00 - precuelas de la cancion hielo y fuego martin george r.r

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Índice

Índice……………………………………………………………………………………………….2

El Caballero

Errante...............................................................................................................3

La Espada

Leal...................................................................................................................83

Novelas y novelas

cortas….......................................................................................................... 174

Agradecimientos………………………………………………………………………………175

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EL CABALLERO ERRANTE

Por

GEORGE R. R. MARTIN

Un Cuento de los Siete Reinos

D unk no tuvo dificultad en cavar la fosa, porque las lluvias primaverales

habían ablandado la tierra. Eligió la ladera occidental de una colina, por respeto

a la afición del anciano a las puestas de sol.

“Ya ha pasado otro día -comentaba en vida, suspirando-. A saber qué nos

deparará el de mañana, ¿eh, Dunk?” Pues bien, uno les había deparado lluvias

que los habían calado hasta los huesos, el siguiente viento racheado y húmedo, y

el tercero frío. Amanecido el cuarto, el viejo ya no tenía fuerzas para montar.

Ahora estaba muerto. Pocos días atrás, a lomos de su caballo, cantaba todavía la

canción aquella sobre ir a Gulltown a ver a una hermosa joven, sólo que

cambiando Gulltown por Vado Ceniza. “A Vado Ceniza camino, a ver a mi zagala,

de cabellos de lino”, recordó Dunk, cavando con tristeza.

Cuando consideró que el agujero ya era bastante hondo, cogió en brazos el

cadáver del anciano y lo llevó al borde. Había sido un hombre bajo y delgado, y

ahora que ya no llevaba cota de mallas, yelmo ni cincho para la espada pesaba lo

que un saco de hojas secas. Dunk poseía una estatura descomunal para su edad;

a sus dieciséis o diecisiete años (nadie sabía de cierto cuántos) su cuerpo

larguirucho y poco grácil frisaba los dos metros, y aún tenía que fornirse. EI viejo

había dedicado muchos elogios a su fortaleza. Siempre había sido pródigo en

ellos. No tenía nada más que dar.

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Dunk lo depositó en la fosa y aguardó un poco a cubrirla. El aire volvía a oler a

lluvia. Se imponía rellenarla antes de que cayeran las primeras gotas, pero no era

fácil cubrir de tierra aquel rostro viejo y cansado. Debería haber un sacristán,

pensó Dunk, para dedicarle unas oraciones; pero sólo me tiene a mí. El viejo le

había comunicado toda su ciencia sobre espadas, escudos y lanzas, pero no

había sido buen profesor de palabras.

-Os dejaría vuestra espada, pero se oxidaría –dijo al fin, como quien pide perdón-.

Yo creo que os darán otra los dioses. Ojalá no hubieras muerto, ser -Enmudeció

unos instantes, por ignorancia de lo que quedaba por decir. No sabía ninguna

oración entera. EI viejo no había sido hombre de oraciones-. Erais un caballero

cabal, y jamás me golpeasteis sin yo merecerlo –logró decir al cabo-, salvo aquella

vez en Estanque de la Dama. Ya os dije que el pastel de la viuda se lo había

comido el mozo de la posada, no yo. En fin, ya no importa. Id con los dioses, ser.

Echó tierra con el pie. Después llenó la fosa metódicamente, sin mirar lo que

yacía al fondo. Ha tenido una vida larga, pensó. Seguro que le faltaba poco para

cumplir sesenta años. ¿Cuántos podían presumir de lo mismo? Al menos había

visto otra primavera.

Dio de comer a los caballos con el crepúsculo en ciernes. Había tres: el jamelgo

de Dunk, el palafrén del anciano y Trueno, su caballo de batalla, un semental

zaino reservado para torneos y guerras. Trueno había perdido la rapidez y fuerza

de antaño, pero guardaba el coraje, el brillo en la mirada, y era la posesión más

valiosa de Dunk. Si vendiera a Trueno y al viejo Castaño, pensó el muchacho, con

sillas y bridas, me darían plata, suficiente para... Frunció el entrecejo. Sólo

conocía una vida, la de caballero errante: cabalgar de castillo en castillo, servir a

tal o cual señor, luchar en sus batallas, comer en sus salones hasta el final de la

guerra y proseguir el viaje. De vez en cuando también había torneos, si bien con

menor frecuencia. Dunk sabía que en invier nos crudos algunos caballeros

errantes se dedicaban al robo. No había sido el caso del anciano.

Podría buscarme otro caballero errante que necesitase un escudero para cuidarle

las bestias y limpiarle la cota, pensó; o ir a alguna ciudad, Lannisport o

Desembarco del Rey, y unirme a la guardia. También podría...

Había dejado amontonadas las pertenencias del viejo al pie de un roble. EI

monedero de tela contenía tres monedas de plata, diecinueve peniques de cobre y

un granate mellado. La mayor parte de las riquezas terrenales del anciano se

había gastado en caballos y armas, como era norma entre los caballeros errantes.

Ahora Dunk era dueño de varias cosas: una cota de mallas de la que había

quitado mil veces la herrumbre, un morrión de hierro con barra nasal ancha y

una muesca en la sien izquierda, un cincho de cuero agrietado, una espada larga

con funda de madera y cuero, una daga, una navaja de afeitar, una piedra de

afilar, grebas, gola, una lanza de dos metros y medio (de fresno, con dura punta

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de hierro) y un escudo de roble con ribete mellado de metal y las armas de Arlan

de Pennytree: un cáliz con alas, plata sobre marrón.

Contempló el escudo, cogió el cinturón y volvió a mirar el primero de ambos

objetos. EI cincho había sido confeccionado para las caderas estrechas del

anciano, y a Dunk le iba tan pequeño como la cota. Ató la funda a una cuerda de

cáñamo, se la pasó por la cintura y desenvainó la espada.

La hoja era recta y pesaba mucho: buen acero forjado en el castillo. La guarnición

era de cuero blando sobre madera, y el pomo una piedra negra pulida. Con toda

su sencillez, la espada era de buen coger, y Dunk conocía su filo por haberlo

aguzado muchas noches con piedra de afilar y hule, antes de acostarse. Pensó: la

cojo con la misma facilidad que él, y en el prado de Vado Ceniza se celebra un

torneo.

EI trote de Pasoquedo era más ágil que el del viejo Castaño. Aun así, cuando

divisó la posada (una construcción alta de madera y adobe), Dunk estaba

cansado y dolorido. La cálida luz amarilla que se derramaba por las ventanas era

tan acogedora que fue incapaz de pasar de largo. Se dijo: tengo tres monedas de

plata, lo suficiente para una buena cena y toda la cerveza que me venga en gana.

Mientras desmontaba vio llegar del río a un niño desnudo y mojado, que empezó

a secarse con una capa marrón de tela basta.

-¿Eres el mozo de cuadra? -preguntó. Enclenque, paliducho y con barro hasta los

tobillos, el chico no aparentaba más de ocho o nueve años. Lo más raro que tenía

era el pelo, por inexistente-. Me gustaría que me cepillasen el palafrén y les

pusieran avena a los tres. ¿Te encargas tú?

EI niño miro a Dunk con descaro.

-Si quiero.

Dunk frunció el entrecejo.

-No me hables así, que soy un caballero. No me obligues a demostrártelo.

-No lo parecéis.

-¿Son todos iguales?

-No, pero vos no lo parecéis. Lleváis una cuerda por cinturón.

-Lo importante es que aguante la funda. Venga, llévate los caballos. Si me los

cuidas bien te daré una moneda de cobre, y si no un sopapo en la oreja.

Dio media vuelta, ignorando la reacción del mozo, y abrió la puerta con un

hombro.

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A aquellas horas lo previsible era encontrar llena la posada, pero el comedor

estaba casi vacío. En una de las mesas roncaba un hidalguillo con buen manto

de damasco, sobre un charco de vino derramado. Por lo demás ni un alma. Dunk

miró la sala sin saber que hacer, hasta que salió de la cocina una mujer baja,

rechoncha y blanca de piel que le dijo:

-Sentaos donde queráis. ¿Qué os sirvo, cerveza o comida?

-Las dos cosas.

Dunk escogió una silla al lado de la ventana, lejos del joven que dormía.

-Hay cordero asado con hierbas, que está muy rico, y mi hijo ha cazado unos

cuantos patos. ¿Qué os apetece?

Hacía más de medio año que Dunk no comía en una posada.

-Las dos cosas.

La mujer se rió.

- Tamaño no os falta -Llenó una jarra de cerveza y la llevó a la mesa de su nuevo

cliente-. ¿También queréis habitación?

-No -Dunk soñaba con dormir bajo techo en blando colchón de paja, pero había

que administrar fas monedas con prudencia. Se conformaría con el suelo-. En

cuanto tenga comida y cerveza en el estómago seguiré el viaje a Vado Ceniza.

¿Cuánto falta?

-A caballo un día. Cuando lleguéis al molino quemado y veáis que el camino se

bifurca id hacia el norte. ¿Y vuestros caballos? ¿Os los cuida el niño o ha vuelto a

escaparse?

-No, ya me los cuida -dijo Dunk-. Veo poca clientela.

-Media ciudad ha ido a ver el torneo. Los míos también querían, pero se lo he

prohibido. Cuando me muera les dejaré la posada, pero el niño prefiere hacer el

golfo con la soldadesca, y la niña... Cada vez que ve pasar a un caballero sólo

sabe reír tontamente y suspirar. ¡Os juro que no lo entiendo! Son como los demás

hombres, y no sé de ninguna justa que haya cambiado el precio de los huevos -

Puso en Dunk una mirada curiosa. La espada y el escudo eran indicio de algo,

que desmentían el cinturón de cuerda y la túnica de tela basta-. ¿También vais

para el torneo?

Antes de contestar, Dunk tomó un trago de cerveza. Era de color tostado, algo

pastosa al paladar, como le gustaban a él.

-Sí -dijo-. Quiero ser paladín.

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-¿De veras? -preguntó educadamente la posadera.

EI hidalgo del fondo levantó la cabeza del charco de vino. Tenía el pelo

enmarañando, la cara con mal color y la incipiente barba mas rubia que el

cabello.

Después de pasarse la mano por la boca miró a Dunk y dijo:

-Acabo de soñar contigo -Lo señaló con mano temblorosa-. No te me acerques,

¿eh? Quédate bien lejos.

Dunk lo miró con semblante perplejo.

La posadera se agachó para decirle algo.

-No le hagáis caso. Se pasa el día bebiendo y hablando de sus sueños. Voy por la

comida.

Y se alejó.

-¿Comida? -EI hidalgo pronunció la palabra como si le diera asco. Después se

levantó con dificultad, apoyándose en la mesa con una mano-. Estoy a punto de

vomitar -declaró. Tenía la parte delantera de la túnica cubierta de manchas viejas

de vino-. Quería una puta, pero no queda ninguna. Se han ido todas a Vado

Ceniza.

Necesito vino.

Salió del comedor con pasos vacilantes. Dunk le oyó subir las escaleras con una

canción en los labios.

«Qué espectáculo, pensó. Pero ¿por qué ha creído reconocerme? Lo meditó entre

tragos de cerveza.

EI cordero era de los mejores que había probado, pero el pato, hecho con cerezas,

limón y menos grasa de lo habitual, lo superaba. La posadera también trajo

guisantes con mantequilla, y un pan de avena que aún estaba caliente. «Ser

caballero es esto –se dijo Dunk, chupando los huesos con ahínco-: buena comida,

cerveza a pedir de boca y nadie que te dé coscorrones». Pidió tres jarras más: una

para el resto de la cena, otra para digerir y la cuarta porque no se lo impedía

nadie. Cuando se dio por satisfecho pagó una moneda de plata a la posadera, y

aun recibió todo un puñado de las de cobre. Al salir de la posada descubrió que

era de noche. Tenía la barriga llena y el monedero un poco mas liviano, pero se

dirigió al establo con una sensación de bienestar. Oyó un relincho.

-Tranquilo -dijo una voz de niño.

Dunk apretó el paso con el entrecejo fruncido.

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Encontró al mozo a lomos de Trueno y con la armadura del viejo puesta. La cota

de mallas le llegaba por debajo de los pies y había tenido que inclinar el yelmo

hacia atrás para que no le tapara los ojos. Estaba muy concentrado, y muy

ridículo. Dunk se quedo riendo a la puerta del establo.

EI niño levantó la cabeza, se ruborizó y saltó a tierra. -¡Señor, yo no quería...!

-Ladrón -dijo Dunk, intentando poner voz seria-. Quítate la armadura y da

gracias por que Trueno no te haya dado una coz en esa cabeza de chorlito. Es un

caballo de batalla, no un poni para niños.

EI mozo se quitó el yelmo y lo tiró por la paja.

-Yo sabría montarlo tan bien como vos -dijo en el colmo del atrevimiento.

-Cierra la boca, que no quiero insolencias. Y la cota de mallas también te la

quitas. ¿Qué te proponías?

-¿Cómo voy a decíroslo con la boca cerrada?

EI niño se quitó la cota con cierta dificultad y la dejó caer.

-Ábrela, pero sólo para contestar -dijo Dunk-. Ahora recoge la cota, quítale el

polvo y devuélvela al lugar de donde la has cogido. Lo mismo para el morrión.

¿Has cumplido mis instrucciones? ¿Has dado de comer a los caballos y has

cepillado a Pasoquedo?

-Sí -contestó el rapaz, sacudiendo la cota para que soltara la paja-. Vais a Vado

Ceniza, ¿verdad? Llevadme con vos.

Ya lo había avisado la posadera.

-¿Y que diría tu madre?

-¿Mi madre? -EI niño arrugó la cara-. Nada, porque está muerta.

Dunk quedó sorprendido. ¿Entonces no era hijo de la posadera? Quizá lo tuviera

de aprendiz. La cerveza le había enturbiado un poco el entendimiento.

-¿Eres huérfano? -preguntó.

-¿Y vos? -replicó el niño.

-Antes sí -reconoció Dunk, pensando: hasta que me tomó el viejo a su cargo.

-Si me llevaseis os haría de escudero.

-No me hace falta.

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-Todos los caballeros necesitan escuderos -dijo el niño-, y vos tenéis aspecto de

necesitarlo más que ninguno.

Dunk levantó la mano amenazadoramente.

-Y tú de necesitar un buen sopapo en la oreja. Lléname un saco de avena. Salgo

para Vado Ceniza... yo solo.

El niño disimulaba bien su miedo, en la hipótesis de que lo tuviera. Permaneció

unos instantes con los brazos cruzados y plantando cara, pero justo cuando

Dunk estaba a punto de dejarlo por imposible dio media vuelta y salió en busca

de la avena.

Para Dunk fue un alivio. Lástima, pensó, pero aquí en la posada vive bien, mejor

que sirviendo a un caballero errante. Llevármelo no sería hacerle ningún favor.

No obstante, seguía notando la decepción del mozo. Al montarse en Pasoquedo y

coger la rienda de Trueno, Dunk pensó que quizá lo alegrase un penique.

-Ten, rapaz, por tu ayuda.

Le tiró la moneda con una sonrisa, pero el mozo no hizo ademán de recogerla.

Cayó al suelo entre sus pies descalzos, y ahí se quedó.

«En cuanto me haya marchado la cogerá», se dijo Dunk. Hizo dar media vuelta al

palafrén y se alejó de la posada, seguido por los otros dos caballos. La luna

iluminaba los árboles, y el cielo despejado relucía de estrellas. Avanzando por el

camino, Dunk sintió en su espalda la mirada del niño, hosco y silencioso.

Largas ya las sombras vespertinas, Dunk, que había llegado al vasto prado de

Vado Ceniza, tiró de las riendas. Ya había sesenta pabellones montados:

pequeños, grandes, de lona, de lino, de seda... Si en algo coincidían era en sus

vivos colores y en los largos estandartes prendidos al poste central, estandartes

que ofrecían un espectáculo cromático superior al de un prado de flores

silvestres: rojos intensos, amarillos luminosos, matices infinitos de verde y azul,

negros, grises, morados...

