22 historias ceutíes y un editor desesperado

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22 relatos breves de personas de distintos ámbitos sociales de la ciudad de Ceuta

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Veintidós historias ceutíes y un editor desesperadoedita: Biblioteca pública de ceuta consejería de educación, cultura y Mujer ciudad autónoma de ceuta

isBn: 978-84-87148-94-1depósito Legal: ce-xx-2010

impresión y diseño: papel de aguas – ceuta.

portada: antonio san Martín

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I n d I c e

presentación .............................................................................. x

Veintidós historias ceutíes

trampantojo .............................................................................. x León Jaime Bendayán Montecatine

un error afortunado ................................................................. x Cristina Bernal Durán

revuelo de reuerdos ................................................................ x Concha Bernet Espi

el infante olvidado ................................................................... x José María Campos Martínez

un marido consentido ............................................................. x Jesús Canca Lara

La muerte de un teniente de asalto ...................................... x Mabel Deu del Olmo

historias de patty en la capital ............................................... x José Manuel Domínguez Soriano

noticia de un naufragio .......................................................... x Alvaro Durán Domínguez

La Meta es la vida .................................................................... xFrancisco Escobar Rivas

Jardín de otoño. ausencias .................................................... x Ana María Fernández de Loayza

nos vemos en el casino ........................................................... x Ramón Galindo Morales

esperanza .................................................................................. x Fatima Hamed Hossain

La princesa del oceano ............................................................ xFatiha Lahsen Lahsen

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recuerdos en Mi sostenido ..................................................... x Aquilino Melgar Sánchez

Los ingleses ............................................................................... x Rosa Ramón García

La última conversación ........................................................... xEloy del Río Bueno

Mama se fue, pero sigue aquí ................................................. xJoaquín Rodríguez Gil

La Fuente del deseo ................................................................. xAlfonso Roldan Montes

el elixir de la verdad ................................................................ xAntonio San Martín Castaños

La mano blanca, la mano negra ............................................. x José Silva

Lo que el destino nos depara .................................................. xSony Vashdev Lalwani

Mi infancia son recuerdos ....................................................... x Juan Vivas Lara

eL reLato deL editor desesperado

sangre y azul sobre el tarajal ................................................. xJosé Antonio Alarcón Caballero

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PRESENTACIÓN“Si el diablo tuviera que manifestarse hoy en forma humana, lo haría en forma

de editor”. Juan José Millás. Dos mujeres en Praga.

La Biblioteca Pública de Ceuta para conmemorar el día del libro 2010 decidió la edición de una obra que recopila un conjunto de relatos escritos por un grupo de ceutíes, en su mayoría noveles en el campo de la escritura, o que al menos, no tenían obra literaria publicada. Se trata de un juego literario que busca la complicidad de algunos de nuestros convecinos sometiéndoles a la difícil prueba de construir una ficción literaria a demanda sin que ellos mismos se hubieran planteado tal posibilidad. La sorpresa, la resistencia, el pudor, la vergüenza fue, en muchos casos, la reacción primera, seguida casi siempre de una negativa ra-zonada a internarse en los arcanos de un territorio sacralizado como el de la na-rrativa literaria. El editor tuvo que desplegar buenas dosis de convicción, simpatía y encanto para conseguir que al menos un porcentaje de ellos aceptaran el reto.

Al fin y al cabo, como afirmaba el poeta Jaime Gil de Biedma, lo normal es leer. ¿Por qué escribir? se preguntaran muchos de nuestros escritores noveles, el público que ha de leernos y el propio editor. Se me ocurren dos respuestas. Una que la literatura, la ficción nos permite reinventar la realidad, inventarnos a noso-tros mismos una nueva identidad, pensarnos desde fuera, apostarnos enteros en cada trama, en cada historia, en cada relato, sin perdernos, sin alienarnos en la realidad, en el mundo convencional. Nos permite aflorar eso que Pierre Bordieu ha llamado nuestra Biblioteca Interior, el conjunto de referencias culturales y lite-rarias que todos hemos reelaborado de forma singular a través de nuestra propia conciencia e inteligencia.

La otra es que escribimos por equivocación. Creíamos que queríamos ser escritores, narradores, novelistas, poetas, pero en el fondo lo que queremos ser es relato, novela, historia, leyenda, poema, y como cualquier texto literario bien hecho, carecer de libertad interior, ser todo necesidad y sumisión interna a ese atormentado tirano, a ese Gran Hermano insomne, omnisciente y ubicuo que es el mundo de la ficción literaria.

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Por supuesto pueden existir otras muchas razones para escribir. Sean cuales sean, lo que sí es cierto es que sentarse frente a una hoja blanco y encontrarse frente a la obligación de construir un relato o cualquier tipo de ficción literaria se convierte en un proceso de desgarro interno, de escudriñar en lo más profundo de nosotros mismos, de entregarnos a los otros, que al fin, como dice el persona-je de Jean Paul Sartre en “A puerta cerrada”, son el infierno. La escritura literaria va arrancándonos pedazos de nuestra alma. De ahí la frase de Juan José Millás que encabeza esta presentación, el editor se convierte en el diablo de Goethe y el escritor en Fausto.

Por todo ello somos muy conscientes del aprieto en que hemos puesto a nues-tros autores noveles con el encargo que la Biblioteca Pública les ha hecho y que ellos tan generosa, valiente y amablemente han aceptado.

Nuestros autores proceden de diversos universos sociales, de distintas pro-fesiones, de distintas comunidades, ideologías, religiones, sexos e intereses cul-turales. Son pues una representación plural y diversa de nuestra ciudad, lo que sin duda enriquece el libro y sus enfoques y perspectivas. Un primer núcleo está compuesto por gestores públicos, en su mayoría del mundo de la cultura y la educación como el Presidente Juan Vivas, la Consejera de Cultura Mabel Deu, el Director provincial del MEC Aquilino Melgar, la Subdirectora General de la Con-sejería de Cultura Cristina Bernal, el Decano de la Facultad de Humanidades Ramón Galindo o la diputada y Secretaria General de UDCE Fátima Hamed.

Un segundo núcleo lo componen personas relacionadas con el mundo de la cultura, la enseñanza, las bibliotecas, los clubes de lectura, la juventud como son la Técnico Bibliotecaria Rosa Ramón, el pintor Antonio Sanmartín, los profesores Joaquín Rodríguez Gil, Concha Bernet, Alfonso Roldán, Eloy del Río y León Ben-dayan, el Gestor del Área de Juventud Francisco Escobar, el empresario José María Campos.

Un tercer grupo lo integran ciudadanos de Ceuta que representan a diversos sectores sociales como la economista Sony Lalwani, la asesora de empresas Fatiha Lahsen, los periodistas José Manuel Domínguez y Álvaro Durán o la fun-cionaria Ana Fernández de Loayza.

Y por último dos personas que participan en el propio Taller de Escritura de la Biblioteca Pública magníficamente dirigido por María Jesús Fuentes como son el profesor Jesús Canca y el artista José María Silva.

También el dinero puede ser una razón para escribir. Podemos asegurar que no es el caso de este libro de relatos. Nuestros invitados se han prestado al juego de forma gratuita, generosa y altruista, colaborando con la Biblioteca para poner en valor la conmemoración del día del libro. El único dinero que se ha invertido en la obra es el del coste de su propia edición, que por otro lado ha resultado moderado.

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El editor dio plena libertad a todos los invitados para abordar sus relatos tanto en su temática como en su estilo. Las únicas condiciones que impusimos fueron una extensión máxima de 25 páginas y que todos relatos debían hacer alguna referencia a Ceuta o su entorno. A partir de ahí cada autor ha construido su trama como ha considerado más conveniente.

Los relatos tratan de temas diversos. Los recuerdos de infancia y juventud de los autores en Ceuta. Por sus páginas transitan Benzú, la playa Benítez, Villajo-vita y su casino, la calle Larga, el Patio Hachuel, la Puntilla, el Barrio las Latas, el Callejón del Lobo, los jardines de la Argentina, el Alfonso Murube, el Cristo de la Veracruz, Los Pellejos, Casa Lesmes, el Club Natación Caballa y tantos otros lugares, tradiciones y objetos que forman parte de la mitología ceutí.

Otros abordan temas como la inmigración a Ceuta en los primeros años del siglo XX con su correlato de miseria y duras condiciones de vida. El naufragio y muerte de unos marinos ingleses en el Estrecho durante la Segunda Guerra Mundial cuyos cuerpos serán enterrados en el cementerio de Ceuta. La Maratón como una metáfora de la carrera por la vida a caballo entre Londres y Ceuta. La leyenda del infante portugués Don Fernando cautivo del Rey de Fez y muerto en su cautiverio al negarse el intercambio por la plaza de Ceuta. El amor al propio perro y la profunda depresión que su muerte provoca. Bandoleros, estafadores y manos negras. El destino y la amistad. La muerte en octubre de 1934 del Te-niente de la Guardia de Asalto ceutí José del Olmo. Naufragios personales en una isla caribeña. Las relaciones entre madre e hijo tamizadas por una visión melancólica. El ermitaño y la princesa del océano. La enfermedad y la esperanza de vida. La infidelidad, el cine y el juego literario. El drama de la inmigración clan-destina. El elixir de la verdad y los entuertos a que te puede conducir. Los años de la movida madrileña escudriñados desde Ceuta. El dolor por pérdida del ser querido y la salvación mágica. La conversación intima al filo del final de los días con las cosas que amamos. El trágico destino de una generación de intelectuales reformistas republicanos en la Ceuta de 1936.

También pues en los temas elegidos la diversidad, la pluralidad, las múltiples visiones y perspectivas.

El proceso de elaboración del libro ha sido complejo. El editor se ha encontra-do en más de una ocasión al borde de la desesperación. Algunos de los autores noveles comprometidos decidieron, avanzados ya los plazos pactados, abando-nar el empeño, sin que hubiera mucho tiempo de reacción. El editor en muchos casos rogó, suplicó, razonó pero tuvo que rendirse a la evidencia. Tenía que improvisar nuevos autores casi al filo del plazo necesario para llegar a tiempo con la edición. En otros casos los autores mantuvieron casi hasta el final la duda existencial acerca de sí era conveniente o no entregar sus textos por ese miedo sacral a la palabra impresa, a la narración literaria, al que hemos hecho referen-cia más arriba. Hubo que desplegar todo el poder de convicción y persuasión del

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editor para convencer a muchos de nuestros autores que sus textos merecían ver la luz en letra de imprenta y que en definitiva se trataba de un juego narrativo y que los únicos jueces son los lectores, sus gustos, su forma de interpretar el texto, que sin duda tiene que ver con la subjetividad, con eso que más arriba he-mos llamado la Biblioteca Interior. Una vez que el texto se fija sobre el papel su interpretación y su valoración ya no pertenece al autor, ni siquiera al editor, sino a cada uno de sus lectores. Estamos convencidos que estas 22 historias gustarán y conmoverán a la mayoría de los que se acerquen a ellas.

Una crítica recurrente de muchos de nuestros autores fue la acusar al editor de no aceptar las mismas reglas del juego que había impuesto a los demás, no atreverse con un texto literario para verse en el mismo aprieto al que había some-tido a la mayor parte de los autores. Esa eventualidad no estaba contemplada en un principio, pero las reflexiones de algunos de ellos le llevaron a aceptar el reto, el juego literario que el mismo había propuesto. El editor debía también cobrarse un girón de su propia alma, sentirse como Fausto frente al editor-diablo. En fin, no es costumbre del editor desesperado actuar cual capitán Araña. Por ello el libro se ciera con el relato del editor desesperado. Sin duda, el asumir ese reto provocó la definitiva desesperación, casi hasta el paroxismo y la demencia, de nuestro editor.

A todos nuestros autores, incluidos, por supuesto, aquellos que no llegaron a entregar sus textos, el eterno agradecimiento de su editor desesperado y de la Biblioteca Pública por su valentía, por su generosidad, por su esfuerzo, por ven-cer, en muchos casos, su miedos, por su paciencia y su colaboración.

También todo nuestro agradecimiento a nuestros siempre brillantes, entrega-dos y avezados correctores de pruebas, que realizan una de las más necesarias, aunque oscuras e ingrata tareas, Rocío Valriberas y José Luis Gómez Barceló, cuyos experimentados consejos han sido de vital importancia para llevar a buen puerto esta obra. Y a María Dolores García Pérez Regadera, bibliotecaria, que ha asumido el seguimieto de la edición en su proceso de maquetación e impresión.

Estamos convencidos que la mejor manera de conmemorar el día del libro de 2010 es dar a la luz una nueva obra como la que hoy presentamos, una obra singular y original elaborada por lectores que han tenido el valor de dar el salto al otro lado empeñando su propia alma.

El editor desesperado

José Antonio Alarcón Caballero

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Ti. tierra

el ruido de un vehículo que se acercaba por detrás hizo que el grupo se dispersara rápidamente, refugiándose en la arboleda próxima a la carre-tera, temían mucho ser detectados por los gendarmes. pasado el peligro, todos volvieron a la carretera y reemprendieron la marcha. un variopinto conjunto de hombres, de distintas nacionalidades y con distintas lenguas, formaba la expedición, caminaban por el arcén, aprovechando siempre la oscuridad de la noche, en un intento de pasar desapercibidos, cosa, que por otro lado, no siempre conseguían.

el grupo se había ido formando en días anteriores, se habían ido en-contrando en las afueras de las ciudades, en los bosques, en el camino, y casi sin quererlo, se habían constituido en una expedición organizada con un objetivo común. Llevaban andando catorce días y se encontraban ya muy cerca de su destino, tenían previsto llegar al amanecer del día siguiente.

el que capitaneaba el grupo era un hombre alto, no muy corpulento, con grandes cicatrices en la cara que permitían intuir la clase de vida que

TrampanTojo

León Jaime Bendayán Montecatine PROFESOR DE SECUNDARIA

A mi familia, por su pacienciaA Diego Sánchez por su entrega

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habría llevado en su país de origen, era parco en palabras y miraba con superioridad al resto del grupo, se llamaba Kenpal. su inseparable compa-ñero, era el que decidía si un nuevo miembro podía o no unirse al grupo. todo dependía de si el candidato podía ofrecer algo a la expedición, y a sus “cabecillas”. el resto, hombres acostumbrados a una vida sin vida, se comportaban como autómatas, seguían los pasos y órdenes de los dirigen-tes del grupo sin cuestionar nada en absoluto.

ese día hubo una nueva incorporación, durante muchos días alguien había estado siguiendo al grupo, con el sigilo, que según él relatara con posterioridad, le había salvado la vida. uno de los hombres se percato de su presencia y lo puso en conocimiento de Kenpal. tras una breve perse-cución por el bosque, consiguieron coger al intruso, que resulto ser un mu-chacho, que como cachorro solitario, buscaba a una distancia prudencial la protección de la manada.

¿por qué nos sigues? –le increpó Kenpal-Quiero llegar al mismo sitio al que vais todos –respondió el muchacho-. yo también quiero tener la oportunidad de iniciar una nueva vida.

tras comprobar que el muchacho se encontraba solo y que no com-prometía la misión, ntolo, que así se llamaba, se unió al grupo.

ntolo tendría unos trece años, recién entrado en la pubertad, era un chico despierto, menudo, de cara redonda y gruesos labios, pero lo que realmente destacaba, por encima de todo, eran sus dos grandes ojos de co-lor azul intenso, que contrastaban enormemente con la oscuridad de su tez.

tras varias horas de marcha, el jefe de la expedición mando detener al grupo:

¡alto! –dijo Kenpal- será mejor que pasemos aquí el resto de la noche y que mañana aprovechemos el amanecer para entrar en la ciudad.

todos acataron la orden sin cuestionarse el liderazgo de Kenpal, sería mucho más fácil conseguir el objetivo si permanecían unidos.

encendieron una pequeña fogata y cada uno saco los pocos víveres que aun le quedaban, disponiéndolos en una zona común, a modo de últi-ma cena, antes de la entrada en el paraíso.

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ntolo observaba el horizonte, era ya noche cerrada, una noche húme-da y despejada y, en la lejanía, se adivinaba claramente un serpenteante ramillete de luces que configuraban una hermosa ciudad.

¡Mañana estaremos ahí!, musito el hombre que tenía próximo, seña-lando con el dedo la iluminada ciudad.

solom era un hombre joven, enjuto, de mirada distraída y poco dado a la conversación. en las duras jornadas que habían precedido, pocas ve-ces se le escucho hablar y mucho menos opinar, era un hombre acostum-brado a obedecer, pero esa noche era especial.

ntolo miro de soslayo la media hogaza de pan y el queso que tan ávi-damente estaba cenando solom

¿Quieres un poco? –pregunto solom a ntolo-

ntolo asintió con la cabeza, al tiempo que solom partía el pan en dos trozos y hacía lo mismo con el queso.

Mientras ntolo daba buena cuenta de la cena –llevaba casi dos días sin probar bocado- solom inicio la conversación:

¿cómo te llamas, jovencito?

Mi nombre es ntolo

¿y que hace un chico tan joven como tú embarcado en una aventura tan dura y complicada como esta?

al chico se le inundaron los ojos de lágrimas, su semblante se demu-do, y con gran esfuerzo contesto:

no tengo familia.

solom tuvo la sensación de que el chico necesitaba contar algo más, pero no le dio pie a ello, corto la conversación ofreciéndole media naranja.

el sentimiento paternal se apoderó de solom.

La mano de solom fue la encargada de espabilar a ntolo,

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Vamos chico espabila, es la hora.

Kenpal se dirigió al grupo:

Vamos a pasar a la ciudad que veis, a través del bosque. primero ha-brá que descender por una ladera, tendremos que cruzar un pequeño ria-chuelo y luego volver a subir. tenemos que andar con los ojos bien abier-tos, ser cautelosos, y hacer el menor ruido posible. es muy probable que nos encontremos a gendarmes o a policías en alguna parte del camino. Lo mejor es que permanezcamos juntos, pero en caso de que nos detecten lo mejor es dispersarse y que cada uno siga su camino.

y si nos pillan que nos pasará –pregunto uno de ellos-

procura que cuando te pillen, lo hagan en la ciudad, nunca en la fron-tera –respondió Kenpal-

ii. Mar

ntolo vagó por las calles de una ciudad desierta que estaba comen-zando a despertarse. de repente un coche de policía se detuvo ante él, y le pidió su documentación. el policía advirtió el temor que se asomaba a su cara, y le tranquilizó

no te preocupes no pasa nada. aquí cerca hay un centro en el que podrás tomar algo caliente y donde te orientarán hacia donde tienes que ir.

ntolo, no daba crédito, parecía que el policía lo veía como algo coti-diano, como si ese episodio se hubiese repetido en otras ocasiones. en mi país –pensó- la policía no se hubiese comportado tan cordialmente.

Solo le bastaron un par de días en esa ciudad para confirmar que sus sospechas no eran fundadas, efectivamente, acababa de entender que se encontraba en una ciudad donde se acumulaban cientos de personas en su misma situación, personas que había huido de sus países de origen, en busca de algo mejor y que se habían encontrado con la infranqueable frontera del estrecho de Gibraltar.

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ntolo llegó a una especie de campamento en medio de un frondoso bosque. Los habitantes de ese campamento, tenían una cosa en común, todos eran hombres adultos. de un vistazo, advirtió que era como una pequeña aldea, que llevaba ya un rato despierta, un pequeño grupo de hombres, la mayoría inexpresivos, se paseaban de un lado a otro con sus escasas pertenencias a cuestas, entre ellos advirtió a algunos compañeros de viaje, se notaba claramente que todavía no se habían adaptado a su nueva situación. otro numeroso grupo conversaba y contemplaba, senta-dos en una ladera del monte, el mar y la franja de tierra con su imponente montaña que se extendía detrás. otros hacían cola en lo que parecían la-vabos y lavaderos comunitarios. un pequeño grupo hacía cola ante una tienda de campaña con una enorme cruz roja en la puerta.

sin saber a donde ir, escrutó la cara de los residentes, intentando bus-car la complicidad de alguno. ntolo no paso inadvertido.

La vida en el campamento transcurría monótona, pacífica, aunque en el par de días que llevaba allí, había presenciado ya dos disputas, casi siempre por pertenencias o alimentos, pero lo que rápidamente percibió fue como la totalidad de los residentes observaban con hastío la ciudad que se extendía a sus pies y que sentían como una gigantesca sala de espera.

esa mañana se reencontró con su compañero de conversación de la noche previa a la entrada a la ciudad, solom. realmente no fue un en-cuentro casual, solom había empezado a escuchar noticias sobre un chico muy joven que había llegado al campamento, un chico muy bien parecido, y de cómo alguno de los residentes más antiguos habían comenzado a fantasear con las oportunidades de negocio que un chico tan joven podía brindar a una colectividad formada en su totalidad por hombres adultos faltos de atenciones.

hola muchacho –dijo solom- por lo que veo has llegado de una pieza. ¿has dado ya tu nombre a los responsables del campamento?

ntolo no sabía de que le estaba hablando, se había limitado en esos dos días que llevaba en el campamento a intentar pasar inadvertido, acer-cándose solo a los grupos de hombres que le inspiraban cierta confianza y comiendo lo que éstos le daban.

no –contesto el muchacho-

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pues es necesario que lo entregues para que quede constancia de tu fecha de llegada a la ciudad. ¿en que tienda estás durmiendo? –preguntó nuevamente solom-

en una que esta a la entrada. –respondió ntolo-

esta noche dormirás conmigo –dijo solom- Búscame al atardecer, ahora tengo que bajar a la ciudad, tengo que acompañar a Mlonga, a en-tregar unos papeles, les hablaré de ti.

Mlonga llevaba siete meses en el campamento, era uno de los vetera-nos, y había sido elegido como interlocutor por las autoridades e institu-ciones locales, que se encargaban de la gestión del campamento. Mlonga había sido elegido por sus cualidades humanas y por cierta capacidad de liderazgo que demostró desde su llegada a la ciudad, cuanto el asenta-miento no contaba con más de 500 personas. podría haber dejado la ciudad hacia tiempo pero las autoridades locales le insistían para que se quedase unos meses más, además y sin manifestarlo públicamente Mlonga espe-raba la llegada de su amigo de la infancia Solom, y por fin había llegado.

esa mañana Mlonga y solom, se dirigieron al centro de la ciudad, para tratar con ariadna el nuevo listado de entradas de inmigrantes en el campamento.

tras una breve espera ariadna recibió a los responsables del campa-mento, tras la entrega del listado de nuevos residentes, y de la lista de peticiones de mejora de las instalaciones del campamento, solom tomo la palabra:

señora ariadna, hace dos días ha llegado al campamento un chico de apenas 13 años, y me preocupa mucho que pueda correr peligro su integri-dad física. ayer escuche una conversación entre dos residentes…

¿como que de 13 años? –le interrumpió ariadna- ¿viene con su pa-dre, o con algún familiar?

no, viene solo, yo coincidí con él la noche que entramos en la ciudad. creo que no tiene familia.

¿y por qué dices que te preocupa su integridad física? ¿Qué has escuchado?

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señora ariadna –continuo solom- por la conversación que escuche en-tre esos hombres, su intención es abusar de él, no se olvide que en el cam-pamento hay unos 2000 hombres que llevan meses sin estar con una mujer.

ariadna no era capaz de imaginarse a un hombre abusando de un niño de 13 años, ni siquiera estaba muy segura de que lo que le estaba con-tando solom, pudiese ser del todo cierto, quizás estuviese exagerando…

esperadme aquí un momento –dijo ariadna- quiero que diego escu-che esto y sea él quien decida.

a los pocos minutos volvieron al despacho ariadna acompañada de diego, solom relató una vez más todo lo referente a ntolo, y todos sus temo-res sobre lo que podría depararle al chico si continuaba en el campamento.

habrá que dar parte a las autoridades –concluyó diego-. no obstante me gustaría, antes de poner este asunto en conocimiento de las autorida-des pertinentes, poder hablar con el chico y que sea él el que nos cuente su situación familiar y personal.

iii. FueGo

entraron en un gran despacho, no muy iluminado, con muebles de color negro; diego señaló una mesa redonda al fondo e indicó con un ges-to a ntolo y a sus acompañantes que se sentaran, a la vez que ariadna iba a buscar una silla al despacho contiguo.

un jovencito sin familia, que se aventura a recorrer cientos de kiló-metros para llegar hasta aquí, a un campamento de inmigrantes en el que puede ser objeto de abusos… en sus largos años de experiencia, era la primera vez que se enfrentaba a una situación tan delicada. ¿cuál será su historia? se preguntó.

La curiosidad se apoderó de diego, y le hizo romper el silencio antes de que ariadna hubiese vuelto.

¿cómo te llamas? –preguntó diego-

ntolo, respondió el chico.

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¿cuántos años tienes?

catorce

¿de donde eres?

de una aldea de ruanda

¿dónde está tu familia?

ntolo cambio la expresión de su cara, bajo la cabeza y contestó:

Muerta.

¿toda tu familia? –preguntó diego-

sin levantar la cabeza, respondió: toda. Fueron asesinados.

en ese momento ntolo levanto la cabeza, dos lagrimas rodaban por sus mejillas, tenía algo en la mirada que no dejaba indiferente a quien ha-blaba con él.

no pude hacer nada, soy un cobarde, vi como mataron a toda mi fa-milia. ntolo sollozaba.

Quieres contarme que pasó ¿le pregunto diego?

ntolo se limpio las lágrimas de la cara y comenzó a hablar con voz temblorosa:

Mi familia era tutsi, estábamos en la casa de mi aldea durmiendo, mi padre, mi madre, mis hermanos y yo. a media noche me despertó el ruido de unos gritos aterradores que provenían de la casa de mis vecinos. en ese momento escuche a mi madre y a mi padre que hablaban. el miedo se apodero de mí y me escondí debajo de la cama.

empezaron a llamar a la puerta muy insistentemente, los golpes en la puerta crecieron en intensidad y finalmente percibí el ruido de la puerta al ceder. Mi casa se lleno de militares. yo observaba todo desde debajo de mi cama, al primero que mataron fue a mi padre. Mi madre, mis hermanos, todos chillaban como animales que se saben en peligro.

Me quede inmovilizado por el miedo, permanecí debajo de la cama siendo testigo de todo lo que ocurría durante el tiempo que los militares estuvieron allí.

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después de matar a mi padre de un machetazo, hicieron lo mismo con mis hermanos, mi madre chillaba y lloraba como si estuviese loca, les llamaba asesinos e intentaba, sin éxito liberarse del militar que la mantenía inmovilizada; un puñetazo en su cara hizo que perdiera el sentido tempo-ralmente y que su nariz comenzara a sangrar.

de pronto vi como el que parecía el jefe de la expedición, sujetaba la cara de mi madre, comenzó a tocarle el pecho, y después le subió la camisola blanca que llevaba, el hombre sudaba mucho y respiraba entre-cortadamente, el fuego que despedían sus ojos hizo que me hiciera encima mis necesidades, al creer que me había descubierto. de pronto mando que pusieran a mi madre sobre la mesa, la espabilaron y la violaron todos los que esa noche entraron en mi casa. al principio, la pobrecita chillaba, se resistía, pero los golpes y las embestidas de esos asesinos pronto la hicie-ron callar.

tras ponerse encima de mi madre uno tras otro, la degollaron.

rebuscaron por toda la casa y se llevaron todo lo que había de valor; después se marcharon. poco a poco la aldea se quedo en silencio.

tras el desgarrador relato, los presentes se quedaron atónitos, habían escuchado hablar del genocidio tutsi, pero no era lo mismo leerlo en la prensa o verlo en televisión que vivirlo en directo a través del testimonio de una víctima.

cuando termino el relato, ntolo se había ganado el corazón de todos los presentes, sobre todo el de diego, aunque le sorprendió la entereza que demostró el muchacho. salvo al comienzo del relato, el chico había sido capaz de rememorar, lo que probablemente fuese la experiencia más aterradora de su vida, sin derramar una sola lágrima más.

¿y que paso después? –le pregunto diego-

cuando se fueron los militares corrí a ver a mi madre, estaba muerta, al igual que mi padre y todos mis hermanos. salí del pueblo y me uní a un grupo refugiados que abandonaban el país. en el campamento de refugia-dos de congo, las cosas no mejoraron mucho, fue allí donde me hablaron de que mucha gente estaba empezando a viajar hacia el norte, en un inten-to de llegar a europa.

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iV. aire

ntolo compartía la habitación con otros tres muchachos. habían prosperado los esfuerzos de diego, para que ntolo, fuese reconocido por el forense, considerado menor de edad y acogido en una entidad de pro-tección de menores.

La situación de ntolo había cambiado de un día para otro, menor de edad y sin familiares con los que poder reagruparlo, pasó de ser un inmi-grante sin papeles, a estar bajo la tutela del estado. nunca la administra-ción antes había sido tan dirigente, acorto tanto los plazos que el chico fue incorporado en muy poco tiempo a un programa de acogida.

como es de suponer, la historia de ntolo, traspaso todas las fronteras imaginables. Muchos fueron los que se preocuparon por conocer y ofrecer-se para ayudar al muchacho. se convirtió en un ejemplo de superación, en un superviviente de una guerra genocida.

sin embargo, el chico a medida que transcurrían los días, se iba su-miendo en una tristeza que preocupaba enormemente a los responsables de la residencia. cuando se le preguntaba sobre lo que le pasaba se limi-taba, sin disimular su profunda nostalgia, a responder: hecho de menos a mi familia.

estas contestaciones provocaban en todos los que lo escuchaban com-pasión y un nudo en el estómago difícil de disipar.

un día pablo, el responsable del centro hizo llamar a ntolo.

ntolo, sabemos que te cuesta mucho superar el trauma que has vi-vido, pero debes ser fuerte y aprovechar esta segunda oportunidad que te da la vida. sabemos que tu familia será irremplazable, pero existe una pareja catalana que esta dispuesta a protegerte, y si todo va bien, iniciar un expediente de acogimiento.

ntolo forzó una sonrisa y no dijo nada.

¿Qué te parece ntolo? La decisión es tuya. ¿te gustaría conocer a esa pareja?

sin grandes muestras de alegría ntolo asintió con la cabeza.

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Muy bien –dijo el responsable del centro-, ahora mismo me pondré en contacto con Jorge e inas, para ver cuando pueden venir.

La naturaleza había privado de hijos a Jorge e inas, llevaban ya bas-tantes años en espera de recibir un hijo en adopción, pero el tiempo trans-curría y por una razón u otra el ansiado momento no llegaba. en cuanto conocieron el caso, no lo dudaron ni un momento, se acercaron a la asocia-ción de acogida de inmigrantes a la que pertenecían e hicieron las gestio-nes pertinentes para poder acoger a ntolo

una lluviosa mañana, el matrimonio catalán llegó a la ciudad, lle-garon muy temprano, e inmediatamente se encaminaron a la residencia de menores. estaban deseando conocer personalmente a ntolo. habían hablado con él varias veces por teléfono.

ntolo recibió de una manera fría a Jorge e inas, dicha frialdad, en principio, fue interpretada por la pareja como un síntoma de timidez.

¿cómo estás ntolo?, soy Jorge y esta es inas mi mujer.

hola –respondió ntolo-

Vivimos en un pueblecito de Barcelona y nos dedicamos a la agricul-tura. ¿te gusta el campo?

si –respondió ntolo- aunque no resulto muy convincente.

durante toda la charla que mantuvieron, ntolo se mantuvo ausente, se limitó a responder con monosílabos a las preguntas que le hacían, sin mostrar el más mínimo interés por lo que le estaban contando. al terminar la conversación, el matrimonio se dirigió a hablar con pablo, el responsa-ble del centro.

hemos visto al chico muy distante con nosotros, creemos que no so-mos lo que él esperaba –dijo con profunda tristeza Jorge-

no digas eso, le respondió pablo, es la primera vez que os ve, es nor-mal que se encuentre algo cortado.

de todas formas –continuo pablo- si os quedáis más tranquilo voy a hablar con ntolo, para conocer su opinión.

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ntolo entro en el despacho del responsable del centro, y antes de que pablo pudiese decir nada el chico comenzó a llorar. no era la primera que vez que pablo veía llorar a ntolo, pero esta vez le pareció diferente

¿Que te pasa ntolo? ¿no te han gustado Jorge e inas? –le preguntó pablo-

si me han gustado, se ven unas personas muy cariñosas, pero es que…

ntolo, no se decidía a arrancar, así que pablo insistió,

¿Qué te pasa ntolo? cuéntame que te pasa, sea lo que sea seguro que te podemos ayudar.

esto ya no es divertido, me quiero ir a casa. –murmuró el chico-

pablo hizo como si no lo hubiese escuchado y volvió a dirigirse a ntolo con tono compasivo

Mira hijo, estamos haciendo todo lo posible…

don pablo, tengo que confesarle algo -le interrumpió ntolo-, algo que le va a costar creer, pero que le juro es la verdad. Mi nombre real es niangamo, vivo en Monrovia, mi padre es ministro en Liberia. hará unos dos meses, me enfade con él porque no me dejaba conducir el Mercedes descapotable que acababa de comprarse, así que un día lo cogí sin su per-miso y a los pocos kilómetros tuve un accidente. como imaginaba la reac-ción de mi padre tuve miedo y me escape de casa.

pablo no daba crédito a lo que estaba oyendo, tenía que tratarse de una broma pesada, no podía ser cierto, o quizás ntolo estaba perdiendo la cabeza, realmente había sufrido mucho en los últimos meses…

¿pero que estas diciendo ntolo? no inventes historias, si no te gustan Jorge e inas, pues lo dices claramente y ya esta, ya buscaremos otra familia con la que conectes más.

Le juro que es la verdad –respondió fríamente ntolo-

ntolo insistió, llame al consulado de Liberia en Madrid.

por primera vez pablo percibió a ntolo como a un hombre y se le heló el corazón.

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pablo busco información, hizo llamadas, comprobó que la historia de niangamo, antes ntolo, era cierta. Llamo al consulado Liberiano y ante su perplejidad, asistió a la llegada a la ciudad de altos dignatarios que corroboraron la historia de niangamo. sus padres no vinieron a por él. a los pocos días y con las preceptivas autorizaciones niangamo abandono ceuta y volvió a su país, con su familia.

La historia del muchacho acaparó la atención de los ciudadanos, pero antes de lo que se podría esperar, se dejo de hablar de ella, se olvidó. La vida en el campamento recuperó su pulso diario. Las personas e institu-ciones, que tanto se esforzaron en ofrecer una segunda vida a quien se la habían arrebatado, siguieron realizando su trabajo. tras varios días nadie hablaba del chico de ojos azules, ntolo murió y fue enterrado para siempre.

niangamo quedo en el subconsciente colectivo también para siempre.

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ninguno de los integrantes de aquella peculiar expedición había oído nunca hablar de Washington irving ni de sus fabulosos viajes por aque-llas tierras. de haberlo hecho, habrían podido comprobar que los casi cien años que habían transcurrido no habían venido a mejorar ni pasajes ni senderos, ni añadido ninguna comodidad a aquel viaje que emprendían, al menos, hasta que alcanzaran el ansiado Ferrocarril que habría de con-ducirles al Mediterráneo.

dejaban atrás todo lo que tenían, lo poco que les quedaba, casi nada, más bien sólo recuerdos de tiempos mejores; que los hubo. pero ya se sabe, dura poco la dicha en casa del pobre. y eso que estuvieron a punto de dejar de serlo; de hecho, creyeron tenerlo casi todo justo antes de que la desgra-cia se cerniera sobre ellos aquel invierno.

ninguno quiso mirar y nadie dijo nada mientras los tejados nevados quedaban atrás. sólo una lágrima de rosita acompañó el lejano tañer de las campanas de la iglesia que anunciaba la sepultura de una nueva víc-

Un error aforTUnado

cristina Bernal durán SUBDIRECTORA GENERAL DEL ÁREA DE CULTURA

A los que me han hecho pertenecer a esta tierray que esta tierra me pertenezca.

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tima, una más entre un sin fin de vidas arrebatadas por la enfermedad. aquella maldita enfermedad que se cebaba en los cuerpos menos prepa-rados para hacerle frente; otra vez, los pobres, que a falta de algo más que unas gachas con que calentarse el estómago, se veían envueltos en los calores de las fiebres fatales.

ellos no se iban por eso. tampoco porque las anticipadas heladas de aquel invierno hubieran terminado con el único sustento de cristóbal y su familia. ni siquiera había ningún muchacho en edad de huir de una muerte probable en la Guerra del rif. del verdadero motivo nunca nadie dijo nada.

rosita, con un nudo de emoción apretándole la garganta, miró a su hermana, y al contemplar su rostro impenetrable y el gesto duro quiso haber podido zarandearla para que dejara aflorar algo de lo que ocultaba en su interior. “no es bueno que siga así”-pensó. pero angustias no movió un sólo músculo de su rostro durante horas y prácticamente no volvió a hacerlo durante el resto de su vida que se había helado al mismo tiempo que la huerta de su padre.

avanzaban lentamente, el camino era estrecho y a los animales, dos viejas mulas que compartían penurias con el resto de los vecinos del pue-blo, les fallaban las fuerzas. tres adultos y dos niños eran demasiado para ellos. cuando llegaran a Granada, cristóbal pensaba venderlos y conse-guir algo de dinero. no les iban a poder acompañar más. por lo demás, la carga no era demasiado pesada. un par de peroles de cobre, un plato por cabeza y algunos utensilios de cocinar. todo ello en una caja de madera que el cabeza de familia estuvo haciendo incluso antes de reunir las fuer-zas necesarias para anunciarles a sus hijas:

- nos vamos a américa.

Las cartas de algunos que fueron sus vecinos no dejaban lugar a du-das, argentina era un país que ofrecía a quienes llegaban un sinfín de oportunidades para empezar una vida nueva. cristóbal no concebía que quienes ya se habían marchado hubieran omitido convenientemente días difíciles de calladas necesidades y profundas añoranzas.

- yo no me puedo ir, padre. - comenzó angustias. -tengo dos hijos...y un marido.

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- dos hijos, sí, y por eso nos vamos. por lo que a mí respecta, tú ya no tienes marido. y deseó con todas sus fuerzas que su mujer hubiera estado allí. ella lo habría hecho mejor.

ii

angustias se levantó a ciegas cuidando no despertar a nadie, ni a su hija isabel, que dormía con ella desde que llegaron al que hubo de ser su nuevo hogar, ni a Jesús, su primer y deseado hijo, que dormía a los pies de la cama. ya era casi un hombre aunque a sus ojos sería siempre el ángel que nació en una noche de nieves.

atravesó el salón en el que dormitaba su padre, aquel buen hombre, silencioso y resignado a su suerte. el tiempo, que para todos pasa inexora-blemente, y el dolor de quien ha tenido que dejar en la tierra escarchada a quien más quería, habían dejado ya marcas irrevocables en su rostro y sólo el saberse responsable de los suyos le imprimía nuevas fuerzas. por las noches, escuchaba en sueños y de su propia voz aquella sentencia que un día pronunció, “nos vamos a américa”, y de la que ahora, transcurridos ya más de cinco años, continuaba analizando su conveniencia.

- no lo piense más, padre - le decía rosita, adivinando su tormento. - hicimos bien, - mientras le sonreía todo lo que podía con el propósito inútil de hacer más liviana su carga.

rosita dormía sobre tres sillas unidas. decía que era una suerte que las dos primeras fueran iguales de altas. nunca se quejó y nadie se explicaba cómo dormía tan quieta como para no precipitarse al suelo. La realidad es que no dormía apenas y cuando lo hacía nunca llegaba a dormirse del todo.

así estaba cuando vio a su hermana atravesar a tientas la pequeña sala, el pelo suelto sobre su espalda, y una noche más tuvo la certeza del llanto en sus ojos. Llanto que era un caudal constante, como el de un río, que corre imperturbable aunque ese día no llueva.

angustias alcanzó lo que ellos llamaban cocina, no más que una es-quina con una mesa y dos cubos de zinc con agua cubiertos convenien-temente con una tapa de madera; sobre la mesa una mariposa de luz en aceite que mantenía presente el recuerdo de la madre ausente. el fulgurar

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de la llama, faro permanente, abrigó la desolación de angustias una vez más e hizo acudir algo de calor a sus mejillas todavía húmedas por las lágrimas. destapó uno de los cubos y con un jarrillo de lata sacó agua suficiente para dar un trago y enjuagar su cara. Sabía que cuando lloraba sus ojos tornaban del marrón al verde, a veces se había observado en un espejo, y la evocación de ese misterio la apartó del llanto.

pronto amanecería un nuevo día en el que seguía siendo un nuevo lugar para ellos mientras el recuerdo de su pueblo empezaba a desvane-cerse e idealizarse al mismo tiempo. de que una vez estuvo casada sólo tenía certeza por la existencia de los hijos y porque seguía extrañando en la noche el refugio de unos brazos masculinos. apátridas ahora, aquel te-rrenito en la falda del hacho donde tenían su casa y su pequeña parcela, había sido una clase de enorme suerte, recordada a diario por la existencia de decenas de chabolas que jalonaban la bajada del Valle y que se exten-dían sin límite por el campo exterior.

rosita fue al encuentro de su hermana, le hubiera dicho tantas cosas; que no llorara más, que no podía seguir así, que desperdiciaba sus días, que olvidara a aquel hombre, que tenían suerte de estar vivos y sanos y comer todos los días, que los niños merecían una madre alegre y confiada, que el futuro era la mayor de las esperanzas, que su padre sufría al verla... pero sólo fue capaz de bajar la mirada ante la actitud esquiva de su her-mana. si le hubiera dicho algo hubiera iniciado un rosario de conocidos reproches; que qué sabría ella, solterona irremediable, sin capacidad para sentir la angustia de los demás, sólo pendiente de dónde unirse a una fies-ta, pasando el tiempo con hombres que nunca le darían nada, perdiendo el tiempo en debates sin sentido. así las cosas e incapaz de retornar a su descanso de sillas, rosita salió a contemplar el milagro de un nuevo ama-necer; quizá la acuarela del cielo pudiera calmar toda la rabia e impotencia que le provocaba angustias. Quería a su hermana pero no podía soportar aquel camino de silencio que había elegido y que sólo servía para plantar aún más silencio entre ellas. algún día se iría de esa casa, no muy lejos, eso sí, pero a su propio hogar. intentó calcular cuanto más tendría que trabajar para poder permitírselo pero sólo pudo concluir que mucho tiempo más.

caminó un rato y desde un pequeño promontorio observó como la vida despertaba un día más en el interior del inmenso patio del cuartel de la reina. desde allí se mostraba imponente; un hormiguero de hombres

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comenzaba la jornada en la explanada delantera. casi le pareció percibir el olor a pan recién hecho y saboreó en su memoria los chuscos que desde intendencia le regalaba de vez en cuando un panadero amigo. amanecía y emprendió camino de vuelta, sosegada ya, comprobando que aún que-daban en las chumberas algunos frutos de los que en los días de verano, ya agonizante, les habían regalado su fresco y dulce sabor. se lo diría a su padre para que fuera a cogerlos.

de repente se dio cuenta de que tendría que apresurarse para no lle-gar tarde a la casa donde trabajaba. sus conocimientos de cocina le ha-bían sido bien útiles para encontrar un buen trabajo en una buena casa del centro y así conocer la otra realidad de aquella ciudad, la de los señores que disfrutaban de toda clase de comodidades; comerciantes, políticos y militares que hacían dinero nuevo en la nueva ciudad que se construía para ellos. ella se movía entre los dos mundos sin recelo y sin rencor cam-biando sus alpargatas por unos botines en cuanto alcanzaba la puerta del hospital real.

El Edificio donde trabajaba era el más bonito que había visto nunca, el más bonito que podía existir en el mundo. se alzaba en su blanco fren-te al mar como un inmenso barco rematado con dos torres desafiantes al cielo. Bajo las torres una graciosa visera protegía amplios ventanales de arqueados cierres. su frente hacía converger todas las calles en el puente de la Almina. La arrogancia del edificio, recién inaugurado, lo era también así en su ubicación, expuesto al paso de todos, hombres y mujeres de toda clase social y de todo origen, animales de carga, autobuses de redondea-das formas y algún vehículo de vez en cuando. allí estaba todo y el edi-ficio era testigo y escenario de todo. ¿Quién había podido ser artífice de tanta belleza y exuberante exposición? un camarero del bar “campanero Chico” frente al edificio le explicó que la familia Trujillo había comenzado a construir el edificio hacía unos pocos de años, que la gente decía que había costado más de millón y medio de pesetas, y que con anterioridad allí se ubicó una pescadería de forma inverosímil para la imaginación de rosita. el Jardín de enfrente ya estaba de antes, y entre bromas comenta-ron lo exótico de las estatuas que lo adornaban entre palmeras. pero sin duda, lo que más hubo de fascinar a rosita fue la circular escalera que un buen día subió impresionada tanto por sus formas como por lo lujoso de los materiales.

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La señora de la casa era educada y considerada, incluso fue compren-siva al hecho de que no conociera los nombres ni las clases de pescado, inconveniente que Rosita, no sin cierta dificultad y con la ayuda de la otra chica del servicio, natural de san Fernando, salvó en poco tiempo. pescaillas, voraces, rapes acabaron por serles familiares.

en su casa, aunque no se podían permitir esa clase de pescados, nun-ca habían pasado hambre y el repertorio de patatas a lo pobre, gazpachue-lo y sopas de ajo se veía eventualmente aumentado por raya frita, sopa de almejas y algún guiso con pescado cogido por cristóbal, más por su em-peño que por la inexistente habilidad que poseía sobre las rocas cercanas a la Playa de San Amaro. Y así hubo días de fiestas de rascacio e incluso festivales de lapas. La tierra y el mar les ofrecía a ellos, acostumbrados a otras durezas, más que muchos otros, ciegos a semejante despensa.

acudió a la llamada de la puerta mientras se colocaba el almidonado delantal. un joven soldado, de uniforme impecable, sostenía una enorme caja redonda, probablemente un nuevo sombrero para la señora, que in-tentaba ocultar inútilmente tras sus piernas. parecía tan avergonzado por lo humillante de su misión, que rosita le ofreció un vaso de agua a lo que el chico aceptó gustoso.

-¿y tú no vas al rif?- interrogó rosita divertida a aquel que, a todas luces, debía de tener algún contacto que le había permitido que el mayor de los riesgos al que se viera expuesto fuera a los cuestionarios de cocine-ras y quien por primera vez no se sentía orgulloso de ello.

contrariado quiso marcar la diferencia con aquella mujer y con-testó resuelto:

- ¿no sabe que la guerra ya se ha acabado? desde que primo de rivera desembarcara en alhucemas, ya no hacen falta más hombres allí.

- ah, vaya, pues me alegro- dijo rosita- esa guerra sólo ha traído gas-tos mientras el país se muere de hambre. y además, allí sólo van a morir los pobres, como siempre.

el soldado, herido en lo más íntimo de su hombría por aquel ataque deliberado, sabía que no estaba de acuerdo con lo que escuchaba, pero no encontró las palabras para desdecir la rotundidad de la cocinera. Le

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hubiera dicho, entre otras cosas, que el progreso de la ciudad se debía en gran medida al hecho de haber sido paso obligado hacia el frente y ahora hacia los territorios que empezaban a estar pacificados y que requerían su-ministro de toda clase de bienes, y por eso ella, y muchos como ella, tenía un trabajo y algo que llevarse a la boca. y ella continuaba:

- y, digo yo, cualquiera le hará sombra ahora a ese primo de rivera ¿no? el rey alfonso debe estar absolutamente “controlado”, ¿no cree?

el soldado, que ni siquiera nunca se había planteado tales repercusio-nes, no salía del asombro.

- cállese, mujer, que se va a meter en un lío, es mejor que no diga esas cosas.- y apresuradamente salió huyendo de aquella casa y de aquella mu-jer que le había sacudido más que su propia conciencia lo hubiera hecho en toda su vida.

en un lío, pensó sonriente mientras lo veía bajar a toda prisa las esca-leras. orgullosa de su pequeña venganza continuó los quehaceres diarios.

iii

Los días corrían nuevos, alegres y frescos. La llegada de la república trajo de su mano la esperanza de tiempos mejores que contagió a la ciu-dad. algunos creían que era posible el sueño de la igualdad efectiva y de la justicia social, otros presagiaban el advenimiento de algo terrible que pusiera fin a aquel desmadre de pobres soñando dejar de serlo y que no tardarían en darse cuenta de lo iluso de sus pretensiones.

Cristóbal murió antes de conocer la República, tranquilo y finalmente en paz con su vida. decía a sus hijas que cuando él muriera, aquella tie-rra les pertenecería para siempre. “uno es de donde tiene enterrado a sus muertos”. y cuando el día fatal llegó, sus hijas comprendieron lo cierto de tal afirmación. Aquella tierra ya les pertenecía para siempre.

el viento de poniente sembraba una tregua en el verano arrastran-do antiguas penas con él. rosita colgó algunos volaores sobre la fachada pendidos de un clavo tal como le había indicando un vecino del sarchal.

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aquel pobre tributo del mar se convertiría en unos días en un rico manjar, -milagro que obraba el poniente con la misma eficacia que había obrado sobre ellos.

angustias observaba como su hija isabel se había convertido en toda una mujer de cuerpo espigado y elegantes andares. Las clases que recibía en una casa de la plaza de Maestranza eran tan fructíferas que hubiera superado en conocimiento y saber estar a cualquier niña mimada de la calle real. pero ella, lejos de envidiarlas o pretender pasar por lo que no era, se sentía orgullosa tanto de su origen como de su presente. al futuro sólo le pedía encontrar un buen hombre que fuera su compañero de por vida, una casa alegre y soleada llena de chiquillos y risas y, puestos a pedir, el milagro del agua corriente. había heredado de su madre la seriedad en las formas, en las costumbres y los usos pero su tía rosita le legó el secreto más valioso, la capacidad de disfrutar de los buenos ratos que ofrece la vida gratuitamente.

el paso a la edad adulta se simbolizó inesperadamente en la puerta de su casa; su madre le indicó que se sentara en un banco que su abuelo hizo apenas llegados, y con unas tijeras le cortó las trenzas que había lucido perfectas sobre su espalda desde que tenía memoria. isabel sintió más el alivio del cabello suelto que el cambio real que en su aspecto habría podi-do provocar tal hecho. su tía rosita, festiva como siempre, dijo:

-ya eres toda una mujer, y entre risas añadió: ea, pues ahora a buscar un novio.

- Lástima que ya no esté tu abuelo para verte, añadió angustias.

Jesús, que se había convertido en el único hombre de la casa, obser-vaba la escena de lejos. a partir de entonces sería responsable de mante-ner alejados de su hermana a indeseables de inconfesables intenciones. Le prometió que algún día la llevaría a los toros para demostrarle que no necesitaba más hombre que a él, al menos por el momento, y ella agrade-ció el gesto, conocedora de que difícilmente su hermano podría cumplir su promesa. pero una travesura del destino quiso que fuera él mismo quien presentara a isabel al que habría de ser su compañero de por vida.

paco, un joven huérfano que cuidaba tanto de las tierras de sus tíos como de sus muchos hermanos y primos, había encontrado en Jesús un

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compañero de paseos e inspecciones por el monte. isabel los veía salir jun-tos y se había percatado de cómo el nuevo amigo de su hermano la miraba siempre en silencio. isabel, que presentía su presencia y su mirada de ojos azules, no podía evitar que sus mejillas se sonrosaran. ella lo buscaba y lo evitaba a partes iguales queriendo huir de aquella sensación que le fasci-naba y le aterraba. por eso, cuando empezó a coser un nuevo vestido con la tela de otro que había desmontado, supo que ese sería con el que con el pasearía orgullosa del brazo de paco y del que nadie habría de separarla nunca más.

