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    Variaciones Borges 29 2010

    La herencia Borges

    Alan Pauls

    La literatura argentina actual no tiene escritores borgeanos. Busquen el

    estilo, el tono, la prosa, el programa narrativo, los temas que hicieron

    clebre al maestro y no los encontrarn en ningn lado. Es una suerte que

    deberamos celebrar. A nes de los aos 60, cuando Borges haba dejado

    de ser un escritor controvertido, capaz de dividir aguas con su literatura,

    para volverse irresistible y unnime, muchos escritores, que no eran nece-

    sariamente de derecha ni estaban ligados a la cultura de clase de la que

    Borges era de algn modo el estandarte, sembraban sus propios textos,

    juveniles y aun vanguardistas, con personajes que atigaban bibliotecas,

    con lmparas ciegas, con ironas y erudiciones de segunda mano, se-

    millas espontneas de un borgismo desolador que, crase o no, tambin

    contaminaba los artculos con los que el ala ms moderna y progresista

    del periodismo cultural de Buenos Aires exaltaba la primera conguracin

    literaria que se daba el lujo de brillar dndole la espalda a Borges: el llama-

    do boom de la literatura latinoamericana. Crase o no, en las pginas de larevista portea Primera Plana, house organ ocial del movimiento, tambin

    Garca Mrquez, Vargas Llosa o Cortzar deparaban asombros y juga-

    ban a ser otros, macerados en las guras retricas ms fagrantes del

    maestro, mientras se adheran a causas que el propio Borges slo tomaba

    con pinzas y dando vuelta la cara: la causa de la Revolucin Cubana, por

    ejemplo.

    El tiempo, y quizs cierto sentido del ridculo, no perdonaron esa com-

    pulsin mimtica. Por lo pronto, digamos, la desplazaron. Los tics borgea-nos ueron abandonando la escritura de ccin, se replegaron en el perio-

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    dismo, donde undaron una sucursal sigilosa, que mantiene una latencia

    expectante y se despereza cada vez que los peridicos pretenden cierta ca-

    lidad literaria, y terminaron por alojarse en una provincia bien especca

    del discurso de la crtica: la que tiene por objeto la obra de Borges. Al pa-

    recer, ya nadie, ni los crticos ms autores es decir: los menos susceptibles

    de dejarse ascinar por sus objetos, los que imponen una mirada sobre

    todo aquello que tocan, puede escribir sobre Borges sin escribir al menos

    una rase, un prrao, un captulo como Borges. No s si el enmeno se re-

    pite en alguna otra literatura. No s si la crtica rancesa se pone valryana

    cada vez que escribe sobre Valry, si los espaoles se unamunizan cuando

    hablan de Unamuno, si los mexicanos se rulfzan rente a la obra de Rulo

    o si los ingleses se ajoycean al refexionar sobre el Ulises. Quiero creer ques, que un poco s, aunque ms no sea para desmentir la leyenda insidiosa

    que sostiene que una de las supersticiones ms caractersticas de los ar-

    gentinos consiste en creer que a los argentinos les suceden cosas que no le

    suceden a nadie. El enmeno, de todos modos, no deja de ser perturbador,

    y esto por partida triple: seala, primero, el modo en que el estilo espec-

    co de un escritor un escritor como Borges, cuya extraordinaria iconicidad

    en el paisaje cultural argentino descansa mucho ms en el aura pop de su

    gura, en las seducciones de su personaje pblico, que en su escritura o suobra literarias, cuyas condiciones de asimilacin siguen siendo de una exi-

    gencia que sobrepasa las que pueden proporcionar el mercado o los me-

    dios, el enmeno seala, deca, el modo en que un estilo literario singu-

    lar, con sus arabescos, sus seas de identidad, sus idiotismos, puede llegar

    a ocupar el lugar de ideal lingstico de una institucin, la prensa escrita,

    que se dene bsicamente por producir enunciados-standard; segundo,

    en un nivel quizs un poco ms terico, esos espasmos de borgismo que

    sacuden sin remedio a la crtica de Borges ponen el dedo en la llaga, en

    el punto verdaderamente crtico de toda relacin crtica, en la medida en

    que dramatizan esa zona de zozobra donde se abole una distancia actor

    crucial de toda lectura y la voluntad de dar sentido, descirar y conectar

    parece sucumbir a la alienacin de un hechizo; el borgismo de la crtica

    de Borges, por n, quiz sea sntoma, tambin, del tipo de infuencia que

    los escritores que acceden al panten de la unanimidad ejercen de algn

    modo sobre sus lectores especializados cuando los empujan a rendirse a

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    sus pies de la manera ms humillante posible: reproduciendo las mismas

    estrategias retricas que deberan ocuparse de poner al desnudo.