Algunos de los caballeros habían tenido al anciano entre sus filas. A otros los

conocía Dunk por historias que se contaban en los mesones y alrededor de las

hogueras.

Nunca había aprendido la magia de la lectura y la escritura, pero el viejo lo había

puesto todo de su parte para inculcarle nociones de heráldica en forma de largos

sermones cuando iban a caballo. Los ruiseñores pertenecían a lord Caron de las

Marcas, tan buen arpista como justador. EI ciervo coronado identificaba a ser

Lyonel Baratheon, «la Tormenta que Ríe». Dunk reconoció el cazador de los Tarly,

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el relámpago morado de la casa de Dondarrion y la manzana roja de los

Fossoway. Oro sobre gules rugía el león de Lannister, y la tortuga de mar de los

Eastermont nadaba, verde oscuro, en campo de sinople. La tienda marrón sobre

la que ondeaba un caballo rojo sólo podía alojar a ser Otho Bracken, merecedor

del apodo de “Bestia de Bracken” por haber matado a lord Quentyn Blackwood

durante un torneo en Desembarco del Rey celebrado tres años atrás. Se decía que

el golpe de ser Otho con el hacha roma había sido tan fuerte que había hundido

la visera del yelmo de lord Blackwood, destrozándole la cabeza. Dunk también vio

algunos estandartes de los Blackwood. Estaban en el límite occidental del prado,

lo más lejos posible de ser Otho. Marbrand, Mallister, Cargyll, Westerling, Swann,

Mullendore, Hightower, Florent, Frey, Penrose, Stokeworth, Darry, Parren,

Wylde... Parecía que todas las casas nobles del norte y el sur hubieran enviado a

Vado Ceniza a uno o más caballeros para ver a la hermosa zagala y justar en su

honor.

Por gratos que fueran a la vista aquellos pabellones, Dunk era consciente de que

no estaban destinados a él. Pasaría la noche con el único abrigo de una capa

raída de lana. Grandes del reino y caballeros cenarían capones y lechones,

mientras él se conformaba con un correoso pedazo de ternera salada. Bien sabía

que el hecho de acampar en aquel prado multicolor lo sometería a mudos

desdenes y burlas no encubiertas. Quizá unos pocos lo trataran con

consideración, pero en cierto modo era peor.

Para un caballero errante el orgullo era importante, porque sin él valía tan poco

como un mercenario. Tengo que ganarme un puesto entre esa gente, pensó Dunk.

Si combato bien es posible que algún señor me tome a su servicio; entonces

cabalgaré en noble compañía, cenaré a diario carne fresca en una sala del castillo

y plantaré mi propia tienda en los torneos. Lo primero, sin embargo, es destacar.

No tuvo mas remedio que dar la espalda al campo de justas y volver al bosque

con sus caballos.

Por los aledaños del prado principal, casi a un kilometro de la ciudad y el castillo,

encontró el recodo de un riachuelo donde el agua era profunda. Estaba bordeado

de un poblado juncar, a la sombra de un olmo copudo. Ningún estandarte era

más verde que aquella hierba primaveral, tan blanda al tacto. El lugar era

hermoso, y aún no había sido reclamado por nadie. Será mi pabellón, se dijo

Dunk; un pabellón con techo de hojas y más verde que los estandartes de los

Tyrell y los Estermont.

Lo primero eran los caballos. Una vez atendidas sus necesidades, Dunk se

desnudó y se metió en el agua para quitarse el polvo del camino. “Cualquier

caballero que se precie debe ser tan limpio como pío”, decía el viejo en vida,

insistiendo en que se bañasen los dos de pies a cabeza a cada cambio de luna,

tanto si olían mal como si no. Dunk juró hacerlo porque ya era caballero.

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Se sentó desnudo al pie del olmo, para secarse y disfrutar de la calidez primaveral

que le acariciaba la piel. Contempló el vuelo perezoso de una libélula por los

juncos.

¿Por qué las llamarán dragones [1]?, se preguntó. No se parecen en nada. No es

que Dunk hubiera visto ningún dragón, pero el viejo sí. Dunk le había oído contar

cincuenta veces la misma historia, la de cuando era niño y su padre lo había

acompañado a Desembarco del Rey, donde habían visto al último dragón un año

antes de que muriera. Era una hembra de color verde, pequeña y debilitada, con

las alas atrofiadas. Todos sus huevos se habían echado a perder. «Hay gente que

dice que la envenenó el rey Aegon -contaba el anciano-. Deben de referirse al

tercero, no el padre del rey Daeron, sino aquél a quien llamaban Matadragones o

Aegon el Desventurado. [[1] En inglés, libélula es “Dragonfly”, literalmente,

Dragón-mosca. (N. Del T)]

Había visto al dragón de su tío devorando a su propia madre y les tenía mucho

miedo. Desde la muerte del ultimo dragón se han acortado los veranos, y los

inviernos son mas largos y crueles».

Se ocultó el sol en las copas de los árboles, empezó a refrescar y llegó un

momento en que a Dunk se le puso la piel de gallina. Entonces sacudió la túnica

y los pantalones contra el tronco del olmo para desempolvarlos como mejor

pudiera y volvió a ponérselos. La inscripción en el torneo, previa búsqueda del

maestro de justas, podía esperar a la mañana siguiente. Sus esperanzas de

participar dependían de que aprovechara la noche en otros menesteres.

No le hizo falta verse reflejado en el agua para saber que no ofrecía un aspecto

demasiado caballeresco. Se echó pues el escudo de ser Arlan a la espalda, a fin de

dejar el emblema a la vista. Después maneó a los caballos y dejó que pacieran

debajo del olmo, mientras él caminaba hacia el escenario de las justas.

EI prado, de costumbre, surtía de tierras comunales a los habitantes de la ciudad

de Vado Ceniza, situada en la otra orilla del río. EI torneo lo había transformado.

De la noche a la mañana había surgido otra ciudad, no de piedra sino de seda,

mayor que su hermana y más hermosa. Al borde del prado habían plantado sus

puestos decenas de comerciantes que vendían toda clase de artículos: fieltro,

fruta, cinturones, zapatos, pieles, piedras preciosas, halcones, objetos de metal,

especias, plumas... Circulaban entre el público juglares, marionetistas y magos.

También las prostitutas y los ladrones aprovechaban para ejercer su profesión.

Dunk vigilaba sus monedas.

Llegó a su nariz el olor de las salchichas, que al freírse desprendían un humo

espeso, y se le hizo la boca agua. Se gastó una moneda de cobre en una salchicha

y un cuerno de cerveza. Mientras comía presenció la lucha entre un caballero de

madera pintada y un dragón del mismo material. No menos pintoresca resultaba

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la persona que movía los hilos del dragón, una joven alta, con la piel oscura y el

cabello negro típicos de Dorne. Era delgada como una lanza, sin apenas pecho,

pero a Dunk le gustó su cara y el movimiento de dedos con que hacía caracolear

al dragón al otro extremo de los hilos. Si le hubiera sobrado una moneda se la

habría tirado, pero no era el caso.

Sus esperanzas de encontrar vendedores de armas y armaduras quedaron

confirmadas. Vio un tyroshi con barba azul en doble punta que ofrecía yelmos

profusamente adornados, piezas prodigiosas de oro y plata con formas de pájaros

y otros animales. También encontró un espadero que pregonaba hojas de acero a

bajo precio, y otro que las comercializaba mucho más finas, pero Dunk ya tenía

espada. .

EI hombre a quien buscaba cerraba la hilera de puestos de venta, sentado a una

mesa en la que descansaban una cota de malla de excelente factura y un par de

guanteletes que Dunk inspeccionó con detenimiento.

-Sois buen artesano -dijo.

-EI mejor.

EI armero en cuestión era un retaco de metro cincuenta. Tenía, empero, el torso

igual de ancho que Dunk, además de barba negra, manos enormes y ni el menor

asomo de humildad.

-Necesito una armadura para el torneo. Una buena cota de malla, gola, grebas y

yelmo completo.

EI morrión del anciano era de su talla, pero Dunk deseaba protegerse la cara con

algo más que una simple barra nasal.

EI armero lo miró de arriba abajo.

-Sois alto, pero he hecho armaduras para otros que lo eran todavía más -Salió de

detrás de la mesa-. Arrodillaos y os mediré los hombros, y ese cuello que tenéis,

que parece un tronco de árbol -Dunk obedeció. EI armero le pasó por los

hombros una cinta de cuero con nudos, gruñó, usó la misma cinta para el cuello

y volvió a gruñir-.

Levantad el brazo. No, el derecho. -Gruñó por tercera vez-. Ya podéis levantaros. –

La parte interior de una pierna, el grosor de la pantorrilla y el tamaño de la

cintura suscitaron nuevos gruñidos-. Es posible que os convengan algunas piezas

que llevo en el carro -dijo al acabar-. Sin adornos, ¿eh? Ni oro ni plata; sólo acero,

sencillo pero del bueno. Yo hago yelmos que parecen yelmos, no cerdos alados ni

frutas exóticas. Ahora bien, si os dan un lanzazo en la cara os serán de mayor

utilidad los míos.

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-No pido más -dijo Dunk-. ¿Cuánto pedís vos?

-Ochocientas monedas y os hago un favor.

-¡Ochocientas! -Era más de lo esperado-. Mmm... Podría daros una armadura

usada, hecha para un hombre mas bajo... Un morrión, una cota de mallas...

-Pate sólo vende lo que fabrica él mismo -declaró eI armero-, aunque podría

aprovecharse el metal. Si no está demasiado oxidado me lo quedo y os armo por

seiscientas.

Dunk tenía la posibilidad de rogar a Pate que le fiara, pero no se hacía ilusiones

acerca de la respuesta. Había pasado bastante tiempo en compañía del viejo para

saber que los comerciantes recelaban sobremanera de los caballeros errantes,

algunos de los cuales eran poco más que ladrones.

-Os doy dos monedas de plata y mañana os traigo la armadura y las que faltan.

EI armero lo miró con atención.

-Con dos monedas os doy un plazo de un día. Si lo incumplís venderé la

armadura a otra persona.

Dunk sacó las monedas de la bolsa y las depositó en la mano callosa del

mercader.

-Las tendréis todas. He venido al torneo para ser un paladín.

-Ya -Pate mordió una de las monedas-. Y supongo que los demás sólo habrán

venido a animaros.

Cuando emprendió el camino de regreso al olmo la luna ya estaba muy por

encima del horizonte. A sus espaldas, el prado de Vado Ceniza aparecía salpicado

de antorchas. Se oían cantos y risas, pero Dunk no estaba de humor para

festejos. Sólo se le ocurría una manera de conseguir el dinero para la armadura.

Y si lo derrotaban...

-Sólo necesito una victoria -musitó-. ¡Tampoco es tanto!

Poco o mucho, el anciano jamás lo habría deseado. Ser Arlan no había

participado en ninguna justa desde aquella, celebrada en Bastión de Tormentas,

donde había sido arrojado de su montura por el príncipe de Rocadragón, y de eso

ya hacía muchos años.

«Pocos hombres pueden presumir de haber quebrado siete lanzas contra el mejor

caballero de los Siete Reinos -decía-. ¿Para qué insistir si jamás obtendría mayor

gloria?»

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Dunk había sospechado que el retiro del viejo guardaba más relación con su edad

que con el príncipe de Rocadragón, pero nunca se había atrevido a decirlo. EI

viejo había conservado su orgullo hasta el final. Soy rápido y fuerte, pensó Dunk;

me lo decía él mismo. Que él no pudiera no quiere decir que no pueda yo.

Caminaba entre matojos, barruntando sus posibilidades de victoria, cuando

entrevió una hoguera por la vegetación. ¿Qué sería? Desenvainó la espada sin

pensárselo dos veces y avanzó por los hierbajos.

Emergió de ellos profiriendo palabras malsonantes, pero frenó en seco al ver

junto a la hoguera al niño de la posada.

-¿Tú? –Bajó la espada-. ¿Qué haces tú aquí?

-Pescado a la brasa -dijo el crío, siempre lenguaraz-. ¿Os apetece?

-Lo que te pregunto es como has llegado aquí. ¿Has robado un caballo?

-Subido al carro de un hombre que llevaba corderos al castillo para la despensa

del señor de Vado Ceniza.

-Pues ya puedes ir averiguando si sigue por aquí o buscándote otro carro, porque

yo no te quiero.

-No podéis obligarme -dijo el niño con impertinencia-. Ya estoy harto de la

posada.

-Basta de insolencias -advirtió Dunk-. Lo que debería hacer es echarte a lomos de

mi caballo y devolverte a casa ahora mismo.

-Os perderíais el torneo -dijo el niño-, porque soy de Desembarco del Rey.

Dunk sospechó una tomadura de pelo, pero aquel rapaz no podía saber que él

también era nativo de Desembarco del Rey. Seguro que es otro pobre diablo de

Lecho de pulgas, pensó. No me extraña nada que quisiera marcharse.

Se sintió ridículo con la espada en la mano delante de un huérfano de ocho años.

La envainó con mala cara, para que el niño se diera cuenta de que no toleraría

más desplantes. Pensó que debería darle unos azotes, pero le daba demasiada

lástima. Echó un vistazo a la redonda. La hoguera ardía con fuerza en su círculo

de piedras. Los caballos habían sido cepillados y la ropa puesta a secar en el

olmo, por encima del fuego.

-¿Qué hace mi ropa colgando?

-La he lavado -contestó el niño-. También he limpiado los caballos, he encendido

el fuego y he pescado esto. Quería plantaros la tienda pero no la he encontrado.

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-Mi pabellón es esto.

Dunk levantó el brazo, señalando las ramas que los cubrían.

-Eso es un árbol -dijo el niño, impasible.

-A un caballero de verdad no le hace falta ningún otro pabellón. Preferiría dormir

con las estrellas por techo que en una tienda llena de humo.

-¿Y si llueve?

-Me protegerá el árbol.

-Traspasa.

Dunk se rió.

-Es verdad. Te seré sincero: no tengo con qué pagar un pabellón. Y ya que

estamos, te aconsejo que des la vuelta al pescado o lo tendrás chamuscado por

un lado y crudo por el otro. No sirves para pinche.

-Si quisiera sí -dijo el niño.

Aun así giró el pescado.

-¿Qué te ha pasado en el pelo? -preguntó Dunk.

-Me lo raparon los médicos.

EI niño se puso la capucha de su capa marrón, como si de repente le diera

vergüenza.

Dunk había oído contar que era un remedio contra los piojos o determinadas

enfermedades.

-¿Estás enfermo?

-No -dijo el niño-. ¿Cómo os llamáis?

-Dunk.

EI pobre rapaz se rió a carcajadas, como si fuera lo más divertido que hubiera

oído en toda su vida.

-¿Dunk? -repitió-. ¿Ser Dunk? No es nombre de caballero. ¿Es una abreviación

de Duncan?

¿Una abreviación? Dunk no recordaba haber sido llamado de otra manera por el

viejo, ni guardaba demasiados recuerdos de su vida anterior.

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-Sí -contestó-. Ser Duncan de... -No tenía apellido ni linaje. Ser Arlan lo había

encontrado viviendo por los lupanares y los callejones de Lecho de pulgas, simple

golfillo que no conocía a sus padres. ¿Qué contestar? “Ser Duncan de Lecho de

pulgas” no sonaba muy caballeresco. Podía ponerse de Pennytree, pero ¿y si le

preguntaban dónde estaba? Dunk nunca había estado en Pennytree, ni sabía

mucho de la población por boca del viejo. Frunció el entrecejo, guardó silencio y

acabó por añadir-: Ser Duncan el Alto.

Lo de alto no podía discutírsele, y sonaba imponente.

EI renacuajo no dio muestras de compartir su opinión.

-Es la primera vez que oigo el nombre de ser Duncan el Alto.

-¿Conque conoces a todos los caballeros de los Siete Reinos?

EI niño lo miró con descaro.

-A los buenos sí.

-Yo no estoy por debajo de nadie. Al final del torneo habrán quedado convencidos.

