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1 10 Juan Carlos Rubio A mi madre. Por darme la vida. Y por enseñarme a dis frutarla. PESONAJES ÉL. CAM ARERO. MUJER. HIJO. AM IGO. CHICA. Nota del autor No es ésta una función de teatro con vocación realista. Al menos, no en su forma. Quisiera alejarme de una puesta en escena al detalle, en la que el decorado intente imitar una aparente cotidianidad. Al contrario. La absoluta desnudez y sobriedad del espacio (sólo interrumpida por un elemento escenográfico en cada escena), y la ausencia de nombre de los personajes deberían reforzar esa sensación de desamparo en la que, poco a poco, se ve sumido el protagonista de la historia. Son los ojos del espectador los que deben añadir lo que falta, completar ese puzzle, ya que, al igual que en la vida, lo que nos rodea se construye y modifica a cada instante según la mirada única y personal de cada uno. Sin embargo, es en el trabajo actoral donde se ha de buscar esa sensación de calidez, de verdad cotidiana y cercana. Esa verdad a la que todos tememos enfrentarnos en algún momento de nuestra vida: la angustiosa sensación de ser dueños de nuestro destino.

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Juan Carlos Rubio

A mi madre.

Por darme la vida. Y por enseñarme a dis frutarla.

PESONAJES ÉL. CAM ARERO. MUJER. HIJO. AM IGO. CHICA.

Nota del autor No es ésta una función de teatro con vocación realista. Al menos, no en su forma. Quisiera alejarme de una puesta en escena al detalle, en la que el decorado intente imitar una aparente cotidianidad. Al contrario. La absoluta desnudez y sobriedad del espacio (sólo interrumpida por un elemento escenográfico en cada escena), y la ausencia de nombre de los personajes deberían reforzar esa sensación de desamparo en la que, poco a poco, se ve sumido el protagonista de la historia. Son los ojos del espectador los que deben añadir lo que falta, completar ese puzzle, ya que, al igual que en la vida, lo que nos rodea se construye y modifica a cada instante según la mirada única y personal de cada uno. Sin embargo, es en el trabajo actoral donde se ha de buscar esa sensación de calidez, de verdad cotidiana y cercana. Esa verdad a la que todos tememos enfrentarnos en algún momento de nuestra vida: la angustiosa sensación de ser dueños de nuestro destino.

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Acto I

Cero

ÉL es un hombre de sesenta años. ÉL viste de manera impecable. Traje y corbata.

ÉL está de pie frente al público, mirándole desafiante, seguro de sí mismo.

Pero a los pocos segundos esa seguridad comienza a desdibujarse hasta dar paso a una mueca de vacío. De

angustia... ÉL asume su situación. Está dispuesto a abrir su corazón,

aunque esto suponga una experiencia dolorosa. Tras unos instantes se da media vuelta y desaparece

lentamente entre las sombras. Oscuro.

Uno El restaurante

En un lateral del escenario hay dos sillas y una mesa. ÉL está sentado en una de las sillas. Parece de mal humor.

S obre la mesa hay un vaso de whisky. Y, desde luego, no es el primero que bebe esta noche.

ÉL toma un buen sorbo, con ese estilo característico que poseen las personas que beben habitualmente. Después,

saca un pañuelo y seca pulcramente el sudor que cae por su frente, como en una ceremonia de purificación. Vuelve

a coger el vaso y lo apura de un trago. Tras unos instantes, un CAM ARERO de poco más de

veinte años se acerca a la mesa. Lleva en sus manos una botella de vino y una cubitera de esas altas, de las de pie.

Su actitud es desenfadada, de alguien con toda la energía, ingenuidad y fuerza que da la juventud.

CAMARERO.- (Tras un segundo de reconocimiento.) Oiga, perdone, ¿usted no es...? (Jovial.) ¡Es usted! ¡Claro que es usted! Sí que lo es... ¿Sabe?... M e gusta mucho como actúa... Siempre veo sus series en la tele. No lo va a creer, pero yo también me dedico al mundo del espectáculo... Soy escritor, bueno, quiero serlo. Lo que más me gusta es el teatro y ...

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ÉL.- (Seco.) M e alegro mucho de que Talía le haya bendecido con su don, enhorabuena... Y ahora acláreme una duda, ¿por qué no tienen puesto el aire acondicionado? ¿Es un convenio con el M inisterio de Industria para ahorrar energía o simples ganas de joder al personal? CAMARERO.- (Más serio, más en CAMARERO.) El aire está puesto, señor. ÉL.- No, no está puesto. Si estuviera puesto yo no estaría sudando como un cerdo. CAMARERO.- Puede ser... ÉL.- (Calentándose.) ¿Puede ser? ¿M e aclara ese «puede ser»? ¿«Puede ser» que el aire no esté puesto? ¿«Puede ser» que yo no esté sudando? ¿O quizá lo que «puede ser» es que yo sea un cerdo y por esa razón sudo como me corresponde? CAMARERO.- (Tranquilo.) No, señor. Ninguna de esas tres cosas. Lo que «puede ser» es que el aire no esté puesto lo bastante fuerte. Al menos, no para su gusto. ÉL.- Ajá, esto comienza a ser medianamente razonable... ¿Y va a hacer algo al respecto? Vamos, si «puede ser». CAMARERO.- Sí. Por supuesto que puede ser... Claro que antes habría que preguntar al resto de nuestros clientes qué opinan. No sé... Quizá ellos no tengan tanto calor como usted. ÉL.- M e importa una mierda lo que opinen los demás clientes... Yo he venido aquí a cenar, no a tomar una sauna... Usted sube el aire y yo dejo de sudar, ¿estamos? CAMARERO.- Sí, señor. Estamos...

(El CAMARERO le va a servir el vino. ÉL le detiene con un gesto.)

ÉL.- Un momento... La copa está sucia. ¿O es que no lo ve? (El CAMARERO mira la copa. No parece muy convencido.

Pero se calla.) ÉL.- ¿En serio es este un restaurante de cinco tenedores? ¿No les habrán robado alguno en un descuido? (El CAMARERO pone la copa sucia en el otro extremo de la mesa. Coge la copa que había allí y la pone frente a él.)

CAMARERO.- Perdone. Use ésta. Ahora traigo otra para su señora.

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ÉL.- ¿Para mi señora? No se moleste. M i señora nunca volverá del lavabo. Lleva catorce minutos encerrada allí. ¿Qué demonios hace una señora que no es estreñida catorce minutos dentro de un lavabo? ¿Alicatarlo?

(El CAMARERO prefiere no entrar en discusiones. Se limita a servir el vino. ÉL agarra de nuevo la carta y

comienza a hojearla con fastidio.) ÉL.- Dios, siempre lo mismo... No hay sorpresas, no hay novedades, no... Igual que ayer e igual que mañana. Y entre medias, la rutina de hoy... (Mira de nuevo al CAMARERO.) ¿El cordero tiene mucha grasa? CAMARERO.- Depende. ÉL.- ¿De qué? CAMARERO.- De lo que usted considere mucha grasa... Para usted hace mucho calor en este restaurante. Para usted esta copa está sucia. Para usted catorce minutos son muchos minutos... (Indolente.) Igual el cordero le parece demasiado grasiento...

(ÉL se levanta como una fiera y le agarra de las solapas. Casi le levanta en el aire. Ya no hay lugar para la ironía.

S ólo violencia.) ÉL.- ¿Tienes ganas de hacer bromitas ahora, cabrón! CAMARERO.- ¿Pero qué hace! ¡Suélteme! ÉL.- ¿Las tienes! CAMARERO.- ¿Se ha vuelto loco! ¡Que me suelte! (Tras un pequeño forcejeo, ÉL le suelta. El CAMARERO

se aleja unos pasos.) ÉL.- ¡QUE SEA LA ÚLTIMA VEZ QUE TE ATREVES A BURLARTE DE MÍ, HIJO DE PUTA! ¡QUE NO ERES MÁS QUE UN HIJO DE PUTA!

(ÉL da un tremendo golpe con el puño sobre la mesa, descargando el resto de su ira. El chico le observa sin

poder creerse lo que está pasando.)

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CAMARERO.- (Alucinado.) Ahora entiendo por qué su mujer está encerrada en el baño... (ÉL respira con dificultad. S u propio ataque de violencia se ha vuelto en su contra, alterándole por completo. Se comienza a dar cuenta de lo desmedido de su reacción.

Termina por sentarse en la silla de nuevo.) ÉL.- Dios... Yo... (Se calla.) Perdone... Yo no pretendía... No quería... CAMARERO.- (Aún atónito.) ¿No pretendía? ¿No quería? ¿De qué está hablando? ÉL.- Lo siento, lo siento, de veras... CAMARERO.- Será mejor que avise al encargado. O a la policía...

(El CAMARERO se aleja. ÉL parece abatido. Realmente abatido. El CAM ARERO se gira antes de salir y le mira.

No sabe qué hacer.) CAMARERO.- (Dudoso.) Joder...

(Al fin se acerca unos pasos. Queda de pie junto a ÉL.) CAMARERO.- Está bien. Tranquilícese... No voy a llamar a nadie... Todo el mundo está mirando. No monte más numeritos... Olvídelo, ¿vale? ÉL.- Ojalá pudiera olvidarme de todo. CAMARERO.- ¿Pero qué narices le pasa? (Tras una pausa.) Oiga, le estoy hablando, ¿qué le pasa? ÉL.- (Toma aire, intenta retomar la calma.) No lo sé... CAMARERO.- ¿Cómo que no lo sabe? ¿Se comporta así cuando no sabe lo que le pasa? Y cuando lo sabe, ¿qué hace? ¿Suelta una bomba atómica? ÉL.- Siento mucho lo ocurrido... Es sólo que... (S e calla.) Bah, qué más da. Tome.

(ÉL saca su cartera y le alarga unos billetes.) ÉL.- Considérelo una propina por... CAMARERO.- ¿Por descargar su mala leche? (Molesto.) ¿Pero quién se cree que es? (Tras una pausa. Seco.) Buenas noches.

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(El CAMARERO se aleja de nuevo.)

ÉL.- No... Espere... No se vaya. Siéntese, por favor. CAMARERO.- No diga tonterías. No me puedo sentar a la mesa con un cliente. ÉL.- Sólo un minuto. Por favor... Se lo suplico.

(El CAMARERO mira a un lado y a otro, un tanto temeroso. Se sienta al fin.)

ÉL.- (Tras una pausa.) ¿Usted nunca ha tenido la sensación de gritar y no poder oír su propia voz, correr y no poder moverse del sitio donde se encuentra? Yo sí... Día a día, minuto a minuto... Es angustioso... Y no sé cómo escapar de ello... No lo sé. CAMARERO.- Oiga, ¿por qué no le cuenta todo esto a un buen psiquiatra? Yo no puedo ayudarle... ÉL.- Nadie puede ayudarme... CAMARERO.- ¿Pero qué le pasa? No le entiendo. Tiene usted su mujer, su familia... Y es un actor famoso, rico. Todo le va bien... ¿Qué más quiere? ÉL.- Ojalá pudiera cambiarme por usted. Empezar mi vida de nuevo. Desde cero... Intentar que todo fuese distinto. CAMARERO.- (Vehemente.) ¡Pues hágalo, joder...! ¿Qué se lo impide? Lo que no le guste de su vida, cámbielo. ÉL.- ¿A estas alturas del partido? CAMARERO.- ¿Qué tiene que ver la edad? Si usted no es feliz, cambie. Elija ser feliz. ÉL.- ¿Cree de verdad que uno elige lo que quiere? ¿No se da cuenta de que eso es una torpe mentira, una frase publicitaria que se sacaron de la manga las editoriales de manuales de autoestima...? ¿Usted elige lo que quiere pensar? ¿Lo que quiere sentir? ¿Lo que quiere vivir? CAMARERO.- (Entusiasta.) Sí. Es cuestión de fuerza de voluntad... Mire, la mente está aquí, dentro de mi cabeza. Es mía. Y soy yo quien tiene que controlarla. Yo. ÉL.- Perdone la pregunta, pero ¿usted no era escritor? CAMARERO.- Sí... ÉL.- Ah... ¿Y qué hace sirviendo mesas? (El CAMARERO, harto, se levanta dispuesto a volver a su

trabajo.)

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ÉL.- No se marche. CAMARERO.- ¿Para qué me voy a quedar! Usted no quiere oír nada nuevo... ÉL.- ¡No es tan fácil cambiar! CAMARERO.- ¡No le he dicho que sea fácil! Oiga, no escucha cuando se le habla. Para cambiar hacen falta un par de narices... No, mejor aún. Para cambiar hacen falta un par de cojones...