La Guerra les sorprendió entre planes de boda antes de que pudieran irse a vivir a una casa del patio de rovallo. esa guerra, que truncó tantas vidas inocentes, como todas, resultó inocua a su amor inmutable y al amor por esta tierra del que habría de impregnar a toda su estirpe.

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Rcasi sin querer, irremediablemente, la mirada se me queda prendi-

da en el callejón del Lobo. se me agolpan los recuerdos de mi infancia y retorna por un instante mi adolescencia. un suspiro de asfalto, y sin em-bargo, tan lleno de vida. aún me llega el olor a pan de la tahona; ese olor a polvorones recién hechos del pequeño horno de roque, tan deliciosos; el sonido característico de la carpintería; la fábrica de embotellado de re-frescos en constante actividad; también un taller de costura, la barbería de Felipe, y las pequeñas tiendas de ultramarinos con ese aroma mezclado de embutidos y papel de estraza. ¡Qué intenso es todo! al recordarlos parece que adquieren vida propia. sensaciones que se resisten a quedar en el olvido, brotan reivindicando su importancia, su aportación al largo ca-mino que recorremos desde la infancia. no olvido el Bar de silva, siempre con gente amiga. y en un escondido rincón de la calle, estaba la carbonería, que con el tiempo se tornó en un puesto de verduras frescas, que vendía con amabilidad y generosidad su dueño, hamido.

Los vecinos que allí convivíamos éramos una gran familia. Los niños y niñas jugábamos frecuentemente en esa calle, por la que apenas circula-ban coches. cuerdas para saltar a la comba, pelotas, pequeños juguetes y cacharritos de cocina; eran el soporte de nuestros juegos. a menudo mon-

revUelo de recUerdos

concha Bernet espíPROFESORA DE SECUNDARIA

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tábamos improvisados tenderetes sobre la acera, en ellos depositábamos libros usados, tebeos de hojas gastadas, revistas o cualquier cosa suscep-tible de ser vendida por muy poco dinero o cambiada por otra. Los días transcurrían lentos. La calma como norma. en las tardes de primavera se respiraba un aire especial, el cielo estaba teñido de rosa con tonos intensos que nos cubría como un manto. “La Virgen está planchando”, solía decir mi madre. todo es creíble en esa temprana edad.

en aquel entonces las noticias de fuera del pequeño círculo, apenas despertaban nuestra curiosidad; sólo aquellas que formaban parte de ese entorno, en el que circulaban historias, como siempre ocurre, propias de la calle, y algunas de ellas incluso nos asustaban, como el pobre niño que vivía recluido en su casa por estar loco; las “hermanas cacharritas”, que robaban los juguetes que poníamos en la acera cercana a su ventana. y un sin fin de historias que formaban parte de ese pequeño rincón de adoqui-nes, que eran el universo de nuestra aún breve existencia. Movidos por nuestra imaginación y las inquietudes y expectativas propias de la edad, exenta de recuerdos, rencores y miedos, marcábamos el paso día a día de nuestro presente. así sigo sintiendo mi calle.

Volviendo sobre mis pasos, el recuerdo me encuentra en un trozo de playa y una piscina, donde quedaron miles de horas sumergidas. nuestra playa de piedras, de agua transparente y fría, y un querido club de nata-ción, “el caballa”, entorno que constituye la mayor parte del patrimonio sentimental que ha marcado mi vida.

allí los largos días de verano se sucedían, presididos por el olor y el brillo del mar, por su fuerza y su plenitud, y los colores que nos iba mostrando al pasar las horas, hasta el atardecer; inevitablemente viene a mí la imagen de la roca, nuestra roca, y hacia el horizonte los barcos de la almadraba. suponía una aventura llegar hasta la pequeña roca nadando y otra, el retorno. en ella jugábamos y disfrutábamos viendo la cantidad de animales que contenía, nos tirábamos mil veces al agua y volvíamos a subir. el fondo exhibía una variedad de formas de vida realmente deslum-brante, era un espectáculo maravilloso. peces, pulpos, lapas, mejillones, erizos, estrellas de mar, algas… alarma y entristece profundamente que de todo aquello no quede nada. no existe. sólo el recuerdo.

una de las tardes veraniegas embarcamos, un pequeño grupo, hacia la almadraba, aún me impacta relatarlo; al llegar nos subimos a uno de los

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barcos que junto con el resto, formaban un círculo. Los marineros que allí estaban, cantaban marcando un ritmo con el que iban recogiendo las redes, así se iban acercado poco a poco haciendo el círculo cada vez más pequeño. de repente empezaron a aparecer inmensos atunes, peces lunas y otros más pequeños. estaba atardeciendo, los cánticos de los marineros, y la espuma que formaban los peces con sus grandes aletas, constituía un espectáculo único. continuó con los pescadores en las redes retornando los peces luna al agua y los atunes al interior de los barcos; el agua se tiñó de rojo. era una imagen impresionante. Lo recuerdo ahora como una de las vivencias más intensa de esa época y representa lo que jamás debió perderse en nuestra ciudad. La pesca junto al respeto y cuidado de las costas.

creo que el club natación caballa, ha sido y es un referente fun-damental de los deportes náuticos de esta ciudad. durante los años de mi adolescencia, junto a un grupo de esforzados compañeros y compa-ñeras, dedicamos muchas horas a la natación. allí nos formamos como deportistas y como personas, voluntariosas, disciplinadas y responsables. Fomentamos el compañerismo, el afán de superación y el sentido de la amistad. Fueron momentos muy duros pero gratificantes. Compartimos muchos viajes a campeonatos de natación, el nerviosismo antes de cada prueba; el encuentro con compañeros de otros lugares; para nosotros era un orgullo ser caballas y sentirnos de alguna forma, representantes de nuestra ciudad.

pasábamos en el club todos los días del verano, desde las primeras horas de la mañana hasta la noche. entrenábamos muy duro, aunque tam-bién jugábamos y nos divertíamos. en cada rincón del caballa hay un re-cuerdo escondido, miles de experiencias, de aventuras que inventábamos. nuestra infancia y adolescencia la escribimos allí.

de repente, pienso ¿tengo algún recuerdo en el que no sea protago-nista el mar? incluso haciendo esfuerzos, no logro encontrar muchos. en invierno, las tardes de los domingos solíamos reunirnos un grupo de ami-gos, la pandilla, en el muelle de “la puntilla”, allí charlábamos animada-mente y cantábamos alrededor de una guitarra. siempre el mar. también nos gustaba pasear por el paseo de las palmeras, con el olor a garrapiñada que lo invadía entero. no había mucho más en lo que emplear el tiempo de ocio, pero era suficiente. Solíamos pensar en el futuro, que siempre pa-saba por Granada o sevilla. ceuta se nos iba quedando pequeña.

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Las tardes de aventura, en las que decidíamos salir de la rutina, nos subíamos a la camioneta que nos llevaba hasta Benzú; después de un lar-go paseo que nos parecía que nos trasladaba muy lejos, llegábamos hasta el cafetín de té, donde pasaban las horas tranquilas de una tarde de do-mingo, cantando y disfrutando del maravilloso espectáculo que ofrece esa zona costera. El majestuoso perfil de la Mujer muerta, recostada sobre el mar, los pequeños acantilados y las playas de “las barcas” y la “ballenera” al fondo, formaban un paisaje único que permanecerá siempre impreso en mi retina, con el brillo y la claridad de una tarde de poniente.

Las gaviotas me ensañaron a volar y con ellas marché temporalmente, junto con otros compañeros y amigos; ceuta entonces ofrecía pocas opcio-nes de formación universitaria y nosotros necesitábamos seguir escribien-do nuestro presente y prepararnos para el futuro. en ese tiempo, de pro-fundos y vertiginosos cambios sociales, asenté mis ideas y mis principios. Fueron años de enorme intensidad.

y esas mismas gaviotas que me ayudaron a escapar, me acompaña-ron en el retorno. La ciudad no había cambiado mucho, la esencia era la misma; pero sentí que se había quedado atrás, anclada en el pasado; como si todos aquellos cambios no hubieran podido atravesar el estrecho. el motor de la evolución nunca arrancó. tristemente, aún sigo sintiendo lo mismo, agravado por el paso del tiempo, nos hemos quedado atrás de forma casi irremediable.

acaso por casualidad, el destino me llevó a formar parte de un centro docente. desde entonces me afano en la fascinante tarea de formar adoles-centes. Me entusiasmó desde el principio. después de casi tres décadas, aún me apasiona, mi modesta aportación a la educación de nuestros jó-venes. Gran parte de este quehacer diario se apoya en estos recuerdos de adolescente, procurando no perder nunca el halo de ilusión y la necesidad de comprensión que marca esos complicados años. siempre con el corazón latiendo al son de la referencia moral de mi padre.

¿a dónde van las miradasque un día partieron?¿acaso se van?¿y a donde van?

Silvio Rodríguez

E

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Ecuando el 25 de mayo de 1681 murió don pedro calderón de la

Barca henao de la Barrera y riaño, fue enterrado de forma sencilla y sin boato alguno, según dejó previsto en el testamento. su alma subió pro-visionalmente al cielo y, por el camino, sin saber si sería admitido en el paraíso, comenzó a revisar con rapidez su vida en la tierra.

estudiante, soldado pendenciero, insigne dramaturgo apreciado por Felipe iV, caballero de la orden de santiago, contemporáneo de Lope de Vega, padre sin casamiento, sacerdote en la madurez, todo ello componía una relación de hechos que iban a ser valorados en ese momento supremo.

Estaba donde algunos esperan el veredicto definitivo, cuando se le acercó un hombre relativamente joven y ricamente vestido al que seguía una larga comitiva. aparentaba unos cuarenta años, tenía buen porte con sus calzas de color azul que se embutían en unos borceguíes de punta afi-lada. su blusa de lino, estaba cerrada con cordones en pecho y muñecas, cubierta por un chaleco de piel como el calzado y con un medallón o col-gante del que sólo se distinguía la gruesa cadena de oro. encima, un jubón y, sobre éste, la amplia capa con una enseña que Calderón identificó como el escudo de portugal, por lo que debía tratarse de un noble. una gruesa espada aparecía como siguiendo el recorrido de su pierna izquierda.

el InfanTe olvIdado

José María campos MartínezEMPRESARIO

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- don pedro,–le dijo el recién llegado, sin darle tiempo a pensar en su actual situación y llevándose la mano al birrete adornado de joyas y plumas que le cubría- soy el infante de portugal don Fernando de Avis y Lancaster, fiel hijo de la Santa Iglesia Católica y muerto en 1443, hace ya 238 años.

calderón de la Barca se quedó mudo de asombro. conocía la historia del infante porque había escrito una obra sobre su vida y, por un momen-to, temió no haber tratado muy bien al influyente personaje. Pronto salió de dudas.

- Le estoy profundamente agradecido –afirmó Don Fernando- Habéis sido uno de los pocos que se refirió extensamente a mi triste sino. después de muerto, sólo la iglesia y determinados sectores del pue-blo llano, se acordaron de mí. su obra teatral contiene errores his-tóricos pero, en general, describe la triste vida que llevé en África, durante el cautiverio.

el dramaturgo que estaba realmente sorprendido de la aparición del noble portugués, le pidió que narrara la verdadera historia de sus aven-turas y el infante don Fernando hizo un remolino con su capa, acomodó la espada sobre el suelo, se sentó sobre un jirón de nube de aquel extraño camino, señaló otro sitio similar a don pedro que enseguida hizo lo pro-pio, y se dispuso a escuchar el relato auténtico de lo sucedido al llamado infante santo.

- nací en santarem el 29 de septiembre de 1402 y fueron mis padres el rey Juan i de portugal, llamado el de la buena memoria y mi madre la princesa inglesa Felipa de Lancaster –el infante hablaba con tono ce-remonioso, como dando énfasis a su relato -en 1415, cuando se tomó la ciudad de ceuta, gran hazaña que haría inolvidable a mi padre, tenía tan solo 13 años y, por tanto, no pude participar en la empresa. en cambio, mis hermanos duarte y enrique, éste último después lla-mado el navegante, tenían 24 y 21 años respectivamente y vivieron en primera fila aquella aventura africana de Portugal.

sin embargo, mantener ceuta estaba costando demasiados hombres y dinero al reino. Muchos nobles portugueses viajaban a la ciudad africa-na para probar su valor, pero la presión de los musulmanes era cada vez

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mayor y la vecina ciudad de tánger se había convertido, con los años, en la base de numerosos ataques y en la principal competidora del comercio en la zona.

al morir mi padre, -don Fernando hizo una pausa, se acarició con cuidado el mentón y prosiguió el relato- accedió al trono mi hermano ma-yor como duarte i y, tanto enrique como yo mismo, le insistimos en que era imprescindible lanzar un ataque contra tánger y conquistar la ciudad, para continuar con la expansión lusitana en África. se opusieron muchos nobles y costó bastante trabajo reunir los barcos, hombres y dinero necesa-rios, pero por fin, a mediados de julio de 1437, la flota estaba lista para la empresa, cuando yo tenía 35 años. recuerdo la misa en La seo de Lisboa, a la que asistió toda la corte y, después, la salida a mar abierto de las naves el 22 de agosto, entre los gritos de soldados o marineros que partían y el pueblo que salió a despedirles.

ceuta había sido elegida para reabastecer los buques y como platafor-ma logística que asegurara el éxito. nos recibió el 27 de ese mes de agos-to el Gobernador de la plaza don pedro de Meneses, facilitando toda la ayuda que se le pidió. desde la ciudad africana de portugal partieron dos expediciones, una por tierra que mandaba mi hermano enrique que podía ser la más peligrosa y otra por mar bajo mi mando, las dos con tánger como objetivo.

- perdonad que os interrumpa –intervino calderón de la Barca- pero es chocante que vuestro hermano, llamado el navegante, eligiera la vía terrestre, siendo un especialista en viajes marítimos.

- Bueno, don pedro, en honor a la verdad, mi hermano don enrique era un buen organizador de viajes comerciales o de conquista, pero nunca fue un navegante especialmente diestro. y sigo con mi narra-ción antes de que el tiempo se acabe. contábamos en total con siete mil hombres, entre jinetes, arqueros, infantes y algunos degredados o desterrados a ceuta que querían ganar la libertad luchando contra los infieles y se incorporaron allí. La columna que se adentró en tierra musulmana, era naturalmente la más numerosa y en ella se encuadra-ron numerosos nobles y hasta el obispo de Évora con sus clérigos que portaban imágenes y reliquias, para asegurarse la protección divina. atravesaron el territorio enemigo sin problemas, dejando atrás la en-tonces abandonada ciudad de tetuán.

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reunidas las dos columnas frente a tánger el 12 de septiembre de 1437 - don Fernando continuó con gesto preocupado- se inició inmediata-mente el asedio a la ciudad y la verdad es que, tras los primeros choques con soldados inexpertos, nos sorprendió el tesón y valor que aquellos in-fieles pusieron en la defensa de su tierra. La conquista de Ceuta había sido relativamente fácil y, en cambio, nos encontrábamos allí con unas tropas decididas y eficaces a las órdenes de un jefe respetado, el Señor de Tánger y arcila, salah ben salah.

casi sin darnos cuenta, don pedro - el infante hablaba ahora deprisa, incluso apasionado- y tal como se dice en vuestra obra el príncipe cons-tante, nos encontramos convertidos de sitiadores en sitiados, porque del campo llegaron miles de combatientes en ayuda de tánger que nos rodea-ron y aislaron de los barcos que fondeaban en la costa. Fueron días difíciles y tuvimos que luchar muy duro para no sucumbir, ya que nos acosaban con ataques generalizados. por eso, ante la desesperada situación, mi her-mano enrique que era el jefe supremo de la expedición, decidió parlamen-tar con el enemigo para encontrar una salida pactada.

nuestros negociadores nos trajeron la noticia que salah ben salah, por encargo del rey de Fez abdalhaqq ii, pedía nada menos que la en-trega de ceuta por dejarnos un pasillo libre hacia las naves. reunimos un consejo de nobles para estudiar qué debíamos hacer en esas circunstancias y se decidió aceptar las condiciones impuestas, porque no hacerlo signifi-caba la muerte para todos. Fue una decisión difícil, pero se tomó casi por unanimidad, comunicándose la nueva a los parlamentarios musulmanes que, por cierto, también se referían a nosotros como infieles.

salah ben salah –al pronunciar este nombre de nuevo, el infante torció el gesto-, muy astuto, accedió a firmar un documento, pero exigió que uno de los dos infantes de portugal debía quedarse en tánger como garantía de que el pacto sería cumplido y ceuta entregada al rey de Fez. aceptó, sin embargo salah ben salah, que quedara como rehén de los portugueses su hijo primogénito, a fin de asegurar el cumplimiento de la retirada del ejército invasor sin incidentes. enrique y yo nos abrazamos en la tienda y cada uno de nosotros se ofreció a quedarse como rehén, porque sería un mero trámite la cesión de la plaza ceutí por el rey duarte i, nuestro her-mano. La verdad es que la ciudad conquistada por nuestro padre en 1415, se había convertido, como dije, en un grave problema que ahora, tras la

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derrota de tánger, se agudizaría. tres meses como máximo de cautiverio y el que se quedara en rehén, regresaría triunfante a portugal.

aquí, don pedro, cometí mi gran error. cierto que debía ser yo, el más joven, quién debía sacrificarse, pero tenía que haber buscado otras al-ternativas. Me equivoqué al aceptar quedarme, pero al menos mi decisión sirvió para salvar miles de portugueses y a mi querido hermano enrique, quién juró que muy pronto daría ceuta, viniendo él mismo a recogerme.

cuando me entregué a los enemigos muy de mañana, pusieron cade-nas y grilletes en mis manos y piernas, llevándome a una fortaleza en la montaña sobre tánger con algunos de mis colaboradores y servidores que son estos que me acompañan -señaló a los hombres que le seguían, los cua-les iniciaron una leve reverencia de presentación-. después, los musulma-nes entregaron al hijo de salah ben salah como garantía del cumplimiento del pacto e hicieron señales a las tropas portuguesas de que podían iniciar la retirada hacia la costa, donde las naves en la bahía estaban listas para recoger a los soldados. desde mi atalaya me permitieron ver la marcha del repliegue. Iba la caballería flanqueando la columna por ambos lados, después líneas de arqueros y en el centro, vanguardia y retaguardia, los soldados protegiendo a clérigos y al infante don enrique con su séquito. delante y detrás, como un escudo humano, iban los desterrados.

todo transcurría bien hasta que el sonido de una pieza de artillería marcó el inicio de la traición. Miles de soldados de salah ben salah caye-ron sobre los portugueses y estos, quizás temiendo lo peor, reaccionaron con valentía y extrema violencia. Masas de caballería lusitana se inmolaron para que otros pudieran escapar. Los arqueros dispararon sus flechas por encima de las líneas propias y causaron gran mortandad entre los atacantes. La columna avanzó a pesar de todo hacia la costa y la escuadra apoyó la re-tirada con los disparos de su artillería, sobre todo con versos y pedreros. en la fortaleza de la montaña estábamos indignados y tirando de las cadenas, pero orgullosos de la rápida y enérgica reacción de nuestro ejército.

La columna en retirada alcanzó las playas y un enjambre de barcas fue trasladando hombres hasta los barcos, mientras las arenas eran bati-das por la artillería naval. Los hombres, organizados en escalones, fueron embarcando con orden y el traslado duró todo el día, mientras caballeros a pie o montados, soldados, arqueros, desterrados, todos colaboraban para

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salvar la vida. cuando el sol se ponía en el horizonte, los barcos con el ejército vencido, pusieron rumbo a ceuta.

el pacto había sido incumplido por los soldados de salah ben salah, pero éste siempre lo negó, argumentando que los causantes fueron incon-trolados y añadiendo que él no iba a poner en peligro la vida de su hijo que era la garantía de ese acuerdo.

imagino el desasosiego y el miedo que se produciría en ceuta al lle-gar los despojos del ejército derrotado con el hijo de salah ben salah, pero mi situación fue bastante peor porque, en vez de tratarme como un prisio-nero de sangre real, al poco fui trasladado a Fez para evitar mi fuga y me convirtieron en un cautivo común que debía hacer los más denigrantes trabajos, llevando una vida realmente dura.

- el resto de la historia la conozco yo –intervino don pedro calderón de la Barca- porque tuve que documentarme para escribir el príncipe constante y, para ello, hablé con personas que conocían el tema por referencias y que me facilitaron documentos escritos. puedo comple-tar, por tanto, el relato.

- en este punto, don pedro –el infante señaló a uno de los caballe-ros que le acompañaban- debo presentaros a mi fiel secretario Joâo Álvares que siendo notario y archivero en mi palacio, me siguió siempre y me acompañó en el exilio. el portugués del séquito, al sen-tirse aludido, hizo una profunda reverencia ante el dramaturgo espa-ñol, honrado por las palabras de su señor.

- Por Dios, alteza, conozco perfectamente la obra de Don Joâo Álvares ya que me basé en ella para escribir, cuando sólo tenía 28 años, mi príncipe constante –añadió calderón- sus memorias, publicadas al volver a portugal del cautiverio y conocidas como trautado da vida e feitos de don Fernando o crónicas del infante santo, fueron mi prin-cipal fuente de conocimiento.

- Bueno, don pedro- el infante movió la cabeza como riñendo al drama-turgo español- también vuestro compatriota don Félix Lope de Vega y carpio os facilitó bastante material con su obra La adversa fortuna del infante don Fernando de portugal que también dedicó a mi memoria. Él os precedió en su viaje al infinito y ya le di cumplidas gracias.

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- no quisiera, don Fernando- se notaba al dramaturgo algo molesto por la alusión – hablar de terceras personas que ni siquiera en vida me preocupa-ron. La verdad es que vuestros hermanos enrique y duarte hicieron todo lo posible por conseguir vuestra libertad –don pedro se había incorporado para estar más cómodo mientras hablaba- . pero lo cierto es que la nobleza no estaba de acuerdo con entregar ceuta al rey de Fez, después del traba-jo, vidas y dinero que había costado conquistarla y mantenerla. también la familia de don pedro de Meneses se opuso a la cesión de la plaza. por eso, el rey vuestro hermano, convocó en 1438 a las cortes en Leiría y gran parte de la nobleza, se opuso de forma rotunda a la entrega de la plaza africana a cambio de la libertad de su alteza y en esto tuvo especial influencia el Arzobispo de Braga. Así, vuestro futuro quedó por siempre unido al de ceuta. y ¿cómo os trataron cuando los marroquíes supieron que no se entregaría la ciudad?

- casi siempre me trataron muy mal, pero después que se conocieron las noticias de la negativa de casi todos en portugal a la cesión de ceuta, las cosas se agravaron. hubo ofertas de dinero, de devolución de corsarios musulmanes capturados, de fugas organizadas, pero nada de esto tuvo éxito. en Fez decían, quizás con razón, que nuestras tropas fueron invaso-ras en su territorio y, por tanto, no debían tener ninguna misericordia con los vencidos.

- efectivamente don Fernando pero es que, además, el rey, vuestro her-mano, murió en 1438 de peste negra y al año del desastre de tánger, por lo que don enrique el navegante tuvo cosas importantes de las que ocu-parse, como la organización de la Regencia en el trono que ostentó al final el otro hermano don pedro, hasta la mayoría de edad de vuestro sobrino alfonso, con las complicaciones que ya conoceréis.

- esa regencia debí ostentarla yo y es otra de las cosas que me perdí por es-tar preso en Fez tantos años –Don Fernando hablaba ahora con voz firme-. y ello sin contar los ingresos económicos que obtuvo enrique, cifrados en un quinto de todos los beneficios comerciales con las grandes áreas descu-biertas, así como el derecho a explorar al sur de cabo Bojador. y, además, se le nombró Gran Maestre de la orden de cristo, la que sucedió en la práctica al temple.

- parece que reprocháis algunas cosas a vuestro hermano don enrique – el dramaturgo preguntaba quizás pensando en una nueva obra teatral y olvidando que estaba muerto.

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- yo no reprocho nada –contestó don Fernando contrariado por pregunta tan directa e inapropiada- es que mi decisión de permanecer como rehén, trajo riqueza y fama a enrique y la miseria y la muerte para mí. ceuta, por ejemplo, por la que al fin y al cabo di la vida, me ha olvidado casi completamente y eso lo sé porque desde mi posición actual puedo ver el pasado, el presente y el futuro. Así, sólo figurará mi nombre en una plaza poco conocida, mientras que mi hermano enrique es popular allí, estará en una vía más principal y su estatua presidirá el puerto de la villa por la que entregué mi libertad. Allí casi nadie conoce mi historia, ni mi sacrifi-cio- afirmó el Infante con gesto triste.

- Bueno, alteza, en este punto debo preguntar algo muy delicado –don pedro adoptó una actitud grave en consonancia con la pregunta que iba a formular- unos dicen que vuestra conducta en el cautiverio fue de apoyo a las Cortes portuguesas para que no sacrificaran Ceuta y otros afirman que mandasteis continuos mensajes, primero al rey y después a vuestros otros hermanos don enrique y don pedro, para que entregaran de una vez la ciudad y os liberaran. ¿cuál es la verdad, don Fernando?

- La verdad completa no se sabrá nunca –contestó el infante rotundamen-te- y ello porque quedará entre las paredes de las mazmorras de Fez y el secreto de estado de las cartas cruzadas entre mis hermanos y otras que fueron destruidas. Los hechos, sin embargo, son irrefutables: ceuta siguió siendo portuguesa por mucho tiempo y yo entregué mi alma a dios el 5 de junio de 1443, fecha que pasa desapercibida en la ciudad por la que di mi vida, mientras que celebrarán el 2 de septiembre su fiesta grande, que podía ser perfectamente la del día de mi muerte.

- efectivamente, don Fernando. después de seis largos años de cautiverio cargado de cadenas, tratado como un esclavo y debiendo hacer los más sucios trabajos, terminasteis vuestros sufrimientos ese 5 de junio de 1443, veintiocho años después de la toma de ceuta, a causa de una disentería que no pudisteis superar. y según algunas versiones, vuestro cadáver fue descuartizado y colgado en las torres de las murallas de Fez. Triste final para un infante de portugal.

- Veo, don pedro, que como un relator de vuestro tiempo, os recreáis en detalles escabrosos. Lo cierto es que fallecí de miseria, enfermedades y melancolía en esa fecha y eso es todo lo que interesa saber. portugal sintió

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alivio y tristeza al mismo tiempo y el problema del infante cautivo, concluyó. Al menos, en mi vagar por el cielo infinito, me quedó la sa-tisfacción de que mi sobrino alfonso V, llamado el africano, conquis-tara tánger en 1471, también veintiocho años después de mi muerte.

calderón se dio cuenta que estaba irritando a su interlocutor y trató de dar un giro más amable a la conversación.

- de todas formas, don Fernando –el dramaturgo empleaba ahora un tono conciliador- la iglesia católica reconoció vuestras penalidades, soportadas en beneficio de la Cristiandad y el pueblo os consideró santo. Llegaron reconocimientos de todas partes menos de ceuta y esa historia de santidad popular y sacrificio, fue la que inspiró mi obra el príncipe constante.

- ya que habláis de vuestra obra teatral en relación con la santidad, hay que reconocer que escribisteis por encargo de alguien importante, porque entonces portugal y españa estaban unidas y un infante cris-tiano que resiste al islam, le venía bien a la iglesia y a la Monarquía de vuestro país – el infante también adoptó un tono mesurado- de todas formas, don pedro, justo es reconocer que mi personaje, en vuestros escritos, tiene una dignidad y valentía difíciles de mantener en una situación de cautiverio.

- ¿y cuál es el pasaje de mi obra que os gustó más, don Fernando?

- Bueno, hay varios muy buenos y algunos por cierto bastante aleja-dos de la realidad. pero quizás el más conseguido de todos es aquel en que el rey de Fez me dice “¿por qué no me das a ceuta?”. y yo contesto enseguida “porque es de dios y no es mía”. como escribirá en su momento, refiriéndose a Ceuta, un prestigioso catedrático es-pañol de Literatura que dejará honda huella en esta villa, “no existe ninguna otra ciudad de la que pueda decirse otro tanto, si exceptua-mos a Jerusalén, cuna de las tres religiones, en las cuales también coincide ceuta”.

aquí se resume, don pedro- continuó explicando el infante- ese ca-rácter que dais a los hechos, un enfrentamiento entre el héroe cristiano cautivo y un rey que quiere obtener ceuta a toda costa.

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el infante no se atrevió a reiterar que en la obra de Lope de Vega La fortuna adversa del infante don Fernando de portugal, escrita 30 años antes que la de calderón, existía una frase muy parecida. algo así como ceuta no es nuestra, es de dios.

La charla siguió animada y sin prisas, era como un encuentro del que no se vislumbraba el final. Don Fernando se extendió en detalles sobre ceuta, explicando la importancia que esta ciudad tenía para portugal y su posterior proyecto africano.

- para portugal –el infante adoptó otra vez un tono solemne- ceuta era el punto de partida de una ruta comercial hacia el resto de África, la llave del estrecho, como representa la antigua bandera de la ciudad y significaba la línea divisoria del Levante y el Occidente, además de avanzadilla europea en una tierra por desarrollar. pocos, ni los mis-mos habitantes de ceuta, calibraban y siguen sin calibrar, su impor-tancia estratégica y, por tanto, no valoraron debidamente mi sacrificio por aquella ciudad.

- don Fernando –continuó calderón preguntando- ¿habéis perdonado a los que se beneficiaron de vuestro cautiverio y a los que os dejaron preso sin llevar a cabo todas las gestiones que se esperaba de ellos?

- naturalmente, el perdón es obligado ante la desesperación extrema y la inminencia de la muerte –se puso triste y severo de pronto- en esos casos, los asuntos terrenales pasan a segundo término. Lo que más me indigna con posterioridad, es una cosa completamente ma-terial, porque sabiendo que el cuerpo carece de importancia después del tránsito supremo, me subleva que otros descansen en paz con sus cuerpos enteros, mientras que lo único que enterraron de mí fueron algunos trozos de intestinos que el fiel Joâo Alvares logró sacar de Fez y el rey alfonso depositó en el mausoleo de la catedral Batalha, con los restos mortales de mis hermanos. si no fuera por el pueblo portugués que me venera, no tendría reconocimiento público alguno.

- ¿a qué os referís concretamente? –preguntó el dramaturgo español

- Mirad, mi padre don Juan i está enterrado en ese monasterio de Batalha con mi madre doña Felipa y su espada se encuentra en el Museo Militar de Lisboa; mi hermano don enrique, al que llaman

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navegante, el que alcanzó más gloria de todos mis hermanos, tiene una estatua en el monasterio de Los Jerónimos de la capital y des-cansa en el mismo lugar sagrado que mi padre, en un túmulo casi de la misma importancia. y hasta el primer Gobernador de ceuta, don Pedro de Meneses que es figura secundaria en esta historia, dispone de un mausoleo en la Iglesia de Gracia de Santarem con su figura cogida de la mano de la esposa, Doña Beatriz Coutinho y figurando como conde de Vila real y 2º conde de Viana do alentejo. pero en ceuta los recuerdan y los recordarán siempre, sólo en la distancia, porque pocos visitan sus tumbas en portugal y me temo que, en el futuro, ocurrirá lo mismo, ya que los españoles utilizáis nuestros sím-bolos o hazañas, pero siempre desde lejos y esto los portugueses lo sabemos muy bien. en cambio, yo carezco de recuerdos visibles im-portantes en cualquier país y mis merecimientos y sacrificios han sido casi olvidados por los portugueses e incluso por los ceutíes que son, para mí, los más desagradecidos.

- ¿os referís a estatuas, don Fernando?- preguntó calderón de la Barca haciéndose el inocente.

- Me refiero a todo, Don Pedro. Hasta bien entrado el siglo XXI en ceuta, por ejemplo, sólo existirá una pequeña imagen de mi persona, obra de un conocido artista, que no pasará de ser un mínimo home-naje escultórico, oculto en una estantería olvidada.

- creo que no sois justo, don Fernando porque ceuta, a pesar de las circunstancias, sigue estando orgullosa de su pasado junto a portugal y…

- no sigáis, don pedro- el infante interrumpió tajantemente al drama-turgo. -Ni Portugal ni Ceuta se acuerdan mucho de los sacrificios que se hicieron por esa plaza fuerte. en 1515, primer centenario de la con-quista de ceuta por mi padre, tuvieron lugar grandes fastos al igual que en 1615. pero, a partir de la cesión a españa, las cosas cambiaron y, como desde aquí se puede ver el futuro, debéis saber que en 1715 no se conmemorará nada con la excusa de que la ciudad estará sopor-tando un cerco, en 1815 el motivo de no celebrar el cuarto centenario será la recién terminada guerra contra Francia, en 1915 otra excusa con la que llamarán primera Guerra Mundial y del sexto centenario en 2015 y siguientes, no quiero ni hablar.

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el grupo que formaba la importante tertulia entre nubes, se había cerrado en torno a los dos protagonistas de la misma –el dramaturgo español y el infante santo- mientras los demás asistían en silencio al in-teresante diálogo. Los personajes eran los que acompañaron al cautivo durante sus años de sufrimientos. Allí estaban, junto a Joâo Álvares que sacó de Marruecos las reliquias del infante y las entregó a alfonso V, el asistente rodrigo estevez elegantemente vestido, el cual enfermó durante el cautiverio y tuvo que sustituirle su hijo para que le dejaran volver a la patria; el confesor fray Gil Meéndez con un modesto hábito, muerto en arcila al poco tiempo de llegar y que fue enterrado en portugal, después de pasar su cadáver por ceuta; el hermano de leche del infante, Joham rodrigues de noble porte; el físico meestre Martinho con aires de hombre sabio, Fernám Gill el guarda-ropa siempre en segundo término y el grueso cocinero Joham Vaasques.

al fondo, sin atreverse a formar parte del grupo, había un joven alto, de fina barba que recorría sus mejillas y se ensanchaba sobre su mentón, cubriéndolo por completo. iba vestido al estilo árabe de los hombres de caballería, con amplios pantalones que terminaban en botas muy traba-jadas y arriba cinturón repujado, chaleco corto, blusa cerrada con tirilla y turbante blanco que aparecía rematado por media esfera de un metal brillante. al cinto, una cimitarra que casi tocaba el suelo y una rica gumía en el lado contrario. era el primogénito de salah ben salah, cuya suerte nunca se aclaró. unos decían que fue devuelto a su padre a cambio de ciertos caballeros portugueses cautivos, pero otros afirmaban que murió abandonado a su suerte en las mazmorras de un portugal que lloraba a su príncipe perdido.

una espesa niebla cubrió al grupo y no hubo más. Quizás llegó el momento en que don pedro calderón de la Barca henao de la Barrera y riaño, tuvo que dar cuenta de sus actos, en aquellos inmensos espacios del celestial infinito.

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Agradecimientos a: José Fradejas Lebrero, Catedrático de Literatura Española, autor de la ponencia El Infante Don Fernando y Ceuta en las III Jornadas de Historia de Ceuta del IEC; José Luis Gómez Barceló, Cronista Oficial de Ceuta por sus aportaciones bibliográficas y sobre el supuesto proceso de beatifica-ción del Infante Don Fernando; Ponentes de las I Jornadas de Historia de Ceuta del IEC; José Loureiro dos Santos, autor de Ceuta 1415, A Conquista; Arminda Rodrigues Galvâo de la Universidade Federal Fluminense, autora de Historia, po-der y constancia en la obra El príncipe constante de Calderón de la Barca.

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UEl prado y yo, la tarde y el museo,esperaremos con el alma en vilodonde Velázquez sueña y, a su asilo,los pájaros de otoño y mi deseo. (…) Luis López AngLAdA

La lluvia dejó de ser la simple amenaza de días atrás para instalar-se como incómoda realidad mojada. Esa lluvia fina y persistente que te va empapando poco a poco sin que te des cuenta se convirtió en única compañera de viaje durante su repentina vuelta a casa. Lo que empezó sonando como un simple tamborileo de sus dedos de pianista, largos y delgados, se transformó en un incesante repicar de campanas, carentes de compás, como si se tratara de una señal de duelo o presagio de su futuro inmediato. el agua aporreaba sin compasión su viejo coche de segunda mano y el sonido que se percibía, más que melodioso, era ensordecedor. el efecto sonoro que producía sobre la chapa oxidada era una mezcla ruidosa de un grupo de enloquecidos gaiteros desafinados y el graznido alocado de una bandada de gaviotas en un día de fuerte viento de levante. aunque resultaba imposible hacer oídos sordos a aquel estropicio auditivo, él no parecía darse cuenta de aquella música de fondo. su estado febril hacía que aquel estruendo le pasara desapercibido.

Un marIdo consenTIdo

Jesús canca LaraPROFESOR DE SECUNDARIA

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La ciudad descansaba a aquellas primeras horas de la madrugada, profundamente dormida y solitaria, bajo los efectos de algún somnífero ficticio. El mal olor le dio una bofetada y su subconsciente le invitó a subir la ventanilla, mientras esperaba que el semáforo cambiara a verde. Los olores putrefactos concentrados en los alrededores de los contenedores malolientes de la calle empezaban a desvanecerse en el aire. el conteni-do de las bolsas de basura de algún descuidado, esparcidas por el suelo, hacía que restos de fritanga, espinas de pescado y alimentos podridos se mezclaran con heces de perro; regado con el mejor de los orines de los ga-tos de la zona. sin duda, un “efecto-llamada” inigualable. un festín para moscas y banquete para ratas. no obstante, la noche, tranquila, respiraba sin humos el asfalto resbaladizo y esperaba desconsolada el fuerte olor a zotal que utilizan los operarios del servicio de limpieza, aún por llegar a aquellas horas, tras la recogida de la basura.

su calle, al menos, olía distinta. su vuelta a casa se veía atraída cada mañana por el aroma que desprendía la pizzería de la esquina; parada obligada para los trasnochadores que trataban de reponer fuerzas en mi-tad de sus noches de marcha. su olfato le permitía diferenciarla de las demás pizzerías. su olor a masa de pizza recién hecha, queso fundido y orégano quedaba catapultado por el intenso aroma del café torrefacto re-cién servido que le esperaba. así pasaba las largas e interminables noches de guardia. pensando en aquellos olores que le esperaban en su regreso a casa, en aquella parcela de su ciudad. a caballo entre las pizzas, que le abrían el apetito, y el café, que le ayudaba a disimular sus noches solitarias en las salas del Museo del prado, donde trabajaba como vigilante de segu-ridad nocturno. un trabajo que le apasionaba, ya que le permitía asomarse cada noche a la España del siglo XVII, paseándose a solas entre retratos ecuestres de reyes y príncipes, infantas y algún que otro papa, bodegones y escenas cotidianas de la época. se regocijaba al estar tan cerca de las me-jores obras de aquel pintor que a él tanto le gustaba.

aquella noche, una noche más de un frío invierno cualquiera, volvía a casa unas horas antes de lo habitual al encontrarse mal. Gracias a la fiebre y a sus compañeros del turno de la noche, que cubrieron su ausen-cia e insistieron para que se fuera a casa, le daría una sorpresa a su mu-jer. dormiría con ella en vez de tener que pasar la noche en compañía de “Los Borrachos”, “Las hilanderas”, “las Meninas”, “Las Lanzas” y demás

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lienzos de Velázquez que cuelgan en su lugar de trabajo, la Sala XII de la mundialmente conocida pinacoteca madrileña.

por aquellos días, su labor consistía en custodiar una muestra pictó-rica que, bajo el nombre de “obras maestras del célebre Velázquez”, al-bergaba además de la exposición permanente del pintor sevillano en el Museo del Prado otras obras del autor, traídas expresamente para tal fin, que se exhiben en museos y galerías británicas. Gracias a aquello conoció en persona a “el aguador de sevilla”, sin pisar el Wellington Museum de Londres, y a la “Vieja friendo huevos”, sin haber ido nunca a la national Gallery of scotland. y todo, sin salir de “su sala”. no cabía en su gozo al poder compartir numerosas veladas con aquellos personajes que, de no haber sido por su trabajo, no los hubiera podido conocer de otra forma.

de camino a casa, seguía sintiendo malestar. sólo le consolaba un pensamiento: su mujer. Él, como cada día, deseando verla y sentirla cerca. sabía que se vería agasajado por su presencia. La amaba. La idolatraba. La piel de aquella mujer, suave como el terciopelo, era la única superficie que le agradaba palpar. su textura sin igual le resultaba caprichosamente pe-gajosa. tanto le atraía que no había nada en el mundo que le llamara más la atención que explorar con las yemas de sus dedos aquella perfección femenina. Le encantaba tocarla, acariciarla, aún a sabiendas de las conse-cuencias. Un simple roce le hacía temblar como un flan y le ponía la piel de gallina. un contacto prolongado le derretía.

después de todo se consideraba un tipo con suerte, aunque poco agraciado. afortunado por poder estar cerca de sus dos únicas pasiones: su mujer y la pintura. La primera se cruzó en su vida por arte de magia, tras innumerables devaneos amorosos; y la segunda afición se la encontró por casualidad en su nuevo destino, el prado. al cambiar al turno de no-che, contó con la suerte de poder elegir las salas a vigilar y se decantó por la que albergaba los cuadros de ese pintor sevillano, maestro de pintores del siglo XVII.

Lo de poco agraciado era patente. un “mozuelo de pitiminí”, como dirían en su pueblo las viejas del lugar, más bien bajito, tirando a gordo, enfermizo y débil desde que nació. un tipo feúcho de cuarenta y pico años, que siempre iba con barba de varios días y aspecto desaliñado. por si fuera poco, a pesar de que nunca había sido vistoso -blancuzco y de poco pelo-,

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aquella noche tenía aún más mala cara de lo normal. La fiebre hacía que su piel fuera más amarillenta y sudorosa. Estaba flojo y alicaído. Con unas ojeras espantosas. y eso que ni se podía imaginar lo que se le avecinaba. no podría creer lo que verían sus ojos instantes más tarde. se le nublaría la vista ante la estampa visual que aún estaba por llegar.

Llegó, por fin, al garaje con su coche “chatarroso”. Cansado. Su uni-forme grisáceo oscuro le quedaba una talla grande y no le favorecía en ab-soluto. aquello lo acabaría de desmadejar. ojalá hubiese sido sólo una vi-sión, o la mismísima aparición del demonio, o simplemente una pesadilla.

a simple vista, nada más llegar a su casa, intuía algo extraño. La puer-ta principal no tenía el pestillo echado y el resbalón de la cerradura solo tenía media vuelta de llave. algo no encajaba. un ruido que no lograba identificar rompía el silencio. Cogió de nuevo los avíos de guardia de se-guridad que acababa de soltar: una linterna en una mano y se enfundó la pistola en su cartuchera. entró sigilosamente. tras tropezar con unos pantalones vaqueros que no reconocía, se le cayeron las llaves. el sonido que éstas provocaron abrió paso a un silencio ensordecedor que domi-naría aquella situación inesperada para todos. encendió la linterna. y de verdad os digo que el pobre hubiera preferido no haber visto lo que vio. su corazón le dio un brinco y el ritmo cardiaco se aceleró hasta la locu-ra. Visiblemente afectado, se consideraba un perdedor. de la vida. de su matrimonio. del amor. su mujer, in fraganti, con su larga melena desma-dejada sobre la almohada, en pleno apogeo con un desconocido entre las sábanas de la que fuera su cama.

clavó sus ojos en el escenario de aquel devaneo. Llenos de odio bro-taban ira, rabia e incomprensión. se los comía con la mirada. Los devo-raba. La pareja petrificada, sin saber cómo reaccionar, se dejaba engullir. se convirtió en un lince furioso de mirada aguda y penetrante. un llanto ahogado y silencioso acentuaba la penumbra, ante su semblante desdibu-jado y demacrado, de manos temblorosas. no se pronunciaron palabras, simplemente se intercambiaban miradas huidizas a tres bandas.

se quería morir. no encontraba el consuelo. un nudo de amargura le oprimía la garganta. Bajó la vista. cerró los ojos. decepcionado. engañado. Los cuerpos desnudos enfocados por la linterna contrastaban con la oscu-ridad de la habitación y constituían la parte más iluminada de aquel cua-

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dro. aquel claroscuro se ocupaba de añadir más dramatismo al ambiente. podría confundirse con un lienzo pintado por el mismísimo Velázquez du-rante su etapa sevillana, de clara influencia del pintor italiano Caravaggio, en la que dominaba la técnica del teneBrisMo; con fuertes contrastes de luces y sombras.

decidido a acabar con aquella farsa, echó mano a su cintura y acarició su pistola de guardia de seguridad. nunca la había utilizado. no era plato de su devoción. La ocasión valía la pena. ¡Maldito estreno!, pensaba. el arma de metal frío le parecía amarga, como aquel engaño. el sabor agri-dulce del amor la condimentaba. hambriento de venganza y ebrio de do-lor, estaba dispuesto a vomitar toda la repugnancia que llevaba dentro. no pudiendo contener más la indignación que le corroía, se volvió loco y ... ¿?

en ese preciso instante, antes de que terminara la escena, se encien-den las luces de la sala número dos del cine África de mi ceuta natal. una agitada voz femenina, nerviosa y entrecortada, nos ruega a todos los presentes, a través de la megafonía, que desalojemos el salón de butacas rápidamente. Los antidisturbios entran en tropel. una amenaza de bomba nos interrumpe inoportunamente. dejo las palomitas y salgo corriendo. Las numerosas volutas blancas, que en su día fueron granos de maíz, se esparcen en mi butaca, como si se acomodaran ansiosas e impacientes por ver el desenlace de una película que yo no pude terminar de ver.

Lo que mejor recuerdo de aquel cine, hoy ya inexistente, es su olor ca-racterístico. un perfume fuerte y peculiar, quizá mezclado con algún des-infectante, que se instalaba en tu membrana pituitaria nada más atravesar la puerta y echar a un lado aquella pesada cortina malva oscura que sepa-raba la sala de butacas del hall. añoro el cine África. el cine de mi juven-tud. hoy olvidado y abandonado, aunque sigue estando en mi memoria. Lo echo de menos por los buenos ratos que allí pasé y por las numerosas veces que nos sirvió de cobijo a nuestras primeras tentativas amorosas...

tras bajar la escalinata y girar a la izquierda cojo la calle General Serrano Orive y dejo atrás el cine. Enfilo la calle del Recinto hacia abajo en busca de mi coche. el viento de levante azota con fuerza y una bandada de nerviosas gaviotas que revolotea, provenientes de la Bahía sur, parece salir a mi encuentro. con las manos en los bolsillos y con el cuerpo incli-nado hacia delante, lucho a duras penas con una ventolera de espanto. Me

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empuja sin compasión. invita a darme prisa. como si no me percatara de la fina lluvia, bajo la acera deseando llegar a mi destino.

poco después, en el momento de montarme en el coche, empieza a llover estrepitosamente e inicio la vuelta a casa conduciendo con precau-ción. abandono el recinto y desde la carretera paralela a la Glorieta del teniente reinoso, paso revista a los escudos de las provincias españolas que adornan los bancos de la pequeña plaza. el policía que está de servicio en la puerta de la comisaría observa, a través de la cristalera, cómo esquivo un gato negro que se cruza corriendo a la altura del enlace de la calle deán navarro con paseo de colón. el silencio recorre las calles ceutíes. La sole-dad de las mismas delata el tiempo desapacible e incita al recogimiento. tras el sobresalto del cine, y cariacontecido, estoy deseando llegar a casa.

el repicar de la lluvia sobre la chapa del tejado me traslada de nuevo a la sala del África, que poco antes había abandonado. ese paralelismo llu-vioso y sonoro de la película con mi realidad empieza a angustiarme. sigo dándole vueltas a la cabeza al pasar la fachada lateral del Mercado central de la ciudad y dejar a la derecha la fuente de la plaza de la constitución. Me dirijo al paseo de las palmeras, donde un borracho sostiene la barandi-lla de González tablas con la mirada perdida hacia la bocana. el santuario de nuestra señora de África me observa pasar a su derecha, bajo la atenta mirada de la patrona. Me paro en el semáforo del puente del cristo, anti-guo puente levadizo que dividía en dos a la ciudad en tiempos remotos, aprovechando para persignarme ante la imagen del cristo allí presente. en cuanto el color verde hace acto de presencia cruzo el puente, aspiran-do el intenso olor a mar y la brisa de levante que atraviesa mi ventanilla desde el Foso de san Felipe, para dirigirme seguidamente a las puertas del campo. el temor inconsciente que me invade al recordar la película me lleva a pisar el acelerador más de lo habitual. y acelero más. tengo prisa.

La lluvia sigue cayendo. Mi casa parece estar más lejos que de cos-tumbre. al menos, el camino parece hacerse más largo. o el tiempo parece transcurrir más lentamente. eso suele ocurrir. son las ganas que tengo por llegar. atravieso toda la avenida de españa y subo el sardinero, para más tarde pasar de largo por Villa Jovita y llegar a lo de Fernando. desde allí sigo dirección a la cepsa y no paro hasta llegar a la playa de Benítez, don-de vivo en unos pisos que hicieron al lado de “casa canca”; una tienda de ultramarinos de esas donde había de todo.

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en mi barrio, como ocurre en ceuta, se vive cerca del mar. una ciu-dad que parece estar “acostada en los brazos del mar”, como diría el poeta López anglada. ese mar que acerca y que a la vez aísla, por donde todo llega y todo se va.

yo sigo divagando, con la mente puesta en la película. estoy desean-do llegar a casa. una casa de cara al mar y a la península, desde la que nor-malmente se puede divisar sobre el horizonte, al otro lado del estrecho, la inhiesta mole del peñón de Gibraltar. pero en esta noche húmeda de levante la oscuridad se ha apoderado del estrecho y apenas se percibe la otra orilla, tan cerca y tan lejos.

La incesante lluvia espesa que me acompañó durante todo el trayecto, como si la hubieran sacado de la película, continúa. no es miedo lo que tengo, sino angustia. una angustia desmedida e incontrolada por com-probar que mi mujer no está con otro. afortunadamente, el guión de la película del cine África, “un Marido consentido”, no coincide con mi realidad.

Mirando absorto cómo cae el agua afuera, nos quedamos dormidos. siempre me ha gustado ver llover desde detrás de los cristales. hoy más que nunca.

NOTAS

Consentido: Dicho de un marido: “Que sufre la infidelidad de su mujer” (DRAE).(que no … “Un marido con sentido”).

Luis López Anglada: Poeta ceutí (Ceuta, 1919 - Madrid, 2007).