¿Y tú, ladrón? ¿Te llamas de alguna manera?

El niño titubeó, hasta decir:

-Egg [2] [2 “Huevo”, en inglés (N. Del T).]

Dunk evitó reírse. Pensó: es verdad que tiene una cabeza que parece un huevo.

Los niños pequeños pueden ser muy crueles, igual que las personas mayores.

-Egg -dijo-, debería darte una buena zurra y despacharte, pero la verdad es que

no tengo pabellón ni escudero. Si juras cumplir mis órdenes te permitiré servirme

en lo que dure el torneo. Después veremos. Si decido que me convienen tus

servicios irás vestido y comido. Puede que la ropa que te dé sea muy tosca, y la

comida salazones de carne y pescado con alguna que otra pieza de caza cuando

no haya guardias forestales rondando, pero hambre no pasarás. Además prometo

no pegarte si no te lo mereces.

Egg sonrió.

-Sí, mi señor.

-Ser -lo corrigió Dunk-. Sólo soy un caballero errante.

Se preguntó si lo estaría viendo el viejo desde las alturas, y dirigiéndose a él

pensó: Le enseñaré las artes de la batalla, ser; las que me enseñasteis vos a mí.

Parece de buena pasta y no hay que descartar que llegue a caballero.

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EI pescado, cuando lo comieron, resultó estar un poco crudo por dentro, y el

mozo no había quitado todas las espinas, pero no dejaba de ser una exquisitez en

comparación con la dureza de la carne en salmuera.

Egg no tardó en caer dormido junto a las ascuas. Dunk se tendió de espaldas a

poca distancia con las manos en la nuca, contemplando el firmamento estrellado.

Llegaba a sus oídos la música del prado, que quedaba a un kilómetro y medio.

Las estrellas se contaban por millares. Vio caer una, trazando un rastro verde

que brilló y desapareció.

Las estrellas fugaces dan suerte a quien las ve, pensó; pero a estas horas los

demás caballeros están en sus pabellones, viendo seda en lugar de cielo. La

suerte, por lo tanto, es toda mía.

Lo despertó por la mañana el canto de un gallo. Egg seguía acurrucado debajo de

la peor de las dos mantas del viejo. No ha aprovechado la noche para escapar,

pensó Dunk. Por algo se empieza. Lo despertó con el pie.

-Arriba, que hay trabajo. -EI niño se levantó con rapidez, frotándose los ojos-.

Ayúdame a ensillar a Pasoquedo.

-¿Y el desayuno?

-Hay ternera salada, pero será para después.

-Preferiría comerme al caballo -dijo Egg-. Ser.

-Si no obedeces te comerás mi puño. Ve a buscar los cepillos. Están en la alforja.

Esa, sí.

Cepillaron juntos la gualdrapa del palafrén, le echaron al lomo la mejor silla de

ser Arlan y ataron las correas. Dunk comprobó que cuando Egg se concentraba

era buen trabajador.

-Calculo que estaré fuera todo el día -le dijo después de montar-. Tú quédate,

arregla el campamento y cerciórate de que no merodee ningún otro ladrón.

-¿Me dejáis una espada para ahuyentarlos? -preguntó Egg.

Dunk reparó en que tenía los ojos azules y muy oscuros, casi violetas. Su calvicie

hacía que parecieran enormes.

-No -contestó-. Bastará con un cuchillo. Y más vale que te encuentre aquí a mi

regreso, ¿eh? Como me robes y escapes juro que te perseguiré. Con perros.

-No tenéis -señaló Egg.

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-Ya los conseguiré -dijo Dunk-. Solo para tí.

Dirigió a Pasoquedo hacia el prado y salió al trote, confiando en que la amenaza

persuadiera al zagal. A excepción de la ropa que llevaba, la armadura de la alforja

y el caballo que montaba, dejaba todas sus pertenencias en el campamento. Ha

sido una sandez fiarme tanto del niño, penso, pero el viejo hizo lo mismo por mí.

Ha debido de enviarlo la Madre para darme la oportunidad de saldar mi deuda.

Al cruzar el prado oyó martillazos a la orilla del río. Eran carpinteros montando

barreras y una tribuna de altura considerable. También estaban siendo erigidos

algunos pabellones más, mientras los caballeros que ya estaban aposentados

descansaban de la juerga nocturna o tomaban el desayuno. Dunk olió a humo y

tocino.

Al norte del prado corría el río Cockleswent, afluente del caudaloso Mander. La

ciudad y el castillo estaban al otro lado del vado, de escasa profundidad. Durante

sus viajes con el anciano Dunk había visto varias ciudades de mercado. Vado

Ceniza se contaba entre las más hermosas. Las casas encaladas, con techumbre

de paja, presentaban un aspecto acogedor. De pequeño Dunk siempre había

tenido curiosidad

por saber cómo se vivía en tales lugares: dormir siempre bajo techo y despertarse

cada mañana entre los mismos muros. Es posible, pensó, que no tarde en

descubrirlo. Yo y Egg. ¿Por qué no? Cosas más raras se veían a diario.

EI castillo de Vado Ceniza era una construcción de piedra con forma triangular,

dotada de torres redondas de diez metros de altura en cada ángulo y un grueso

recinto amurallado que las conectaba entre sí. En sus almenas había estandartes

anaranjados con el blasón de su señor (un sol y un cheurón blancos). Guardaban

las puertas del castillo varios alabarderos con librea anaranjada y blanca, que

observaban a la gente y parecían menos ocupados en mantenerla a distancia del

portón que en cruzar bromas con alguna lechera de buen ver. Dunk tiró de las

riendas delante del individuo bajo y con barba a quien tomó por el capitán de

todos ellos, y preguntó por el maestro de justas.

-Tienes que hablar con Plummer, el mayordomo. Sígueme.

Una vez que estuvo en el patio de armas Dunk dejó a Pasoquedo en manos de un

mozo de cuadra, se echó al hombro el escudo mellado de ser Arlan y siguió al

capitán de la guardia desde el establo a una torrecilla cobijada en un ángulo de la

muralla. Los escalones que llevaban al camino de ronda eran muy empinados.

-¿Vienes a inscribir a tu señor para el torneo? -preguntó el capitán durante el

ascenso.

-No, quiero inscribirme yo.

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-¿De veras? -Le pareció ver una sonrisa burlona en el rostro del capitán, pero no

estaba seguro-. Es aquella puerta. Yo vuelvo a mi puesto.

Dunk abrió la puerta y encontró al mayordomo sentado a una mesa de caballete,

escribiendo a pluma en un pergamino. Tenía el pelo blanco, con entradas, y una

expresión muy seria.

-¿Si? -dijo al levantar la cabeza-. ¿Qué quieres? -Dunk cerró la puerta.

-¿Sois Plummer, el mayordomo? Vengo por el torneo. A apuntarme en la lista.

Plummer apretó los labios.

-EI torneo de mi señor esta reservado a los caballeros. ¿Lo sois vos?

Dunk asintió con la cabeza, preguntándose si se le habrían puesto rojas las

orejas.

-¿Y por fortuna tenéis nombre?

-Dunk. -¿Cómo se le ocurría?-. Ser Duncan, El Alto.

-¿Y de dónde procedéis, ser Duncan el Alto?

-De todas partes. He sido escudero de ser Arlan de Pennytree desde los cinco o

seis años. Este es su escudo. -Lo enseñó al mayordomo-. Veníamos al torneo,

pero se resfrío y murió. Antes del último suspiro me armó caballero con su propia

espada.

Dunk desenvainó el arma y la dejó sobre la castigada mesa de madera.

EI maestro de justas apenas la miró.

-No cabe duda de que es una espada, aunque debo decir que desconocía al tal

Arlan de Pennytree. ¿Erais pues su escudero?

-Siempre dijo que se proponía verme armado caballero. Antes de morir pidió su

espada e hizo que me arrodillara. Después me tocó una vez en el hombro

derecho, otra en el izquierdo y pronunció unas palabras. Cuando me levanté dijo

que ya era caballero.

-Mmm. -EI tal Plummer se rascó la nariz-. Es cierto que cualquier caballero tiene

derecho a armar a otro, si bien lo habitual, antes de hacer los votos, es someterse

a una vigilia y ser ungido por un sacristán. ¿Tuvo algún testigo la ceremonia?

-Sólo un petirrojo que estaba en un espino. Lo oí cantar mientras mi anciano

señor pronunciaba las palabras. Me exhortó a ser buen caballero, obedecer a los

siete dioses, defender a los inocentes y los desvalidos, servir a mi señor con

lealtad y defender el reino con todas mis fuerzas. Yo juré hacerlo.

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-Estoy seguro de ello. -Dunk se fijó inevitablemente en que Plummer no se

dignaba llamarlo «ser»-. Tendré que consultarlo con lord Ashford. ¿Hay entre los

presentes algún caballero de renombre capaz de identificaros a vos o a vuestro

difunto señor?

Dunk reflexionó.

-Creo haber visto un pabellón con el estandarte de la casa de Dondarrion. Negro,

con un relámpago amarillo.

-Tiene que ser el de ser Manfred, miembro de la casa que decís.

-Hace tres años ser Arlan sirvió a su padre en Dorne. Es posible que ser Manfred

me recuerde.

-Yo os aconsejaría que hablaseis con él. Si responde por vos traedlo mañana a la

misma hora.

-Asi lo haré, señor.

Dunk dio un paso hacia la puerta.

-Ser Duncan -lo llamó el mayordomo.

Dunk dio media vuelta.

-¿Sois consciente de que salir derrotado de un torneo significa entregar las

armas, la armadura y el caballo al vencedor y pagar por su rescate?

-Sí, lo sé.

-¿Poseéis la suma necesaria para el rescate en cuestión?

Esta vez estuvo seguro de tener rojas las orejas.

-No voy a necesitarla --dijo, rezando por que fuera verdad.

Sólo necesito una victoria, pensó. Si venzo en mi primera justa tendré la

armadura y el caballo del perdedor, o sus monedas, y podré superar una derrota.

Descendió los escalones con lentitud, reacio a dar el paso siguiente. Al llegar al

patio echó mano a uno de los mozos de cuadra.

-Tengo que hablar con el caballerizo de lord Ashford.

-Ahora mismo lo aviso.

EI establo era frío y oscuro. Pasó al lado de un caballo gris que se le encabritó.

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Pasoquedo, en cambio, relinchó suavemente y toco con el morro la mano que le

acercaba Dunk.

-Tu sí que eres buena -murmuró él.

EI viejo siempre había dicho que a un caballero no le convenía encariñarse de

ningún caballo porque lo lógico era que se le murieran unos cuantos con la silla

puesta, pero él había sido el primero en no seguir su propio consejo. Más de una

vez Dunk lo había visto gastarse la última moneda de cobre en una manzana

para el viejo Castaño o un poco de avena para Pasoquedo y Trueno. Ser Adan

había usado al palafrén como caballo de viaje, cabalgando en ella miles de

kilómetros a lo largo y ancho de los Siete Reinos. Dunk tuvo la sensación de

traicionar a un viejo amigo, pero no tenía elección. Castaño era demasiado viejo

para valer gran cosa, y a Trueno lo necesitaba para las justas.

EI caballerizo se personó con cierta demora. Durante la espera Dunk oyó

trompetas en la muralla y una voz en el patio. La curiosidad hizo que llevara a

Pasoquedo a la puerta del establo para averiguar que ocurría. Llegaba al castillo

una gran comitiva de caballeros y arqueros a caballo, cien hombres o más a

lomos de unas monturas superiores a cuantas hubiera visto Dunk. Ha venido un

gran señor, pensó.

Agarró por el brazo a un mozo de cuadra que pasaba corriendo.

-¿Quiénes son?

EI muchacho lo miró de manera rara.

-¿No veis los estandartes?

Se zafó de Dunk y prosiguió su carrera.

Los estandartes... Justo cuando Dunk volvía la cabeza, una ráfaga de viento

levantó del asta el negro pendón de seda, y fue como si el fiero dragón de tres

cabezas de la casa de Targaryen desplegara las alas y respirara fuego. El

abanderado era un caballero alto cuya armadura blanca tenia oro engastado.

Llevaba además una capa blanca inmaculada que flotaba al viento. De blanco

iban también otros dos jinetes.

Caballeros de la guardia real, pensó Dunk, con el estandarte del monarca. No

tuvo nada de extraño que lord Ashford y sus hijos salieran corriendo por las

puertas del castillo, así como la hermosa zagala, una joven baja y rubia, de cara

redonda y sonrosada. A mí no me parece tan hermosa, pensó Dunk. La

marionetista era más guapa.

-Chico, suelta a ese penco y cuídame al caballo.

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Era la voz de un caballero que acababa de desmontar delante del establo. Dunk

se dio cuenta de que se dirigía a él.

-No soy mozo de cuadra, mi señor.

-¿Por falta de cabeza?

EI autor de la pregunta llevaba una capa negra con ribete de raso granate, pero

las vestiduras de debajo eran una llameante sinfonía de rojos, amarillos y

dorados. Era un joven delgado y derecho como hoja de daga, aunque de estatura

mediana, y rondaba la edad de Dunk. Su rostro, enmarcado por tirabuzones muy

rubios, era altivo y de facciones perfectamente dibujadas: frente alta, pómulos

marcados, nariz recta y piel clara, sin la menor irregularidad. Sus ojos eran de

color violeta oscuro.

-Si te exceden los caballos traeme vino y una moza bien guapa.

-Es que... Os pido perdón, mi señor, pero tampoco soy criado. Tengo el honor de

ser caballero.

-La caballería ha caído muy bajo -dijo el joven.

Justo entonces acudió corriendo uno de los mozos de cuadra, y el príncipe dio la

espalda a Dunk para entregarle las riendas de su palafrén zaino (un animal

espléndido). Dunk, aliviado, volvió a meterse en el establo en espera de que

apareciese el caballerizo. Bastante incómodo se sentía ya entre los nobles y sus

pabellones.

Hablar con príncipes no era lo suyo.

¿Y que otra cosa podía ser aquel bello mozalbete sino príncipe? Los Targaryen

llevaban la sangre de la perdida Valyria, allende los mares; su rubísimo cabello y

ojos violáceos los diferenciaban de la gente normal. Dunk sabía que el príncipe

Baelor era mayor, pero acaso aquel joven fuera uno de sus hijos: Valarr, llamado

con frecuencia «el Joven Príncipe» para diferenciarlo de su padre, o Matarys, «el

Príncipe Todavía Más Joven», como lo llamara en cierta ocasión el bufón del

anciano lord Swann.

También había príncipes de menor rango, primos de Valarr y de Matarys. EI buen

rey Daeron había engendrado a cuatro hijos mayores de edad, tres de los cuales

tenían a su vez descendencia. En vida de su padre el linaje de los reyes dragón

había estado a punta de extinguirse, pero se comentaba que Daeron II y sus hijos

lo habían afianzado por los siglos de los siglos.

-¡Eh, tú! Has mandado llamarme, ¿no? -El cabaIlerizo de lord Ashford era rojo de

cara, y aún lo parecía más por el color anaranjado de la librea. Era, además,

brusco al hablar-. ¿Qué pasa? No tengo tiempo para...

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-Quiero vender este palafrén -lo interrumpió Dunk para evitar que se marchara-.

Es buena yegua, de paso seguro...

-Ya te he dicho que no tengo tiempo. -El cabaIlerizo apenas se fijó en Pasoquedo-.

Mi señor no necesita ninguna. Llévala a la ciudad y puede que Henly te dé un par

de monedas de plata.

Ya daba media vuelta.

-Gracias, señor -dijo Dunk antes de que se alejara-. Decid, ¿ha venido el rey?

EI caballerizo se río.

-¡No lo quieran los dioses! Bastante tenemos con esta invasión de príncipes. ¿Y

ahora de donde saco yo establos para todas sus bestias? ¿Y forraje?

Se marchó, espetando órdenes a sus mozos.

Cuando Dunk salió del establo lord Ashford había entrado con sus huéspedes en

el salón, pero en el patio quedaban dos de los caballeros de la guardia real.

