemando las naves de Amarilla.

Estaba lanzando por la borda los sudores de Amarilla, sus palabras, su

amor, su descalabro, su café negro, su olor a nicotina. Había cogido

los naipes de los días y los estaba dilapidando sobre las olas negras de

aquel domingo. Amarilla pidió otro vodka. Creo que quería

embriagarse. Deseaba pasar la tarde de aquel domingo bajo los efectos

del alcohol y del humo del cigarrillo. No de otra manera se puede

pasar un domingo.

Tenía toda la razón Amarilla. Amarilla quería sucumbir ante el

ruido del mundo. Eso estaba muy bien. Pero Amarilla deseaba ir más

allá. Quería enloquecerse con el ruido del mundo. La veía y sus ojos

me decían que se iba a volver demente con el ruido invisible de mis

palabras, con el ruido de las hojas secas, con el ruido incesante del

tedio que se incrustaba en todos los huesos. Ese día Amarilla se

hallaba atrapada con mi león arena no me joda deje ver payaso

borracho alcohol carpa triste quiero más palomitas de maíz vete a

casa. A nuestro lado varios muertos ocuparon una mesa y pidieron

botellas de alcohol. Me dieron ganas de estar con ellos. Ganas de reír

como ellos, ganas de tener sus camisas blancas. Ganas de gritar en

medio de los vasos de vodka. A lo mejor ganas de meterles un puño

en la mitad de sus dientes para que no se rieran tanto.

El cielo ya se estaba poniendo oscuro. Amarilla tomaba su

vodka lentamente y me miraba por entre el hielo y me dijo te vi perro

y yo le dije tranquila muñeca yo también te vi perra. Ni más faltaba

muñeca. El aire fresco de la avenida Blanchot ya no era tan fresco.

Nuestra conversación a veces era interrumpida por la sirena y por el

ruido de los peces negros que continuaban volando sobre la ciudad

dejando caer bombas. Miré a mi alrededor y la ciudad era un castillo

de naipes que se derrumbaba como un pequeño león arena no me joda

deje ver payaso borracho alcohol carpa triste quiero más palomitas de

maíz vete a casa por favor no me siento bien callen esa sirena parel

mundo paren el ruido huele a testículo a culo raspado no se ría tanto

quiero otro cigarrillo es el conteo final mesero otro vodka por favor

129

paren esta mierda me siento mareado no me he confesado rápido un

cura un ácido aunque sea para que me estalle en la boca del estómago

oye Amarilla ven a mis brazos tengo ganas de orinar abres esa caja

deja ver qué tienes ya va siendo hora de ir al mar ven hacia acá quiero

meterte en la lengua en los dientes quiero el último de tus sudores

paren esta mierda.

Después de algunos vodkas pagamos y nos fuimos. A nuestras

espaldas quedó todo ese ruido lleno de risas rotas, todo ese olor a

dientes blancos con alcohol todas esas palabras torpes que salían de

aquellas gargantas cortadas por el miedo, por la noche. Me dio la

impresión de que habíamos estado en medio de un jardín plagado de

un millón de estatuas de ceniza que se desmoronaban entre copa y

copa, entre risa y risa, entre palabra y palabra como si el tiempo de

pronto les hubiera plantado un puñetazo en la mitad del culo.

Seguimos caminando por el malecón. Atardecía. Llovía.

Atardecía. Llovía. Llovía. Llovía. Llovía llovía llovía. Amarilla tenía

la camisa blanca que le había comprado el sábado en un almacén de la

avenida Blanchot. Creo que fue el último día que fuimos felices.

Después nos metimos a un concierto de rock cerca de la playa.

