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Comunicação&política, v.30, nº1, p.009-024 9 § 3. Un ejercicio democrático participativo con liderazgo político E n la izquierda, en general, y en el pensamiento crítico no se ha analizado suficientemente la fun- ción del liderazgo en el aumento del ejercicio de la democracia. Pareciera, para muchos, que el ejercicio de la democracia se opone al liderazgo, que frecuen- temente fue estudiado dentro de la problemática de la vanguardia. En este momento el vanguardismo no puede defenderse, y el líder populista es atacado desde diversos frentes por no cumplir las exigencias democráticas (no decimos liberal, sino tal como la he- mos definido). Queremos superar nuevamente una falsa antinomia que puede ser definida como las exi- gencias democráticas se oponen a todo liderazgo. La tercera tesis se enunciaría así: El pueblo emerge como un actor colectivo des- de una pluralidad de movimientos y demanda. Democracia participativa, disolución del Estado y liderazgo político * (Parte II) Enrique Dussel Doutor em Filosofia pela Universidade Complutense de Madri. Professor no Departamento de Filosofia da Universidade Autônoma Metropolitana (UAM, cidade de México). Fundador do movimento Filosofia da Libertação. * Exposición efectuada en el acto de entrega del Premio Liberta- dor al Pensamiento Crítico en Caracas, por la obra Política de la Liberación, Arquitectónica, vol. 2 (Trotta, Madrid, 2009). Artigos

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  • Comunicao&poltica, v.30, n1, p.009-024 9

    3. Un ejercicio democrtico participativo con liderazgo poltico

    En la izquierda, en general, y en el pensamiento crtico no se ha analizado suficientemente la fun-cin del liderazgo en el aumento del ejercicio de la democracia. Pareciera, para muchos, que el ejercicio de la democracia se opone al liderazgo, que frecuen-temente fue estudiado dentro de la problemtica de la vanguardia. En este momento el vanguardismo no puede defenderse, y el lder populista es atacado desde diversos frentes por no cumplir las exigencias democrticas (no decimos liberal, sino tal como la he-mos definido). Queremos superar nuevamente una falsa antinomia que puede ser definida como las exi-gencias democrticas se oponen a todo liderazgo.

    La tercera tesis se enunciara as:El pueblo emerge como un actor colectivo des-de una pluralidad de movimientos y demanda.

    Democracia participativa, disolucin del Estado y liderazgo poltico*(Parte II)Enrique Dussel

    Doutor em Filosofia pela Universidade Complutense de Madri. Professor no Departamento de Filosofia da Universidade Autnoma Metropolitana (UAM, cidade de Mxico). Fundador do movimento Filosofia da Libertao.

    * Exposicin efectuada en el acto de entrega del Premio Liberta-dor al Pensamiento Crtico en Caracas, por la obra Poltica de la Liberacin, Arquitectnica, vol. 2 (Trotta, Madrid, 2009).

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    Existe un proceso en la constitu-cin de ese actor. Por ello el mis-mo pueblo en formacin inviste al liderazgo (el pueblo lo consa-gra) de un poder simblico como instrumento de su unidad, como coadyuvante en la construccin del proyecto de hegemona (que se unifica desde la pluralidad de demandas), del pasaje de la pasi-vidad tradicional a la accin crea-dora, de la obediencia cmplice a la agencia innovadora.Es decir, el ejercicio de la demo-cracia, en especial la participativa, exige una cultura del pueblo. En muchos casos, como en el de los pueblos originarios, habituados al ejercicio comunitario, una tal cultura en la base est garantiza-da. En cambio, cuando los opri-midos y excluidos (que todava no son propiamente pueblo), a veces muy numerosos (de millo-nes de participantes) y urbanos en muchos casos, no han tenido histricamente costumbres de acciones comunitarias, la demo-cracia participativa no alcanza inmediatamente los frutos que le son propios (en cuanto a la insti-tucionalizacin hegemnica de las demandas y la fiscalizacin estric-ta exigida de la representacin). Son entonces situaciones de tran-sicin de una democracia crecien-te, sendero que debe contar con la participacin de los intelectuales orgnicos que cumplen como servicio un cierto magisterio obe-

    diencial poltico democrtico, que im-pulsa la creacin y gestin de las nuevas instituciones (participa-tivas y representativas de nuevo cuo). El liderazgo democrtico se justifica en estos casos como com-plementario al proceso democrati-zador del pueblo. Dicho liderazgo aparece simultneamente con la emergencia del pueblo como ac-tor colectivo. El que ejerce el di-cho liderazgo debe tener plena conciencia de los lmites de un po-der simblico que es siempre de-legado e investido por el pueblo, que es la nica sede soberana del mismo. El liderazgo poltico legti-mo se transforma en tirana o dic-tadura (como las de A. Pinochet, A. Hitler o Stlin, guardando las notables diferencias) cuando el liderazgo se fetichiza, olvidando el cumplir con las exigencias de-mocrticas requeridas, como en el caso del ltimo J. D. Pern1.