Los versos que se citan corresponden a la primera estrofa del Soneto: “El poeta cita a su amada junto al museo del Prado”.Para más información sobre su vida y su obra véanse:

http://amediavoz.com/lopezanglada.htmhttp://www.poesiaspoemas.com/luis-lopez-anglada

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L

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Lera un frío y lluvioso día de invierno. agua y agua. soplaba el viento

de manera audaz como suele hacerlo en días de vendaval. su fuerza y velocidad se medían a razón de 80 y 90 Km /hora. ceuta volvía a sufrir las inclemencias del tiempo cuando menos se esperaban y deseaban. era un día 24 del mes de diciembre en nuestra ciudad, todo el mundo andaba con prisas, compras de última hora, varios días festivos donde se espe-raba todo cerrado. Farolas y mobiliario en continuo movimiento, ador-nos y luces ornamentales sometidas a extremas dificultades, paraguas encontrados en lugares recónditos. agua, más agua. a nuestro alrededor nuestro mar bañando nuestras orillas, el foso real, el parque marítimo, en las aceras, en las calles, en algunos garajes, en vías escapando hacia los sumideros como en una gran carrera. actuaciones singulares de servicios de emergencia, para protegernos, para cuidarnos,…En fin un día gris pero lleno de alegría, emoción, ilusión, temor y pudor por el sueño a afrontar, ser capaz de contaros una pequeña historia ocurrida en nuestra ciudad.

paseaba en mi interior recordando los lugares bellos de nuestra tierra como cuando uno no se encuentra allí. espacios tan especiales que me hacían revivir y sentir aromas y olores particulares como el mar, sonidos

la mUerTe de Un TenIenTe de asalTo

Mabel deu del olmoCONSEJERA DE EDUCACIÓN, CULTURA Y MUJER

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tan espectaculares como las olas al chocar, y tan tiernos como la soledad buscada en esos deseados paseos en días de tanto ajetreo.

seguía una ruta imaginaria, un paseo por algunas calles, desde la avenida sánchez prado, subiendo y pasando por Jaúdenes, recorriendo parte de independencia, atravesando el paseo de colón, observando el antiguo Pasaje Fernández con sus magníficos restos arqueológicos de re-ciente descubrimiento, y encaminándome por la subida al recinto, en una parada obligada asomada a su mirador, mientras contemplaba la inmen-sidad y apreciaba el color y el sabor del mar, fue cuando pensé en los nombres, en los rótulos impresos de nuestras calles de nuestro pueblo por las que iba pasando, con signos visibles en ella de todas las civilizaciones. nuestra historia, profunda y rica historia, diversa, plural, emocionante, excitante y en parte, desconocida por una gran mayoría.

“Teniente José del Olmo”, teniente olmo, que es como se oye y leo frecuentemente y que corrijo. pero, ¿quién es, quién era, porqué hay una calle con su nombre, qué hizo, a qué se dedicaba,...?

pues bien, decidí contar entonces su historia, parte de su historia, por tener conocimiento real de ella, al ser parte de la familia, mi tío abuelo. igual que muchos y muchos ceutíes, a historiadores e investigadores, creo, sinceramente, que el conocimiento debemos y tenemos que compartirlo con todos, especialmente con los más pequeños que son nuestro futuro, los herederos de nuestra identidad y los regidores del mañana. (Le pediré por tanto a nuestro virtuoso Cronista oficial, excelente transmisor y comu-nicador, la realización de una pequeña guía en la que se nos indiquen los datos más relevantes de las calles que configuran nuestra querida Ceuta, perdona, José Luis por el atrevimiento y la forma de petición).

como decía al inicio del párrafo anterior, me pareció interesante en ese paseo imaginario, pero tantas veces real, detenerme y contaros esta breve historia, muy querida, muy cercana y con la que cumplo parte de mi compromiso, escribir o acercarme a todos vosotros a través de un relato que tenga o haya tenido como centro de interés, a nuestra ciudad.

y así sucedió. era un día treinta de julio del año mil novecientos cinco cuando José del olmo obregón, el segundo de ocho hermanos, vino al mundo, en los pabellones del revellín, sus padres, José y María, gaditanos ambos, habían llegado a ceuta por causa del destino paterno.

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Vivió su infancia, su adolescencia en nuestras calles, en nuestros paseos, rodeado de cariño y de vivencias que formarían su carácter. ya apuntaba maneras, era un niño vivaz, despierto, alegre, mordaz e incluso demasiado locuaz e irónico dada su juventud. Fue creciendo junto a los suyos y en especial hacía mella en él y así lo reflejaba constantemente su espíritu de independencia, porque no decirlo también, de rebeldía, y como muchos jóvenes de su época, se ilusionaba con el mañana. Buen estudiante destacaba en las actuales áreas instrumentales y artísticas (pasión y disfru-te por el dibujo, la pintura) fue recorriendo a través de sus estudios en los colegios del patronato Militar de enseñanza y en los padres agustinos, sus pasos por la vida.

destacó en su juventud por su sapiencia. su amor a los animales era inmenso, pasaba horas curioseando, buscando y cuidando a aquellos a los que consideraba desprotegidos. pero además pensaba también en el futuro, contaba en casa, especialmente a sus hermanos Luis, África y tía Mery, y a sus amigos más íntimos que él tenía un sueño, ser militar, poder formar parte de aquel cuerpo al que tanto admiraba, La Legión española, contando las aventuras que vivía constantemente en su imaginación como un presagio de aquello que habría de venir.

servir a españa se convirtió en su meta y consiguió hacer realidad su sueño ingresando en la Academia de donde saldría como Oficial, pero pasó algún tiempo hasta llegar a alcanzar ese destino deseado, el glorioso ejército de “La Legión” en la ciudad de Melilla.

a la edad de 22 se marchó. Fue triste la partida especialmente para su familia y amigos, pero pepe, que así le llamaban familiarmente, em-pezaba a experimentar esa gran aventura de la vida para la cual se ha-bía preparado duramente y que estaba encantado de poder compartir, experimentar, vivir… procedente de la academia del arma con empleo de alférez, marcando el calendario ocho de julio de mil novecientos vein-tiséis, fue destinado al salir al regimiento de infantería de Guipuzcoa nº 53. con la inquietud y movimiento que le caracterizaba fue pasando a diferentes destinos. se incorpora en la plaza de tetuán el 7 de enero de 1928 en el Batallón de cazadores de África, nº 6, se observa en su hoja de servicios una conducta intachable y sin figurar nota alguna desfavorable. pero pronto, y tan solo dos meses después, el 14 de marzo de ese mismo año solicita con “el debido respeto y subordinación ante el mando compe-

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tente la concesión de prestación de servicios en el tercio”, según consta en parte de su expediente militar que se encuentra en archivo de La Legión. “tras ser bien conceptuado y considerado por el Jefe que suscribe la orden y acreedor a lo que solicita por reunir condiciones para el mando de las especiales fuerzas”, el 16 de marzo es destinado al mismo, desempeñando sus funciones en la plana Mayor de la 8ª Bandera del tercio, de la Legión española en Melilla. el gran sueño, hecho realidad.

son muchas las anécdotas que ilustran su cotidianidad, desde su in-quietud y lucha por aprender y mejorar a su peculiar comportamiento que iremos descubriendo. solicitó en octubre del año siguiente participar en el curso de oficiales aviadores. La concesión del diploma de la Medalla de la paz, distintivo especial del tercio, son algunas de las distinciones que figuran en su hoja de servicios… Hasta pagó de 20 pesetas de multa como importe de los dos arbustos rotos, y os preguntaréis probablemente, porqué, bien sencillo aunque no habitual, haciendo gala a esa protección y ese cariño por los animales, se lee en parte de la documentación obrante en casa, que, “por la mona propiedad del teniente han sido rotos algunos arbolitos de las calles del poblado y de los lindantes a pabellones de ofi-ciales, viéndose obligado el mando a llamar la atención del oficial, encare-ciéndole la tuviese amarrada a fin de evitar reincidencia en los repetidos casos,…, hoy, anduvo suelta en las primeras horas y ha vuelto a inutilizar dos moreras, como ya no puede alegarse desconocimiento e ignorancia del interés que se tiene puesto en la conservación de los árboles, se pone en conocimiento de la providencia que crea tomar en dicho asunto…”, resul-tado, multa de 20 pesetas que debió hacer efectivas en la oficina del acuar-telamiento, ¡vaya gracia, qué mona!. amonestaciones diversas en escritos notificados por no entregar recibo del caballo a montar, por no utilización de espuelas en alguna ocasión, curiosidades en su anecdotario y órdenes, hasta solicitud en algunas ocasiones de anticipo de pagas, una de ellas para gastos de una operación dental que debió ser de envergadura por el tiempo de baja e ingreso hospitalario, más de mes y medio por encontrarse enfermo. aparecen también algunas peticiones para emprender la marcha a la península [Valencia, Madrid (stª engracia n º 125) y Villa sanjurjo], así como una especialmente curiosa por la mención expresa de que llevando en el cuerpo sin disfrutar de permiso legionario más de catorce meses, por lo que suplica se dignen a concederle 40 días para ir a Madrid, otorgándo-

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selas un mes después de la petición, donde se reuniría con su familia, que ya se encontraba allí.

aunque todo mostraba apariencia de estar contento y feliz con su vida militar, su particular humor y capacidad crítica la reflejaba a través de sus escritos, dibujos, y pinturas especialmente dedicados en su primera serie, a ilustrar los diferentes espíritus que integran el credo legionario:

“el espíritu del legionario: es único y sin igual; de ciega y feroz aco-metividad, de buscar siempre acortar la distancia con el enemigo y llegar a la bayoneta”, “todos los hombres legionarios son bravos: aquí es preciso demostrar que pueblo es el más valiente”,…

todos y cada uno de sus espíritus, el de sufrimiento y dureza, el de compañerismo, el de amistad, el espíritu de unión y socorro, el de mar-cha, el de acudir al fuego, el de disciplina, el del legionario, el de comba-te, el de la muerte y el de la Bandera de la Legión, “la más gloriosa porque la teñirá la sangre de sus legionarios” tienen su espacio, su forma, su vida, en la colección de pinturas que se conserva en casa.

La segunda parte de las misma, la compone de retratos, irónicos y humorísticos de las figuras del legionario y sus esposas en las distintas etapas de su vida y graduación, así como autorretratos caricaturizados al incorporarse en la 8ª Bandera, elegante, refinado y con porte en la primera, hasta cansado, agotado y desvalido en la nieve a los dos meses de estancia en Ketama en la que acompaña.

y, continuaba su camino, su espíritu independiente seguía su curso, realizando en diciembre del 31 instancia solicitando tomar parte en el con-curso anunciado para cubrir plazas en el cuerpo de intervención Militar y posteriormente del cuerpo de seguridad.

tras cuatro años y treinta y siete días de permanencia en el tercio, causa baja en La Legión y es destinado para prestar servicio, a voluntad propia, en el cuerpo de seguridad de la provincia de Madrid quedando en la situación de “al servicio de otros ministerios”. Quince de agosto de mil novecientos treinta y dos. tenía 27 años.

“La guardia de Asalto”. su último destino.

con la llegada de la ii república en 1931 se adapta el antiguo cuer-po de seguridad a las nuevas necesidades existentes, creándose el nuevo

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cuerpo policial español el 30 de enero de 1932, la sección de guardias de asalto, a la que adscribirían en Madrid a José, ésta constituía una fuerza de choque destinada a actuar en las aglomeraciones con motivo de festejos, desfiles, manifestaciones,…, en definitiva destinada a cubrir cualquier tipo de alteración de orden en las ciudades. y aquí ocupó su siguiente destino.

José junto a sus padres y hermanos disfrutaba de unos días de permi-so desde finales de septiembre en Gijón, a donde la familia solía acudir en algunas épocas del año.

en esos días, la crónica mundial, españa, asturias, el día 5 de octubre del año 34, se realizaba una convocatoria de huelga general en la zona, los trabajadores de Mieres, salían a la calle. estalló la revolución de asturias.

“¿contexto internacional?“. duró quince días y dejó a la ciudad, oviedo, asolada, con pérdidas materiales lamentables como la Biblioteca de la universidad, la cámara santa de la catedral o el teatro campoamor.

Luchas, guerra, muertes. se calculan entre mil quinientos y dos mil muertos en españa durante esos quince días, de ellos unos trescientos per-tenecían a las Fuerzas de seguridad y treinta y cinco eran sacerdotes. siete mil heridos.

y, tras apaciguar la revolución, se estiman entre quince y treinta mil personas encarcelados en toda españa, algunos miles de despedidos de sus puestos de trabajo, represión política, policial, represión económica, laboral.

“La muerte de un teniente de asalto”, ¿memoria histórica?:

el veinte de octubre llegó la noticia, trágica, inesperada noticia, pena, tristeza, dolor, a José, de 29 años, lo encontraban agonizando tras un par de días probablemente abandonado, con tres disparos no mortales en su cuerpo en las inmediaciones del pozo minero de olloniego.

el jueves veinticinco de octubre, aBc Madrid en su edición de ma-ñana y en la página 21 refería que “Jefes y oficiales del ejército, guardia civil, carabineros y seguridad habían caído muertos o heridos en el mo-vimiento que dio comienzo el día cinco, estado Mayor, 2, infantería, 8, artillería, 2, seguridad, y 4 tenientes, entre los que se encuentra José del olmo obregón (cuenca minera), guardia civil, 2 mandos, carabineros, 3, y una larga relación de heridos”.

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consternación, reconocimientos de hijo adoptivo en san Fernando acordado por su ayuntamiento el 26 de octubre de 1934, y una calle a propuesta del centro de hijos de ceuta aprobada por la corporación Municipal (comisión Gestora) el nueve de septiembre de 1936 con su nombre en una vía de nuestra ciudad, felicitaciones, recuerdos, nostalgia, dolor, tristeza.

el 23 de noviembre de ese mismo año, 1934 y casi un mes después de su muerte, en aBc sevilla se hace referencia en su página nueve, con Foto diego ilustrando al teniente, “a la muerte de d. José del olmo obregón, teniente de asalto de la plantilla de Bilbao, que encontrándose casualmen-te en oviedo al iniciarse los sucesos revolucionarios, se prestó voluntario para actuar en las operaciones de la cuenca minera y murió heroicamente en olloniego”.

Familia, cariño, orgullo. asturias, oviedo, Gijón, ceuta, buenas tie-rras, una en las que muchos de ellos nacieron y algunos murieron, otras, donde la familia pasaba algunas temporadas del año, varias generaciones, sangre legionaria, alma, corazón y vida en ésta y aquella tierra, que siem-bran y guardan muchos recuerdos, muchas historias pero sobre todo el cumplimiento del deber y el amor a españa.

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HHIsTorIas de paTTy en la capITal

José Manuel domínguez sorianoPERIODISTA

(Un relato muy adaptable al cine…os lo juro)

Nota para el lector, que se atreva con ésto: para leer este atropellado relato se recomienda poner acento francés o mucha pluma.

Mi nombre es Patty, Patty Prava. como comprenderéis no es un nom-bre a la altura de mis posibilidades como artista en el choubissness. aunque bueno, eso es lo de menos. Me fastidia bastante que me pidan una colabo-ración literaria pero, a fin de cuentas, qué se le va a hacer, yo soy muy cola-boradora. y aquí estoy. espero, en cualquier caso, que no se repita.

está claro que me ciega la pasión por las patatas bravas. de hecho me he pasado larguísimas temporadas alimentándome de ellas. o sea que mi personaje tiene una cierta justificación. Y Madrid es muy de bravas.

efectivamente vivo en Madrid. una ciudad que, aunque ahora me apasiona, con el paso del tiempo llegará a aburrirme. tengo que decir que soy un poco visionaria. pero vamos, de momento me seduce ser alguien entre los 150 que hemos conseguido agitar el interés del New York Times por esto a lo que llaman ‘la movida’.

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Vine a la capital hace unos años cegada por mi firme propósito de abrirme un hueco entre los medios, el cine, la televisión, el aartisteo...ya sabéis. pero, sin embargo, caí presa superpasiva de este fenómeno cultural de tanta trascendencia en el tiempo: ’la niugüei’ madrileña.

Tomo clases para ser una locutora de éxito. Me aburro. Prefiero lo-cutar con el boli en la boca frente al espejo. ir a onda 2, charlar con rafa abitbol y que me descubra canciones tan bonitas como la de los Bugles: ‘Video Kill the radio star’. Visionaria total.

y luego por la noche al Penta a escuchar… Veo a antonio Vega, a enrique urquijo, Los pegamoides los d.js de moda, allí están todos entre los 150 (mironas cotilla como yo y mis amigas incluídas). Me fascina como buena cateta. pero ahí estoy, relacionándome muy en la sombra y con es-caso éxito, que todo hay que decirlo, con toda la modernidad de la capital.

se supone que debería contaros algo acerca de mi vida privada. no lo haré porque soy muy celosa con mis cosas. No hablo de mi vida privada. Que conste.

De la Vía al Penta, del Penta a la Vaca pero hoy, por fin la universidad, que me resulta tan esquiva, llama a las puertas de eso que están cocinando los pijos de la intligentzia madrileña. homenaje a canito, ex batería de los secretos, grupo que en este momento ha recibido la mirada de un tuerto. Pero todo pasa. Pero vuelve, porque después vino lo de Enrique, …En fin.

Los aventajados admiradores de Wharhol, Bowie y t. rex llenan el auditorio de ‘caminos’. y allí que me planto. estoy en la escuela de caminos. No soy nada consciente de que esta noche pasará a la historia.

esta incipiente historia a la que veo un enorme futuro me obliga a tomar partido. y lo hago. Voy a la peluquería, me lavo el pelo y me peino bien. y me pongo el traje que robé a no sé quien. a veces tengo que ejercer de Marnie, lo que me manda papá no me llega para todo lo socialmente interesante y pop que se está poniendo Madrid.

Mi padre es obrero de la construcción pero se esfuerza porque cree, casi tanto como yo, en mi misma, en mi enorme talento. y no le voy a defraudar. Seré una estrella. Al fin y al cabo sólo somos 150.

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Esto de comprimir, en clave de relato, toda una experiencia vital me pone muy de los nervios. yo soy habladora, y, por tanto narradora com-pulsiva. espero poder seguir explicándome.

insisto. No hablo de mi vida privada. No revelaré con quien me he acostado ni qué prácticas constructivas engordan mi ya de por sí obeso ego. Soy Así. Al fin y al cabo hablo de Madrid.

Madrid tierno…Galván. Madrid olvido…Gara, alaska vida mía, con sólo quince años cumplidos el Zurdo te adivina en su canción sin apenas saber que es “para ti”.

Llegados a este punto siento la necesidad de cambiar de nombre ar-tístico. tiene que ver con que sigo sin comerme nada. hablo con pedro, fui extra en su tercer corto. entonces apenas crucé una palabra, ni siquiera una mirada con él pero hice todo lo posible por sacarle el máximo partido a esos apenas 40 segundos repartidos en dos o tres planos de esa minipeli que ya tanto apuntaba.

ha pasado algún tiempo y de tanto coincidir muchas veces en lafilmo hemos tenido oportunidad de conocernos. compartimos el gusto por la nuvelvage, la música francesa de los sesenta cantada por chicas. ya sabés: silvie Vartan, Francoise saardou…y todas esas que tanto aportan a mi luk. hemos trabado cierta amistad y, como todas, me muero porque pedro me dé una oportunidad. coincidimos en la exposición de Francis Bacon en ‘la March’ y me dice que va a escribir sobre mí. Que ha descubierto que mi luk y mi frivolidad tienen mucho futuro comercial. pero pedro no es na-die…de momento. sin embargo servir de musa no está del todo mal aun-que sea para una principiante, para una provinciana (pero muy inquieta, eso sí) sin bagaje. y, además quién sabe, si algún día el underground será comercial y de masas.

Quedamos. Al fin y al cabo, las clases me siguen aburriendo. Prefiero ser musa inspiradora de pedro. en casa me propone llamarme patty difusa. acepto. y lo hago porque desde que inicié la primera conversación con él adiviné su futuro oscarizado. Insisto, soy visionaria.

Me pide que le cuente todo sobre mi madre. y yo que soy tan celosa con mis cosas le manifiesto mi pudor. Él insiste y me pone al borde de un

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ataque de nervios. así que, tan pragmática como visionaria, termino acep-tando. El trankimazin es milagroso.

en unos días mis locas historias están en todos los kioscos y alguna librería. del papel nunca pasé…¿o sí? Ahora soy casi un comic.

Los 150 se multiplican. hay mucho advenedizo. pero no todos, tengo que ser sincera. Madrid es todo un referente en europa y estados unidos. se suceden las exposiciones más modernas en el Sofidú. cada día nacen nuevos grupos, artistas plásticos y de plástico. somos escala de la gira de todos los grupos de la new wave británica, la auténtica, y americana. y eso empieza a no gustar a todo el mundo. este Madrid tan divertido y dislocado representa a esa nueva españa con la que no comulgan algunos. tanto es así que un guardia civil con bigotes se plantea tirarlo todo por la borda. Con lo que siempre me ha puesto un uniforme como iba yo a pensar que entonces lo odiaría tanto.

después de la tormenta siempre viene la calma. pero me estoy em-pezando a hartar de Madrid y yo soy de esas que no puede vivir mu-cho tiempo sin los tuyos. hago las maletas y me largo. Madrid ya nunca será igual. una ciudad estupenda pero ya huérfana de olas y rockolas. Me vuelvo al pueblo

Llego a ceuta. Un pasado madrileño aporta mucho a tu curriculum vitae. y, desde luego, no estoy dispuesta a desaprovecharlo.

Me ficha una radio. Como no podía ser de otro modo triunfo. hablo de rondando y de angel, me ponen y les pongo, les pincho y, con mi des-parpajo juvenil, pongo verdes a parking, tharna, culto y todo lo que hue-la a heavy. después, el tiempo me reconciliará con todos. es la evolución natural de la edad. cuando cumples años te acomodas y te vuelves muy práctica. te reconcilias con camilo, Marcos Llunas, paloma san Basilio e incluso Víctor Manuel…en una fría sala de hospital.

soy una dj. de provincias, ordovás habla de la movida norteafrica-na en radio 3, me convierto en un referente absoluto y mis programas se hacen necesarios para todo el que quiera ser algo en esta ciudad de

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juventud inquieta, locales de moda, conciertos estupendos, políticos muy comprometidos y mucha frivolidad. Qué bien…

pero ahora, sin embargo, todo eso pasó. Ahora soy muy countri, me siento muy Dolly Parton desde que me operé.

hablo de cosas que apenas me importan y no salgo del aburrido pe-riodismo declarativo. estoy un poco harta. Siempre he dicho que un giro a tiempo es todo un triunfo. ya veré que hago. de momento, camarero: una de bravas!

...Continuará, ¡digo que si continuará!

José Manuel Domínguez es periodista. Le gusta el arte, el cine y el deporte. Cualquier parecido entre su vida y su relato tiene que ver con la buena amistad que mantiene con Patty.

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N

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Ncuando despertó corto ya no estaba allí, quién sabe si algún día re-

gresaría. La pequeña Mami Blue retiró las sábanas aun húmedas, mientras estiraba los brazos bostezó largamente, rezumando sex-appeal, se deslizó en las finas medias que se fundieron con el tacto de su piel cobriza. Las compuertas de la habitación se abrieron, un lacayo y una sirvienta ne-gros entraron las bandejas con el opíparo desayuno, a lo lejos, más allá del balcón el estruendo de un cañonazo anunciaba las doce. el hombre tomó el cigarrillo que reposaba sobre la mesita de noche y lo depositó en los labios de Mami Blue, con la misma delicadeza con la que de seguido le daría fuego, ambos sonrieron. Él se sentó a horcajadas en una silla y tamborileó contento, sobre la mesita, con un rítmico compás de nudillos. La sirvienta que hasta entonces había permanecido rezagada comenzó a entonar una guaracha. -¡Qué lindo!- exclamó Mami Blue- venga acá a mi lado- indicó palmeando sobre el colchón. La negra por fin se atrevió a preguntar- ¿acaso puede saberse donde diablos se metió ese cojudo ma-rinerito tuyo?- Mami Blue cortó expeditiva con un agudo guiño -quizás marchase a ceuta, ¿a quién le importa?- dijo, a continuación torció el gesto refiriéndose al negro- ¡tú, al piano! Los tres se escudriñaron de hito en hito antes de que las notas inundaran la estancia al tiempo que una abundante,

noTIcIa de Un naUfragIo

Álvaro durán domínguezPERIODISTA

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espesísima cortina de lluvia prorrumpía en los alrededores de la asfixiante ciudad. Mami agarró a Lupe, la criada, del pelo, atrayéndola hacia sí, be-sándola con ardor- relame este caramelo que hoy es sólo para ti, Lupita-. amanecía en el trópico.

-trabajo no hay- le espetó el patrón. –Gracias, jefe-. pepo Gutiérrez tampoco había tenido suerte hoy. se dio la vuelta, internándose en la sinto-nía urbana, mezclándose entre la muchedumbre de vocingleros, carroma-tos, puestos de tapioca, armadores, carboneros, rameras y estraperlistas. era uno más entre aquella interminable marea humana que se congregaba en el puerto, en su caso un buscavidas honesto y bien parecido. Las manos ociosas quedaban en los bolsillos jironados, caminaba en zigzag a lo ancho del paseo cuando de repente, al otear a Mami Blue a lo lejos, quedó impre-sionado. primero por el conjunto, los sinuosos andares, el pelo sedoso, la figura perfecta claro pero sobre todo, aquellos ojos de un azul imposible. poseído por el ansía del cazador, aunque sin saberlo, se dejó guiar por el irrefrenable impulso. instintivamente una idea le había invadido, anudada a la imagen de Mami Blue, la de un hogar sobrevenido que nunca conoció.

no había vuelto la mirada ni una vez durante la persecución, así que desconocía que la seguían. pepo alcanzó a verla perderse en el interior de un vetusto edificio de varias plantas, justo después de que el portero del cabaret Milord le diera la bienvenida- tenga buenos días, señorita Mami Blue-. Él también quiso entrar pero no lo permitieron, el espectáculo no comenzaba hasta las diez y además se reservaban el derecho de admisión. Pepo no se rindió, fingió la huida pero volteó el lujoso cabaret, llegó a la fachada trasera y como un guepardo saltó en las sombras. una vez dentro atravesó un pasillo y descendió por unos andamiajes, encontrándose de pronto en plenas bambalinas, justo en el margen derecho del bastidor de fondo. enfrente el único guarda de seguridad del teatro se percató de la clandestina presencia de pepo y en su semblante dibujó una expresión de amenaza debida a la sospecha. pero de momento esperó porque la única alternativa factible de atrapar al polizón era darle alcance irrumpiendo en mitad del escenario. Las tablas la ocupaban en este instante un par de ac-tores, un señor espigado vestido de chaqué con sombrero de copa, acom-pañado de la espectacular Mami Blue, refulgente hespérida de lentejuelas. el humo proveniente de la platea ascendía hasta ellos, rodeando la escena que adquiría de este modo connotaciones fantasmagóricas. ebrios de be-

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lleza y talento la pareja de comediantes esbozó una graciosa coreografía latina. tenían semejante estilo, que casi hipnotizaban al personal, mante-niéndoles pendientes del show. pepo, en ascuas, observaba en silencio, mudo por la excitación que con cada uno de sus giros Mami le provocaba; un trozo de falda por allí, un cacho de pierna por allá, ese pedazo de escote acullá. -¡ay, mamacita!- fue el último pensamiento que se le pasó antes de desvanecerse en el ocaso.

- hola, mi niño, no te asustes, ¿allright?- La melosa voz de Mami le atrapó de inmediato el corazón como una mosca. con esas palabras pepo se veía imbuido de gracia celestial, sintiéndose en el camino, listo para cumplir la misión que, ahora sí, estaba convencido le había sido encomen-dada al nacer. -¿te duele ese coscorrón, mi osote forzudo?- inquirió Mami, la diva. -Bueno, un poco nada más.- contestó. –pos eres fuerte de caray, porque te caíste de plano, mi príncipe-. pepo palpó la frente de la que ha-bía manado sangre, estaba dolorida, supuso que tendría la ropa manchada sin embargo, pronto se percató de que estaba en cueros. –Mira niño, ya sé que no sabes hablar, con que lo haré yo, eres demasiado joven para escon-der algo y no creo que te atrevieses a engañarme si supieras quien soy; por tu aspecto deduzco que no tienes donde ir y puesto que me gustas vendrás conmigo-. Mami Blue cerró el discurso acercándole la pipa, introdujo la boquilla, absorbió a la orden, y por primera vez pepo experimentó en sus entrañas el amargo sabor del opio. tuvo un delirio excitante, soñó con escapar a nado de la isla que le daba cobijo, alejándose de aquel panal de avispas carroñeras, a la par de las brazadas soñaba con que otros mundos existían, que en ellos la tierra se rendía al fin y que la yerba crecía verde allí donde posaba los pies. despertó enfebrecido, Mami, agazapada, acercó su rostro, ante su mirada sorprendida le consoló con caricias maestras, él se dejó hacer. una bombilla se apagó de un fogonazo, quedaron sumidos en la oscuridad, fundidos en el rincón que albergaba la magia en el marco del negror que todo lo envuelve. Lo logró sin que mediase cesura, esto era la vida y había comenzado a cogerle el gusto.

Mami Blue introdujo a pepo en sociedad. La suya era la historia del subsuelo, por consiguiente conocía a rufianes en su mayoría, lógico, pero hacía tiempo que Mami ocupaba un lugar preferente en la pirámide crimi-nal, nada consolidado pero de momento lo suficientemente seguro como para permitirle mover ficha. Pepo jamás vio en ella a una niña, cualquier atisbo infantil suponía un subterfugio evidente si se la conocía un poco. ya

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de pequeña conquistó a un cacique de la metrópoli, haciéndole creer que sus galones le conferían un poder omnímodo. consiguió del viejo can-tidad de regalos, bizcochuelos, patinetes, un vestido rojo, un automóvil, una insignia de honor y cientos de docenas de rosas de todos los colores, aun así los zapatos de tacón, que conservaba como reliquias, le causaron especial ilusión, de hecho habían constituido el inicial leitmotiv del mon-taje, por ellos la seducción, los rizos, el sexo, la grata compañía. el pobre viejo murió feliz no obstante ella no quedó impune. en resumen, más allá de los culebrones domésticos, el escándalo iba con ella, la acompañaba siempre, corría por sus venas y sentía preferencia por este vicio sobre otro cualquiera, lujo incluido. Llegó al teatro de casualidad, gracias a un novio tramoyista. -Aquí la tienen, la más firme candidata a joven promesa- así presentó a su estrella rutilante, consagrada tahúr, olvidó añadir. el dueño del cabaret se quedó prendado de ella al primer vistazo y la contrató al ins-tante. Bonitos comienzos, suspiraba al recordarlos pues no le causaban do-lor, siquiera vergüenza, sino nostalgia. La actitud vitalista por bandera le permitía afrontar con idéntico optimismo tanto el pasado como el futuro.

Mami Blue bailaba porque le ardía la sangre, hacía lo que le pedía el cuerpo, se sabía una privilegiada y aprovechaba las ventajas que le otorga-ba su estatus. no sabía de ideologías ni de partidos, o al menos de ningún otro que no fuera el suyo propio, no podía ser de otro modo tratándose de tan peculiar carácter. salvando las distancias se la podía haber llegado a conocer, sin miedo a errar como la dama de hierro caribeña. allí, en aquel cabaret perdido en algún punto del ecuador, el equinoccio tocaba a su fin, dando paso a un nuevo día. Mami mandó que despertasen a Pepo y se lo trajesen cuanto antes. -Les presento a mi ahijado, espero les merezca a ustedes el mismo respeto que a mí- pepo se sintió henchido de orgullo por el tono empleado por Mami. algo después recordaría no sólo haber estrechado dos manos fuertes y una blanda, sino además cuáles corres-pondían a cada quien. -salud hermano- brindaron con jolgorio al unísono, cálido recibimiento para un desheredado, se trataba en esencia del terror que infundía Mami Blue, un miedo poco común.

Un aullido afilado procedente del exterior descerrajó la fiesta. Merodeando los aledaños del cabaret Milord una jauría de lobos, que ha-bían permanecido escondidos durante la noche, abandonaron sus refugios para internarse dentro.

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Mami atrae la atención de los contertulios, habla, o eso simula, ¿por qué sino abriría la boca? Dos filas paralelas de colmillos aparecen y ese extraño azul plateado que son dos lunas, una a cada lado y pepo recapa-cita un instante, el jaleo ha cesado, no más plática, algunos permanecen ateridos, clavados a sus asientos, otros se lanzan despavoridos contra las ventanas enrejadas. Mami habla, conversa con los lacayos, ordena, pide, organiza la masacre. pepo también es mordido mas no liquidado, hacía siglos que no le recorrían temblores semejantes, la tez de su piel mortecina es impropia, aquí los morenos nunca pasan frío. -nunca nada se ha aca-bado hasta que Mami lo desea- regocijada en los frutos de su obra dirige la vista a pepo que agoniza tendido en la alfombra -¿Me quieres?- precisa aguardando respuesta. rodeado de seres, grises tal que estatuas, opina que el odio y el amor son el reverso de una misma moneda, igual que la vida y la muerte; concluye que bajo estas circunstancias el dinero carece totalmente de valor. todo o nada, ha llegado el momento de adoptar una posición: habla, o eso simula, ¿por qué sino abriría la boca?

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L

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Lera un día típico del lugar donde nos encontrábamos, el cielo estaba

nublado, lloviznaba, hacia algo de frio, y frente a nosotros aparecía una gran explanada verde, inmensa, llena de treinta y seis mil corredores de todo el mundo. estábamos en la salida del maratón de Londres, en la gran pradera justo al lado del célebre observatorio de Greenwich. La emoción nos invadía, nuestro grupo con las banderas de ceuta y españa saltaba para calentarse y también para disfrutar del momento con otros corre-dores que estaban a nuestro lado de diferentes países, compartiendo con nosotros este momento de la salida que nos llevaría a la meta. anuncian por los altavoces la proximidad de la salida, Juan, ernesto y pedro, partes del grupo empiezan a ponerse transcendentes, y yo en mi interior analizo el camino andado hasta llegar a este instante. Me acuerdo de mis primeras carreras en el colegio; vamos rápido, nos decía el profesor; Juan que era puro nervio se adelantaba con gran facilidad. después del cole nos íbamos juntos para casa, correteando por la huerta que había al lado y que daba a un arroyo que saltábamos de un lado al otro. ernesto y pedro, se quedaban atrás esperando el momento adecuado para esprintar y llegar primeros. Yo les decía que eran metas volantes que había que ir consiguiendo. Al fi-nal del curso nos dijeron que por saturación del centro el próximo año ten-

la meTa es la vIda

Francisco escobar rivasSOCIÓLOGO

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dríamos que ir a otro colegio situado en otra barriada. esas incertidumbres sobre qué pasaría, cómo sería el colegio, qué niños habría y cuales serian los profesores, representaba una sensación de inseguridad, que ahora en la salida de la maratón estaba viviendo. cómo se desarrollaría la carrera, me responderá bien el cuerpo, llevaré el ritmo adecuado, podré encontrar a un grupo con mi ritmo. eran preguntas que de un momento a otro se iban a ir contestando de una manera inexorable, como gustaba decir a mi profesor de filosofía de las ciencias sociales en la universidad.

todo comienzo tiene siempre algo de incierto, aunque se haya plani-ficado bien y al detalle. Suena el cañón ¡boom!, es la salida, tres inmensas lenguas multicolores desde diferentes lugares de la gran pradera se des-plazan corriendo hacia las calles aledañas donde se aprecian las casas y los barrios de la zona. Las piernas tiemblan, la respiración aumenta y la adrenalina fluye por todo el cuerpo. En ese momento sentí la misma sen-sación que cuando empezamos el curso en el nuevo colegio. Vimos niños que no conocíamos y frente a nosotros en el patio se encontraban profe-sores nuevos. nos organizaron por grupos de clases, y nos asignaron las aulas. este fue el inicio de algo que llenaría nuestras vidas para siempre, y que nos marcaría como personas. poco a poco nos fuimos relacionando con el resto de los alumnos. antonio, Javier, pablo, Fernando, paco y Jorge, y nosotros cuatro fuimos formando un grupo que coincidíamos durante el recreo y nos quedábamos a charlar después de las clases antes de irnos cada uno a casa. La sensación de novedad, el miedo a lo desconocido se fue desvaneciendo porque la amistad que se estaba fraguando llenaba esa sensación que los cuatro habíamos experimentado.

ya en el kilometro cinco, el cuerpo se va haciendo al esfuerzo y ca-lentando, además de unirnos las tres lenguas de corredores en una gran avenida donde sólo hay ya un gran grupo de atletas, también hablábamos entre nosotros y comentábamos el gran rio de personas del que formába-mos parte, uniéndonos todos en algo común como era correr un maratón. La sensación de ir bien, de coger nuestro ritmo, corriendo sin problemas disfrutando de lo que nos encontramos en cada momento del recorrido nos invadía llenándonos por completo. recuerdo cuando en el colegio, después de los primeros días de inquietud formábamos ya un grupo de amigos que compartíamos juegos, aficiones e ideas. Estas ideas se vieron enriquecida por d. Gabriel, un profesor de mente abierta y luchador por

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algo que faltaba en ese momento en nuestro país, y que se percibía de una manera clara en ceuta, la democracia. alguna vez, la policía se pasó por la escuela para llevarlo a la comisaria, lugar del que entraba y salía de vez en cuando. Estas ideas se reflejaban en algo tan importante como la igualdad, la libertad, el respeto, y otras que nos transmitían en sus clases. hacíamos debates sobre diferentes cosas. una vez, el profesor nos trajo la declara-ción de los derechos humanos de la onu, la leímos y después empezamos a dar nuestras opiniones. pedro comentó: ¿pero podemos hablar de lo que queramos?, mi padre me ha dicho que en españa no hay libertad para decir que se piensa; Juan, le contestó diciendo que él hablaba de lo que le parecía, de futbol, de los juegos, de los amigos, de las películas…… d. Gabriel intervino, y nos comentó que efectivamente españa no era una de-mocracia, y por lo tanto las personas no podían expresarse libremente, dar su opinión, aunque el país para entrar en la ONU hubiese firmado la de-claración de los derechos humanos que estábamos tratando. yo le pregun-té: ¿por eso la policía se lo ha llevado? el profesor se calló, en ese instante, en la clase hubo un silencio total, y d. Gabriel contesto: entre otras cosas que también tienen que ver con los derechos humanos. posteriormente, todos los que habíamos estado en clase, durante el recreo percibimos, y así lo comentamos después, que algo importante habíamos hecho en esa hora, y salimos convencidos que de lo que se hablaba en esa declaración de los derechos humanos no existía en ceuta, y ni por supuesto en nuestro país. todos los debates nos sirvieron para plantearnos la realidad social en la que vivíamos, saber respetar la opinión de los demás compañeros, cono-cer otras realidades políticas, culturales y sociales, como las que existían en europa occidental y en la oriental. y lo más importante, es que todo esto creó entre nosotros una inquietud de tal calibre, que nos planteába-mos la necesidad de encontrarnos, reunirnos, hablar, jugar juntos, practi-car deportes, en definitiva conocernos y hacer cosas.

en el kilometro diez, andábamos los cuatro “como un reloj “(término utilizado entre los corredores de fondo para dar a entender que se marcha estupendamente), la lluvia había cesado, el cielo seguía nublado y la tem-peratura había subido algo, pero aún tenía sensación de frío en los dedos de las manos. sobre el kilometro quince empezamos a correr por barrios típicos ingleses, como los que salen en las películas. ernesto se acerca a los niños que había en las calles para chocarles las manos, decía ¡venga vamos a saludar a los chavales! pedro, Juan y yo, mirábamos hacia todos

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los lados observando lo que nos encontrábamos conforme avanzábamos, ¡mira, mira que casa! decía pedro, ¡ qué iglesias ! exclamaba Juan. de to-das maneras lo mejor aún estaba por llegar.

Lo que si había llegado para los chavales del colegio, era el momen-to de plantearnos el buscar un lugar donde pudiéramos reunirnos, jugar, hacer deporte, conversar libremente e incluso ligar con las chicas. un día cuando volvíamos al centro con d. Gabriel y otros profesores, después de jugar un partido de futbol en el “campillo”, empezamos a expresarles nuestras inquietudes, ya que no teníamos nada salvo ese campillo, nin-guna zona o local donde poder hacer deporte u otra actividad, e incluso simplemente reunirnos para conversar. en ese instante, d. Gabriel viendo nuestras ganas, necesidades e inquietudes, nos dijo: bueno, y por qué no utilizáis el colegio, es el lugar donde estudiáis, tenéis un patio para hacer deportes y aulas para reuniros, yo estoy dispuesto a ayudaros, pero vo-sotros debéis hablar con el director y decirle que es lo que queréis. yo le contesté, que sería muy difícil que nos dejaran utilizar el centro. Juan y pedro comentaron lo mismo, y también el resto de los compañeros. pero el profesor insistió, y de alguna forma nos retó a conseguirlo. a la salida de colegio, todos nos reunimos en la calle y comentamos que la idea era buena, nuestro centro era el sitio ideal pero que chocaríamos con d. José, persona estricta, autoritaria como correspondía a los directores de la épo-ca. decidimos formar una comisión de alumnos, o sea nosotros, para ir hablar con el director. Le pedimos el colegio, a partir de las cinco de la tarde, momento en que terminaban las clases, pero le dijimos que era para reunirnos, organizar actividades y practicar deportes en el patio, ya que no teníamos otro espacio, y qué mejor que nuestro centro escolar. d. José nos miró, y nos dijo que siempre y cuando se respetaran las instalaciones, que deberíamos entender que se estaba en un colegio y que el comporta-miento fuera correcto, se podría estar hasta las nueve de la noche, ya que a esa hora acababan las clases de adultos. no esperamos esa contesta-ción, y esto fue para nosotros todo un acontecimiento. La alegría era tan-ta que inmediatamente se lo transmitimos a los profesores que apoyaban la idea y rápidamente nos organizamos para poder hacer uso del centro. Fue algo espectacular, en poco tiempo utilizábamos el antiguo comedor como espacio de reunión y gimnasio, en el patio empezamos a pintar los campos de baloncesto, balonmano, voleibol, etc. con la ayuda de los profe-sores. elegimos una junta directiva del club juvenil (la idea cuajo como un

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club juvenil social, cultural y deportivo), y todos tuvimos la sensación que nuestro colegio era algo más que un lugar a donde íbamos a estudiar, a partir de las cinco de la tarde era nuestro espacio de expresión, reunión, de desarrollo de iniciativas, de ayuda mutua y cooperación, era algo único, y así se fue fraguando a lo largo de los días.

nos acercamos a al kilometro 21,097, la media maratón, pasa por el twer Bridge (él celebre puente elevadizo de Londres) es algo insólito, los cuatro íbamos muy bien, el puente se presentaba delante nuestra y confor-me lo pasábamos contemplábamos unas vistas del támesis y de la torre de Londres, a partir de su paso el maratón se hacía multitudinario, la gen-te seguía aglutinándose en las calles, accedimos a la zona de la torre de Londres y empezamos a pasar por calles donde la carrera se cruzaba en su recorrido, y se podía ver a los mejores maratonianos que competían en ese momento entre ellos abel antón, el Moazid.., y más adelante a los que nos seguían en la carrera que formaban un verdadero rio de diferentes colores, siendo un acontecimiento festivo con gente disfrazada, vestidos y equipados de las formas más variopintas posibles. a veces, me pregunta-ba como podían correr con esas vestimentas o cargar con unas mochilas como lo hacían los marines ingleses a los que adelantamos en el kilometro veinticinco. pedro, Juan y yo, ernesto se había quedado más atrás, nos miramos en ese momento, y les levantamos el dedo pulgar señalándoles lo impresionante que era lo que estaban haciendo. Fue entonces cuando co-mentamos donde estarían los corredores que disfrazados de novios, como si fuesen a contraer matrimonio, nos habían pasado en el kilometro quin-ce. ¡íbamos tan bien! nuestro cuerpo respondía perfectamente al esfuerzo, me acordaba de cómo en poco tiempo nuestro club se desarrolló en la es-cuela, creamos equipos de diferentes deportes (tenis de mesa, balonma-no, baloncesto,…..), organizamos diferentes actividades culturales: teatro, conciertos musicales, descubrimos y difundimos eso de los discoforum y libroforum. eran tiempos de expresión juvenil en todos los sentidos y dimensiones, de búsqueda de conocimientos, de expresividad grupal, de participación en nuestro destino como jóvenes manifestando nuestras in-quietudes y dándoles cauce a través de nuestro centro educativo donde acudíamos todos los días para formarnos, un centro público que nos abría sus puertas y nos dejaba sus instalaciones para poner en valor una forma-ción que nos ayudaría en nuestra posterior vida como adultos.

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nos acercábamos al kilometro treinta, el célebre muro, las fuerzas ya no eran las mismas, las sensaciones físicas empiezan a cambiar, es el mo-mento en que entra en juego la fortaleza mental. pedro y Juan empezaron a bajar el ritmo y comentaban que tenían algunas molestias, sobre el kilo-metro treinta y dos decidieron seguir a un ritmo más lento, pasábamos por delante del barco catty sark donde una banda de músicos ataviados con la típica vestimenta escocesa tocaban una melodía que animaba bastante. este barco unos años más tarde se incendiaria ¡una verdadera lástima!.

Me quedé solo, estaba en el kilometro treinta y cuatro, cuando me vino a la mente los momentos difíciles que tuvimos en nuestro club. con el tiempo la organización se fue afianzando, nosotros pasamos al instituto, pero algunos fueron tomando otros caminos no muy adecuados que los llevaron a callejones sin salida, a pozos de los cuales sería difícil escapar y que les harían tirar por la borda aquella relación de grupo tan intensa que estábamos viviendo y experimentado. el dejar los estudios fue para algu-nos un primer paso, pronto se abandonó el instituto para pasar a realizar trabajos esporádicos, y en los mejores casos trabajar como dependientes de algún bazar, los cuales abundaban mucho en aquella época siendo la salida laboral de muchos jóvenes. Manejaban dinero, tenían moto o coche y salían por los diferentes pubs o garítos de la época. también había otro pequeño grupo que decidió que la vida se podía vivir desde la perspecti-va que les daban las sustancias que se consumían como el hachis, que fue para algunos el camino para drogas más duras como la heroína. en ese tiempo, cayeron varios compañeros que supieron salir y recuperarse, pero a nosotros la caída en picado de dos de los “nuestros”, pablo y Jorge, fue lo que nos afectó profundamente y a partir de ese momento cambiaría la vida en el club, e incluso influiría fuertemente en el transcurrir de las nuestras. empezaron saltándose cada dos por tres las clases, aparecían en el club con gente muy rara, y estaban “fumando” casi siempre. después dejaron de estudiar, de ir al club, de participar en nuestras actividades y reuniones. La verdad es que con el paso de los meses les perdimos el rastro. unos días antes de las navidades, supimos que pablo estaba engan-chado a la heroína, cosa que ya presumíamos, y que los padres lo estaban buscando por la península. Pasadas las fiestas, nos llegó la fatal noticia, fría como solían ser las tardes de enero, en la sala donde nos reuníamos en el club. recibimos la comunicación de que nuestro amigo pablo había muerto de una sobredosis. todos nos quedamos impactados, el silencio

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inundo la sala, no sabíamos que decirnos ni que hacer. creo que por nues-tras mentes pasó en un momento aquel chico fuerte, deportista, alegre y amigo para todo, con el que fuimos creciendo y compartiendo nuestras vidas. aquel día todos en silencio nos fuimos a casa con la sensación in-terior de no creernos lo sucedido, pero cuando acudimos a su entierro la realidad nos pareció tan cruda como decían a veces nuestros padres.

casi sin recuperarnos de lo ocurrido, sobre el mes de marzo, poco antes de la semana santa, un accidente de moto acabo con la vida de Jorge, al que no veíamos desde el entierro de pablo. recuerdo como le comentábamos que no había que vivir tan al límite, que éramos jóvenes y que todavía nos quedaba mucho por hacer, y que su cambio de vida sería el mejor homenaje que pudiera hacerle a pablo. pero no nos hizo caso, muy afectado por la desaparición de su amigo del alma, con el cual compartía toda su vida, una noche de locura y velocidad acabó con su atormentada existencia.

En el kilometro treinta y ocho cuando estos pensamientos fluían en mi mente fruto del cansancio físico y psicológico, al pasar por un túnel unos inmensos tambores tronaban al unísono, en ese instante me acordé cuando después de muchos días hundidos y sin vernos en el club decidi-mos que era el momento de volver, de seguir con nuestro centro, porque eso sería lo que pablo y Jorge hubiesen querido que hiciéramos. el mejor tributo a sus vidas truncadas era continuar nosotros con las nuestras si-guiendo el camino que iniciamos con ellos. cuando salí del túnel y la cla-ridad del día me dio en la cara sudorosa fue como cuando nos abrazamos todos en el club después de tantos días sin vernos, en ese momento apreté los dientes, me acercaba al kilometro treinta y nueve, el final estaba cerca, delante de mí se encontraba la persona disfrazada de novia, el novio ya no la seguía, ¡hay parejas que duran poco! aumente el ritmo, aparecía el Big Ben, entrábamos en la milla más cara de europa, era el kilometro cuarenta, las sensaciones musculares de contracturas ya no eran tan fuertes, quizás porque con tantas horas corriendo las piernas ni se sienten. se escuchaba a la gente con trompetas, carracas, pitos, tambores….; ya en el kilometro cuarenta y uno cerca del palacio de Buckingham, había una gran multitud tanta como la que en el kilometro cuarenta y dos ocupaba todas las gra-das que habían instalado al efecto. cuando giré en el palacio hacia la en-trada al parque sólo quedaban 195 m., las sensaciones, los sentimientos,

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que en aquellos instantes me embargaban eran inenarrables, me acordé por un momento de nuestro club, al que ya habíamos dejado con el paso de los años, al salir de ceuta para estudiar en la universidad o desarro-llar nuestros proyectos de vida, pero al que nunca olvidamos por todo lo que nos había ofrecido y que siempre formaría parte de nuestras vidas. al entrar bajo el puente de meta con los brazos en alto, me emocioné de tal manera que me abracé a otros compañeros maratonianos que también terminaban, un australiano, un inglés, un italiano,…., todos compartiendo un maravilloso momento que el desgaste físico no impedía disfrutar. esta experiencia me había hecho entender que la meta es la vida misma, y por lo tanto esa es nuestra gran carrera.

“Nuestra recompensa se encuentra en el esfuerzo y no en el resultado. Un esfuerzo total es una victoria completa”.

MAhAtMA gAndhi.

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Jjardín de oToño. aUsencIas.ana María Fernández de LoayzaFUNCIONARIA

Ayer por fin, después de tanto tiempo, mis pasos me llevaron de nue-vo a la playa del Chorrillo.

era un día luminoso, sin viento ni lluvia, extraño en pleno otoño; pa-recía que la naturaleza nos hubiera concedido una tregua entre temporal y temporal. por un instante pensé aquello de después de la tempestad viene la calma, pero fue sólo eso, un instante, ya que mi propia tempestad conti-nuaba dentro de mí y no había cabida para tan ansiada calma. La tristeza que me invadía superaba con creces a la hermosura del paisaje que se me ofrecía. recordé a Verlaine: los largos sollozos de los violines del otoño, hieren mi corazón con una melancolía monótona...