(Los dos se miran en silencio.) CAMARERO.- Y tiene usted razón... No debo trabajar aquí... A partir de mañana voy a dedicar toda mi energía a escribir. Sí, eso es lo que haré... Ya está bien de perder el tiempo... El que no apuesta no gana. Eso dice siempre mi abuelo. M i abuelo sí que es un tío cojonudo... Y usted también debería hacer algo con su vida... (Tras una pausa.) Tengo que volver a la cocina... (En voz baja.) Ah, y no pida cordero para cenar... Demasiada grasa. (El CAMARERO se aleja. ÉL se queda pensativo, como si por su mente pasaran miles de confusas ideas. Vuelve a

llenar su copa y la bebe de un trago. Una M UJER de unos cincuenta y tantos años se acerca a la mesa, se sienta y

cogiendo la carta la hojea.) MUJER.- Ya estoy aquí... ¿Qué? ¿Has decidido ya? ÉL.- No, no del todo... MUJER.- ¿No sabes lo que quieres? Siempre estás igual... ¿Qué te apetece? ÉL.- (Un poco ido.) Cambiar... Sí, eso puede estar bien. MUJER.- (Al fin levanta la vista de la carta. Por primera vez se da cuenta de que su marido no le habla de la cena.) ¿Cambiar? ¿Cambiar el qué? (Oscuro. En otra zona del escenario, casi en proscenio, se ilumina un cenital. Bajo ÉL se encuentra el CAMARERO.

Lleva la carta en la mano.) CAMARERO.- Siempre he querido escribir, contar historias. Desde que tengo uso de razón... Todos mis amigos me aconsejan que me olvide de ello, que sea realista, que me quite esas chorradas de la cabeza, que está fuera de mi

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alcance... Creo que debo cambiar de amigos. Prefiero unos locos que me acompañen hasta el borde del precipicio y se tiren conmigo... Qué cague, ¿no? (Tras una pausa.) ¿Por qué nos da tanto miedo lo desconocido? (S e encoge de hombros.) No lo sé... Pero prometo pensarlo ahora que voy a tener tiempo... Por cierto, (S aca un libreto de dentro de la carta.) ¿saben de alguien a quien le pueda interesar leer una obra mía? Es muy buena, en serio... (Un poco más dudoso.) Al menos, a mí me lo parece...

(La luz cenital desaparece.)

Dos La casa

Una cama de matrimonio ocupa un lateral de la escena. A

ambos lados ÉL y la MUJER, como separados por un infranqueable muro. Ella está sentada en la cama,

mirando en dirección contraria a donde se encuentra ÉL. Está destrozada, pero intenta dominar sus sentimientos. ÉL parece más entero, más entero, más convencido de lo

acertado de su decisión, aparentando una normalidad inexistente. Hay un montón de ropa sobre la cama. ÉL la

mete con pulcritud dentro de la maleta. ÉL.- No me voy a llevar toda la ropa, sólo lo imprescindible para estos primeros días... Ya mandaré a buscar el resto... Creo que me voy a alojar en el «Sterling». Tiene mejor desayuno que el «M ónaco»... Al menos, eso opina tu prima... Claro que el juicio de tu prima nunca ha sido precisamente ejemplar... Bueno... Espero que no se me olvide nada del aseo... No soy nadie sin mi neceser... Champú, gel, desodorante, colonia, espuma de afeitar, cuchillas, crema hidratante... Sí, está todo...

(ÉL cierra la maleta. La coge y se acerca a su MUJER.) ÉL.- Por favor... No me mires con esa cara... Es lo mejor para los dos. Confía en mí. Teníamos que haber hecho esto hace mucho tiempo, lo sé. Pero estamos aquí. Y ahora... Aún nos queda mucho camino por recorrer... Eres una buena mujer. Y una buena madre... No te mereces sufrir... Y no vas a sufrir. No lo voy a permitir. Sabes que siempre estaré ahí para protegerte.

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(ÉL deja unas llaves sobre la cama.)

ÉL.- Te dejo las llaves del cuatro por cuatro. Yo me llevo el pequeño, que se aparca mejor... He llamado al chico. Quería decírselo contigo, que nos viese seguros, felices de tomar esta decisión... (Mira su reloj.) Pero parece que no llega. Tendrá algo más importante que hacer... A fin de cuentas ésta no es su guerra...

(ÉL deja la maleta en el suelo.) ÉL.- Bueno...

(Los dos se miran en silencio.) ÉL.- ¿M e das un beso de despedida? Después de tanto tiempo se me hace extraño marcharme así, sin más...

(ÉL se acerca a ella.) ÉL.- Es curioso. No sé si debo darte ese beso en la mejilla o en los labios...

(ÉL opta por darle un beso en la mejilla.) ÉL.- Adiós...

(ÉL coge la maleta y se dirige a la puerta. Pero se vuelve antes de salir.)

ÉL.- ¿No vas a decir nada? ¿Ni una sola palabra? MUJER.- Quédate...

(La MUJER rompe a llorar con desconsuelo.) ÉL.- ¡No! ¡Dios, no hagas eso! ¡No digas eso! MUJER.- No te marches... (ÉL arroja la maleta con rabia. La ropa se esparce por el

suelo) ÉL.- ¡NO LO HAGAS! ¡No llores! M e juraste que no lo harías... Ya hemos hablado durante horas... No quiero ver

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lágrimas... No quiero que uses el dolor como pasaporte de nuestra relación...

(ÉL se acerca a ella y le limpia las lágrimas.) ÉL.- No eres una adolescente frágil... Por más que estires esta piel, por más que la maquilles y juegues al disimulo, debajo hay una mujer de cincuenta y cinco años, ¿me oyes?... Te han pasado demasiadas cosas como para venirte ahora abajo. No pienso permitírtelo... Porque en tu caída me arrastras a mí, ¿comprendes? ¡Deja de llorar!

(La M UJER deja de llorar. O al menos lo intenta.) ÉL.- Y mírame a los ojos... Tú ya no me quieres. Reconócelo... No me quieres. No me puedes querer... Lo que haces es disfrazar el horror a la vejez y el miedo a estar sola de amor. Pero no es verdad. No me quieres... Dímelo... ¡Dímelo! MUJER.- Sí te quiero... ÉL.- ¿M e quieres? ¿Me quieres?

(ÉL la agarra y la obliga a ir a la cama.) ÉL.- ¡Hazme el amor, si me quieres! Venga, adelante, bésame como me besabas cuando nos conocimos... (ÉL comienza a besarla con fuerza, con violencia. Ella se

defiende.) MUJER.- ¡Basta! ÉL.- Ha pasado tanto tiempo, pero quizá no... Quizá no..., ¿te acuerdas? MUJER.- Por favor... ÉL.- Fue maravilloso... Olías a inocencia... Y yo... Quiero sentir cómo mi cuerpo entra en ti... Quiero que grites de placer... Quiero ver ese amor. Aquí... Ahora. MUJER.- ¡No estoy hablando de sexo, estoy hablando de...! ÉL.- ¡Tú hablas, hablas! Sólo sabes hablar... Todo pasa por tu boca, pero nada por tus tripas... Deja de razonar y siente. ¡SIENTE, JODER! ¿De verdad me amas? ¿Aún me deseas? Ahora me lo puedes demostrar, ahora... MUJER.- Me haces daño...

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ÉL.- ¿Daño? ¡OJALÁ PUDIERA ARRANCARTE EL CORAZÓN Y PONERLO DELANTE DE TUS OJOS PARA QUE VIERAS DE UNA MALDITA VEZ TUS SENTIM IENTOS! Para que vieras de una puta vez tanta mentira...

(ÉL se levanta de la cama y se aleja unos pasos. Está realmente alterado. Ella se queda inmóvil sobre la cama.)

ÉL.- Siempre has sabido cómo manipularme... Desde tu posición, claro, desde ese trono de mosquita muerta, de no haber roto nunca un plato... Yo siempre he sido el demonio... «Qué pena que estés casada con un hombre así... Bebe, juega, va con otras mujeres, te maltrata... ¿Cómo puedes aguantarle? Eres una santa...» Una santa... ¡BAJA DE ESE PUTO ALTAR DE UNA VEZ! ¿Por qué has seguido a mi lado todos estos años? ¿Por qué? ¡Habla!... Bien, te lo voy a decir... Porque eres una cobarde, porque nunca has tenido cojones para hacer nada por ti misma... Te resultaba mucho más cómodo poner la mano a fin de mes y tener tus problemas resueltos... De tus padres a tu marido. Sin una vida propia, sin una dignidad que defender... ¿Qué más da que él se enfade de vez en cuando, que llore, que grite, que destroce cuatro muebles? Al final se le pasa y todo queda igual... Y encima, renovamos el mobiliario... ¡PUES TODO VA A CAM BIAR! Estoy dispuesto a ello. No me preguntes qué ha pasado dentro de mi mente. Ni yo mismo lo sé... Pero ha pasado. Al fin... El problema es que a los demás no os viene nada bien que esto ocurra. (S e toca la frente.) Dios, me va a estallar la cabeza...

(La M UJER parece salir del estado de shock en que se encontraba. Recupera la calma. Es lo mejor que puede

hacer. Le conoce. Al fin, se levanta y se acerca a la maleta. Recoge la ropa esparcida por el suelo y la mete dentro. Después la cierra y la deja justo al lado de la puerta.)

MUJER.- Tienes razón. Vete.

(ÉL se sienta en el borde de la cama y apoya su frente entre sus manos.)

ÉL.- (Con rabia.) ¡NO QUIERO SENTIRM E CULPABLE! No... Siempre consigues que me sienta culpable. Otra vez dentro de mí ese algo que me quema y... MUJER.- Por eso lo mejor es que te marches. Por favor.

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ÉL.- M e estás volviendo loco: quédate, vete, sin ti no puedo vivir, pero no puedo vivir de esta manera... ¿NO TE DAS CUENTA DE QUE YA NO VOY A HACER M ÁS LO QUE TÚ PIDAS! Ahora, al fin, voy a tomar las riendas de mi vida. ¿No tengo derecho? MUJER.- Sí, lo tienes. ÉL.- Nunca me has querido por lo que soy, sino por lo que esperabas que llegara a ser... «Ya cambiará, quizá con los años sea el príncipe azul que yo soñé»... ¡Pues siento joderte el cuento! Las perdices están llenas de gusanos... MUJER.- Tienes razón. Haz tu vida. Sé feliz... Pero vete.

(ÉL se levanta y se acerca.) ÉL.- (A la defensiva.) Ah, claro, ya te veo venir... Cambio de estrategia. Después de la desesperación viene esa actitud fría, distante, dominando la situación... Y todo para lo mismo. ¡PARA JODERM E UN POCO MÁS! MUJER.- (Desesperada.) ¿QUÉ QUIERES QUE DIGA! ¿QUÉ QUIERES QUE HAGA! Quiero terminar de una vez... No puedo más... Estás enfermo. ÉL.- Sí, claro que estoy enfermo. No soy más que un loco que depende de una buena dosis de vino, juego y personajes para levantarse cada día... Lo tengo todo, ¿no? Soy un triunfador, un prestidigitador de la vida... Las mujeres me aman. Los hombres me envidian... El alma de las fiestas, todo el mundo quiere invitarme un rato para que caldee el ambiente... ¿Pero qué pasa cuando aparece el monstruo dispuesto a arrancarte el alma de un mordisco? «Lo siento, aforo completo, vuelva de nuevo cuando recupere el traje de bufón» ¡Pues ese soy yo! Ese bufón carnívoro y depredador... Tú elegiste casarte con él... ¿Y ahora dices que estoy enfermo? O estás ciega o eres idiota... O no eres más que una manipuladora. Pues siento decirte que la marioneta ha cortado los hilos... Pinocho ya es un ser humano. Y está dispuesto a descuartizar al Hada M adrina si es necesario con tal de empezar a andar su camino... (ÉL se acerca a ella. Ella le aparta la mirada. Está al límite

de sus fuerzas.) ÉL.- ¿Ahora callas? ¿Ya no tienes nada que reprochar? MUJER.- No... ÉL.- ¿Estás segura?

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(Ella asiente. ÉL coge la maleta.)

ÉL.- (Frío.) M añana mismo empezaremos con los trámites de la separación... Ah, y no te preocupes por el aspecto económico. Relájate de una puta vez...

(ÉL se dirige a la salida. Entra un chico de unos veintinueve años. Es el HIJO.)