Llevaban armadura y capa blancas, y hablaban con el capitán. Dunk se detuvo a

su lado.

-Disculpad que me presente. Soy ser Duncan el Alto.

-Es un placer, ser Duncan -contestó el más corpulento-. Yo soy ser Roland

Crakehall, y he aquí a mi hermano de guardia, ser Donnel de Duskendale.

Los siete paladines de la guardia real eran los guerreros más temibles de toda la

faz de los Siete Reinos, con la posible excepción del mismísimo príncipe heredero,

Baelor Rompelanzas.

-¿Venís a inscribiros en el torneo? –preguntó Dunk con inquietud.

-No sería decoroso que justáramos contra aquellos a quienes hemos jurado

proteger -contestó ser Donnel, pelirrojo y barbirrojo.

-EI príncipe Valarr tiene el honor de ser uno de los paladines de lady Ashford -

explicó ser Roland-, y dos de sus primos tienen intención de participar. Los

demás sólo hemos venido como espectadores.

Dunk, aliviado, agradeció a los caballeros blancos su amabilidad y salió a caballo

por la puerta del castillo antes de que se le ocurriera abordarlo otro príncipe. Tres

infantes, penso, guiando al palafrén por las calles de la ciudad de Vado Ceniza.

Valarr era el hijo mayor del príncipe Baelor, segundo en la línea sucesoria del

Trono de Hierro; Dunk, sin embargo, ignoraba hasta que punto había heredado la

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mítica destreza de su padre con la lanza y la espada. De los otros príncipes

Targaryen sabía todavía menos. Si me veo en el trance de justar contra un

príncipe, pensó, ¿cómo reaccionaré?

¿Se me permitiría retar a alguien de tan alta cuna? Desconocía la respuesta. EI

viejo le había dicho varias veces que era más duro de mollera que muralla de

castillo, y así se sentía en aquel momento.

Antes de conocer las intenciones de Dunk, Henly alabó la planta de Pasoquedo.

Cuando supo que quería venderla todo eran defectos. Ofreció trescientas

monedas de plata. Dunk dijo necesitar tres mil. Después de muchos regateos y

reniegos cerraron un trato por setecientas cincuenta monedas de plata.

Tratándose de una cantidad más próxima al precio de partida de Henly que al

suyo, Dunk pensó que salía perdiendo, pero su adversario de pujas no quiso

subir ni una moneda más y al final no hubo más remedio que ceder. EI tira y

afloja se repitió al decir Dunk que la silla no iba incluida en el precio e insistir

Henly en lo contrario.

Acabaron poniéndose de acuerdo. Henly fue a buscar las monedas, momento que

Dunk aprovechó para acariciar la crin a Pasoquedo y darle ánimos.

-Te prometo que si gano volveré a buscarte.

Tenía la seguridad de que hasta entonces los defectos del palafrén quedarían en

nada, y que el precio para volver a comprarlo doblaría el de venta.

EI tratante le dio tres dineros de oro y el resto en plata. Dunk mordió una de las

monedas de oro y sonrío. Era la primera vez que probaba y tocaba el rubio metal.

Aquellas monedas recibían el nombre de “dragones" por llevar acuñado en una

cara el dragón de tres cabezas de la casa de Targaryen. La otra ostentaba la efigie

del monarca. Dos de las monedas que le entregó Henly llevaban la del rey Daeron,

mientras que la tercera, más antigua, mostraba a otra persona. El nombre estaba

impreso debajo del perfil, pero Dunk no pudo leerlo. De lo que sí se dio cuenta

fue de que le habían raspado oro por los cantos. Se lo indicó a Henly con

indignación, y el tratante, aunque reacio, compensó la falta de peso con unas

cuantas monedas más de plata y un puñado de piezas de cobre. Dunk le devolvió

una parte de estas últimas y señaló a Pasoquedo con la cabeza, diciendo:

-Para ella. Haz que esta noche le den avena. Ah, y una manzana.

Con el escudo en el brazo, y al hombro el saco de la armadura vieja, recorrió a pie

las calles soleadas de la ciudad de Vado Ceniza. Con tantas monedas en la bolsa

se sentía raro, entre eufórico y nervioso. El viejo nunca le había confiado más que

alguna moneda muy de vez en cuando. La suma que llevaba era suficiente para

un año. ¿Y qué haría después de gastarla?, se preguntó. ¿Vender a Trueno? Era

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un camino que llevaba a la mendicidad o el robo. Esta oportunidad no se

repetiría, pensó. Tengo que arriesgar el todo por el todo.

Cuando salió del agua en la orilla opuesta del Cockleswent (la meridional), la

mañana tocaba a su fin y el prado volvía a ser un hervidero. Los vendedores de

vino y salchichas no daban abasto. Había un hombre con un oso amaestrado que

bailaba al son que le marcaba un cantante. Los juglares ejecutaban sus

malabarismos, y las marionetistas asestaban los últimos mandobles de una

batalla. Dunk se detuvo a presenciar la muerte del dragón de madera. Cuando el

caballero articulado le cortó la cabeza, de la que brotó serrín rojo, Dunk rió a

mandíbula batiente y arrojó dos monedas de cobre a la muchacha.

-¡Una es por la noche pasada! - dijo.

La joven las cogió al vuelo y sonrió a Dunk con una dulzura desconocida.

¿Me sonríe a mí o a las monedas? Dunk nunca había estado con chicas, y le

ponían nervioso. Tres años antes, con la bolsa llena en pago por medio año de

servicio al invidente aristócrata lord Florent, el viejo le había dicho que era el

momento de llevarlo a un burdel y convenirlo en hombre. Lo había anunciado en

un momento de borrachera, y al serenarse ya no se acordaba. Por un lado Dunk

era demasiado vergonzoso para recordárselo, y por otro no estaba muy seguro de

desear los favores de una prostituta. Ya que no podía aspirar a una doncella de

alta cuna, como los caballeros de verdad, al menos quería una que le tuviera más

cariño a él que a su dinero.

-¿Queréis que nos tomemos un cuerno de cerveza? -preguntó a la titiritera, que

estaba metiendo serrín en el dragón- ¿O una salchicha? Anoche me comí una y

estaba buena. Me parece que son de cerdo.

-Os lo agradezco, señor, pero tenemos otra función.

La chica se levantó y fue hacia la ruda y gruesa nativa de Dorne que manipulaba

al caballero. Dunk se sintió estúpido, pero no dejó de apreciar la manera de

correr de la muchacha. Guapa moza, pensó; y alta. ¡Para besar a ésta no me

haría falta ponerme de rodillas! Besar sí sabía. Se lo había enseñado un año atrás

la moza de una taberna de Lannisport, pero era tan baja que para llegar a los

labios de Dunk había tenido que sentarse en la mesa. El recuerdo hizo que le

ardieran las orejas.

¡Qué mentecato! Debía pensar en justas, no en besos.

Los carpinteros de lord Ashford encalaban las barreras de madera que separarían

al público de los justadores, y que llegaban a la cintura. Dunk se entretuvo en

observarlos. Se trazarían cinco pasillos de norte a sur, para que no le diera el sol

en los ojos a ningún caballero. En el lado este se había erigido una tribuna de

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tres filas con toldo naranja para proteger a los nobles de la lluvia y el sol. La

mayoría se sentaría en bancos, pero el centro de la plataforma soportaba cuatro

sillas de respaldo alto para lord Ashford, la hermosa zagala y los príncipes

visitantes.

En el margen oriental del prado había un poste con un escudo colgando, donde

probaban sus lanzas diez o doce caballeros. Dunk vio llegar el turno de la Bestia

de Bracken, seguido a su vez por lord Caron de las Marcas. Tienen los dos, mejor

montura que yo, pensó con inquietud.

Los demás justadores estaban repartidos por todo el prado y se entrenaban a pie

con espadas de madera, entre soeces comentarios de los escuderos. Dunk

observó el enfrentamiento entre un joven bajo y fornido y un musculoso caballero

cuya rapidez y agilidad parecían dignas de un gato montés. Llevaban ambos

pintada en el escudo la manzana roja de los Fossoway, pero el del más joven no

tardó en quedar hecho trizas.

-Esta manzana aún no está madura -dijo el mayor, hendiendo el escudo de su

contrincante.

Al rendirse, el Fossoway de menor edad estaba cubierto de morados y sangre. El

otro, fresco al parecer como una rosa, se levanto la visera, miró alrededor, reparó

en Dunk y dijo:

-¡Vos! Sí, vos, el grandullón. EI caballero del cáliz alado. ¿Lo que lleváis es una

espada?

-Me pertenece por derecho -dijo Dunk a la de fensiva-. Soy ser Duncan el Alto.

-Y yo ser Steffon Fossoway. ¿Aceptaríais entrenaros conmigo, ser Duncan? Me

sería grato tener un nuevo contrincante. Ya habéis visto que mi primo aún no

está maduro.

-Adelante, ser Duncan -instó a Dunk el Fossoway vencido, quitándose el yelmo-.

No niego que esté verde, pero mi buen primo ya está agusanado. Sacadle las

pepitas.

Dunk negó con la cabeza. ¿Por qué lo mezclaban en sus riñas aquellos

señoritingos? El no quería saber nada.

-Mil gracias, señor, pero debo ocuparme de ciertos asuntos.

Lo incomodaba llevar tantas monedas. Cuando antes pagara a Pate y dispusiera

de su armadura más feliz sería.

Ser Steffon le dirigió una mirada burlona.

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-EI caballero errante esta ocupado -Miró a ambos lados hasta divisar a otro

posible oponente-. ¡Ser Grance, que alegría veros! Venid a entrenaros conmigo.

Me sé al dedillo todos los trucos que ha aprendido mi primo Raymun, y ser

Duncan, por lo visto, debe volver a los caminos. Venid, venid.

Dunk se alejó con la cara roja. El no tenía demasiados trucos, ni buenos ni

malos, y prefería no ser visto luchando antes del torneo. EI viejo siempre decía

que el conocimiento del enemigo facilitaba la victoria. Los caballeros como ser

Steffon poseían el don de reconocer la debilidad de un contrincante a simple

vista. Dunk era fuere y rápido y tenía la ventaja del peso y la estatura, pero no se

engañaba tanto como para juzgarse a la altura de aquellos caballeros. Ser Arlan

había puesto todo su empeño en educarlo, pero no era el mejor de los maestros,

ya que ni de joven había pertenecido a la elite de los caballeros. Los miembros de

ésta no erraban por el mundo ni morían al borde de un camino enfangado. A mí

no me pasará, se juró Dunk.

Les demostraré que puedo ser algo más que un caballero errante.

-¡Ser Duncan! -El menor de los Fossoway se apresuró en alcanzarlo-. He hecho

mal en impulsaros a retar a mi primo. Me enfurecía su arrogancia, y viéndoos tan

alto he pensado... En cualquier caso ha sido un error. No lleváis armadura. Mi

primo no habría vacilado en romperos una mano o una rodilla. Durante los

entrenos hace lo posible por machacar a sus oponentes; de esa manera, si

vuelven a enfrentarse en el torneo de verdad los encuentra magullados y

vulnerables.

-A vos no os ha machacado.

-No, pero es que soy de la familia, aunque de una rama secundaria, como no se

cansa de recordarme. Me llamo Raymun Fossoway.

-Encantado. ¿Participaréis los dos en el torneo?

-Él sí, no lo dudéis. En cuanto a mi, bien quisiera, pero soy un simple escudero.

Mi primo ha prometido armarme caballero, pero insiste en que me falta madurez.

-

Chato, cuadrado de rostro, con el pelo corto y lanudo, Raymun se redimía por su

encantadora sonrisa-. Adivino que habéis venido a justar. ¿A quién os proponéis

retar?

-Poco importa -dijo Dunk. Era la respuesta que se esperaba; respuesta falsa,

porque si importaba y mucho-. No participaré hasta el tercer día.

-Cierto. Para entonces ya habrán caído algunos paladines -dijo Raymun-. Bien,

pues que os sea propicio el Guerrero.

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-Que lo sea también para vos.

Si este hombre sólo es escudero, penso Dunk, ¿qué derecho tengo yo a la

caballería? Hay uno de los dos que está haciendo el tonto.

A cada paso que daba Dunk tintineaban las monedas de su bolsa, pero era

consciente de que podía perderlas en un tris. Hasta las reglas del torneo jugaban

contra él, reduciendo casi a cero las probabilidades de que se enfrentase a un

enemigo bisoño o débil.

Los torneos podían ajustarse a decenas de modalides, al capricho del señor que

los organizase. Algunos imitaban batallas entre equipos de caballeros; otros

consistían en una lucha de todos contra todos donde la gloria recaía en el último

que quedara en pie. Cuando se elegía la modalidad de combate individual los

emparejamientos podían decidirse por sorteo o al albedrío del maestro de justas.

Lord Ashford había convocado el torneo para celebrar el decimotercer aniversario

de su hija. La bella zagala estaría sentada al lado de su padre como Reina del

Amor y la Belleza. La defenderían cinco paladines, cada uno con una prenda

suya. Los demás participantes tendrían que retarlos, pero aquél que venciera a

uno de los cinco ocuparía su lugar y se convertiría a su vez en paladín hasta ser

vencido por otro. Al término de los tres días de torneo los cinco que quedaran

decidirían si la zagala conservaba la corona del Amor y la Belleza o había que

entregársela a otra muchacha.

Dunk miró fijamente el terreno de justas y las sillas vacías de la tribuna,

evaluando sus posibilidades. Sólo necesitaba una victoria. Entonces podría

presumir de haber figurado entre los paladines del prado de Vado Ceniza, aunque

sólo hubiera sido por espacio de una hora. Pese a haber fallecido poco antes de

los sesenta, el viejo nunca había sido paladín. Si los dioses son benévolos, pensó

Dunk, no será pedir demasiado. Recordó las canciones que había oído, las que

hablaban del ciego Simeon Ojos de Estrella, del noble Serwyn del Escudo de

Espejo, del príncipe Aemon, de ser Ryam Redwyne y de Florian el Bufón. Todos

ellos habían vencido a enemigos mucho más temibles que cuantos pudieran

enfrentarse con él. Sí, pensó, pero eran grandes héroes, valientes de alta cuna, a

excepción de Florian. ¿Y quién soy yo? ¿Dunk de Lecho de pulgas o ser Duncan el

Alto?

Supuso que no tardaría en averiguarlo. Levantó el saco de la armadura y

encaminó sus pasos a los puestos de los comerciantes, uno de los cuales era el de

Pate.

Egg había trabajado duro en el campamento, y Dunk quedó satisfecho. Había

albergado cierto temor de que su escudero protagonizara una nueva huida.

-¿Habéis conseguido un buen precio por vuestro palafrén? -preguntó el niño.

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-¿Cómo sabes tú que la he vendido?

-Salisteis a caballo y volvéis a pie. Si fuera por culpa de los ladrones estaríais

bastante más enfadado.

-Me han pagado lo suficiente para esto. -Dunk sacó su armadura nueva para

enseñársela al rapaz-. Si pretendes llegar a caballero tendrás que aprender a

diferenciar el buen acero del malo. Fíjate en éste: es de calidad. Esta malla es

doble. Cada anillo cuelga de otros dos. Protege más que la simple. Y mira el

yelmo: Pate lo ha hecho de punta redonda. ¿Ves la curva? Desvía las espadas o

las hachas. Si fuera plano podrían hacer un corte. -Dunk se colocó el yelmo en la

cabeza-. ¿Cómo me queda?

-No hay visera -señaló Egg.

- Tiene agujeros de respiración. Las viseras son vulnerables. -Se lo había dicho

Pate-. Si supieras la cantidad de caballeros que han recibido un flechazo en el ojo

al levantarla para respirar, preferirías no tenerla -explicó a Dunk.

-Tampoco hay cimera -dijo Egg-. No tiene ningún adorno.

Dunk se levantó el yelmo.

-A la gente como yo no nos hacen falta. ¿Te has fijado en como brilla el acero?