Me senté en la arena cerca de la orilla y contemplé la maravilla que tenía ante mis ojos, sólo para mis ojos, pues la playa estaba solitaria en esa mañana. no había nadie más. tampoco estabas tú. no sé si esa misma naturaleza se mostraba bondadosa conmigo pretendiendo ofrecerme un remanso de paz, o si por el contrario, era cruel y se burlaba de mi pena.

Las olas del mar azul, de tonos turquesas unas, celestes otras, siem-pre blancas sus relucientes crestas por la espuma, invadían suavemente la

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arena como insinuando su dominio sobre la tierra, dejando constancia de su poderío.

dirigí mi mirada hacia un lado, en donde la playa aparecía cubierta de una inmensa mancha blanca; eran cientos de gaviotas que tranquilas, reposaban agradeciendo los rayos del sol matutino después de tantos días de lluvias y vientos; un poco más lejos, unos gatos dormitaban igualmente tranquilos.

y entonces, sin poder evitarlo, arañaron mi soledad los recuerdos de los años vividos juntas, tú conmigo y yo contigo, en total armonía.

te vi bajando nerviosa las escaleras de la playa, presurosa por pisar la arena, acercándote a la orilla mientras me mirabas ansiosa esperando que te permitiera meterte en el agua, chapoteando primero tímidamente para enseguida, a la voz de vamos, nada, sumergirte y nadar como una grácil sirena de un extremo otro. salías del agua y chorreando, te acercabas a no-sotros para sacudirte. Gritábamos todos retirándonos y tú disfrutabas con ese juego. Luego, excavabas en la arena hasta hacer una trinchera de tierra húmeda en la que te revolcabas para después descansar; a mi lado, siem-pre junto a mí. recuerdo estar tumbada tomando el sol y sentir tu cuerpo peludo rozando mi brazo, tu hocico húmedo que de vez en cuando, si me adormilaba, me acariciaba la cara para que no me olvidara de que estabas allí, velando por mí.

al atardecer, cuando las gaviotas reposaban sobre la arena, corrías como una flecha hacia ellas para corretearlas y te divertía oírlas chillar y levantar el vuelo apresuradamente. Luego, volvías jadeante y satisfecha hasta mí. ¿sabes? ahora las gaviotas no se asustan ni de perros ni de huma-nos, incluso se han vuelto agresivas. ahora sería mejor que no te metieras con ellas por lo que pudiera pasar.

por el camino hacia la frontera, que llaman la senda de los elefantes, marchábamos deprisa para hacer ejercicio. cuando traspasábamos la almadraba, acelerabas el paso, nerviosa por llegar cuanto antes a la playa del tarajal; alcanzada ésta, me mirabas ansiosa pidiendo permiso para en-trar al agua y, concedido, te lanzabas de un salto contra las olas que rom-pían en las rocas ¿recuerdas cuantas veces, delante de nosotras, se metían en el agua los camalos llevando a flote esqueletos de neveras, lavadoras,

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fardos impermeabilizados, para pasar la frontera hacia Marruecos a través del mar? una vez un pobre chico que no sabía nadar perdió pie y a punto estuvo de ahogarse. tuvo que echarse al agua un guardia civil para res-catarlo, mientras el capo que vigilaba desde tierra se alejaba disimulando, como si no fuera con él, abandonando al chico a su suerte.

en otra ocasión, estando sola en la playa, un par de tipos raros que solían merodear por ella se acercaban sigilosamente sin darme yo cuenta, con intención quizás de robarme, pero no se habían percatado de que tú te estabas bañando. de repente, te sentí salir del agua como un rayo y ladrando los perseguiste hasta el final de la playa, por lo que aterrados tuvieron que poner pies en polvorosa y no creo que les quedaran ganas de volver por allí; yo al menos, no los vi más. (tú ya estabas al corriente del miedo atávico que siente cierto tipo de gente hacia los perros). Volviste contenta, satisfecha del deber cumplido, orgullosa de haberme protegido.

hemos recorrido juntas tantos caminos, con la tranquilidad que me aseguraba tu compañía, cientos de veces hemos andado por los senderos del hacho; en muchas ocasiones ¿te acuerdas? bajábamos a aquella pra-dera entre el Mirador del Faro y el desnarigado, aquella hermosa pradera verde en la que yo me sentaba a leer y tú correteabas persiguiendo a las mariposas (ya a penas se ven) y a los pajarillos que revoloteaban sin temor alguno a nuestro alrededor. disfrutábamos del paisaje, de la inmensidad del mar, del espectáculo de las más variadas flores de intensos y vivos co-lores que inundaban la primavera. de muy joven te asustaba bajar, porque el primer tramo de la vereda se había convertido en un basurero y una vez te cortaste una mano con un cristal de botella rota que algún desaprensivo había arrojado al campo sin más.

desde la pradera, descendíamos a través de los pinos hasta llegar a la carretera que conduce a la playa de la potabilizadora en la que te dabas un chapuzón para refrescarte y subir luego casi escalando por la ladera para alcanzar el camino de ronda y regresar a casa.

en ese lugar, aunque sea difícil de creer, una vez nos atacó una burra que parecía cuidar de un rebaño de cabras; estaban en el medio del ca-mino y nos impedían atravesarlo; a cada intento nuestro, corrían a todo galope hacia nosotras, la burra delante, las cabras detrás. tú eras aún muy jovencita y todavía no habías tenido ocasión de conocer a esos animales.

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te asustaste tanto, que pensé que te ibas a ahogar de tanto tirar de la co-rrea. yo, con ésta en una mano y en la otra blandiendo un palo, intentaba controlar o al menos asustar a la burra para que nos dejara en paz, pero todo fue inútil y a la postre fuimos nosotras las que tuvimos que dar me-dia vuelta y retroceder por donde habíamos venido. en tan deshonrosa retirada, nos parecía escuchar rebuznos y balidos que, triunfantes, se reían de nosotras. claro que no volvimos a tomar ese camino en una larga tem-porada, hasta que fuiste adulta y te desapareció el miedo.

¿y cuando caminando por una veredita del alto de san amaro, vimos que una enorme langosta se encontraba con el abdomen semienterrado y descubrimos que estaba poniendo cientos o miles de huevos? tu curiosi-dad casi te cuesta que la mamá langosta te dejara sin hocico, de tanto como insistías en averiguar qué cosa rara era aquella que no habías visto nunca y que no salía huyendo.

eras un ser tranquilo, apacible, cariñoso: nunca te peleaste con ningu-no de tus congéneres ni atacaste a persona o animal. te enseñé que si algu-no te provocaba, pasaras ante ellos ignorándolos, como si no existieran. de esta forma podía llevarte a cualquier lado sin problema, sabías comportar-te mejor que muchos humanos. Manteníamos nuestras conversaciones, yo te hablaba con palabras, tú me entendías y me respondías con gestos que yo sabía interpretar, desde esos ojos tan nobles me dedicabas una mirada que todo lo expresaba, tus deseos, tu estado de ánimo, tu felicidad…

nunca podré olvidar aquella temporada que caí enferma. tuve que es-tar en cama casi dos meses en un incesante dolor. tú no te separabas de mi lado, noche y día permanecías junto a mi cama, tumbada en la alfombrilla. de vez en cuando, te levantabas y yo notaba como reposabas tu cabeza cer-ca de mí, para qué yo supiera que contaba contigo, que me guardabas y no estaba sola en mi dolor. esperabas a que yo acariciara tu suave cabeza y te hablase, reconociéndote tus desvelos por mí. nunca te agradeceré bastante tu dedicación; sólo te separabas de mí cuando tu canguro venía después de las clases a sacarte para dar un paseo. enseguida querías volver a casa y al llegar, me saludabas diciendo: no te preocupes, ya estoy aquí para cuidarte, y te acomodabas de nuevo en la alfombrilla alerta, vigilante.

cuando empecé a salir de nuevo a la calle, caminando a duras penas con mi bastón, llegábamos a la Marina y tú, al principio, marchabas depri-

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sa como siempre habíamos hecho, hasta que enseguida te diste cuenta de que yo no podía andar y acompasaste tu marcha a mi lentitud. algunos años después, era yo la que debía acomodar mis pasos rápidos a los tuyos, más lentos.

así, poco a poco, nuestros paseos se hicieron más y más cortos. ya no podíamos dar la vuelta al hacho, tus huesos no te lo permitían. Llegábamos hasta el cementerio y desde allí, descendíamos a unas de las calas para que nadaras un poco y recuperaras agilidad. te cansabas y durante el re-greso, debíamos hacer varias paradas para reponer fuerzas; entonces me mirabas como pidiendo disculpas por no poder seguir el ritmo de antes, por haberme fallado, por ¿envejecer…? y yo te acariciaba dándote consue-lo y ánimo, como tú me habías dado tantas veces…

ya no recorríamos los caminos de García aldave o las montañas de Marruecos, ni llegábamos por la carretera hasta la almadraba. un día, ya no pudimos ir a la playa porque no podías subir y bajar las escaleras, y el túnel no está contemplado para los animales. Los paseos se convirtieron cortos en la distancia y lentos en el paso. pero nunca dejaste de demostrar tu alegría y satisfacción. sé que eras feliz, que fuiste feliz durante tus cor-tos o tal vez largos doce años de vida, aunque el último de años lo sufrié-ramos de manera especial. se multiplicaron las visitas a la clínica, primero mensuales, luego semanales, al fin, los cuidados diarios los hacíamos en casa, ya te encontrabas incapaz de poder llegar hasta allí. pero lo que haya podido darte no es comparable a lo que he recibido de ti, mi querida ami-ga y compañera fiel, que nunca fuiste mascota, sino parte de mi vida.

pero un día, un triste día, me vi obligada a tomar la decisión más dura de mi vida. debía hacerlo por ti, no por mí, si yo hubiera podido mante-nerte en esa situación durante varios años más, sin que empeoraras, gus-tosamente hubiera continuado dedicándote mis cuidados, mi atención, mi cariño. pero tu situación se agravaba día a día y tuve que decidir. terrible decisión. perdóname, perdóname allá donde estés. La tarde antes te la de-diqué entera. no fui al trabajo, no salí de casa, sólo junto a ti. te acariciaba sin cesar y te di todas las chucherías que no debías comer. yo adivinaba mirando tus dulces ojos que tú ya sabías…no sé si cometí un error, pero tú nada me reprochabas.

y al día siguiente, muy de mañana, cruzamos las dos la Milla Verde. tú te quedaste en ella, yo regresé con mi dolor a casa.

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a una casa vacía donde en cada rincón se nota tu ausencia; en la que ya nadie sale a recibirme, ni me espera impaciente detrás de la puerta; en la que muchas noches me parece oír tus pasos que entran o salen de la habitación, despacito, para no despertarme; noto tus jadeos, tus suaves ronquidos de ensueño feliz.

Mis palabras no son capaces de expresar tanto como te extraño, estos versos que tantas veces leí son para ti, allá donde te encuentres esperándome.

Mi perro ha muerto…

allí, no más abajo, ni más arriba, se juntará conmigo alguna vez. y yo, materialista que no cree en el celeste cielo prometido para ningún humano, para este perro o para todo perro creo en el cielo, sí, creo en un cielo donde yo no entraré, pero él me espera ondulando su cola de abanico para que yo al llegar tenga amistades. ay no diré la tristeza en la tierra de no tenerlo más por compañero Que para mí jamás fue un servidor.

paBLo nerudaJARDÍN DE INVIERNO

N

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Nnos vemos en el casIno

ramón Galindo MoralesPROFESOR UNIVERSITARIO

A la memoria de mi padre.

una especie de sonrisa, mezcla de satisfacción y tristeza, se posa en su cara, quizás recordando los buenos años de Villa Jovita, seguro que pensando en que pronto podrá volver a ver a sus amigos de siempre, alfonso, pendá, Federico, Viaga, el nené, Barea … seguramente quedarán en la parada, en la tienda de Miguel y, sobre todo, en el casino, en torno a una mesa y una baraja de cartas, jugándose, al tute, al dominó o a lo que encarte, “la combida”.

Los días en el hospital, la cama… se van haciendo pesados, no es la primera vez que la ocupa… sabe que su hora de descansar está cercana, esta vez sí, algo en su interior, la inteligencia de los años, así se lo dicen, los distintos achaques que ha ido acumulando a lo largo de la vida, sobre todo en los últimos tiempos, ganarán esta batalla, la última después de una larga vida en la que la salud le ha ido dando distintos sobresaltos… las palabras apenas salen, pequeños gestos con unas débiles manos las sustituyen…. hay poco que decir, el tiempo de las palabras ya pasó, ¡y bien que las utili-zó! siempre fue un gran conversador, ya fuera de futbol, política o batalli-tas de un amplio y rico pasado en las que no se sabía dónde estaba el límite

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entre la realidad y la ficción. Las tertulias han ocupado una parte importan-te en su vida, desde las del casino de Villa Jovita hasta las de los bancos de su última barriada, en Jerez, pasando por las de la esquina del Bar toribio, en la parada del autobús o las de la tienda de Miguel... nunca rehuía una buena tertulia y siempre había alguien con quien “pegar la hebra”.

pero ahora hay pocas palabras, parece como si todos los esfuerzos estuvieran dedicados a recordar, a agarrarse a unas estampas del pasado que le provocan placer, con ganas de volverlas a revivir, de atraparlas, recrearlas y saborearlas. son muchas cosas a recordar, ha tenido la fortuna de disfrutar de una larga vida, desde su nacimiento, al comienzo de los “felices años veinte”, aunque en la españa de aquella época había pocos motivos para la alegría, en ronda, ciudad que abandonaría muy pronto, hasta sus últimos años en Jerez, ciudad muy unida, por motivos familia-res, a su vida, en el ocaso de la primera década del nuevo siglo, tras pasar la mayor parte de su vida en ceuta, su ceuta, ciudad a la que llegó de niño y que consideraba como suya. Muchas vivencias que revivir…

revivir aquellas rutinarias pero apacibles tardes de invierno, en las que, tras salir de la oficina, esa tediosa oficina en la que tantos años ha tra-bajado, a la que dedicaba muchas horas al día, y de la que recibía muchos sinsabores y un sueldo que daba para poco, esperaba la acogedora mesa, en la parte alta del casino, en la que, rodeado de sus amigos de siem-pre, alfonso “el guardia”, Federico acosta, “el nene”, sebastián y tantos otros… empalmaban partida tras partida de tute o lo que encartara. antes, de camino, en la cuesta de Villa Jovita, charlaría con Miguel, buen amigo, en la tienda, una de las que existían en el barrio, junto a la de Morón y la de elena; pagaría el periódico “el pueblo”, si había llegado, también “el diez Minutos”, a enrique, en el quiosco de domingo, en la parada, para recogerlo a la vuelta, camino de casa, rozando la hora de la cena, donde lo esperaba su mujer de siempre, con la que ha tenido la fortuna de compar-tir la mayor parte de su vida…

La casa, frente a un mar cautivante y atrayente, abierta a la playa de Benítez y al estrecho, destinatario de muchos ratos perdidos, prismáticos en mano, en el ventanal del comedor o en la pequeña ventana del dormi-torio, viendo pasar barcos, muchos y variados barcos, intentando averi-guar las banderas, los nombres, imaginando trayectos, historias… entre ellos destacaban “los correos” que, diariamente, nos unían con algeciras,

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nuestra sempiterna vecina del norte; el tiempo ha ido transformado esos entrañables y esbeltos barcos que nos abrían las puertas de la península, convirtiéndolos en “fast-ferrys”, achicando el estrecho, un estrecho que sigue ahí, diciéndole al tiempo que no todo vale, que con todo no se puede acabar y que, con frecuencia, como antaño, se rebela aliado con el viento, ese levante tan propio de la zona, diciéndonos que no nos vayamos de ceuta, que no la abandonemos…. La casa formaba parte de esa prolon-gación de Villa Jovita que era la colonia Weil, al otro lado de la carretera; una colonia en la que todo el mundo se conocía, formando una especie de gran familia. La entrada estaba custodiada por el quiosco de Gloria, en el que los chiquillos comprábamos las chucherías y algunos mayores, especialmente mujeres, se acodaban para echar la tarde y, de paso, fisgo-near un poco y controlar las entradas y salidas, una buena forma de pasar el tiempo en una época en que había pocas alternativas. en los veranos, al otro lado de la entrada, se erigía un puesto de helados, con lo que la entrada quedaba, si cabe, más controlada. su plaza central era el escenario de disputados partidos de futbol, a pesar de las protestas de los vecinos de la zona, aliados, para esta ocasión, con el párroco; la verja de la fábrica de Weil, el portalón del garaje de una entrañable vecina, nona, que nos ayudó a venir al mundo a todos los que allí jugábamos, o, incluso, los laterales de la iglesia, se convertían en improvisadas porterías, eran tiempos en los que ver entrar un coche se convertía en un acontecimiento… su farola central servía de “casa” en la que “salvarse” en los juegos como el escondite, que se desarrollaban a lo largo del entramado de callejones que conformaban el paisaje de una colonia que también ha visto como el tiempo la ha ido transformando… desapareció la farola, el improvisado campo de futbol se fue convirtiendo, poco a poco, en aparcamiento para los coches de los vecinos, las casas han ido ganando altura y los callejones estrechándose…hasta la zapatería, escenarios de improvisadas tertulias masculinas, que parecía eterna, con pepe “el zapata”, al frente, desapareció; el paisaje hu-mano también ha ido cambiando, aunque, afortunadamente, la herencia familiar sigue teniendo una importante presencia, intentando resistirse al paso del tiempo. Las puertas de las casas, en los callejones, eran escenario de reuniones de vecinas, especialmente en los veranos, cuando las tardes se alargaban y el día se resistía a terminar, se sacaban sillas a las puertas de las casas y se mataba el rato, entre costuras y charlas.

La iglesia de san Juan de dios ocupaba un lugar destacado en la colonia, convirtiéndose, junto al casino, en espacio en el que se reunían

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muchos vecinos de la barriada, aunque también acudían otros de Benítez y del “Mixto”, nombre que daba los pabellones militares y a las casas próximas al cuartel, el regimiento Mixto de artillería, uno de los muchos acuartelamientos existentes en la ciudad, en aquellos tiempos en pleno uso y que en la actualidad han quedado, muchos de ellos, deshabitados. Junto a la iglesia y como una prolongación de ésta, estaba “el centro”, lu-gar de reunión de muchos jóvenes, allí se jugaba al tenis de mesa, al aje-drez, a las cartas o se veía la tele en común y se formaban pandillas de las que salieron algunas parejas; el centro representaba un intento de que los jóvenes se acercaran a la iglesia, desempeñando un papel muy importante durante años.

pero volvamos al casino, al “centro parroquial, recreativo y cultural”, como rezaba en los carnets de los socios, situado en la parte alta y central de Villa Jovita. para muchos, era como una prolongación del hogar, fun-dado por un grupo de amigos (pendá, Viaga, Federico acosta, alfonso “el guardía”…), entre los que estaba mi padre, era el lugar de reunión, funda-mentalmente para hombres, reflejando el signo de los tiempos, en el que se compartían tertulias, partidas, corridas de toros o partidos de futbol. era una de las señas de identidad de la barriada, se podría decir que de las más destacadas, que todavía guardaba el espíritu y el paisaje de aquella a la que llegó, siendo niño, en los años treinta y que el paso del tiempo ha ido transformando y difuminando, engullendo, en el camino, al propio casino, que ya no existe, en su lugar se levanta, según le han dicho, un bloque de pisos, convirtiendo a Villa Jovita en otro barrio distinto al que durante tantos años fue. su vida y actividad duró varias generaciones, demostrando gran vitalidad, hasta que llegó un momento, mediados los ochenta, en que comenzaron a faltar vecinos que tiraran del carro; parece como si el casino se resistiera a seguir viviendo cuando empezaban a mar-charse los protagonistas de sus comienzos y de su época dorada; el casino también quería jubilarse y descansar, el ritmo de vida, más intenso y abier-to, donde las distancias en la ciudad se achicaban y las posibilidades de ocio y cultura aumentaban, lo convertían en una estampa de un pasado que era eso, pasado, seña de otro tiempo que fue y que no volverá.

Una buena parte de los vecinos de la barriada confluía en el Casino, ya fuera para echar la partida, para tomarse una caña en su bar, para ho-jear el periódico, rellenar la quiniela con la peña, ver la tele en compañía, especialmente los partidos de futbol del domingo o las corridas de toros…

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toros y futbol servían para distraer en aquella españa gris de los cincuenta y sesenta, o, simplemente, para formar parte de las improvisadas tertu-lias que, cada día, se desarrollaban en torno a las mesas de su salón y a la barra de su bar; su cuidada biblioteca también atraía a los que tenían inquietudes culturales. en tiempos grises y con poca oferta cultural y de ocio, desempeñó un papel fundamental en el barrio, convirtiéndose en el centro de una forma de vida y de convivencia que en la actualidad se echa de menos. Las actividades que se organizaban los fines de semana, con actuaciones musicales, representaciones teatrales o bailes, congregaban a familias enteras, sirviendo para llenar las tardes de sábados y domingos. La navidad y, especialmente, el día de reyes, era celebrado de forma es-pecial, el casino disponía de sus reyes Magos propios, que hacían la deli-cia de los niños y niñas de la barriada.

“La parada” era otro lugar destacado en las estampas del pasado, ¡de cuántas conversaciones han sido testigos sus polletes, los escalones que servían de improvisados bancos! ¡Qué imagen tan típica de la Villa Jovita de la época, ver allí sentados a vecinos de la barriada, en una tertulia im-provisada a la que nadie estaba convocado y que se repetía tarde tras tarde! también era el lugar típico para quedar, los domingos a media mañana, con los amigos e iniciar una romería por distintos bares de la ciudad. era un lugar estratégico, a orillas de la carretera de Benítez, junto a la cuesta, en la entrada y salida natural de la barriada, en el centro de un triángu-lo formado por el estanco de domingo, la tienda de Miguel y el quiosco de Gloria, frente a la entrada de la colonia…. era muy frecuente, a me-dia tarde, encontrar allí, junto a mi padre, a alfonso el guardia, sebastián, Quintana el practicante o Federico acosta, aunque siempre había algún tertuliano ocasional, algún vecino camino de casa o de ceuta, como de-cíamos habitualmente al referirnos al centro de la ciudad. también era una etapa previa, o posterior, a tomarse un tinto en casa toribio, el bar más típico del barrio, convertido después en casa Lesmes, famosos, uno y otro, por su buena cocina, que atraía a visitantes de distintos lugares de la ciudad...

entra la enfermera, con esa mezcla de profesionalidad y afecto que suele caracterizar a esta profesión, a renovar el suero y a traer nuevos me-dicamentos, “¿ramón, que tal te encuentras hoy?”, “bien”, parece decir mi padre, utilizando a medias tanto el gesto como la palabra, en un intento de economizar y rentabilizar los recursos que le van quedando, pero hacien-

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do ver que no quiere que le interrumpan el entrañable viaje al pasado…. Él se deja hacer, acepta lo que venga, está muy acostumbrado a medicarse desde hace muchos años… deseoso de volver a sus estampas, a su Villa Jovita, a su colonia, a sus amigos… a la caseta del casino….

otra seña de identidad del barrio y de la época, ya no existe, el tiempo también se la ha tragado, aunque estuvo allí durante décadas, hasta me-diados los ochenta, cuando el casino comenzó a languidecer y la arrastró en su caída, quizás reclamando la atención de sus socios de siempre, que se iban haciendo viejos y marchándose de esta vida… hoy, en su lugar, nos encontramos un pequeño paseo marítimo… pero los del barrio siempre la recordaremos, en la playa, junto a casa Fernando, otro clásico de la zona, frente a “las mellizas”, esas rocas que sí siguen estando ahí, rebelándose al tiempo y a la vorágine urbanística, protegidas por el mar, casi en la ori-lla, lugar de pescadores a primeras y últimas horas de los calurosos días veraniegos, y playa de baño durante las horas centrales…. las sombrillas, protegiendo del sol a madres de la barriada, los niños chapoteando en la orilla, saltando de las rocas, y en la caseta, acodados en la barra, los ami-gos, en esa prolongación veraniega del casino… donde nos duchábamos tras el baño y nos tomábamos un tinto (poco) con casera (mucha) acompa-ñado de unos burgaillos, a modo de tapa.

es domingo, aunque en el hospital eso apenas se nota, bueno, hay menos personal, y el “pater” pasa a saludar y consolar a los enfermos, mi padre no ha tenido buena relación con ellos, quizás no los necesitaba como interlocutores; en su vida, la iglesia estaba asociada, casi exclusivamente, al lugar en el que había despedido a algunos amigos, en los entierros que, cuando niño, tanto nos impresionaban a los chavales que jugábamos en la calle y que interrumpían estos juegos, allí, en la parroquia de Villa Jovita, en san Juan de dios, en el llano de la colonia…. Los domingos eran es-peciales por el futbol, había que ir al alfonso Murube, lloviera o tronara, a ver al ceuta, el equipo de sus amores, junto al sevilla, aunque uno y otro le daban más sinsabores que alegrías. el ritual se repetía domingo tras domingo, reunión en la parada, con los amigos, y a subir a hadú en el coche de alguno de ellos, en los últimos años el de antonio, encargado de almacenes tokio, que, aunque bastante más joven, era buen amigo de mi padre. tras presentar el abono, renovado año tras año, esperaba la es-quina de siempre, en el gol norte, donde era frecuente ver a los mismos, animando al ceuta, que, si bien es cierto, no daba muchas satisfacciones,

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también tenía tardes de gloria, pero la afición podía con eso y con mucho más, como con las lluvias torrenciales y ventosas tan características del cli-ma ceutí y que no echaban para atrás al entregado grupo. el descanso era empleado para tomar café en el bar situado frente al cuartel de la Guardia civil, junto al terramar, hoy también devorado por los nuevos tiempos. antes de volver al campo había tiempo para comprar unos pastelitos que llevar a casa, la bizcotela, el milhojas y no podía faltar algún merengue, el preferido de mi madre…. recuerdo un juego con la cuerda de envolver los pasteles, en el que empleábamos ambas manos. en las reuniones futbole-ras no faltaba la pequeña radio, el transistor, que completaba la tarde, con los resultados en primera y segunda división, había que seguir al sevilla, a través de carrusel deportivo, con los prats (Matías, primero, y Joaquín, después), cantando goles y resultados y esa musiquilla característica de los domingos que se colaba en muchos hogares. La radio, fiel compañera durante tantos años, reposa en la mesilla, junto a la cama, no ha querido abandonarlo en los malos momentos del hospital….

Ceuta, su Calle Real, tan cambiada en los últimos años, el edificio de telefónica desde el que llamar al hijo destinado en tenerife o a la familia de Jerez… miércoles por la tarde, tardes en que el horario de oficina se relajaba y a las cinco, con puntualidad inglesa, se terminaba la jornada laboral y tocaba “ir a ceuta”, en el autobús, casi siempre, o en el coche de algún conocido que salía de la barriada. no faltaba la visita a casa Marcelino, calle real arriba, o a los alpes –“casa chapela”-, un poco más abajo, a comprar un poco de buen salchichón o chorizo… la merienda en la campana o en el campanero, cafeterías-pastelerías muy visitadas en esos tiempos. a la hora del regreso, antes de volver a coger el autobús, en el centro, junto a la fuente, cuando el tiempo animaba a ello, era habitual terminar la tarde tomando una cerveza en la terraza del bar situado junto a la parada, “el del calvito”, mirando al puerto, con ese típico anafe de pinchitos y las cuidadas tapas.

calles, tiendas, bares… que quedaron en el pasado, que no han re-sistido el paso del tiempo. casa Benoliel, junto a Vicente Martínez, ambas engullidas por los años y los nuevos modos consumistas, con amplios es-caparates y un gran mostrador de madera, en toda su profundidad, de-pendientas de uniforme, cajera incluida; más arriba, junto a Los remedios, la tienda del hermano de Miguel, en ellas nos vestíamos, había poco don-de elegir y menos dinero… Ir al centro significaba saludar al “catalán”, en

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los bajos del mercado, encargado de uno de los muchos bazares, tiendas de indios, que inundaron, durante muchos años, las calles ceutíes, desde el paseo de las palmeras hasta la plaza azcárate. almacenes tokyo, heredera de la antigua casa Molina, emblemática cuando llegaban los reyes, era otra parada obligada, su encargado, antonio, era buen amigo, compañero de la peña de futbol de los domingos; seguramente caería un buen sobre repleto de sellos, provenientes de la india, taiwan o Macao… y es que la filatelia era una de sus grandes pasiones, junto a la numismática, tardes enteras dedicadas a mimarlos, agua y secantes para prepararlos, cajas y sobres para clasificarlos, álbumes por países como último destino, miles de sellos, decenas de álbumes acumulados a lo largo de muchos años… todos con un exquisito orden.

Vuelve otra enfermera, de nuevo el ritual, suero, pastillas, temperatu-ra, tensión… algo de cena…. el día se va apagando y, con él, las luces de habitaciones y pasillos, pero no así las estampas del pasado, son tantas que todo tiempo es poco para revivirlas todas…

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Eesperanza

Fatima hamed hossainDIPUTADA

seis meses. Fue lo último que escuchó mientras acompañaba a su hija a la consulta de su médico en el ambulatorio de las puertas del campo. “no puedo darles falsas esperanzas”, había espetado indubitadamen-te el especialista. amal tenía diecisiete años y muchas ganas de vivir. desgraciadamente, la enfermedad que había desarrollado su cuerpo en los últimos meses, vino a enturbiar y a ensombrecer sus ilusiones y sueños y a pasar a ser protagonista principal de su vida. de la suya, y de la de Mohamed y rabea, sus padres. unos padres cuya vida giraba en torno a su querida hija, porque era, sin lugar a dudas su tesoro más preciado.

Mohamed y rabea se conocieron hacía ya unos veinte años; cuando se cruzaron por primera vez en la plaza de los reyes ambos se miraron durante varios minutos, y ese cruce de miradas se convirtió en algo rutina-rio durante varias semanas; ambos coincidían y se cruzaban en el trayecto mientras se dirigían acelerados a sus trabajos; ella, costurera, él, electricis-ta. cada mañana, alrededor de las ocho de la mañana, se cruzaban; era casi un ritual para empezar el día. así, estuvieron intercambiando sonrisas, saludos, hasta que un día decidieron quedar. desde entonces, sus destinos se cruzaron hasta que llegó el día en el que decidieron convertirlo en uno.

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su dicha fue completa cuando llegó su pequeña amal. no tenían una gran casa, ni grandes sueldos, ni podían irse de viaje en sus vacaciones, pero se sentían dichosos y felices por tenerse el uno al otro y por tener a su pe-queña estrella. Eligieron el nombre de Amal por su significado: esperanza.

-“¿dónde está mi niña?” –era la frase con la que Mohamed rompía el silencio al entrar en su pequeña y humilde casa en Villajovita; ensegui-da acudía corriendo su niña, amal, una niña delicada, tierna, cariñosa y frágil. Todas las tardes, al finalizar su trabajo, Mohamed compraba alguna golosina para su hija, le encantaba sorprenderla; su economía no le per-mitía comprarle cosas ostentosas, ni falta que le hacía, porque el cariño que aquellos padres tenían a su hija, cubría con creces cualquier simple capricho material.

rabea continuaba cosiendo para sacar algún dinero extra para su fa-milia, pero desde que tuvo a su hija, comenzó a hacerlo sólo en su casa a donde acudían todas aquellas personas que querían que les cosiera o ajustara alguna prenda. La barriada de Villajovita, era una de esas zonas de ceuta, al igual que otras muchas, en la que los vecinos y vecinas se lle-vaban muy bien entre sí; había entre ellos una especie de vínculo especial por el simple hecho de vivir en la misma zona. por las tardes, después de realizar sus tareas, todos los pequeños solían salir a corretear entre las calles del barrio durante horas, mientras, algunas madres charlaban entre ellas a las puertas de sus casas. La pequeña amal, entre carrera y carrera, se asomaba a ver por dónde andaba su madre, y en cuanto que la localiza-ba con la vista, seguía correteando por las callejuelas de su barrio.

una de las tardes, Mohamed tardó un poco más de lo habitual en llegar. eran más de las ocho de la tarde y amal aún no había escuchado la frase que lograba hacerla sonreír todas las tardes. rabea estaba ya inquie-ta. Mohamed solía ser puntual al salir de su trabajo. esa tarde, Mohamed había salido cabizbajo, llevaba unos papeles en la mano, y caminaba casi por inercia: le habían despedido. La empresa estaba pasando una mala racha y no podían continuar con tantos trabajadores. “eres de lo mejorcito que hemos tenido por aquí, pero es que ahora mismo….” “desde luego, no te quepa duda de que en cuanto la cosa esté mejor, serás el primero al que llamemos” – le decía su ya ex jefe. sin embargo, Mohamed hacía un rato ya que no oía nada.

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¿dónde iba a encontrar trabajo ahora? -se preguntaba interiormente- ¿cómo iba a decirles en su casa, a su mujer y a su pequeña, que le habían despedido?, a cada paso que avanzaba, le surgía una nueva duda; no sabía cómo afrontarlo, llevaba desde los diecisiete años trabajando como electricista en esa pequeña empresa; sólo contaba con el graduado escolar, y casi todo lo que sabía, lo había aprendido allí, a base de práctica, de acompañar a los compañeros más experimentados en los trabajos de elec-tricidad…. Mohamed era de ese tipo de personas de las que se suele decir que se hacen a sí mismas. provenía de una humilde familia de hadú, era el mayor de cinco hermanos, y desde muy temprana edad, había estado buscando las maneras de aportar una ayuda económica en su casa, y así, a veces, repartía periódicos, había repartido bombonas de butano, e incluso, en algunas ocasiones iba al puerto a pescar para después vender lo que el mar le brindaba.

así estuvo, yendo al colegio y buscándose unos durillos como él mis-mo solía decir, hasta que un viejo amigo de su padre le propuso entrar en la empresa de un amigo suyo como aprendiz de electricidad. era un chico tímido y respetuoso, así le habían educado en su casa: su padre, un viejo soldado del cuerpo de regulares, había sido muy estricto en la educación de sus hijos y ya desde muy pequeños, les inculcó un gran sentimiento de responsabilidad, a menudo, impropia de niños de su edad, lo cual hizo que ni Mohamed ni sus hermanos disfrutasen plenamente de su infancia. tal vez por ello, mimaba tantísimo a su pequeña amal, porque quería que tuviese una infancia mejor que la suya y que la disfrutara, y estaba dis-puesto a hacer todo lo que hiciera falta para que nada ni nadie la hiciera crecer antes de tiempo.

La vida de rabea había sido relativamente parecida a la de Mohamed; nacida en una familia de cuatro hermanos, hija de comerciante, siempre había sido una niña a la que le gustaba dibujar, pintar, diseñar…. se pasaba el día pintando y dibujando bocetos, recortaba telas y hacía vestiditos para sus muñecas, esa era su afición principal. Rabea acudía todas las tardes a la casa de una vecina donde aprendía, junto a otras niñas de su barrio, corte y confección. el aula era una gran habitación donde se sentaban las niñas alrededor de varias mesas, y sobre ellas, tejidos diferentes, papeles, lápices, alfileres, cintas métricas, hilos….. y al fondo de la habitación una gran má-quina de coser junto a la cual se sentaba una señora de serio semblante que no paraba de regañar a las niñas cada vez que escuchaba algún alboroto.

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-shhhhhhhhhhhhhhhh, ¡qué escándalo es este! ¡cada una a lo suyo! –repetía cada diez minutos la severa instructora.

así estuvo rabea durante varios años, hasta convertirse en una de las niñas más elogiadas por su maestra, y manejar con una destreza admira-ble en una chica tan joven todo tipo de telas, patrones de diseño, etcétera. Fue su instructora la que le consiguió un puesto de trabajo en la trastienda de una antigua tienda de ropa del centro de la ciudad; apenas se la veía en-tre tantos vestidos, faldas, chaquetas, pantalones y cualquier prenda que necesitara algún ajuste para ser adecuada al gusto de su selecta clientela...

…………………

el reloj marcaba las ocho y media cuando Mohamed introducía sus llaves en la cerradura de su hogar. ahí, en el interior del mismo, le espe-raban inquietas rabea y amal; la pequeña fue corriendo a colgarse del cuello de su padre: “¿dónde has estado papi?” –le recriminó la pequeña amal. rabea apenas habló. Le bastó un cruce de miradas con su marido para comprender que algo le había pasado. Llevaban muchos años juntos, y muchas veces, se comunicaban con la mirada, y en este caso, acertaba en su presentimiento. notaba el halo de tristeza que rodeaba a Mohamed, su gesto de preocupación, por más que intentaba disimular y sonreír delante de su pequeña. no tardó mucho tiempo en contarle a rabea lo que le ha-bía ocurrido aquella tarde; para una familia que apenas gana lo suficiente para vivir dignamente día a día, le supone un tremendo daño ver merma-dos sus ingresos. rabea era una mujer fuerte, después de escuchar a su marido, le dijo: “saldremos adelante, ya encontrarás algo. de momento, con lo de la costura, podemos tirar”.

así fue; durante algo más de seis meses; rabea intentaba coser todo lo que podía y más, a veces se quedaba dormida sobre su vieja máquina de coser, y mientras, Mohamed, preguntaba a todos sus cono-cidos por cualquier tipo de trabajo, de modo que, unos días descargaba camiones, otros ayudaba a un familiar en su puesto del mercado, y los fines de semana, volvió a la pesca, para sacarle algún dinero. Como en sus tiempos mozos….

………………..

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a las puertas del centro médico, amal, a sus diecisiete años, temblaba como cuando era pequeña y tenía miedo. no entendía, ni asimilaba aún, que su cuerpo no funcionaba bien, que sus sueños y sus metas corrían el riesgo de no cumplirse nunca. Las lágrimas bajaban por sus mejillas sin poder controlarlas. rabea la abrazó. La abrazó muy fuerte, con todas sus fuerzas. Bastó sentir el calor de su madre para romper a llorar más des-consoladamente, lo necesitaba, se había reprimido mientras el sudor frío recorría su cuerpo con cada nueva palabra del médico; palabras que con-firmaban lo peor. Tras las lágrimas y el desasosiego del momento, Rabea le dijo a su hija: “ya verás como salimos de esta. Buscaremos otras opinio-nes”. rabea intentaba animar a su hija, necesitaba verla feliz, tanto que en ese momento hubiera ofrecido su alma al diablo con tal de ver desaparecer esa expresión de dar la batalla por perdida de la cara de su hija.

Mientras caminaban de vuelta a casa, las dos pensaban lo mismo pero desde distintos puntos de vista. ¿cómo se lo iban a decir a Mohamed? ¿cuál sería su reacción? rabea conocía perfectamente la debilidad de su marido por amal. aunque tenía diecisiete años, seguía viéndola como aquella niña que le esperaba todas las tardes para ver qué golosina le traía. era, sin lugar a dudas su debilidad. La niña de sus ojos.

el reloj marcaba las ocho y media cuando Mohamed introducía sus llaves en la cerradura de su hogar. ahí, en el interior del mismo, le espera-ban inquietas rabea y amal...

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Lla prIncesa del océano

Fatiha Lahsen LahsenASESORA DE EMPRESAS

en una recóndita isla ubicada en un mar de incesante oleaje y viento, sobrevivía un ermitaño resguardado bajo el frío de una cueva ubicada en un acantilado oscuro y sombrío.

este ermitaño la única posesión material que tenía era una cesta de mimbre vieja y sucia, con la cual pescaba de día para su sustento y de no-che le cubría haciendo de ella su manto en la fría cueva.

un día el mar con su poder y la fuerza de la ventisca vomitó un cofre viejo de metal.

el ermitaño se sorprendió de ello y estuvo días con el cofre resguarda-do en su cueva pensando en su contenido y en si abrirlo o no.

pensó que podía tener un tesoro o pensó que podía ser una carta de algún naufrago, como el, pensó muchas cosas y cuando destapó aquel vie-jo cofre forrado por dentro de terciopelo rojo, le sorprendió la aparición de una hermosa princesa.

La princesa del océano salió del cofre cubierta con un lujoso ropaje, ataviada con preciosas joyas y con todo lujo de detalle. Él, sorprendido al

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verla y ella simplemente lo observaba: tan andrajoso y oliendo a pescado pero a la vez contenta de haberlo encontrado y, le preguntó

- Me aceptas como esposa?

el respondió:

- No prefieres que te devuelva a tu reino en tu cofre, ahí estarás mejor. aquí, ya ves que no tengo nada que ofrecerte mientras de dónde vie-nes veo que estarás mejor.

ella respondió:

- solo espero que tú me aceptes , si tú me aceptas ahora tal y como ves, yo te aceptaré.

el que no salía de su asombro. Le contesto.

- te acepto.

La única condición que le puso fue guardar su cofre para siempre.

pasaron la noche en aquella sucia cueva pero al despertarse amane-cieron en una cómoda y lujosa cama en un maravilloso castillo.

La isla del temporal permanente se convirtió en una isla paradisíaca con aguas suaves y coloridas.

Él, que ya no era un ermitaño, le preguntó:

- y éste cambio?

-

- tú me aceptaste.

en ese momento su cofre viejo permanecía al lado de su alcoba junto a la cesta de mimbre.

pasaron los días y fueron felices y no se deshicieron de aquellos re-cuerdos aunque él siempre se lo propuso.

a la isla desembarcaban barcos de todas las partes del mundo que venían repletos de mercancías nuevas, objetos preciosos, forasteros y... mujeres preciosas.

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todo esto hizo a un nuevo hombre perdido entre tantas nuevas sen-saciones, que le hacía salir a diario de su palacio e ir al encuentro de todo aquel nuevo mundo, mientras esto sucedía, nuestra princesa del mar se encontraba sola recluida en su palacio lleno de lujosas miserias al lado de un cofre viejo y una cesta de mimbre andrajosa.

Llamó a su esposo para hablar con él, y para hacerle ver que estaba sola, y que necesitaba su compañía y su cariño. Que todo el tiempo que dedicaba a esa nueva vida la hacía sentirse como aquellos objetos olvida-dos en un rincón.

Él no le hizo caso a sus palabras y seguía en su rutina de pasar los días en el nuevo mundo y regresaba a veces para dormir.

un día la princesa del mar dejó dormido a su ermitaño, recogió su cofre, lo arrastró hacia el mar, se introdujo dentro y volvió a su mar.

Mientras el mar la arrastraba hacia su interior, arrastraba con ella todo el paraíso que trajo con ella. cuando amaneció nuestro ermitaño despertó en su cueva y seguía cubierto con su cesta de mimbre y azotado por la olas de su acantilado.

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RrecUerdos en mI sosTenIdo

aquilino Melgar sánchezDIRECTOR PROVINCIAL DEL MEC

el día amanece gris; el aire de la ciudad ha ido preñándose de di-minutas gotas de agua, y se adivina una vaporosa bruma, que aparenta nostalgia, hacia el oeste, en dirección a García Aldave y que oculta parcial-mente la visión de la Mujer Muerta.

ya en el atardecer, del otro lado, hacia el mar, con la mirada en el norte de acogida, la luna se asoma tímidamente entre pequeños pespuntes de nubes con un ofrecimiento provocador. una luna con territorio de luna, con derecho de luna y con luz de luna propia. comienza a dibujarse el per-fil de una luna creciente y una pareja –niño y niña– camina por su borde.

recuerdos de melancolía cruzan la escena. una vez más, vuelvo a situarme delante del espejo empañado por la bruma. sin duda es aquella luna de mi infancia en Ceuta la que se refleja vaporosamente en ese espejo, pero el momento me pertenece y puedo hacer de ella lo que quiera, una caricatura de lo que fue, o una quimera de lo que pudo haber sido.

estoy presto a comenzar el viaje. trabado entre la realidad y el sueño miro a través de mis esencias, sin pavanas que me susurren al oído un des-tino concreto, sin espejismos recurrentes que cercenen esa luna, mientras

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mi mente se prepara en la partida, bayadera fascinante, con las mismas preguntas de siempre: ¿qué dosis habré de beber de las aguas del Leteo? ¿hasta dónde me llevarás en esta ocasión, luna creciente?

– «Piénsame, luna, culpable de mis silencios e incluso de los tuyos, pero si acaso decides dar sepultura a mis recuerdos, qué menos que esparcir algunos pé-talos blancos a mi alrededor y dejar una pequeña moneda debajo de mi lengua que me permita sobornar a Caronte en el traslado de vuelta.»

Por fin llega la noche. Una noche sin estrellas donde la humedad se derrama a través de los poros de mi piel mientras contemplo como la luna se desnuda íntegramente ante mis ojos mientras desciende lentamente para sumergirse en las aguas del mar que baña, ya de manera definitiva y entre dos continentes, los pies de mi memoria.

Por un instante me paro a reflexionar sobre lo curioso que resulta el hecho de que uno puede escapar de casi cualquier cosa salvo de sus recuer-dos. Tanto tiempo en la rutina de un ciclo lunar presente y ahora, reflejado en el blanco rostro de esa misma luna, vuelven a aparecer, nítidas ante mi presencia, imágenes de otro tiempo. un aroma, una luz, una piel, un manto cálido... el aliento se me encoge por la autenticidad de los recuerdos.

- «¡Silencio! Suena un concierto de violín.»

un lejano viento de siglos ha tallado el alma de esta música y yo a su lado no soy nada. asomarme al abismo de sus notas es como mirar cara a cara el rostro del tiempo... y el espejo de mi destino. La hermosura de la música acompaña el gozo de la evocación y fuerza a fijar mi mirada ante la visión de aquella lejana noche en que compartimos luna, abatidos junto al primer amarradero del Muelle España, único testigo de una escena que baja-ba el telón de aquel verano del 71, cerraba de manera definitiva mi adoles-cencia y abría la puerta a lo que habría de ser el remanso de una luna llena.

y la música exhuma del olvido todas las palabras calladas, todo lo que no supe decir en aquel momento. el diálogo entre el violín y el oboe se abre paso sobre las tinieblas de la oscuridad. La magia de paganini se mezcla con el sortilegio de la noche y me empujan al retorno. durante un momento el vértigo de la eternidad se asoma a mis ojos. pero en realidad…¿qué con-seguiré con ello? aunque me convierta en nota, jamás seré música.

…………………

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Mientras bajo por el barranco no soy consciente de que es mi últi-mo día de playa en el verano del 66. Mi madre me obliga a esperar a mi hermana, pero la muy cretina baja con una lentitud desesperante y estu-diada, con el único objetivo de hacerse la encontradiza con su muy amigo, de modo que salgo corriendo y supero a saltos –como siempre- la última parte del barranco de la huerta de José, para continuar a la carrera por los enormes deseos de alcanzar la playa donde ya se encuentran mis amigos. al llegar me pongo las aletas y nado hasta las proximidades de las melli-zas. conozco el sitio a la perfección y en qué lugar debo sumergirme para alcanzar mi objetivo. en un par de zambullidas consigo el preciado tesoro: una preciosa concha nacarada, casi transparente, de una luz brillante en su interior, y con los bordes absolutamente perfilados y en perfecto estado.

La concha, en sí misma, viene a representar un refugio para los sue-ños; una especie de regalo de despedida; un recuerdo para quien en ese momento alumbra mi pensamiento de quimeras y embute mi estómago de mariposas.

sólo más tarde, al regreso, en una lenta y plomiza subida, no por el barranco hacia el barrio, sino hacia el Monte Canca, tomo plena conciencia de que no sólo es mi último día de playa en el verano del 66, sino también el último día de mi vida en Villajovita, el barrio donde alumbró mi vida once años atrás.

desde el barrio, al otro lado de la carretera, en un extremo del Monte Canca, observamos un niño que se asoma con la mirada perdida y orien-tada a un punto de la Playa Benítez. no sabemos qué siente ese niño que ni siquiera aún se ha asomado a la adolescencia y ya anda asomado en las alturas del Monte Canca con la mirada perdida en un punto, allá abajo, en la Playa Benítez..

Lleva bañador, toalla y aletas, porque regresa de estar junto a ese pun-to de la Playa Benítez que la distancia, y una lágrima que comienza a resba-lar por su mejilla, convierten en diminuto.

es difícil saber qué tipo de sentimiento alberga tal imagen. se trata de un recuerdo difuso, pero al mismo tiempo certero de que algo especial hubo de tener aquella vieja historia de los niños que caminan por el borde creciente de la luna...

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al barrio se entraba desde abajo y se recorría hacia arriba. de tal ma-nera que una pelota que rodara desde lo más alto tenía dos caminos na-turales para tomar: Calderón de la Barca hasta la placilla, o la huerta de José hasta el arroyo. y aquella pelota tuvo a bien rodar en dirección al arroyo Bacalao hasta que el castaño de la huerta, ese castaño tan singular, tan que-rido por todos, detuvo su recorrido.

- «En el castaño hay un hombre así, muy tieso y muy blanco»

en pocos minutos, la huerta de José, se convirtió en un ágora de enorme magnitud, donde confluyeron todas las fuerzas vivas del barrio –cruel pa-radoja de lo que allí encontrarían– e incluso gentes extrañas de allende las murallas Merínidas que terminaron por destrozar la plantación de cebollas que José el de la huerta había cultivado en las inmediaciones del castaño de una huerta que no era suya, pero que le dolía tanto como si lo fuera.

el amor, ya se sabe, es cosa de dos o de tener buena mano. y Fali –que no entendió que el desamor también es cosa de dos– no debió tener buena mano, a pesar de su habilidad con la mecánica de las motos. de no ser así, resulta difícil comprender sus premonitorios paseos por las calles del barrio exhibiendo aquella soga de película del oeste y el pelo tirante, engo-minado de brillantina. nadie pareció tomarlo en serio hasta aquel fatídico día en que la pelota rodó hasta los mismísimos pies del castaño, donde Fali –después de prender en su solapa una nota explicativa– se colgó de aquella soga de película del oeste por causas del desamor.

dicen que aquel año –como era práctica habitual– el castaño dio sus frutos y que éstos se caían al suelo porque no había dios que se acercara a recogerlos. y ya sabemos que si no hay dioses, no hay fuego que robarles.

porque robar en la huerta de José el de la huerta, era como robar el fuego a los dioses del olimpo y llevárselo en el hueco del tallo de un hinojo, sólo que no esperábamos que prometeo hiciese lo que a nosotros nos corres-pondía y en lugar de hinojo sólo disponíamos de estrechos canutos donde esconder el fuego en forma de chorlitos descubriendo así, en cada una de las incursiones que hacíamos a la huerta, el mismísimo juego de la vida.

...y aquel castaño, justo el castaño hacia el que rodó la pelota; el mis-mo castaño que de manera obsesiva transitaba una y otra vez desde el corazón a la cabeza de Fali, nos ofrecía su fuego en forma de erizos en cuyo interior parecía estar la esencia misma del fruto prohibido. no nos movía el comer castañas sino el robar el fuego al castaño.

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La tentación era grande y era necesaria una operación rápida y pre-cisa para sustraer al castaño un buen puñado de erizos, sin dar tiempo de reacción al temido, pero nunca odiado, José el de la huerta. y esa operación se hizo; fulminante, limpia y estratégicamente bien planeada para que en los límites del tiempo disponible, los participantes y su botín estuviéra-mos a salvo de Zeus en la abierta llanura de un Monte Canca libre de los cíngaros que allí acamparon entre carros y ropas llamativas y que fueron la atracción irresistible de un tropel de niños del barrio a pesar de la expre-sa prohibición paterna de acercarse a ellos.