HIJO.- Hola... ÉL.- Vaya, la puntualidad nunca ha sido tu fuerte, ¿verdad? Pues siento decirte que te has perdido el espectáculo. Y no hay segunda función...

(La MUJER rompe a llorar.) HIJO.- ¿Qué está pasando aquí? (A su madre.) ¿Estás bien?

(La M UJER no contesta. Mira a su hijo y después se marcha.)

HIJO.- ¿Dónde vas con esa maleta? ÉL.- (Intenta torpemente frivolizar.) Aún no sé muy bien si al Hotel «Sterling» o al «M ónaco»... ¿Tú qué opinas?

(Oscuro. En otra zona del escenario, casi en boca, se ilumina un cenital. Bajo ÉL se encuentra la MUJER.)

MUJER.- A veces, cuando bajo al centro de la ciudad, veo imágenes terribles... Hombres y mujeres tirados en un sucio portal, inyectando en sus venas la heroína que contiene una pequeña jeringuilla... Les miro con cariño, no me asustan... Puedo comprenderles... (Respira hondo, con dolor.) Llevo treinta y cinco años a su lado, sintiendo en mi sangre la droga de este amor... Puede que para muchos sea incomprensible aguantar algo así... Pero nadie dijo que el amor fuera algo que tuviéramos que comprender... Tan sólo nos atrapa y se hace dueño de nuestra voluntad... Hoy se ha marchado. Quizá sea el momento de desengancharme de una vez... (Frágil.) Pero apenas ha salido por la puerta y ya siento el ansia de no volver a tenerle más... (Pausa.) ¿Qué es la felicidad? ¿Alguien lo sabe? ¿Alguien lo sabe?

(Oscuro.)

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Tres El camerino

ÉL se encuentra en el camerino con su HIJO. Una mesa

sobre la que hay un marco lleno de bombillas -de ésas que usan en las salas de maquillaje- nos sitúa en el lugar. El

HIJO tiene en sus manos un guión. ÉL.- Debes abandonarte al tibio regazo de mis brazos... Confía en el destino y deja que guíe tu camino, paso a paso, hasta que lleguemos al final. Juntos.

(El HIJO mira un guión que tiene en las manos y lee.) HIJO.- Es bueno saber que estás ahí. A tu lado siento que nada malo puede suceder. ÉL.- Y nada malo va a suceder. HIJO.- Pero tengo miedo de no verte más. ÉL.- Debes mirarme con los ojos del amor, con la luz de... de... (Abandonando ese aire romántico que ha tenido hasta ese momento.) ¿Con la luz de qué cojones? HIJO.- (Lee del guión.) «La luz de la esperanza», papá. La luz de la esperanza. ÉL.- (Harto.) ¿Pero quién carajo escribe esta basura? ¿La esperanza tiene luz? ¡Los faros de mi coche tienen luz! HIJO.- ¿Seguimos o no? ÉL.- No, espera. Necesito tomar algo para poder decir eso de una manera medianamente creíble.

(ÉL se sirve una copa. El HIJO deja el libreto sobre la mesa.)

ÉL.- ¿Quieres una copita? HIJO.- No. Son las diez de la mañana. ÉL.- Claro, por eso te ofrezco una copita. Si fueran las diez de la noche te ofrecería un copazo. HIJO.- No, gracias. ÉL.- Qué sano me has salido... Incluso más que sano, profiláctico, diría yo... (Bebe.) HIJO.- M ientras «repones fuerzas», ¿me puedes terminar de explicar lo de mamá?

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ÉL.- ¿Hay algo que explicar? HIJO.- Si me vas a torear, me voy. Yo también tengo un trabajo que atender. ÉL.- Pues deberías estar en él... Hay mucho loco suelto que te necesita... Quizá algún día me pase por tu consulta. M e tumbas en el diván y me arreglas la vida. HIJO.- Los psicólogos no arreglamos la vida. Sólo escuchamos. ÉL.- ¿Y para eso te pagan sesenta euros la hora? ¿Por escuchar? Joder, equivoqué la profesión... Yo tengo que memorizar toda esta mierda para poder pagar las facturas... (Bebe de nuevo.) ¿Y qué? ¿De espionaje industrial? ¿Te manda tu madre? HIJO.- No me manda nadie. Quiero saber qué está pasando. ÉL.- Nada. Ahora ya no pasa nada. Al fin. Se acabó. HIJO.- ¿Así de golpe? ÉL.- Sí, de golpe. Las cosas ocurren de golpe. Naces de golpe, te mueres de golpe. El término medio no suele llevarnos a ningún sitio... Bueno, sí. A la mediocridad. HIJO.- ¿Estás seguro de lo que haces? ÉL.- Sí. Quiero cambiar de vida... ¿Te parece mal? HIJO.- M e parece precipitado. ÉL.- No creo que sea precipitado romper un matrimonio después de treinta y cinco años. ¿A ti cuánto tiempo te duran las novias? HIJO.- Eso no es igual, papá. No digas tonterías... ÉL.- ¿Tonterías? ¿Por qué son tonterías? ¿Lo que en un joven son ganas de vivir en mí son tonterías? HIJO.- M amá y tú lleváis toda la vida juntos. Y ahora lo estás tirando por la borda. ÉL.- Sí. El barco se hunde. Hay que tirar lastre por la borda. HIJO.- ¿Tu mujer es un lastre? Vaya... ÉL.- ¿Por qué supones que ella es el lastre y no yo? ¿Quién se tira por la borda? No te pases de listo conmigo, hijo. Cuando tú vas, yo ya hace rato que he vuelto. No sé de dónde, pero he vuelto... Y ahora tras estas idas y venidas... ¿estás preparado para saber algo? (Toma aire.) Dejo la serie. HIJO.- ¿Qué? ÉL.- Que me voy. Se acabó. El galán otoñal entra definitivamente en el crudo invierno. No más culebrones... Ya he hablado con los productores... M e han ofrecido más dinero... Pero no estoy dispuesto a seguir... No. Ni por todo el

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oro del mundo... (Sonríe.) Bueno, por todo el oro quizá aguantaría una temporadita más... En serio, estoy harto... Que se inventen un accidente... O mejor aún, un suicidio... Pico de audiencia, fijo... (Teatral.) «La luz de la esperanza se apagó... Para siempre». ¡A tomar por culo la bicicleta! HIJO.- Pero ¿qué está pasando con tu vida? ÉL.- Digamos que le estoy sacudiendo el polvo. Quiero limpiarla de una vez. Y para ello he de eliminar todo lo que no me gusta en ella.

(ÉL se sirve otra copa. Abre una cubitera. Pero no hay hielo.)

ÉL.- Necesito un poco de paz, al menos un poco... (Molesto.) Joder, nunca hay hielo en esta maldita cubitera...

(ÉL coge un teléfono y marca unos números.) ÉL.- (Enfadado.) ¡¿Puede alguien de producción que no esté tocándose las narices traerme un poco de hielo?! (S eco.) Gracias, muy amable. Dios se lo pague. (Cuelga. A su hijo. Toma aire.) Paz, quiero vivir con un poco de paz HIJO.- ¿Y qué vas a hacer? ¿Dejar de actuar? ¿Pasarte a otra serie? ÉL.- No lo sé... Aún no lo sé... Quiero vivir, simplemente vivir. Creo que es un papel que aún no he interpretado. Al menos no con la suficiente convicción... Anda, pásame ese texto.

(El HIJO coge de nuevo el guión.) ÉL.- Lo cogemos desde un poco más arriba... Ehhh... (Emocionado de nuevo.) «Te quiero... Como nunca he querido a nadie. Como nunca querré a nadie. Puede que no te lo haya dicho todas las veces que tú merecías, pero eso no volverá a ocurrir. Nunca más...».

(El HIJO no contesta. Se limita a mirar a su padre.) ÉL.- Joder, macho, dame la réplica. HIJO.- Ya, perdona... Es tan sólo que... ÉL.- ¿Qué? HIJO.- No sé, ha sonado tan real. ÉL.- ¿El qué?

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HIJO.- Lo que acabas de decir. No creo que haga falta que ensayes mucho más...

(El HIJO deja el guión y se dispone a salir.) HIJO.- Eres un gran actor, papá. Enhorabuena... ÉL.- ¿Se puede saber qué te pasa? HIJO.- Debo volver a la consulta. ÉL.- ¿Quieres hablar! Nunca hablas claro, coño... HIJO-. (Al fin lo suelta.) ¿Has querido alguna vez a alguien? ÉL.- (Violento.) ¡Oye, si has venido a joderme, déjalo! ¡Ya estoy bien jodido sin tu ayuda! ¿Quién eres tú para juzgarme? HIJO.- Tu hijo... ÉL.- ¡Eso no te da ningún derecho! Es más, eso te quita cualquier derecho... HIJO.- ¿Eso crees? ÉL.- Sí... Además, ¿de qué te puedes quejar? ¿Te ha faltado de algo? Llevo toda la vida trabajando como una bestia para que tu madre y tú tuvieseis de todo. HIJO.- Ya lo sé, papá. ÉL.- ¿Dónde daban cursos para ser el marido perfecto, el padre perfecto? HIJO.- No estoy hablando de perfección. Estoy hablando de... ÉL.- ¡Vete! Joder, vete de una vez... Tengo que trabajar.

(ÉL se sirve otra copa.) ÉL.- (A grito pelado.) ¿Dónde coño han ido a buscar ese hielo! ¿Al Polo Norte! HIJO.- Ya veo que hay cosas en tu vida que no piensas cambiar. Lástima que el alcohol sea una de ellas...

(ÉL no sabe qué responder. El HIJO sale al fin.) (ÉL se queda paralizado un instante. Después, bebe la

copa de un trago. S e dirige a la pequeña mesa de maquillaje y se sienta frente al público. Va desenroscando las bombillas que rodean al marco. Una a una, hasta que

las apaga todas y queda en penumbra.) (Alguien entra en escena. Es un hombre que tiene, más o

menos, la misma edad que ÉL. El AM IGO.)

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AMIGO.- ¿Se puede saber qué haces a oscuras? ÉL.- Esperar... AMIGO.- ¿Esperar? ¿Esperar qué? ÉL.- La luz de la esperanza... Pero parece que tarda en llegar.

(Oscuro. En otra zona del escenario, casi en boca, se ilumina un cenital. Bajo ÉL se encuentra el HIJO. Habla

directamente al público.) HIJO.- De pequeño odiaba mi cumpleaños... Era la fecha en que más le echaba de menos, en que más me importaba que no estuviese a mi lado... Es verdad que siempre recibía un regalo maravilloso, caro, exótico, algo que ningún otro niño podía tener... Pero... Yo tan solo quería que se comiese un trozo del pastel a mi lado... (Tras una pausa.) Ahora ha decidido cambiar... (Con un poco de resentimiento.) Un poco tarde... Aunque, ¿por qué no? Tiene todo el derecho del mundo... Ojalá le vaya bien. Es tan dif ícil p lantarle cara a nuestros demonios... Quizá por ello me hice psicólogo... Para intentar aclarar un poco la cabeza. La de los demás... Y la mía... Pero, ¿saben una cosa? (Sonríe con un poco de amargura.) Aún siento un escalofrío el día mi cumpleaños... Quizá algún día...

(La luz cenital desaparece.)

Cuatro El nuevo apartamento

El AMIGO, agotado, entra en escena. Lleva en los brazos

un par de cajas de cartón. S obre el escenario hay otras cuantas cajas y bolsas de cartón.

AMIGO.- En derecho esto tiene un nombre: Premeditación y alevosía... Quedo contigo para tomar un café y me encuentro con esto... ¿Por qué narices no has llamado a una de esas empresas que te empaquetan hasta los calzoncillos y se encargan de todo? Como sigas usando estas artimañas te vas a quedar sin amigos. (El AMIGO deja las cajas en el suelo y se sienta sobre una de ellas. ÉL entra. Lleva otro par de cajas. También jadea,

pero no parece importarle.)

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ÉL.- Primero, no me gusta que nadie toquetee mi ropa interior... Segundo, no tengo amigos, sólo tú... (Mira sus manos.) Joder, cómo me he puesto de mierda... AMIGO.- Ya no tienes edad para muchas tonterías... En una de éstas te da un tirón, o un ataque de ciática... O te sale una hernia... ÉL.- O me tropiezo con la sonda y me rompo la cadera, ¿no? (ÉL sale de escena. El AM IGO mira en algunas bolsas que

hay sobre el suelo.) AMIGO.- ¿Qué pasa? ¿Te molesta que me preocupe por ti? ÉL.- (Desde fuera.) M e molesta que siempre veas el lado negativo de las cosas. AMIGO.- No estoy siendo negativo. Soy realista... ¿No conoces el dicho? «Un pesimista no es más que un realista bien informado...». (El AM IGO encuentra una bolsa de almendras. La abre y

come de ellos.) ÉL.- (Desde fuera.) Nunca me han gustado ni tus dichos ni tus chistes... Eres mejor abogado que comediante. Déjame a mí el show bussines... Y tú haz tu trabajo.