    Debo confesar que el tema es esca-broso y no frecuentemente encarado an por el pensamiento crtico, o de izquierda en este caso, pero necesario de ser precisado como una experiencia siempre presente en la vida poltica de la humanidad, pero que pareciera que el filsofo no quisiera comprometerse demasiado con un concepto que pueda tener insospechadas derivaciones hacia la derecha ms retrgrada, tirnica o dictatorial, como en el caso de B. Mus-solini o Videla por situarnos slo en la Europa o la Amrica Latina del lti-

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    mo siglo-. Y es justamente esa derecha, y an el liberalismo u oligarquas que se autodenominan democrticas, los empeados en confundir el contenido conceptual de palabras necesarias a usarse en el enjuiciamiento de los acon-tecimientos polticos para desacreditar el legtimo e inevitable ejercicio delega-do del poder por parte actores polticos cuyas prcticas se enlazan a las funcio-nes democrticas de instituciones que de esta manera son potenciadas simb-lica y estratgicamente en los tiempos de transicin de un pueblo que, por siglos dominado es impelido a renun-ciar pasivamente a la actora o la parti-cipacin poltica, debe contar con una poca creativa para llegar a emerger, y gracias a ello ejercer de manera autno-ma la auto-determinacin poltica, si-tuacin de cultura democrtica que no se alcanza sino en una larga experiencia que depende, frecuentemente, de una labor pedaggica-poltica que exige la tesonera estrategia del liderazgo pol-tico como magisterio de participacin democrtica. Veamos la cuestin dis-cursivamente organizada en algunas tesis que irn enunciando algunos as-pectos del contenido del concepto de liderazgo poltico democrtico o le-gtimo.

    3.1. La apora entre la democracia y el lder carismtico

    En la tradicin de la filosofa poltica se enumeraron seis tipos de regmenes polticos que con Polibio (205-123 a.C) adquirieron un enlistado clsico. Se tra-

    tara en palabras del autor antiguo de 1) la monarqua, 2) la aristocracia y 3) la polita2 (que correspondera a la de-mocracia), como tipos positivos; y 4) la tirana (o el gobierno desptico), 5) la oligarqua y 6) la oclocracia3 (es decir, el rgimen de las masas manipuladas por la demagogia, que debera tambin ar-ticularse con la tirana o posteriormen-te con la dictadura4 como dominacin simple por medio del terror5) como ti-pos negativos. La apora se establecera entre el rgimen 3) (la democracia pro-piamente dicha) y el 6) (hoy denomi-nada tirana o dictadura, ejercida por un lder ms o menos carismtico, anti-democrtico). La complejidad estriba en que la palabra democracia puede adquirir en nuestros das muchos sig-nificados no unvocos (la democracia representativa liberal no sera lo mismo que la democracia popular de algunos

    1. Vase el anlisis de este caso en LACLAU, 2005, pp. 214ss; y en mi Poltica de la liberacin (DUssEL, 2007), vol. 1, [210ss], pp. 435ss, y especialmente [222ss], pp. 464ss .2. Historias, VI, 2 (Polibio, 1981).3. Del griego okhls que se opone a pueblo (dmos), es la plebs en latn (opuesto a populus) que significa multitud, masa, lumpen. Vase DUssEL, 2007, [30], pp. 68 y 125.4. No en el sentido institucional romano, como vere-mos, sino en su significado vulgar posterior (y actual).5. El populismo, en su sentido vulgar y hoy usado por liberales y movimientos de derecha, significara aproximadamente este tipo defectivo o negativo que habra que distinguirlo de la democracia propiamen-te dicha. El populismo (en su significacin negativa indicada) se articula al dictador (como manipulador). El tirano, mediante el terror, como A. Pinochet, en realidad no se asemeja ya a ningn lder carismtico, aunque puede ser tenido por tal por sus adherentes fanticos.

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    regmenes o la democracia participativa a la que aspira el anarquismo). Pero igualmente la palabra lder carismtico no es unvoca (se puede incluir en su concepto desde un dictador de derecha, los ya nombrados A. Hitler, B. Musso-lini, Videla o A. Pinochet, hasta autn-tico lderes populistas como G. Vargas o J. D. Pern, o lderes revolucionarios como Lenin, Mao-Tze-tung, Ho Chi-min o Fidel Castro). Es decir, estamos ante significados claramente equvocos, y por ello el tema debe tratarse con cui-dado, y no se lo ha hecho suficiente-mente, en especial en el pensamiento crtico de la izquierda. El tema de los lderes carismticos (y a veces ni lde-res ni carismticos, como los dictadores militares latinoamericanos impuestos por el Pentgono y el Departamento de Estado desde la poca de Henry Kis-singer desde la dcada de los 70s) slo se ha usado para criticar a los dictado-res fascistas de derecha, pero no para situar a los lderes revolucionarios de izquierda en referencia a un ejercicio democrtico. La derecha, por su par-te, confunde manipuladamente el li-derazgo legtimo con las aberraciones dictatoriales. La cuestin de la funcin de la llamada vanguardia y las reflexio-nes de A. Gramsci sobre el intelectual orgnico podran indicarnos algunas pistas, pero no suficientes. La falta del tratamiento del tema es lo que inten-tamos iniciar para bosquejar un debate futuro necesario en la actual coyuntura latinoamericana.

    Ha sido Max Weber el que ha popu-larizado el tipo carismtico de aparente

    legitimidad del lder. Pero, lo que acon-tece, es que Weber tiene un concepto negativo del poder poltico y por ello su descripcin del lder carismtico lle-ga a caer en una verdadera caricatura que es vlido para algunos casos, pero que no vale como una teora general, ni aproximada de la funcin poltica leg-tima del liderazgo.