    Hay que decir que en ese sentido, como en muchos otros mal que les

    pese a sus detractores, Borges es indestructible. Slo que su indestructi-

    bilidad como su idea de la literatura est marcada por el signo inestable

    de la paradoja. No hay en toda la literatura argentina una prosa menos

    neutra que la de Borges; una prosa ms marcada, ms grca, ms idio-

    sincrsica; es decir: ms cilmente copiable. Y no hay prosa que sea ms

    rpida y despiadada a la hora de reducir a cenizas los ecos que despierta. A

    dierencia de Kaka o de Flaubert, cuyas escrituras invisibles, casi clandes-

    tinas, admiraba, Borges no es un escritor inimitable; es diestro, virtuoso,

    opulento; todos sus tics estn ah, a la vista, ostensibles, orecidos a un usoque no se ve obligado a hurgar ni inringir nada para hacerlos suyos. Pero

    en esa disponibilidad est justamente la trampa, la clave de la autoinmuni-

    dad del sistema Borges. Porque es cierto que el tic borgeano viaja plcida-

    mente del original a la copia. El problema es que jams se deja asimilar: se

    mantiene intacto, idntico, demasiado brillante, como era de esperar, para

    el contexto al que ha sido deportado, y se delata siempre hasta el escnda-

    lo, igual que el brillo, mucho ms que el precio, delata a una joya robada en

    el aguantadero srdido donde la esconden sus ladrones. Al revs que lasde Kaka o Flaubert, que undan su uerza en dos principios de reraccin,

    el asordinamiento y la impersonalidad, la escritura de Borges resplandece,

    se pavonea, parece incluso reclamar siempre un espejo. Lo que no hace

    es dejarse reducir en el sentido ms delictivo de la palabra. No se imita a

    Borges a medias sinopor completo, y esa exigencia obliga a pagar un precio

    altsimo: el precio que no pueden no desembolsar sus imitadores cuan-

    do descubren hasta qu punto eso que imitaron, ya en su poder, sigue

    siendo ajeno, es ms ajeno que nunca y se resiste a cualquier apropiacin;

    cuando descubren hasta qu punto les resultar imposible colocarlo en el

    mercado que lo reconocer antes incluso de tasarlo y cun condenados

    estn, por lo tanto, al ridculo de una ruicin de coleccionistas, ensimis-

    mada y estril. As, la imitabilidad de Borges es a la vez el actor que induce

    a la imitacin y el que rustra, o pone en ridculo, cualquier tentativa de

    imitarlo; es el veneno y el remedio, la trampa y la liberacin, la promesa y

    el desengao. Copiar a Borges es un juego de nios; lo que es imposible,siempre, es ocultar la copia. As, pues, la prosa de Borges nunca hace valer

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    tanto su soberana como cuando se entrega a los brazos de sus expropia-

    dores. Tmenme sin miedo, parece decir: seguir siendo Borges donde-

    quiera que me lleven, no importa lo que hagan conmigo. Es la paradoja

    suprema: el valor del original nunca destella tanto como cuando se deja

    arrebatar por el trance de la reproduccin.