(ÉL vuelve a entrar en escena. Trae en sus manos una cerveza. Bebe.)

ÉL.- Que, por cierto, ya sé que últimamente los negocios te van viento en popa, ¿no? Te sobra la clientela, sobre todo femenina... AMIGO.- (Molesto. Con la boca llena.) M ira, vamos a dejar las cosas claras de una vez... Tu mujer me pidió antes que tú que le llevase el tema del divorcio. ¿Qué iba a hacer? ÉL.- Decirle que no... Son sólo dos letras, igual que «sí». ¿Tienes hambre? AMIGO.- ¡No pude decirle que no! A ella también me une una amistad... M e puso entre la espada y la pared. ÉL.- Ya... ¿Y no será que has visto más tajada estando de parte de la espada que de la pared? AMIGO.- ¿Cómo puedes insinuar que yo...?

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ÉL.- (Le interrumpe.) Eh, venga, relájate... No pasa nada. Si pasara no te invitaría a ver mi casa... AMIGO.- No me has invitado a ver tu casa. M e estás usando de porteador... ÉL.- M ira, ese chiste es bueno, vas mejorando... ¿Quieres que haga un poco de pasta? Hoy me siento ama de casa.

(ÉL busca en una de las cajas. El AM IGO parece querer contarle algo.)

AMIGO.- (Al fin.) Hay algo que quiero que...

(ÉL saca un paquete de pasta de una de las bolsas.) ÉL.- (Ni le ha oído.) ¿Tú sabes cómo se hacen los espaguetis? AMIGO.- No. No me gusta cocinar. ÉL.- Ni a mí. Pero quiero aprender. Quiero aprender a hacer muchas cosas. No quiero depender de nadie... (Mira el paquete.) No creo que sea tan difícil... AMIGO.- ¿No depender de nadie? Sí que lo es... ÉL.- No, hombre, me refiero a cocer la pasta... (Lee del paquete.) Poner agua a cocer en una olla.

(ÉL saca una olla de otra de las cajas.) ÉL.- Esto es una olla, ¿verdad? AMIGO.- No estoy muy seguro... ÉL.- Me lo temía... Bueno, ¿y cómo está ella? AMIGO.- ¿Quién? ÉL.- Tu madre... ¡Coño, mi mujer! Quiero decir, mi ex mujer. M i futura ex mujer... M i actual ¿qué? ¿Hay un término para definir nuestra situación? AMIGO.- Ella está bien... Serena... Con mucha calma. ÉL.- ¿Seguro que no me estás hablando de tu madre? AMIGO.- ¿Sabes una cosa? Creo que en el fondo no la conoces. No os conocéis el uno al otro. ÉL.- Puede que en eso tengas razón... Terminas por construirte un enemigo a tu medida y te olvidas que «escondido en la trinchera hay un ser humano». ¡Cojonuda esta frase, eh! En serio, espero que rehaga su vida. Le deseo lo mejor... (Bondadoso.) De corazón.

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AMIGO.- Quiere la casa de la playa... ÉL.- ¡Hija de puta! Esa casa la... (Toma aire.) Es igual, que se quede con lo que quiera. No necesito tanto para vivir. En realidad, no necesito casi nada... AMIGO.- ¿Ni a nadie? No sabes ni hacer unos espaguetis tú solo. ÉL.- ¡Pues aprenderé! No quiero más apoyos de pacotilla, no quiero que me salven la vida... (Blande la olla.) Quiero ser yo mismo, tener la sartén por el mango... AMIGO.- ¿No decías que eso era una olla? ÉL.- (S onríe.) Te vas superando, te vas superando... Voy a ponerla al fuego.

(ÉL sale de escena con la olla en la mano. El AM IGO aprovecha para sincerarse.)

AMIGO.- Ayer estuve paseando un rato... Hacía mucho tiempo que no paseaba. Pasear, simplemente pasear... Y pensar... Hay momentos en la vida en que uno toma decisiones, ¿no? Tú lo has hecho. Y yo...

(ÉL vuelve a entrar a la carrera.) ÉL.- (Pasando de su AM IGO.) ¿Qué hora es? AMIGO.- Las tres y media... ÉL.- ¡Hoy emiten mi último episodio! ¡Busca la tele!

(Los dos buscan en las cajas. Bueno, es más bien el AM IGO quien busca.)

AMIGO.- Pensaba que no te gustaba verte en pantalla... ÉL.- Es un día especial, hombre... No todos los días emiten la muerte de uno.

(El AM IGO saca una tele pequeña de una de las cajas.) AMIGO.- Está aquí... ¿Y el cable de la antena? ÉL.- ¿No está en la caja? AMIGO.- No. ÉL.- Bah, es igual. AMIGO.- Vaya, me habían dado ganas de verte morir...

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(ÉL se mete en situación e interpreta la escena.) ÉL.- (Hundido.) «No queda nada... Nada... Sólo este nudo en mi corazón, estas ganas de acabar con todo en un instante... ¿Por qué te fuiste con él? ¡Cómo fuiste capaz de traicionarme de esa manera!... Pero seré yo el que pronuncie la última palabra en esta historia... Para siempre. Adiós, amor, adiós...».

(ÉL le arrebata las almendras a su AMIGO. Y se come unas cuantas.)

AMIGO.- ¿Te suicidas comiendo almendras? ÉL.- ¿Pero tú eres tonto? M e tomo somníferos, macho... ¿Qué? ¿Te ha gustado? AMIGO.- Eh... Sí, sí. M e ha gustado. ÉL.- ¿Pero qué dices? ¿Cómo te va a gustar? Es una caca de la vaca flaca... AMIGO.- Pues sí, la verdad es que... Es una caca de la vaca flaca. ÉL.- M enos mal. Necesito tener a mi lado a alguien que no me dé la razón como a los locos, que me diga las cosas como son... Y ahora voy a hacer la comida de una vez. ¡Te vas a chupar los dedos! AMIGO.- Eh... No puedo quedarme. ÉL.- (Un poco decepcionado.) Ah..., ¿y eso? AMIGO.- Tengo que ver a un cliente. Comida de trabajo, ya sabes. ÉL.- Nunca he entendido las comidas de trabajo. Invento diabólico... Al final, ni se trabaja ni se come a gusto...

(El AM IGO se dirige a la puerta. ÉL le acompaña.) AMIGO.- (De golpe.) Voy a separarme de mi mujer... ÉL.- (S orprendido.) ¿Qué? AMIGO.- Voy a separarme de mi mujer... ÉL.- Ya, ya te oído. Es tan sólo que... (S e ríe.) Coño, esto es una epidemia... ¿Y por qué no me lo has dicho antes? AMIGO.- Bueno, ya sabes, hemos empezado a hablar de otras cosas y ... En fin, es igual. ÉL.- ¿Cómo va a ser igual? Divorciarte tú también, manda huevos. ¿Cómo me haces esto? AMIGO.- No te preocupes. Estoy bien. Ya hablamos otro día...

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(Al ir a salir, el AMIGO se tropieza con una CHICA que

entra.) CHICA.- (Al AM IGO.) Hola. M e manda la agencia, por lo del empleo. AMIGO.- El dueño de la casa es él. Yo sólo acarreo cajas a tiempo parcial... ÉL.- Pasa, pasa, es aquí... AMIGO.- Hablamos... Y que estoy bien, ¿eh? (El AM IGO se va. No sin cierta sensación de desamparo.)

CHICA.- Usted dirá por dónde quiere que empiece... ÉL.- (Mira alrededor.) Pues por el principio. Si es que el caos tiene principio... Eso sí, te advierto que soy muy exigente. Odio la suciedad. Quiero la casa brillante. CHICA.- Para eso me paga, descuide... (Olisquea.) Perdone, ¿no huele a quemado? ÉL.- (Cae en la cuenta.) ¡La olla! La puse al fuego pero no la llené de agua. CHICA.- Muy original... (La CHICA, resuelta, se dirige a la cocina. Coge el paquete

de espaguetis.) CHICA.- ¿Quiere que le prepare algo de comer? ÉL.- Eh... Pues... (Sonríe.) M e temo que eso es una buena idea.

(Oscuro. En otra zona del escenario, casi en boca, se ilumina un cenital. Bajo él se encuentra el AM IGO. Habla

directamente al público.) AMIGO.- ¿Quieren saber cómo nos conocimos? Fue en las duchas del gimnasio. Yo estaba bajo el agua, enjabonándome la cabeza y de repente entra él. Se pone a mi lado, abre el grifo y comienza a hablarme de su pene... Sí, sí, de su pene. Tenía fimosis y el médico le recomendaba que lo mejor era operar de una vez y acabar con ese pequeño problema... Yo me quedé atónito... Ahí, a mi lado, un actor famoso hablándome de su pito con toda la naturalidad del mundo, como el que habla del tiempo o de las últimas noticias del telediario... ¿No es increíble? Esa fue la primera vez que nos

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vimos. Y así hemos seguido. Él hablando y yo escuchando... (Tras una pausa.) Sé que me quiere. Y sé que me considera un buen amigo-... (Con un poso de tristeza.) Pero no lo soy. Un buen amigo también debe ser capaz de decir: «Eh, cállate un rato, coño. Ya vale de hablar de ti y déjame que te cuente cómo me siento, qué es lo que me pasa...». ¿M e entienden? Él se lo merece... Por eso, que nuestra amistad no sea verdaderamente profunda no es culpa suya. No. La culpa es mía... Por no tener el coraje de ser más de verdad. Por no llevarle la contraria... Por no hablarle nunca de mi pene, vamos... (Con un poco de tristeza.) Por no hablarle nunca de mi pene...

(La luz cenital desaparece.)

Cinco El parque

La CHICA está sentada en un banco del parque. Tiene puestos en sus oídos unos auriculares. Escucha música

mientras come de un pequeño taperware que reposa sobre su regazo. Parece feliz, disfrutando de esos pequeños

placeres de la vida. Tras unos instantes, ÉL entra en escena. Lleva en la mano una botella de champán y dos copas. Ha bebido bastante, pero aún posee cierto divertido control sobre sí mismo. Se queda mirando a la CHICA un instante. La paz que emana

parece intrigarle. Se acerca a ella. La CHICA no le ve. Y no puede oírle con la música. ÉL opta por sentarse a su

lado. Deja las copas y la botella sobre el banco y la observa en silencio. La CHICA al fin se gira un poco y le

descubre. CHICA.- ¡Pero bueno!

(La CHICA se quita los auriculares.) CHICA.- ¿De dónde ha salido? ÉL.- Me he caído de una nube... CHICA.- (Le sigue la broma.) No tiene cara de ángel... ÉL.- ¿Ah, no? ¿Y de qué tengo cara? CHICA.- Pues... Pues ahora no sabría decir le.

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ÉL.- M uy bien. Cuando lo sepas, me lo comunicas... Nunca he sabido de qué tengo cara. Es importante saber de qué tiene cara uno, ¿no te parece? CHICA.- (Sonríe.) Supongo que sí... En serio, ¿qué hace aquí? ÉL.- Te he visto desde la terraza de mi casa. Pensé que te vendría bien algo líquido para acompañar la comida...

(ÉL coge la botella de champán y le comienza a quitar el precinto.)

CHICA.- Ehhh... Gracias. Pero... ÉL.- (S onríe.) He de confesar que no es la primera vez que te observo. Llegas, te sientas en este banco, escuchas música y comes tranquilamente. Y después, subes a trabajar. CHICA.- Se sabe mi vida de memoria. ÉL.- ¿Esa es toda tu vida? CHICA.- ¿Le parece poco? ÉL.- No. Me parece mucho. Pero debe de haber algo más, ¿no? CHICA.- No crea.

(El tapón de la botella salta.) ÉL.- ¡Entonces brindemos por tu vida sencilla! Brindemos por el equilibrio... Yo nunca lo he conseguido, ¿sabes? El equilibrio quiero decir... El aburrido equilibrio...