Amarilla estaba feliz, Amarilla estaba eufórica y me dijo, perrito

quiero un ácido y yo le dije, claro preciosa ya voy y entonces me metí

en aquel mar de sudores, de gente que movía los brazos hacia arriba y

hacia abajo y le dije a un tipo, hey por favor un sunshine y el tipo dijo

fresco loco no lo diga tan duro, pero al final todo bien, me dio el

sunshine y llegué y le dije a Amarilla preciosa toma tu sunshine y ella

me dijo, te vi perro y yo le respondí, no me lo hagas repetir, yo

también te vi perra. Ni más faltaba muñeca. Luego Amarilla se sintió

mal. Si no estoy mal desde esa noche empezaron los vuelos de los

peces negros sobre la ciudad. Como nunca. Iban y venían. De sus

bocas salían lenguas de fuego que preñaban las nubes con veneno. Es

anoche de sábado la ciudad empezó a oler a cebolla, a sangre caliente.

A caucho quemado. Olía a odio, a desesperación. Creo que los peces

negros estaban cercenando el cielo de la ciudad y nadie se daba

cuenta. Abajo todo el mundo continuaba su vida normal. Los muertos

seguían en los bares, en los estadios, en los parques. Pero arriba el

cielo estaba herido, partido en mil leves infiernos. Entre tanto,

Amarilla y yo estábamos en el concierto de rock. La camisa blanca de

Amarilla estaba ensopada en sudor. La sangre. La boca me sabía a

130

sangre, a arena, a toro degollado. Un leve hormigueo me sacudía las

manos. Amarilla fue por más acido. Creo que le estalló en la mitad del

estómago en la mitad de la mejor canción. Las luces violetas rompían

el cielo negro de la noche y a nuestro alrededor los cuerpos de los

muertos se zambullían con todo su hola hola más nirvana azul sobre

nuestras cabezas por favor no salten tanto me ahogo mierda se me

perdió la cabeza hola hola huele a sangre joven hola hola torre de

descontrol los niños perdidos a la salida hola hola torre de descontrol

se me perdió mi león carpa arena no me joda payaso borracho alcohol

carpa triste deje ver vete a casa rompe los huesos métete todo el ruido

que puedas riega la paranoia riega la sangre fango fango fango no

puedo obtener satisfacción me duele el cerebro me quemo los

pulmones las manos los dedos los dientes necesito alguien que me

muestre el camino de la sangre no puedo obtener satisfacción cuidado

con la electricidad páseme un sunshine que me ahogo quiero miel otro

poco de miel no te preocupes mátate no te preocupes en la mañana

limpian la playa el próximo sábado será otro concierto. Hacia el final

del concierto le dije a Amarilla, hey preciosa no puedo obtener

satisfacción y ella me respondió lo mismo, claro precioso, yo

tampoco, te vi perro y luego la cabeza me empezó a dar vueltas y vi a

Amarilla a cien millas de distancia y le dije muñeca te me vas y ella

me sonrío y dijo, claro que me voy, te vi perro y mierda, ya estaba a

quinientas millas, ya estaba lejos de mí, ya la veía por entre el ruido,

por entre el humo, por entre el ácido y cuando estaba a punto de

perder el sentido le dije preciosa esto se acabó y ella me dijo, pero

claro muñeco, te vi perro para siempre. Mierda.