    Querr decir, pues, que no hay herencia borgeana? Que a veinte aos

    de su muerte las huellas de Borges se han evaporado de la literatura ar-

    gentina? Yo dira que no. Dira incluso que todo lo contrario. En tanto que

    escritor argentino, a esta altura del partido, tiendo a imaginar a Borges

    menos como un escritor, menos incluso como una obra, que como una li-

    teratura entera, una literatura que uera tan institucional, tan programtica

    y al mismo tiempo tan imperceptible como una lengua materna, de la queprobablemente ya no seamos conscientes cuando hablamos pero cuyas

    reglas ejecutamos, malogramos o traicionamos cada vez que abrimos la

    boca. Quiero decir: ya no podemos pensar a Borges como la parte de un

    todo, la parte decisiva, capital, imprescindible, de ese todo que sera la lite-

    ratura argentina. Borges ya es ese todo. En una torsin lgica que sin duda

    no le habra disgustado, puesto que anima muchas de sus mejores ccio-

    nes, Borges es sinnimo del todo al que debera pertenecer si no uera ms

    que una parte, una undamental pero una de tantas, porque as como estla parte Borges est tambin la parte Sarmiento, la parte Lugones, la

    parte Cortzar, la parte Manuel Puig. Esa transormacin singular la

    parte que se vuelve todo, la relacin de pertenencia que pasa a ser relacin

    de identidad no es algo que suceda con recuencia en una literatura, y

    quiz tambin describa con propiedad, sin renunciar a la perplejidad que

    inspira, la extraa clase de enmeno que es un escritor clsico. Un clsico,

    podramos decir, es un escritor que es la literatura a la que debera pertene-

    cer. Borges es un clsico, nuestro clsico, el escritor clsico de la literatura

    argentina. En ese sentido, Borges es la literatura argentina.

    Pero las cosas, naturalmente, nunca son tan simples. Porque si los

    escritores argentinos sabemos, o en todo caso creemos saber, qu es un

    clsico, qu lo dene, cmo se lo reconoce, qu eectos produce, es un-

    damentalmente gracias a Borges. Quiero decir: Borges no es slo un es-

    pcimen de clsico, quizs el mximo de toda la literatura argentina; en

    rigor, Borges es el escritor que defne la categora de clsico de la que lmismo constituye el espcimen unnime. Borges es a la vez el ejemplo y

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    la teora a la que el ejemplo debe su existencia l mismo en primer lugar,

    pero tambin Sarmiento, Lugones, Cortzar, Puig, cualquier otro. Porque

    la literatura de Borges ya es todo para todos, segn la exaltacin bblica

    que l mismo us alguna vez para describir la polivalencia el papel de

    clsico del Martn Fierro de Jos Hernndez en la cultura argentina. A lo

    largo de casi un siglo, en eecto, Borges ha sido, sucesiva y simultnea-

    mente, el escritor nacional por excelencia y el emblema de la extranjera

    ms recalcitrante, ha sido la versin sosticada del populismo urbano y el

    portavoz de la abstraccin y la metasica, ha hecho hablar como nadie a lo

    local y ha redenido la universalidad literaria, ha sido popular y culto, pro-

    vinciano y cosmopolita, reaccionario y revolucionario, antiguo y moderno,

    moderno y posmoderno. Borges ha sido el principio de todo y tambin el

    n. Nada de la literatura le es ajeno, y mucho menos aquello que pretende

    ignorarlo, negarlo o sustraerse a su infuencia. No hay un auera de Borges

    (como alguna vez, recordarn los lectores, no hubo un auera del marxis-

    mo ni un auera del psicoanlisis, por mencionar dos disciplinas-ventosa

    de las que le gustaba mucho moarse), y eso es lo que en el ondo enu-

    rece tanto a sus detractores, si es que todava queda alguno que no haya

    capitulado: no su condicin paradigmtica, ni su intelectualismo, ni laalta de vida de su literatura, ni su apuesta por el undamento autorree-

    rencial de la ccin, ni su esttica del asombro, ni su regresismo poltico,

    sino el hecho absolutamente radical de haberlo pensado todo. No importa

    lo que hagamos en tanto que escritores prosa, verso, relato puro, na-

    rracin refexiva, autoccin, ensayo narrativo, ccin documentada, no

    importa si militamos por el gnero o el transgnero, la contemporaneidad

    o el anacronismo, la inteligencia o la estupidez, el sentido pleno o el non-

    sense, el pastiche o la invencin, siempre tropezamos con Borges. Quiero

    decir: cualquier idea sobre la literatura que conciba o practique un escritor

    argentino se mueve en un campo de problemas, disyuntivas y enigmas

    que la literatura de Borges delimit, organiz y, a su manera, solucion

    esas soluciones conguran de algn modo la obra borgeana, y del que

    incluso previ las incertidumbres con las que desvelara a las generaciones

    uturas, borgeanas o no. No somos borgeanos slo porque cada vez que

    escribimos sobre l no podemos evitar escribir como l. Somos borgeanos

    porque cualquier decisin literaria que tomemos, por anmala o salvaje

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    que sea, ya est inscripta de algn modo como problema, como excentri-

    cidad demente, incluso como pesadilla en el horizonte que Borges traz.