Librados de Zeus, quiso la diosa Fortuna que no nos librásemos de los mortales. y así es como, después del entretenimiento en sacar las cas-tañas, vinimos en arrojar ramas y erizos hacia la carretera que separaba de Villajovita –hoy Avenida de Lisboa- justo en el momento en que pasaba la inseparable pareja motorizada de la Benemérita.

La advertencia del infortunio –paradójica fortuna– se produjo de ma-nera inmediata, por lo que el comando que había desarrollado el asalto al castaño no tuvo más alternativa que iniciar una huida desesperada y frené-tica a través del antedicho Monte Canca, ante los ojos atentos de clímene, y otras oceánidas que observaban la escena desde Villajovita. de esta forma, una operación que se había iniciado con rapidez, limpia y estratégicamen-te bien planeada, terminó por convertirse en un hecho indigno de nuestra condición de titanes, huyendo con el rabo entre las piernas y obligándonos a restringir nuestras acciones durante un prudencial y obligado tiempo. por aquella vez, no obstante, el águila se quedó sin hígado y la aventura la prendimos en el tallo de nuestro particular hinojo.

a diferencia del castaño, los pájaros de la huerta de José no pertenecían al territorio de la huerta, pero allí mismo campeaban disputando dicho territorio a los niños del barrio y de esa disputa –en una excusa de emula-ción trófica– nació la costumbre de cazar pajaritos en la que todos los niños de Villajovita participaban con mayor o menor pericia, incluida Mariquita hasta el día en que contempló a su hermano Mané rematar a los alcaudo-nes lanzándolos contra el suelo y decidió renunciar de por vida tanto a la labor de desplumado que había hecho hasta entonces y, por supuesto, a la ingesta de pajaritos fritos.

Pepito, un experto cazador de alcaudones, solía distribuir sus trampas bajo el castaño, lugar de gran idoneidad, según él, por la situación en pen-

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diente del terreno, que hacía que cayeran un buen numero de alcaudones, cuando no, una pelota extraviada, camino del arroyo Bacalao.

nunca pensó Pepito que pudiera haber tanta diferencia entre el ca-dáver de un alcaudón atrapado en una de sus múltiples trampas y aquel cadáver de un hombre joven, repeinado con brillantina, que colgaba de una rama del castaño con una nota prendida en la solapa.

cazador noble, que al oír los tiros, recogió sus capas y se pegó el piro. abandonó Pepito sus trampas para alcaudones y salió a escape por los sembrados de cebollas que había plantado José el de la huerta, refugiándose en el cuartito que tenía al lado del gallinero de su casa. pero no dijo nada a nadie y sólo más tarde, cuando la muchedumbre se congregó en torno al castaño, se sumó al gentío que terminó destrozando las cebollas. y desde aquel día Pepito, realizando un cerco mental de muchos metros, dejó de poner trampas bajo el castaño...

Lo cierto es que éramos jóvenes, muy jóvenes. tanto que nuestra me-moria no alcanzaba a saber desde cuando aquel algarrobo se encontraba en el mapa de la huerta. seguramente era anterior al propio José el de la huerta y tampoco le daba alcance la memoria de nuestros abuelos, pione-ros de un entonces joven barrio del campo exterior en el que Jovita sufra-gó los gastos de alcantarillado y aportó fondos para la construcción de la primera escuela pública. en algún momento supe –o soñé– que cortaban aquel algarrobo y con él cortaban una parte de mi infancia.

Éramos tan jóvenes que la pubertad seguía en el horizonte de nues-tras vidas sin que por ello dejásemos de ser presa de la llamada de las fero-monas, de la curiosidad, o de los caminos que para unos y otros se abrían en ese horizonte, de manera tan natural como aquel camino que la pelota tomó en su descenso hacia el barranco. La realidad se asemeja, a veces, tanto a la leyenda que las fantasías de adultos se convierten en lo que un día fueron solo juegos infantiles.

no había nada premeditado. ninguna estrategia que analizar pasado el tiempo, ni técnica alguna que dominar. sólo el goce de caminar por el territorio, desde luego no por el mapa, con extravíos y éxtasis, crepúsculos y amaneceres. La aventura de la exploración era la posibilidad de equivo-carse para conocer lo ignorado y para robar, de nuevo, el fuego a los dioses del olimpo.

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el caso es que aquel día, bajo el algarrobo centenario, tocó hacer de enfermo y médico, de enfermas y de enfermeras, o tal vez simplemente de pacientes en espera… no lo recuerdo con exactitud, ni tampoco es im-portante en este punto el recuerdo. sí que revivo que tocó tocar, explorar, sentir, gozar de una experiencia, llevarse el fuego en el hueco del canuto chorlitero, a la sombra de un viejo algarrobo como único testigo.

La historia se funde en el tiempo con aquella otra de los niños que caminaban por el borde de la luna, como si de una nube amenazante de agua se tratase, quedando en la actualidad, como tantas otras, suspendida a una altura que resulta indiferente a los nuevos vecinos del viejo barrio de Villajovita, abarcando con su superficie un recorrido que partiendo desde la mismísima Playa Benítez, asciende, como si de una lengua bífida se tra-tara, por los escalones de Leandro Fernández de Moratín y, al mismo tiempo barranco arriba dejándose guiar por las imborrables huellas que cientos, miles de pasos, fueron horadando, en el caminar de los años, a través de simples chancletas de playa, anchas botas en los días de lluvia o recios zapatos Gorila de aquellos con los que se regalaba una pequeña pelota de goma verde.

alcanza la nube la altura del barrio efectuando una pinza que se cie-rra desde el llano de Mariquita, ahora convertido en aulario de exclusiones, y desde el propio barranco ya escriturado y urbanizado, de tal manera que al unirse forma un frente cálido que abarca en todo su ancho, desde lo que fue la mismísima huerta de José, hasta el eje de Calderón de la Barca y de esta forma avanzar hacia arriba, ocupándolo todo hasta su llegada a los pies de las Merinidas donde, si no procede realizar ninguna descarga, da media vuelta, modificándose en una masa más estrecha pero de considerable lon-gitud, que toma Lope de Vega hacia abajo, se abre en un postrero requiebro hacia la zona de la escalerilla, para finalmente agruparse alrededor de la antigua tienda de Morant, iniciar un sosegado descenso por Genaro Lucas y terminar por adentrarse, entre los edificios que un día fueron transparentes, hacia la Playa Benítez, emplazamiento natural de cualquier nube de amor que se precie.

en ningún momento los viejos habitantes que aún permanecen en el barrio se sienten amenazados por esa nube que derrama, en realidad, lá-grimas de recuerdo y que al ser depositadas en el suelo forman, de manera perfecta, la figura de un anillo.

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el anillo que guardaba la Princesa entre sus manos.

- ¿Me das tu amor?

acaso hubiera ocasión en que la réplica fuese “¡calabazón!”, pero la nube siempre contiene la misma respuesta:

- ¿Por qué no?

La voz de mi madre gritando mi nombre es una constante en el barrio conocida por todos y me saca del ensueño del juego. Me doy por aludido y camino de regreso a casa. ya en el cruce del Chalet con Jacinto Benavente, se me aparece Manolito insultándome: ¡Chumbo! ¡Chumbito!... desconfío porque me viene a la memoria cierta ocasión en que Andresito utiliza esa estratagema. Me envía a alguien de su banda como cebo, para que salga en su persecución mientras él me espera emboscado en algún rincón oculto con el objetivo de ajustarme las cuentas. Andresito y yo ajustamos de vez en cuando las cuentas, pero la sangre nunca llega al arroyo Bacalao porque las querencias y desavenencias van cambiando por época y porque mis señoras abuelas isabel y Lola, mujeres con lenguas difíciles de atar, les ponen las peras al cuarto a mi amigo/rival Andresito de cuando en vez, amenazándolo con las consecuencias de tocar a su nieto.

sin embargo, en esta ocasión, Manolito no toma en su carrera ninguna ruta sospechosa y yo me apresto a realizar una veloz persecución que debe tener como riguroso límite el inicio a la bajada por la escalerilla del colegio de paco canto. una vez que llegue a este punto la persecución es carne de fracaso. su casa está muy próxima y la escalerilla no es lugar para lances de honor. Me esfuerzo lo indecible por recuperar terreno pero lamentable-mente llega a la escalerilla cuando casi me encuentro a un palmo de él. tan próximo que incluso me atrevo a bajar un par de escalones...

...el porrazo es mayúsculo y, aunque amortiguado por la alfombra, me encuentro algo aturdido. parece que no he sufrido daño físico y no siento la húmeda calidez de la sangre por ninguna parte. Me quedo ador-milado y al cabo de algunos minutos me despierto y, con decisión, vuelvo a encaramarme a la litera nueva que nos ha construido mi padre y a la que habrá de ponerse a partir de entonces unas barras que protejan de las carreras tras Manolito.

el recuerdo, aún diáfano en el tiempo, pueda que no sea cierto, pero ante mí se abre con nitidez un espacio cuadrado, rectangular tal vez, todo

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cercado de un cañaveral que hacía de ese espacio un lugar hermético, poco permeable. todo, excepto una pequeña abertura en una de sus esquinas por donde se entraba… y por donde uno se veía obligado a salir. y allí, en lo más alto de las cañas, se encontraba el canuto necesario para el trans-porte del fuego de Zeus, primorosamente envuelto en un bello plumón que habría de despojarse antes de que canuto y chorlitos, chorlitos y canu-to, formaran una sólida unidad bendecida por el mismísimo ares.

Quiso la fatalidad que aquel día, en un último intento por alcanzar el deseado carrizo, me quedase sólo en aquel espacio cuadrado, rectangular tal vez, todo cercado de cañas y con una única salida… obstruida por José el de la huerta. La embestida, como si de un forçado portugués se tratase, la realizo avanzando hacia José el de la huerta, templando los pasos con un con-toneo no exento de chulería y miedo, hasta que se produce el embroque, que resulta templado, sin brusquedad y que me permite pasar entre las piernas de Cerbero, en veloz huída en paralelo y a lo largo del arroyo Bacalao.

y junto al arroyo transcurre la carrera, huyendo de José el de la huerta y, al mismo tiempo, sin dejar de oír aquel ruido tan enorme, tan des-proporcionado a la escasez de agua, y dentro del ruido del agua otros ruidos, otros grandes y muchos sonidos de todos los fantasmas que se esconden detrás de esas voces que dibujan en mi particular imaginario un rosario de bestias que me impelen a correr, a ciegas, entre un bosque de dudas y de peligros que se cierran sobre el trayecto que obligatoria-mente debo transitar.

es como si en el interior mismo, o debajo del arroyo, suene otro arro-yo en el que se oyen voces, susurros y cantos de gentes y gritos; y al mismo tiempo una música como distante y de cadencia excitantemente bella. y se oyen quejidos de ranas, gallos que cantan, gemidos o llantos y en fin, infinitos sonidos, de misteriosos habitantes, de raros seres que deben vivir bajo el agua o debajo de la tierra incluso. seres tremendos, los que acom-pañaban la carrera junto al arroyo Bacalao; extraños seres que no poseen finalmente ningún atributo de animal conocido, de gentes o de cosas, sino nada más que sonidos, a los que de manera repentina se suma el sonido de la lluvia, casi al final de la carrera que termina, jadeante, cuando el arroyo abandona definitivamente la huerta y el espacio se abre y da entrada a un chaparrón sofocante entre el que se percibe, de nuevo, la misteriosa músi-ca en forma de voz que invita a jugar bajo el aguacero.

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y luego, al resguardo de la lluvia, oyendo el dulce y cálido sonido del agua, sintiendo el olor de la tierra empapada y en el olvido ya de los otros sonidos, se encuentra ella, mojada, empapada de olor tibio de lluvia, sin-tiendo cada fría gota que toca sus manos y, de repente, cuando todo está húmedo, cuando el ruido de la lluvia se hermana con la humedad de los vientres, caen las últimas gotas… y la magia se desvanece.

…………………

suavemente se extingue la fascinante música. paganini calla su violín. La luz de la luna, en cambio, permanece como un recordatorio de que su estela es un camino de ida y vuelta. no se trata sólo del miedo a la oscuri-dad que representa la ausencia. como la misma música, envejezco y estoy cansado. a veces sólo quiero cerrar los ojos y dormir.

porque a su lado puedo dormir. de modo que aparto aquella presen-cia entremezclada con mi aliento, a veces, nostálgico. Guardo, sí, su con-torno, su pelo, su mirada lejana. envuelvo su sonrisa entre los pliegues de mi memoria hasta que el definitivo cruce del Aqueronte venga a borrarla...

pero antes de que llegue Morfeo, vuelvo a observar la misma luna creciente en cuyo borde se dibuja ahora el caminar, imagen del devenir, de un hombre y de otra mujer que aparece, de manera casual, inmedia-tamente después de aquel lejano verano del 71. un caminar en el que se confunden recuerdos que cuesta aflorar, que encarecen la memoria, y un presente que no hace más que confirmar la plenitud de la luna. Cojo de la mano a esa otra mujer, confirmo mi deseo de recorrer con ella la luna entera y siento que, en la cercanía del alba, va siendo hora de desatar el hechizo y entregarme al sueño reparador.

L

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Llos Ingleses

rosa ramón GarcíaBIBLIOTECARIA

hubo un tiempo que tenía la extraña costumbre, como seguramen-te la calificarán algunos, de frecuentar el cementerio cristiano de Ceuta. dejando a un lado los sentimientos que esta costumbre pueda provocar en el lector, voy a contarles los terribles momentos que viví durante esta etapa de mi vida y que ahora rememoro para ustedes.

En esta época a la que me refiero, solía acompañarme al cemente-rio un amigo de la infancia cuya principal afición era recopilar anécdotas, historias y relatos de toda clase. Mi amistad con él se remonta a mi más tierna infancia, pues nuestras familias se conocían de toda la vida por su condición de vecindad y ya saben ustedes, que los vínculos que unían a los vecinos en otro tiempo eran realmente estimables, surgiendo entre no-sotros un cariño que se ha mantenido a lo largo de los años y que perdura hasta hoy. si de todo lo que pasó hubiese de reprocharle algo a mi amigo, sería el haber respetado demasiado mi intimidad, no queriendo inmiscuir-se en mis asuntos, cuando probablemente debería haberlo hecho debido al deplorable estado en que, sin duda, me encontraba. en cambio, debido a la estima que me tenía, esperó el momento en que yo acudiera a él, como al final tuve que hacer.

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todo empezó una soleada mañana de primavera.

habíamos limpiado las lápidas de las tumbas de mis familiares, les habíamos puesto flores y habíamos visitado la de otras personas que no creo pertinente nombrar aquí, y ya bajábamos por la empinada calle prin-cipal del cementerio, cuando mi amigo señaló una tumba sellada con una tosca losa de mármol blanco sobre la que estaban escritos unos nombres. Me dijo que ahí estaban enterrados dos marinos de la armada inglesa que habían muerto ahogados en las aguas del estrecho. Mientras me contaba lo que sabía de la historia, nos habíamos parado frente a la tumba. yo la miraba fijamente intentando leer los nombres grabados y ahora, recor-dando todo lo sucedido, me doy cuenta de que fue en ese preciso mo-mento cuando empezaron mis ensoñaciones, cuando empecé a dejarme seducir por ellos.

hicimos el camino de vuelta en silencio. no dije nada, pero la his-toria que me había contado mi amigo me había impresionado bastante. Mientras caminábamos, yo imaginaba los cuerpos muertos flotando en las revueltas aguas del estrecho, un día o una noche de invierno, a través de la oscuridad de la noche y la claridad del día. Veía sus cuerpos zaran-deados por las olas, hasta que éstas, cansadas de su juego, los dejaban abandonados en la playa. Veía el terror y el miedo apoderarse de la mujer que descubrió los cadáveres; las manos apretadas contra su cara; el cuerpo encorvado mirando lo que no quería ver; oí sus gritos pidiendo ayuda; la vi correr hundiendo los pies en la arena; vi la playa llenarse de gente; oí la sirena de la policía, de la ambulancia…

unos días más tarde, insistí a mi amigo para que me contara con más detalle la historia de los ingleses. tenía muchas preguntas que hacerle, y la más significativa ¿Por qué habían enterrado a dos hombres en la misma tumba? apenas recordaba lo que había leído hacía tiempo, me dijo, sólo lo que ya me había contado, pero ante mi impaciencia por conocer más detalles, recreó una historia que, aunque no se ajustaba totalmente a la realidad, me dejó satisfecha, al menos, por el momento.

Me contó que durante la segunda guerra mundial un barco inglés de guerra, con base en Gibraltar, se vio sorprendido por un bombardeo italia-no cuando vigilaba las aguas del estrecho. Mientras escuchaba su terrible relato, ahora más pormenorizado, las imágenes de hombres desesperados

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luchando por salvar su vida volvieron a mi mente. Mi amigo continuó hablando durante un rato, pero yo ya no le oía, absorta como estaba en macabras visiones. cuando volví en mí, mi amigo miraba las blancas y gri-ses gaviotas que volaban por encima de nuestras cabezas. parecían andar revueltas. El hablaba ahora de la revolución de los pájaros y la influencia que tenía la temperatura del mar en este fenómeno.

antes de continuar con mi relato, quiero que sepan que en esta épo-ca yo atravesaba un momento personal bastante delicado, por decirlo de alguna manera. acababa de separarme de mi marido y, llena de dolor, decidí alejarme de todo y refugiarme en mi propia tragedia. alquilé una casa a las afueras de la ciudad, en la carretera del cementerio, y hasta él empecé a ir con bastante frecuencia, hasta que estas visitas se hicieron tan rutinarias que se convirtieron en parte de mi actividad diaria, sobre todo desde que conocí a los ingleses.

cada mañana salía a pasear. subía por la cuesta del Monte hacho, luego bajaba hasta el cementerio para volver a mi casa, siempre con un manojo de flores silvestres en la mano, las que quería poner en la tumba de los ingleses y nunca me atreví.

cuando alquilé aquella casa, mi amigo no quiso que pasara sola mis primeros días en ella. en un principio, sólo pretendía acompañarme hasta que me acostumbrara a mi nuevo hogar, pero su presencia llegó a con-vertirse en algo habitual. cada tarde nos sentábamos junto a la ventana, frente al mar, mirando el enorme peñón que tan nítidamente se ve los días claros de poniente. nos acompañaban siempre unas botellas de nuestra bebida favorita, que yo unía a mis ansiolíticos, antidepresivos y otros, y una de aquellas músicas de vanguardia que tanto le gustan a mi amigo y que invariablemente ponía en su ordenador portátil. a veces me contaba alguno de sus relatos, a los que escasamente yo prestaba atención: había de dejado de interesarme toda historia que no fuera la de los ingleses.

una de aquellas noches, cuando mi amigo se iba, le acompañé hasta la puerta y cuando llegué vi que estaba cerrada, pero yo quería entrar… decidida a hacerlo, rodeé el muro que separa a los vivos de los muertos buscando un sitio por el que colarme. reuní unas cuantas cajas de made-ra que encontré por allí, las apilé contra el muro por la parte más baja, y salté. una vez dentro, me pareció que la noche se hacía más oscura, que la gigantesca ala de un ave se había interpuesto entre nosotros y la claridad

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que emanaba de la luna. unas luces me guiaban y me indicaban el camino que tenía que seguir. sentía que muchos ojos me miraban con curiosidad y mis oídos estaban alerta a cualquier sonido, pero lo único que escuché fue el silencio de los muertos. cuando después de andar un rato me paré ante la tumba de los soldados, fijé la mirada en sus nombres grabados en la piedra y me pareció que las letras caían al suelo e iban formando nuevas palabras que no llegué a leer, porque el sonido que hacían al caer junto con un leve quejido que oí a lo lejos me despertó y, al abrir los ojos, vi como mi perro me miraba asustado.

Junto al cementerio se encontraba el viejo tanatorio, donde como to-dos sabemos, los muertos esperan la hora de pasar a su última morada. en cierta ocasión, vi entrar en él a una mujer que, por su aspecto, me pareció que no era ceutí, ni siquiera española. entré tras ella, y simulé ir a velar el cadáver de uno de los difuntos que había allí en aquel momento. La estuve observando durante las cerca de las dos horas que permanecí sentada al lado de una anciana que resultó ser una prima del muerto al que yo fingía acompañar. cuando la vi salir fui tras ella y la abordé:

- ¿perdone, es usted inglesa?

- ¡pero qué dice! ¡yo soy española de toda la vida!

- ¡ah, lo siento, la he confundido!

salí de allí avergonzada de mi conducta y cuando llegué a mi casa, intenté serenarme y recapacitar sobre mi comportamiento y lo que me es-taba ocurriendo. tomé mi dosis habitual de antidepresivos y ansiolíticos con un par de tazas de café aromatizadas y me senté junto a la ventana. Me daba cuenta de que estaba perdiendo el control de mi vida, que algo o al-guien se estaba apoderando de mí. en un alarde de valentía interior, decidí que aquello tenía que acabar, y que tenía que reconducir mi vida: volver al trabajo, olvidar a mi marido, hacer ejercicio. pero al mismo tiempo que hacía estos propósitos, me daba cuenta de que ya era demasiado tarde. cada noche soñaba con los ingleses. unas veces me llamaban; otras me hablaban y me decían algo que yo no lograba entender. pero la mayoría de las ocasiones, los veía luchando contra las olas. yo los miraba desde la profundidad de mis sueños, y algunas veces vi la cara de mi marido en el cuerpo de uno de ellos.

así pues, la intención de recuperar mi vida cayó en saco roto. sólo duró el tiempo que tardé en proponérmelo. empecé a ir a la hemeroteca

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municipal, a pasar tardes enteras buscando noticias de naufragios y de-sastres navales en el periódico local. tenía que ahondar en la historia que mi amigo me había contado, tenía que descubrir quiénes eran aquellos hombres. sin embargo, al poco tiempo dejé las indagaciones, convencida de que en un periódico no encontraría la respuesta ni a lo que verdadera-mente ocurrió ni a lo que me estaba pasando.

Voy a detenerme ahora un momento en la narración de los aconteci-mientos porque quiero que lleguen a comprender realmente mi situación haciéndoles notar cómo mi trastorno emocional se veía agravado por la incidencia de dos hechos que, actuando el uno sobre el otro, me condu-jeron a un camino sin retorno. La herida que el abandono de mi marido me había producido parecía buscar refugio en la historia de los ingleses, mientras que éstos andaban buscando un hueco, un resquicio por el que entrar en mi vida, habiéndolo hallado en la llaga abierta por mi marido. y así andaba yo, sumergida en un mundo de confusiones y fantasías en el que las semanas, los días, las horas pasaban en un mar de ensueños: el mar que había matado a los ingleses, el mar de dolor y desesperación en el que me hundió mi marido cuando me dijo Me voy, me he enamorado de otra mujer. Quédate con el perro.

en contra de los propósitos que me había hecho, aumentaron mis vi-sitas al cementerio. iba sola. en muy pocas ocasiones llamaba a mi amigo, sólo lo hacía cuando tenía que limpiar las lápidas y cambiar las flores. Muchas veces subía por la carretera del Monte hacho, donde había locali-zado un punto para vigilar la tumba de los ingleses y ver si alguien iba a ponerles flores. A veces tuve la tentación de ir allí con un libro de poemas y sentarme bajo su tumba a leer poemas de amor y muerte pero afortuna-damente, la cordura todavía no me había abandonado del todo.

un día noté la extraña mirada del guarda del cementerio. al siguiente, me acerqué a él y le conté una historia de que estaba haciendo un estudio sociológico sobre el comportamiento de familiares y amigos cuando van al cementerio, sus gestos, actitudes. Le hice una larga y bonita entrevista; alabé sus conocimientos y sus acertados comentarios; me asombré de su larga experiencia y le prometí citarlo en mi artículo cuando lo publicara. Desde entonces no volví a encontrarme con su desconfiada mirada.

sé que mi amigo me veía más extraña que nunca y que fue dándose cuenta del proceso de transformación que yo estaba sufriendo, pero siem-

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pre discreto, intentó no inmiscuirse en algo que nunca llegó a sospechar que estaba tomando tan grandes dimensiones. sólo me acompañaba al ce-menterio cuando yo se lo pedía, y de vez en cuando, me traía chocolatinas, para levantar el ánimo, me decía burlándose de mí, chocolatinas que yo daba, sin dudar, a mi perro.

en una ocasión en la que mi amigo y yo intentábamos pegar con ce-mento la lápida de la tumba de mi abuela, le dije,

- oye paco, ¿tú crees que alguien viene alguna vez a limpiar la tumba de los ingleses?

- ¡y yo que sé!- me dijo mientras echaba cemento en la losa y la empu-jaba intentando que se quedara en su sitio. Ve sacando el bote de pintura blanca que esto está ya, vamos a pintar las letras, casi no se ven.

La idea de limpiar la lápida de los ingleses me atraía cada vez con más fuerza. desde donde yo la miraba no se veía sucia, pero la decisión de acercarme a ella ya estaba tomada. se lo hice saber a mi amigo y éste, como me imaginaba, se encogió de hombros y me dijo como quieras.

no deseaba llamar la atención. sabía que resultaría bastante extraño ver a dos ceutíes limpiando una tumba que para nadie existía, una tumba ante la que ninguna persona se detenía, una tumba que pasaba desaperci-bida para todos y que yo pretendía que siguiera siendo así. decidimos que el día de todos los santos era el momento más apropiado. iba tanta gente que nadie repararía en nosotros.

cuando subí el último peldaño de la escalera y me encontré frente a la fría lápida sentí cómo un ligero escalofrío recorría mi cuerpo, y noté que una fina capa de niebla me separaba de ellos, pero en un instante, ésta se abrió envolviéndonos en el mismo espacio. Me invadió entonces una extraña sensación, como la de haber entrado en otro ámbito de la realidad desconocido para mí, como si se hubiese abierto la puerta de un mundo sensorial distinto al nuestro. Miré hacia abajo y vi a amigo agarrando la desvencijada escalera a la que estaba subida, ajeno a lo que estaba pasan-do. intenté sobreponerme al horror que sentía, pensando que era la altura lo que me provocaba aquel efecto. un simple mareo, pensé. alargué el bra-zo hasta la lápida y un frío helado volvió a recorrer mi cuerpo cuando el trapo que llevaba en la mano entró en contacto con la losa. retiré la mano enseguida y al mirar el paño húmedo me pareció ver cómo de él salía una

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nubecilla de vapor de agua. terriblemente asustada, bajé lo más deprisa que pude. Mi amigo se asombró de que hubiese terminado tan pronto, pero no se dio cuenta de la palidez que seguramente invadía mi rostro, ni del temblor que agitaba mis manos. no está sucia, paco, seguro que el guarda la limpia de vez en cuando, le dije intentando que no se fijara de-masiado en mí. Seguro, contestó. Me alargó el ramo de flores que íbamos a poner, pero le dije que había cambiado de idea y que era mejor dejarla como estaba.

habían pasado algunos meses desde que mi amigo me habló de la tumba de los ingleses. y, a excepción de las visitas a la hemeroteca buscan-do información sobre desastres navales en el estrecho, llevaba todo este tiempo sin salir de lo que yo llamaba mi territorio: mi casa, la marmolería que seguramente había hecho todas la lápidas del cementerio, incluida la de los ingleses, la carretera que me llevaba al cementerio, la cuesta que sube al Monte hacho, el monumento que lleva grabada la fecha 17 de julio, el mar, los ingleses. Gran parte del tiempo que pasaba en mi casa lo hacía junto a la ventana que da al mar en un estado de consciencia que, en muchas ocasiones, no sabría decir si estaba dormida o en vigilia, si lo que oía era el rumor del mar, la radio, los ingleses llamándome o los ge-midos de mi marido haciendo el amor con la otra. Lo que sí puedo decir con absoluta certeza, es que la mayoría de las veces quien me devolvía a la realidad eran los lametazos de mi perro.

el único nexo que me unía con el mundo exterior era mi amigo, que abría una hendidura por la que en mi vida entraba cierta dosis de realidad. este nexo era muy débil, tanto como lo puede ser la fuerza con que unos rayos de sol atraviesan las nubes del frío invierno, pero en esos escasos y débiles momentos, yo me daba cuenta del lamentable estado en que me encontraba. aproveché en un par de ocasiones esta abertura para salir de mi opresivo ambiente y en ambas ocasiones me llegué hasta la parada de autobús que hay frente al hospital de la cruz roja, me subí a uno y llegué hasta la última parada, pero tan desorientada al bajar que volvía a subir de vuelta a casa.

una vez llegué a estar dos días sin ir por el cementerio. creí que los ingleses habían dejado de llamarme y en lugar de serenarme el ánimo como creo debería haber sido, y en ello supongo que el lector estará de acuerdo conmigo, empecé a sentir un gran desasosiego y una inmensa

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inquietud. cogí una cámara de fotos con las que hice siete fotografías a la lápida de los ingleses, pensando que tal vez en esa secuencia, siete, encon-traría alguna respuesta. colgué las siete imágenes en un panel frente a mi cama y me dormía cada noche esperando encontrar esa respuesta. en vez de respuestas obtenía sueños imposibles, donde la balsa de Gericault se mezclaba con la armada inglesa; donde a una chica de delgadas piernas se la comían los peces, mientras mi marido ponía flores en mi propia tumba. rompí las fotografías una de aquellas infernales noches y me tomé una buena dosis de somníferos.

según me contó mi amigo, estuve dos días en un estado de aturdi-miento del que no consiguió sacarme. aguantó todo lo que pudo antes de llamar al médico, pero al final no le quedó otra opción y me ingresaron en el hospital. cuando volví a casa, allí estaban ellos, esperándome. nada más entrar sentí su presencia, y entendí su mensaje. Me derrumbé sobre una silla y ya por fin, sin fuerzas para seguir adelante, le conté a mi amigo toda la situación que llevaba viviendo desde que me habló de los ingleses.

Me propuso ir a ver a un vidente.

no sé qué buscábamos en esos lugares. yo llegaba de la mano de mi amigo, siempre con los sentidos embotados, quizá intentando encon-trar el sosiego perdido, tal vez alejar las sombras que poblaban mi mente ¿contactar con los ingleses?

el ritual era siempre el mismo. por eso, después de las dos o tres pri-meras sesiones a las que fuimos dejé de interesarme y asistía a ellas de una manera rutinaria. de todas las reuniones a las que asistí, apenas me que-dan recuerdos, he olvidado casi todo. Lo único que permanece de manera indeleble en mi recuerdo es el olor de las velas al consumirse y el humo que inevitablemente, me irritaba los ojos.

no quiero aburrir al lector, que seguro tendrá cosas más interesantes que hacer, con los pormenores de estos rituales a los que mi amigo y yo nos entregamos tan libre y despreocupadamente.

por eso, voy a referirme a la última sesión, aquella que debería haber sido una de tantas, pues nada nos había hecho presagiar que aquella fuese a ser distinta a las demás. es cierto que la mujer que nos recibió en esta ocasión, llamó nuestra atención ¿por qué, se preguntarán ustedes? pues precisamente por su normalidad. no llevaba ningún turbante en la cabeza,

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ni amplio vestido que le cayera hasta los pies. su singularidad estribaba precisamente en la naturalidad. y como digo, aquella reunión no hubiera sido diferente si no es por el leve estremecimiento que sacudió a mi amigo y que a mí, seguramente me habría pasado inadvertido, si no llega a ser por la ligera y extraña presión que ejerció sobre mi mano, asida a la suya en aquella rueda humana alrededor de la mesa que formábamos junto con la vidente. Miré a mi amigo y ni la más leve contracción muscular ni el más tenue pestañeo daban vida a aquel rostro que miré preocupada. Le llamé con suavidad, pero no me oyó. asustada, le sacudí levemente y al momen-to pareció volver en sí. Mientras la vidente preparaba unas infusiones y mi amigo volvía a la normalidad, la noche había caído sobre la ciudad y las luces de las farolas callejeras entraban en la habitación. convencida de la total recuperación de mi amigo, me dirigí a él, y en tono afectuoso le dije:

- ¡Vámonos, paco! Mi amigo se volvió hacia mí y secamente, me respondió

- deja de llamarme paco. Me llamo Wilson, Wilson Mcalister.

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Lla úlTIma conversacIón

eloy del río BuenoPROFESOR DE SECUNDARIA

esta fue la última conversación que mantuve con alguien muy espe-cial, con quien conviví muchos años en un tiempo ya lejano. era una con-versación que sabía que tenía que llegar y que yo temía. Fue intensa, pero cuando terminó tuve la impresión de que había aprendido muchas cosas nuevas sobre la vida.

…………………………

alguien me dijo que le quedaba poco tiempo, que si no me daba prisa quizás no volvería a verla… Me dirigí a su encuentro una tarde de no-viembre, de esas en las que el sol hace un postrero esfuerzo por brillar tratando de emular los alardes de meses anteriores. iba algo nervioso, in-seguro. no sabía cómo iba a reaccionar, hacía varios años que no la veía. tampoco sabía cómo debía actuar, pero tenía que ir. Mi conciencia no me dejaría en paz cuando supiera que ella ya no estaba y que no había ido a verla por última vez.

La encontré donde siempre y casi como siempre, aunque más vieja y deteriorada. percibió mi presencia antes de verme, no había perdido ni un

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ápice del sexto sentido ni de la inteligencia que siempre había conocido en ella. Me miró fijamente y en su gesto quise interpretar algo así como “te esperaba”. así comenzamos nuestra última conversación…

“sabía que vendrías. nadie me lo había dicho, pero lo sabía”.

“eso me ha querido parecer cuando me has mirado. ¿cómo lo sabías?”.

“te conozco bien. no eres de los que dejan que alguien esté próximo a su fin sin darle unas palabras de consuelo, un rato de compañía”.

“¡no te hagas la víctima –le dije tratando de quitar dramatismo-. te veo muy bien”.

“déjate de tonterías. Los dos sabemos que me queda muy poco. aunque podría aguantar un poco más, sé que ha llegado mi hora”.

se me hizo un nudo en la garganta y pensé que no debía haber ido a verla.

“pero cambiemos de tema, no quiero que te arrepientas de haber ve-nido. ¿cómo estás?. ¿cómo está tu familia?”.

parecía no guardarme rencor a pesar de que yo había dejado pasar mucho tiempo, demasiado tiempo sin verla.

“estamos bien. Bueno, siempre hay pequeños problemas de trabajo, de estudios de mis hijos, pero nada que no se pueda solucionar”.

“Lo sé, sé que estás bien. no hay más que verte para darme cuenta de que la vida te ha ido bien. Y no me refiero sólo a lo material sino, prin-cipalmente, a lo interior, a la satisfacción contigo mismo y con los tuyos”.

de nuevo me volvía a demostrar que a pesar de los años, a pesar de su deterioro, mantenía la mente clara y expresaba las ideas de manera nítida.

“La verdad es que no me puedo quejar, he tenido suerte en la vida”

“no, no digas suerte –me replicó con energía-. La suerte apenas existe. Recurrimos a ella con frecuencia, pero sólo puede explicar una parte ínfima de los acontecimientos. La suerte está llena de recovecos, de coincidencias, de casualidades… alinearlos todos para que coincidan es muy difícil. sabes que he visto y conocido a mucha gente y lo que ha ocurrido en sus vidas no ha sido fruto de la suerte. Yo creo en las ideas, en su defensa firme y conven-cida, en el trabajo, en el esfuerzo, en la ilusión… pero no en la suerte”.

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hablaba como siempre, con vehemencia y convicción, con la misma arrolladora seguridad que te hacía dudar de tus ideas y poco a poco te iba llevando a su terreno, convenciéndote de las suyas.

“pero no me negarás –le dije tímidamente- que hay personas que na-cen con estrella y otras que nacen estrelladas”.

“¡Qué simple es esa opinión!. ¡no se pueden sacar conclusiones de tan pocas premisas!. hay que observar, analizar, interpretar, razonar an-tes de concluir, de juzgar. tú siempre me has parecido una persona que piensa, por eso me ha extrañado que hables de la suerte como causa de las cosas, de la vida…”

“sé que llevas razón – le dije- yo también he pensado mucho sobre la suerte y otras cuestiones. Quizás hablamos a la ligera, sin calcular bien lo que decimos, porque vamos muy deprisa y no nos paramos a reflexionar sobre las palabras. siempre te he admirado por la mesura que tienes en todo lo que dices”.

“no me hagas la pelota, que te sale muy mal. sabes que siempre he tenido una gran ventaja: el tiempo. eso me ha permitido observar muchas situaciones y analizarlas. pero quiero hablar de otra cosa que para mí es importante. no tengo muchas ocasiones de dialogar con alguien como tú”

“ahora eres tú la que me hace la pelota” –le dije riéndome.

ella se contagió de mi risa y hubo una pausa en la que los dos nos miramos, como nos mirábamos muchos años atrás, cuando yo era un niño que volvía del colegio o un adolescente que llegaba del instituto y ella me esperaba, ansiosa de que le contara las cosas que había aprendido ese día.

“¿de qué otro tema quieres hablar?” – le dije mientras se borraba mi sonrisa.

“de la felicidad”.

No me lo esperaba. Yo temía que quisiera hablarme de la muerte, del final.

“sí, de la felicidad –me volvió a repetir con seguridad-. he pensado mucho sobre ella y quiero saber tu opinión, contrastarla con la mía. dime ¿eres feliz?”.

“sí. creo que soy feliz si tenemos en cuenta lo relativa que es la felici-dad, lo fácil que es pasar de ella a la tristeza o a la amargura. caminamos

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sobre la inestable cuerda floja de la felicidad y en cualquier momento nos podemos caer”.

“no sabes cuánto me alegro de oírte, porque eres feliz y porque co-incides en gran parte con mi idea de la felicidad”

“pero explícame –le dije intrigado-. explícame esto último que has dicho”.

“te lo explicaré. creo que no hay persona más feliz que aquella que se cree feliz, aunque objetivamente no tenga motivos para serlo. La feli-cidad es algo subjetivo, personal e íntimo y la única interpretación infa-lible es la que hacemos de nosotros mismos. cada uno está en posesión de esa única verdad”.

hizo una pausa, reflexionaba antes de continuar. yo la esperaba con interés.

“pero ¿qué es la felicidad? –me dijo. he pensado mucho sobre la feli-cidad y ¿sabes a qué conclusión he llegado?”.

yo moví la cabeza negativamente sin decir una palabra.

“La felicidad no es nada, es sólo tiempo, trocitos de tiempo. trocitos de tiempo que pasan ante nosotros y que tratamos de apresar, de retener. pero se nos escapan inevitablemente por entre los dedos. a veces conseguimos atraparlos momentáneamente pero al final siempre acaban escapando”.

Nuevamente hizo una pausa, dándome tiempo para que yo reflexionara.

“nunca había oído nada parecido. comparas la felicidad con trocitos de tiempo…”

“no –me interrumpió- no la comparo. La felicidad es sólo tiempo, trocitos de tiempo. nuestra vida es tiempo y la felicidad es una pequeña parte de nuestra vida. Luego la felicidad no es más que tiempo, pequeños trocitos de tiempo”.

“Me parece una definición bonita e interesante –le dije-. Y tú, ¿has sido feliz?”.

“Mucho –contestó- pero yo no podía ser feliz por mí sino por los de-más, por vosotros. yo era feliz cuando veía que vosotros erais felices y era desgraciada cuando os veía sufrir. seguro que te pasa algo parecido con tus hijos”.

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“sí, es cierto. ellos son mi principal fuente de felicidad y de tristeza”.

“eres afortunado, tienes hijos que te hacen sufrir y que a la vez te hacen feliz. a través de ellos perpetuarás tu obra y tu recuerdo, dejarás huella de tu paso por el mundo. ¿sabes lo importante que es dejar huella?. ¿Qué sentido tiene la vida si no dejamos alguna huella de nuestro paso?. ¿Qué queda de nosotros?”.

planteado de esa forma parecía duro, muy duro y terrible. “¿Qué que-da de nosotros?”, me pregunté mientras ella me miraba esperando una respuesta. no me atreví a contestar. después de unos segundos de silen-cio, ella continuó.

“sólo queda nuestro recuerdo. y puede ser bueno o malo. Los que te conocieron te pueden recordar con cariño, añorarte… o pueden odiarte y alegrarse de que hayas abandonado este mundo. sólo por el hecho de dejar un buen recuerdo, creo que merece la pena hacer el bien mediante cosas sencillas, haciendo lo que cada uno tiene a su alcance. no es nece-sario hacer cosas extraordinarias. todos podemos hacer el bien mediante actos sencillos”.

Hizo una pausa mientras yo reflexionaba con la mirada perdida.

“tú ya has dejado huella a través de tus hijos y un buen recuerdo tuyo perdurará en ellos, que a su vez lo transmitirán a su descendencia, hasta… Bueno, no sé hasta cuando. pero yo en cambio, ¿qué quedará de mí?”.

de nuevo la conversación había llegado a un punto complicado.

“creo que lo mismo que has dicho: tu recuerdo en todos los que he-mos estado bajo tu cobijo. el recuerdo de tu calor en las noches frías, de tu aliento en los momentos difíciles. no creas que eso se olvida. en mi caso te puedo decir que todos los días recuerdo alguno de los momentos que pasé contigo, los buenos y los malos. y tú siempre estabas ahí…”

“tus palabras me reconfortan y me dan esperanza. no sabes cuán-to he pensado sobre esto atormentada, sin saber si alguna vez alguien se acordaría de mí. Quizás ahora el final me resulte un poco más sencillo”.

seguimos hablando hasta el anochecer. hablamos de muchas cosas. ella me había visto nacer y sabía cosas de mí y de mi familia que ni yo mismo sabía. cuando llegó la hora de despedirnos, me dijo:

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“Vete tranquilo. yo estaré bien porque ahora sé que permaneceré en tu recuerdo. háblales de mí a tu mujer y a tus hijos, introduce un trocito de mí en sus cabezas. cuéntales algunas de las cosas que te he contado y que te han hecho reír. no te lleves esta última imagen de mí, llévate la imagen de otro tiempo, de cuando yo era joven y fuerte y podía acogeros a todos, protegeros del frío y del calor, compartir vuestras alegrías y confortaros en la tristeza”.

Me di la vuelta para marcharme, con un nudo en la garganta, pero ella de nuevo me llamó.

“por favor, prométeme una cosa. nunca dejes de valorar esas cosas sencillas, a las que la mayoría no da importancia e incluso menosprecia. precisamente en eso radica el secreto de la felicidad: disfrutar con cosas que los demás no comprenden. sácale jugo a cada minuto de tu vida, trata de convertirlo en sesenta segundos de felicidad. por favor, no lo olvides”. Por fin, me marché.

…………………………

esta fue la última conversación que mantuve con mi antigua casa, la casa donde nací. La casa que mi abuelo eloy construyó en un solar de 61,20 m2 que previamente había comprado al ayuntamiento de ceuta en 1946, en la Barriada de “el Morro”, por 703 pesetas con 80 céntimos. allí naci-mos cuatro hermanos, de los que sólo sobrevivimos dos. allí crecimos con nuestros padres y abuelos maternos hasta que estos fallecieron. allí vivió mi madre durante cincuenta y cuatro años hasta que se tuvo que mudar a otra casa con condiciones más adecuadas para su edad. allí vivimos mi hermano y yo hasta que nos casamos. allí pasé una buena parte de los mejores años de mi vida…

Esta última conversación no fue ficticia, la viví de manera real en mi mente, junto a ella, cuando fui a verla poco antes de que la derribaran. ella entendía lo que yo le decía y me contestaba. Fue muy duro saber que me estaba despidiendo de ella, que la estaba viendo por última vez. pocos días después volví y ya la habían derribado. en el lugar que ella ocupaba, ahora hay una gran casa de tres plantas. pero antes de que la hicieran, pude introducirme entre sus escombros, recorrer cada uno de esos rin-cones y llevarme un preciado tesoro que guardo como oro en paño: una vieja loseta de cada una de sus habitaciones. a veces las saco y las miro. recuerdo muchos de los momentos que pasé entre sus paredes y de golpe vienen a mi mente recuerdos imborrables de mi infancia y adolescencia.

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Mmamá se fUe, pero sIgUe aqUí

Joaquín rodríguez GilPROFESOR DE PRIMARIA

aquel viernes después de comer, al levantarse de la silla del despacho de su casa para prepararse un café, rafael escuchó el sonido estridente de su móvil. durante unos segundos permaneció quieto, de pie, sin despla-zar un sólo músculo, con la mirada puesta en el teléfono, tratando a duras penas de ocultar la realidad y haciendo lo imposible por reunir la totali-dad de la energía disponible en su ser, precisamente para huir de aquella escena y volver a renacer en otro lugar, muy lejos, a miles de kilómetros de allí. y es que sabía a la perfección que esa forma de llamar, cargada de insistencia y desesperación, sólo podía ser de su hermana María, recla-mando y suplicando angustiosamente ayuda para su madre, ana, que a sus recién cumplidos ochenta años, se iba poco a poco de esta dura vida, sin ni siquiera el derecho a reclamar un mínimo de dignidad en sus últi-mos momentos.

pero súbitamente, algo muy dentro de él le colocó repentinamente en su deber ser y le recordó, con absoluta nitidez, que justamente a esa ancia-na, que ahora estaba postrada en una cama como si fuera un despojo que ya no sirve para nadie, le debía infinitud de cosas que ella se las regaló, porque sí y desde el primer instante que vino al mundo, sin pedir jamás

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nada a cambio, aunque fuesen unas simples palabras de agradecimiento. seguidamente, enojado consigo mismo y recriminándose duramente esos pensamientos egoístas y repletos de ingratitud, que de vez en cuando aflo-raban en su mente en relación a las obligaciones que le deparaba el estado actual de su madre, cogió violentamente el móvil y pulsó con fuerza la tecla verde para aceptar la llamada, cerrando sus ojos e inspirando profun-damente todo el aire que sus pulmones eran capaces de retener.

— Dime, Mari: ¿qué le pasa a mamá? —preguntó rafael, resignadamen-te y temiéndose lo peor, sin saludarla previamente y dando por hecho que ese era el motivo, y no otro, que empujaba a su hermana para contactar con él.

— Mamá está muy mal. Tiene problemas para respirar. No habla, no pide levantarse de la cama para sentarse en la silla, se niega a ingerir cualquier ali-mento y desde que la operaron en el hospital de la fractura de cadera, cada día va peor. Y por si fuera poco, su cuerpo se ha llenado de escaras… ¡Se nos va, Rafael, se nos va para siempre! —expuso María, con voz entrecortada, llorando y extremadamente abatida.

— ¡Tranquilízate, por lo que más quieras! Me tienes a mí para lo que haga falta. Ahora mismo meto algo en la maleta y me voy para allá en el coche. ¿Qué te ha dicho el médico? —mirando el reloj y echando una ojeada apresurada a una tarjeta con los horarios de barcos desde algeciras a ceuta, que había sacado de uno de los cajones de la mesa.

— Yo sé mejor que nadie, por la forma de mirar, que ha arrojado la toa-lla y no quiere vivir más. No me hacen falta sus palabras para comprenderlo… ¡Pobrecita mía! ¡Pobrecita mi madre! —se compadecía ella, ahogada por su pena e impotente para responder en ese instante a la demanda de infor-mación de rafael.

— Mari, te lo ruego, contéstame: ¿su médico la ha examinado? —volvió a insistir él.

— Sí… —confirmó María tras una breve pausa, respirando muy des-pacio varias veces e intentando hallar algo de serenidad para conseguir continuar—. Esta mañana, al verla tan malita, avisé a su seguro privado. Vino ese médico sudamericano que ha hablado contigo en otras ocasiones y que es muy cariñoso con mamá. Me informó que su cuadro clínico se había complicado bas-tante y que con su edad las probabilidades de superarlo eran muy escasas. Cuando

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le pregunté si la llevaba al hospital, me expuso que esa decisión me correspondía exclusivamente a mí. Al insistirle en lo qué haría él si se diese el caso de que fuera su madre, me puso la mano en el hombro y afirmó que la dejaría en su casa para que al menos tuviera el derecho a morirse entre los suyos… ¿Qué hago, Rafael?

por unos segundos, su mente se quedó en blanco. no podía articular palabra alguna. rafael se había preparado exclusivamente para proseguir acompañando a su madre en su lenta y persistente agonía, y no para asu-mir el rol de testigo forzado en un final inmediato y sin salida.

—Ni lo pienses. Mamá tiene que quedarse en su casa, sufriendo lo menos posible y arropada por las personas que la quieren. No podemos negarle el irse en paz —afirmó él, con plena convicción y guiado por un instinto puramente humano de que eso debía ser así y no de otra forma —. Si me doy prisas, puedo coger el barco que sale de Algeciras a las ocho de la noche.

—De acuerdo. Te espero. Si se produjera algo más te llamo. Conduce con cuidado, por favor —se despidió María.

rafael había nacido ceuta, lo mismo que su hermana, un siete de mayo de 1957. su padre, que falleció cuando él solo tenía quince años, y su madre vinieron a la ciudad siendo unos niños; una década antes de la gue-rra civil española, procedentes de dos pueblecitos de la serranía de ronda: cortes de la Frontera y Gaucín; acompañados de los respectivos abuelos, que no tuvieron otra alternativa que dejar atrás sus orígenes para esquivar la miseria y acceder a unas mejores condiciones de trabajo.

si le hubiesen dicho a rafael que acabaría residiendo en sevilla, no se lo hubiera creído jamás. y es que su devenir estaba ligado, de una forma u otra, a ceuta: así, en las calles del barrio de Villajovita, jugaba con otros niños y transcurrió su feliz infancia; en la plaza de los reyes, de jovencito, con pantalones vaqueros y el pelo rizado a lo Jimi hendrix, quedaba con sus amigos para intercambiar vinilos, hablar de política o ligar cuando raramente la ocasión se presentaba; en el salón de actos de lo que actual-mente es la Facultad de humanidades, organizaba las primeras huelgas y en la plaza de África se declaró a la que sería su esposa, isabel, con la que tuvo una hija y compartió infinidad de cosas, entre otras la profesión de maestro, que para él debía estar definida en cualquier circunstancia por una enseñanza renovadora e implicada en el cambio social.

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pero la vida es una caja de sorpresas y un día se separó de isabel, cometiendo un error más en las páginas de su propia historia. desde en-tonces, ceuta le aprisionó con su otra cara más amarga y cruel: la de una urbe aislada, pequeña, pueblerina y conservadora, excesivamente ence-rrada en sí misma, donde casi todos se conocían y en la que los chismes y las habladurías sobre la dimensión personal de sus habitantes corrían, de boca en boca, a una velocidad de vértigo; martilleando, ensuciando y destrozando a las indefensas víctimas y negándoles la oportunidad de re-emprender nuevos caminos. en consecuencia, llegó a sentir una necesidad acuciante y asfixiante de evadirse del lugar que lo vio nacer y a la primera oportunidad que se presentó, hizo realidad sus deseos, habiendo transcu-rridos ya cinco años desde que se estableció en sevilla.