(ÉL llena las dos copas.) ÉL.- Yo soy un poco más retorcido que tú... Bastante, de hecho. Como un personaje de Tennesse Williams... ¿Conoces a Tennesse Williams? CHICA.- «¿Siempre ha confiado en la bondad de los extraños?» ÉL.- (S orprendido.) Vaya, vaya... Eres una caja de sorpresas... ¿Te gusta el teatro? CHICA.- Sí. M ucho. Aunque últimamente no tengo tiempo para ir. ÉL.- Yo tuve un gran éxito haciendo el Kowalski de El tranvía... Te estoy hablando de hace más de treinta años... M e iba bien esa camiseta blanca ajustada... Yo de joven estaba bien bueno. ¡Un atleta! Las mujeres me perseguían como

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galgos intentando agarrar a una liebre... Recuerdo a una belga que se encadenó a la cama de mi hotel... No había manera de moverla. La tía, qué furor uterino... Bah, pero de eso hace ya mucho tiempo... Dejé el teatro. A pesar de lo que me había costado ganarme el respeto de la profesión, a pesar de mis ilusiones, lo dejé... Se ganaba poco dinero. Y a mí me gusta el dinero. Ahora tengo mucho gracias a la tele... La tele es estupenda. Te pagan por hacer el gilipollas delante de varios millones de gilipollas... Brindemos por los gilipollas.

(ÉL le alarga la copa. La CHICA no la coge.) ÉL.- ¿No quieres brindar por los gilipollas? Podemos brindar por otra cosa entonces... ¿Qué tal por los imbéciles? CHICA.- Perdone, no quiero parecer maleducada. Le agradezco mucho que haya bajado con la botella y las copas, pero no bebo alcohol... ÉL.- No te gusta el alcohol. Ya. Tenía que haberlo imaginado, qué chica tan sana. Deberías conocer a mi hijo... CHICA.- No he dicho que no me guste el alcohol... ÉL.- ¿Entonces...? Es champán francés, eh, del bueno... CHICA.- No bebo porque me gusta demasiado. Ése es el problema. Bueno, ése era el problema. ÉL.- Vaya... (Un poco cortado.) Lo siento, no sabía... CHICA.- No tenía por qué saberlo. ÉL.- ¡Bingo! Siempre doy en la diana... (Levanta la copa.) Por mi constante y reputada habilidad para meter la pata... (Bebe.) Y dime una cosa... ¿Por qué empezaste a beber? CHICA.- Supongo que por la misma razón que todo el mundo... ÉL.- ¿Crees que todo el mundo tiene la misma razón? CHICA.- Sí. La única razón para beber es que no te gusta tu vida. Por eso la quieres destruir. ÉL.- Yo no quiero destruir mi vida. No. Ahora no. Todo me va de maravilla. Tengo las riendas al f in.

(ÉL bebe de un trago su copa.) ÉL.- Pero sigue comiendo, sigue comiendo. No te quiero interrumpir. CHICA.- No me interrumpe.

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ÉL.- Ay, por favor, ¿puedes dejar de llamarme de usted? M e haces sentir como una momia. No soy tan mayor... (Coqueto.) ¿O sí lo soy? CHICA.- Preferir ía no tutearle... Es bueno recordar cuál es el sitio de cada uno. ÉL.- En este momento, el sitio es el mismo. Un banco en el parque... CHICA.- Sí. Pero sólo en este momento. En cinco minutos subiré a su casa y me pondré a trabajar. Usted es mi jefe. Llamo a todos mis jefes de usted. ÉL.- No quiero que seas tan educada conmigo. CHICA.- Intento ser educada con todo el mundo, no únicamente con usted. ÉL.- Ya, lo supongo. Cuando uno emigra desde otro país no le quedan más que dos opciones: o es muy educado y va besando el culo a los demás o se vuelve un hijo de puta. No hay término medio... CHICA.- (Molesta.) No comparto su opinión. Yo intento hacer mi trabajo. Nada más...

(La CHICA comienza a recoger sus cosas.) ÉL.- No, espera. No te vayas. Quiero hablar contigo. CHICA.- No me paga por hablar. M e paga por limpiar su casa. ÉL.- Bien, pues ahora te pago por hacerme compañía. CHICA.- (S eria.) Lo siento. No me dedico a hacer compañía. ÉL.- Eh, no te enfades... No quiero que te enfades. No me refería a... He bajado para invitarte a tomar champán y te enfadas. CHICA.- No estoy enfadada. ÉL.- Sí, sí lo estás... Arrugas la frente al hablar. Y lo haces porque estás enfadada... Y te pones muy fea, mujer, con lo guapa que eres... Estoy pensando que quizá, algún día podríamos ir juntos al teatro. Una comedia de esas ligeritas para no pensar... Y luego una cena en algún restaurante de categoría. Invito yo, ¿eh? CHICA.- Gracias. No creo que pueda. Estoy muy liada.

(La CHICA se levanta dispuesta a irse.)

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ÉL.- Está bien, está bien... Rebobino... Me he equivocado... ¿Qué tenía que haber hecho? ¿Comprarte una rosa y dejártela sobre la encimera de la cocina con una poética notita de amor? ¿Es eso? CHICA.- No sé de qué está hablando... ÉL.- De nosotros.

(ÉL la agarra del brazo.) CHICA.- Suélteme. ÉL.- Es sólo que... CHICA.- Suélteme ahora mismo... Y no vuelva a ponerme la mano encima. Nunca. No estoy en venta, ¿está claro? ÉL.- No pretendía comprarte... CHICA.- Sí, sí lo pretendía. ¿Y sabe una cosa? Me importa una mierda si usted es un actor famoso y la gente le baila el agua para tenerle contento. Yo no quiero nada de usted. No le necesito. He luchado demasiado para no necesitar algo así... Hay muchas casas para limpiar en este país. M ucha porquería que recoger... Eso es lo bueno de estar tan abajo, nunca te faltan las ofertas de trabajo... Y si le interesa saberlo, ya sé de qué tiene cara: De soledad. (La CHICA se marcha. ÉL se queda solo, con una inmensa sensación de vacío y dolor, de haberse vuelto a equivocar.

Coge la botella y la hace añicos contra el suelo, descargando su rabia. Contempla el cuello roto que sujeta

en una de sus manos. Al fin lo deja caer. Se sienta en el banco y comienza a llorar.)

ÉL.- (Con dolor, casi en un susurro.) ¿En qué me estoy equivocando? (Mira al cielo y grita con desgarro.) ¿EN QUÉ!

(Poco a poco la luz cenital desaparece. Telón.)

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Acto II

Seis La consulta

El HIJO está sentado en una silla, tras una mesa de

despacho. Habla por teléfono. En un rincón hay un diván, de esos típicos de las consultas de psiquiatras.

HIJO.- ...Mejor vente para acá... Claro que no me importa almorzar contigo, no seas tonta... (Cariñoso.) Que noooo... Sí, en diez minutos he terminado. Sube, mejor sube... Bien... Un beso. Hasta ahora.

(El HIJO cuelga. Al tiempo entra ÉL.) ÉL.- ¿Está ocupado el señor psicólogo? HIJO.- (S orprendido.) ¿Papá? ÉL.- Coño, pareces Hamlet viendo el espectro de su padre. HIJO.- Casi. Es la primera vez que pones los pies aquí... ÉL.- Tenía curiosidad por conocer el lugar de trabajo de mi hijo. (Mira alrededor.) La verdad, no me lo imaginaba así. HIJO.- ¿Ah, no? ¿Y qué te esperabas encontrar? ÉL.- Déjame pensar... ¿Paredes blancas y acolchadas para que los pacientes se puedan dar cabezazos cómodamente? ¿Alguna camisa de fuerza colgada en el perchero? HIJO.- ¿Un par de enfermeras con bigote? ÉL.- Justo... Pero la verdad es que la chica de la puerta está bien buena. ¿Te la has acostado con ella? HIJO-. No, no me he acostado con ella. Está casada... ÉL.- ¿Y...?

(El HIJO se levanta un poco incómodo.) ÉL.- Era una broma, hijo. Qué poco sentido del humor tienes. HIJO.- ¿Qué haces aquí? ÉL.- (Jovial.) Pasaba cerca y bueno, me dije ¿por qué no? Voy a decir hola. HIJO.- Vale, segunda oportunidad... Papá, ¿qué haces aquí? ÉL.- Creo que estar en paro me está restando facultades dramáticas... Quería hablar contigo. ¿Tienes un minuto?

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HIJO.- He quedado para comer. ÉL.- Ah, entonces... Vengo en otro momento. HIJO.- No, no... Dime. ÉL.- Eh... ¿Puedo sentarme? (El HIJO le señala la silla que hay frente a ÉL. Pero ÉL se

sienta en el diván.) ÉL.- No, no... Prefiero el diván... Es que, verás, no vengo a verte como hijo, sino como psicólogo... HIJO.- ¿De qué estás hablando? ÉL.- ¿M e tumbo? HIJO.- Papá... ÉL.- Cobrabas cincuenta euros la consulta, ¿no? HIJO.- No, sesenta... ÉL.- Joder, ¿no me vas a hacer una rebajita? Te pagué los estudios, macho. ÉL.- se tumba. El hijo se acerca. HIJO.- ¿A qué viene esto? ÉL.- Quiero que me ayudes. Psicoanalízame... HIJO.- ¡No digas tonterías! No puedo psicoanalizarte. Eres mi padre. ÉL.- ¿Dónde está el problema? ¿Para ser psicólogo hay que ser huérfano? HIJO.- No puedo hacer terapia contigo. Sé demasiadas cosas de tu vida. ÉL.- ¡Pues mejor! Así me ahorro el rollo inicial y vamos directamente al grano. HIJO.- Papá, en serio. ¿Qué quieres? ¿Para qué has venido? ÉL.- (Con rabia. Explota.) ¡JODER, A QUE M E AYUDES! ¡A eso he venido! ¿Cómo quieres que te lo diga!

(El HIJO se queda callado y le observa.) ÉL.- Lo siento, no pretendía... HIJO.- Tú nunca pretendes nada... ÉL.- Por favor, ayúdame... Ayúdame. Si no puedes como psicólogo, hazlo como hijo... No puedo más.

(ÉL rompe a llorar. El HIJO se acerca y se sienta a su lado.)

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ÉL.- He cambiado, al fin he tenido cojones y le he dado la vuelta a mi vida... M e he dado la vuelta a mí mismo... Y ahora resulta que dentro no hay nada... Nada... Sólo miedo... Sigo en el mismo sitio en el que estaba antes de empezar... ¿Qué tengo que hacer para ser feliz? HIJO.- No lo sé... ÉL.- ¿No lo sabes? Pues estamos apañados, coño... HIJO.- No, papá. No lo sé. Sólo sé lo que haría yo para empezar a ser feliz. ÉL.- ¿El qué? ¡Dímelo! HIJO.- Dejar de engañarte. ÉL.- ¿En qué me engaño? ¡No me estoy engañando! HIJO.- ¡Sí te estas engañando! ¿No te das cuenta que no has cambiado en nada...? ÉL.- ¿Cómo puedes decir eso! He cambiado todo lo que... HIJO.- (Le interrumpe.) Sí, sí, claro... Te has separado de tu mujer, has dejado el trabajo, has buscado un nuevo piso... Pero te sigues comportando igual... ¿En qué has cambiado de verdad? No me refiero a las cosas que te rodeaban, me refiero a ti... ¿Ha cambiado algo de eso? ÉL.- (No sabe qué decir.) Yo... No lo sé. HIJO.- Vaya, ahora eres tú quien no sabe... ¡Pues pregúntatelo! ¿Has cambiado de verdad en algo? ÉL.- ¿Por qué es tan difícil todo? ¿Por qué? HIJO.- ¡No te quejes, joder! ¡No te quejes más! ¡Y hazte esa pregunta de una vez! ¿En qué he cambiado? ¿En qué?

(ÉL le mira con tristeza. No puede hablar.) Te lo voy a decir yo... En nada, papá. En realidad no has cambiado en nada... Te has limitado a poner cara de velocidad y echar balones fuera. Eso es todo... ÉL.- ¿Y qué hay que hacer entonces? HIJO.- Deja de culpar a los demás y asume tus responsabilidades. ÉL.- No sé cómo se hace eso... HIJO.- Pues pide ayuda. ÉL.- Lo estoy haciendo... HIJO.- De acuerdo... Si de verdad quieres ponerte en terapia, te puedo recomendar a alguien. Yo estoy demasiado involucrado... No te sería muy útil.

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(Los dos quedan un instante en silencio.) HIJO.- ¿De dónde viene tanta rabia, papá? ¿De dónde viene esa necesidad de destruir lo que te rodea, de destruirte a ti mismo?