    Ahora bien. Si es as, por qu esa inclusividad absoluta es todo lo

    contrario de una opresin? Por qu aceptar que Borges es eectivamente

    esa especie de interior total no nos exige ninguna resignacin, no implica

    capitular ante la tristeza del ya todo ha sido hecho, tema que, por otra

    parte, es cien por cien borgeano? Cmo es posible que un escritor tan

    previsor, tan clarividente, ejerza sobre su posteridad, sobre nosotros es-

    critores argentinos que escribimos despus de l, a la sombra de sus libros,

    podramos decir un eecto no de captura, de sojuzgamiento, de inhibi-

    cin, sino un eecto permisivo, de tolerancia y autorizacin? Qu clase de

    clsico es Borges, que parece reinar sobre todo pero no obligarnos a nada,que lega pero no extorsiona, que est en todas partes pero no es dueo

    de ninguna? Hay alguna pista, creo, en la nocin borgeana de clsico. En

    la nocin tarda, digamos: la que Borges pone a punto en Sobre los cl-

    sicos, un ensayito de 1965 que cambia por completo no slo el sentido

    sino las coordenadas, bien tradicionales, bien clsicas, podramos decir,

    con las que el autor haba pensado el concepto a principios de los 30, en

    La postulacin de la realidad, por ejemplo, cuando sostena que un cl-

    sico era un escritor cuya obra exhibe ciertos rasgos internos ms o menosconstantes, ms o menos caractersticos el rechazo de la expresividad, la

    conanza en el valor de la omisin, el gusto por el disimulo y la abstrac-

    cin, la tendencia a concentrar grandes densidades signicativas en unos

    pocos detalles circunstanciales, rasgos que le permiten distinguirla, por

    ejemplo, de una obra romntica.

    Para el Borges del 65, todo ha cambiado. El clsico es otro: ya no hay

    rasgos, ni marcas internas, ni atributos identicables que lo denan nada

    propio que merezca la sancin de una taxonoma. Para que haya clsico

    ya ni siquiera parece hacer alta la gura del escritor o su nombre propio,

    borrados como han sido por una raga de anonimato que seala la nueva

    direccin en la que debe ser planteado el problema. La cuestin del clsico,

    ahora, ya no es una cuestin de autores, ni de obras, ni de procedimientos;

    es un problema de usos. Un clsico, dice Borges, es eso que una nacin, o

    un grupo de naciones, o el tiempo, han decidido leer como si en sus pgi-

    nas todo uera deliberado, atal, proundo como el cosmos y susceptible deinterpretaciones innitas.

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    Borges, digamos, ha deportado la cuestin; ha liberado la condicin

    clsica del cepo de la obra, de lo endgeno, del terreno solipsista del capi-

    tal y el patrimonio (que debe tenerun libro para ser un clsico?), y la ha

    arrojado a un campo exterior, una intemperie, un puro auera poblado de

    otros, de miradas, deseos y voluntades desconocidas (qu es lo que hay

    que hacerpara transormar un libro en un clsico?). No es en las marcas

    propias, objetivas, de un libro orden, equilibrio, transparencia, etc., don-

    de aparece la condicin clsica. Es ms bien en la relacin siempre incierta,

    dinmica, expuesta a toda clase de encuentros pero tambin de malen-

    tendidos, abusos y violencias, que se establece entre un escritor, una obra,

    una literatura y sus contextos; en los modos en que una cultura lee y se

    apropia y asigna valor a lo que lee. Clsico, pues, es para Borges un epi-sodio, crucial, pero uno ms, de la historia del valor. Slo que esa historia

    es radicalmente heternoma; los que la escriben no son los escritores: son

    los lectores.