Mientras rafael conducía su auto por la autovía de salida de la capital andaluza, en dirección a algeciras, y soportaba los interminables atascos que constituían el pan de cada día, no sé por qué se instaló en su pensa-miento la idea de que tampoco era feliz allí, aunque nadie le señalara al andar, ni se viera obligado a escuchar ningún comentario injurioso sobre él, o sus seres queridos. y es que hallaba demasiadas razones para ello: es-taba lejos de las personas que lo querían; no encontraba a esa mujer con la que compartir ilusiones y esperanzas; pasaban bastantes semanas sin ape-nas hablar, o tomarse un sencillo café con un amigo, y le perseguía cons-tantemente la sensación de ser un intruso en ese contexto y en ese grupo.

a la vez, conforme los kilómetros se perdían en la distancia, innume-rables imágenes de su madre, en distintos decorados y épocas, se cruzaban por su cabeza como una vieja película muda inacabable, añadiéndole él frases y gestos de los que brotaba una mezcla sin límites de cariño, ternu-ra, afecto y adoración. en unas aparecía abrazado a ella, acariciando sus manos, hundiéndose en su pecho y envuelto en una singular fragancia a hierba verde y a mar; que recorría cada centímetro de su cuerpo y alma hasta sumergirlo en un profundo sueño saciado de paz y de sosiego. en otras, abría la puerta del coche rojo de su madre, un viejo seat 133 con el que se presentaba frecuentemente en Málaga donde rafael estudiaba económicas, para cubrirlo a besos, ofrecerle mil sonrisas, obsequiarle con cantidades increíbles de seguridad y llenarle de comida la nevera del piso, que compartía con unos compañeros.

— Gracias, mamá, por tantas cosas que me entregaste sin exigir nunca nada. Perdóname si no fui lo suficientemente hombre para agradecértelo y no tuve lo que

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hay que tener para ser consciente de la inmensidad de lo que me dabas —hablaba solo rafael, con las manos agarradas al volante y los ojos humedecidos, posados más allá del horizonte.

pero también se manifestaban por su juicio escenas recientes, com-pactadas y cementadas en sufrimiento, desconsuelo y pesar, que le em-pujaban a abismos en los que la soledad y la incomprensión lo aplastaban con poder absoluto. recordaba que en una de sus visitas a ceuta, antes de operarse ella de la cadera, no le quedó más remedio que cogerla en brazos y llevarla a la fuerza al cuarto de baño porque se negaba a lavarse, mientras le hincaba con una fuerza prodigiosa sus marchitas uñas en sus brazos, y lo insultaba con un lenguaje soez que producía terror escucharlo. y observaba a su hermana allí, al lado de la bañera, llorando, perpleja y sin encontrar explicaciones para asimilar lo que contemplaba, precisamente de una mujer que llegó a ser un modelo a seguir para los que habían dis-frutado de la suerte de conocerla.

—¿Quién permite esto? ¿En nombre de qué se debe consentir tanta humilla-ción para un final irremediable? —se interrogaba él, repetidamente e inútil-mente, bajando las ventanillas del auto para disipar el ahogo que le produ-cía el no descubrir una contestación, mínimamente racional, que pudiera justificar ese calvario.

sobre las seis y media de la tarde, rafael detuvo su coche en un área de estacionamiento próxima a algeciras. no podía más, sentía una fuerte presión en el pecho y unas intensas molestias en la espalda. precisaba ur-gentemente tomarse algo, relajarse y poner la mente en blanco, al menos por un instante. al azar entró en una de las cafeterías, pidió un café y se lo llevó a una mesa libre donde se sentó en una de las sillas.

al encender un cigarrillo su atención se concentró, imprevisiblemen-te, en una anciana en silla de ruedas situada en una mesa contigua a la suya. estaba inmóvil, con la cabeza inclinada hacia un lado, ausente y aje-na a ese mundo que corría delante de ella, aunque estuviese acompañada aparentemente por una pareja madura y dos niños que jugaban con unas estampas. La mirada extraviada en el infinito de aquella abuela era una copia perfecta y exacta de la que presentaba su madre, desde que claudicó a la fatídica demencia senil y a sus asociados trombos cerebrales. y es que esa mirada… ¡esa maldita mirada!, decía tantas y tantas cosas… que no estaba allí, que quería irse, que viajaba por su mundo de recuerdos, que

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había llegado su hora, que la dejaran en paz, que la respetasen, que no la crucificaran, que había dado mucho, que era un ser humano y no un puto paquete que se arrastra al antojo de los supuestos dueños.

con el tiempo justo, llegó al puerto de algeciras y consiguió, cuan-do los empleados de la naviera ya se preparaban para levantar la rampa de acceso de vehículos, embarcarse en el ferry de las ocho con destino a ceuta. tras dejar el automóvil en el garaje del buque, subió las escaleras que daban acceso al salón de la clase turista y buscó, con premura, un si-llón limpio y aislado del bullicio donde reposar un rato. pero al encontrar-lo y disponerse a reposar, un señor con el pelo canoso y de edad semejante, al que conocía desde sus tiempos juveniles en el instituto, se aproximó a él, llamándolo por su nombre.

—¡Rafael!, ¡Rafael! ¡Qué alegría de verte! —dijo aquel hombre, con gesto feliz y alargándole su mano.

—Lo mismo te digo, Javier. Hacía por lo menos tres años que no coincidía-mos. Si no me equivoco, desde que estuvimos en el entierro del padre de Luis— declaró rafael, levantándose y devolviéndole afectuosamente el saludo.

—Así es. ¿Cómo estás? Por tu hermana, que me la encontré hace unos meses en el ambulatorio, sé que vives ahora en Sevilla y que a tu madre la habían operado de la cadera —manifestó Javier, depositando en el suelo una pequeña bolsa de viaje.

—Bastante mal, Javier, si te soy sincero. A mi madre se le han complicado las cosas desde la intervención. Mi hermana me ha telefoneado esta tarde anuncián-dome que se nos va y que su médico le ha comunicado que hay pocas esperanzas de que mejore… —contestó él, con semblante decaído y esforzándose lo in-decible por contener unas lágrimas que se le escapaban irremisiblemente.

—Lo siento muchísimo…. El cuadro que padece tu madre lo conozco de otros pacientes y suele presentar, con el tiempo, estos desenlaces. ¡Por favor, si nece-sitas algo, sea lo qué sea, no dudes en pedírmelo! —expresó Javier, afectado realmente por la noticia y ofreciéndole sinceramente la ayuda que podía prestarle, como médico y como amigo.

—¡Gracias! Te lo agradezco sinceramente, pero por ahora mi madre está bien atendida. A estas alturas, ya sólo anhelo que pueda marcharse con dignidad —men-cionó rafael, sacando un pañuelo de su bolsillo y llevándoselo a sus ojos.

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—¿Quién le sigue su caso? —preguntó el amigo.

— Es un médico sudamericano de un seguro privado de mi madre. Se llama Agustín —respondió él, volviéndose a sentar al percibir cierta fatiga.

— Lo conozco. Tiene una gran experiencia y es un buen profesional. De todas formas me pondré en contacto con él al llegar a casa. No dispongo aquí de su número de teléfono —afirmó Javier, extrayendo un móvil de la bolsa y examinando su pantalla durante unos segundos.

—Yo tampoco. Si quieres se lo solicito a mi hermana —propuso rafael.

— No te preocupes, descansa ahora —le aconsejó Javier, al detectarle sín-tomas evidentes de agotamiento y cansancio —. ¿Sabes una cosa?... Pase lo que pase, nunca se me olvidará cuando tu madre me salvó la vida… ¿Te acuer-das?... Yo estudiaba en Granada, iba andando por el puerto de Algeciras con un macuto a la espalda, detrás ella y de tu tía, despistado como siempre y charlando con un amigo. En aquella época, por el muelle pasaba un tren. Sin darme cuenta, y a pesar de que el maquinista hizo sonar la bocina varias veces, no me aparté de la vía y uno de los vagones me enganchó por la mochila y me arrastró unos metros. Entonces empecé a gritar y tu madre, con una valentía y una fuerza increíble, me agarró y me empujó hasta que logré soltarme. Luego, me cuidó como si fuera su hijo, me llevó a un bar para que me tomara una tila y me acompañó en el autocar hasta Málaga, tranquilizándome y preocupándose por mí.

— Lo recuerdo a la perfección. ¡Es increíble! Ahora mismo parece que te es-toy viendo con mi madre cuando fui a la estación de autobuses. Tú no parabas de besarla y de proclamar a los cuatro vientos que habías vuelto a nacer, como si fue-ras un milagroso resucitado —añadió Rafael, reproduciendo fielmente aque-lla escena en su cerebro y con una ligera sonrisa dibujada en sus labios.

— ¡No era para menos!… Bueno, tengo que dejarte, mi esposa y mi hijo me están esperando. Esta noche me pongo en contacto con Agustín y no lo olvides: para lo que te haga falta, llámame. Mañana hago lo que sea para visitar a tu madre. Sigue sentado, por favor, y duerme un rato. Te vendrá muy bien —le recomendó Javier mientras cogía su bolsa, al observar que rafael trataba de incorpo-rarse del asiento para despedirse de él —. Nos vemos mañana.

— Adiós, Javier. Hasta mañana —pronunció él, acomodándose lo mejor que podía en el sillón y cerrando lentamente sus párpados.

durante más de media hora rafael se dejó llevar por un inconteni-ble aviso básico de subsistencia que le demandaba, apremiantemente, la

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obligación inexcusable de descansar, quizás porque era consciente de la exigencia de reponer fuerzas para hacer frente lo que el destino le pudiera deparar en aquellas tristes circunstancias. casi sin darse cuenta, paulati-namente, se vio sumido en un sopor intenso y aplastante, que lo empujaba a una dimensión de vacío absoluto donde los límites de sí mismo se di-fuminaban y de la que se escapaba, a veces y de forma brusca y violenta, con breves despertares sobresaltados y colmados de un sudor sofocante, en los que algo semejante a una foto fija de su vida recorría su mente para desaparecer a los pocos segundos, justamente cuando esa agobiante som-nolencia lo volvía a retener entre sus brazos.

seguramente motivado por el reciente encuentro con Javier, en uno de aquellos instantes de desvelo, rememoró, con una precisión asombrosa, una conversación telefónica que había mantenido hacía ya cinco meses con un individuo del servicio de urgencias de la seguridad social, sobre las doce de la noche y aproximadamente a las dos semanas de regresar su madre a casa, tras la operación en el hospital:

“—¿Servicio de urgencias? —interrogó rafael.

—Sí, dígame —respondió el sujeto.

—Perdone que le moleste, señor. Soy el hijo de Ana Fernández Ramírez, una señora de ochenta años que padece demencia senil y que recientemente ha sido intervenida de una operación de cadera en el hospital civil de Ceuta. Mi madre no puede moverse de la cama y, en uno de sus desvaríos, se ha quitado la sonda que le pusieron. ¿Sería posible que me enviaran a alguna persona para colocársela? —planteó rafael, con extremada cortesía e ingenuamente convencido de que requería un servicio plenamente admisible y factible.

—No es posible eso. Tiene usted que traerla a urgencias e ingresarla en el hospital —aseveró el hombre, con un tono contundente y seco.

—Sin ser especialista en el tema, creo que sería una locura desplazarla en su estado, y menos para colocarle simplemente la goma de la sonda —expuso rafael, aturdido y confuso por la suprema irracionalidad de la alternativa que le proponían.

—Llame usted a una ambulancia. Si no tiene más que decirme, le ruego que cuelgue y deje libre la línea —solicitó el tipo, con prisas por desembarazarse del problema.

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—¡Madre santa de Dios! —proclamó rafael, apretando con vigor el ca-ble del teléfono y haciendo denodados esfuerzos por insistir —. ¡Señor, por favor, escúcheme! ¡Se lo ruego! Mi madre no puede andar, es incapaz ni siquiera de apoyar las piernas en el suelo. La última vez que vino la ambulancia, antes de operarla, los empleados tuvieron abundantes problemas para colocarla en la camilla y sacarla por la puerta de la casa, que es bastante estrecha. Además, en su estado, sería muy peligroso para la cicatrización de los puntos. Por otra parte, cada vez que va al hospital, sus síntomas de demencia se agravan considerablemente y su cuerpo acaba repleto de escaras.

—Le repito que me es imposible enviarle a nadie —ratificó el fulano, insen-sible al drama que se experimentaba al otro lado del teléfono.

—¡No tienen vergüenza! Comprendo perfectamente que recibe órdenes de un superior, pero al menos podía mostrar algo más de empatía, aunque fuese por caridad o humanidad… ¡Ojalá nunca se vea en mi situación!, ni tampoco el golfo que manda por encima de usted, porque si así fuera, llegarían a comprender el sufrimiento y la desesperación que padecen los enfermos como mi madre, y sus desgraciados familiares, ante el abandono y la dejadez que han de sufrir por parte del Estado, después de entregarle toda una vida de trabajo —explotó rafael, en-colerizado y desesperado por la lucha sin cuartel que debía mantener, para simplemente salvar el respeto a ella en una batalla perdida de antemano.

el llanto de un niño pequeño caminando delante de un hombre de origen magrebí, que salía de uno de los servicios del buque con el pelo humedecido y una toalla alrededor del cuello, despabiló repentinamente a rafael y lo devolvió con ímpetu al mundo real y supuestamente comparti-do con los demás. perezosamente observó su reloj, que señalaban las nue-ve de la noche, y dedujo que ya debía encontrarse en las costas de ceuta.

a continuación, un impulso muy interior lo levantó del asiento y a través de una de las ventanas cercanas contempló absorto, durante varios minutos, la bocana del puerto y las zonas de la ciudad aledañas al mismo, sintiendo en ello un supremo placer; mientras los últimos rayos de sol se deslizaban, gota a gota, por la totalidad de los fragmentos de su ser; y hallando una paz y un sosiego que hacía tiempo que buscaba y no en-contraba. era como si de pronto alguien, compadecido por lo que estaba soportando, le hubiera lanzado misericordiosamente a un paraíso mágico en el que sus incontables fragancias, calles, ruidos, paisajes, voces, caras, sentimientos, experiencias, historias y otros miles de elementos más que lo

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definieran, adquiriesen sentido en lo más hondo de su conciencia, porque tal vez ese lugar constituía el medio del que formaba parte y con el que adquiría significado cada paso de su existencia.

—Se comunica a los señores pasajeros con vehículo a bordo que ya pueden acceder al garaje… —se informó por los altavoces del barco.

rafael, al oír estas palabras, selló de nuevo su ensimismamiento y recordó que aún no había contactado con su hermana para decirle que ya había llegado. sin pensarlo dos veces, se encaminó hacia las escale-ras que conducían hasta el garaje, localizó el coche y se introdujo en él. seguidamente cogió otro cigarrillo, lo encendió y pulsó en su móvil el nombre de María.

—Ya estoy entrando en el puerto, Mari. ¿Cómo sigue mamá? —preguntó él.

—¡Se muere, nene! ¡Se muere!... ¡Pobrecita mía! —manifestó ella, entre sollozos continuos y sin esperanzas de ningún cambio en la situación—. A los quince minutos de conversar contigo esta tarde, observé que estaba muy rígida y que su respiración se apagaba. Volví a avisar al médico y después de verla hace escasamente media hora, me ha comunicado que en sus condiciones va a ser difícil que sobreviva a esta noche. Igualmente he revelado a la tita Josefa lo qué ocurría y ahora mismo se encuentra con ella en su dormitorio… ¡Si las vieras en este mo-mento a las dos, cogiditas de la mano, como queriendo no separarse jamás!... ¡No es justo que mi madre se me vaya!... También ha venido Isabel.

—Te comprendo, Mari, pero en estos instantes es cuando debemos sacar fuer-zas de dónde sea para que mamá pueda partir en paz. ¡En menos de diez minutos me tienes en casa! —declaró él, haciendo acopio de la escasa fortaleza de la que disponía, con el fin de calmar y proporcionar entereza a su hermana.

Al colgar, Rafael no pudo fingir por más tiempo y se doblegó pasi-vamente al dolor que emanaba a borbotones de su corazón, golpeando violentamente el volante del auto, llorando e insultando a esos principios sagrados que justificaban el perder a personas tan amados como una ma-dre. exhausto y agotado por esta entrega desesperada, la explosión de desconsuelo fue dejando paso gradualmente a un estado de aturdimiento y perplejidad, unido a una mezcla de sensaciones de vacío, ahogo y pre-sión en el pecho, que le obligaron a bajar velozmente los cristales del auto en busca de un aire que faltaba en sus pulmones.

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tras ello, poco a poco, fue reanudando su respiración hasta que el ruido del claxon de los coches posteriores al suyo, que esperaban impa-cientemente salir del garaje para alcanzar la rampa de desembarco, le hizo caer en la cuenta de que ya había llegado. como un autómata, accionó la llave de contacto y pisó el acelerador, abandonando el barco y desplazán-dose lentamente encerrado en una fila de autos, en dirección al control de la Guardia civil. en este corto trayecto, su pensamiento se obsesionó insistentemente en la necesidad urgente de recobrar el coraje y la fortaleza, que eran aspectos esenciales para él en aquel lance de su existencia, pro-bablemente por ese papel de hombre de la casa que tuvo que asumir con sólo quince años al morir su padre, a la vez que el intenso y profundo olor a mar de ceuta, invadía y penetraba por cada pliegue de su alma, reani-mándolo y tonificándolo hasta conseguir una disposición de ánimo muy diferente a la que le atrapaba y oprimía hacía sólo breves instantes.

cuando dejó atrás los guardias de uniforme verde e inició el recorri-do desde el puerto hacia la casa de su madre, situada en la barriada de Villajovita, un sin fin de trozos de su vida íntima y personal comenzaron a impactar y a acumularse en su mente, sin orden ni concierto alguno, destapados y activados por cualquier cosa o lugar, por insignificante que fuese, en las que el azar detenía y sujetaba a su mirada: una mesa de una cafetería en la que rafael fue feliz una mañana de domingo, sencillamente contemplando a Isabel, sonriendo y planificando innumerables proyec-tos y viajes; un pequeño parque al que acudió una noche, destrozado y sin lograr reconocerse a sí mismo, para concertar una vulgar cita con una amante aprendiz de mujer; una calle por la que andaba, con doce años y una maleta repleta de libros, acompañado de un alto y barbudo profesor de Latín, que le hablaba de mundos lejanos y distantes, o el bordillo de una acera donde una tarde de verano se sentó para contar hermosos cuen-tos de príncipes y princesas a su hija, que en aquel entonces sólo tenía seis años, mientras ella se abrazaba fuertemente contra su pecho y él le acari-ciaba suavemente sus negros cabellos rizados.

en menos de diez minutos rafael divisó el domicilio de su madre; una casa de planta baja, con un coqueto patio de muros blancos, impreg-nado en un embriagador aroma a dama de noche y a flores de azahar; y aparcó el automóvil justamente frente a la puerta de entrada, que in-usualmente se encontraba abierta y desde cuyo interior se escuchaban desgarradores llantos y lamentos de dolor de un coro de mujeres, entre los cuales percibía claramente los de su hermana.

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—¡Llegué tarde! ¡Llegué tarde!... ¡Otra vez llegué tarde! —reiteraba acu-satoriamente él, con lágrimas surcando su rostro y suspiros entrecorta-dos, pegándose frenéticamente con sus manos en la cara —. ¡Maldito sea yo mil veces!

no podía ni quería abandonar el coche y lentamente el silencio fue apagando la desesperación. su resistencia había tocado fondo y durante un tiempo que fue incapaz de determinar, un frío que nacía desde lo más hondo de su ser y que le originaba temblores en cada milímetro de su piel, lo mantuvo agarrotado y contraído, impedido para decir ni hacer nada y sumido en una completa confusión y desconcierto, donde tal vez no cabía más salida que algo, o alguien, mostrara benevolencia con él y lo sacara apremiantemente del caos que sufría, guiándole en la dirección a tomar y con la que atrapar una cierta esperanza de huida.

—¡Ya está aquí su hijo! —anunció una vecina al resto de señoras que ocupaban la vivienda, al asomarse a la calle y advertir la presencia de rafael dentro del auto.

esa voz lo devolvió despiadadamente a la escena, recordándole sin contemplaciones sus deberes en el trágico episodio. simultáneamente, se sintió atropellado por una resolución incontestable, ajena a su voluntad, que lo forzó a renunciar a la burbuja aislante de su automóvil y le exigió marchar con paso firme hacia la casa, aunque sin conseguir borrar de su juicio la extraña e incongruente sensación de que todo lo que estaba vi-viendo no era más que una absurda e incomprensible pesadilla, de la que tenía y debía evadirse en el momento menos esperado.

al adentrarse en la vivienda y dirigirse hacia el dormitorio de su ma-dre, los rostros femeninos allí congregados incrementaron apreciablemen-te sus plañidos y suspiros, no apartando sus miradas de él, a la vez que recibía un sin fin de abrazos y besos de personas que bloqueaban insisten-temente su camino, y que en la mayoría de las ocasiones no alcanzaba a reconocer. Cuando por fin logró entreabrir la puerta de la habitación, ex-perimentó un singular miedo al darse de bruces con el reino de la muerte.

Y es que aquel cadáver postrado en la cama; rígido y flácido, tajan-temente inerte y mustio, de palidez extrema y facciones afinadas por la extenuación y el desgaste de una cruel y despreciable agonía, que no dudó en despojarle sin clemencia de cualquier condición humana, encogido y

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recogido en sí mismo en un círculo infernal para facilitar el ingreso en la suprema nada; era, ni más ni menos, lo único que quedaba ya de su pobre madre.

—¿A qué parece que está dormidita? —le interrogó María al verlo en el cuarto, sentada en el borde de la cama, con un pañuelo encima de su falda y aspecto muy fatigado, tras besar tiernamente las mejillas de la difunta.

rafael no contestó. permanecía de pie, a su lado, imposibilitado para enlazar tres palabras juntas, o simplemente manifestar algún ademán de cariño o saludo hacia su hermana, absorbido y entumecido por una amal-gama de sentimientos opuestos y contradictorios: la responsabilidad de estar ahí, al lado de su hermana, velando los restos de su madre, como muestra de respeto y cariño hacia el ser amado que se fue; el instinto brutal por fugarse y desaparecer ante un cúmulo de normas sociales, hipócritas y falsas, que vienen adheridas a los sepelios, empañándolos de extrema falsedad y comedia; el menester de incorporar, a pesar del dolor, esas imá-genes terminales de la mujer que lo concibió y completar así el recuerdo de ella, al que invocar y adorar cuando la añoranza hiciera acto de presencia; el temor por volver a redescubrir la fragilidad de la vida y sus injustos e indecorosos desenlaces, o la soledad y el desconsuelo que le originaba el asumir la orfandad de padre y madre, especialmente al notarse arrojado a una etapa final de la vida, que poco antes ocupaban ellos y en la que nunca imaginó arribar.

—Así es, María… —confirmó Isabel, también presente en la alcoba, rompiendo el mutismo de la escena y no dejando de contemplar con pre-ocupación a rafael, que exteriorizaba una imagen extenuada e intentaba en vano poner paz en su mente, apoyando la espalda en la pared y ob-servando distraídamente las macetas del patio—. ¿Estás bien, Rafael? ¿Te preparó algo de comer? ¿Quieres un café?

—Gracias, Isabel, pero sólo necesito respirar unos segundos. Ahora vuelvo. Me voy al patio donde parece que no hay nadie —expuso él, encaminándose hacia la cristalera del dormitorio que daba acceso al mismo y deslizando una de sus mamparas.

al penetrar en su interior, distinguió la vieja mecedora donde su madre solía sentarse en las tardes de verano y se dejó caer sobre ella, ce-rrando los ojos gustosamente y extasiándose con la infinitud de aromas

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que se desprendían de las flores y el canto monótono de unos grillos. inesperadamente, se esparció por su alma ese olor a hierba verde y a mar que le recordaba frecuentemente a su madre, cuando de pequeño corría asustado hacía sus brazos y escondía la cabeza angustiosamente en su pe-cho, y comenzó a fluir por sus venas una intenso sopor que, gradualmente, lo lanzó a un abismo negro y oscuro, en el que la frontera de su conciencia se diluía y carecía de entidad propia.

pero transcurridos lo que para rafael fueron exclusivamente unos minutos, una húmeda y gélida presión en la parte posterior de su cuello lo arrancó, con salvaje ímpetu, del adormecimiento en el que se había hun-dido, y al intentar girar instintivamente la cabeza para descubrir la causa de ello, sus ojos tropezaron, de forma sorprendente, con los dedos anima-dos de la mano de una mujer posados en su hombro izquierdo, portando uno de ellos, contra cualquier lógica y racionalidad, un anillo exactamente igual al que llevaba poco antes su expirada madre, cuando la contemplaba desalentado en la alcoba.

inmediatamente, mientras esos dedos no cejaban de rozar su hombro, se demandó ahuyentar, con exagerado delirio y frenesí, a sus descabella-das e insensatas hipótesis para identificar a la dueña de aquella mano, que se generaban a una velocidad endiablada en su disparatado entendimien-to, con el simple acto primario de levantarse de la mecedora y colocarse, cara a cara, frente a ella. sin embargo, una resistencia sobrehumana, exte-rior a él, le bloqueaba con insistencia cualquier tentativa de desplazamien-to de su cuerpo, por pequeña e insignificante que fuese, percibiendo una desbordante angustia y ansiedad; tan grande como si le desposeyeran al instante del sentido de la vista y le obligaran a encerrarse en una urna de cristal transparente, sin más ayuda para ver e interpretar lo que acontecía a su alrededor que las conjeturas que se dignara a lanzarle su mente.

—¡No puede ser mamá! ¡No puede ser!... Mamá está muerta ¿Comprendes?... ¡Muerta! ¡Muerta! ¡Muerta!... —se repetía hasta la saciedad rafael, encade-nado por un mundo sin barreras entre lo real e irreal.

a continuación, demencialmente e inconcebiblemente, el aliento de una voz, también idéntica a la de su madre, se infiltró por su debilitado juicio, salpicando los más recónditos y apartados rincones de sí mismo:

—¡No te atormentes, mi tesoro! Mi martirio por fin concluyó y yo sé que me marcho para no regresar jamás… No te miento si te digo que sería muy feliz

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si la Virgen me regalara la gracia de apretujarte otra vez entre mis brazos, como cuando eras un niño y te refugiabas en mi pecho, aunque tuviera que padecer el doble que lo que he sufrido, pero eso tan hermoso, Rafael, ya no me lo concederá.

—¡Por favor, mamá, quítame esto! —solicitaba él, sollozando y sin con-seguir que sus músculos le respondieran, completamente inmovilizado en la hamaca —¡No te vayas! Mari y yo te necesitamos a nuestro lado.

—¡Escúchame, hijo mío! No debo ni puedo hacerlo. Le prometí a la Virgen que solo permanecería contigo el tiempo necesario para pedirte dos cosas… Rafael, te lo suplico: no sigas huyendo, vuelve a tu tierra y a tu casa, que es esta. No permitas que unos pobres desgraciados te alejen de lo que es tuyo. Reconstruye tu vida con Isabel, aquí, a la vera y en compañía de las personas que te quieren de verdad. Ella te ama y es una buena mujer. No encontrarás a nadie igual —rogó la voz.

—Ten por seguro que así se cumplirá. Ahora me toca a mí: te imploro de ro-dillas que te quedes, no es justo caminar sin madre. Además, la Virgen no existe y nada tiene derecho a reclamarte —declaró rafael, ávido de cualquier pretexto para retenerla a su lado.

—Ni yo ya tampoco, corazón de mi alma —sentenció ella.

de repente, sin otra explicación añadida, aquella voz desapareció perpetuamente, y rafael advirtió que su sangre retornaba a su cuerpo y que sus miembros ahora sí eran capaces de ejecutar sus órdenes y de le-vantarlo de la mecedora. con gran desasosiego, obcecado por el impulso de conservar y retener lo que se le escapa irreparablemente de las manos, empezó a correr por el patio como un poseído; buscando quién sabe qué, tropezando torpemente con varias macetas y llamando a voces a su ma-dre, hasta que cayó de bruces en el suelo, extenuado y desfallecido.

María e isabel, al oír los gritos desencajados de rafael, acudieron con apremio al lugar donde se hallaba. inmediatamente, a duras penas y con denodados esfuerzos, lograron incorporarlo y sentarlo de nuevo. poco después recuperó paulatinamente el ritmo de su respiración, reanimado por el agua que le dio a beber una vecina que, momentos antes, se encon-traba con las dos mujeres en el dormitorio.

—Mari, mamá acaba de hablar conmigo. Ya se ha ido… No he consegui-do convencerla para que permaneciera con nosotros —dijo rafael, mirán-dola fijamente.

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—Eso no es cierto, mi niño. Es verdad que mamá se fue, pero siempre estará en ti y en mí, porque toda ella sobrevive y sobrevivirá en los dos, y en nuestros hijos, y en los hijos de nuestros hijos, por los siglos de los siglos —afirmó María, besando dulcemente la frente de rafael y abrazándolo, curiosa y sorpren-dentemente, del mismo modo que solía hacerlo su madre.

L

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Lla fUenTe del deseo

alfonso roldán MontesPROFESOR DE SECUNDARIA

aquí tienes tu descafeinado de máquina, y para mí un cortado como siempre. ¿estás cansada?, no, no estoy cansado de conducir. sabes que me gusta hacerlo y no es esa la razón por la que he parado en esta cafetería antes de continuar nuestro viaje a casa.

sé que has notado mi silencio. Me conoces y sabes que se debe a algo más que a mi atención en la carretera. probablemente habrás pensado que el miedo y la angustia pasada sea la causa, y llevas razón, pero sólo en parte. no, no se trata de nada malo cariño, puede que extraño o puede que todo sea producto de mi imaginación. en verdad no lo sé y esa duda me ha estado atenazando desde que salimos de córdoba. pensé en no contarte nada, en olvidar todo lo pasado como si nada hubiera ocurrido y conti-nuar con nuestra vida, pero no puedo soportar la incertidumbre por lo ocurrido y necesito contarlo, antes que el tiempo lo borre de mi memoria.

recordarás que hace una semana fuimos a la consulta del médico en ceuta. Lo que no recordarás, porque no estabas presente, es lo que el espe-cialista me dijo mientras tú te vestías en la habitación contigua. Las prue-bas parecían confirmar la gravedad de tu enfermedad. La zona afectada

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era muy poco frecuente, por lo que sólo se trata en un hospital de córdoba, al que debíamos acudir inmediatamente. cuando sin muchos preámbulos me dió la noticia, el mundo se me vino encima. tú eres la fuerte ante este tipo de situaciones. sabes que yo me hundo, que es algo que me supera. pero en ese momento decidí que no podía fallarte y me propuse soportar la carga por muy dolorosa que fuera. por eso, cuando el doctor sólo te co-mentó que debías completar las pruebas en un hospital, yo te tranquilicé procurando no darle mucha importancia. sé que no lo hice muy bien y aún recuerdo, por tu expresión, la preocupación y el miedo.

al día siguiente preparé los trámites del viaje: telefoneé para el ingre-so en el hospital, compré los pasajes del barco y reservé la habitación en el hotel. Después llegué a casa con un ramo de flores, esas rosas que tanto te gustan ¿lo recuerdas?. por la tarde y después de dejar a los niños con mis padres, me acerqué hasta esa esquina del puerto que tan bien conoces. allí solíamos ir de novios, allí suelo acudir a leer cada vez que me sobra tiempo para recoger a los niños y esa tarde lloraba amargamente porque te perdía. no soportaba la idea de vivir sin ti, culpaba a dios por lo que me estaba ocurriendo, nos quedaba tanto por hacer juntos y ahora se truncaba todo. ¿cómo conseguiría salir adelante?. sabes que con Jorge, nuestro hijo, me entiendo bien, pero ¿y elsa? tiene quince años, una edad tan difícil y te necesita más que a nadie ¿a quién contaría sus primeros amores? ¿Quién sería su confidente, su amiga, su consejera?.

¿Lloras? no, no lo hagas por favor. si hay algo que sé de esta historia es que no es triste. toma mi pañuelo y sécate las lágrimas. ¿estás mejor?. no, ni los niños ni nadie sabían lo que me dijo el especialista, no se lo conté a nadie, puedes estar tranquila. todos naturalmente estaban muy preocupados, sobre todo Jorge, ya conoces su carácter y cómo se toma las cosas de los demás.

La tarde siguiente llegamos a córdoba, aún recuerdo tu mirada cuan-do la enfermera te acompañó a la habitación. Los dos sabíamos que los tres días de pruebas se nos iban a hacer interminables. Me hiciste prometer que visitara la ciudad para contártela y yo con más voluntad que interés, me pasaba callejeando las mañanas para relatarte, ya por la tarde, lo vivido. te hablé de la Judería, con sus calles angostas, con paredes blanquecinas por la cal y rojizas por los geranios de los arriates. te contaba la impresionante mezquita, con su doble arquería, sus dovelas y su impactante minrabh.

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tu no parabas de preguntarme cosas y yo te decía que todo lo veríamos juntos, con nuestros hijos, en verano, cuando todo pasara. Los dos parecía-mos decirlo con más esperanza que convicción. ahora sé que lo haremos, ¡te lo prometo!.

ayer por la tarde y después de despedirme de ti, me puse a caminar por las callejuelas de la Judería. al día siguiente tendrían los resultados y me encontraba más nervioso que nunca. Quería andar mucho para es-tar cansado, con la esperanza de que esa noche consiguiera dormir algo. caminé sin prestar atención, más absorto en mis pensamientos que en el bullicio de las personas que paseaban. era jueves santo y las pequeñas callejuelas se mostraban repletas de visitantes que con dificultad se iban abriendo paso. al alborozo de la gente en la multitud de bares, se unía el retumbar lejano de los tambores, que anunciaban la inminente llegada de un paso procesional.

de pronto, comprobé que me había perdido. sí, no sonrías, sabes con qué facilidad me ocurre. podría decirte que se debió al gentío o a que mi pensamiento no estaba en las calles, sino en ese hospital. pero a ti, que tan-to me conoces no puedo engañarte. así que, simplemente te diré que me encontraba absolutamente perdido, sin la menor idea de cuál debía ser el camino para llegar hasta el hotel. ¡te ríes! me lo merezco. ¿Quieres tomar algo más?, ¿no? yo tomaré otro café.

no te oculto que me alarmé al no saber dónde me encontraba. se hacía tarde, la noche se presentaba lluviosa y ya sabes que no me oriento bien. Me subí el cuello de la gabardina, miré el reloj, las once y media, y tomé del bolsillo el mapa que había cogido de la recepción del hotel. Lo tenía desplegado mientras intentaba leer el nombre de la calle en la que me encontraba cuando oí una voz que decía.

- ¿A dónde va usted?

Me volví asustado para encontrarme frente a un hombre. era de me-diana estatura, muy delgado, calculé que debería tener unos setenta años. tenía el cabello blanco, ya escaso, los ojos oscuros y vestía con un traje gris -que debió estar de moda hace al menos veinte años- con una camisa blan-ca y una corbata negra. reaccioné tarde a su pregunta, inquieto ante la presencia de un extraño del que ignoraba sus intenciones. pero al instante, y no me preguntes por qué, me relajé ante la seguridad de que ese hombre,

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ese desconocido, no suponía ningún peligro. Le indiqué el nombre del ho-tel y él, mientras iniciaba el camino, me pidió que le acompañara.

caminamos por callejones mientras hablábamos. Bueno, en realidad, casi todo lo hablaba él, mientras yo me limitaba a escucharle. durante el trayecto me iba relatando anécdotas y acontecimientos históricos acaeci-dos en los lugares por los que pasábamos. Lo hacía con rapidez, como el niño que recita al profesor una lección que ha aprendido de memoria y, con tal cantidad de detalles, que pensé que debía tratarse de un estudioso de la historia local o de un ex-guía turístico. La antigua iglesia del XVII en la que se encontró un cristo, la mansión relacionada con uno de los infantes de Lara, la antigua sinagoga hoy convertida en museo. todo pa-recía conocerlo a la perfección. Yo, que ya sabes mi afición por la historia, le oía ensimismado ante su erudición.

iniciamos la bajada por una callejuela más estrecha, cuando por pri-mera vez, se detuvo un momento señalando un pequeño escaparate:

- Esta es mi tienda. Vendo antigüedades. Si quiere algo se acerca y si ve la puerta cerrada no se preocupe, pregunte en cualquiera de las otras por mí y estaré aquí en cinco minutos.

La tienda parecía pequeña y aunque me acerqué al cristal por cortesía y curiosidad, apenas pude distinguir nada por la poca iluminación de la calle. continuamos bajando cuando volvió a pararse. señalando hacia una aún más estrecha callejuela que atravesaba a la que nos encontrábamos, me comentó:

- Esta es la conocida calle de las flores, dicen que es de las más bonitas de la ciudad. Si la tomas y llegas hasta el final podrías ver una de las imágenes más bellas de Córdoba con las flores en los balcones y la torre de la mezquita al fondo.

Pese a que la noche y por tanto la falta de luz dificultaba la observa-ción, la calle en verdad, me pareció preciosa con sus balcones llenos de flores y pensé que un buen fotógrafo, como José, nuestro amigo, podría sacarle mucho partido a esa calle.

continuamos andando por unas calles que cada vez se hacían más estrechas y menos rectas. al pasar por otra que la atravesaba, volvió a pararse de nuevo.

- Esta es la calle del pañuelo. Comentan que es la calle más estrecha del mundo. Le llaman del pañuelo porque si cogiéramos un pañuelo de mujer nos

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daría el ancho de la calle y al final hay una plaza que es también la más peque-ña del mundo.

sin preguntarme si quería conocerla o no, se dirigió hacia ella. al en-trar tuvimos que esperar que pasara un grupo que venía en sentido con-trario, ya que la pequeñez era tal, que impedía que dos personas pudieran cruzarse. se paró y señalando con las manos como si cogiera una pañoleta imaginaria, marcó la distancia que separaba las paredes. después siguió andando. entonces observé algo que hasta el momento me pasó desaper-cibido. en su mano izquierda llevaba un rosario. debía de llevarlo desde que nos conocimos. era uno de esos rosarios de pétalos de rosa. ¿no tiene mi madre uno parecido?. Bueno, pues imaginé que debía tratarse de un beato o un creyente que regresaba de contemplar las procesiones. yo le seguí como había hecho hasta el momento, en silencio por una calle que no debía tener más de un metro de ancho. Cuando llegamos al final encon-tramos que la calle terminaba en una plaza tan minúscula que no podría albergar a más de diez adultos. esta plaza, del tamaño de una habitación, tenía en uno de sus lados una pequeña fuente de la que manaba un hilillo de agua. el anciano me señaló la fuente mientras decía.

- Esta es la que llaman fuente del deseo, porque según la leyenda, otorga uno al que es bendecido con este agua. Para que se cumpla el deseo es necesario que alguien, que ya ha sido bendecido por ella, tome un poco de agua en sus dedos y bendiga en la frente al que solicita la petición. Como yo ya he sido bendecido, puedo hacerlo.

entonces acerco el índice y anular de su mano derecha al chorrito que manaba de la fuente y después de mojarlos, los acercó a mi frente. entonces me bendijo, pidiéndome que formulara un deseo. y pedí un deseo. con la fe que da la desesperación, pedí que te curaras. rogué a ese dios del que me sentía abandonado que sanaras, que vivieras para estar conmigo, con tus hijos, para que volviéramos a esa maravillosa rutina que era nuestra vida.

no, por favor, no acaricies mi mejilla, no podría seguir contándote lo ocurrido y quiero hacerlo. necesito hacerlo. después de la bendición, dimos la vuelta por esa estrechísima calle y esta vez fueron otros los que tuvieron que dejarnos salir a nosotros. cuando retomamos la calle prin-cipal, continuamos caminando hasta una bifurcación que la dividía. el viejo, que durante el trayecto no había parado de relatar, se paró.

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- Mire, el camino de la derecha no lo tome porque es oscuro y solitario y a es-tas horas puede ser peligroso. Siga el de la izquierda que le llevará hasta una de las paredes de la mezquita. Cuando llegue verá abocinada en la pared una escultura de la Virgen. Continúe a la derecha y le llevará a unos jardines. Una vez allí sólo tiene que atravesarlo para llegar al hotel.

Le agradecí su atención, esperando que me pidiera algo de dinero por los servicios prestados. tanta consideración debería tener un precio. por el contrario, cuando le di las gracias, me dijo:

- Gracias a usted por haberme escuchado y por su compañía. Que Dios le bendiga.

no dijo nada más, no pidió nada y simplemente se giró y se perdió por la calle. yo seguí el camino indicado sin dejar de pensar en ese anciano tan culto y amable. cuando llegué al hotel era la una de la madrugada. había estado más de una hora con el anciano.

al día siguiente, es decir, esta mañana, estaba a las nueve en la con-sulta del especialista esperando los resultados. no hace falta que te diga cómo estaba de nervioso, ya sabes que no soporto la espera, así que iba de un lado a otro de la sala de espera sin parar. La enfermera me miraba con cierta reprobación, pero yo era incapaz de permanecer quieto. a eso de las diez menos cuarto la enfermera, supongo que aliviada al pensar que pronto me perdería de vista, me dirigió al despacho del médico. este debió notar el estado de nerviosismo en el que me encontraba y sin preám-bulos me dijo que estabas bien, que el tumor era benigno, que no hacía falta ninguna operación, sólo un tratamiento y revisiones paulatinas. Me aseguró que tu vida no corría peligro y que aunque los pronósticos por las pruebas realizadas en ceuta eran fatales, las exploraciones realizadas eran determinantes. ¡estabas sana! no pude reprimir las lágrimas mientras bal-buceaba gracias, gracias,... el doctor debía tener cierta prisa y estar acos-tumbrado a momentos como el que yo estaba viviendo. Me comentó que ya te lo había comunicado y que esta misma tarde podríamos marcharnos con el informe pertinente.

Volví a la Judería, estaba tan dichoso que necesitaba el bullicio de las callejuelas. Caminé por las calles como si fuera la primera vez, fijándome en detalles, contemplando los rostros de las personas, disfrutando con la algarabía de voces, vehículos, y de todo lo que vemos cada día y que en

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cambio, sólo apreciamos en algunos momentos. sin saber cómo, me en-contraba en la calle que había recorrido la noche anterior con mi locuaz guía. no la busqué a propósito, te lo juro, llegué allí sin saber cómo.

entonces y sólo entonces, recordé al anciano y busqué la tienda con la intención de comprar algo que pudiera gustarte y que a la vez, me sir-viera para agradecer de alguna forma los servicios prestados. La encontré al momento, con su pequeño escaparate, a la luz del día, me pareció el interior algo abandonado, pensé que propio de un anciano que debía des-cuidar la limpieza. La puerta estaba cerrada. como me indicó, me acerqué a los establecimientos próximos. en el primero se limitaron a decirme que la tienda estaba cerrada. se trataba de una tienda de regalos y el dueño o dependiente tenía varios clientes, por lo que no parecía dispuesto a perder el tiempo en preguntas.

Junto a la tienda del anciano había un pequeño bar. entré y pedí una cerveza y un bocadillo. tenía hambre, pues la última vez que comí había sido el día anterior, ya sabes que no puedo comer cuando estoy nervioso. además, pensé que quizás como cliente conseguiría mejor la informa-ción. Le dije al camarero que había visto en la tienda contigua al bar una lámpara antigua que me gustaba y que quería comprártela, pero que la tienda estaba cerrada. el camarero me dijo que la tienda llevaba cerrada mucho tiempo, pero que no sabía nada más, porque él llevaba trabajando en el bar sólo un año. Lo que dijo me sorprendió, pues no era la noticia que yo tenía, pero no le di en ese momento más importancia, ya que pro-bablemente el camarero no conociera al anciano, pues este debía aparecer por la tienda esporádicamente. decidí volver al hotel y preparar la maleta para el viaje. en ese momento sólo pensaba en verte y en regresar a casa con los niños.

pagué la cuenta y salí del bar. entonces pasé por otra tienda que pare-cía también antigua y en su escaparate se aglomeraban objetos de cerámi-ca y plata. Vi esa pulsera de plata y entré para comprarla, ¿te ha gustado? ¿de verdad?. Mientras pagaba le pregunté al vendedor, ya más por curio-sidad que por el propósito de comprar algo, por la tienda del anciano. el hombre me repitió lo que me había dicho el camarero, que la tienda estaba cerrada y la iban a vender. Me dijo que llevaba más de cinco años cerrada y que el dueño había muerto sin descendientes, por lo que había dejado en testamento que se vendiera y que el dinero de su venta se entregara a

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los pobres, pero que nadie quería comprarla. al preguntarle por qué no querían comprarla, me confesó que estaba embrujada, pero que él no creía en esas cosas y que pensaba que no la compraban porque estaba muy deteriorada.

por supuesto entendí que no hablábamos de la misma tienda o en todo caso del mismo dueño y así se lo comenté al vendedor. este no dijo nada más y como esperando dar con ello el tema por zanjado buscó en uno de los cajones y de un álbum extrajo una foto. era de tamaño cuartilla y en ella se veía a unas personas posando en grupo. señalando a una de ellas dijo.

- Mire, no sé a quien vio usted, pero desde luego, no era el dueño de esa tienda. esta foto nos la hicimos hace siete años los comerciantes de esta calle de la judería. este hombre, se llamaba Juan y murió dos años después. desde entonces la tienda está cerrada.

Miré la foto, en la esquina derecha del grupo, en el lugar que el hom-bre señalaba con su dedo estaba ese hombre, el anciano que la noche antes me bendijo en la fuente. su pelo, su cara e incluso el mismo traje gris que ya en la foto parecía viejo. La miré con detenimiento sin dar crédito a lo que veía. era ese hombre, te lo puedo asegurar, no olvidaré jamás esa cara tranquila y serena. estaba de frente, con su brazo derecho alargado y el izquierdo doblado a la altura del pecho. y ¿sabes una cosa? en esa mano izquierda, sujetando con sus huesudos dedos, llevaba un rosario. un rosa-rio pequeño, de pétalos de rosa.

E

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Eel elIxIr de la verdad

antonio san Martín castañosPINTOR

Juan

domingo, 21 de septiembre de 2008. 17:30 horas.

cerró la puerta tras de sí con el pie y dejó la torre del ordenador en el suelo. estaba agotado. un tercero y sin ascensor. había subido y baja-do aquellas malditas escaleras desde el viernes por lo menos diez veces. recorrió con la mirada el pequeño salón lleno de cajas y maletas. «¡La mu-danza ha terminado!», suspiró. Muy cansado, pero feliz. el pisito estaba en pleno centro de ceuta y aunque antiguo, comparado con su anterior vivienda, había ganado en espacio, en luminosidad y, sobre todo, en proxi-midad a La Veloz, la imprenta en la que trabajaba desde hacía veinte años: su segunda casa. ahora no tendría que madrugar tanto, ni necesitaría co-ger el autobús. tan solo tenía que caminar diez minutos para ponerse a trabajar delante del ordenador.

La imprenta, pese a su aparente normalidad rutinaria con el soniquete machacón de las maquinas de offset y su característico olor a tinta, atrave-saba aquellos días un periodo de incertidumbre. don alberto, el dueño de la empresa, tenía que nombrar nuevo encargado pues se jubilaba ramón

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ares. ser encargado suponía más trabajo y más responsabilidad; pero tam-bién una notable mejora económica para el que resultara elegido. Juan so-ñaba día y noche con la posibilidad de que don alberto lo nombrara a él. desde que entró a trabajar en La Veloz con veinte años hasta los cuarenta que tenía recién cumplidos, había sido un buen empleado, desempeñando su labor como maquetador y diseñador gráfico con estupendos comenta-rios sobre sus trabajos por parte de los clientes. para Juan, incrementar su sueldo suponía claramente lograr un objetivo largamente deseado: poder ahorrar mes a mes todo el año para realizar en las vacaciones de verano los viajes que siempre soñó y que su actual sueldo no le permitía. Por fin, po-dría visitar italia, Grecia, Francia…: el arte con mayúsculas, conocer otras culturas... sólo de pensarlo se emocionaba.

ya que en el terreno del amor las cosas no habían marchado nada bien —dos novias, dos fracasos amorosos—, Juan se conformaba con ser un solterón, pero eso sí, un solterón viajero. y quién sabe si, en alguno de esos viajes soñados, no llegaría el amor de su vida… pero, claro, había más aspirantes a ese puesto: Jorge el maquinista, el bueno de andrés… pero, sobre todo, el pelota de pepito Lucena, todo el día con el «qué razón tiene usted, don alberto», dijera lo que dijera el jefe.

tras descansar un rato en una de las dos butacas de orejas que tenía en el salón y hablar con su madre por teléfono para contarle cómo había ido todo, decidió emprender la segunda fase de la mudanza: colocar las cosas en sus nuevos sitios. empezó con la ropa. trasladó una de las maletas al dormitorio, la abrió sobre la cama y también abrió las puertas centrales del viejo ropero. comenzó a llenar los cuatro cajones. al llegar al último, lo notó atascado como si la madera se hubiera hinchado o algo semejante. Juan dio un tirón y consiguió sacarlo del todo. a continuación, se arrodilló y echó un vistazo en el interior de la cajonera para ver si era capaz de des-cubrir el motivo del atasco. en principio, no se veía nada anormal, pero un pequeño objeto en la penumbra, al fondo, llamó su atención. ¿Qué sería aquello? extendió su mano y fue palpando la madera hasta que logró asir el pequeño objeto. Lo sacó a la luz de la habitación y vio que se trataba de una especie de pequeño tubo de ensayo de unos tres centímetros, cerrado con un gracioso taponcito de corcho y rodeado de un papel muy delgado sujeto mediante una finísima cuerda roja. No pudo evitar la curiosidad y deshizo con un suave tirón el lacito que sujetaba el papel. el tubito era de un cristal turbio y, en su interior, sólo quedaba un fondo mínimo de un

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líquido que puesto al trasluz tenía un intenso color carmín. «sea lo que sea —pensó Juan—, quedan unas gotas». a continuación, con gran curiosi-dad, desenrolló el papelito que recordaba a un prospecto de medicamento. se trataba del mismo texto repetido en tres idiomas: italiano, alemán y… ¡español! «Bueno, por lo menos, me podré enterar del contenido», pensó Juan. el texto en español decía así:

Elixir de la Verdad del Dr. Strozzi

Veritas, veritatis.

Tras años de intensa investigación, el prestigioso doctor Lucio Strozzi Contini, a partir de hierbas medicinales recolectadas personalmente en la ribera del Rin y maceradas en aceites de saúco y caléndula, ha logrado crear el Elixir de la Verdad. Una extraordinaria pócima que logra que la persona que la ingiera, al instante y durante dos o tres minutos, al ser interpelada sobre cualquier cues-tión, responda siempre la verdad. Esto convierte a este gran elixir en una ayuda inestimable cuando queramos obtener respuestas verdaderas de otra persona en cuestiones capitales como el amor, los negocios, herencias, etc.

Su efectividad es del 98,5 por ciento y carece de efectos secundarios.

Posología: Sólo es necesaria la ingesta de dos gotas por sesión (tres o más gotas pueden alterar el resultado). Debemos diluir las dos gotas del maravilloso producto en cualquier bebida no alcohólica (el alcohol puede alterar el resultado) y dárselo a beber a la persona elegida. Comprobaremos cómo, de inmediato, su mirada queda perdida, lo cual será la señal inequívoca de que podemos comenzar el deseado interrogatorio que nos conducirá a la obtención de la ansiada Verdad.