    El primer defecto weberiano es que concibe el poder poltico (por otra par-te como toda la modernidad a partir de la conquista de Amrica y filosfi-camente al menos desde Th. Hobbes) como dominacin,6 de donde se deduce la segunda limitacin de la descripcin del socilogo alemn, ya que el mismo carisma poltico tiene como carcter propio el ser entonces igualmente un tipo de dominacin. No se cansa de aludir a la dominacin en sus descrip-ciones sociolgicas:

    Debe entenderse por carisma la cualidad, que pasa por extraordinaria (condicionada mgicamente en su origen, lo mismo si se trata de profetas que de hechiceros, rbitros, jefes de caceras o caudillos militares), de una personalidad por cuya virtud se la con-sidera en posesin de fuerzas sobrenaturales o sobrehumanas [] como jefe, caudillo, gua o lder [] Lo que importa es cmo se lo valora por los dominados carismticos, por los adeptos.7

    Los dominados son sumisos seguido-res del lder poltico para Weber. Por ello el carisma poltico es un modo irracional8 de legitimacin de la accin poltica cuyo fundamento se basa en el

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    reconocimiento que por parte de los dominados9 rinden al lder, que fre-cuentemente adquiere una fisonoma autoritaria. El lder poltico as descrito decide sin criterio de carrera burocr-tica, de ascenso definido por tradicin, de jerarqua por competencia. El crite-rio preponderante es la adhesin a su voluntad cuyas decisiones son inespe-radas.

    Este tipo de descripcin no nos sir-ve para nuestros fines, ya que el lder poltico as definido no puede articu-larse con el intento de la construccin de un actor colectivo como el pueblo, y de una democracia participativa que expresa la voluntad en crecimiento de dicho pueblo como acto colectivo de auto-determinacin. La mera magia weberiana del lder es correlativa a la masificada pasividad de una multitud ingenua y cmplice.

    3.2. Algunos tipos de liderazgos en las transformaciones revolucionarias

    No se trata entonces de proseguir la descripcin del lder carismtico webe-riano. Puede servirnos para iniciar el camino el tratamiento de Carl Schmitt, que se centra en la experiencia prusiana del 1813, y muestra cmo Clausewitz estudia al partisan como una nueva con-cepcin de la estrategia poltica, ya que en 1810 y 1811, en la Escuela de guerra de Berln, haba tomado cursos sobre los partisans [] en especial en la utiliza-cin de tropas ligeras y mviles. El par-tisan es un lder popular. Los partisans se haban transformado para Schmitt

    antes que nada en un asunto poltico en el sentido ms elevado, de carcter ne-tamente transformador. Esta adhesin a la nacin en armas, a la insurreccin, a la resistencia y a la rebelin contra el orden establecido, era una novedad en Prusia10. Todo esto se deja ver en el li-bro VI y en el libro VIII, 6B del tratado sobre De la guerra de Clausewitz, donde legitima entusiastamente la presencia del partisan en la Europa de su tiempo. Escribe Clausewitz claramente:

    La lucha del pueblo en la Europa civiliza-da es un fenmeno del siglo XIX. Tiene sus defensores y sus adversarios; los ltimos la consideran, ya sea en sentido poltico, como un medio revolucionario, un estado de anar-qua declarado legal, tan peligroso para el orden social de nuestro pas como para el del enemigo;11 o bien, en sentido militar, creen

    6. Vase DUssEL, 2009, pp. 110ss.7. WEbEr, M., Economa y sociedad, I, III, 10, 4: Do-minacin carismtica (WEbEr, 1944, p.193).8. El modo racional es para Weber el uso formal de la razn medio-fin. La legitimidad carismtica no es propiamente racional, pero para Weber es legtima. Pero siendo una legitimidad dominadora cae Weber en una contradiccin: cmo puede ser legtima una accin que dominacin al interlocutor?, es decir, cmo puede el dominado aceptar una dominacin que lo niega y admitirlo con conviccin subjetiva?, conviccin que para ser legtima debe proceder de la fuerza de una argumentacin ejercida simtrica-mente por los participantes de una comunidad?9. Ibid., p. 194. Advirtase nuevamente que el do-minado tiene sin embargo una actitud positiva de reconocimiento hacia su dominador.10. sChMITT, 1992, p. 251.11. Vase el sentido de un enemigo que es ene-migo para nosotros y para nuestros enemigos. Para schmitt ser el partisan ms el componente social (en el caso de Lenin). ste ser en esta Poltica de la liberacin el enemigo radical del sistema burgus moderno, como veremos.

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    que el resultado no est en proporcin al gasto de fuerza. El primer punto no nos in-teresa aqu12, porque estamos considerando la guerra del pueblo simplemente como un medio de lucha y, por consiguiente, en su relacin con el enemigo [poltico]; pero con referencia al ltimo punto, debemos observar que, en general, una guerra del pueblo ha de ser considerada como conse-cuencia de la forma que en nuestros das la violencia elemental de la guerra ha roto sus antiguas barreras artificiales.13

    Schmitt observa que el paso siguien-te consiste en el revolucionario pro-fesional14. Uno de ellos, lector asiduo de Clausewitz desde 1915 en Suiza (cuando tomaba apuntes de la Lgica de Hegel en Zurich), era Lenin que une estratgicamente: a) el arte militar del partisan, b) con el intelectual crtico so-cial y poltico conocedor de la filosofa poltica que organiza el movimiento desde debajo en la estructura social, c) en tanto que miembro de un partido po-ltico que le sirve de apoyo cotidiano, de comunidad terica de debate y de referencia estratgica de organizacin nacional. Esto supone una evolucin del concepto de lo poltico que toma aqu un sentido nuevo que constituir una transformacin formidable.15 Y conti-na Schmitt:

    Lenin fue el primero en tener plena con-ciencia que el partisan era una figura central en la guerra civil nacional e in-ternacional, el primero tambin en buscar transformarlo en un instrumento eficaz en manos de la direccin central del Partido.16