Que lo siga haciendo va a ser cosa tuya. ¿Sabes limpiar una cota de malla?

-Sí, en un barril de arena -dijo el niño-, pero vos no tenéis. ¿También habéis

comprado una tienda?

-Tanto no me han pagado. «Este niño es demasiado atrevido para su propio bien,

pensó Dunk. Tendré que enseñarle a palos a no serlo». En el mismo momento de

pensarlo, supo que no lo haría. Le gustaba la audacia. A él, particularmente, le

hacía falta una buena dosis. Pensó: mi escudero es más valiente y más listo que

yo-. Has hecho un buen trabajo, Egg. Mañana por la mañana iremos juntos al

prado para echar un vistazo al terreno de justas. Compraremos avena para los

caballos, y para nosotros pan recién hecho. Tampoco estaría mal un poco de

queso. He visto un puesto donde vendían uno bastante bueno.

-No tendré que ir al castillo, ¿verdad?

-¿Por qué no? Yo tengo la esperanza de vivir en uno algún día.

El niño no hizo ningún comentario. Quizá tenga miedo de entrar en la morada de

un señor, pensó Dunk. Sería normal. Ya se le pasará.

Siguió admirando su armadura y preguntándose cuánto tiempo la llevaría.

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Ser Manfred era un hombre delgado y con cara de pocos amigos. Llevaba

sobreveste negra, con el relámpago morado de la casa de Dondarrion, pero a

Dunk le habría bastado su cobriza y rebelde cabellera para reconocerlo.

-Ser Arlan, señor, sirvió a vuestro padre en los tiempos en que éste y lord Caron

obligaron al Rey Buitre a salir por el fuego de las Montañas Rojas -dijo con una

rodilla en el suelo-. Yo entonces era niño, pero le hice de escudero. Ser Arlan de

Pennytree.

Ser Manfred frunció el entrecejo.

-No, no lo conozco. Ni a ti tampoco, muchacho.

Dunk le enseñó el escudo del viejo. -Su emblema, el cáliz con alas.

-Mi padre fue a las montañas con ochocientos caballeros y unos cuatro mil

soldados de a pie. No puede pedírseme que los recuerde a todos, ni a sus

emblemas.

No digo que no estuvierais con nosotros, pero...

Ser Manfred se encogió de hombros.

Por unos instantes, Dunk enmudeció. El viejo fue herido por servir a vuestro

padre, pensó. ¿Cómo es posible que lo hayáis olvidado?

-Sólo me dejarán participar si responde por mi un noble o caballero.

-¿Y qué me importa a mí eso? -dijo ser Manfred-. Ya te he concedido demasiado

tiempo.

Volver al castillo sin ser Manfred equivalía al desastre. Dunk miró el relámpago

morado que llevaba ser Manfred en su gonela de lana negra y dijo:

-Me acuerdo de cuando vuestro padre contó a sus hombres el origen del emblema

de vuestra familia. Una noche de tormenta, cuando el primero de vuestro linaje

llevaba un mensaje por las marcas de Dorne, su caballo, muerto de un flechazo,

se desplomó bajo él. Entonces salieron de la oscuridad dos dornos con cota de

malla y yelmos con cimera. En su caída vuestro antepasado había roto la espada,

y al verlo se tuvo por perdido, pero justo cuando sus enemigos se disponían a

abatirlo cayó un relámpago de las alturas. Su color era púrpura encendido y

golpeó de lleno el acero de las armaduras de los dornos, muertos al instante.

Gracias al mensaje el Rey de la Tormenta obtuvo la victoria sobre Dorne, y en

prueba de reconocimiento otorgó un señorío al mensajero. Fue éste el primer lord

Dondarrion. Escogió por armas un relámpago bifurcado de color morado, sobre

campo de sable salpicado de estrellas.

Muy errado iba Dunk si pretendía impresionar a ser Manfred con la historia.

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-No hay mozo de cuadras al servicio de mi padre que en un momento u otro no

oiga contar la historia. EI hecho de saberla no os convierte en caballero.

Marchaos.

Dunk regresó al castillo de Vado Ceniza con un gran peso en el corazón,

discurriendo qué decirle a Plummer para ser aceptado en el torneo. El hecho fue

que no encontró al mayordomo en la sala de la torre. Le dijo un guarda que quizá

estuviese en la Gran Sala.

-¿Lo espero aquí? -preguntó Dunk-. ¿Cuánto tardará?

-¿Qué sé yo? Haced lo que os parezca.

EI salón no era tan grande como indicaba su nombre, pero Vado Ceniza era un

castillo pequeño. Dunk entró por una puerta lateral y reconoció al mayordomo de

inmediato. Estaba al fondo, en compañía de lord Vado Ceniza y diez o doce

hombres.

Fue hacia ellos, arrimado a una pared cubierta de tapices de lana que

representaban frutas y flores.

- …fueran hijos vuestros no os lo tomaríais tan a la ligera -dijo alguien con enojo

al acercarse Dunk.

El pelo lacio del hombre en cuestión, así como su barba cuadrada, eran tan

claros que la penumbra los volvía casi blancos. No obstante, cuando Dunk redujo

la distancia, vio que en realidad eran de un color plateado con hebras rubias.

-No es la primera vez -contestó otra persona, a quien Dunk no vio por

interposición de Plummer-. Fue mala idea ordenar a Daeron que participase en el

torneo. No es lo suyo. Y lo mismo digo de Aerys y Rhaegel.

-Lo que quieres decir es que Daeron prefiere montar a una meretriz que a un

caballo -dijo el del cabello plateado. Robusto y de gran presencia, el príncipe (no

otra cosa podía ser) llevaba un peto de cuero con tachuelas de plata, y encima

una capa negra y gruesa con ribetes de armiño. Sus mejillas estaban picadas de

viruela, hecho que la barba solo ocultaba a medias- Mira, hermano, no tengo

ninguna necesidad de que me recuerdes las carencias de mi hijo. Sólo tiene

dieciocho años. Aún es tiempo de que cambie. ¡Y a fe que cambiará o juro verlo

muerto!

-No seas idiota. Daeron es como es, pero sigue siendo de tu sangre y de la mía.

Estoy seguro de que ser Roland lo encontrará, a él y a Aegon.

-Sí, cuando haya acabado el torneo.

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-Queda Aerion, que maneja la lanza mejor que Daeron, si es el torneo lo que te

preocupa.

Esta vez Dunk sí vio al tercer hombre. Estaba sentado en la silla más elevada,

sosteniendo un fajo de pergaminos y con lord Ashford muy cerca del hombro.

Sentado y todo, parecía llevarle una cabeza al otro, a juzgar por la longitud de las

piernas que sobresalían del asiento. Tenía el pelo muy corto, de color oscuro y

con algunas canas.

El afeitado de su fuerte mandíbula era impecable. Parecía haber sufrido mas de

una rotura de nariz. Pese a la sencillez de su atavío (jubón verde, manto marrón y

botas gastadas) transmitía aplomo, poder y seguridad.

Dunk pensó que aquello no estaba destinado a sus oídos. Es preferible que me

vaya y vuelva más tarde, penso, cuando hayan acabado. Por desgracia era

demasiado tarde, porque el príncipe de barba plateada acababa de fijarse en él.

-¿Quién sois y como se os ocurre interrumpirnos? -inquirió con dureza.

-Es el caballero a quien estaba esperando nuestro buen mayordomo -dijo el

hombre sentado, sonriendo a Dunk como si ya hubiera reparado tiempo atrás en

su presencia-. En este caso, hermano, los intrusos somos tú y yo. Acercaos -dijo

a Dunk.

Éste obedeció con lentitud, sin saber qué hacer. De nada le sirvió mirar a

Plummer, porque el adusto mayordomo (tan enérgico en la anterior entrevista)

permaneció en silencio, mirando fijamente el enlosado.

-Nobles señores -dijo Dunk-, he solicitado el aval de ser Manfred para participar

en el torneo pero me lo ha negado. Asegura no conocerme, pero yo juro que ser

Arlan estuvo a su servicio. Tengo su espada y su escudo, y...

-No se es caballero por tener espada y escudo -declaró lord Ashford, alto, calvo,

de cara redonda y roja-. Sé de vos por Plummer. Aunque aceptásemos que

vuestras armas pertenecieran al tal ser Arlan de Pennytree, cabe la posibilidad de

que lo encontrarais muerto y se las robarais. Mientras no dispongáis de pruebas

más sólidas, como un documento o...

-Yo sí me acuerdo de ser Arlan de Pennytree -dijo con sosiego el hombre sentado-

. Que yo sepa no ganó ningún torneo, pero tampoco hizo nada de que

avergonzarse.

Hace seis años, en Desembarco del Rey, derribó en la folla a lord Stokeworth y al

Bastardo de Harrenhal, y mucho antes, en Lannisport, descabalgó al mismísimo

León Gris, que en aquel entonces no debía de serlo tanto.

-Sí, me lo contó muchas veces -dijo Dunk.

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EI hombre alto lo miró con atención. -Recordaréis entonces el nombre verdadero

del León Gris.

Por unos instantes la mente de Dunk se quedó en blanco. Pensó: le oí la historia

al viejo más de mil veces. El león, el león, su nombre, su nombre, su nombre... Se

acordó en el último momento, al borde de la desesperación.

-¡Ser Damon Lannister! -exclamó-. ¡El León Gris! Ahora es señor de Roca

Casterly.

-En efecto -dijo el hombre alto con placidez-, y entrará en liza mañana por la

mañana.

Dio una sacudida al fajo de pergaminos que tenía en la mano.

-¿Cómo es posible que os acordéis de un caballero insignificante y sin tierras que

tuvo la suerte de derribar a Damon Lannister hace dieciséis años? -dijo, ceñudo,

el príncipe de la barba plateada.

-Tengo por costumbre averiguar cuanto puedo de mis enemigos.

-¿Por qué ibais a dignaros combatir con un caballero errante?

-Fue hace nueve años, en Bastión de Tormentas, durante los festejos de lord

Baratheon por el nacimiento de un nieto. El primer sorteo me emparejó con ser

Arlan.

Rompimos cuatro lanzas hasta que lo derribé.

-¡Siete! -precisó Dunk-. ¡Y fue contra el príncipe de Rocadragón! .

Lamentó enseguida haberlo dicho. Le pareció oír la voz del viejo: Dunk el

botarate, más duro de mollera que muralla de castillo.

-Así es. -EI príncipe de la nariz rota sonrió con dulzura-. Sé que el mucho contar

magnifica las historias. No tengáis en menos a vuestro señor, pero temo que las

lanzas fueran cuatro.

Dunk agradeció la penumbra de la sala, porque era consciente de tener las orejas

rojas.

-Mi señor... -No, pensó, eso tampoco está bien dicho-. Excelencia... -Cayó de

rodillas y bajó la cabeza-. Tenéis razón, fueron cuatro. No pretendía... Jamás se

me...

EI viejo, ser Arlan, siempre me acusaba de ser más duro de mollera que la

muralla de un castillo, y más lento que un bisonte.

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-E igual de fuerte, si no miente vuestro aspecto -dijo Baelor Rompelanzas-. En

pie, que no habéis dicho nada malo.

Dunk obedeció, dudando entre mantener la cabeza gacha o mirar al príncipe a la

cara. Tengo delante, pensó, a Baelor Targaryen, príncipe de Rocadragón, Mano

del Rey y heredero del Trono de Hierro de Aegon el Conquistador. Como simple

caballero errante ¿qué osaría decir a semejante personaje?

-Re... recuerdo que le devolvisteis su caballo y su armadura y no le pedisteis

ningún rescate -balbuceó-. EI viejo, ser Arlan... Me dijo que erais la

personificación de la caballería, y que un día los Siete Reinos estarían a salvo en

vuestras manos.

-Rezo por que no sea pronto -dijo el príncipe Baelor.

-No, claro -dijo Dunk, horrorizado. Estuvo a punto de añadir que no lo había

dicho en el sentido de querer ver muerto al rey, pero se contuvo a tiempo-. Os

pido perdón... excelencia.

Se acordó con retraso de que el hombre robusto de barba plateada se había

dirigido al príncipe Baelor como “hermano”, y pensó: también lleva la sangre del

dragón, tonto de mí. Sólo podía ser el príncipe Maekar, menor de los cuatro

vástagos del rey. El príncipe Aerys era un gran erudito, y el príncipe Rhaegel un

loco cobarde y enfermizo. Parecía difícil que alguno de los dos cruzara medio

reino para presenciar un torneo. Maekar, en cambio, tenía fama de temible

guerrero por derecho propio, aunque siempre a la sombra de su hermano mayor.

-¿Deseáis pues inscribiros en las justas? -preguntó el príncipe Baelor-. La

decisión está en manos del maestro de justas, pero yo no veo ninguna razón para

negároslo.

El mayordomo inclinó la cabeza.

Dunk trató de dar las gracias con palabras balbucientes, pero lo cortó el príncipe

Maekar.

-Sí, ya vemos que sois hombre agradecido, pero marchaos de una vez.

-Debéis perdonar a mi noble hermano -dijo el príncipe Baelor-. Le extraña la

tardanza de dos de sus hijos, y teme por ellos.

-Las lluvias primaverales han engrosado muchos ríos -dijo Dunk-. Quizá se trate

de un simple retraso.

-No he venido a escuchar los consejos de un caballero errante -comunicó el

príncipe Maekar a su hermano.

-Podéis marcharos -dijo a Dunk el principie Baelor con tono bastante amable.

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-Sí, mi señor.

Dunk hizo una reverencia y dio media vuelta. Cuando estaba a punto de salir oyó

que lo llamaba el príncipe.

-Otra cosa. ¿No sois descendiente de ser Arlan?

-Sí, mi señor... ¡Qué digo! No, no lo soy.

El príncipe señaló con la cabeza el maltrecho escudo que llevaba Dunk y el cáliz

alado de su faz.

-Manda la ley que sólo los hijos legítimos puedan heredar las armas de un

caballero. Tendréis que buscaros otro emblema, uno que sólo sea vuestro.

-Así lo haré -dijo Dunk-. De nuevo muchas gracias, excelencia. Os aseguro que

combatiré con valentía.

Para valentía, decía el viejo a menudo, la de Baelor Rompelanzas.

Los marchantes de vino y salchichas estaban consiguiendo ganancias rápidas, y

las meretrices se paseaban con descaro entre los puestos de venta y los

pabellones. Las había bastante guapas, sobre todo una pelirroja. Dunk no pudo

evitar una mirada a sus pechos, que se bamboleaban bajo la tela suelta del

vestido. Se acordó de las monedas que llevaba en la bolsa y pensó: si quisiera

podría tenerla para mí. Le gustaría mucho el tintineo de mis monedas. Podría

llevármela al campamento y yacer con ella toda la noche.

Nunca se había acostado con ninguna mujer, y nada impedía que muriese en su

primera justa. Los torneos eran peligrosos... pero también las prostitutas, según

le había advertido el anciano. Podría robarme mientras duermo, pensó Dunk, y

entonces ¿qué? Cuando la pelirroja le lanzó una mirada por encima del hombro,

Dunk negó con la cabeza y se alejó.

Encontró a Egg entre los espectadores de las marionetas, cruzado de piernas en

el suelo, con la capucha de la capa puesta para esconder su calvicie. Atribuyó el

temor del niño a entrar en el castillo a una mezcla de timidez y vergüenza. No se

considera digno de alternar con nobles y damas, pensó, y menos con príncipes. A

él de pequeño le había pasado lo mismo: mas allá del sucio barrio de Lecho de

pulgas el mundo le parecía tan intimidador como fascinante. Egg sólo necesita

tiempo, pensó. Por el momento juzgó más considerado darle unas monedas de

cobre y dejar que se divirtiese en la feria que arrastrarlo al castillo contra su

voluntad.

Las titiriteras representaban la historia de Florian y Junquilla. La gruesa mujer

dorna manejaba a Florian, con su armadura multicolor, mientras la joven alta

tiraba de los hilos de Junquilla.

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-¡Tú no eres caballero! -decía al ritmo con que la marioneta abría y cerraba la

boca-. Te conozco: eres Florian el Bufón.