Después del concierto de rock salimos a caminar. Creo que

amanecía. Creo, que como siempre estábamos rotos, vueltos mierda,

alucinados, descompensados por la noche, por el ruido, por la

electricidad, por el silencio que se instauraba entre nosotros. El cielo

tenía un color extraño. Tola la ciudad olía a ropa recién lavada como

si todo el mundo se hubiera puesto de acuerdo y hubiera sacado a

secar sus camisas y sus pantalones a las terrazas, cerca de las plantas,

cerca del ladrido de los perros. Mientras caminábamos reconocí el

ladrido de aquel fox terrier que en las madrugadas tanto me llamaba la

atención. Hola Joe. Hola triste Joe. Efectivamente era un fox pelo de

alambre que se moría de frío detrás de una verja oxidada. Amarilla se

dejó lamer una mano por Joe. Nos sentamos cerca de Joe. Amarilla

sacó de su bolso un chocolate que llevaba y se lo dio. Jo se lo comió

131

como todo un perro, es decir, con todo y envoltura. Nos quedamos

sentados cerca de la verja, cerca de Joe y destapé una botella de

vodka. Amarilla acariciaba a Joe que se encontraba acostado con el

hocico metido entre las varillas de la puerta de metal. Estuvimos un

rato en silencio. De cuando en cuando Amarilla regaba un poco de

licor en la palma de su mano y dejaba que Joe se la lamiera. Amarilla

me dijo que por favor no dejara rastro de ella en casa, que por favor

rompiera el vaso donde tomaba vodka cuando se sentía deprimida,

claro muñeca, ni más faltaba. También me dijo que encima de la mesa

del comedor había unas fotos de los paseos a la playa. La orden fue

que las quemara. No quería que quedara rastro alguno cerca de mí. De

todos modos sabía que su olor iba a permanecer cerca de mí, cerca de

mi soledad, cerca de los domingos rotos. Fue entonces cuando

Amarilla me dijo que quería llevarse a Joe y me dijo muñeco salta la

verja y rescatas al perro, y yo le dije claro preciosa y seguro después

me dices te vi perro y ella, claro, muy en su puesto, me dijo, tienes

toda la razón, después te digo te vi perro para siempre. Puta vida.

Salte la tapia y saqué a Joe.

Después seguimos caminando. Amarilla llevaba en sus brazos

a Joe. Ese día fuimos felices. Más adelante en un parque Amarilla

dejó en libertad a Joe. Joe corrió hacia el malecón. Desde el

descalabro del amanecer Joe ladró. Hasta luego Joe. Ese amanecer nos

quedamos en el parque abrazados. Las hojas secas caían a nuestro

alrededor. El sonido del mar nos taladraba los oídos, los huesos, los

miedos. Amarilla me dijo que quería que le comprara otras camisas.

Quería una camisa roja para caminar por la Avenida Blanchot en los

días de sol. Una camisa violeta para ir a La Manzana a zambullirse en

el agua de los cuerpos en desbandada.

Llegamos a casa y nos quedamos cerca de la ventana viendo

como el sol teñía los techos con su luz enfermiza. Después creo que

salí a comprar cigarrillos y los diarios.

Ese domingo, como todos los domingos nos sentimos rotos,

tristes y en nuestras miradas no había más que un león arena no me

joda payaso borracho alcohol carpa triste quiero más palomitas de

maíz vete a casa. Después dormidos toda la tarde. Me desperté

primero que Amarilla, me bañé y observé como dormía. La observé

bajo la luz tenue que entraba por la ventana. Parecía un delicado

132

animal de monte que soñaba con pelotas de playa de muchos colores.

Cuando abrió los ojos me dio la impresión como si hubiera estado en

la playa cerca de la caseta donde vendían refrescos porque su mirada

estaba diáfana, clara. Sus manos estaban pálidas como si se hubiera

bañado en el agua salada del mar, como si hubiera leído una frase

como por ejemplo “fui de flores, él de rayas” o algo por el estilo.

Después de unos instantes en que permaneció en silencio Amarilla se

levantó. Se fumó un cigarrillo cerca de la ventana y me dijo que había

llegado la hora. Que nos fuéramos a la playa. Que lo tenía decidido.

Quería irse en un bote blanco que había comprado la semana anterior.

Irse para siempre. No deseaba dar explicaciones. Solamente quería

decirme muñeco, te vi perro y quería que yo le respondiera, como al

principio, fresca nena, todo bien.

Se tomó un café, se puso la camisa blanca y salimos. Fuimos a

la avenida Blanchot, nos metimos al café y seguimos caminando.

Luego arribamos a la playa. El olor del puerto era penetrante. Olía a

pescado crudo. A grasa. A hígado de bacalao. El olor del hígado de

bacalao me llevó a esas mañanas grises de la infancia.

Amarilla se volcó a mis brazos. Arribamos al pequeño bote

blanco que estaba anclado en la orilla. Había llegado la hora.