    Quizs se sea el secreto del extrao desapego, por no decir la benevo-

    lencia, con el que se ejerce el despotismo borgeano: haber cambiado el cen-

    tro de gravedad de la literatura; haber hecho pasar el poder, el sentido y el

    valor literarios del campo del escritor (del campo de la obra) al campo del

    lector (el campo del uso y la lectura), y haber hecho de ese desplazamien-to de centro de gravedad no slo el objeto de una refexin, el eje de una

    determinada poltica literaria, sino el problema capital de su propia po-

    tica. Es cierto que Borges pens toda la literatura y que la pens para exte-

    nuarla, como quien piensa un objeto losco. Pens su uncionamiento,

    su lgica, su modo peculiar de trabajar y ser trabajada. Pens cundo hay

    literatura, qu relacin mantienen la literatura y el lenguaje, cmo inter-

    viene la literatura en el mundo, cmo se articulan literatura y vida y qu

    clase de temporalidad implica esa articulacin. (Por eso leer a Borges es

    de algn modo enrentarse con todos los problemas de una losoa de

    la literatura.) Pero de todo ese todo, Borges pens, antes que nada, esto:

    qu se puede hacer con la literatura. Es decir: pens toda la literatura desde

    la perspectiva del lector, y desde esa misma perspectiva perspectiva de

    usuario, no de productor; perspectiva de posproductor, desde esa misma

    perspectiva, digo, abric la suya.

    Sera largo recapitular las alabanzas explcitas que Borges dedic a lalectura a lo largo de su obra; sera adems un error, porque reducira el

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    papel de la lectura a una dimensin biogrca de la que conocemos bien

    las etapas: Borges lector precocsimo, Borges sustituyendo el mundo por

    los libros, Borges que, recin salido de la consulta con su otalmlogo, que

    le aconseja administrar con prudencia sus ojos si no quiere acelerar el de-

    terioro que empieza a amenazarlos, toma un tranva y se quema los pr-

    pados leyendo la Divina Comedia a la luz criminal de las siete de la tarde. O

    sera reducir la lectura a una uncin puramente temtica, similar, en ese

    sentido, a la uncin que cumplen los duelos, las deudas, los laberintos,

    las bibliotecas. Es cierto que la lectura es el centro dramtico de muchas de

    sus narraciones. De hecho, cuntos relatos de Borges se disparan, zozo-

    bran, precipitan, se hunden en el desastre o se abren a otro mundo gracias

    a la escena, la escena simple y aparentemente inocua en que un personajeposa sus ojos sobre una pgina y se pone a leer? Erik Lnnrot, Juan Dahl-

    mann, el narrador de La orma de la espada, el Recabarren de El n, el

    Otlora de El muerto: los personajes ms emblemticos de Borges pa-

    recen compartir todos un mismo destino: viven, atraviesan una serie de

    acontecimientos o asisten a su relato sumidos en una cierta pasividad, un

    poco como autmatas, sin comprender del todo la experiencia que les ha

    tocado en suerte, y postergan la comprensin hasta el nal, hasta ese mo-

    mento ltimo, decisivo, casi en el borde mismo de la ccin, como cadodel relato, en el que recapitulan todo por primera vez; releen el pasado y,

    arrancndolo del caos atnito que era, le inyectan un sentido brutal, dema-

    siado intenso para durar ms que lo que dura un cuento.

    Slo que antes que un tema, la lectura en Borges es un programa de

    pragmtica literaria. Es decir, bsicamente: un modus operandi. No hay

    casi personajes de escritores en las cciones de Borges, y cuando los hay,

    como en el caso de Carlos Argentino Daneri, el antihroe lamentable

    de El Aleph, son patticos, dbiles, el colmo de la pomposidad y la

    inoperancia. Los lectores, en cambio, parecen investidos de un extrao

    poder: son activos, tienen iniciativa, intervienen. Los lectores, en Borges,

    hacen todo lo que no hacen los escritores. De modo que la gran pre-

    gunta borgeana, la pregunta que recorre toda su obra obra de estilista,

    de escritor virtuoso, lleno de recursos, riqusimo en capital tcnico no

    es, como se esperara, cul es el poder de la literatura?, sino qu puede

    un lector? Y la respuesta es: todo. El lector, segn Borges, lo puede todo. Adierencia del escritor, que est siempre adentro de algo, anclado lo quie-