-Razón tenéis, señora -contestaba la otra marioneta, puesta de rodillas-. No ha

habido bufón mayor ni caballero más valiente.

-¿Bufón y caballero a la vez? -decía Junquilla-. En mi vida oí tal cosa.

-Gentil señora -decia Florian-, en cuestión de mujeres todos los hombres son

bufones y caballeros.

EI espectáculo era una mezcla lograda de tristeza y fantasía. No faltaba el duelo a

espada final, ni un gigante muy bien pintado. A su término, la mujer gorda se

paseó por el público recogiendo monedas, mientras la chica guardaba los títeres.

Dunk recogió a Egg y fue a verla.

-¿Sí, señor? -dijo ella, mirando de reojo y sonriendo a medias.

Pese a llevarle una cabeza, Dunk nunca había visto una chica tan alta.

-Ha estado muy bien -dijo Egg, entusiasmado-. Me gusta mucho la manera de

moverlos: Junquilla, el dragón... El año pasado vi unas marionetas, pero se

movían a sacudidas. Las vuestras no.

-Gracias -dijo la chica educadamente.

-Sí, y hay que decir que tenéis figuras muy bien talladas -intervino Dunk-; sobre

todo el dragón, que es una bestia horrible. ¿También los fabricáis?

La chica asintió con la cabeza.

-Las esculpe mi tío y yo las pinto.

-¿Podríais pintarme algo a mi? Os pagaría. –Se bajó el escudo del hombro para

enseñárselo-. Necesito que me pinten algo encima del cáliz.

Primero la chica miró el escudo, y después a su dueño.

-¿Qué queréis que os pinten?

Dunk no se lo había planteado. ¿Qué escoger aparte del cáliz alado del viejo?

Tenía la cabeza hueca. Más duro de mollera que muralla de castillo-. Pues... No

estoy seguro. -Se dio cuenta, abatido, de que se le enrojecían las orejas-. Debo de

pareceros un tonto integral.

La chica sonrió.

-Todos los hombres son bufones y caballeros.

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-¿Qué colores tenéis? -preguntó él, con la esperanza de que le diera una idea.

-Con mezclas puedo conseguir el que queráis.

A Dunk, el marrón del viejo siempre le había parecido muy soso.

-EI campo debería tener el color de una puesta de sol -dijo de pronto-. Al viejo le

gustaban. En cuanto al emblema...

-Un olmo -dijo Egg-. Un olmo grande como el del río, con el tronco marrón y las

ramas verdes.

-Sí -dijo Dunk-, no estaría mal. Un olmo... pero con una estrella fugaz encima.

¿Podríais?

La chica asintió.

-Dadme el escudo y os lo pintaré esta misma noche. Lo tendréis a primera hora.

Dunk se lo tendió.

-Me llamo ser Duncan el Alto.

-Yo Tanselle. -La chica se rió-. De niña me llamaban “la giganta”.

-No lo sois -dijo Dunk sin pensar-. Tenéis la estatura perfecta para...

Al darse cuenta de lo que estaba a punto de decir se puso como un tomate.

-¿Para qué? -preguntó Tanselle, ladeando la cabeza inquisitivamente.

-Para las marionetas -dijo él para salir del paso.

EI primer día del torneo amaneció claro y soleado. Dunk compró comida para

llenar todo un saco, lo cual les permitió desayunarse con huevos de oca, pan frito

y tocino. No obstante, una vez preparada la comida, Dunk se halló sin apetito. Se

notaba la barriga dura como una piedra, aun sabiendo que no era el día de su

estreno como justador. EI derecho a retar por primera vez a los paladines recaía

en los caballeros de cuna más noble y mayor renombre, así como a los señores

terratenientes, sus hijos y los paladines de otros torneos.

Egg habló sin parar durante todo el desayuno, haciendo comentarios y

previsiones sobre tal y cual caballero. Lo de que conocía a todos los mejores

caballeros de los Siete Reinos no era ninguna broma, pensó Dunk, atribulado.

Encontraba humillante prestar tanta atención a las palabras de un huérfano mal

alimentado. No obstante, si llegaba la hora de enfrentarse con alguno de aquellos

caballeros los conocimientos de Egg podían serle útiles.

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EI prado era un hervidero de gente, a quién más decidido a hacerse con un buen

puesto de observación. Los codazos de Dunk no tenían nada que envidiar a los

ajenos. Poseía además la ventaja de su estatura. Avanzó hasta subirse a un

montículo a cinco metros de la valla. Cuando Egg se quejó de que sólo veía culos

Dunk se lo puso encima de los hombros. La tribuna, que estaba al otro lado del

prado, se llenaba de

señores y damas de alta alcurnia, a los que había que sumar unos cuantos

burgueses y una veintena de caballeros que habían decidido retrasar su entrada

en liza. Dunk no vio al príncipe Maekar, pero sí reconoció al príncipe Baelor,

sentado junto a lord Ashford.

EI sol arrancaba destellos dorados de la fíbula con que se sujetaba el príncipe la

capa en el hombro, y de la diadema que ceñía sus sienes. Por lo demás, el atavío

de Baelor era más sencillo que el de los demás nobles. La verdad, pensó Dunk, es

que con ese pelo negro no parece un Targaryen; y se lo dijo a Egg.

-Dicen que salió a su madre -le recordó el niño-, que era una princesa de Dorne.

Los cinco paladines habían montados sus pabellones en el borde septentrional

del terreno de justas, muy cerca del río. Las dos más pequeñas eran de color

naranja, y los escudos expuestos a la entrada llevaban el emblema del sol y el

cheuron blancos. Debían de ser Androw y Robert, hijos de lord Ashford y

hermanos de la hermosa zagala. Dunk nunca había oído comentar sus proezas a

ningún caballero, señal de que tenían muchas posibilidades de ser los primeros

en caer.

Al lado de los pabellones de color naranja había otro mucho más grande, de un

verde saturado. Lo remataba un estandarte con la rosa de Altojardín, emblema

que también adornaba el gran escudo verde puesto al lado de la entrada.

-Es Leo Tyrell, señor de Altojardín -dijo Egg.

-Ya lo sé -repuso Dunk, irritado-. Serví con el viejo en Altojardín cuando tu ni

siquiera habías nacido. -Personalmente apenas se acordaba, pero ser Arlan le

había hablado mucho del señor de Altojardín: incomparable en los torneos, y eso

que ya peinaba canas-. El de al lado de la tienda, vestido de verde y oro y con

barba gris, debe de ser lord Leo.

-Sí -dijo Egg-. Lo vi una vez en Desembarco del Rey. No os conviene enfrentaros

con él.

-Mira, niño, para saber a quien retar no me haces falta tú.

EI cuarto pabellón estaba hecho de trozos de tela en forma de rombo, unos rojos

y otros blancos. Dunk no reconoció los colores, pero Egg dijo que pertenecían a

un caballero del valle de Arryn, un tal Humfrey Hardyng.

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-EI año pasado, en Estanque de la Dama, ganó en un combate de todos contra

todos. También derribó a ser Donnel de Duskendale en combate singular, y a los

señores de Arryn y Royce.

EI último pabellón era el del príncipe Valarr. Estaba confeccionado con seda

negra y una franja de pendones puntiagudos de color rojo que colgaban del techo

como largas llamas. EI escudo expuesto era de un negro lustroso, con el dragón

de tres cabezas de la casa de Targaryen. Lo acompañaba un miembro de la

guardia real, cuya armadura, blanca y resplandeciente, contrastaba duramente

con lo negro de la seda. Al verlo Dunk se preguntó si habría algún caballero que

se atreviera a tocar con la lanza el escudo el dragón. Valarr, a fin de cuentas, era

nieto del rey, e hijo de Baelor Rompelanzas.

Su inquietud era infundada. Cuando sonaron los clarines que convocaban a los

retadores, los cinco paladines de la hija de lord Ashford fueron llamados en su

defensa. Dunk oyó el murmullo de entusiasmo con que acogía la multitud la

llegada de los retadores, que desfilaron uno a uno por el extremo sur del campo

de justas. Los heraldos proclamaron sus nombres a cada aparición. Los

caballeros hicieron un alto delante de la tribuna, donde bajaron las lanzas en

saludo a lord Ashford, el príncipe Baelor y la hermosa zagala, y siguieron hacia el

norte del prado, donde elegirían oponente. EI León Gris de Roca Casterly tocó el

escudo de lord Tyrell, al tiempo que su rubio heredero, ser Tybolt Lannister,

desafiaba al hijo mayor de lord Ashford. Lord Tully de Aguasdulces aplicó el

borne al escudo de rombos de ser Humfrey Harding. Ser Abelar Hightower tocó el

de Valarr, y el menor de los Ashford recibió el desafío de ser Lyonel Baratheon,

llamado la Tormenta que Ríe.

Los retadores trotaron de nuevo hacia el margen sur del terreno de justas, donde

aguardaron la llegada de sus enemigos: ser Abelar, de plata y gris, con el

emblema de una torre de piedra coronada por el fuego; los dos Lannister de rojo,

con el león dorado de Roca Casterly; la Tormenta que Ríe de oro, con un ciervo

negro en el peto y el escudo, y una cornamenta de hierro por cimera; y por último

lord Tully, cuya capa azul y roja se sujetaba en ambos hombros gracias a sendas

truchas plateadas. Los cinco levantaron sus lanzas, de casi cuatro metros de

longitud, mientras el viento hacia restallar los pendones.

En el extremo norte del campo los escuderos sujetaban a los corceles, de vistosas

bardas, para que montasen los paladines. Estos se pusieron los yelmos y

tomaron lanzas y escudos, iguales en esplendor a los de sus contrincantes: las

sedas anaranjadas de los Ashford, los rombos rojos y blancos de ser Humfrey, los

jaeces de raso verde con rosas doradas del caballo de lord Leo... Destacaba, por

supuesto, Valarr Targaryen. El corcel del Joven Príncipe era negro como la noche,

a juego con el color de su armadura, lanza, escudo y guarnición. La cimera era

un dragón tricéfalo con las alas abiertas, esmaltado de rojo. Otro dragón, igual al

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primero, figuraba en la brillante superficie del escudo. Cada paladín llevaba

anudada al brazo una cinta de seda naranja, prenda de la hermosa zagala.

En el momento en que los paladines ocuparon sus puestos, el prado de Vado

Ceniza enmudeció. Después sonó un clarín y estalló sin transición la algarabía.

Diez pares de espuelas plateadas se hincaron en los flancos de diez grandes

corceles; mil voces prorrumpieron en gritos y jaleos, cuarenta cascos herrados

golpearon y arrancaron la hierba, diez lanzas quedaron fijas en posición

horizontal, vibró todo el prado, y entre fragores de madera y metal se verificó el

encontronazo de los paladines y los retadores. Poco después las parejas se habían

separado y los caballeros daban media vuelta para otra acometida. Lord Tully se

tambaleó en su silla, pero logró no caerse. Cuando el público se dio cuenta de

que se habían roto las diez lanzas estalló en una gran ovación, espléndido

augurio para el éxito del torneo y testimonio de la destreza de los competidores.

Los escuderos entregaron lanzas nuevas a los justadores en sustitución de las

rotas, que arrojaron, y por segunda vez se clavaron las espuelas. Dunk sintió

temblar el suelo bajo sus pies. Egg, que estaba sentado en sus hombros, dio

gritos de alegría y agitó sus brazos delgadísimos. EI caballero que paso más cerca

de ellos fue el Joven Príncipe. Dunk vio que la punta de su lanza negra besaba la

torre del escudo enemigo y se desviaba hacia el peto, al tiempo que el asta de ser

Abelar se astillaba contra el de Valarr. La fuerza del impacto echó hacia atrás al

corcel gris con arreos grises y plateados, y ser Abelar Hightower, alzado en sus

estribos, cayó violentamente al suelo.

También cayó lord Tully, derribado por ser Humfrey Harding, pero se puso en pie

sin la menor tardanza y desenvainó su espada. Ser Humfrey soltó la lanza, que

estaba intacta, y desmontó para proseguir a pie el combate. Ser Abelar no fue tan

ágil. Llegó corriendo su escudero, que le soltó el yelmo y pidió ayuda. Dos criados

levantaron por los brazos al aturdido jinete y lo acompañaron al pabellón. En el

resto del prado los seis caballeros que permanecían montados ejecutaban la

tercera vuelta. Se quebraron más lanzas, y en esta ocasión lord Leo Tyrell apuntó

con tal pericia que le arrancó el yelmo al León Gris. Descubierto el rostro, el señor

de Roca Casterly levantó la mano y desmontó, reconociéndose vencido. Para

entonces ser Humfrey había forzado la rendición de lord Tully, demostrando la

misma destreza con la espada que con la lanza.

Tybolt Lannister y Androw Ashford chocaron tres veces antes de que ser Androw

se quedara sin escudo, sin caballo y sin victoria, todo al mismo tiempo. E1 menor

de los Ashford duró todavía más y rompió nada menos que nueve lanzas contra

ser Lyonel Baratheon, la Tormenta que Ríe. La décima acometida se saldó con el

derribo de ambos, pero la lucha siguió a pie, espada contra maza. Por fin el

magullado ser Robert Ashford admitió su derrota, aunque su padre, sentado en la

tribuna, parecía cualquier cosa menos descontento. Los dos hijos de lord Ashford

habían tenido que abandonar las filas de los paladines, pero se habían

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desempeñado noblemente contra dos de los mejores caballeros de los Siete

Reinos.

Sí, pensó Dunk, viendo que el vencedor y el vencido se abrazaban y abandonaban

juntos el terreno, pero yo tengo que hacerlo todavía mejor. No basta con que pelee

bien y pierda. Tengo que ganar como mínimo la primera justa o me quedaré sin

nada.

El paso siguiente era que ser Tybolt Lannister y la Tormenta que Ríe fueran

nombrados paladines en sustitución de los caballeros por ellos derrotados. Los

pabellones de color naranja ya estaban siendo desmontados a pocos metros de

donde el Joven Príncipe descansaba en una silla de campaña, delante de su gran

tienda negra. Se había quitado el yelmo, dejando a la vista un pelo oscuro como

el de su padre, si bien con una franja rubia. Bebió un sorbo de la copa de oro que

le trajo un criado. Si es prudente será agua, pensó Dunk, y si no vino. Se

preguntó si Valarr había heredado parte de las artes guerreras de su padre o sólo

había tenido la suerte de emparejarse con el contrincante mas débil.

Una fanfarria anunció1a entrada en liza de tres nuevos retadores, cuyos nombres

fueron proclamados por los heraldos.

-¡Ser Pearse, de la casa de Caron, señor de las Marcas!

EI emblema de su escudo era un arpa plateada, si bien la sobreveste llevaba

ruiseñores.

-¡Ser Joseth, de la casa de Mallister, de Seagard!

Ser Joseth llevaba un yelmo con alas. En el escudo volaba un águila de plata

contra un cielo añil.

-Ser Gawen, de la casa de Swann, señor de Yelmo de Piedra y del cabo de la Ira.

Dos cisnes, negro el uno, el otro blanco, libraban una lucha furiosa en el escudo.

La armadura y la capa de lord Gawen, así como la barda de su caballo, repetían

el conflicto de negros y blancos, que se extendía a las franjas de su vaina y su

lanza.

Lord Caron, arpista, cantor y caballero de renombre, aplicó el borne a la rosa de

lord Tyrell. Ser Joseth golpeó los rombos de ser Humfrey Hardyng. En cuanto al

caballero blanco y negro, lord Gawen Swann, desafió al príncipe negro. Dunk se

frotó la barbilla. La edad de lord Gawen era todavía mas avanzada que la del

viejo, su difunto señor.

-Oye, Egg, ¿cuál de los retadores es el más peligroso? -preguntó al niño que

sostenía en hombros y que tanto parecía saber de aquellos caballeros.

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-Lord Gawen -repuso el sin vacilar-, el contrincante de Valarr.