(ÉL no sabe qué contestar. Está asustado, como no le hemos visto antes.)

ÉL.- ¿Tan mal padre he sido? HIJO.- ¿Quieres que te conteste? La última vez que me hiciste una pregunta terminaste echándome de tu camerino... ¿Estás preparado para aceptar una respuesta sincera? ÉL.- No, no lo estoy. Pero quiero oírlo... HIJO.- (Tras una pausa.) Sí. Has sido un mal padre. Nunca me diste lo que yo necesitaba. ÉL.- No te podía dar lo que no tenía... Tú querías amor, pero yo no sabía de dónde sacarlo... Aún no lo sé. HIJO.- Pues ahora me lo estás dando... ÉL.- Un poco tarde, ¿no te parece? ¿Qué hay entre tú y yo?

(ÉL se levanta y se acerca a su HIJO. Los dos se abrazan con fuerza.)

HIJO.- (Dolido.) Quizá yo tampoco he sido capaz de... ÉL.- (Le interrumpe. Sonríe con amargura.) No, no. Déjalo... Es suficiente por hoy. M enuda panzada de llorar. HIJO.- Y lo que te queda... Llevas sesenta años siguiendo un esquema. Romperlo es muy doloroso. ÉL.- Como tengan que pasar otros sesenta para conseguirlo me temo que acabo la terapia en el nicho... Bueno, al menos estaré tumbado, ¿no? (Tras una pausa.) Será mejor que me marche... (S eñala el lugar por donde entró.) ¿En serio no te has acostado con la chica esa? HIJO.- Sí, papá, me he acostado con ella (Al ver la cara de estupor de ÉL.) ¿Ves como tengo sentido del humor? (Suena el teléfono que hay sobre la mesa del hijo. El HIJO

lo coge.) HIJO.- ¿Sí? Ya salgo... No, espera. M ejor dile que pase... ÉL.- ¿M e vas a presentar a alguien? HIJO.- Igual no te vendría mal...

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(La MUJER entra. Lleva el pelo distinto. Los dos se miran.

Pausa.) HIJO.- ¿No vais a deciros ni hola? ÉL y MUJER.- (A la vez.) Hola... HIJO.- Algo es algo... Recojo unas cosas y nos vamos.

(El HIJO sale.) MUJER.- Estás más delgado... ÉL.- Tú estás más guapa. Ese pelo te queda muy bien... (Tras una pausa.) ¿Cómo te va? MUJER.- Bien. ¿A ti? ÉL.- Bien... (S onríe.) ¿Ha resultado creíble? Últimamente estoy perdiendo facultades actorales... (Pausa.) Me gustaría verte algún día. Ahora no, pero... MUJER.- Llámame cuando quieras. ÉL.- Lo haré... Ten por seguro que lo haré.

(Oscuro. En otra zona del escenario, casi en boca, se ilumina un cenital. Bajo ÉL se encuentra el HIJO. Habla

directamente al público.) HIJO.- M e acuerdo una vez, de niño, que me llevó a uno de sus rodajes. Era una película espantosa, de esas que una vez terminadas nadie entiende por qué narices se perdió el tiempo y el dinero haciéndolas... M e enseñó su camerino, los decorados, me presentó a los demás actores... Y cuando el director dijo: «acción», se puso allí, en medio de todo aquel lío tremendo, y comenzó a actuar... Era increíble verle, mágico... M e sentí tan orgulloso de ser su hijo... Pero fue apenas un instante, una ilusión que se desvaneció tan rápido como había llegado... (Tras una pausa.) Puede que eso también lo sea... Tan sólo una ilusión y... Bah, quién sabe... A veces es bueno abandonarse a las sensaciones... Sí, a veces es bueno, sin duda... (S onríe.) Han tenido que pasar veinte años... Pero hay cosas por las que merece la pena esperar...

(La luz cenital desaparece.)

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Siete La calle

ÉL y la MUJER están junto a un buzón de correos. Visten

abrigos. Los dos se comportan con ese aire medio frío, medio nervioso que tenemos al vernos de nuevo con

alguien que ha significado tanto en nuestra vida. A pesar de ello, la MUJER mantiene un aire de serenidad mayor

que la de ÉL. MUJER.- (Mira el buzón.) Ya nadie manda cartas... Pronto esto no será más que una reliquia, una pieza de museo... Todos preferimos el teléfono, el correo electrónico, el fax, un mensaje en el móvil... Cada vez más rápido. Todo es tan rápido... Ya no queda tiempo para el tiempo... (Tras una pausa.) ¿Qué quieres? ¿Para qué me has llamado? ÉL.- ¿Era necesario quedar aquí? MUJER.- ¿Qué tiene de malo? ÉL.- No sé. Hubiera preferido otro sitio. Después de tanto tiempo... ¿No te apetece tomar un café y sentarnos tranquilamente? MUJER.- No. Me gusta estar aquí... Hace un otoño precioso. Huele a tierra húmeda. Y a hojas secas...

(Los dos quedan en silencio. ÉL no sabe por dónde empezar.)

ÉL.- Yo... Esto no es fácil para mí... Hace mucho que tenía ganas de verte. De explicarte. MUJER.- ¿Explicarme? ¿Hay algo que explicar? ÉL.- Sí, muchas cosas... Te echo tanto de menos... Por favor, no digas nada... Escúchame. Sé que pedirte perdón no es suficiente. Pero tengo que hacerlo... En todos estos años nunca he sabido ver... Nunca he comprendido que... (S e calla.) Ahora, al fin, empiezo a darme cuenta del agujero en que estaba metido, con toda esa tierra encima que no me dejaba respirar... (La MUJER se aparta unos metros y le da la espalda. Todo esto es muy doloroso para ella. Pero intenta mantener la

calma.)

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ÉL.- He dejado de beber, ¿sabes? Llevo más de dos meses sin probar una gota de alcohol. Y me siento mucho mejor, en serio... Y el tema del juego... M e he prohibido la entrada a los casinos... Ahora empiezo a vivir mi vida de verdad, de piel hacia dentro, no de piel hacia fuera. Asumo mis errores... Al menos lo intento... Estaba tan equivocado... No he sido más que un hijo de puta dispuesto a todo con tal de destruirse. Y de paso destruir lo que más quería... No tenía derecho a hacerlo, no... Pero supongo que ya es tarde para lamentarse... (Pausa.) Demasiado tarde. (Ella sigue dándole la espalda. ÉL se queda esperando una

respuesta.) ÉL.- ¿No vas a decir nada? ¿Ni una sola palabra?

(La M UJER al fin se gira y le mira.) MUJER.- (Firme.) Vete. ÉL.- Tienes razón, yo... MUJER.- ¿Por qué vuelves para hacerme más daño? ÉL.- No quiero hacerte daño... MUJER.- ¿No? ¿Y esto qué es? ¿No te das cuenta? ÉL.- Necesito pedirte perdón, necesito que me perdones... MUJER.- ¿Necesitas? ¿Y yo? ¿Qué necesito yo? ÉL.- Aún te quiero. Aún podemos intentar que...

(ÉL se acerca a la MUJER.) MUJER.- ¡No! No te acerques. No me toques. No... Vete, por favor. ÉL.- Dime que no me quieres y me iré... Te dejaré en paz para siempre... Dímelo mirándome a los ojos y me marcharé. Dímelo... MUJER.- No te quiero. ÉL.- ¿Por qué no me miras a los ojos? MUJER.- (Le mira.) No te quiero. No. Ya no... Jamás volvería a tu lado... Por primera vez en mi vida, mi amor propio está por encima del amor a otra persona. No voy a consentir que vuelvas a usarme para descargar tu conciencia, para aligerar tu culpa... ÉL.- Yo no...

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MUJER.- ¡No, calla! Escucha tú ahora, por una vez escucha... Tantas veces pensé en marcharme, tantas veces en esos treinta años que vivimos juntos. Pero no fui capaz... Era tan difícil imaginar un mundo sin ti. No tenía fuerzas... Te quería demasiado para ser capaz de algo así. Me tragué el orgullo, me tragué el dolor, la rabia... Y me quedé a tu lado, lamiendo tus heridas... Qué estúpida... Qué bajo caí yo también. En el mismo agujero que tú, un agujero que fui cavando poco a poco. Pero no debería quejarme... Fue algo elegido a conciencia... Nadie me obligó a hacerlo... Nadie más que yo... Y mis propios fantasmas. Yo también los tengo, ¿sabes? Aunque no tengas ni idea de cuáles son... Ahora vuelves. Y lo haces porque tienes miedo... Le has visto las orejas al lobo y no te gusta. No quieres estar solo. Nunca lo has soportado. De repente prefieres otra vez lo viejo conocido, la misma rutina. Igual que ayer e igual que mañana... Siento decirte que es demasiado tarde. Ya no hay vuelta atrás en este viaje... Dices que has cambiado... Ojalá. Te deseo lo mejor... Pero yo también he cambiado... Ya nada es igual. Lo siento...

(La M UJER saca un sobre de su bolso.) MUJER.- Aquí están las condiciones del divorcio. He firmado todos los papeles. ÉL.- Ya sabes que puedes quedarte con todo lo que quieras. MUJER.- Lo sé. Y estuve tentada de hacerlo. Hacerte pagar por todos estos años. Pero no. He decidido que no. Eso sería darte la razón. Tú lo dijiste. Nunca he tenido una dignidad que defender. De mis padres a ti... Ya no más. No quiero nada de ti. Nada. Aquí lo tienes por escrito. ÉL.- ¡No seas ridícula! No pienso aceptar que... MUJER.- (Estalla.) ¡M E DA IGUAL LO QUE PIENSES! ¡M e da igual lo que aceptes o no, maldita sea! No voy a permitir que pagando por el divorcio aligeres tu conciencia... No.

(La M UJER se acerca al buzón.) MUJER.- Pero tranquilo, suponía que esto iba a pasar. Te conozco demasiado bien.

(La M UJER echa el sobre en el buzón.)

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MUJER.- La recibirás en un par de días. Fírmalo y hazlo llegar a tu abogado. ÉL.- (Desconcertado.) ¿Es imposible que rehagamos nuestras vidas? ¿Que volvamos a ser felices? MUJER.- No, no es imposible... De hecho yo ya lo estoy haciendo. ÉL.- (Un poco a la defensiva.) ¿Has conocido a alguien? ¿Es eso? ¿Tienes una nueva pareja? MUJER.- (Sonríe triste.) ¿Ves como sigues pensando sólo en ti? ÉL.- No es verdad... (Intenta parecer convincente.) M e alegro. M e alegro mucho... ¿Quién es? ¿Le conozco? MUJER.- No, no le conoces. Nunca te has molestado en conocer a nadie, aunque estuviera tan cerca de ti... ÉL.- (Cae en la cuenta.) No... MUJER.- Sí... Y va a venir a buscarme. Será mejor que te vayas. ÉL.- (Amenazador.) ¿Tienes miedo de lo que pueda pasar? MUJER.- No, no te temo... No se puede destruir lo que ya está roto... Sencillamente, no quiero que esto se alargue más. (Por un lateral ha aparecido el AMIGO. ÉL le ve. Hay un

silencio.) ÉL.- Vaya, tu nuevo príncipe azul... Acércate...

(El AM IGO no se mueve.) ÉL.- (Violento.) ¡Acércate, coño! (El AMIGO se acerca al fin. Los dos hombres se encaran.) ÉL.- Aquí los tres... ¿Dónde podríamos estar mejor? Huele a tierra húmeda. Y a hojas secas, ¿verdad? (Con frialdad.) Os deseo lo mejor... Espero que seáis muy felices. Que encontréis el uno en el otro todo aquello que yo no supe daros... MUJER.- ¿Has terminado? ÉL.- Sí. He terminado. Ésa es toda mi contribución por el momento. Cuando tengáis la lista de boda me la mandáis. Por correo, eso sí. Que no llegue demasiado rápido... MUJER.- (Al AM IGO.) Vámonos... AMIGO.- ¿M e esperas un momento en el coche?

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(La MUJER se queda mirando a su ex marido. Es incapaz de decir nada. Tan sólo le mira con una enorme tristeza.

Al fin, se marcha. Los dos hombres quedan frente a frente, como en un imposible reto. El AM IGO va a hablar, pero ÉL se lo

impide con un gesto.) ÉL.- (Agresivo.) No digas nada... No quiero oír tus explicaciones. Sé que no es justo. Pero no tengo por qué serlo. Estoy harto de lo razonable. ¿Está claro? AMIGO.- Está claro. Y que sepas que no tengo nada que explicarte... Y aunque lo hiciera, ¿qué más daría? ¿Cuándo te ha importado lo que yo diga? (El AMIGO le lanza una última mirada y sale. ÉL se queda

solo.)