Conservar en lugar fresco y apartado de la luz.

Juan leyó y releyó el texto. no salía de su asombro. «esto es un camelo comprado a cualquier vendedor ambulante o en una feria o qué sé yo…». Volvió a enrollar el papel al tubito y lo dejó en la mesilla de noche. y aun-que continuó desembalando, colocando y organizando sus cosas toda la tarde, no podía dejar de pensar en el puñetero «elixir». agotado, a las once y media se estaba metiendo en la cama. apagó la lamparita de la mesilla y cuando ya el sueño se apoderaba de él, de repente un pensamiento fugaz atravesó su mente: «¿y si le diera el elixir a don alberto y pudiera enterar-se del nombre del futuro encargado de La Veloz?». saldría de esta espera agobiante que, conociendo a su jefe y sus meditadísimas decisiones, podía

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prolongarse hasta el próximo mes como poco. La idea, al principio, le pa-reció surrealista, pero dándole vueltas a la cabeza y ya totalmente desvela-do, a la una y media de la madrugada, llegó a la siguiente conclusión: «si el producto es falso, pues nada, pero… ¿y si funciona? ¿Qué puedo perder con intentarlo?».

Juan dedicó parte de la noche a darle forma a un plan maquiavélico que le permitiera al día siguiente, lunes, quedar a solas con don alberto, darle a beber el elixir e interrogarle sobre su futuro.

Don AlbertoLunes, 22 de septiembre de 2008. 8:15 horas.

aquel lunes, don alberto salió de casa muy temprano, como de cos-tumbre. observó el cielo limpio de poniente, respiró hondo y esbozó una leve sonrisa de agrado al tiempo que comenzó a caminar hacia la impren-ta. Mientras recorría la breve distancia —apenas tres calles— entre su do-micilio y su negocio, fue repasando todos los asuntos que quería resolver a lo largo de aquella semana.

Llegó a la imprenta a las ocho y media en punto y ya estaban en la puerta, formando corro y charlando animadamente, sus empleados. tras darles los buenos días y con la ayuda de pepito Lucena, subió la persiana metálica, abrió la puerta y comenzó un nuevo día en la imprenta La Veloz.

al poco tiempo de sentarse en su despacho, apareció andrés con la prensa:

—don alberto, aquí tiene el Faro y el pueblo, que los acaban de traer.

—Gracias, andrés. por cierto, ¿cómo sigue tu madre?

—ahí va, don alberto, con su artrosis a cuestas. unos días mejor y otros peor…

—dale recuerdos de mi parte cuando la veas. ¡ah!, no os olvidéis de plegar y empaquetar los folletos de cruz roja, que me he comprometido a entregarlos hoy a mediodía.

—no se preocupe, don alberto, que estarán. ahora que me acuerdo, debe usted pedir algunas resmas de cartulina verjurada de la que usamos para los diplomas; apenas quedan.

—ahora mismo llamo.

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En La Veloz

Lunes, 22 de septiembre de 2008. 8:30 horas.

cuando todos los compañeros entraron en la imprenta, Juan, en lugar de entrar, disimuladamente se quedó atrás y cuando, por fin, se vio solo en la calle, se dirigió al rey de copas, el bar de la esquina, y pidió para llevar un café solo para don alberto y otro con leche para él. Juan sabía sobrada-mente que su jefe, todos los días, al poco de abrir, salía al bar a tomarse el primer café de la mañana: un café solo bien cargado y muy caliente.

entró sigilosamente en la imprenta con los cafés y furtivamente se introdujo en el almacén. allí, sobre un montón de resmas, colocó los dos vasos, sacó del bolsillo el tubito del elixir y sin dejar de mirar hacia la puerta, con un pulso tembloroso que delataba claramente su estado de nervios, abrió el taponcito y volcó el contenido en el vaso del café solo. Le pareció que habían caído más de dos gotas pero ya era tarde para echar marcha atrás. salió del almacén y se dirigió al despacho de don alberto. por suerte, andrés, que salía del despacho en ese instante, no se percató de su presencia y pudo entrar sin ser visto.

—don alberto, con permiso. Vengo a invitarle a un café.

—¡hombre, Juanito! ¿y este estupendo detalle a qué se debe?

—pues a que hoy cumplo 40 años y eso no pasa todos los días. —esta era la trola que Juan tenía preparada para dar credibilidad a la invitación.

—pues, Juanito, ¡muchas felicidades y muchas gracias, hombre! pero siéntate; no te quedes ahí como un pasmarote… —don alberto dio un primer sorbo al café y a Juan se le estremeció todo el cuerpo.

—pues, don alberto, estoy terminando de maquetar el catálogo de la exposición de Bertuchi y…

don alberto había dado otro sorbo al café, había dejado el vaso en el platito y su mirada se había quedado de pronto ausente… ¡era la señal! Juan miró a la puerta, todo iba bien. con voz temblorosa, le hizo la pre-gunta clave:

—¿tiene usted decidido quién será el nuevo encargado de la imprenta?

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don alberto que seguía con la mirada perdida y el rostro hierático entreabrió los labios y contestó.

—sí, ese puesto lo ocupará Juan Martín. Lo comunicaré la semana que viene.

Juan se estremeció de alegría: ¡era él! ¡Qué maravilla! ahora solo que-daba esperar que se le pasara el efecto, despedirse y a volar. Los segundos se le hacían horas. don alberto seguía igual. Juan lo miraba, pero también miraba la puerta temiendo que alguien entrara de repente. de pronto y tras una especie de temblor, don alberto volvió a entreabrir los labios y con voz grave dijo:

—Tuve que matarla, no había otra solución. La asfixié con la almo-hada, soporté como pude sus manotazos de agonía y, por fin, ya cadáver, la envolví en la sábana, la dejé caer al suelo y la empujé bajo la cama. ahí estará hasta el miércoles por la noche, que es el día ideal para deshacerme del cuerpo.

a continuación, don alberto tosió varias veces y, una vez que recobró su expresión y su actitud habituales, le dijo a Juan:

—¿Que me decías del catálogo de Bertuchi, Juanito?

En casa

Lunes, 22 de septiembre de 2008. 18:30 horas.

La mañana había sido una auténtica pesadilla. La alegría de saber que sería el próximo encargado había quedado totalmente eclipsada por la posterior confesión de don alberto. Las horas de trabajo las pasó como un zombi ensimismado en sus pensamientos. de vez en cuando, llamaba a casa de don alberto abrigando la esperanza de que todo fuera una pe-sadilla y doña África, la esposa de don alberto, contestara al otro lado del teléfono. en ninguna de las seis ocasiones a lo largo de la mañana hubo respuesta. para Juan no cabía ninguna duda: «este hombre en un arrebato ha matado a su mujer: ¡a la buena de doña África! ¡y tiene el cadáver de-bajo de la cama!¡Qué horror!».

ya en casa, Juan no paraba de darle vueltas a la cabeza maquinando un plan que le permitiera ir al domicilio de don alberto y comprobar si era

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cierto que bajo la cama estaba la muerta envuelta en una sábana. tenía que ser forzosamente al día siguiente, martes, pues el miércoles su jefe pensa-ba deshacerse del cadáver. después no habría más remedio que denunciar en comisaría el asesinato. sólo de pensarlo, se estremecía y se le ponían los vellos de punta.

Cuando se acostó, sobre las doce, ya tenía perfilado un plan para sa-lir de la terrible incertidumbre que le mantenía en un permanente ataque de nervios.

El plan (primera parte)

Martes, 23 de septiembre de 2008. 10:15 horas.

cuando don alberto, como de costumbre, salió a desayunar al rey de copas, Juan que había estado vigilante, puso en marcha su plan: sigi-loso y veloz como un felino se introdujo en el despacho de su jefe y cogió el llavero que había sobre la mesa con las llaves de la imprenta y de su casa. salió a la calle y corrió como un gamo a una tiendecita cercana don-de hacían copias de llaves al instante. como desconocía cuáles eran las llaves de la imprenta y cuáles las del domicilio, hizo copias de las cuatro llaves. después volvió como un rayo, comprobó que don alberto aún no había vuelto del desayuno y dejó las llaves sobre la mesa en el mismo sitio donde siempre las había visto, junto a una pequeña virgen de África de plata. salió del despacho y cuando llegó a su mesa suspiró por la tremenda tensión pasada y pensó que la primera parte del plan estaba lograda, pero quedaba lo peor.

don alberto regresó a la imprenta y estuvo hasta las doce en su des-pacho. cuando en el viejo reloj de pared sonaron las doce campanadas, don alberto salió de su despacho para ir a hacer sus gestiones bancarias. Juan que estaba charlando con pepito Lucena pues los nervios le impedían concentrarse mínimamente en el trabajo, cortó la conversación para decir-le a su jefe:

—don alberto, me han llamado de cultura porque necesitan con ur-gencia las octavillas de la obra de teatro. como están terminadas, me voy a acercar a llevarlas y, de paso, recojo los cedés con las fotos para el catálogo de Murallas reales.

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—Me parece estupendo, Juan. Me gusta que estés tan pendiente. si ves a mi prima isabel en cultura, le das recuerdos.

—de su parte, don alberto.

poco después de marcharse su jefe, Juan, con el paquete de octavillas bajo el brazo para no levantar sospechas, dejó La Veloz y recorrió el breve trayecto hasta la casa de don alberto a gran velocidad impulsado por los nervios. Enseguida acertó con la llave del portón y entró en el edificio.

El plan (segunda parte)

Martes, 23 de septiembre de 2008. 12:18 horas.

Juan ya había estado en varias ocasiones en casa de don alberto y doña África. simpáticos y afectuosos, siempre pensó que era un matrimo-nio muy bien avenido. por eso, le parecía inimaginable el terrible drama que le había confesado su jefe. pero a veces las apariencias engañan y a saber qué extrañas y terribles circunstancias se habían dado en la vida de la pareja para llegar a un desenlace tan siniestro.

subió por las escaleras hasta el segundo piso y, después de probar un par de llaves, logró abrir con pulso tembloroso. tras cerrar la puerta, recorrió el pasillo camino del dormitorio principal con el corazón en un puño, al entrar no observó nada fuera de lo normal: todo estaba recogido y ordenado y la cama de matrimonio estaba hecha y cubierta con una col-cha estampada con graciosas flores azules.

Juan no lo dudó: «a esto he venido», se dijo para darse valor y, a con-tinuación, dejó el paquete de las octavillas sobre la cómoda, se arrodilló y se inclinó para mirar debajo de la cama.

La felicidad inundó su alma: ¡no había nada! se incorporó y, aún de rodillas, vio sobre la mesilla de noche más próxima a él un libro en cuya portada y en la parte superior, se podía leer: «El asesino del dormitorio. roy stemberg». y más abajo y en pequeño: «colección novela policiaca actual. editorial Font».

Juan cogió el libro en sus manos. una tarjeta de visita marcaba la página en la que se había detenido la lectura. abrió la novela por el lugar

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señalado. Juan recorrió con la vista el texto impulsado por una intuición e inmediatamente localizó el párrafo que deseaba encontrar. Lo leyó en voz alta:

—«Tuve que matarla, no había otra solución. La asfixié con la almo-hada, soporté como pude sus manotazos de agonía y por fin, ya cadáver, la envolví en la sábana, la dejé caer al suelo y la empujé bajo la cama. ahí estará hasta el miércoles por la noche que es el día ideal para deshacerme del cuerpo.»

Juan, de repente, lo entendió todo: la tercera gota del elixir había he-cho que don Alberto mezclara la realidad de sus pensamientos con la fic-ción de la novela policiaca que estaba leyendo aquellos días. el prospecto ya lo advertía; pero, entonces, ¿dónde estaba doña África?

de pronto, se oyó una llave girar en la cerradura de la puerta de entra-da de la casa. a Juan, absolutamente asustado de pensar en que le encon-traran de rodillas en el dormitorio, solo se le ocurrió meterse debajo de la cama con el paquete de octavillas. Le parecía que los latidos de su corazón retumbaban en la habitación mientras pensó en décimas de segundo que si le pillaban, iba a pasar de «supuesto encargado» a «despedido de La Veloz». empezó a escuchar cómo los pasos se aproximaban al dormitorio…

La duda

Martes, 23 de septiembre de 2008. 12:30 horas

a don alberto, cuando salió de hacer su gestión bancaria y se dirigía al despacho de la asesoría que le llevaba la contabilidad de su empresa, le asaltó una duda: ¿había apagado la luz del cuarto de baño de casa?

—creo que me la he dejado encendida —pensó—. Bueno, aunque su-ponga desviarme un poco, me llegaré a casa, lo comprobaré.

cuando entró en su casa, lo primero que hizo fue observar que la luz del cuarto de baño sí la había apagado. «Mejor así», pensó. después se di-rigió a su dormitorio. entró, se sentó en la cama y descolgó el teléfono de la mesilla, marcó un número que sabía de memoria:

—África, ¿qué tal va todo? ¿cómo está la pobre elena, cariño?…

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La conversación duró un buen rato que a Juan, bajo la cama, le pare-ció un siglo. por la inconfundible voz, supo que se trataba de don alberto y por la charla telefónica, constató que doña África estaba vivita y colean-do en Málaga visitando a su hermana elena y que el matrimonio estaba tan unido como siempre. tras colgar, don alberto salió de la habitación y, al poco, de la casa. Juan nunca se había sentido tan aliviado: no había ni ca-dáver ni asesinato ni nada parecido y ¡don alberto no le había pillado «in fraganti»! eso sí, por muy poco. salió de debajo de la cama con su paquete de octavillas y suspirando abandonó la casa.

Florencia (Italia)

Jueves, 9 de julio de 2009. 13.00 horas.

Juan estaba disfrutando de lo lindo paseando por la piazza de la Signoria. ¡Por fin había podido viajar a Italia! Eran los ahorros de todo un año como flamante encargado de La Veloz, pero estaba mereciendo, sin duda, la pena. su paseo le llevó hasta los puestecitos del famoso Mercado de la paja. estaba encantado observándolo todo y haciendo fotos del ale-gre ambiente cuando uno de los puestos llamó su atención. era una peque-ña jaima en la que se exponían todo tipo de velas aromáticas, inciensos, amuletos y tarritos con extraños ungüentos.

Juan curioseó por todo el tenderete hasta que su mirada se detuvo en un pequeño cesto de rafia que contenía unos tubitos de cristal con unos papelitos enrollados a su alrededor y sujetos mediante una cuerdecita roja que le resultaron muy familiares. cogió uno de ellos, deshizo el lacito y desenrolló el papel. increíble pero cierto: ¡era el elixir de la Verdad del dr. strozzi! no cabía duda. durante breves momentos, estuvo tentado de adquirir uno de aquellos frasquitos. Él sabía que funcionaba y quién sabe si más adelante no lo necesitaría en alguna ocasión. sin embargo, a su ca-beza vino el recuerdo de todo lo acontecido meses atrás a raíz de poner a prueba la eficacia del elixir: el miedo y la tremenda impresión que sufrió cuando escuchó a su jefe confesar el supuesto asesinato de su esposa y aquel momento terrible bajo la cama de don alberto y doña África con el corazón a punto de estallarle en el pecho. anudó de nuevo el papel alre-dedor del tubito y lo dejó en el cesto. «no, decididamente, no merece la pena», pensó. abandonó el puesto y sonriente dirigió sus pasos hacia el bellísimo ponte Vecchio.

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Lla mano blanca, la mano negra

José silvaARTISTA MULTIDISCIPLINAR

hermoso día; lo dijo para si mismo, sin palabras, fue solo un golpe de música ,un rasgueo de guitarra salida de su memoria y acompañado de aquel gesto gratificante y lento que le hizo poner su rostro, tímidamente, en dirección hacia el sol de la mañana. sin embargo la sombra corría por-diosera por el alto y ancho muro. ahora la luz natural iba desnudando tro-zos de piedra antigua, ahora que amanecía, que dejaba ver grietas y heri-das que aquel vigilante muro había recibido con el paso de los años, de los siglos. era la cara interior de aquella fortaleza, el rostro oculto del muro, y cerca de él a ras del suelo, donde crecía la hierba más salvaje, mullida y acogedora, andaba, secretamente, en las mañanas de verano este hombre abandonado del mundo. Con suficiente esmero había perdido todo su ca-bello y sus ropas de preso le dejaban en medio de aquel penal convertido en un espantapájaros.

Llegar hasta ese lugar tan lejano y hostil no era cosa fácil, ni tampoco eran sencillas ni honestas el tipo de acciones por las que un hombre en-contraría sus valentones huesos en ese espantoso penal. corrían los años finales de 1800. Acababa un siglo pero la astucia de los hombres para hacer negocios turbios seguía creando personajes. La prensa sólo nos deja un

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eco fantasioso; con el paso de los años y el cambio que traen los siglos no agotan esa astucia, ni claudican ante la represión, a veces brutal, que sigue a toda vida astuta. aunque se dice que en estos tipos de vida hay detrás, siempre, una mano negra.

¿Qué significaba una mano negra?. Estuve preguntándome, esto, durante algún tiempo, un tiempo excesivamente largo; creo. aunque el tiempo tiene mucho de espejismo: unas veces parece quieto, sobre todo cuando se mira en el interior del pensamiento del ser humano. otras veces parece haber perdido su propio concepto de tiempo, por ejemplo, al acercarse al arte.

pero la realidad es, careciendo de poesía, la que más delimita el tiem-po exacto de los aconteceres, el reloj del mundo; a lo que rotundamente me niego: la realidad es sólo un juego de... palabras, ¿no creen?...

Lo que llamamos tiempo, en literatura, tras ese juego de palabras: pensamiento y magia, discurre caprichoso; de repente estamos en el año 2008 de una forma metafórica dice la prensa real economista: “La hasta hace poco reverenciada mano invisible del mercado, se evidencia en los hechos recientes, como la mano blanca de los magos del vodevil, la mano negra de los estafadores.

en el primer caso se encuentran quienes lograron créditos muy altos. contando con el alma imbatible de los llamados derivativos, los seguido-res contemporáneos de Mandrake transmutaron lo que en el argot finan-ciero se conoce como residuos tóxicos, en acciones de alta cotización.

En el segundo caso aparecen los timadores de oficio. El reciente caso Madoff es un extraordinario ejemplo. Cuando la confianza de los merca-dos financieros y de la economía real había tocado bajos históricos, como resultado del caos causado por la mano blanca, la mano negra entró en escena para otorgarle nuevos tintes épicos a la crisis. tal como señalaba la prensa especializada, el valor global de la deuda de los mercados de valores se ha contraído en treinta millones de dólares como resultado de la misma.

Bajo la estafa piramidal de Madoff, último exponente de una tradi-ción histórica iniciada en la década de 1920 por un célebre estafador de nombre charles ponzi, se perdieron 50 millardos de dólares.

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algunas preguntas siguen, ahí, entre las noticias de la prensa latiendo cargadas de sueños, en el aire de una fantasía: ¿la mano negra?, ¿La tradi-ción histórica?, ¿personaje o estafadores? dónde comienzan y como aca-ban sus vidas y esa simbólica extremidad solitaria y amputada, ha dado nombre a multitud de casos novelescos, a bandas organizadas de malhe-chores que utilizaron pactos secretos y el sentimiento, tan humano, del miedo hasta convertirlo en la desbordante emoción que muestra el pánico para extorsionar a sus víctimas.

Esta tradición nos hace caminar entre lo poético, lo ficticio y lo real de unos hechos que el engañoso tiempo va transformando, ¿sus vidas?..........

Él estaba entre los muros de la prisión de ceuta, su nombre Juan encina. Lo dejamos despertando una de tantas mañanas para hurgar en el futuro, por capricho. para ver el oráculo del mundo, la verdad de los hombres, y saber que en su interior el tiempo está quieto; su pensamiento, sus ansias, sus ambiciones más despreciables siguen latentes, no cambian.

Juan encina, era ya sólo memoria y renuncia en aquel presidio, aun-que las fiebres que padecía le daban fuerzas, y sorprendentemente, sus músculos recibían un fuego arcaico.

allí, en medio de aquel lugar, deliraba. su aspecto de espantapája-ros que, de pronto, hubiese tomado vida; una vida nacida del fondo más oscuro y enfermo, pero vida pensante. esa quietud, que lo dominaba, era tan antigua: el mismo pensamiento de seneca estaba guiando aquel cuer-po; estoica mirada de desprecio hacia todo lo que la materia aporta como símbolo de poder al ser humano. sólo en el fondo de su precipicio interior se oía su renuncia del mundo. La voz de la renuncia; el eco de otras voces uniendo pasado y futuro.

Ya no le interesaba su cuerpo aunque desprendiera fuego; fiebre y fuerza a la vez, aquellos harapos le convertían en un verdadero espantapá-jaros, un hombre de paja, sin sentimiento, sin corazón, forrado por dentro de recuerdos; entre los presos se chismorreaba que había pertenecido a una de las grandes sectas que existían en andalucía y que acabó siendo, sólo eso, un hombre de paja para los grandes jefes de la mafia. Así fue, exactamente, la última parte de su vida antes de ser detenido por las au-toridades andaluzas.

todo comenzó cuando apenas tenía 16 años, se echó al monte, aque-llas sombras le atraían como un imán o un gigante e irreverente sueño de

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gloria, era el año de 1830 cuando conoció a José María el tempranillo, el rey de sierra Morena. el más conocido jefe de cuadrilla que la historia fa-bulada de bandoleros andaluces ha conocido.

natural de Jauja (Lucena) córdoba, José María, tenía fama de ser ido-latrado tanto por los propios bandoleros como por las autoridades que al final le dieron el indulto y un puesto de gendarme .Su primera impresión al estar delante del gran jefe fue fría, distante. esa imagen estuvo ya siem-pre viviendo, con el aspecto de una sombra iluminada por una figura, en su pensamiento. se fraguó como un deseo inconsciente que aparecía cuan-do oía el latido de su corazón, uniendo sexualidad y paternalismo .Quería tanto estar allí que parecía un mono imitador, pero no podía soportarlo realmente. era sólo un sueño adolescente, una aventura que se había for-jado con una fuerza primaria en su mente inmadura. cuando realmente descubrió el tacto duro de su mano al saludarle, y al sentir la calidez de aquellos dedos sobre su pelo, míticos dedos para su brava niñez, se hizo el duro, el frío pero su apariencia era divertida, grotesca, casi rozando lo ridículo. intentó arquear las piernas, un poco como señal de fuerza primi-tiva y sus hombros se quedaron rígidos, imitando a las piedras, queriendo decir que sobre sus espaldas se podría poner el peso del mundo. sintió la sombra gigante de los dioses antiguos que dan al hombre unos segundos de divinidad.

nadie podría pensar que aquella cabeza, la de José María, al verle tan dispuesto con sus hombres, valiese una fortuna para las autoridades y, nadie, creería que ninguno de sus hombres, bandoleros todos, no le hu-biesen aún vendido. cuando Juan encina lo vio por primera vez, el color trigueño de sus cabellos, color del oro, entendió el respeto de sus hombres. no tenía, a simple vista, nada de violencia en sus gestos y tenía algo de, pájaro, extranjero, un ser enviado para algún desenlace importante en la vida de sus hombres, parecía venir de otras tierras; a Juan la desconfianza, la sospecha le velaba en el brillo de sus ojos una futura promesa y, efecti-vamente, el tempranillo más tarde los traicionaría, a todos.

ellos mismos creían que moralmente robar y matar estaba mal, no era de ley; pero se justificaban en la necesidad. Se equivocaban, las razones de José María fueron otras: la confusión, esa que nace cuando en la imagi-nación se forja una realidad paralela, llena de héroes, valientes, hombres indestructibles. y la realidad te muestra hombres inmaduros, codiciosos,

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torpes. esta misma impresión, ahora, en el penal marcaba a Juan; y el ado-lescente de raza gitana, joven de campo que estuvo a las órdenes del mis-mísimo tempranillo, escupía despreciando, en medio de aquel lugar, su persistente sueño mítico:

-así que te llamas Juan y quieres unirte a mi cuadrilla.

-esta bigornia (cuadrilla) tiene un buen gavilló (jefe) y a mí me gusta-ría estar de su lado; si hasta he soñado con usted.

-pues nada dale un trabuco Francisco.

Francisco al que los demás llamaban “el de la torre” por su altura es-pectacular, cogía al joven barbilampiño del brazo y se lo llevaba. Mientras Juan observaba aquellas dos patillas negras que parecían trazar en el ros-tro del bandolero un signo de miedo o de orden; enseguida pensó que con el tiempo y la experiencia que le darían los años podría imitarle, también se pondría sus galones sobre el rostro.

escondidos entre las rocas, en aquella enorme cueva donde vivían, cueva de ladrones, míticos ladrones que la historia trata en nuestros días de encubrir, pero la realidad le demuestra al joven Juan la distancia entre el ru-mor de la verdad y la verdad que queda enterrada en nuestros corazones.

en el corazón de Juan encina ahora en medio de aquel penal de ceuta le hablaba de una realidad distinta a la de la historia. sus recuerdos unidos a sus sentimientos era la verdadera historia, pero nadie la relataba, nadie la escribía, sólo un trocito de su mente pensante: su memoria se abría ínti-ma en aquel inhóspito lugar. Su aparente quietud de estatua, era reflexiva, cuando miraba con aquellos ojos negros hacia el cielo, algo en su interior se movía, era su vida, las acciones de su vida pasada .el tiempo pasado junto a la cuadrilla del tempranillo, todos sus antiguos amigos de robos. como el propio Juan los llamarían: “Los voladores”; ladrones que robaban y se escondían por los lugares altos de la sierra. Voladores por aquellos caminos entrañables practicando sus terribles fechorías, en su pequeña y deformada memoria herida llena de sombras, y de bosques que le habla-ban mientras su vigor y su cuerpo se escondían entre unos árboles como si fueran brazos acogedores que le protegían, que le animaban a seguir siendo un salteador de caminos, un vengador de los pobres, un hombre que lucha contra la pobreza como destino trazado; para ser algo más, algo mítico, casi un héroe de leyenda.

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Muchas veces, algunos de la cuadrilla, en sus charlas por los montes reflexionaban sobre el valor de sus acciones, sobre la leyes humanas y di-vinas que, a ellos, les autorizaban, supuestamente, a seguir robando, y a veces incluso matando para vengar aquella enorme injusticia que el mun-do había tramado contra ellos. y así dialogaban:

- si el mundo nos trata mal, nosotros devolvemos al mundo nuestras fechorías de igual modo-. Maldad por maldad esa era la divisa de su mo-neda. pero en todos ellos había un ideal de justicia, nacida de la compasión que sentían, incluso por ellos mismos. se sentían victimas y no verdugos. así acabaron todos siendo víctimas unos de otros.

el tempranillo acabaría siendo víctima de sus propias leyes, de sus pro-pias acciones de arrepentimiento con su sentido de la justicia desmesurado.

Juan encina acabaría igual siendo víctima de sus ansias de justicia. sobre todo cuando entró en contacto con aquel grupo de carácter político llamado “La mano negra”. sus ideas revolucionarias venidas de rusia y transportadas desde cataluña en las cabezas de hombres, como material de contrabando, escondidos ideales políticos, imaginarios cofres, esos crá-neos llenos de nueva justicia e ideas contra la opresión. todas juntas de-jaban en el encina un furor que se agazapaba en lo más profundo de su corazón, ahora negro por aquellas insufladas ideas revolucionarias.

en una gran nave dividida en pequeñas celdas sobre un acantilado cerca del mar, hasta allí lo trasladaban, caminando por aquel estrecho camino, cuesta arriba, resbalaba con sus torpes pies, tropezando a cada momento con alguna piedra, estaba frente al mar. su inmenso azul desde lo alto de la montaña entraba , vivificante, en todas las cavidades de su cuerpo, elixir mágico corriendo por sus oídos, por su boca, entrando en sus poros en su nariz y sin darse cuenta oyó otra vez ese silencio que en el bosque le habló, secretamente, y volvió a sentir después de tanto tiempo la intimidad del ser humano frente a la naturaleza pero ahora le hablaba distante, ahora le hablaba de su insignificancia¸ mientras que en el bosque fue un titán y en ambas partes sentía la fuerza primitiva y corporal de los hombres. pero ahora era un dios desengañado de su omnipotencia, el hu-mano hecho tan humano y terrible como en la realidad ante la vida y ante la muerte. el mismo silencio le hablaba del peso de la culpa, su mente qui-so seguir oyendo aquella voz unida al recuerdo de sus días en la serranía, que se le escapaban entre las sombras del acantilado.

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El perfil de una roca podía ser, perfectamente, la sombra viva de uno de sus compinches de atracos por la sierra, uno de los de la cuadrilla.

sus labios estaban sellados, él jamás delató ni relató ninguno de sus hechos delictivos. nunca contó a la policía de aquella época, intransigente al máximo, ni los lugares donde se escondían o los nombres de sus com-pañeros, se sentía un hombre de honor y por eso, escondidamente, pen-saba que la luz de la tierra le protegía, le daba fuerzas para sobrevivir. así que eligió ser casi mudo y adoptar una postura de hombre sordo, siempre aparentemente. a veces exclamaba palabras de su argot que aquellos otros presos no entendían pues eran presos que venían de cuba; gente prepa-rada intelectualmente y que también estaban abandonados en los barra-cones, abrazando unos ideales de revolución y nacionalismo, corría el año de 1870, Juan encina tenía ya 56 años; vivía sólo del pasado y de aquellas gratificantes luces.

Salía de su pequeña celda oscura por la mañana se colocaba fijo, quie-to en medio de un pequeño patio, el grito de las gaviotas que poblaban el acantilado le hablaban de la seda, pañuelos blancos al viento, y un hermo-so recuerdo quizás el más hermoso, se quedó prendido en el borde de sus ojos, se vio un fuego, un relámpago en su pupila; todo lo demás fueron imágenes dentro de su mente.

recordaba uno de sus atracos en la sierra, una diligencia que iba de sevilla a Madrid, decidió ponerse un pañuelo de seda sobre el rostro, em-bozado resaltaba el negro de sus ojos y sus labios pegados a la seda eran de una sensualidad a primera vista. aquel pañuelo era un regalo de una chica que había conocido, una coima joven y sólo con pensar en el roce de sus dedos, la piel furiosa hervía tensa y lejana. La diligencia iba llena de gente importante de Madrid, todos se sorprendieron al ver aquel embo-zado tan guapo con pañuelo de seda y el mito volvió a la tierra una vez más, en alas de un sueño. el tempranillo no era ya el jefe de la cuadrilla ahora estaba en el otro bando, a el encina nunca le pareció bien aquella renuncia y nunca la entendió hasta ahora. ahora sí, en medio de aquel patio del presidio frente al mar y el cielo repleto de rostros imaginados y nubes locas que le insinuaban su pasado, vislumbró en una nube aquella comprensión y aquella renuncia igual que la suya. Lo entendió todo, el su-frimiento humano, la caída del ser hacia lo humano; lo terrible y humano que es el mundo loco.

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La justicia de los hombres, frente a su ideal estoico, le parecía poca cosa. su renuncia era más grande, más fuerte que cualquier condena. y su dolor hacía tiempo que había desaparecido para dar paso a esa hermosa locura que la naturaleza le había propuesto. en el fondo el espantapájaros era feliz, una felicidad loca y humana.

tenía momentos lúcidos al cabo del día, sobre todo al atardecer cuan-do el sol, fuego celeste, iba desapareciendo y caía la tarde lentamente. se sentaba al lado de algún preso cubano. Venidos de lejos estaban tan sucios como él, tan perdidos como el propio Juan encina sobre aquel acantilado, una pequeña lucidez de hermandad les daba fuerzas a ambos frente a un cigarro, o sorbiendo un poco de vino que pudiesen compartir. ¿Qué como lo conseguían?, los cubanos eran gentes de alto nivel intelectual, algunos eran médicos, otros periodistas, otros políticos. sobre todo los médicos podían ejercer su labor en la ciudad, recibiendo gratificaciones: alcohol, tabaco y alimentos, eran sus honorarios.

todos los presos compartían con Juan su tabaco, su vino, su comida. era un hombre especial, distinto; su actitud en el penal era de una clarivi-dencia absoluta ante La condición humana. su locura, sus palabras inco-nexas tenían una razón de ser para todos los presos del lugar.

una espantosa y acomodaticia suciedad era la tónica general de todos aquellos presos pues dormían en el mismo suelo y un agujero en el fondo de la habitación hacia de olorosa letrina, alrededor de ese olor nauseabun-do dormían todos. por esa razón tan pestilente entendían la locura como una salida de esa horrible realidad

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Llo qUe el desTIno nos depara

sony Vashdev LalwaniECONOMISTA

Que se puede esperar cuando siendo adolescentes tenemos ganas de romper con los esquemas habituales, y sobre todo, con afán de superación y esfuerzo inten-tar alcanzar todo aquello que idealizamos. Es cierto, muchos ideales se consiguen en la vida, sin embargo hay muchos otros que no.

En la reunión que mantuvimos tras veinte años, pudimos comprobar que todas habíamos aprendido que no siempre estamos donde queremos. Y eso es lo que veremos que les ocurrió a estas cuatro adolescentes cuya historia paso a narrarles.

Eran las cinco de una tarde de finales de noviembre, quedaba poco para que llegara la Navidad, y a veces las cosas que menos se planifican, son las que salen casi a la perfección en toda organización. y a esa hora habían quedado en la cafetería de siempre, donde hacía más de dos déca-das que no habían vuelto. La última vez que se habían visto eran jóvenes, no habían cumplido aún los veinte años, todas ellas con muchas ganas de lanzarse a la conquista del mundo, a conseguir triunfar en la vida. sin em-bargo, aprendemos que no siempre es lo que uno quiere, sino lo que nos depara el destino.

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La primera en llegar fue aisha, a ella siempre le había gustado aque-lla cafetería donde había pasado muchas tardes, cuando hacía novillos y se escapaba de las clases de francés del instituto. se sentó en una de las mesas cerca de unos ventanales desde donde se podía ver la plaza y se quedó meditabunda, intentando recopilar en su memoria todo lo que le había acontecido en esos veinte años, para poder contárselo a sus amigas, que llegarían en breve. ella se marchó cuando tenía diecinueve años y la razón principal de su marcha al extranjero, fue poder seguir al amor de su vida. es verdad, que también en aquel momento de su vida, necesitaba tomar un nuevo rumbo, se encontraba perdida a pesar de que ceuta era su ciudad natal, pero ya le quedaban pocos apegos a los que aferrarse en cuanto a familia y amigos, y en cambio, el hombre del que se había ena-morado no era de allí, y tenía que irse, y así fue como lo hizo, pues tenía razones muy fuertes para seguirlo, además de estar enamorada, también esperaba un hijo de él.

cuando estaba ensimismada, recordando el día que tomó el ferry no queriendo echar la vista atrás, llegó raquel. se quedaron sorprendidas de verse tan diferentes, raquel había engordado unos cuantos kilos, debido a los cuatro partos por los que tuvo que pasar. sin embargo, era la presencia tan elegante y de señorona, la que hizo dibujar una sonrisa en aisha, pues aunque la encontró tan guapa como siempre, no tenía nada que ver con la imagen que retenía en su memoria de cuando iban al instituto, con va-queros, el pelo revuelto, mucha sombra de ojos, y labios con mucho brillo, maquillaje sin apenas técnica, el caso era parecer mayor. en cambio, ahora se la veía mucho más elegante, con su pelo corto y bien peinado, menos maquillada, y más señora.

hola aisha, qué tal estás? le preguntó raquel. se dieron un abrazo, y enseguida les pareció haber conseguido recuperar ese contacto que habían perdido durante veinte años.

hola raquel, contestó aisha. “no me puedo creer que estemos aquí!! tenía tantas ganas de veros a todas. Me alegro mucho de estar de vuelta en ceuta, pues aunque ya me he acostumbrado y tengo ya toda mi vida en Francia, muchos recuerdos me unen a esta ciudad.”

aparecieron por la puerta de la cafetería en ese momento, carmen y sheetal, las dos venían charlando animadamente y sonrieron al ver que ya estaban las cuatro, el grupo al completo, o como se habían llamado en alguna ocasión, la onu en femenino.

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se sentaron tras darse un abrazo con mucho sentimiento, habían pa-sado muchos años y apenas sabían qué les había ocurrido en tanto tiempo. pidieron al camarero que les trajera café. y de ese modo, comenzarían el relato de sus vidas, todas ellas habían tenido que tomar decisiones impor-tantes a nivel personal, familiar y profesional. habían tenido que aprender las lecciones de vida que nada tenían que ver con todos aquellos ideales y sueños que las unieron de adolescentes.

no olvidemos que estas cuatro chicas pertenecían a culturas diferen-tes, las mismas que hacían generaciones convivían en ceuta. sin embargo, cada una además de creer en sus respectivas religiones, tenían puntos y razonamientos comunes, a pesar de las mentalidades tan distintas en las que se habían criado.

así, sheetal y aisha habían sido educadas para aceptar un matrimo-nio concertado, aquel que les propusieran sus padres, llegado el momento. este era un tema que habían discutido muchas veces en aquellas tardes de novillos, en las que se refugiaban en esta cafetería. era un aspecto de sus vidas que, realmente, les preocupaba. no querían dañar la reputación ni el honor de la familia, y por supuesto, tampoco herir los sentimientos de sus padres, pero claro aceptar como marido a quién apenas conoces, y bueno qué decir de estar enamorada!!

en cambio, raquel al pertenecer a la comunidad judía, ya se relacio-naba con chicos hebreos, había encuentros y se propiciaban las relaciones entre ellos. además raquel, lo tenía claro!! desde siempre, estuvo ena-morada de un chico que conocía y pertenecía a la comunidad. así que nunca se le pasó por la cabeza ni siquiera relacionarse con alguien que no fuera judío. era como decía un diálogo de la película “el violinista sobre el tejado”, que no podía haber matrimonio entre personas de distintas re-ligiones. y para convencer a la hija del protagonista, le ponía el ejemplo de que sería como si se relacionaran un pájaro y un pez….nunca estarían juntos porque pertenecían a mundos totalmente separados y diferentes. Qué exageración!!!

de todas formas, qué lejos quedaban los argumentos que defendía-mos y queríamos convencernos de que sabríamos elegir dentro del gran dilema. nos casaríamos con alguien del agrado de nuestros padres, pero además enamoradas… qué difícil nos parece ahora sostener aquel plantea-miento, sobre todo, cuando la vida ya te ha dado unos cuantos reveses en lo que se refiere al amor.

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a estas horas de la tarde, la cafetería apenas tenía clientes, con lo cual, las cuatro amigas podían expresar la alegría y el entusiasmo de haberse encontrado después de tantos años, e incluso hacer tanto estruendo y al-boroto mientras charlaban, como cuando eran unas adolescentes.

sin embargo, la madurez se notaba en la expresión de cada una de ellas. parecía mentira

que hubieran pasado esas etapas tan importantes de la vida, como la maternidad, la muerte de algún progenitor, la enfermedad, el amor, las crisis matrimoniales, el reconocimiento profesional, etc, tantas cosas sin haberse visto la cara y poder llorar apoyadas en el hombro de alguna de ellas o reír y celebrar la alegría en algunos casos.

por eso, ahora que tenían la oportunidad podrían relatarse todos aquellos acontecimientos ocurridos en estos años. sobre todo, podrían darse cuenta que aquello en lo que crees cuando eres joven, no se parece en nada a lo que crees en la madurez de la vida. y a esa crítica en cierto modo, le tenían miedo, pues parece que en la vida, medimos el éxito como lograr todo aquello que los demás suponen que tienes que conseguir. por el camino, vamos dejando principios, ideales y todas aquellas locuras que dejamos de cometer en el momento que nos hacemos adultos.

ahora con un café por delante, se ponían al día de aquello que había acontecido en sus vidas. para empezar, hay que decir que sheetal y raquel seguían viviendo en ceuta, mientras que carmen y aisha solo pasaban algunos días al año, visitando a sus familiares, y encontrándose cuando lo permitía la ocasión con sus amigos.

carmen se fue a vivir a Madrid tras acabar la carrera de derecho y ejercía como una brillante abogada. Le encantaba su trabajo, y había re-nunciado a una vida familiar porque le importó más destacar profesional-mente y llegado el momento, tuvo que elegir. pagó un precio muy caro al romper su relación íntima con Javier, pero no le quedó más remedio, pues él no comprendía que no quisiera tener hijos. sin embargo, él nunca enten-dió la presión del bufete en el que trabajaba, y en donde le habían ofrecido hacía un año ser socia. si se hubiera quedado embarazada, nunca se lo hubieran propuesto, y se sentiría fracasada en su trabajo. Quizás había momentos en que la renuncia le parecía ilógica, sin embargo, como veía tantos casos parecidos en el despacho, sabía casi con seguridad que no

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hubiera podido avanzar profesionalmente, teniendo que hacerse cargo de un bebé. era consciente de la responsabilidad que suponía tener un hijo, y que el sacrificio exigía dedicar atención y tiempo, elementos no disponi-bles en la vida ajetreada que llevaba.

aisha se fue a vivir a las afueras de paris, y allí dedicaba su tiempo a criar a tres hijos, mientras su esposo viajaba continuamente por trabajo. a veces, aisha se reprochaba no haber continuado sus estudios, pero las cir-cunstancias de adaptarse a un país extranjero, no le dieron oportunidades para ello. había trabajado en algunas empresas de forma temporal, pero en nada que le interesara realmente. antes de llegar a esta reunión con sus amigas de instituto, pensaba que no tendría nada que aportar, pues lo único a lo que había dedicado esos veinte años, fue a vivir su amor por su marido y sus hijos.

hacía diecinueve años que se había casado raquel con el “hombre de su vida”, como ella decía. se casó enamorada y convencida del papel que le había tocado asumir: que era dedicarse a su marido y sus hijos, como lo habían hecho su abuela y su madre, y no le importaba reconocer que se había sacrificado por ellos, sin siquiera plantearse otra vida alternativa. creía ser una mujer feliz, aunque también hay que decirlo, el concepto de felicidad había cambiado tanto para ella. en los tiempos del instituto, recordaba que la felicidad para ella, era brillar con luz propia y que todo el mundo la admirase. a veces, pensaba que sería modelo, otras que sería actriz, pues le gustaba el mundo del glamour, del espectáculo. una vida viajando continuamente a grandes ciudades como parís, Londres o Milán. ahora, en cambio, tenía la estabilidad que buscaba en su hogar, podía resolver los problemas del día a día, y sabía que cumplía a la perfección el papel de madre y esposa. era todo lo que necesitaba para sentirse feliz. de todas formas, en su fuero interno, le daba cierto temor, encontrarse con sus amigas y no tener más que contar que acerca de cómo habían crecido sus hijos, cómo había expandido y abierto tantos negocios su marido, y cómo organizaba las fiestas tradicionales hebreas. Parecía mentira, pero en realidad, era esa toda su vida. se había volcado en su familia, y a veces, sentía nostalgia de la libertad y las ansías de vivir de su época de instituto.

sheetal, había luchado tanto por ser una gran profesional de la me-dicina, que apenas le quedó tiempo para su vida personal. sin embargo, llegado el momento, y cuando se lo propusieron sus padres, aceptó un

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matrimonio concertado con alguien que apenas conocía. no era la reacción lógica en ella, pero tenía que seguir aquello en lo que había sido educada, en esa mentalidad hindú, por la cual, una hija está en casa de sus padres de forma temporal, como en custodia, pues realmente ha de volver a su verdadero hogar que es el que le ofrece su marido. no obstante, la vida, le enseñó que no siempre se puede hacer feliz a los demás sin tener en cuenta, lo que realmente deseas. su matrimonio concertado, le exigió dejar todo para irse a vivir a india, y seguir los pasos de la mentalidad hindú, que es estar junto a su marido. sin embargo, tal renuncia no sirvió para nada, pues su matrimonio no duró apenas unos años, consiguió separarse, y aprender que el verdadero amor lo viven algunos privilegiados. siempre había sido una chica idealista y muy romántica. y por ello, cuando le propusieron un matrimonio concertado, hizo muchos planes para vivir un amor “inventa-do”. el problema surgió cuando las expectativas de lo que esperaba no se cumplieron. de todas formas, en cierto modo, todo lo vivido le sirvió como experiencia, y nunca se reprochó haber cumplido con su destino. había cambiado tanto su concepto de lo que creía que era el amor, que a pesar de la dura experiencia, había servido para conocerse mejor, y saber a estas alturas de la vida, que esperaba de todos e incluso de ella misma.

realmente, todas ellas tenían conceptos idealizados cuando eran jó-venes y querían porque así lo decían “comerse el mundo”. y aunque en alguna ocasión, se habían creído unas rebeldes porque querían salirse de los esquemas que les planteaban sus padres; ahora, les parecían auténticas chorradas comparado con lo que tenían que pasar con sus hijos, proble-mas reales tales como las drogas, el acoso escolar, las salidas nocturnas, el abandono de los estudios, etc.

es cierto que las lecciones de vida, son duras de aprender, pero cierta-mente, y ellas podían dar prueba de ello, todas pasaron por aquello de lo que querían escapar. así quién quiso irse lejos de ceuta, volvía para ins-talarse aquí. en cambio, quién quería una vida sencilla, tal y como estaba acostumbrada, tuvo que adaptarse a vivir en el extranjero. de esta forma, aprendemos aquello que evitamos. y en esto, estaban de acuerdo las cua-tro. En el fondo, ninguna había elegido, y creían firmemente que al fin y al cabo, el destino es mucho más fuerte.

¿te acuerdas de todo lo que discutíamos acerca del destino? eh!- le dijo carmen a sheetal-Mira que irte a india, y abandonar tu trabajo en el hospital por ser ama de casa! - Le recriminó carmen.

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“no es así carmen”, simplemente quería cumplir con mi destino. además, ¿quién te dice que no hubiera podido ejercer la medicina allá en india? Bueno, al menos, eso fue lo que me prometió mi “ex marido” pensaba que de ese modo me evitaba tener que apuntarme a una onG para ser solidaria, pues al vivir en india podría llevar a cabo esos proyec-tos que tenía cuando quería ser voluntaria.… claro, eso es lo que dicen, en principio, pero luego prefieren mantener a la mujer en casa y con la pata quebrada…¿no? - ¿también pasa eso en india? - exclamó carmen.

“No es tan malo querer simplificar tu vida, de forma, que en un mo-mento determinado de tu vida, quieras ser eso, una mujer de tu casa. claro, siempre que lo elijas tú!

sin embargo, en muchos lugares, te das cuenta que la postura de la mujer apenas ha cambiado” decía sheetal.

y eso, por qué lo dices? Le preguntó aisha.

pues porque lo podemos ver en nuestro día a día!! dijo sheetal. “si analizamos en qué ha mejorado la situación de la mujer? si hemos gana-do ciertos derechos que antes no teníamos, pero cuántas veces nos queja-mos de lo conseguido? no tenemos todavía que hacer malabarismos para llegar a todas partes, ser buenas madres, esposas, hijas, y por supuesto cumplir en nuestro trabajo. y cuántas veces no dejamos en el camino los sueños pendientes de vivir? no sé, a veces, no os sentís frustradas…?

todas se miraron con cierta cara de asombro, pero a la vez, asentían con cierto gesto de resignación. se hicieron un rápido análisis mental de todo aquello a qué habían aspirado cuando estaban en el instituto. carmen y sheetal habían acabado los estudios universitarios, pero no se habían realizado en el aspecto personal y emocional como lo habían hecho aisha y raquel, que habían formado una familia, y no pudieron ni siquiera optar por trabajar fuera de casa.

Quería esto decir que no quedaba más remedio qué elegir algunas de las facetas de la vida? o quizás es lo que el destino nos depara?

Reflexionando sobre lo que estaban comentando, saltó Raquel, dicien-do: “Bueno, no nos pongamos serias, vamos a empezar a contar cotilleos, pues es mucho más divertido. a qué no sabéis nada de María, te acuerdas qué buenas amigas erais aisha y ella, eh?

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pues no te vas a creer qué está viviendo con una chica en el extranjero, no sé si en Ámsterdam o hamburgo!

ah si! exclamó aisha. no tenía ni idea, pero qué quieres decir qué vive con una chica, comparten piso?

raquel puso cara de incomprendida, porque no se hubiera explicado bien. “No, Aisha, que tú no te dieras cuenta, no significa que nosotras no supiéramos sus tendencias. tiene una relación de pareja con ella”.

aisha, se quedó boquiabierta, pues nunca imaginó sus sentimientos. habían sido muy buenas amigas, y habían compartido muchos momentos importantes en su vida, y ahora entendía la oposición de María cuando ella le comunicó su decisión de seguir hasta Francia al hombre que ahora era su marido. nunca lo hubiera imaginado…

carmen se quedó pensativa ante la situación expuesta por raquel, que aunque no la sorprendió, también es verdad que no tenía conocimien-to de la misma. así que propuso hablar de ellas cuatro y sólo contar las experiencias que ellas habían vivido en estos años.

carmen se quejó de lo poco afortunada que había sido en el amor, y saltó sheetal diciendo que ella había sido todavía menos afortunada en el amor, pues había recorrido miles de kilómetros y renunciado a todo lo que constituía su vida en ceuta, por un hombre que nunca reconoció su sacrificio.

“Lo siento, sheetal, pero eso no es amor, y te lo digo yo que arriesgué todo por seguir al amor de mi vida, y richard efectivamente me ha com-pensado con creces a todo lo que renuncié por él. sin embargo, en el amor no se ponen balanzas para medir lo que tomas y lo que dejas. cuando amas a alguien, te pierdes a ti misma. sólo piensas en el ser que amas, y que no importa a lo que renuncias, pues lo único que te importa es estar con él” afirmó de forma contundente Aisha.

carmen empezó a aplaudir de forma irónica “Qué bonito!! Que bien te ha quedado, aisha, pero no estoy de acuerdo! yo también he tenido que hacer una gran renuncia, y Javier ni se ha inmutado, o crees que es fácil tener que elegir entre ser madre o profesional, no es justo!! si hubiera tenido más apoyo por su parte, quizás me podría haber arriesgado a… arriesgado a qué? Le contestó aisha.

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raquel intervino en ese momento y les dijo: “ chicas, no os alteréis, tranquilas, o es que no creéis que el destino juega un papel muy impor-tante? o es verdad que todas estamos realizando aquello con lo que so-ñábamos? es cierto que la felicidad consiste en disfrutar de las pequeñas cosas de la vida, y saborearlas. no siempre alcanzamos nuestros sueños ni tampoco obtenemos todo aquello que deseamos. por eso, os hago una propuesta, quedemos todos los años en esta cafetería para compartir una tarde, que nos sirva para recordar esos momentos felices de la vida, para hablar de las cosas buenas del pasado, de aquellos días del instituto que nos unieron, y de los ideales por los que queríamos luchar. todas hemos cambiado, algunas parecen que han progresado mucho, y otras parece (aquí me incluyo yo) que nos hemos quedado estancadas. sin embargo, la vida es así, quizás ahora envidie la vida de ejecutiva que lleva carmen en Madrid, y ella en cambio no sabrá “por ahora” (puede que cambies de parecer) lo que es ser madre. y esta es la condición del ser humano, desear lo que no se tiene al alcance. y es cierto, algo preciado que compartimos to-das y que no podemos envidiarnos es la amistad que nos ha unido. pensad por un momento, el privilegio tan grande que hemos tenido de nacer y criarnos en una ciudad como ceuta, donde hemos llegado de forma ca-sual..distintos países de origen, culturas, costumbres, mentalidades..y eso no ha sido ningún obstáculo para ser amigas. por lo tanto, pensad en esa cita anual que tengamos sirva para mantener esa amistad que nos une y que en el fondo, ni siquiera el destino ya podrá cambiar.