-Del príncipe Valarr -lo corrigió Dunk-. Para ser escudero hay que hablar con

cortesía.

Los tres retadores ocuparon sus puestos, mientras montaban los tres paladines

respectivos. Entre el publico todo eran apuestas y exclamaciones de aliento, pero

Dunk sólo tenia ojos para el príncipe. En la primera vuelta Valarr golpeó de

refilón el escudo de lord Gawen, y a1 igual que con ser Abelar Hightower vio

desviarse la punta enromada de su lanza, sólo que al vado, en dirección opuesta.

La lanza de lord Gawen se quebró de frente contra el peto del príncipe, que por

unos instantes pareció al borde de la caída.

En el segundo embate Valarr orientó la lanza hacia la izquierda, apuntando al

pecho de su enemigo, pero sólo lo golpeó en un hombro. Fue empero suficiente

para hacer que el anciano caballero se quedara sin lanza. Lord Gawen hizo

molinetes con un brazo y cayó de su montura. EI Joven Príncipe bajó de la silla y

desenvainó la espada, pero lord Gawen le hizo señas y se levantó la visera.

-Me rindo, excelencia -exclamó-. Buen golpe.

Lo repitieron a gritos los nobles de la tribuna, mientras Valarr se ponía de rodillas

para ayudar a levantarse al caballero de cabello gris:

-¡Buen golpe! ¡Buen golpe!

-No lo ha sido -se quejó Egg.

-Calla o te mando al campamento.

Un poco más lejos ser Joseth Mallister abandonaba el campo en estado de

inconsciencia, mientras el arpista y el señor de la rosa luchaban denodadamente

con hachas sin filo para entusiasmo de una multitud desatada. Dunk estaba tan

concentrado en Valarr Targaryen que apenas los veía. Es buen caballero, pensó,

pero no excepcional.

Contra él tendría posibilidades. Si los dioses me fueran propicios hasta podría

derribarlo, y una vez en pie decidirían mi peso y mi fuerza física.

-¡A por él! -exclamó Egg con ardor, tan entusiasmado que cambiaba su punto de

apoyo en los hombros de Dunk-. ¡Dale, dale! ¡Así! ¡Ya lo tienes! ¡Un poco más!

Por lo visto daba ánimos a lord Caron. EI arpista, dedicado a otra música, hacía

retroceder rápidamente a lord Leo con golpes incesantes de acero contra acero.

E1 público parecía dividido a partes iguales entre los partidarios de uno y otro, y

en el aire matinal se mezclaban vítores y reniegos. Del escudo de lord Leo salían

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despedidos astillas de madera y trozos de pintura, a medida que el hacha de lord

Pearse deshojaba

los pétalos de su rosa de oro hasta hacer trizas, por último, el escudo. En el

momento de henderlo, el hacha se quedó trabada en la madera... y la de lord Leo

rompió el mango del arma de su contrincante, a menos de un palmo de su mano.

Entonces arrojó el escudo roto, y de pronto era el quien llevaba el ataque. En

cuestión de segundos el caballero arpista se apoyaba en una rodilla y

pronunciaba su rendición.

Terminó la mañana y avanzó la tarde sin muchos cambios. Los retadores

entraban en lid en número de dos o tres, y alguna vez hasta de cinco. Sonaban

clarines, los heraldos proclamaban nombres, los corceles embestían, el público

aplaudía, las lanzas se quebraban como frágiles ramitas y las espadas hacían

sonar los yelmos y la malla. EI pueblo llano estuvo de acuerdo con la nobleza en

que había sido un día espléndido de justas. Ser Humfrey Hardyng y ser Humfrey

Beesbury, caballero este último de corta edad y gran audacia que llevaba en el

escudo tres colmenas sobre franjas amarillas y negras, rompieron nada menos

que una docena de lanzas por cabeza, en una lucha épica que no tardó en ser

llamada por el pueblo “la batalla de Humfrey”. Ser Tybolt Lannister fue derribado

por ser John Penrose, y al caer se le rompió la espada, pero resistió con el escudo

hasta salir vencedor y quedar como paladín. EI caballero tuerto ser Robyn

Rhysling, hombre curtido y de barba entrecana, perdió el yelmo en el primer

embate por una lanzada de lord Leo, pero se negó a rendirse. Chocaron tres veces

más, con ser Robyn dando al viento su cabellera, mientras le pasaban al lado

como cuchillos volantes las astillas de las lanzas (hecho que maravilló todavía

más a Dunk cuando le dijo Egg que el maduro caballero había perdido el ojo

cinco años atrás por culpa de una astilla desprendida precisamente de una

lanza). Leo Tyrell era demasiado caballeroso para apuntar al rostro desprotegido

de su contrincante, mas ello no impidió que el terco arrojo de Rhysling (¿o su

temeridad?) dejara a Dunk atónito.

Por último, el senor de Altojardín dio un fuerte golpe al peto de ser Robyn por

encima del corazón y lo derribó estrepitosamente.

También ser Lyonel Baratheon se destacó varias veces en la lid. Muchas veces,

cuando le tocaban el escudo enemigos de poca talla, rompía en resonantes

carcajadas, que se prolongaban durante la carga y el momento de arrancarlos de

sus estribos. Si el oponente llevaba alguna clase de cimera ser Lyonel la cortaba y

la arrojaba al público. Como se trataba de piezas muy trabajadas, hechas de

cuero o madera labrada y en algunos casos con baño de oro o esmalte (cuando no

de plata maciza), la costumbre de ser Lyonel no era del agrado de los vencidos, si

bien es cierto que le granjeaba el favor del público de a pie. Llegó el momento en

que sólo lo desafiaban caballeros sin cimera. A pesar de las risas de ser Lyonel,

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Dunk acordaba la preeminencia a ser Humfrey Harding, que humilló a catorce

caballeros a cuál más temible.

EI Joven Príncipe, entretanto, seguía sentado a la entrada de su pabellón negro,

bebiendo de su copa de plata y levantándose de vez en cuando para montar en su

corcel y vencer al enésimo y modesto enemigo. Ya había obtenido nueve victorias,

pero Dunk las tenía a todas por escasamente gloriosas. Vence a viejos, pensó, a

escuderos venidos a más y a algunos nobles de alta cuna y pocas dotes

guerreras; los mejores caballeros ignoran su escudo, como si no lo vieran.

Hacia el final de la jornada una fanfarria ensordecedora anunció la entrada en

liza de otro retador. Llegó a lomos de un gran corcel rojo cuya barda negra poseía

aberturas, debajo de las cuales asomaban destellos de amarillo, rojo y naranja.

Cuando se acercó a la tribuna a rendir homenaje a los presentes, Dunk vio su

rostro bajo la visera alzada y reconoció al príncipe que lo había abordado en los

establos de lord Ashford.

Egg le apretó el cuello con las piernas.

-¡Para! -dijo Dunk, separándoselas-. ¿Quieres ahogarme?

-Aerion Llamaviva -anunció un heraldo-, príncipe de la Fortaleza Roja de

Desembarco del Rey, hijo del príncipe Maekar de Summerhall, de la casa de

Targaryen, nieto de nuestro señor Daeron II el Bueno, rey de los ándalos, los

rhoynar y los primeros hombres y señor de los Siete Reinos.

Aerion llevaba en el escudo un dragón tricéfalo, pero estaba pintado con colores

mucho más vivos que en el de Valarr: las tres cabezas eran respectivamente

naranja, amarilla y roja, y las llamas que salían de sus bocas tenían el brillo del

pan de oro. Su sobreveste era un remolino de tonos grises y rojos, y su escudo

negro estaba rematado par llamas rojas.

Después de una pausa para bajar la lanza ante el príncipe Baelor (pausa tan

breve que quedó en mero formulismo) el recién llegado galopó hacia el norte del

campo sin detenerse en los pabellones de lord Leo y la Tormenta que Ríe. Sólo

redujo el paso al aproximarse a la tienda del príncipe Valarr. EI Joven Príncipe se

levantó y quedó rígidamente apostado en proximidad de su escudo. Por unos

instantes Dunk albergó la certeza de que Aerion se proponía tocarlo, pero el

nuevo contendiente rió y pasó de largo. Su borne acabó en los rombos de ser

Humfrey Hardyng.

-¡Salid, salid, pequeño caballero! -dijo con voz clara y potente-. Ha llegado la hora

de enfrentaros al dragón.

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Ser Humfrey inclinó fríamente la cabeza a su contrincante, mientras le traían el

caballo. Montó en él sin mirar a Aerion, se ciñó el yelmo y asió la lanza y el

escudo.

Los dos caballeros ocuparon sus puestos bajo la mirada de un público silencioso.

Dunk oyó el ruido metálico con que caía la visera del príncipe Aerion. Sonó el

clarín.

Tras un arranque lento, ser Humfrey fue ganando rapidez; su enemigo, en

cambio, espoleó con fuerza al corcel rojo. Egg volvió a juntar las piernas.

-¡Mátalo! -exclamó de manera repentina-. ¡Mátalo, que ya lo tienes! ¡Mátalo,

mátalo, mátalo!

La lanza del príncipe Aerion, con borne de oro y franjas rojas, naranjas y

amarillas en el asta, apuntó hacia el suelo. Demasiado baja, pensó Dunk al darse

cuenta; tiene que levantarla o en lugar de a ser Humfrey le dará al caballo.

Entonces, con incipiente horror, empezó a sospechar que Aerion no tenía la

menor intención de elevarla. No puede ser, pensó, que quiera...

Viendo con ojos enloquecidos lo que se le venía encima, el corcel de ser Humfrey

trató de apartarse en el último momento, pero era demasiado tarde. La lanza de

Aerion se clavó justo encima de la pieza que cubría el esternón del animal y salió

por el otro lado del cuello con un chorro de sangre roja. EI caballo se derrumbó

con un chillido, y su caída lateral hizo pedazos la barrera. Ser Humfrey quiso

zafarse pero se le quedó un pie en el estribo. Se le oyó gritar, apresada su pierna

entre la barrera rota y el corcel.

EI prado de Vado Ceniza se cubrió de gritos. Varios hombres corrieron a su

centro para liberar a ser Humfrey, pero toparon con las coces del caballo

agonizante. Aerion, que había seguido despreocupadamente hasta el final del

pasillo, dio la vuelta a su caballo y regresó al galope. También gritaba, pero los

relinchos del caballo, casi humanos, impidieron a Dunk entender lo que decía. El

príncipe saltó a tierra, desenvainó la espada y se acercó a su caído contrincante.

Tuvieron que retenerlo sus propios escuderos, con la ayuda de uno de los de ser

Humfrey. Egg se retorció sobre los hombros de Dunk.

-¡Dejadme bajar! -decía-. ¡Pobre caballo! ¡Dejadme bajar!

Dunk también estaba mareado. Se preguntó que haría él de sucederle lo mismo a

Trueno. Un soldado remató al corcel de ser Humfrey con un hacha, dando fin a

los atroces chillidos. Dunk dio media vuelta y se fraguó camino por la apretada

multitud. Una vez en campo abierto bajó a Egg de sus hombros. El niño tenía

puesta la capucha, y los ojos rojos.

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-Sí, es un espectáculo terrible -dijo al niño-, pero los escuderos tienen que ser

fuertes. Es de temer que en otros torneos veas accidentes mucho peores.

-No ha sido ningún accidente -dijo Egg con labios temblorosos-. Aerion lo ha

hecho a propósito. Ya lo habéis visto.

Dunk frunció el entrecejo. A él también se lo había parecido, pero resultaba difícil

aceptar la existencia de caballeros tan poco caballerosos, y más tratándose de

alguien del linaje del dragón.

-Yo he visto a un caballero que está más verde que la hierba en verano y que ha

perdido el control de su lanza -dijo obstinadamente-. No se hable más. Me parece

que por hoy no habrá mas justas. Ven, chiquillo.

En lo segundo Dunk tenía razón. Una vez solucionado el caos el sol ya estaba

cerca del ocaso, por lo que lord Ashford suspendió el torneo.

Caída la noche, la hilera de puestos de venta quedó iluminada por cien

antorchas.

Dunk se compró un cuerno de cerveza y medio para el niño, que seguía bajo de

ánimos. Durante un rato pasearon, escuchando una briosa melodía tocada por

gaitas y tamboriles y viendo un espectáculo de marionetas sobre Nymeria, la

reina guerrera dueña de diez mil barcos. Las titiriteras sólo tenían dos, pero eso

no les impidió escenificar una batalla naval electrizante. Dunk quería preguntar a

Tanselle si había terminado de pintar su escudo, pero la vio ocupada. Esperaré a

que haya acabado el trabajo, decidió. Quizá entonces tenga sed.

-Ser Duncan -dijo alguien tras él-. ¡Ser Duncan! -De repente Dunk se acordó de

llevar ese nombre-. Os he visto hace unas horas entre el público, con este niño en

hombros -dijo Raymun Fossoway, acercándose con una sonrisa-. Habría sido

difícil no veros, en verdad.

-Es mi escudero. Egg, te presento a Raymun Fossoway.

Dunk tuvo que empujarlo, y ni entonces alzó el niño la cabeza. Masculló un

saludo con la mirada fija en las botas de Raymun.

-Mucho gusto, muchacho -dijo Raymun con desenvoltura-. ¿Por qué no habéis

subido a la tribuna, ser Duncan? Esta abierta a todos los caballeros.

Dunk se encontraba a gusto entre el pueblo llano y la servidumbre. Lo

incomodaba la idea de hacerse un lugar entre nobles, damas y señores de tierras.

-Me alegro de no haber visto la última justa de más cerca.

Raymun hizo una mueca.

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-Y yo. Lord Ashford ha declarado vencedor a ser Humfrey y le ha concedido el

corcel del príncipe Aerion, pero no podrá seguir. Se ha roto la pierna por dos

puntos.

El príncipe Baelor ha enviado a su propio médico a curarlo.

-¿Lo sustituirá algún otro caballero?

-Lord Ashford tenía intención de otorgar el puesto a lord Caron o al otro ser

Humfrey, el que ha peleado tan bien con Hardyng, pero le ha dicho el príncipe

Baelor que dadas las circunstancias no estaría bien desmontar el pabellón de ser

Humfrey y retirar su escudo. Me parece que seguirán con cuatro paladines.

Cuatro paladines, pensó Dunk. Leo Tyrell, Lyonel Baratheon, Tybolt Lannister y

el príncipe Valarr. Lo visto aquel día era indicio suficiente de las pocas

probabilidades que tenía él contra los tres primeros. Por lo tanto, sólo quedaba...

Un caballero errante no puede desafiar a un príncipe, pensó. Valarr es segundo

en la sucesión al Trono de Hierro. Es hijo de Baelor Rompelanzas y lleva la misma

sangre de Aegon el Conquistador, el Joven Dragón y el príncipe Aemon. Yo sólo

soy un niño al que encontró el viejo en Lecho de pulgas, al fondo de una tienda de

vasijas. Sólo de pensarlo le dolía la cabeza.

-¿A quién piensa desafiar vuestro primo? -preguntó a Raymun.

-Puestos a escoger, y como da lo mismo, ha elegido a ser Tybolt. Hacen buena

pareja. De todos modos mi primo sigue atentamente todas las justas. Si se da el

caso de que mañana por la mañana sea herido alguien o dé señales de fatiga o

debilidad contad con que Steffon se apresurará a tocarle el escudo. Nunca lo han

acusado de exceso de caballerosidad. -Palió con una risa lo mordaz de sus

palabras-. ¿Os parece que tomemos un vaso de vino, ser Duncan?

-Tengo un asunto pendiente -dijo Dunk, a quien incomodaba la idea de aceptar

una invitación sin poder corresponder.

-Si queréis me quedo y os traigo el escudo cuando haya terminado el espectáculo

-dijo Egg-. Dentro de un rato contaran la historia de Simeon Ojos de Estrella y

volverán a sacar al dragón.

-Ya lo veis: asunto solucionado. Venid, que el vino espera -dijo Raymun-.

Además es de Arbor. ¿Cómo rechazarlo?