(Oscuro. En otra zona del escenario, casi en boca, se ilumina un cenital. Bajo él se encuentra la MUJER. Habla

directamente al público.) MUJER.- (Intentando aparentar aplomo.) Ya está todo dicho... Así son las cosas... Punto y final... No te necesito. No. Estoy rehaciendo mi vida. Y tu no eres parte de ella... Voy a ser feliz. Sí... M ucho... Voy a levantarme cada mañana al lado de otra persona. Alguien que me respeta, alguien que me da tantas cosas que yo necesitaba, tanto amor que había olvidado... (No puede evitar venirse abajo, poco a poco.) Todo irá bien a partir de ahora... Todo... Lo sé... (Comienza a llorar. S u aparente fortaleza se desvanece.) No te quiero... Ya no... (No puede seguir hablando. Tras una pausa.) No quiero quererte... No quiero quererte...

(La luz cenital desaparece.)

Ocho El vestuario

En el vestuario del gimnasio hay solamente un banco largo

y estrecho. ÉL termina de secarse el pelo con una toalla. Lleva el torso desnudo. Acaba de salir de la ducha. Ha

estado haciendo deporte. Parece más sereno que en otras escenas anteriores. Está de espaldas a la entrada.

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El AMIGO entra. Lleva una bolsa de deporte en la mano. Una raqueta de paddle sobresale por un lado. S e queda un poco cortado al ver que ÉL está allí. Tras unos instantes de

duda decide marcharse. ÉL.- ¿Se puede saber dónde vas?

(El AM IGO se vuelve desconcertado.) AMIGO.- ¿Cómo narices me has visto? ÉL.- Tengo dos ojitos aquí... (S e señala los lados de la cabeza.). M e salieron una vez que los cuernos se habían caído...

(ÉL se gira. Los dos hombres se miran. Hay evidente tensión entre ambos.)

AMIGO.- Será mejor que me marche. ÉL.- Espera, hombre, espera... Tanta prisa. (Un poco cínico, pero civilizado.) Ya no eres mi abogado, ya no eres mi amigo pero podemos compartir el vestuario de un gimnasio, vamos digo yo. (El AMIGO, tras un momento de duda, deja su bolsa en el otro extremo del banco. Se sienta y comienza a quitarse los

zapatos. ÉL se pone su camisa intentando aparentar tranquilidad, pero la procesión va por dentro.)

ÉL.- La gente no tiene ni idea de jugar al paddle. Es imposible encontrar una pareja que te aguante más de diez minutos... AMIGO.- Ése es el problema de ser un profesional. Es difícil seguirte. (El AM IGO ha abierto su bolsa y saca su ropa de deporte.

Deja la raqueta sobre el banco.) ÉL.- Ya veo que tú sigues jugando... AMIGO.- Sí. He quedado con un compañero del bufete. ÉL.- Buena raqueta. Sí, señor. ¿Dónde la has comprado? AMIGO.- Es un regalo... ÉL.- (Comprende quién se la ha regalado. Un poco tenso.) Ajá... Un buen regalo.

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AMIGO.- Sí, lo es... ÉL.- Enhorabuena. Me alegro de que te cuiden tan bien.

(Los dos callan. ÉL no puede más, como si hubiera entrado en crisis. Se sienta en el banco y respira. El

AMIGO le mira sin saber qué hacer.) AMIGO.- ¿Estás bien? ÉL.- Sí, estoy bien... (Intentando contenerse a duras penas.) Con unas enormes ganas de matarte, de agarrar tu cabeza y aplastarla contra este banco. Una y otra vez, hasta que no quede nada... Decirte que eres un cabrón, un cínico, un mentiroso y un cobarde...

(El AM IGO recoge sus cosas dispuesto a marcharse.) ÉL.- ¡Espera! Eso es lo que siento... Uno debe saber qué es lo que siente... (Tras una pausa.) Pero es justo lo que no voy a hacer. No... Nunca más voy a hacer algo así, ¿y sabes por qué? Porque no te lo mereces. Y sobre todo, no me lo merezco...

(ÉL se levanta de nuevo y, respirando hondo, sigue vistiéndose. El AM IGO no sabe qué hacer.)

ÉL.- No me mires con cara de teleñeco y termina de una vez de ponerte la ropa de deporte... Hazlo. AMIGO.- ¿Por? ÉL.- No me gusta pedirle perdón a alguien que está en calzoncillos. AMIGO.- ¿Perdón? No tienes que pedirme perdón. ÉL.- Sí tengo que hacerlo. Y lo voy a hacer. Y no te pongas chulo que al final paso del autocontrol y te arreo un par de bofetadas que te mando a tu bufete... (El AMIGO termina de ponerse la camiseta de deporte. Se

queda de pie frente a ÉL.) ÉL.- Lo siento... A secas. Podría decirte tantas cosas que prefiero decir lo siento, sin más. Rellena tú todo lo que falta. Seguro que lo harás bien. Siempre has sido una persona razonable.

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AMIGO.- A veces ser demasiado razonable esconde un poco de cobardía... Tenía que haber sido más sincero contigo. No sólo con lo de tu mujer... ÉL.- Tu mujer... AMIGO.- No sólo con lo de ella. M e refiero a todo, a nuestra amistad. Yo también debo decir lo siento. ÉL.- Dilo si te vas a quedar más a gusto. AMIGO.- Lo siento. ÉL.- Yo lo siento, tú lo sientes... (S onríe.) Qué derroche de sentimientos... M i psicólogo, además de sacarme el dinero a una velocidad asombrosa, me dice que pedir perdón es bueno. Hay que hacerlo continuamente... Y yo, como soy muy disciplinado, lo hago...

(Los dos quedan en silencio. El AM IGO está ya listo.) AMIGO.- Bueno... M e voy. ÉL.- He de reconocer que a veces, sólo a veces, te echo de menos. M ás que nada por el paddle, ya sabes... AMIGO.- Claro, igual que yo. Por el paddle.

(El AM IGO coge la raqueta dispuesto a salir. ÉL le mira con melancolía.)

ÉL.- ¿Eres feliz?

(El AM IGO no sabe qué responder. No quiere herirle.) ÉL.- Quiero oírte decir la verdad. Si no eres capaz, mejor dejarlo. AMIGO.- Sí. Soy feliz. No me puedo quejar. ÉL.- No deberías. Una raqueta como ésa sólo la tienen unos pocos afortunados. AMIGO.- (Mira su raqueta.) Lo sé... ¿Y tú? ¿Eres feliz? ÉL.- No... Pero soy mucho menos infeliz que antes. Eso ya es un paso. AMIGO.- He oído que vas a volver al mundo del espectáculo. ÉL.- Sí, estoy pensando en ello. No me quiero precipitar. Le estoy cogiendo el gusto a eso de hacer las cosas poco a poco, como un buen guiso. AMIGO.- Al final, sí que vas a aprender a cocinar...

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(ÉL le quita la raqueta al AM IGO y la mira.) ÉL.- ¿Y cómo está ella? AMIGO.- ¿Quién? (S onríe.) ¿M i madre? ÉL.- (S onríe también.) Sé lo que me cuenta mi hijo, pero... AMIGO.- Está bien. Intentando enamorarse de mí. Poco a poco... (S onríe.) Soy un hombre razonable. Es suficiente. ÉL.- Cuídala. Es una gran mujer.

(ÉL le alarga la raqueta. El AM IGO la coge.) AMIGO.- Entonces, ¿para cuándo un partido de paddle? ÉL.- Pronto. Pero esperemos aún un poco. Al menos hasta que alguien me regale una raqueta a la altura de la tuya. Así es más fácil jugar. AMIGO.- Cuando quieras... Pero no seas demasiado exigente. ÉL.- Sí, lo soy. (S onríe.) Quiero ganar...

(El AM IGO le lanza un gesto de despedida y sale. ÉL se sienta en el banco y toma aire. Desde el exterior oímos la

voz de una mujer.) VOZ FEMENI NA.- ¿Hola? ¿Se puede pasar?

(ÉL no contesta. Parece reconocer la voz. Se queda inmóvil. Al fin, alguien entra. Es la CHICA. Lleva puesta una especie de chándal del personal del gimnasio. En sus

manos unas toallas. Al principio no le reconoce.) CHICA.- Perdone, no le quiero molestar, pero tengo que dejar estas toallas.

(La CHICA cruza por detrás del banco, camino de las duchas.)

ÉL.- Ya veo que sigue siendo igual de educada con todo el mundo. (S onríe inocente.) Que conste que llevo viniendo a este gimnasio diez años. CHICA.- Yo empecé la semana pasada... ¿Qué tal está? ÉL.- Bien... Aceptando mi soledad.

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(Oscuro. En otra zona del escenario, casi en boca, se ilumina un cenital. Bajo ÉL se encuentra el AM IGO.

Habla directamente al público.) AMIGO.- Ayer tomé el metro para ir a trabajar. Tengo coche, un buen coche, pero decidí dejarlo en casa y utilizar el transporte público... Entré en el vagón y me senté. A mi lado había un señor mayor, de esos que a la primera de cambio te cuentan su vida... Empezó a hablarme de lo mal que va el país y de que la culpa de todo la tiene quien la tiene... Yo le escuché amablemente un par de minutos, asintiendo con la cabeza de vez en cuando, y después contraataqué... Casi sin pausa para tomar aliento, le conté todo lo que había vivido estos últimos meses... Todo... M i divorcio, mi nueva relación, el enfado con mi mejor amigo, la reconciliación posterior... M is miedos, mis fobias, mis sueños, mis dudas... (Sonríe.) M i pene... El anciano me escuchó boquiabierto... Al fin, se levantó y dijo: «Ésta no es mi estación, pero creo que me voy a bajar...», y salió del vagón. Sin más... (Se ríe feliz.) Espero que pronto volvamos a jugar al paddle... Y espero que alguien te regale una buena raqueta...

(La luz cenital desaparece.)

Nueve De nuevo el restaurante

Sentado en la misma mesa de la Escena Uno se encuentra ÉL. Es como si nos encontrásemos de nuevo al comienzo

de nuestra historia. ÉL consulta su reloj y sonríe. El tiempo comienza a tener un significado distinto en su

vida... Por un lateral aparece la CHICA. ÉL, al verla, se levanta educadamente.

CHICA.- (Nerviosa.) Lo siento, lo siento, lo siento... Llego con quince minutos de retraso. ÉL.- ¿Y...? No tengo prisa... Ninguna prisa... (S onríe.) Si me permite decirlo, sólo si me lo permite, está muy guapa. CHICA.- Se lo permito. (Bromista.) Usted tampoco está mal.

(ÉL le aparta la silla para que ella tome asiento.)

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CHICA.- Gracias... ¿Viene mucho por este restaurante? ÉL.- No. Es la segunda vez... Pero tenía ganas de volver. (Mira alrededor.) Es un sitio especial.

(ÉL también se sienta. La chica abre su carta.) ÉL.- Eso sí, no pida cordero CHICA.- ¿Por? ÉL.- Demasiado grasiento... Al menos eso opinaba un amigo mío que trabajaba aquí. CHICA.- (Sonríe.) Ah, de acuerdo. Le haré caso. Cordero no... (Mira la carta.) Cenaré pescado. ÉL.- Gracias... CHICA.- ¿Gracias? ¿Por pedir pescado? ÉL.- Por acceder a acompañarme. No pensé que fuera a hacerlo. CHICA.- ¿Por qué no? Usted y yo ya no somos jefe y empleada. Y lleva tres meses proponiéndomelo. ÉL.- ¿Tanto? Vaya... No sabía que era tan cabezota. CHICA.- Yo también lo soy. No se preocupe. Ideas fijas.

(La CHICA prefiere cambiar de tema. Coge de nuevo la carta.)

CHICA.- Bueno, ¿y qué va a cenar? ÉL.- Oye, si ya no somos jefe y empleada, ¿por qué nos seguimos llamando de usted? CHICA.- (Sonríe.) ¿Qué vas a cenar? ÉL.- Pescado. Seguiré tus pasos. Eres un buen modelo... Lo que no tengo muy claro es el primer plato...

(ÉL hojea la carta. Ahora es ella quien le observa en silencio.)

CHICA.- (Al fin.) Ahora que nos tuteamos, si te hago una pregunta, ¿serás honesto en la respuesta...?

(ÉL levanta la mirada de la carta y mira a la CHICA.) ÉL.- Claro... CHICA.- ¿Por qué tanto interés en esta cena?