    En el artculo La guerra de los par-tisans, del 30 de septiembre de 1906, Lenin encara el tema por primera vez. Naca as el concepto de partisan en el sentido actual.17 En el mismo momen-to surge entonces tambin un nuevo sentido de enemigo y de enemistad (en la interpretacin de Schmitt), que fue bosquejada en Qu hacer? (del 1902). Lenin expone que una praxis de libera-cin eficaz lejos de pretender ensear a las masas las formas de lucha inven-tadas por sistematizadores de gabinete, aprende, si es lcito expresarse as, de la prctica de las masas.18 Schmitt mues-tra cmo Lenin sita la lucha dentro de una guerra civil19 que puede ser legal o ilegal, pacfica o violenta, regular o irre-gular. Para el partisan, piensa Schmitt, el enemigo burgus es un enemigo ab-soluto en una guerra absoluta (cuarto tipo de enemistad, entonces):

    En esta conviccin la distincin entre ami-go y enemigo es, en la era revolucionaria, el gesto primario que controla la guerra y la poltica. Slo la guerra revolucionaria es verdadera guerra a los ojos de Lenin, porque nace de una enemistad absoluta. Todo lo dems es convencional.20

    Schmitt agrega que su enemigo ab-soluto era [para Lenin], concretamente, el enemigo de clase, el burgus, el ca-pitalista occidental y el orden social en todo pas donde reinaba [el capital].21 Por ello la no regularidad de la lucha de clases pona en cuestin no slo una frontera, sino, adems, todo el edificio del orden poltico. En Lenin, el revolu-

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    cionario profesional ruso, esta realidad nueva accede a la conciencia filosfica. La alianza entre el filsofo y el guerri-llero, en el caso de Lenin, libera fuerzas explosivas nuevas e inesperadas.22

    En efecto, Lenin en 1906, despus de hacer una rpida sntesis de los acon-tecimientos ms importantes del lti-mo decenio, muestra cmo los ataques armados en distintas regiones de Ru-sia son criticados bajo la exclamacin: esto es anarquismo, blanquismo, el antiguo terrorismo; estos son actos de individuos sueltos, desligados de las masas, que desmoralizan a los obre-ros.23 Para Lenin lo que desmoraliza no es la guerra de guerrillas, sino la falta de organizacin, de orden y de fi-liacin de las guerrillas.24 Tratndose de un nuevo mtodo de lucha necesa-riamente no se sabe cmo encuadrarla en la organizacin tradicional. Escribe:

    En la poca en que la lucha de clases se exacerba tanto que llega a convertirse en guerra civil, la socialdemocracia debe pro-ponerse no slo tomar parte en esta guerra civil, sino desempear la funcin dirigente en ella25.

    16. Ibid., p. 256.17. La guerra de guerrillas, en LENIN, 1975, vol. 3, pp. 235ss. Aqu debemos entonces cambiar la de-nominacin de partisan por la de guerrillero. Lenin indica que no se trata de inventar nuevas formas de lucha, sino que sintetiza, organiza y hace consciente las formas de lucha de las clases revolucionarias que aparecen de por s en el curso del movimiento (Ibid., p. 235). Es decir, hoy debemos emplear el mismo mtodo para descubrir y definir las nuevas formas de lucha que inventa el pueblo latinoamericano.18. LENIN, 1975, vol. 3, p. 236.19. Quiz no advirtiendo que Lenin repite que se trata de una lucha entre dos partes del pueblo, que denominaremos como la escisin radical en la comu-nidad poltica (de la Arquitectnica) entre el pueblo en sentido estricto (como resto en Pablo de Tarso o como plebs en E. Laclau: The plebs [] can aspire to constitue a truly universal populus; LACLAU, 2005, p. 94) y el bloque histrico en el poder que se vuelve el enemigo interno en el mismo Estado y el territorio comn (el anti-pueblo o el no-pueblo en las categoras semitas anotadas en el vol. 3, la Crtica de la Poltica de la liberacin, en el 31) a la lucha popular. Este enemigo interno no es el mero antagonista poltico de schmitt, sino que es un en-emigo que necesariamente habr que subsumir (no decimos eliminar fsicamente como en la guerra, sino funcionalmente, como efecto de la transfor-macin o revolucin poltica: el zarista deba desapa-recer como zarista, pero no como persona fsica que poda reintegrarse como actor en el nuevo orden poltico, y ciertamente lo hicieron en su mayora for-mando parte de la burocracia dominante de la rusia socialista posterior).20. sChMITT, 1992, p. 257.21. Ibid., p. 258.22. Ibid., p. 259.23. III (en LENIN, 1975, vol, 3, p. 239).24. Ibid., p. 241.25. Ibid., p. 245. Y agrega: Es completamente natu-ral e inevitable que la insurreccin tome formas ms elevadas y complejas, las formas de guerra civil pro-longada que abarque a todo el pas, es decir, una lu-cha armada entre dos partes del pueblo (Ibid.). Esas dos partes del pueblo las denominaremos dos partes de la comunidad poltica, siendo una de ellas la plebs (como veremos ms adelante en el 38). schmitt ha comprendido perfectamente el sentido de esta guerra civil entre ciudadanos, cuyo antago-nismo o enemistad no es ya slo poltico. ser la en-emistad absoluta pero no como guerra inter-estatal, sino como guerra civil intra-estatal.

    12. Y sera el que un pueblo en armas toma una conciencia para-s que despus es difcil volver al orden, y es lo que le preocupa a la poltica bur-guesa pero no al estratega militar.13. De la guerra, libro VI, cap. 26 (CLAUsEWITz, 1999, pp. 438-439).14. sChMITT, 1992, p. 252.15. Ibid., p. 255.