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    ra o no en una tradicin, comprometido con un ocio, y es responsable

    del savoir aire que detenta, el lector es un outsider: est siempre auera, del

    otro lado, en una suerte de tierra de nadie fotante y ubicua que le permite

    ir y venir, vagabundear, saltar, jugar a dos, a tres, a mltiples puntas, in-

    ventar atajos para poner en relacin cosas remotas, contrabandear, llevar

    el polen que recolectan de un libro a otro, como las abejas, y distraerse

    en ecundaciones arbitrarias Eso explica por qu la premisa borgeana

    ms conocida Ya todo est escrito: el mundo tiene la estructura de una

    enciclopedia, una biblioteca, un archivo nunca inspira desolacin sino

    entusiasmo, desao, incluso una euoria extraa, emancipadora. Si todo

    est escrito, as piensa el lector borgeano, es hora de hacer otra cosa. O

    ms bien es hora de cambiar el sentido del hacer en literatura. Pasar delhacer en al hacer con.

    Hacer algo con la literatura es al mismo tiempo mucho ms y mucho

    menos que escribir. Hay all un corte, un cambio de plano, un salto de

    dimensin que no se dejan conundir con una ejemplaridad ormal, una

    enseanza de escritura o una pedagoga estilstica. Es algo ms bien li-

    gero, limpio y rpido, que tiene la ecacia de una caja de herramientas y

    la velocidad de un manual de instrucciones inalible. Un ejemplo de ese

    modus operandiborgeano es El acercamiento a Almotsim, una peque-a noticia bibliogrca que Borges publica a mediados de los 30 al nal

    de Historia de la eternidad, un libro de ensayos. La nota, que pasa por ser

    una ms de las muchas reseas de libros que Borges publica por entonces,

    respeta todas las reglas de construccin de la buena resea bibliogrca:

    presentacin del libro y del autor, descripcin de sus repercusiones, resu-

    men del argumento, comprensin del tema, valoracin, anidades litera-

    rias con otras obras, etc. Slo que tanto el libro del que se ocupa (llamado

    El acercamiento a Almotsim) como su autor, el indio Mir Bahadur Al, no

    existen, son apcrios, tan apcrios como el entusiasmo del prlogo que

    lo inaugura, escrito por Borges pero que Borges hace rmar, con todo, por

    una escritora de verdad, Dorothy L. Sayers. Por ms que nos inquiete y nos

    haga vacilar, todo esto el apcrio, el parasitismo como modus vivendide

    la ccin, el comentario que unda el original que comenta, el juego con

    las convenciones del gnero, etc. sigue siendo interno, sigue desplegn-

    dose adentro, sigue siendo un modo de hacer en la literatura un modoque la posteridad de Borges, por otra parte, retom y cultiv despus hasta

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    el hartazgo, casi tanto como las hiplages, los adverbios como encabeza-

    miento de rase y las proezas elpticas. Lo importante, aqu, es que Borges,

    adems de escribir esa nota menor, casi insignicante, protocolar hasta

    el burocratismo, es el primero en leerla, y el resultado de esa lectura es

    al menos tan poderoso como el de la escritura. Porque leerla es decidir

    cul es el contexto que la denir. Leer un texto como El acercamiento a

    Almotsim es implantarlo en el tipo de libro (un libro de ensayos) y en la

    seccin (dos notas) que deciden cmo habr de ser ledo.

    De hecho, cinco aos despus, con la misma hiperconciencia contex-

    tual que desplegar cuando le toque reimprimir cada uno de sus libros u

    organizar sus obras completas, Borges se relee y decide incluir la nota El

    acercamiento a Almotsim en otro libro, El jardn de senderos que se biur-can, su primer volumen de cuentos. En otras palabras: siete aos despus,

    Borges publica como ccin el texto que alguna vez public como ensayo.

    No le toca una coma, no cambia palabras, no altera el orden del original.