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ÉL.- Una vez, sentado en un banco, le pedí a una chica que cenara conmigo. Y ella me dijo que no. No me extraña. No era un buen plan. Yo no hubiera ido con un tío así ni a la vuelta de la esquina... Pero ahora, bueno, creo que las cosas han cambiado... De verdad... Había una invitación pendiente. Y también había pendiente unas disculpas. CHICA.- No es necesario que... ÉL.- Sí, lo es... Verás, cuando tenía ocho años mis padres me regalaron un caballo de madera. Era precioso... De color caoba claro. Suave, mágico... Con sus orejas, su crin, su boca semiabierta, sus dientes... Y una gran cola de cuerda que le llegaba hasta el suelo... Yo amaba ese caballo. Era mi mejor juguete. Hubiera dado la vida por él... (Tras una pausa.) Pero alguien lo destrozó... La persona que lo hizo sabía perfectamente cómo hacerme daño. Y lo consiguió... Te puedo jurar que lo consiguió... CHICA.- ¿Quién fue? ÉL.- Yo... Lo golpeé con el hacha de mi padre hasta que no quedó nada. CHICA.- ¿Por qué hiciste eso? ÉL.- (S onríe con amargura.) Tenía miedo de perderlo... CHICA.- Pero es absurdo... No lo entiendo... ÉL.- Y yo tampoco... Pero no es algo que puedas racionalizar, no. Es un impulso que sale de ti y se abre paso cueste lo que cueste. Antes de pasar por el dolor de ser abandonado, prefieres clavar el hacha hasta el fondo... Es una manera de tener el control... Siempre he querido controlarlo todo... M i madre murió cuando yo tenía seis años... (Frágil.) Nunca le perdoné que me dejará solo, que se marchará sin mí. Fue tan doloroso que... (Se calla. Toma aire.) Lo sigue siendo... (Se toca el pecho.) Aquí, aún, a pesar de los años... Y he repetido esa sensación de angustia una y otra vez. Primero con mi padre. Él tenía la culpa de todo. De permitir que mi madre muriese, de no hacer nada... Luego le tocó el turno a mi familia, a mis amigos, a mi trabajo... Toda una vida tardas en darte cuenta que, en el fondo, no somos más que niños a los que nos han quitado los juguetes y nos han puesto de patitas en la calle diciéndonos: «Hale, arreando, que se acabó el recreo. Ya sois mayores... Apáñate como puedas... Y no te manches de barro la ropa, que ya no está mamá para lavarla...». CHICA.- Todos tenemos alguna deuda por saldar. ÉL.- ¿También tú?

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CHICA.- Nooo... Qué va. (Irónica.) Yo soy una super woman que se cansó de volar y se puso a limpiar retretes... Sí, claro que tengo deudas pendientes. Pero ya hablaremos de ello en otra cena... Eso sí, la siguiente la pago yo. ÉL.- Te puede costar tres meses que te diga que sí. CHICA.- Insistiré... Ya te he dicho que yo también soy muy cabezota... El único problema es que quizá no esté aquí para entonces... Mis papeles no están arreglados del todo. Puede que tenga que volver a mi país... (S onríe.) Pero no quiero amargar la cena hablando de esas cosas... ÉL.- No, espera... Esto es importante... (Preocupado.) Yo no sabía qué... ¿No hay nada que pueda hacer? CHICA.- Ya lo estás haciendo. Ser mi amigo. No quiero más... ÉL.- No sé, quizá si... (Tras una pausa. A bocajarro.) ¿Por qué no te casas conmigo? CHICA.- (Se ríe.) No digas tonterías... ÉL.- No son tonterías. (Ilusionado con la idea.) Es una solución práctica. Arreglamos tu residencia y ...

(La CHICA alarga la mano y toca la suya, con cariño.) CHICA.- (Segura de lo que dice.) No... Te lo agradezco... No sabes cuánto. Pero no es una buena idea. ÉL.- (Con melancolía.) A mí no me parece tan mala... CHICA.- Hazme caso... Lo es. Te mereces amar. Y te mereces que te amen. No tengas miedo a la soledad. Cuando le plantas cara se va. Es muy cobarde... (S onríe.) ¡Que sea lo que tenga que ser! Brindemos por ello. ÉL.- Somos dos ex alcohólicos... No podemos brindar. CHICA.- Sí podemos...

(La CHICA coge la copa de vino vacía que hay frente a ella. La levanta.)

ÉL.- Trae mala suerte brindar sin vino... CHICA.- ¿Quién dijo eso? Para brindar no hace falta nada más que las ganas de hacerlo... Como para vivir.

(Los dos chocan las copas. El CAMARERO de la Escena Uno se acerca.)

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CAMARERO.- (Irónico.) Quizá les venga bien algo líquido. ÉL.- Pero... ¿qué haces tú aquí? ¿Qué hay de tu carrera como autor dramático? CAMARERO.- Ha resultado ser un tanto incompatible con mis facturas... (Se encoge de hombros.) Ya ve... ¿Les puedo tomar nota ya? CHICA.- Sí. Pero antes necesito un cigarro... ¿Tenéis tabaco? CAMARERO.- Junto a la entrada hay una máquina, yo se lo traigo. ¿Cuál desea? CHICA.- Gracias, prefiero ir yo. Enseguida vuelvo...

(La CHICA se levanta y se aleja.) CAMARERO.- Ya veo que a usted le ha ido bastante mejor que a mí. ÉL.- ¿Eso crees? CAMARERO.- (Mirando por don de ha salido la CHICA.) Salta a la vista... ÉL.- (Melancólico.) Lástima que generalmente lo que salta a la vista sea al mismo tiempo lo más superficial...

(Oscuro. En otra zona del escenario, casi en boca, se ilumina un cenital. Bajo ÉL se encuentra la CHICA. Tiene

una cajetilla de tabaco.) CHICA.- Ojalá que vivir fuera tan fácil como comprar una cajetilla de tabaco... Echas unas monedas, pulsas un botón y encima te dan las gracias... (Ella saca un cigarrillo. Lo mira un instante, valorando si lo fuma o no. Vuelve a guardarlo de nuevo en la cajetilla.) Hace seis años que no fumo... Puede que mucha gente piense que estoy loca. Decir que no a una oferta como ésta. «¿Para quién te reservas? ¿Para un caballero andante que te monte en su caballo y te lleve a su reino de Nunca Jamás?» Bah... No voy a dar explicaciones. Además, ¿quién me las ha pedido? (Tras una pausa.) ¿Dónde se esconden los sueños?

(La luz cenital desaparece.)

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Diez El callejón

El CAMARERO, agachado en un rincón, fuma un

cigarrillo. Lo hace a hurtadillas, temeroso de que alguien le descubra. Junto a ÉL un gran cubo de basura -de esos

que tienen ruedas y una tapa- y unas cajas de bebidas vacías. ÉL entra en escena y se acerca.

ÉL.- Hola...

(El CAMARERO tira el cigarrillo precipitadamente al suelo y se incorpora.)

Tranquilo, no soy tu jefe... Quería hablar contigo... De trabajo... CAMARERO.- ¿Trabajo? ÉL.- Sí, tú eras escritor, ¿no? Querías escribir muchas cosas... Por eso dejaste este empleo. CAMARERO.- Ya. Lo dejé. Y tuve que volver hace un par de meses... Qué remedio... Por cierto, creo que le debo una disculpa. Nunca debí decir todo aquello que dije. No eran más que palabras. Y vacías... Tenía usted razón. Las cosas no son tan fáciles... Soy un ingenuo... Y un estúpido. ÉL.- ¡Eh! ¡No te llames estúpido! No te llames estúpido, porque si te llamas estúpido me llamas estúpido a mí también. Y no estoy dispuesto a que nadie me llame estúpido. Y menos alguien que me dio la clave para empezar a ver que no soy un estúpido después de tirarme toda la vida pensando que era un estúpido. ¿Queda claro? CAMARERO.- (Confundido.) Eh... Bueno, sí... M ás o menos. ÉL.- Pues no lo olvides, porque yo no sé ni lo que he dicho... Y ahora, al grano. Tengo un encargo que hacerte. CAMARERO.- ¿A mí? ÉL.- Sí. Quiero que escribas una obra de teatro... CAMARERO.- ¿Una obra de teatro? (S e ríe.) Qué cachondo... (Al verle la cara. S erio.) ¿M e está hablando en serio? ÉL.- Completamente. He decidido volver a interpretar. Y quiero que tú te encargues del texto... CAMARERO.- (Aturdido.) Pero... Vamos a ver. Usted no me conoce, no sabe nada de mí y ...

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ÉL.- ¿Y? ¿No podemos confiar en la bondad de los extraños? CAMARERO.- Pues... No sé. Es un poco raro... ÉL.- Oye, si no quieres lo dejamos... Tú mismo. CAMARERO.- No, no. Es sólo que... Joder, cada vez que le veo ocurren cosas desconcertantes... ÉL.- ¿Entonces? ¿Qué? CAMARERO.- Sí, claro. Acepto el encargo... ÉL.- Perfecto... ¿Cuándo vas a empezar a escribir? CAMARERO.- Eh, pues... Primero habrá que buscar un tema para la obra. ÉL.- Ese ya lo tenemos... El cambio. Un hombre decide cambiar su vida. CAMARERO.- Ya... ¿Y? ÉL.- ¿Te parece poco? CAMARERO.- No, es sólo que no se me ocurre cómo narices se cuenta eso... ÉL.- (Le interrumpe.) Coño, de averiguar la manera te encargas tú, que para eso vas a cobrar derechos de autor. Tenemos un buen arranque. Escucha. Un hombre va a cenar. Es un tipo angustiado, violento, al borde de sus fuerzas... Su mujer se encierra en el baño... No sabemos por qué. Pero se encierra... catorce minutos. Y no es estreñida... Un camarero le trae el vino. Empiezan a discutir y el tipo le agarra del cuello y le zarandea... CAMARERO.- (Sonríe.) Eso no se lo va a creer nadie... ÉL.- Mejor... El teatro no es como la vida... Es como debería ser la vida... Sigo... El hombre cambia su vida. Todo lo que le rodea, pero continúa siendo infeliz... ¿No es un buen planteamiento? CAMARERO.- De acuerdo. Tenemos el principio. Pero ¿cuál sería el final? Hay que tener un buen final. ÉL.- Sí, tienes toda la razón, eso es fundamental... Déjame pensar en ello.

(ÉL saca su cartera.) CAMARERO.- ¿Ya me va a pagar la obra? ÉL.- Que no, hombre... Es mi tarjeta. (Le da una tarjeta de visita.) Llámame mañana mismo. Quiero que empecemos a trabajar. CAMARERO.- Lo haré. Sin falta... (S onríe.) ¿Seguro que no me está tomando el pelo?

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ÉL.- No. Ahora no. Pero ya te lo tomaré, tranquilo. CAMARERO.- Bien... (Pausa.) Oiga. ¡Y gracias!

(El CAMARERO asiente y sale de escena.) (ÉL se queda en silencio. Le echa un vistazo al cubo de la basura. Parece meditar algo. Al fin se acerca a una de las cajas vacías de botellas y la coloca junto al cubo. Se sube

en la caja, abre el cubo y se mete dentro.) ÉL.- (S ocarrón.) Éste podría ser un buen final, ¿no les parece? El cubo de la basura... Toda la vida huyendo de la mierda y acabar rodeado de cáscaras de plátano, pan duro y botellas de cerveza vacías... Tiene narices la cosa... Mejor dicho, tiene cojones la cosa... No me voy a poner dramático, no... Ya han visto que puedo serlo... Demasiado. Y ahora ya, la verdad, no me apetece... Es tan cansado ser siempre tan intenso... Prefiero quedarme aquí, confortablemente, pensando en mi vida. En la pasada y sobre todo, en la que me queda por vivir... Reciclándome, como la basura que me rodea. Hoy en día todo se recicla. El vidrio, el papel, los envases... ¿Por qué no las personas? ¿No tenemos derecho al menos a intentarlo? (Sonríe.) Sí, sin duda. Un buen final... De vez en cuando es bueno buscar un cubo grande, sacar toda la mierda y echarla una buena mirada... Una auténtica mirada... Yo me siento mejor que nunca... Lo juro... (ÉL mira de nuevo el cubo de basura y a sí mismo. Comienza a reírse, feliz como un niño.) Hay que joderse... Hay que joderse... (ÉL lanza una última mirada al público, cierra la tapa del

cubo y queda dentro. Oscuro y...)

FIN