“tienes razón” dijo aisha, “ es sorprendente cómo lo has dicho, me has emocionado!

y os lo digo, desde la experiencia que tengo tras vivir tanto tiempo en Francia. en tantos años, no he podido contar con una buena amiga, y os he echado de menos muchas veces, pensando en lo que os contaría o en aquello que os alegraría saber”.

“La vida nos cruza personas que significan mucho, y en mi caso, yo os cuento entre ellas. todo lo que he aprendido de vosotras, no tiene com-paración por muy cosmopolita que parezca la vida en paris. Me siento extranjera, en una tierra extraña, y además esa sensación no cambia con el tiempo. por eso, creo que la propuesta de raquel, es fantástica. pasarán los años, y por muchas cosas que cambien, nosotras siempre podremos contar con esta amistad tan especial que nos une.” dijo aisha.

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cuando carmen miró el reloj, ya eran las ocho de la tarde. “chicas, el tiempo vuela y mañana temprano vuelvo a Madrid”. todas se queda-ron con ganas de estar un rato más, pero no quedaba más remedio, había que volver a la realidad, y cada una de ellas se integraría en su rutina. no obstante, la promesa de volverse a encontrar ya estaba aceptada de forma tácita por todas, y además con la seguridad de que a pesar de lo que el destino les deparara, podrían siempre elegir conservar esa amistad tan especial que las había unido.

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MmI InfancIa son recUerdos

Juan Jesús Vivas LaraPRESIDENTE DE LA CIUDAD AUTÓNOMA

atiendo con gusto el encargo que recibo de José antonio alarcón y, en consecuencia, me dispongo a escribir estas breves notas, impregnadas de buenas intenciones pero consciente de mis serias limitaciones. por ello, para facilitar la tarea, me amparo en un ámbito familiar, personal e íntimo: los recuerdos de mi infancia.

nací en una calle conocida, y creo que típica, de nuestra ciudad, que entonces se llamaba, y se sigue llamando, Jaúdenes, pero a la que todo el mundo conoce por la calle Larga; y en el seno de una familia muy común de la época, hace ahora cincuenta y siete años.

Mi padre era una persona íntegra, temperamental, comunicativa, exi-gente consigo mismo y con los demás, preocupada por los suyos, fiel y leal, generosa y ordenada, que le daba mucha importancia a la reputación y al qué dirán, y un amante de la música, de la gramática, de la comida de mi madre y de la medicina, una vocación que no pudo convertir en pro-fesión por falta de recursos económicos, pero que atendió parcialmente como excelente “practicante” dedicado a la asistencia desinteresada a fa-miliares, amigos, compañeros y vecinos; y una ilusión que tampoco pudo ver cumplida en el oficio de su hijo, en este caso por mi falta de aptitudes.

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de mi padre recuerdo: los largos paseos en coche los domingos por la mañana, disfrutando juntos de las vistas de ceuta; mis visitas, para aten-der diferentes encargos, a las dependencias de los arbitrios municipales situadas en los jardines de la argentina, donde trabajaba; los partidos del Murube, entre ellos, aquel contra el tenerife en el que estuvimos a punto de subir a primera; las tardes de Carrusel Deportivo rellenando la quiniela, que previamente yo había echado en el estanco de Faustino y nunca acer-tábamos, pese a utilizar todos los métodos recomendados por los enten-didos; las celebraciones de san Juan, con el arroz con pollo de rigor; los preparativos de sus salidas de semana santa, como nazareno del Veracruz; y sus aficiones, que iban y venían, como la pesca o la cría de canarios; y las reprimendas, cuando correspondía.

en cuanto a mi madre, de quien sigo disfrutando y aprendiendo, re-cuerdo, como rasgo más llamativo de su forma de ser, su extraordinaria disposición para el sacrificio; una virtud que, en tiempos de estrecheces y renuncias, mostraba de manera permanente.

de mi madre recuerdo su habilidad para hacer de la cocina un arte en el que el cariño y las buenas manos importan más que el resto de in-gredientes, y como prueba las sopas de tomate o de ajo, donde el pan es el condimento principal; las patatas en amarillo, con su majado de almen-dras y los huevos duros de acompañamiento; los fideos con el pescado frito del día anterior; o los garbanzos refritos con acelgas.

Mi madre siempre nos dio mucho más de lo que recibía, de lo que podía, y hasta de lo que debía, y siempre mantuvo un contacto estrecho y diario con su familia, con su madre, sus hermanos y sus sobrinos; encuen-tros a los que yo le acompañaba: unas veces al patio hachuel, donde mi madre nació y vivía mi abuela con un tío que había heredado de su padre un puesto para la venta de huevos en el Mercado central, al que siempre hemos llamado la plaza. en el patio hachuel aprendí lo importante que es compartir; allí mi mirada atenta a las transacciones que hacían mis tíos seleccionado y comprando huevos, y a la vuelta, desde el colón a mi casa, una mano cogida a la de mi madre, y la otra, ocupada en el paquetito de patatas fritas que mi abuela me había dado. otras veces, la visita de mi madre, siempre en compañía de mi tía concha, era a La puntilla, el de-nominado Barrio de las Latas, donde vivía su otra hermana, Luisa. allí la penetrante luz atlántica, la brisa del mar inmediato, los pescadores veni-

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dos de la otra orilla para aprovisionarse, y las tertulias de antigua familia caballa, que extendía su presencia a la vecina Villajovita.

Mis padres hicieron de mi casa un lugar de puertas abiertas en el que, en las tardes de invierno y al calor del brasero, se jugaba a la lotería, con el debido entusiasmo y como dios manda: contando todas las bolas antes de echarlas al bolso, sacándolas de una en una cuando faltaban tres para “el relleno” y marcando el número de los cartones con alubias para el día siguiente, lo que obligaba a repetir la jugada cuando las marcas se anulaban por un despiste o por un movimiento inesperado. un lugar de puertas abiertas en el que se disfrutaba la televisión, de la marca philips y en blanco y negro, también rodeado de amigos y vecinos, ya fuera “el Santo”, “El Fugitivo”, “Bonanza”, o la primera final televisada del Madrid ye-ye, con nuestro paisano pirri en el equipo. entre amigos y vecinos, y hasta la carta de ajuste, que era cuando podíamos transformar el sofá en la anhelada cama.

Mi casa era también un lugar de acogida en el que, pese al reducido espacio, vivían con nosotros dos tías mayores, una paterna, mi tía pepa, y la otra materna, mi tía María. dos caracteres muy distintos, casi opuestos, y que, en continua disputa, enriquecían y, por qué no decirlo, entretenían el ambiente familiar.

en las dos he admirado muchas virtudes: la audacia, la intuición y el ingenio de pepa, y la serenidad, la discreción y la prudencia de María. Las dos habían sido testigos, desde distintas posiciones, de cómo ceuta se convierte en una ciudad cosmopolita y urbana durante el primer cuarto del siglo XX. De las dos guardo muy grato recuerdo, pero debo reconocer que mi relación con pepa era muy especial, porque ella asumió, y ejerció en plenitud, el papel de la abuela paterna, que no tuve, y de ángel de la Guarda: llevándome y trayéndome del colegio, o de las clases particulares; consintiéndome todos los caprichos que su estrecho pecunio le permitían; siguiéndome siempre los pasos; y esperándome pacientemente a que mis juegos terminaran, ya fuera en la glorieta del teniente reinoso, en la plaza de África, junto al Monolito, o en el angulo.

para completar el panorama familiar de mi infancia, quiero hacer mención a mis dos hermanas, siempre dispuestas a la renuncia para que “al niño nunca le faltara nada”, incluidos los regalos de reyes.

y por supuesto mi calle, la antes citada calle Larga, en la que crecía mi autoestima y me sentía aliviado de mis complejos, gracias al concurso

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de mis compañeros y de pedro, un hombre bueno que era asiduo de “el Faro de ceuta” y del diario “españa” de tánger, que ejerció de cronista del barrio, que conocía todas las artes de la almadraba, y que, además, se ganaba la vida reparando suelas y tapas de zapatos en el portal de mi casa. una calle en la que había de todo, una calle capaz de atender casi todas nuestras demandas; allí estaban: “La Única”, con sus botones, sus hilos, sus cremalleras, sus mixtos cachondos, su tabaco suelto y su colección de cromos; la panadería de María, con las mejores bizcotelas del mundo; el estanco de Los Barranco, la carbonería de Manolo; la Federación de Boxeo, que dirigía serafín Becerra; la pensión “españa”, en el solar donde ahora vivo; las barberías de Luis y de conde, donde me pelaban; “Los pellejos”, un restaurante en el que, según cuentan, era habitual aquello de “cambio el postre por pan para mojar en la sopa”; la bodega de Fortes, con su vino tinto y sus cacahuetes; la cafetería de Florentino, al final del camino, y el antes citado estanco de Faustino, donde a las horas punta ni se cabía ni se oía. y en las cercanías, la playa de la ribera, en cuya orilla aprendimos a nadar para poder ir, casi todos los días del verano, de una bahía a la otra, a través del Foso y apreciando el valor y la dificultad que entraña nadar contra corriente.

una calle, con su música y sus sonidos: la sirena del parque de automovilismo situado en lo que ahora es el parador La Muralla; las ma-dres llamando a los niños para la merienda; las voces de éstos diciendo ¡agua! para anunciar la inevitable interrupción del partido ante la inmi-nente llegada de un coche; y ocasionalmente los reclamos del barquillero, del afilador, del cambio ambulante y del vendedor de chumbos.

escenarios que nunca olvidaré, que me acompañarán siempre en el teatro, universo, de mi infancia, junto con sus actores principales: mis fa-miliares y mis amigos del alma, entre quienes recuerdo de manera tam-bién muy especial, a rafael, por su habilidad e imaginación para diver-tirnos con poca cosa, y por los campeonatos que en el descansillo de mi casa organizábamos a base de chapas de botella, papeles de color y celofán para forrarlas, enseñas de equipos, garbanzos, tiza y porterías de madera; y a José antonio, por su ternura, su paciencia y su capacidad para ser con-fidente y cómplice ante cualquier situación.

como tampoco puedo olvidarme de paco Luque, de antonio atencia y de otros miembros del refundado unión África ceutí , que me recogieron

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en sus filas para hacerme soñar con glorias deportivas inalcanzables, que me abrieron nuevos horizontes, que me hicieron sentir dichoso, y que me dieron claves esenciales para caminar por la vida respetando a los demás.

por decisión de mi padre, como no podía ser de otra manera, solo tuve un colegio, el de los agustinos. entré a edad muy temprana y, debo reconocer, que con mucho desparpajo; luego, determinados rigores, me hicieron un alumno introvertido, de puertas para dentro; disciplinado y discreto en todo, incluido el expediente académico. como tantos otros ni-ños con el paso del tiempo he llegado a la conclusión del decisivo papel que en nuestras vidas han desempeñado algunos buenos maestros.

de mi infancia también el primer viaje, que como tal merece ser ca-lificado, el que hice con mis hermanas a Barcelona para visitar a mi tía amparo que allí vivía, muy cerca de las ramblas, en el popular Barrio Chino. Muchas son las vivencias que aún recuerdo de aquellas experiencia, y en mi retina las imágenes que, con el paso del tiempo, me han servido de soporte para valorar el carácter múltiple de estas maravillosa ciudad, capaz de mostrarse, al mismo tiempo, clásica y romana, gótica y medieval, modernista, vanguardista, bohemia y portuaria.

En definitiva, estos son algunos de los recuerdos de mi infancia, plas-mándolos he sentido una profunda melancolía, y la confirmación, una vez más, de la validez del mensaje que dos grandes artistas mediterráneos, Joan Manuel serrat y orhan pamuk, me han conseguido transmitir, a tra-vés de dos de sus grandes obras y con una diferencia de cerca de 30 años: la importancia de eso que llamamos las “pequeñas cosas”, las que nos hacen llorar cuando nadie nos ve y que forman parte del museo de la ino-cencia que cada cual guarda en su corazón.

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S sangre y azUl sobre el Tarajal

José antonio alarcón caballeroBIBLIOTECARIO

Frente al pelotón de fusilamiento enrique revivió la película de su vida. se vio a sí mismo en aquel viejo barco, la paloma, cruzando el estrecho en un precioso día de poniente, que alegró su ánimo y disipó, en parte, sus dudas y temores sobre su decisión de opositar en aquella lejana ciudad norte africana. aquella claridad, aquel cielo azul, le daban a la ciudad un aura que le hizo ignorar sus muchas deficiencias. Aquel azul que más tarde volvería a emocionarle en los cuadros de Bertuchi, al que conocería ejerciendo como Gestor en la Junta Municipal de la dictadura. ese azul que quedaría impreso en su retina para siempre. ese azul que la ironía del destino quiso volver a mostrarle ese 26 de septiembre de 1936, último día de su vida.

sus recuerdos se agolpaban. se vio a sí mismo en su infancia y juven-tud, un tiempo feliz a caballo entre Granada y albuñol, su rincón preferi-do en las alpujarras. recordó a su padre y a su abuelo que lo educaron de forma liberal en el laicismo y las ideas avanzadas, la dulce ternura de su madre, el cariño de concha, su hermana preferida, caricias de su corazón. revivió su querido y añorado terruño alpujarreño con sus campesinos mi-serables sometidos a los viejos caciques egoístas y corruptos, como aquel

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campeón del caciquismo liberal, hijo del registrador de la propiedad ami-go de su padre, que llegaría a ministro de instrucción pública durante el reinado de Alfonso XIII, Natalio Rivas. Aquel estado de miseria e injusticia social de los pueblos alpujarreños fueron el primer aldabonazo en su con-ciencia. se convenció que era necesario cambiar profundamente las cosas.

Vinieron a su memoria los tiempos alocados y felices de sus estudios universitarios en la Facultad de Medicina de Granada. allí, en ese tiem-po, conocería fugazmente a antonio, que en ceuta se convertiría en uno de sus mejores amigos. años de estudio y juergas, pues su facilidad para aprender y su inteligencia clara, le permitían gozar de mucho tiempo li-bre. en Granada haría sus primeras incursiones en el mundo de la política y el compromiso social, participando, con independencia y sin ataduras concretas, en los actos ciudadanos y estudiantiles de oposición al régimen caciquil de la restauración. acudía a todos los mítines y conferencias del profesor Fernando de los ríos, líder de la lucha democrática contra los cacicatos de los Lachica, los rodríguez acosta o los agrela, que a la postre se convertiría en el primer diputado socialista de la historia de Granada. también siguió con interés la campaña del diputado republicano por Granada Joaquín salvatella en 1916. era asiduo a varias tertulias políticas en las que conoció al catedrático José palanco y en las que también parti-cipaba su catedrático de patología José pareja yébenes, que será más tarde ministro republicano de instrucción pública.

Varios de sus catedráticos y profesores en la Facultad militaban en las filas antimonárquicas, como los socialistas Alejandro Otero, Rafael García duarte y los republicanos José Martín Barrales, claudio hernández y José Megías. también tuvo ocasión de participar en la vida cultural de la ciu-dad. asistió a la primera lectura del Libro de poemas de Federico García Lorca, joven poeta de Fuente Vaqueros, que en aquellos momentos busca-ba hacerse un hueco en el panorama literario.

recordó también sus paseos por la Vega, en aquellos soleados días de primavera, aquellos tonos verdes y amarillos, que anunciaban el fin del duro invierno granadino. sus incursiones a la alhambra y el Generalife subiendo por aquel rincón, el que más amaba de la ciudad, la cuesta de Los chinos. el realejo, el sacromonte y la plaza de san nicolás, a la que acudía muchas tardes a ver caer la noche sobre la alhambra y el paseo de los tristes.

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todo su bagaje granadino le empuja, como una fuerza irresistible, ha-cía las filas antimonárquicas, hacía el republicanismo como única fórmula de modernizar, reformar y hacer más justo el país.

después la vuelta a la alpujarra para ejercer como médico rural e ins-pector de sanidad en el municipio de albuñol, en la cortijada de la rábita, en la costa, frente al mar Mediterráneo. en esos años profundizará el co-nocimiento de las miserables y duras condiciones de vida de los cam-pesinos alpujarreños. Tendrá, como médico de la beneficencia municipal, que visitar asiduamente los hogares más pobres de la zona y enfrentarse repetidamente a las enfermedades producidas por la malnutrición, la falta de aseo y condiciones higiénicas y el abandono. conocerá el inconfundi-ble olor de la miseria y la desesperación ante su propia impotencia para conseguir curaciones duraderas. Muchos de sus pacientes recaían en la enfermedad por falta de recursos. su ciencia y sus desvelos eran impoten-tes, poco podían frente a la pobreza. si quería curarlos debía ayudar, de alguna manera, a cambiar sus condiciones de vida.

también hubo alegrías. pudo intimar con aquella muchacha de ojos verdes que desde su más tierna infancia siempre le había gustado, eloísa, la hija de paco Vargas. al principio ella jugaba con él, con gracia y des-envoltura, tejiendo y destejiendo una sutil y tenue red de esperanzas y desesperanzas, de guiños y rechazos, de veras y dudas, en la que al fin los dos quedaron definitivamente atrapados. Amaba a aquella mujer sensual y coqueta como jamás había amado a persona o cosa alguna.

se vio el día de su boda entrando del brazo de su madre en la iglesia de san patricio, patrono de albuñol y frente al altar mayor pronunciando el sí quiero mirando a eloísa directamente a los ojos que ese día eran más verdes y estaban más vivos que nunca. a pesar de su profundo laicismo no tuvo más remedio que aceptar la imposición de eloisa que quería casarse de blanco y por la iglesia. no podía, no era capaz de negarle nada.

Se asfixiaba en la pequeña, hipócrita y caciquil vida de Albuñol, y, además, tras contraer matrimonio necesitaba incrementar sus ingresos, pues su modesto sueldo de médico rural no le permitía ofrecer a eloísa la vida desahogada y cómoda que deseaba para ella, sobre todo porque ella ansiaba con todas sus fuerzas tener hijos. acababa de llegar a sus manos una convocatoria de concurso-oposición para cubrir una plaza de médico de la Beneficencia del Ayuntamiento de Ceuta, con un sueldo de ingreso de

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4.000 pesetas anuales. era una buena oportunidad de alejarse de albuñol, de incrementar sus ingresos, de procurarse de forma complementaría una clientela privada en una ciudad en pleno crecimiento demográfico y ex-pansión urbana provocada por la penetración en el protectorado marro-quí, de comenzar de nuevo en una tierra situada allende el mar, en el norte de África, junto al exótico Marruecos. un impulso irresistible le decidió a presentarse. tuvo que emplear toda su fuerza de convicción para vencer la más que tenaz resistencia de eloísa, que no quería separarse de su familia. tuvo que prometerle que su hermana podría instalarse con ellos en ceuta y que sus padres podrían pasar largas temporadas de visita en su nuevo hogar una vez que se hubieran instalado decentemente. estaba plenamen-te convencido de sus posibilidades de ganar la oposición, su sempiterno y confiado optimismo no le dejaba lugar a la duda. Pondría todo su empeño en ello y lo conseguiría.

allí estaba un día del templado octubre ceutí de 1927 en una sala del viejo hospital Militar central de ceuta, situado en la calle camoens, co-menzando su oposición junto a otros seis médicos más. entre ellos recono-ció a antonio, al que había conocido años atrás en Granada. se vio frente al tribunal presidido por el médico militar don Federico illanas y del que formaban parte Félix palacios, tomás rallo y Manuel díaz Badenas. todo lo salió a pedir de boca. obtuvo la primera plaza con mucha diferencia so-bre todos los demás opositores. 104 puntos frente a los 28 de Manuel, que obtuvo la segunda. ya era nuevo funcionario del ayuntamiento de ceuta, médico de entrada del servicio de Beneficencia y la clínica de urgencia. tomaría posesión el 1 de mayo de 1928. tenía treinta y dos años, dos más que eloísa. apenas un año y medio después promocionaba a médico de ascenso, lo que le supuso incrementar su sueldo anual en mil pesetas y en varios períodos ejerció como director accidental de la clínica de urgencias municipal. consiguió rápidamente incrementar sus ingresos trabajando por su cuenta para mutuas e igualas.

recordó su primer domicilio en ceuta, muy cerca de la clínica Municipal, en la calle Martínez campos 22, que más tarde, tras procla-marse la república se convertirá en Fermín Galán, en homenaje al héroe de Jaca. allí se instaló con eloisa, con su cuñada carmen, de veinte años de edad y con su sirvienta, clara, seis años mayor que él, que les había acompañado desde la rábita. en esa casa nacerían sus dos primeras hijas, concha, el 5 de agosto de 1930, y elvira, el 2 de julio de 1932. Más tarde

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se mudaría una casa mucho más elegante situada en la almina, en el nú-mero 2 de la calle teniente arrabal, a un inmueble propiedad de la fami-lia ibáñez, que hacía esquina con soberanía nacional. allí mismo había vivido antes su amigo antonio. en esta nueva casa nacerá su tercer hijo, enrique, el 7 de enero de 1934. en esos años se incorporarán al domicilio familiar su hermana concha, 7 años menor que él, y su suegro paco, ya viudo, que superaba ya los 70 años. era un hogar feliz, bullicioso y ale-gre, en el que disfrutó plácidamente de su vida familiar. eloísa siempre fue una esposa tierna, cariñosa, considerada, que hizo fácil y cómoda la convivencia diaria. Una esposa que prefirió guardar en silencio las penas que afligían su corazón y las sospechas que en alguna ocasión rondaban su cabeza. aunque no pudo evitarlas. enrique era un hombre alto, fuerte, guapo, atractivo, de una vitalidad desbordante y extrovertida que conse-guía gustar y seducir con facilidad y llevaba una vida agitada. nunca tuvo ninguna certeza de infidelidad pero muchas lenguas viperinas se encarga-ban de susurrarle chismes y maldades al oído.

Sus primeros años en Ceuta, por lo que a su vida personal se refiere, fueron de vino y rosas. descubrió la ciudad junto a antonio. ingresó en el casino africano, una de las entidades burguesas más emblemáticas de la ciudad, por cuyos salones pasaba la flor y nata de Ceuta, donde Antonio ya ejercía de directivo. era lo más parecido a un club inglés que se podía encontrar en la ciudad. allí pasó muchas tardes y fue haciendo nuevos amigos y conociendo al “todo ceuta”. pero su grupo más intimo de ami-gos lo formaban Mariano, funcionario de aduanas, José y ramón, médicos de la Beneficencia como él, Arcadio, médico militar, Alberto, empresario, celestino, antiguo crupier juerguista y amante de la buena vida, pepe, co-mandante de artillería, paco, abogado, los rafaeles, socialista y funcionario de telégrafos uno e ingeniero el otro, david, agente de seguros, Manolo, abogado. también estrechó relaciones con un grupo de colegas como los médicos militares Juan y enrique o los civiles Manolo, Félix y enrique, y los practicantes tomás y demetrio. y sobre todos antonio, con el fraguó una profunda amistad compartida por sus mujeres, carmen y eloísa, que congeniaron desde el primer momento en que se conocieron. amistad que se selló aún más en el tiempo de trabajo compartido en la Beneficencia mu-nicipal, tras dejar antonio su trabajo en la cruz roja. Muchas noches, tras salir del casino, compartían, junto con otros amigos, copas en bares como el Hipania, el Bar Kim o el Vicetino. Los fines de semana paseaban por el

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hacho o el serrallo. Le gustaba especialmente, hacerlo los días de poniente claro, en los que podía divisar la península, Gibraltar, la bahía de Beliunex o las playas de Riffien. Otros hacían excursiones a las vecinas poblaciones del protectorado-castillejos, el rincón,

Tetuán, Río Martil, Xauen, Tánger- donde descubrió un mundo exó-tico y nuevo para él, pero que en ocasiones le recordaba el viejo terruño alpujarreño.

su vida profesional no resultó tanta placentera. a lo largo de los años prestó servicios en casi todos los distritos en que estaba dividida la Beneficencia municipal. Conoció miles de hogares ceutíes, si aquellas míseras barracas en las que vivían la mayoría de sus pacientes podían llamarse de tal modo. Las duras condiciones en las que malvivían mi-les de inmigrantes llegados a ceuta durante los veinte años anteriores le impresionaron aún más que las de los campesinos y jornaleros alpujarre-ños. aquellas barriadas de latón del pasaje recreo alto y Bajo, del patio de la Bisagra, del centenero, del Foso san Felipe, de la huerta Martínez, del patio páramo, de la calle peligros, del príncipe alfonso del apero Municipal...donde se hacinaban en muy poco espacio personas y anima-les, sin luz, ni aire, situadas en callejas de tierra, estrechas y pendientes, a merced de los elementos, permanentemente embarradas en tiempos de lluvia, sin alcantarillado, ni sanitarios, donde se amontonaban las mate-rias fecales en medio de una atmosfera mefítica. Familias enteras viviendo en cruel hacinamiento con las características de la tuberculosis reflejadas en los semblantes, la miseria orgánica de aquellos pobres niños faltos de todo. La mala alimentación, la falta absoluta de higiene en la ceuta cha-bolista, la fuerte concentración prostibularia y la debilidad de los medios sanitarios terminaron por generar una situación sanitaria catastrófica. La tuberculosis, el tracoma, las enfermedades venéreas, el sarampión, la difteria e incluso la lepra fueron enemigos habituales con los que tuvo que enfrentarse en una batalla desigual frente a la miseria. para colmo de males su llegada a la ciudad coincidió con la crisis económica producida por el fin de la guerra de Marruecos en 1927, que redujo drásticamente las tropas presentes en ceuta y el protectorado y la inversiones, agravada poco después por el llamado crack del 29. el paro vino a empeorar la ya de por sí grave situación de las clases populares ceutíes. aquellas imáge-nes se clavaron en su conciencia produciéndole una profunda huella, que le llevaría, sin solución de continuidad, al compromiso político concreto. había que hacer lo posible para ayudar a cambiar aquel estado de cosas.

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se vio a sí mismo junto a antonio comprometiéndose políticamente en 1930, tras la caída de la Dictadura de Primo de Rivera, en las filas re-publicanas. aunque no quiso, como hicieron muchos de sus amigos, in-cluido Antonio, ingresar en las filas de la masonería. Siempre se negó, a pesar de las invitaciones de Antonio y otros amigos, a afiliarse a la logia hércules. creía que las sociedades secretas eran unas paparruchas, en las que la gente se afiliaba para medrar e influir en la sombra. Las ideas, en su concepción debían ser defendidas a plena luz del día y de frente. La democracia que españa necesitaba debía forjarse en el debate público y transparente. su carácter no se avenía con aquellas sociedades secretas y sus ridículos ritos.

Trabajó de firme para apoyar a la conjunción republicano socialista en las elecciones municipales de 1931. sus amigos antonio, Manolo y david eran candidatos, unos por los republicanos y el otro por los socialistas. el 12 de abril acudió a votar con entusiasmo. estaba seguro de la victoria de la conjunción en ceuta ¿pero qué pasaría en el resto del país? La realidad superó todas sus expectativas. el 14 de abril se proclamaba la república en toda España. Alfonso XIII partía hacia el exilio. Las reformas y cambios que había soñado estaban a punto de producirse. en ceuta la victoria fue completa. se ganaron todos los puestos de las mayorías y se dobló en las urnas a las fuerzas monárquicas. se lanzó a la calle como miles de ceutíes a celebrarlo. Fue uno de los días más felices de su vida. allí estaba él frente al ayuntamiento, hasta pocos días antes sede de la Junta Municipal de la dictadura y ahora reducto de la conjunción republicano socialista, en el que se alzaba la bandera tricolor de la república.

su amigo antonio fue elegido alcalde y rafael, delegado accidental del gobierno, puesto que por primera vez en muchos años fue ocupado por un civil. pocos días más tarde sería su amigo paco, el abogado, quien será nombrado primer delegado del gobierno titular, gracias a las influen-cias de antonio.

será antonio quien le convenza para ingresar en el partido republicano radical-socialista, liderado por Marcelino domingo y Álvaro de albornoz, ministros ambos en el primer gabinete republicano-socialista presidido por alcalá-Zamora. antonio le explicó que le necesitaba a su lado, tenía intención de presentarse a diputado en las próximas elecciones de junio, y si lograba el escaño, tendría que estar largas temporadas fuera de ceuta.

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Necesitaba a hombres de confianza en la dirección del partido en Ceuta como José y el mismo. Le pidió unos días para pensarlo. proclamado el nuevo régimen, pensó, se hacía necesario tomar partido en la definición de la naciente república. La posición radical-socialista cuadraba bastante con sus propias ideas. se trataba de un partido compuesto por gente de clase media, intelectuales y profesionales, que ocupaba el ala izquierda de los partidos republicanos, lindante con las posiciones socialistas modera-das. el partido sostenía un programa democrático radical que preconizaba una nueva estructura organizativa del estado, con el reconocimiento de las autonomías regionales y de un estado federal, la reforma de la justicia, la igualdad civil de sexos y de los hijos extramatrimoniales, el divorcio, la estricta separación entre la iglesia y el estado, medidas anticlericales y lai-zantes y un programa avanzado en lo social que incluía nacionalizaciones, reforma agraria y una profunda reforma educativa. una posición avanza-da en lo social pero no marxista que satisfacía lo esencial de sus aspiracio-nes. también su organización interna, poco jerarquizada, asamblearia y un tanto anárquica e indisciplinada, era muy de su gusto. y lo que fue más definitivo, la presencia de Antonio liderando la organización en Ceuta. Al final decidió secundar los pasos de Antonio.

su paso por el partido estuvo lleno de problemas. aquello era una jaula de grillos indisciplinados en la que cada uno hacía la guerra por su cuenta. alberto, torres y Mena siempre hacían de su capa un sayo. La conjunción republicano-socialista se rompió en cuanto comenzaron los problemas de definición del régimen. La crisis económica no permitía pro-fundizar en las políticas reformistas y lastraba profundamente la vida mu-nicipal. tuvo que enfrentarse a su amigo Manolo, ahora alcalde, pero que representaba las posiciones más derechistas del bando republicano. tuvo que apoyar a eduardo pérez ortiz frente a Manolo. además no contaba mucho con la ayuda de antonio que paraba muy poco en la ciudad, ata-reado en su labor parlamentaria en Madrid.

uno de sus momentos más amargo fue la crisis provocada por las maniobras realizadas para sacar a eduardo de la alcaldía, a sus espaldas, tras haber ayudado a su elección meses atrás. don eduardo era un hombre honrado, héroe respetado de la rota de annual, que logró tras tres años de cautiverio en el rif salir con vida. aunque era un hombre chapado a la antigua, muy pagado de su propio honor y respeto. su diferencia de pareceres con antonio y david sobre la gestión municipal y el programa

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de inversiones a acometer, forzó que de forma conspirativa se acordara su sustitución por david, en varias reuniones en el casino africano en las que enrique participó, en calidad de presidente del partido. el proceso de destitución fue un espectáculo bochornoso, que ahondó aún más las dife-rencias entre los viejos aliados de la conjunción y generó de rebote una profunda crisis en la masonería local, donde el hijo de don eduardo, era uno de los más destacados líderes, bajo el simbólico “Lérida”. el viejo no se dejó destituir sin antes presentar un arduo y duro combate.

Vivió momentos de zozobra y preocupación tras el atentado que a punto estuvo de costarle la vida a david, y que se la costó a su chofer. no entendía a aquellos anarquistas radicales, miembros de la Fai, que en lugar de arrimar el hombro para ayudar a implantar las reformas necesarias para mejorar la vida de las clases populares, tensaban la situación con presión y violencia, generando una atmosfera favorable a la reacción y las soluciones de fuerza. el mismo temió muchas veces verse tiroteado por la espalda en cualquier esquina o que su casa fuera destrozada por una bomba.

su más profunda decepción sobrevino tras la derrota republicana de 1933. no lograba entender como la derecha católica reaccionaria encabe-zada por aquel tipo autoritario que era Gil robles había podido conver-tirse en el partido con más diputados en las cortes. La inmensa victoria de 1931 había sido un espejismo. Las viejas clases dominantes se habían reorganizado con rapidez y la desunión y las constantes peleas del blo-que reformista del 12 abril habían propiciado su victoria. decepción que aumentó cuando comprobó que Lerroux, antaño campeón del republica-nismo, estaba dispuesto a gobernar prisionero de los votos de la derecha antirrepublicana.

su propio partido, indisciplinado y caótico, terminó roto en mil pedazos ante la falta de entendimiento entre sus facciones. antonio volvió de Madrid cansado, desilusionado, derrotado. se alejó por un tiempo de la política.

en esta ocasión él decidió no darse por vencido. ahora más que nun-ca había que comprometerse, había que pelear para recuperar la república para los republicanos. pero ahora buscó un partido sólido y disciplinado. sólo el partido socialista era capaz de articular una fuerza política me-dianamente organizada y potente. en los últimos tiempos había venido simpatizando con el ala centrista del partido, dirigida por aquel socialista

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liberal, maniobrero, hábil e inteligente que era indalecio prieto, que tenía claro que era necesaria una larga alianza con los republicanos para conso-lidar la República y sus reformas. Decidió afiliarse al PSOE local, donde aquella línea centrista era representada por su amigo david.

La toma del poder por hitler en alemania y de dollfuss en austria, este último tan alabado por Gil Robles y que como él provenía de las filas social-cristianas, disparó todas las alarmas. enrique, como tantos progre-sistas españoles, vio en Gil robles, un aspirante a dollfuss español, que estaba dispuesto a valerse de las vías legales para destruir la democracia republicana. era necesario evitar la llegada de Gil robles al poder a cual-quier precio.

se vio envuelto, sin saber muy bien cómo, en los preparativos de la huelga general revolucionaria de octubre 1934, que tenía como objetivo principal evitar el acceso de la ceda y Gil robles al poder. tomás y él tenían desde los tiempos del atentado a david, como la tuvo antonio, li-cencia para el uso de armas, expedida por la delegación del gobierno de ceuta, ambos poseían sendas pistolas que jamás habían usado. decidieron deshacerse de ellas, al saber que pronto estallaría la huelga, entregándose-las a un joven socialista, José, miembro de la logia hijos de hércules, que decidió esconderlas en el templo común de las logias ceutíes. domingo, venerable maestro de la logia hércules, ordeno a José, que sacará inme-diatamente de allí las pistolas y las hiciera desaparecer. Al final, tras un rocambolesco periplo, las armas terminan en manos de dos militantes de las Juventudes Libertarias, cercanos a la Fai, José y antonio, que son de-tenidos con ellas encima. La comisaría de Vigilancia tira de la cadena y reconstruye el viaje de las armas, deteniendo a todos los implicados. Él y tomás son detenidos, junto a otras diez personas, seis dirigentes socialis-tas (José, Luis, paco, pío, antonio y rafael), tres jóvenes libertarios (José, antonio y Luis) y el masón domingo.

Vivirá los peores meses de su vida, encerrado en el hacho. en no-viembre le suspenden de empleo y sueldo en su puesto de médico de la beneficencia. Su familia queda sin medios de subsistencia, viviendo de la ayuda y solidaridad de algunos amigos y compañeros, especialmente de antonio. La convivencia con algunos de los acusados en la prisión fue un tormento por el cruce de acusaciones y la desconfianza entre ellos, espe-cialmente con tomás y paco el chófer. su fe política se debilita y su moral cae por los suelos.

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se le juzga el 30 de abril de 1935, cuando lleva siete meses encerrado en el hacho. recordó aquella sala del cuartel de cazadores del serrallo, abarrotada de público, de acusados, de abogados defensores, donde se celebró el juicio, que reunió a lo más célebre de la sociedad ceutí como testigos, acusados, abogados o tribunal. allí estaban el delegado del Gobierno, el alcalde, el Juez de primera instancia, un ex alcalde, un ex delegado del gobierno, el dirigente más carismático de la ceda local, un abogado perteneciente a una de las más prestigiosas familias de la cuidad, los presidentes del psoe, la uGt y las Juventudes socialistas. Lo presi-día José María tejero, el teniente coronel de ingenieros que suplantaría a Antonio en la alcaldía de Ceuta tras el golpe de Estado y el fiscal es otro afamado militar ceutí, eduardo Morejón, que participará en la represión en 1936. La acusación fiscal era todo un disparate jurídico que exageraba hasta el paroxismo el incidente. se le imputaban cuatro delitos: auxilio a la rebelión militar, sedición, tenencia ilícita y depósito de armas. Le piden una condena de catorce años, ocho meses y un día reclusión con accesoria de inhabilitación absoluta. recuerda a su defensor, antonio Martín de la escalera, el más carismático dirigente de la ceda local, pidiendo su libre absolución por no existir fundamento para los delitos de auxilio a la rebe-lión y sedición que sólo podían existir en la mente calenturienta del fiscal. en cualquier caso enrique no había participado. además no podía existir el delito de tenencia ilícita pues tenía licencia y al dictarse el bando que exigía la entrega de armas, la pistola ya no estaba en su poder.

El fiscal modifica sus conclusiones para solicitarle dos penas de dos años, once meses y once días de reclusión menor con las accesorias de sus-pensión de todo cargo y del derecho de sufragio.

Al final el tribunal le condena a dos años de reclusión menor y acce-sorias por tenencia ilícita de armas. se hundió. tendría que permanecer en prisión otros diecisiete meses más. no podía creerlo. ¿Qué sería de su familia? ¿Qué haría al salir de prisión? La victoria del Frente popular en febrero de 1936 y la amnistía otorgada por el nuevo gobierno le permitió salir diez meses después y reintregrarse a su trabajo, tras diecisiete meses de prisión, que fueron un calvario, un tormento, que logró quebrar su mo-ral y su resistencia.

al salir de prisión no quiso volver a la vida política activa. se mante-nía firme en sus convicciones pero no tenía fuerzas para pelear. Antonio,

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repuesto en la alcaldía por el Frente popular, le propuso colaborar con la coalición, a lo que él se negó, a pesar del enorme agradecimiento hacia él por haber cuidado y ayudado a su familia en los meses de cautiverio.

no le gustaba la situación. se lamentó de que el radicalismo de Largo caballero impidiera que prieto presidiera el gobierno, dejando solos a los débiles y timoratos republicanos a merced de un movimiento obrero radi-calizado y una derecha antisistema claramente decidida a dar el golpe de gracia a la República, justificándolo en la incapacidad del gobierno para controlar la situación. situación que también era claramente perceptible en ceuta. huelgas, desorden, enfrentamientos, presiones, tensión extrema, incidentes violentos sin que la delegación del Gobierno hiciera nada para controlarlos y mantener el orden público.

antonio y sus colaboradores estaban desbordados ante los acoteci-mientos. La huelga general que se extiende entre el 29 de mayo y el 2 de junio se cobra la vida de dos obreros y un guardia civil. enrique presien-te en esos días un claro ambiente de preguerra civil. sabe que algunos amigos como José y arcadio se han incorporado a Falange. se da cuenta que buena parte de la burguesía ceutí y las clases acomodadas conspiran con los militares. sabe que yagüe, Martínez simancas, clemente, Gautier, Gayá y otros se preparan para asestar el golpe, que es ya un clamor en las tertulias del centro de hijos de ceuta y un grito en las editoriales de el Faro, que lo reclama sin pudor. presiente que la república está a punto de afrontar el más duro reto de su corta historia.

La tarde del 17 de julio estaba en casa leyendo. suena el teléfono. david le pone al corriente de que el ejército se ha sublevado en Melilla. Le asegura que ruiz Flores dice que el gobierno controla la situación y que ceuta está tranquila. decide asistir como público al pleno para apoyar a antonio en un momento tan duro. después regresa a casa muy preocupa-do. se han producido nuevos movimientos militares en todas las ciuda-des del protectorado. esta seguro que en breve se producirá el golpe en ceuta. unas horas más tarde los legionarios de yagüe y los cazadores de Martínez simancas se hacen con la ciudad y toman los principales resortes de poder. el golpe ha triunfado sin oposición. comienzan las detenciones.

Él es de los primeros detenidos. Le encierran en el serrallo. coincide con antonio y otros conocidos. se les insulta, se les tortura, se les trata como a bestias. antonio le pide entereza. todavía quedaba alguna espe-

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ranza. Los bombardeos de los barcos y aviones republicanos, a pesar del peligro que suponían, los llenaban de ilusión, su sonido era un dulce bál-samo de fe. Los militares insurrectos podían ser derrotados. poco a poco fueron perdiendo las esperanzas al conocer el éxito del convoy del 5 de agosto y el establecimiento del puente aéreo entre tetuán y sevilla, que permitiría al ejército de África pasar al otro lado del estrecho.

La desesperación y la angustia se instalaron en su ánimo. conocieron los asesinatos y fusilamientos que desde julio se habían venido sucedien-do. Godofredo, andrés, Ángel, Joaquín, Gaudencio, paco el chofer, pío, el joven médico socialista enrique, José , Manolo, tomás, sebastián, ricardo, Juan, ramón y hasta ochenta y cinco personas habían sido fusiladas o ase-sinadas por la espalda en aplicación de la “Ley de fugas” en los primeros días de la insurrección.

Muchas tardes, durante el cautiverio, cuando les dejaban un rato de paz, él y antonio se interrogaban sobre las causas que les habían llevado a aquel lugar. Reflexionaron juntos sobre los muchos errores cometidos por los hombres del 12 de abril en su intento de construir el nuevo régi-men republicano, sobre las precipitaciones, sobre la necesidad de haber adoptado un ritmo más gradual para las reformas, sobre la conveniencia de haber buscado un más amplio consenso en las propias filas republi-canas y con esa derecha católica que menospreciaron como enemigo po-tencial, cegados por los importantes triunfos de abril y junio de 1931, y la cadena de errores que se sucedieron a partir de ahí, llevando primero a la insurrección de octubre de 1934 y después al golpe de estado de 1936. en cualquier caso, pensaban, ese era el único delito que se les podía achacar, el de la inexperiencia bien intencionada que les llevó a equivocarse reite-radamente en su intento de construir una españa mejor, más justa, que no supieron, no pudieron y no les dejaron construir. ese intento fallido les iba a costar la vida a manos de los que no estaban dispuestos a renunciar a viejos privilegios del pasado, ni a las relaciones de clase y poder heredadas de la monarquía de Alfonso XIII y estaban decididos a imponer sus ideas por la fuerza de las armas. sin duda, pagarían muy caros sus errores.

La marcha de antonio, el 31 de agosto, para ser juzgado en consejo de Guerra sumarísimo le sume en una profunda depresión. enrique sabe que no volverá a verlo, sabe que va a ser fusilado. se abraza a él y le desea suerte. es consciente de que también a él le queda poco tiempo. el día 7

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de septiembre le confirman el fusilamiento de Antonio, dos días antes en la playa del tarajal.

el martes 22 de ese mismo mes le llega su turno. a las 17,15 en el cuartel de sanidad se constituye el consejo de Guerra que ha de juzgarle. reconoce al presidente del tribunal, el teniente coronel de ingenieros, Juan Reig. También el fiscal es un viejo conocido, Eduardo Morejón. La instrucción, plagada de falsedades y de denuncias amañadas absoluta-mente increíbles y acusaciones delirantes, ha sido llevada a cabo por el teniente coronel de infantería, rafael del Valle. se le acusa, ironías del destino, de rebelión, con absoluto cinismo por aquellos que se han alza-do en armas contra la legalidad republicana. Le defenderá el capitán de infantería chamorro, que no pone demasiado énfasis en su cometido. todo es formulario. La decisión está tomada de antemano. el juicio sólo es un trámite hipócrita, una cruel y burda farsa. tres testigos niegan las acu-saciones contra enrique, el comerciante ramos, el inspector de carruajes Juan Romero y el oficial de telégrafos Enrique Alvarellos. León Coriat se ratificará en una declaración previa contra él. El principal testigo de cargo en cuya declaración se funda la acusación, Jesús Morán, no comparece por enfermedad. a las 18,15 todo ha terminado. el consejo de Guerra le con-dena a la pena de muerte. no se inmuta. conocía de antemano su suerte. no estaba dispuesto a regalarles el espectáculo de su propia debilidad, no iba a llorar, ni a suplicar, ni a desvanecerse. Los miraría con dignidad, de frente, a la cara, regalándoles eterno su odio.

La ejecución se fijó para el sábado 26 de septiembre a las 9 de la maña-na en la playa del tarajal. su última noche la pasa en el cuartel de Bóvedas del parque de artillería, junto a las Murallas reales. La capilla ardiente se constituyó a las 4,30 de la madrugada. el Juez instructor, del Valle, leerá la sentencia. enrique la escucha impasible e indiferente. pregunta la hora exacta del fusilamiento. pide que se le permita ver a su amigo arcadio, el médico militar y a su esposa, eloísa. ambas entrevistas se realizan a las 7,30. Arcadio intenta convencerlo de que confiese y reciba los auxilios religiosos, recordándole que antonio los había solicitado antes de morir. enrique se niega rotundamente, asegurando que el laicismo forma parte de la herencia de su padre y su abuelo, que murieron en él. está decidido a continuar su ejemplo. no cree en ese dios, en cuyo nombre dicen actuar sus implacables asesinos.

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durante la entrevista con eloísa tuvo que reunir todas sus fuerzas para no derrumbarse, para no llorar desesperadamente. eso mismo le pi-dió a ella, que se mantuviera fría y firme, que no diera la más mínima satisfacción a sus enemigos. ambos lograron mantener la calma y una pasmosa frialdad de cara a los demás. no hubo lágrimas, ni quejas. en su fuero interno estaban desolados. Le pidió que cuidara siempre de sus hi-jos. sus pobres hijos a los que ya no vería crecer, a los que no podría volver a besar, a los que no podría consolar en su llanto y su dolor, a los que no podría aconsejar en momentos difíciles, a los que no podría amparar. Le rogó que mantuviera siempre viva en la mente de sus hijos su memoria y que les trasmitiera su inocencia y su profundo amor por ellos. Le dijo que la gran ilusión de su vida hubiera sido envejecer dulce y tiernamente a su lado, su único, su gran amor, aunque ya no podría ser. Le rogó que no se hundiera, que no se dejara caer de peso muerto. Que tuviera coraje, tenía que ser fuerte por los niños y debía rehacer su vida. era demasiado joven para enterrarse en vida. ella le juró ser fuerte, no rendirse aunque la vida la empujase con un aullido interminable. pero no podía pensar en rehacer su vida con otro hombre, no podría olvidarlo jamás. Maldijo el día en que a enrique se le ocurrió abandonar las alpujarras para terminar en esta tierra que le arrebataba tan injustamente la vida. enrique le entregó una cartera con documentos personales que quería que ella conservara. solo extrajo un retrato de la propia eloísa y se lo quedó. Le dio un largo, intenso y profundo abrazo, que hubiera deseado que no acabara nunca y un último beso. con gran entereza la despidió con una sonrisa franca y tierna, mirándola directamente y de forma intensa a aquellos ojos verdes que tanto amaba. La conciencia de que esta sería la última vez que la vería en su vida, pues le había prohibido terminantemente acudir a la ejecución para evitar que ambos se derrumbaran, le produjo un hondo dolor, una profunda angustia que estuvo a punto de vencerlo. pero logro resistirlo.

pidió al juez de instrucción que le permitiera llevar en su mano el retrato de eloísa, a lo que este accedió, y le rogó que una vez ejecutado le abrieran la mano y se lo entregara a ella, diciéndole que la llevó hasta el último instante de su vida junto a su corazón.

salió del cuartel de Bóvedas a las 8,35 en una furgoneta cerrada cus-todiado por un pelotón de veinte regulares de ceuta nº 3 al mando de un oficial. A las 8,55 llegaba a la playa del Tarajal, a la explanada en la que se celebraran los fusilamientos. allí se asombró del espectáculo que vio.

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aquello era un hervidero de unidades militares con uniformes de distintos colores. Los regulares que le habían escoltado y que serían los encargados del fusilamiento, la Legión, los cazadores del serrallo, sección de ametra-lladoras, ingenieros, sanidad, artillería, automovilismo, Batallón de trans-misiones, compañía de obreros de ingenieros, intendencia, compañía de mar , carabineros, Guardia civil, Guardia cívica y Falange española. a enrique el despliegue le pareció excesivo y desproporcionado. presintió que se trataba de un gesto de cobardía por si la insurrección fracasaba. así se podrían diluir las responsabilidades de los viles asesinatos come-tidos entre todos los cuerpos sublevados. una especie de Fuenteovejuna castrense en 1936. una forma, también, de comprometer a todos con los crímenes como advertencia de que ya no había marcha atrás. Vencer, ma-tar o morir.

enrique se quitó, al bajar del vehículo, la chaqueta color ceniza que llevaba puesta. Vestía un mono azul marino de obrero y calzaba unas al-pargatas blancas. se situó en el lugar del fusilamiento frente al pelotón. se negó a cubrir sus ojos con un pañuelo. Quería mirar de frente y desafiante a sus asesinos. Quería morir de pie y con dignidad sin dar el más mínimo síntoma de flaqueza. Por supuesto que tenía miedo y estaba profunda-mente acongojado, turbado y apenado. pero no les daría la más mínima satisfacción mostrándolo. intercambió sus últimas palabras con su defen-sor, el capitán Chamorro. Entonces se percató del claro y magnífico cielo azul de poniente que cubría el tarajal. recordó aquel día en que ese mismo cielo le llenó de optimismo y buenos presagios, su primer día en aquella lejana ciudad norte africana a la que vino a buscar una vida desahoga-da, cómoda, placida y feliz para él y su familia, prestando sus servicios como médico, ayudando a combatir la enfermedad, sus lacras y sus mise-rias.. ahora esa ciudad estaba a punto de cobrarse su bien más preciado, su propia vida, en plena juventud, apenas recién cumplidos los cuarenta años, sólo por haber soñado un mundo mejor para sí y sus compatriotas, por haber desafiado a unas clases dominantes y egoístas que no estaban dispuestas a ceder un ápice de sus privilegios y su poder en beneficio de todos. deseó intensamente que aquellos mal nacidos perdieran la guerra, que fracasaran, que su muerte fuera inútil. Que la historia los borrará de la faz de la tierra para siempre.

sonó una marcha militar y el teniente coronel de artillería, José rojas Feigespan, jefe de la línea dio la voz de fuego. el pelotón descerrajó una

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descarga enrique se derrumbó sobre la playa con la cabeza destrozada, su sangre se esparció sobre la arena. El oficial al mando efectuó el tiro de gracia. El forense exploró el cadáver y certificó su muerte. Se colocaron dos centinelas junto al cuerpo sin vida. Las tropas desfilaron alrededor del cadáver, al son de una marcha militar. al detenerse, el comandante José ayuso arengó a las tropas con un discurso patriótico, que termino con tres vivas a españa y un ¡arriba! el cura párroco de la iglesia de África, Bernabé Perpén, contra la voluntad del finado, encomendó su alma a ese dios que enrique rechazaba. un furgón cerrado recogió el cadáver para trasladarlo al cementerio. todo había terminado.

otra mañana de sangre y azul sobre el tarajal...