    Pero es el mismo texto? La reedicin, operacin a simple vista adminis-

    trativa, es decir exterior a la escritura y por lo tanto accidental, contingente,

    preserva el texto y a la vez lo aecta sin remedio; transorma su identidad,

    su naturaleza, su estatuto, sin siquiera rozarlo, simplemente releyndolo,

    es decir: operando sobre su contexto, sobre su marco, sobre las condicio-nes en las que se presenta ante el lector y el horizonte contra el cual es

    preciso leerlo. Qu es, pues, El acercamiento a Almotsim? Noticia bi-

    bliogrca o relato? No hay respuesta. No podra haber respuesta. Porque

    en el sistema Borges la respuesta es mvil, zigzagueante, y est siempre

    sobredeterminada, en la medida en que la identidad de lo escrito no se

    dene por una serie de atributos propios, enumerables, localizables, sino

    por la relacin de aventura que establece con los medioambientes en los

    que le toca o lo orzamos a aparecer. As, el escritor segn Borges no es

    slo, no es exactamente alguien que trabaja con palabras, con rases, con

    historias, con msicas verbales, sino alguien que domina un arte ms ro,

    ms incoloro, ms conceptual: el arte de intervenir contextos. Un arte no

    muy distinto, quiz, del que Marcel Duchamp concibi a mediados de la

    segunda dcada del siglo XX, cuando hizo entrar un urinario en la institu-

    cin artstica, invent el ready-made e imagin que el arte poda ser son

    sus propias palabras una experiencia no retiniana.

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    Es este Borges no retiniano el que hace de la literatura una cosa men-

    tale y nos promueve, escritores argentinos que venimos despus, que lle-

    gamos tarde, al rango poderoso de lectores; es este Borges, no el estilista

    supremo, no el dueo de la lengua, el que, a la vez infuyente y benvolo,

    no tiene otro legado que las condiciones de nuestra propia emancipacin.

    Es el Borges que nos permiti, all por principios de los aos 50, resolver

    con un solo pase de magia el mismo pase en el que descansa la vertigino-

    sa doble vida de El acercamiento a Almotsim, el mismo al que recurre

    Pierre Menard para acceder a la gloria con una obra invisible, la copia

    textual, letra por letra, de tres captulos de El Quijote el que nos permiti,

    deca, resolver el drama que llevaba ms de medio siglo desvelndonos:

    qu es, cmo se es, en qu consiste un escritor argentino? Borges da surespuesta en una conerencia titulada El escritor argentino y la tradicin.

    Uno por uno, todos los argumentos que la literatura dio y se dio hasta

    mediados del siglo XX para trenzarse en una relacin convincente con la

    nacionalidad enmudecen ante el razonamiento borgeano. No, no se es ar-

    gentino cultivando el color local, ni preservando con uas y dientes las

    races y tradiciones populares, ni esorzndose por representar las esen-

    cias de la nacin, ni protegiendo lo propio del contagio de lo extranjero.

    Una vez ms, no es una propiedad, cualquiera sea, la que dene el serargentino del escritor argentino. Es ms bien algo tan precario y relativo

    como una posicin: un lugar menor, exterior, excntrico, incluso extico,

    que a decir verdad no tiene nada propio nada que no sea el lujo de esa

    misma exterioridad. El escritor argentino como el escritor irlands o el

    judo, dice Borges, y nosotros podramos agregar: como ese hroe ectpi-

    co que es todo lector el escritor argentino es argentino en la medida en

    que est uera de lugar, desubicado, cado como quien dice del mapa: es

    argentino porque es peririco. Y en el ecosistema del peririco, todas las

    culturas pero sobre todo las culturas mayores, dominantes: las culturas

    con maysculas pueden ser todo para todos; es decir, pueden ser ledas

    una y mil veces, de una y mil maneras, sometidas a proceso, desguradas,

    intervenidas Si hubiramos incorporado esa posicin ronteriza como

    un trauma, un handicap, una condena, los escritores argentinos habra-

    mos nauragado en la traduccin, el epigonismo, la proclama patritica o

    cualquiera de las mil tristezas que acechan a una literatura acomplejada.La tomamos, en cambio, como Borges el soberano que se neg a ser amo

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    sugiri que la tomramos: como un privilegio, una potencia, un horizonte

    de posibilidades. Si podemos escribir a partir de Borges si no somos es-

    critores borgeanos es porque Borges, en rigor, no nos ense a escribir

    sino a leer; nos ense que el que puede pararse ante la literatura como un

    lector puede escribirlo todo.

    Alan Pauls

    Buenos Aires