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    Queda as integrada a la lucha pol-tica revolucionaria, la praxis de libe-racin bajo la direccin de un partido poltico, la lucha civil armada por pri-mera vez en la filosofa poltica, ya que, expresa Lenin, creemos que nuestra misin es contribuir en la medida de nuestras fuerzas a justipreciar en teora las formas nuevas que se da la vida.26

    En toda su descripcin Schmitt pue-de describir adecuadamente los mo-mentos negativos (el tipo de enemistad del guerrillero, la puesta en cuestin de todo el orden poltico, etc.), pero nunca intenta analizar positivamente el proyecto mismo del nuevo tipo de re-volucionario, sus nuevas motivaciones trans-ontolgicas27. Slo hay una com-prensin parcial del acontecimiento, desde su reductivo concepto de ami-go-enemigo. Reconoce sin embargo Schmitt que la lengua y el sistema de conceptos28 de la guerra delimitada y de la enemistad atemperada [clsica] no estaba ya en posibilidad de enfrentar la irrupcin de la enemistad absoluta.29

    El siguiente tipo de liderazgo en la descripcin de Schmitt es el de Mao Tse-tung. Como nota marginal debe-mos anotar que Schmitt no advierte la vinculacin del revolucionario chino con la estrategia militar del Sunzi,30 ni tampoco se interesa por el proceso po-ltico chino dentro del horizonte de la guerra de descolonizacin (ya que la China, aunque no fue colonia europea sino que cedi puertos para la ocupa-cin portuguesa o inglesa, sufri una violenta ocupacin japonesa en parte de su territorio). Desde un punto de

    vista poltico en China, con Mao, se suma ahora: a) a la guerra de los parti-sans, y b) a la lucha social articuladas c) bajo la direccin del Partido (aspectos ya ganados por Lenin), un cuarto mo-mento: d) la participacin protagnica y a largo plazo del campesinado (ausen-te en la estrategia de Lenin), que cre-ce como actor colectivo poltico con la Gran Marcha, que dura casi dos dcadas, que atraviesa ms de 12 mil kilmetros con inmensas prdidas, donde dicho campesinado aprende la lucha poltica. Mao escribe en 1938 Problemas estra-tgicos de la guerra de guerrilla contra el Japn31. Esta obra clsica en el arte militar no puede dejar de relacionarse con el Sunzi (El arte de la guerra chino), que expresaba en su captulo 1:

    La guerra es el arte de engaar []. Si el enemigo es vido de ganancia, sedcelo. Si est confundido, atrpalo. Si es consistente, preprate. Si es poderoso, evtalo []. Si est quieto, oblgalo a actuar. Si est unido, divdelo. Atcalo cuando no est preparado, lnzate sobre l cuando no lo espere.32

    Mao ciertamente conoca el Sunzi, por ello no se ilusionaba de un pre-tendido triunfo rpido sobre el Japn. Saba y reconoca objetivamente que China estaba en una situacin dbil, y la invasin japonesa en posicin fuerte. Pero China era inmensa y Japn peque-a. Escribe Mao:

    China no es un pas pequeo, pero no es equiparable a la Unin Sovitica. Es un pas grande pero dbil. Este pas grande y

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    dbil se ve atacado por otro pequeo y fuerte []. Es en estas circunstancias que enemi-go ha podido ocupar vastas zonas y que la guerra ha adquirido un carcter prolon-gado.33

    Esto nos remite una vez ms al Sunzi cuando observaba, despus demostrar todos los cuantiosos recursos que se consumen en una guerra ofensiva de ocupacin de territorios enemigos:

    Por todo esto, el ejrcito [japons] procura una victoria rpida y no una guerra pro-longada. El general que conoce la guerra es rbitro del destino del pueblo, responsable del sosiego como de la inquietud de la na-cin.34

    Mao perciba que los japoneses de-seaban una guerra que alcanzara una victoria rpida. Era necesario a la re-sistencia nacionalista china entablar por el contrario una guerra prolon-gada. Es decir, el hecho que merece particular atencin es que una guerra de guerrillas tan extensa y prolongada como sta constituye un fenmeno en-teramente nuevo en toda la historia de las guerras35. A diferencia del partisan espaol del comienzo del siglo XIX, ahora el movimiento guerrillero estaba perfectamente organizado bajo la direc-cin de un partido moderno, articulado a un ejrcito regular y cumpliendo ta-reas estratgicas y tcticas pero revolu-cionarias, es decir, la finalidad de dicha guerra no era reinstalar a la monarqua borbnica, sino organizar un nuevo tipo de orden social, econmico, cultu-

    ral y poltico. Era el enemigo radical que se infiltraba en la guerra de libe-racin nacional con un proyecto poste-rior y mucho ms profundo.

    Esta Guerra de Resistencia (no ofen-siva, que corresponde al tema del libro VI de la obra de Clausewitz) estaba ahora integrada en una lucha poltica bajo la direccin del partido, y, mucho ms all de Lenin, se articulaba con la praxis de liberacin del ejrcito rojo regular a la guerra de guerrilla. La gue-rra no era la realizacin de la poltica por otros medios; sino que la guerra era un momento poltico en cuanto

    26. Ibid., p. 246. 27. Descritas ya en Dussel, 1973, 22: El bien tico como justicia (vol. 2, pp. 34ss). All se explica como el Otro, el oprimido por el que Lenin milita, es el Enemigo de la Totalidad. Cuando el revoluciona-rio, a los ojos de Lenin, sustituye (categora levi-nasiana) al oprimido se transforma para el sistema como Totalidad en el enemigo radical que schmitt no analiza. schmitt solo indica que tipo de enemigo funda la praxis del revolucionario (el burgus como enemigo absoluto), pero no lo contrario. Qu tipo de enemistad constituye el revolucionario lenini-sta para el burgus zarista? sera an ms absoluto, sera el terrorista del G. W. bush. 28. Podramos decir, por nuestra parte, que el sistema de conceptos de schmitt ya no pueden dar cuenta del fenmeno que intenta analizar. Dicho sistema conceptual es lo que intenta explicitar esta Poltica de la29. sChMITT, 1992, p. 260.30. Vase lo que hemos expuesto sobre El arte de la guerra o el Sunzi chino, en el vol. I de esta Poltica de la Liberacin, [15ss].31. En Obras escogidas (MAO, 1968, vol. 2, pp.75ss).32. Sunzi, 1 (Sunzi, 2003, p. 108-109).33. MAO, op. cit., p. 76.34. Sunzi, 2 (p. 119).35. MAO, op. cit., p. 76.