Amarilla se montó en el bote. Ya estaba anocheciendo y en el

fondo se veía la ciudad con todo su murmullo confuso de luces, ruidos

y muertos que reían, cagaban, hablaban y fumaban. Desamarré el

pequeño bote. Amarilla me mandó un beso y yo empujé el bote hacia

el mar. Desde el bote Amarilla me hizo una señal, te vi perro, yo

también te vi perra y entonces le tiré una botella y un paquete de

cigarrillos y le grite oye nena sin ti no puedo obtener satisfacción y

ella sólo movió los labios y me dijo te amo perro y yo le dije, claro yo

también te amo perra. El bote se bamboleaba lentamente con las olas

del mar. Al cabo de unos instantes la oscuridad se la había tragado.

Me senté en la playa. Encendí un cigarrillo. Cogí un puñado de arena

y lo lancé al viento. Hacía frío y tenía todo el cuerpo lleno de un león

arena deje ver payaso borracho alcohol carpa triste quiero más

palomitas de maíz vete a casa hasta luego Amarilla hasta nunca nunca

te puede comprar las camias que querías no me diste tiempo me siento

vuelto mierda nunca te pude comprar la camisa violeta ni la roja ni la

azul nunca te puse atención cuando me hablabas en los parques nunca

133

se me va a olvidar tu olor a tengo frío Amarilla me hace falta el

aliento a alcohol tus palabras cortadas tu sangre en la bañera tus

cigarrillos malucos tengo un trancón de tráfico en la mitad del corazón

llamen al tránsito me incendio me vuelvo mierda me ahogo un vaso de

agua por favor paren esta mierda te olvidaste de una cosa Amarilla no

te llevaste la camisa que olía a tigre viejo y fatigado Amarilla dejaste

las ventanas abiertas dejaste las puertas de par en par para que los

olores se fueran para siempre Amarilla dejaste el café sin prepara y en

la terraza hay unos calzones blancos no sé qué voy a hacer con ellos

también dejaste un chocolate encima de la mesa no me lo voy a comer

que te vaya bien Amarilla rezaré por ti haré espinacas los domingos en

las tardes y también cantaré la canción que tu cantabas cerca de la

ventana te juro que todas las mañanas cogeré esos calzones blancos

que dejaste en la terraza y los oleré los llevaré por toda la casa los

pondré cerca de la luz te juro Amarilla que no se me va a olvidar tu

sudor tu miedo tus dientes blancos tu pelo la forma como destapabas

los chocolates en el parque de diversiones Amarilla no sé qué voy a

hacer estoy verde y no me dejan salir no puedo llorar no puedo salir

Amarilla no sé qué voy a hacer en las noches de pronto me quedaré

viendo la televisión de pronto iré a la avenida Blanchot y me

emborracharé sólo pediré como siempre vodka iré con el pelo recién

mojado pensaré en ti tal vez estarás en alta mar tal vez estarás

igualmente borracha como yo tal vez fumarás un cigarrillo en la mitad

del océano y me hallarás la razón Amarilla esto no es más que un

inmenso mar al principio de los días te veía entera y ahora sólo veo

tus dedos que me saludan desde el otro lado del silencio desde el otro

lado del vodka desde el otro lado del humo estamos en el centro de un

cristal roto que cada día se abre más y más nuestros reflejos en el

espejo de los días no son más que un rompecabezas mal armado de

nuestros sueños de nuestras palabras cuando te veía en las mañanas

sabía que eras apena una colección de ruidos y sudores que la mano

del tiempo había armado antes de despertarnos Amarilla tengo frío y

ya se me acabo el vodka y los cigarrillos la boca me sabe a Amarilla

el día me sabe a Amarilla esta playa me sabe a Amarilla amanece

Amarilla en este instante debes estar en silencio en la mitad del mar

en el bote blanco tal vez piensas en la avenida Blanchot en el cielo de

los peces negros Amarilla tengo frío ya se me acabó el vodka paren

esta mierda.

134

Me quedé dormido sobre la arena junto a una botella de vodka.