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    tal. Mao mostraba ser un poltico con una estrategia militar que reaccionaba ante las circunstancias propicias: en un primer momento desarroll una guerra nacional en un frente abierto con todos los sectores chinos contra una invasin extranjera. A travs de esa guerra de li-beracin nacional fue ganando fuerza para, en un segundo momento, em-prender la tarea de enfrentar a las fuer-zas burguesas y efectuar la revolucin socialista.

    La estrategia de Mao es sumamen-te clara: Todos los principios orien-tadores de las operaciones militares provienen de un solo principio bsico: esforzarse al mximo por conservar las fuerzas propias y destruir las del ene-migo.36 Y de all va desarrollando todo un plan estratgico para las guerrillas, en funcin del ejrcito regular rojo bajo la direccin del partido.

    No podemos entrar en detalle a este paradigmtico y nuevo arte de la gue-rra37, pero cabe resaltarse la manera como se articula la compleja guerra de guerrillas con la conduccin poltica del proceso en el plano nacional, del frente con otras fuerzas ante el Japn, y todo aumentado por el apoyo inter-nacional a su estrategia. Es una manio-bra poltica compleja que muestra un sentido poltico que manifiesta su ex-cepcional capacidad de juicio prctico ante frentes tan diversos: organizacin del partido, creacin de ideologa, pro-yectos econmicos, tecnolgicos, polti-cos y militares. La praxis de liberacin mostrada en toda su diversa estructura coyuntural.

    Schmitt concluye:

    La teora bolchevique de Lenin ha descu-bierto al guerrillero, ella la reconoci. Pero en referencia a la realidad concreta, telrica, del guerrillero chino, hay en Lenin algo de intelectual y abstracto en su determinacin del enemigo. El conflicto ideolgico entre Mosc y Pekn [] tiene su fuente profun-da en la concepcin diferente del partisan verdadero. La teora del partisan se revela como siendo la llave del descubrimiento de una realidad poltica.38

    Movindonos a un horizonte comple-tamente distinto, en plena revolucin inglesa, se jug otro tipo de liderazgo. Un Cromwell, que pretenda una dic-tadura soberana (a la manera de A. Pi-nochet, como hemos indicado), que es algo muy distinto de lo que intentamos describir, y por ello no deja nunca

    hoy en Amrica Latina nos encontramos en una situacin en la que el liderazgo no debe apartarse del ejercicio democrtico en un sentido estricto.

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    lugar a dudas escribe C. Schmitt- de que l ve en Dios la fuente de su po-der, y que su soberana no depende del pueblo []. En su gran discurso ante el Parlamento recin nombrado, del 12 de septiembre de 1657, declar que tema cometer un pecado si devolva demasiado pronto al Parlamento el po-der que haba recibido de Dios.39 No estamos entonces hablando de dictadu-ra, constitucional, comisionada o sobe-rana. Mucho menos se tratara de una dictadura del proletariado, tal como Marx o Engels usaron el concepto, ya que de hecho se inspir en la dictadura soberana de 1793. Se trata de otra figu-ra poltica.

    Pero no es tampoco un mero comisa-rio, como los de la Revolucin francesa, que cumplan funciones especficas que le asignaba la Asamblea de represen-tantes del pueblo. Mucho menos.

    3.3. El liderazgo como servicio a la cultura de la participacin democrtica

    Debemos efectuar una descripcin de una figura poltica que exige un nuevo anlisis y que es el que se est dando en Amrica Latina actualmente. Es un liderazgo que se cumple como una fun-cin complementaria de las instituciones democrticas para la realizacin de exi-gencias de comunidades polticas en procesos de cambio acelerado, a veces posrevolucionario, pero que parten de un grado previo histrico de subdesa-rrollo neocolonial cultural, econmico o poltico.

    Hoy en Amrica Latina nos encon-tramos en una situacin en la que el li-derazgo no debe apartarse del ejercicio democrtico en un sentido estricto. La revolucin se va dando en profundidad con un ritmo que ha evitado, al menos en el siglo XXI, el derramamiento de sangre.40 Son entonces procesos demo-crticos efecto del uso de la institucin de las elecciones para elegir represen-tantes (propios de la democracia repre-sentativa, anticipada por la revolucin

    36. MAO, op. cit., cap. 2, p. 77. Clausewitz escribi, en el captulo 27 de su Libro VI, lo siguiente: La de-fensa, segn nuestra concepcin, no es otra cosa que la forma ms fuerte del combate. El conservar las fuer-zas propias y el destruir las del enemigo en una palabra, la victoria es el objetivo de este combate, pero al mismo tiempo no es su objetivo final. Ese objetivo es la preservacin de nuestro propio estado poltico (CLAUsEWITz, 1999, p.445). En el caso de Mao, evidentemente, es la transformacin del estado poltico existente.37. En l debera igualmente incluirse otro trabajo publicado en el mismo mayo de 1938 titulado sobre la guerra prolongada (MAO, 1968, vol. 2, pp. 113ss), igualmente original, que se ha usado, por ejemplo, en la reciente guerra de Irak contra el ejrcito norteam-ericano. En el captulo 3, plantea los seis problemas estratgicos (Iniciativa, flexibilidad y planificacin en operaciones ofensivas dentro de la Guerra defensiva, con decisiones rpidas en la guerra prolongada; ar-ticulacin con la guerra regular; creacin de bases de apoyo; transformacin de las guerrillas para la guerra de movimiento; etc.). En los siguientes captulos ex-plica detalladamente estos seis problemas. 38. sChMITT, 1992, p. 268. 39. sChMITT, 1999, p.184.40. En pases como Colombia o Mxico, el der-ramamiento de sangre frecuentemente es el de los movimientos sociales, los oprimidos y excluidos. La corrupcin generalizada del imperio de turno ali-menta con su mercado de consumo de la droga otro tipo de derramamiento de sangre que es efecto de la misma dominacin interna y externa de nuestros pases.

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    chilena de S. Allende en 1970, por la bolivariana de 1999 o boliviana de 2005).

    En efecto, el liderazgo debe enten-derse ahora estrictamente dentro de los lmites de una democracia (parti-cipativa y representativa) para servir a un pueblo que debe, a veces no tan rpido como se quisiera, experimentar la organizacin y prctica de la auto-determinacin poltica comunitaria de una manera clara y decidida. Esto nos remite, como lejana referencia, al teri-co renacentista que daba consejos para el ejercicio del liderazgo a un poltico que tuviera que instaurar un orden nue-vo (no uno ya consolidado o heredado desde antiguo), considerando por ello el hecho mismo del poco tiempo de la constitucin de tal orden y las dificul-tades propias de la educacin poltica de un pueblo no habituado a dicho ejercicio de la institucionalidad justa, desarrollada y estable del Estado. En este caso, Nicols Maquiavelo reco-mienda un liderazgo unipersonal para alcanzar mayor eficacia (no imaginan-do, sin embargo que hubiera sido mu-cho mejor crear simultneamente y de manera articulada instituciones demo-cracias de participacin, imposibles en su poca, pero no en la nuestra). Vene-zuela, Ecuador o Bolivia y la Florencia de aquella Italia del quattrocento tienen entonces como semejanza la necesidad de instaurar un nuevo orden, ms justo, auto-determinado, libre, estable.

    En estos casos el pueblo [] au-menta la reputacin de uno,41 ob-serva Maquiavelo. Este aumento de

    reputacin de un ciudadano es una verdadera consagracin42 simblico-poltica. De un ciudadano cualquiera (sea o no representante) pasa el pue-blo en su proceso de emergencia a in-vestirlo de un poder suplementario y delegado en funcin del servicio a la comunidad. En nuestro caso, agrega-ramos, que no debera ser a la manera de la institucin de la dictadura en el Imperio romano. La diferencia consis-tira en que el pueblo, nica sede del poder soberano, inviste al que ejerce el liderazgo de esa funcin supletoria, a la ya cumplida institucional y democrti-camente (por ejemplo, el ejercicio del Poder ejecutivo). Entre los romanos la dictadura era una institucin que deja-ba sin efectos a todas las dems insti-tuciones en casos de extremo peligro. Aqu en cambio todas las instituciones constitucionales democrticas estaran todas en vigor, pero se investira al que ejerce el Poder ejecutivo, institucional, de fuerza adicional para cumplir una misin especfica. Esta investidura de facto, concedida por el pueblo, no ins-titucional sino ms bien como un cargo dentro de la distribucin de funciones que la comunidad tradicional otorga y que obliga a realizar una encomienda obediencial, que le da al as consagra-do un poder delegado simblico, y por ello provisto de impacto poltico gra-cias a la dignidad que el mismo pueblo le otorga. No es dictadura institucional ni tirana antidemocrtica. Esto ltimo sera, como en el caso de A. Pinochet, si el que ostenta el poder militar lo hace fuera de la ley y contra la voluntad del

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    pueblo, y por ello es simple fetichiza-cin del poder corrompido.

    El liderazgo investido por el pueblo es un servicio, una misin, un magis-terio, como los ancianos que forman consejo en las comunidades de los pue-blos originarios, cuyo poder delegado despierta respeto. Es al mismo tiempo muy conciente de que debe cumplir con los principios normativos de justi-cia, porque la corrupcin de lo mejor es lo psimo recordaban los clsicos.

    3.4. Liderazgo democrtico en los tiempos de transicin

    El ejercicio del liderazgo no es incon-dicionado; tiene limitaciones, aquellas que las exigencias normativas colocan a la praxis como los diques que conducen las aguas tormentosas de la fortuna, de la contingencia propia de la poltica43.