Los rayos del sol me despertaron. A mi lado estaba Joe, aquel fox

terrier que la noche anterior habíamos liberado Amarilla y yo.

Amanecía. Animo Joe, le dije al fox. Joe se tendió entre mis piernas.

Un barco llegaba al puerto. Animo Joe. Creo que tenía ganas de ir a la

avenida Blanchot a emborracharme en algún café. Miré hacia el mar.

Olía a Amarilla. Olía a su camisa blanca. El día olía a babas de

Amarilla. Animo Joe. El fox tenía hambre. Yo también. No me

acordaba de que día era. Eso era lo de menos. Animo Joe. Caminé por

el malecón y pedí una botella. Me serví un vaso y brindé por

Amarilla. Creo que eran las ocho de la mañana. El día olía a hígado de

bacalao. Tomé otro vaso. Fumé desesperadamente. Por la radio me

enteré que la ciudad había sido destruida. Una inmensa columna de

humo se alzaba en el horizonte. El ruido de los peces negros era

ensordecedor. El cielo se tiñó de llamas y de gritos. El ruido de los

peces hacía vibrar el vaso de vodka y el sol quemaba mis ojos, mis

sueños rotos.

Miré de nuevo hacia la ciudad. Me acordé de mamá. Debía

estar llorando metida en la mitad de una manta blanca cerca de las

flores. Debía estar regando las plantas del antejardín antes de que

llegara la enorme nube de ceniza. Una sensación extraña se apoderó

de mí. Animo Joe. Sobre el universo entero no quedaba nada más que

aquel café del malecón, una mesa con una botella de vodka, un

paquete de cigarrillos sin filtro, Joe y yo que seguía fumando.

Animo Joe. Eran tal vez las nueve de la mañana. Me

emborraché. De pronto todo estuvo en silencio. Miré de nuevo a la

ciudad y una nube de ceniza venía hacia nosotros. Observé el mar.

Aspiré su olor y mis pulmones se llenaron de un pequeño león arena

deje ver payaso borracho alcohol carpa triste quiero más palomitas de

maíz vete a casa.

Era lunes y no pude obtener satisfacción.

135

JIRAFAS CON LECHE

Después de la muerte de Marta, la perra ovejero inglés de

Alain, los días no fueron nunca más iguales. Alain se encerró durante

algunos días en su apartamento y no recibía a nadie. Inclusive

desconectó el teléfono. Por esos días la ciudad estaba llegando a su fin

y en las calles se sentía ese olor a voy a plantarte un puño en la mitad

de tu jetica cerdita preciosa te tengo rodillas raspadas puerta cerrada 8

pm cigarrillo rubio animal lluvia animal lluvia nalguitas rosadas te

tengo animal lluvia animal lluvia treinta grados.

En todo caso Alain dejó un diario de lo que fueron sus últimos

días antes de internarse definitivamente en el Club de Muertos de la

ciudad. El diario lo recuperamos con Max, un día que fuimos a la

avenida Blanchot a buscar provisiones. Cuando pasábamos por el

edificio donde vivía Alain, Max me dijo que entráramos. Subimos al

cuarto piso, al apartamento de Alain. Estaba totalmente saqueado. Por

todas partes había botellas vacías y paquetes de cigarrillos. Había

también algunas fotos de las fiestas famosas que hacía Alain. En una

se veía a Marciana totalmente ebria alzándose una falda rosada

estampada con florecitas amarillas de yo no fui. En otra fotografía

Régine abrazaba a Marta la perra de Alain y tenía los ojos vidriosos.

Estaba llorando, cosa que siempre sucedía después de que se tomaba

136

un par de whiskys cerca de la ventana. Tal vez la foto había sido

tomada después de las tres de la mañana porque olía a café negro

derramado cerca de la ventana, a veamos a las palomas y tomamos

whisky, a abrázame aquí y ahora, a qué triste está la noche tengo

sueño whisky negro espuma negra pocillo mierda espántame las aves

negras que vuelan por la mitad de mis sueños.