    No se trata del vanguardismo de an-tao. Se asemeja en cambio al intelec-tual orgnico de A. Gramsci, pero a manera del vrtice en una estructura de liderazgo. Sera la singularidad (Ein-zelheit) del liderazgo, de la particulari-dad (Besonderheit) de la comunidad de intelectuales orgnicos, de la universali-dad (Allgemenheit) del pueblo mismo, como un silogismo hegeliano. Dicha singularidad y particularidad estn al servicio, son obedienciales, con respec-to al pueblo

    Es slo un complemento a las institu-ciones necesario en un perodo de tran-sicin. Es tiempo de la transicin en que los diversos movimientos sociales y sus demandas todava no han cuajado en

    la unidad de un proyecto hegemnico. El pueblo debe devenir uno para emer-gen y ponerse como pueblo (dira J. J. Rousseau). Nace el liderazgo con el na-cimiento de un pueblo. Pero llegar el tiempo en que deber desaparecer, as como igualmente deber desaparecer la posibilidad de una reeleccin indefini-da (que puede ser defendida igualmen-te como una institucin democrtica, siempre electiva, de transicin, no per-manente). En principio el cambio de personas en el ejercicio de la represen-

    41. Il Principe, xx (MAQUIAVELO, 1997, vol. 1, p. 178).42. Consagracin o uncin es lo propio del mesianismo. se consagra con aceite (meshiakh, en hebreo). Podramos aqu referirnos al tema en W. benjamin, ya que el mesas (en hebreo meshiakh) es el ngido (himasheakh) por la consagracin (ma-shekhah) del pueblo que se juega (o se inmola) a su servicio, el servidor (hebed) sufriente, como pago o redencin (en griego lytron, en hebreo kofer) de los esclavos (el pueblo). Vase J. TAUbEs, 2009, pp.70ss. sera el caso paradigmtico de liderazgo. Cuando J. D. Pern fue liberado de la prisin por una multitud convocada en la Plaza de Mayo en buenos Aires el 17 de octubre de 1944 (que es similar al pueblo que libera a hugo Chvez de las manos de los militares en Miraflotes, Caracas), y ante la inmensa multitud, todava sin comprender bien la situacin pidi a todos cantar el himno nacional. sera bueno leer la significacin del himno en la obra de G. Agam-be (2008, cap. 7: El poder y la gloria, p. 292ss). Es el momento en que el pueblo se rinde culto a s mismo y por lo tanto inviste al liderazgo simblicamente de su propia sagrada dignidad (en cuanto referencia ltima irrevasable. Esto no evita que posteriormente J. D. Pern traicionara (por el fetichismo de su voluntad con pretensin de soberana) al pueblo que lo consa-graba simblicamente en aquel momento, y se trans-formara en un simple dictador. haba corrompido su investidura, y la haba usado para su propia gloria, y no la del pueblo.43. Esos principios los hemos enumerados sinttica-mente en las tesis 9, 10 13 y 14 de mi obra 20 tesis de poltica (DUssEL, 2006).

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    tacin es saludable en tiempo normales, clsicos, pero puede prescindirse de ello en la transicin inicial, fundadora, de una democracia participativa nueva y nece-saria. Dicha no alternancia (como los primeros ministros del parlamentaris-mo europeo que han gobernado repe-tidas veces, hasta 14 aos seguidos en el perodo de posguerra en Alemania), no es intrnsecamente antidemocrti-

    ca, ya que en los regmenes estables y antiguos, consolidados, la alternancia es importante, pero no puede aplicarse como norma universal y en todos los casos empricos histricamente deter-minados.

    El liderazgo debe ser obediente a las exigencias y necesidades de los movi-mientos populares, del pueblo. El que manda manda obedeciendo; en primer lugar el que ejerce el liderazgo. De esta manera no pierde la brjula, como la virt que lo orienta en medio del mar embravecido de la fortuna, siempre con-tingente e incierta.

    El liderazgo perfecto es su disolucin, es cuando el que lo ejerce llega a aquel momento en el que, el lo cumple con responsabilidad, sabe que el pueblo est preparado para prescindir de l. En este caso, Lzaro Crdenas crey que lo mejor era institucionalizar la consigna de eleccin, no reeleccin. Pero en otros casos la prudencia reco-mienda otras soluciones, transitorias siempre, en vista de la formacin del acto colectivo plenamente participante que constituye al pueblo, ya que slo el pueblo es la sede soberana del poder.

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    Democracia participativa, disolucin del Estado y liderazgo poltico (Parte II)Enrique Dussel

    resumenAlgunos temas, a partir de la praxis poltica actual en Amrica Latina, se debaten en el nivel terico de la filo-sofa poltica con la participacin de intelectuales latinoamericanos y eu-ropeos. As la democracia representa-tiva liberal pasa por ser la definicin misma de la democracia en cuanto tal, mientras que la posicin cuasi-anarquista del proyecto de disolucin del Estado pasa por ser la posicin obligatoria de un movimiento social o poltico de izquierda. Estos diagnsti-cos tericos sumamente cuestionables constituyen temas que inmovilizan actualmente las voluntades polticas y que les impiden actuar ms creativa, activa, conjunta y claramente. La in-tencin en este trabajo consiste en ar-ticular dialcticamente trminos por lo general considerados antagnicos, como complementarios:La Democracia participativa articulada con la Democracia representativaEl fortalecimiento del Estado desde el horizonte de la Disolucin del EstadoEl ejercicio Democrtico participativo como condicin del Liderazgo poltico

    Palabras claveEstado democracia participativa democracia representativa represen-tacin poltica

    AbstractSome topics from current political practice in Latin America are debated in the theo-retical and political philosophy level, with the participation of latin american and European intellectuals. Thus, the liberal representative democracy is considered the very definition of democracy as such, while the quasi-anarchistic position that propo-ses the dissolution of the State happens to be the binding position of a social or politi-cal movement of the left. These theoretical diagnoses are highly questionable and are issues that currently immobilize political wills and prevent them from a more crea-tive, active, and clearly together action. This paper aims to articulate dialectically terms usually considered antagonistic, as complementary:Participatory democracy articulated with representative democracy; Strengthening of the State from the pers-pective of dissolution of the State;The participatory democratic exercise as a condition of political leadership.

    Key wordsState Participatory Democracy Repre-sentative Democracy Political represen-tation

    Artigo recebido em 3 de outubro de 2011 e aprovado para publicao em 11 de novembro de 2011.

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