Mayo 6

“… esta mañana fui al parque donde está enterrada Marta y me

senté junto a su tumba. Le leí algunos poemas idiotas. No había

mucha gente en el parque. Después caminé por la avenida Blanchot y

me metí a un cine. Estaban dando The Catered Affair con Bette Davis.

Me encantan los ojos de Bette Davis. Y su boca. Y su forma de decir

no ahora no, házme el amor después del café. Después caminé otro

rato por la Blanchot y fui a casa. Estaba rendido. 6 pm. Prepare algo

de comer y dormí. A la media noche me desperté y fui a la ventana y

me dieron ganas de tener a Bette Davis para que me preparara un café

antes de hacer el amor”.

Mayo 7

“Era jueves. Salí a la avenida Blanchot a comprar unos labiales

y unos chocolates para Marciana que se encuentra en el sanatorio. Le

compré cualquier labial y cualquier chocolate. Le dije a la señorita de

la tienda que la invitaba a un café y me dijo que qué me estaba

creyendo. En todo caso tuve una erección con aquella mujer de ojos

grandes que me empacaba los labiales rojos para Marciana y me

dieron ganas de untarla de labial, de decirle mande todo para la

mierda y nos vamos a la playa, a un cine, nos emborrachamos,

hacemos el amor, te juro no te pregunto el nombre y luego nos

despedimos, y de pronto te regalo una de mis camisas de flores

tropicales como recuerdo. Después fui al sanatorio a ver a Marciana.

Me llenó de besos y me dio las gracias. El día estaba triste. Marciana

me dijo que era un cerdo. Ya lo sabía. Marciana me dijo que me

parecía a Blasfemia, el caballo y me rogó para que la llevara a tuche

por todo el sanatorio. Después nos sentamos debajo de un árbol y

Marciana se puso a contar las hojas secas, uno, dos, tres, cuatro y me

abrió la camisa y me pintó su nombre en la mitad del pecho y me dijo

pequeño cerdo te adoro”.

137

Mayo 8

“Estaba dormido y de pronto me despertó el teléfono. Puta

mierda, pensé. Justo conecto el aparato y suena. Eran las ocho de la

mañana. Era Oliver con su voz gangosa. Mierda. Régine había

intentado suicidarse. Se había metido como 60 pastillas. Puta mierda.

Definitivamente a las puticas de la avenida Blanchot no se les podía

dejar con pastillas solas a las cinco de la tarde en una tarde de

domingo. Me vestí y fui al hospital. Llevé unas flores. Entré a la

habitación 208. Régine estaba pálida. Le di un beso en la frente, pero

Régine se volteó y me dijo que le diera un beso en la nalga. Luego

Régine me dijo que cerrara la puerta de la habitación y le trajera la

cartera. Me pidió que sacara los cigarrillos que estaban con las

pastillas anticonceptivas. Fumamos en silencio. Después Salí. Caminé

un rato y fui al zoológico. Me pareció que las nalgas de Régine eran

parecidas a las de una jirafa que comía hojas. Puta mierda”.

Mayo 9

“En la tarde fui al hipódromo. Nada especial, en todo caso.

Aposte por LSD, pero no gané. Intenté entablar conversación con una

mujer que estaba a mi lado y que olía sábana de clínica, a zanahoria, a

yo no vivo lejos de donde usted vive, si quiere le doy el teléfono,

mejor no, tengo mamera. Dejé que esa mujer que olía a zanahoria se

fuera con un hombre de camisa a cuadros que tenía cara de conejo.

Regresé a la ciudad y me dieron ganas de tener una sobredosis. O tal

vez me dieron ganas de un huevo frito. O tal vez ganas de un huevo

frito y después irme para Nueva York”.

Mayo 10

“Estaba en el bar. Diez de la noche. Un whisky. Dos whiskys.

Tres. O tal vez cuatro. Un cigarrillo. Una mujer a mi lado me soltaba

palabritas húmedas, palabritas que olían a eso, a whisky con cigarrillo

y teticas solitarias con pecas. Entonces Perlita me dijo que tenía una

llamada. Era Marciana que me llamaba del sanatorio, y me dijo que

estaba vuelta mierda, que por favor fuera a llevarla a tuche por todo el

sanatorio, que yo era un cerdo, ya lo sabía, que me iba a mandar

matar. Me tiró el teléfono. Después el bar se llenó de japoneses o de

filipinos. A las dos horas volvió Perlita y me dijo señor Alain otra vez

138

Marciana, mierda. Esta vez me dijo que me iba a cortar en pedacitos y

que iba a envolver esos pedacitos en papel regalo para darlos en los

cumpleaños de sus compañeros de sanatorio. Le dije que me parecía

muy bien, pero que ojalá el papel regalo no tuviera carritos, por que

odiaba ese papel con esos motivos. Está bien cerdito dijo Marciana y

colgó. Me quedé en el bar hasta que todos los japoneses o filipinos se

hubieran emborrachado. Después fui y me sentí en Tokio. Todo el

mundo tenía el culo amarillo”.

Mayo 14

“Los días anteriores fueron tediosos. Nada especial. Hoy por la

mañana fui a la clínica y saqué a Régine. Después fuimos a una iglesia

y Régine se confesó. Régine me dijo que quería dar vueltas por la

ciudad y entonces le dije al taxista que fuera por donde le diera la

gana. Régine tenía las manos llenas de moretones por el suero. Olía a

suero. Suero era tener a Régine al lado con ganas de vomitarse cuando

pasamos cerca de la universidad. Suero era esa camisa verde de

Régine. Suero era la cara de bagre del taxista. Suero era ese cielo

triste. Suero era Régine diciendo que paráramos en un bar porque

tenía ganas de un vodka. El taxi nos dejó enfrente del bar La Gallina

Punk. Realmente Régine parecía un cadáver más, allí en ese bar.

Nos dirigimos a la barra y le dije al que atendía hey dos

vodkas con hielo, para mí y para mi muertita. Régine me dijo que

tenía ganas de vomitar y entonces la llevé al baño. El baño estaba

lleno de gotas de sangre. Una mujer se cortaba las venas enfrente de

una fotografía de Sid Vicius. Le dije que cuidado ensuciaba a Sid. La

mujer me contestó que no le jodiera la vida, que más bien le pasara

una foto de Johnny Rotten para cortarse las venas de la otra mano”.

Mayo 15

“Me desperté primero que Régine. La vi dormida y realmente

parecía un cadáver que soñaba con aviones azules. Le preparé un jugo

de naranja y la desperté con un beso en la frente. Régine se despertó y

me dijo hola pequeño cerdo buenos días, qué rico jugo de naranja. Me

dijo que había soñado con una avenida llena de flores de nitrógeno

que quedaba en una ciudad de edificios blancos y cielo azul. Todo el

día Régine se la pasó en el sofá donde se solía sentar en las fiestas. No

139

comió nada en todo el día. Solamente tomó café negro y unas

tostadas. En la noche antes de dormirse tuve que cantarle una canción

para que se durmiera había una vez un barquito chiquitito chiquitito

que no podía navegar que no podía navegar y pasaron una dos tres

cuatro semanas y el barquito no podía navegar. Antes de dormise

Régine me dijo que le diera un beso en una tética. Su tética me supo a

Milo”.

Mayo 16

“Oliver me llamó esta mañana y me dijo que fuéramos al

estadio, pero le dije que no podía, que qué vaina, pero que era por

Régine. Oliver me dijo que fresco, que conocía a un médico amigo,

que sólo era cuestión de ir hasta allá con el tipo y que él le ponía una

inyección para que durmiera mientras íbamos al estadio. En la tarde

llego Oliver con el médico. Régine estaba en el sofá leyendo una

revista. El médico le dijo oye nenita preciosa estira el brazo que el

doctor te va a inyectar alguito que no te va a doler. Régine estiró el

brazo y cuando el doctor, un tipo con cara de perro San Bernardo iba a

aplicarle la inyección Régine le metió un mordisco. Cuando lo soltó

Régine le dijo oye nene precioso estira el brazo que te voy a inyectar

alguito que no te va doler. Después se paró como loca detrás del

doctor a morderlo. Entre Oliver y yo la detuvimos. Antes de salir el

doctor con cara de San Bernardo me dijo que lo que la nenita

necesitaba era un veterinario”.

Mayo 20

“Hoy llevamos el espectáculo del bar La Cosa Divina a una

fábrica. Fue la locura. Los trabajadores se enloquecieron con las

nalguitas rosadas de las chicas. Pusimos música de Donna Summer.

Las chicas se untaron todo el cuerpo de grasa. Olían a acpm, a diesel,

a cuarenta caballos de fuerza. El gerente de la fábrica se tiró en el ring

de lodo. Todo por mejorar las relaciones industriales. Después llegué

a casa y Régine me había preparado algo de comer. Antes de

dormirnos hicimos avioncitos de papel con las páginas de la guía

telefónica y los lanzamos por la ventana. Después Régine se puso a

lanzar los avioncitos con pedacitos de sus calzones, que había

recortado y me dijo fresco loco, que esos eran los paracaídas de los

aviones, que qué pensaba de la vida, puta mierda”.

140

Mayo 21

“Antes de salir del apartamento sonó el teléfono y le dije a

Régine te apuesto a que es Marciana. Contesté y efectivamente era

Marciana y me dijo con voz suave hola cerdito y entonces colgó. A

los cinco minutos volvió a llamar y me dijo exactamente lo mismo

hola cerdito y colgó. A los cinco minutos volvió a repicar el teléfono y

Régine contestó. Marciana le dijo hola puta asquerosa. Régine le

contestó que fresca loca, que no pasaba nada, que yo solamente le

daba un beso en la tetica antes de dormir, que fresca. Marciana le dijo

que si yo ya le había dicho que su tetica me sabía a Milo, que eso se lo

decía a todas las mujeres. Régine le dijo que no, porque estaba escasa

de leche. Marciana tiró el teléfono y me dieron ganas de ordeñar una

vaca y también ganas de un café con leche, con mucha leche”.

Mayo 23

“Ya lo tenía decidido. Tenía reservación para ir al Club de

Muertos. Le dije a Régine que me iba al otro día, que no la podía

llevar y ella se puso a llorar y se fue al sofá. Después se fue a la

cocina y cogió unas naranjas, las partió y se untó todo el cuerpo y me

dijo que la lamiera, que ella era un jugo de naranja, que le hiciera el

amor allí, a esa hora, con sabor a naranja. Le dije que prefería el jugo

de mango. Después salimos. Caminamos un rato. Fuimos al zoológico

y le mostré a Régine la jirafa que tenía las nalgas parecidas a las de

ella. Pasamos por la jaula de un oso polar y Régine me dijo que mi

pelo era igual al de ese. Después fuimos al metro. Eran las seis de la

tarde. El cielo estaba triste, gris, como si hubieran regado café negro

sobre las nubes. El metro empezó a andar. Íbamos en silencio. Antes

de bajarme, le di un beso a Régine. Le dije bueno nena hasta aquí

llego yo, fue maravilloso conocerte, cuídate. Me bajé del metro, en

una estación cualquiera. Régine pegó su rostro contra el vidrio. Corrí

unos metros con la mano pegada al vidrio donde Régine tenía su

rostro. Te amo, me dijo en silencio, Antes de que el metro se metiera

en la oscuridad. Yo también te amo respondí en silencio cuando el

metro ya estaba asaltado por la oscuridad. Me sentí roto. Un gusano,

roto. Eran las siete de la noche. Me senté un rato allí en esa estación

solitaria. Fumé un cigarrillo. Dos cigarrillos. Me dormí en la banca y

soñé con jirafas amarillas en la mitad de un vaso de leche”.

141

- FIN-