Dunk, que se había quedado sin excusas, no tuvo mas remedio que marcharse

con el joven y dejar a Egg con las marionetas. Encima del pabellón dorado donde

servía Raymun a su primo flotaba la manzana de la casa de Fossoway. Tras él,

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sobre un pequeño fuego, dos criados vertían miel y hierbas aromáticas sobre un

cabrito.

-Si tenéis hambre también hay comida -dijo Raymun con despreocupación,

sosteniendo la tela para que entrara Dunk. EI interior estaba iluminado por un

brasero, que aseguraba la agradable calidez del interior. Raymun sirvió dos copas

de vino-.

Dicen que Aerion está enfadado con lord Ashford por haberle entregado su

caballo a ser Humfrey -comentó entretanto-, pero seguro que ha sido consejo de

su tío.

Tendió a Dunk una de las copas.

-EI príncipe Baelor es un hombre de honor.

-¿No lo es el Príncipe Brillante? -Raymun se rió-. No os pongáis tan nervioso, ser

Duncan, que estamos solos. Nadie ignora que Aerion es una mala pieza. Demos

gracias a los dioses por que quede muy abajo en la línea sucesoria.

-¿Creéis de veras que mató aposta al caballo?

-¿Hay alguna razón para dudarlo? De haber estado presente el príncipe Maekar

tened por seguro que las cosas habrían sido distintas. Cuentan que delante de su

padre Aerion es todo sonrisas y caballerosidad. En cambio en su ausencia...

-Me he fijado en que estaba vacía la silla del príncipe Maekar.

-Se ha marchado de Vado Ceniza en busca de sus hijos, con Roland Crakehall, de

la guardia real. Circulan despropósitos sobre unos caballeros bandidos que

acechan por la región, pero soy del parecer de que el príncipe sufre una de sus

borracheras. Era un vino excelente, afrutado y sabroso como no lo había probado

Dunk en su vida. Se lo quedó un poco en la boca y dijo después de tragar:

-¿De qué príncipe habláis?

-Del heredero de Maekar. Se llama Daeron, como el rey. Lo llaman Daeron el

Borracho, pero no en presencia de su padre. También lo acompañaba el

Benjamin.

Salieron juntos de Summerhall pero no han llegado a Vado Ceniza. -Raymun

apuró la copa y la dejó a un lado- ¡Pobre Maekar!

-¿Pobre? -dijo Dunk, sorprendido- ¿Pobre el hijo del rey?

-Hijo, sí, pero sólo el cuarto -puntualizó Raymun-. Menos valiente que el príncipe

Baelor, menos listo que el príncipe Aerys y menos cortés que el príncipe Rhaegel.

Ahora para colmo tiene que aguantar que sus hijos queden eclipsados por los de

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su hermano. Daeron es un borracho, Aerion cruel y vanidoso, el tercero prometía

tan poco que lo entregaron a la Ciudadela para que lo hicieran médico, y el

menor...

-¡Ser Duncan! -Era Egg, que entró sin resuello. Se le había bajado la capucha, y

sus ojos, oscuros y grandes, reflejaban la luz del brasero--. ¡Corred, que la está

maltratando!

Dunk se levantó con dificultad y sorpresa.

-¿Quién maltrata a quién?

-¡Aerion! -exclamó el niño- ¡A ella, la marionetista! ¡Deprisa!

Giró sobre sus talones y volvió a la oscuridad del prado.

Dunk hizo ademan de seguirlo, pero le cogió el brazo Raymun.

-Ser Duncan, ha dicho que era Aerion. De la casa real. Tened cuidado.

Dunk supo que era un consejo acertado y que lo mismo le habría dicho el viejo,

pero no podía acatarlo. Se zafó de Raymun y salió de la tienda. Oyó gritos en la

hilera de puestos de venta. Egg se había alejado tanto que apenas se veía. Dunk

corrió tras él, y la longitud de sus piernas le permitió acortar distancias en un

periquete.

En torno a las marionetistas se había formado un muro de espectadores. Dunk se

abrió paso ignorando sus protestas. Le cerró el camino un soldado con librea real,

pero Dunk le puso en el pecho una de sus manazas y lo hizo caer sobre el trasero

de un simple empujón.

La caseta de las titiriteras había sido derribada. Sentada en el suelo, la gruesa

dorna lloraba. Otro soldado sujetaba los hilos de Florian y Junquilla para que les

prendiera fuego un compañero. Había tres soldados más abriendo arcones,

sacando marionetas y destrozándolas a pisotones. La figura del dragón estaba

hecha pedazos a sus pies: por aquí un ala, por allí la cabeza, la cola rota en tres

trozos... En medio de

todo, el príncipe Aerion (jubón rojo de terciopelo, largas mangas con festones) le

torcía el brazo a Tanselle con ambas manos. La chica imploraba merced de

rodillas, pero Aerion, sordo a sus quejas, le abrió una mano a la fuerza y le asió

un dedo. Dunk, estupefacto, no daba crédito a lo que veía. De repente oyó un

crujido y el grito de Tanselle.

Uno de los hombres de Aerion trató de detenerlo, pero salió volando. En tres

zancadas, Dunk agarró al príncipe del hombro y lo obligó a retroceder. Lo olvidó

todo:

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la espada, la daga y las enseñanzas del viejo. Su puño levantó del suelo a Aerion,

que recibió en pleno abdomen la punta de una bota. Cuando Aerion trataba de

coger el puñal, Dunk le pisó la muñeca y le dio otra patada, esta vez en la boca.

De no ser por los hombres del príncipe, que se lanzaron sobre él, lo habría

matado a patadas. Lo sujetaron dos soldados, uno por cada brazo, mientras otro

le daba puñetazos en la espalda. Bastaba con librarse de uno para que acudieran

dos más.

Finalmente lograron derribarlo y lo clavaron al suelo por los brazos y las piernas.

EI príncipe se tocó la boca ensangrentada.

-Me has soltado un diente -se quejó-. Por lo tanto empezaremos rompiéndotelos

todos. -Se apartó el pelo de los ojos-. Tu cara me suena.

-Me confundisteis con un mozo de cuadra.

Aerion sonrío.

-Sí, ya me acuerdo. Te negaste a coger mi caballo. ¿Por qué te has buscado la

muerte? ¿Por esta zorra? -Tanselle estaba acurrucada en el suelo, aguantándose

la mano lisiada. Aerion la empujó con el pie-. Dudo que lo merezca porque es una

traidora. El dragón nunca pierde.

Está loco, pensó Dunk, pero no deja de ser hijo de príncipe y piensa matarme.

Tuvo ganas de rezar, pero no sabía ninguna oración entera y tampoco había

tiempo. Ni siquiera lo había para tener miedo.

-¿No tienes nada más que decir? -preguntó Aerion-. Me aburres -Volvió a tocarse

la boca ensangrentada-. Wate, trae un martillo y pártele los dientes -ordenó-;

luego lo abriremos por la mitad y le enseñaremos el color de sus entrañas.

-¡No! - exclamó una voz de niño-. ¡No le hagáis nada!

¡El crío!, pensó Dunk. ¡Qué valiente, y que insensato! Intento librarse de sus

captores, pero era imposible.

-¡Calla, niño estúpido! ¡Corre o acabarás mal!

-No. -Egg se acercó-. Si me hacen algo tendrán que responder ante mi padre. Y mi

tío. He dicho que lo soltéis. Wate, Yorkel, vosotros que me conocéis, cumplid mis

órdenes.

Dunk notó que le soltaban un brazo y después el otro. Vio retroceder a los

soldados sin entender nada. Hubo uno que incluso se arrodilló. A continuación

los espectadores dejaron paso a Raymun Fossoway. Su primo ser Steffon, que lo

seguía a pocos pasos, ya había desenvainado la espada. Iban acompañados por

media docena de soldados con la manzana roja bordada en el pecho.

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El príncipe Aerion no les hizo el menor caso.

-¡Criarura insolente! -dijo a Egg, escupiendo sangre a los pies del niño-. ¿Qué te

ha pasado en el pelo?

-Me lo he cortado, hermano -dijo el niño-. No quería parecerme a ti.

EI segundo día de torneo amaneció nublado, con rachas de viento del oeste.

Dunk pensó que con aquel tiempo lo lógico era que hubiera menos público. Les

habría sido más fácil encontrar un hueco cerca de la valla. Podría haberse

sentado Egg en la barandilla, pensó, y yo de pie a sus espaldas.

Egg, sin embargo, tendría que sentarse en la tribuna, vestido de seda y pieles; en

cuanto a Dunk, su visión quedaría limitada por los cuatro muros de la celda

donde lo habían encerrado los hombres de lord Ashford. A pesar de ello, una vez

que salió el sol se sentó como pudo al lado de la ventana y miró con tristeza en

dirección a la ciudad, el prado y el bosque. Le habían quitado su cinturón de

cuerda, junto con la espada y la daga que de él pendían. También su dinero.

Confió en que Egg o Raymun se acordasen de Castaño y Trueno.

-Egg -murmuró.

Su escudero, un niño pobre recogido en las calles de Desembarco del Rey. Jamás

ningún caballero había hecho un ridículo mayor. Dunk, pensó, más duro de

mollera que muralla de castillo, y lento como un bisonte.

Dunk no había tenido permiso para hablar con Egg desde que los soldados de

lord Ashford los habían prendido a todos en el puesto de marionetas. Tampoco

Raymun, Tanselle ni el propio lord Ashford. Dunk se preguntó si volvería a verlos,

siendo como era muy posible que lo dejaran morir en aquella celda. ¿Qué

esperaba?, se preguntó con amargura. Derribé al hijo de un príncipe y le di una

patada en la cara.

Bajo aquel cielo gris, los espléndidos ropajes de señores de alta cuna y esforzados

paladines no se mostrarían tan vistosos como el día anterior. El sol, estorbado

por las nubes, no acariciaría sus yelmos de acero, ni haría destellar los adornos

de oro y plata de sus armaduras. Aún así Dunk deseó hallarse entre el público y

presenciar las justas. Sería un buen día para los caballeros errantes, hombres

con simple cota de mallas y caballos despropósitos de armadura.

Al menos podía escuchar. Los clarines eran nítidos, y de vez en cuando se oían

los gritos de la multitud, señal de alguna caída, puesta en pie o hazaña de

especial valentía. También se adivinaba el galopar de los caballos, y muy de vez

en cuando un choque de espadas o rotura de lanza. A Dunk esto último siempre

lo sobresaltaba, por recordarle el ruido del dedo de Tanselle en manos de Aerion.

También había sonidos más cercanos: pasos en la sala de detrás de la puerta,

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ruido de cascos en el patio y voces desde las murallas. En ocasiones impedían oír

el torneo. Dunk supuso que era preferible.

«Los caballeros errantes son los caballeros más auténticos, Dunk -le había dicho

el viejo mucho tiempo atrás-. Los otros sirven a señores que los mantienen o les

han dado tierras; nosotros en cambio viajamos a nuestro antojo y sólo servimos

causas en las que creemos. Todos los caballeros juran proteger a los débiles y los

inocentes, pero soy del parecer de que los más fieles a ese voto somos nosotros».

Dunk quedó sorprendido por la nitidez del recuerdo. Eran palabras que casi

había olvidado, y en sus últimos días probablemente el viejo tampoco se acordara

demasiado de ellas.

Pasó la mañana y empezó la tarde. Los ruidos apagados del torneo fueron

diluyéndose. Se filtró el crepúsculo en la celda, pero Dunk seguía sentado al lado

de la ventana, contemplando la incipiente oscuridad y tratando de ignorar su

estómago vacío.

De pronto oyó pisadas y el tintineo de unas llaves de metal. Se levantó justo

cuando se abría la puerta. Irrumpieron dos centinelas, uno de ellos con una

lámpara de aceite, seguidos por un criado con una bandeja de comida. El último

en entrar fue Egg.

-Dejad la lámpara y la bandeja y salid -ordenó.

Obedecieron los tres, pero Dunk se fijó en que dejaban entreabierta la pesada

puerta de madera. EI olor a comida le hizo descubrir lo famélico que estaba.

Había pan con miel, un cuenco de puré de guisantes y una brocheta de cebollas

asadas y carne muy hecha. Se sentó al lado de la bandeja, rompió la hogaza de

pan con las manos y se metió un trozo en la boca.

-No hay cuchillo -observó-. ¿Temen que te ataque?

-No me lo han dicho. -Egg llevaba un jubón ajustado de lana negra, ceñido a la

cintura y con mangas largas forradas de raso rojo. La pechera estaba adornada

por el dragón de tres cabezas de la casa de Targaryen-. Dice mi tío que debo

pediros humildemente perdón por haberos engañado.

-Tu tío -dijo Dunk-. Es decir, el príncipe Baelor.

EI niño parecía abatido.

-Yo no quería mentir.

-Pues lo hiciste, y en todo. Empezando por tu nombre, porque yo nunca he oído

hablar de ningún príncipe Egg.

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-Es un diminutivo de Aegon. Me lo puso mi hermano, que ahora está en la

Ciudadela aprendiendo a ser médico. A veces Daeron también me llama Egg, y

mis hermanas.

Dunk cogió la brocheta y mordió un trozo de carne. Era cordero, con alguna

especia de ricos que desconocía. Le goteó la grasa por la barbilla.

-Aegon -repitió-. Claro, cómo no. Igual que Aegon el Dragón. ¿Cuántos reyes ha

habido que se llamaran Aegon?

-Cuatro -contestó el niño-. Cuatro Aegones.

Dunk masticó, tragó y rompió otro trozo de pan.

-¿Por qué lo hiciste? ¿Para reírte de un caballero pobre y estúpido?

-No. -EI niño estaba a punto de llorar, pero plantó cara como todo un hombre-.

Yo tenía que ser escudero de Daeron, que es mi hermano mayor. Aprendí todo lo

necesario para hacerlo bien, pero Daeron no es demasiado buen caballero, y

como no quería participar en el torneo al salir de Summerhall esquivó a la

escolta. En vez de dar media vuelta siguió directamente hasta Vado Ceniza,

pensando que sería el último lugar donde nos buscarían. Me rapó él, sabiendo

que mi padre enviaría soldados en nuestra búsqueda. Daeron tiene el pelo

normal, entre castaño y rubio, y no destaca, pero yo lo tengo igual que Aerion y

mi padre.

-La sangre del dragón -dijo Dunk-. Lo sabe todo el mundo: cabello rubio plateado

y ojos violetas.

Siempre tan duro de mollera, pensó.

-Sí. Por eso me rapó Daeron. Quería que estuviéramos escondidos hasta el final

del torneo, pero entonces me confundisteis con un mozo de cuadra y... -Bajó la

mirada-. A mí me daba igual que Daeron participase o no, pero quería ser

escudero de alguien. Lo lamento, ser. De veras que lo lamento.

Dunk lo miró, pensativo. Él también sabía lo que era desear algo hasta el extremo

de no retroceder ante la peor de las mentiras.

-Hasta ayer creía que eras como yo -dijo-, y puede que tuviera razón, pero no

como pensaba.

-Seguimos teniendo en común el hecho de ser de Desembarco del Rey -dijo el

niño esperanzadamente.

Dunk no pudo contener la risa.

-Sí, tú de lo alto de La Colina de Aegon y yo de lo más bajo.

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-No hay tanta distancia, ser.

Dunk cogió un trozo de cebolla.

-¿Debo tratarte de vos? ¿De excelencia? ¿Cómo?

-En la corte sí, señor -admitió el niño-, pero en las demás ocasiones si lo preferís

podéis seguir llamándome Egg.

-¿Qué harán conmigo, Egg?

-Mi tío desea veros cuando hayáis acabado de comer.

Dunk apartó la bandeja y se levantó.

-Pues ya he terminado. Después de dar una patada a un príncipe en la boca no

pienso hacer esperar a otro.

Lord Ashford había cedido sus aposentos al príncipe Baelor. Fue, pues, a las

estancias del señor del castillo adonde lo condujo Egg (no, Aegon; tendría que

acostumbrarse).

Baelor leía a la luz de una vela de cera de abeja. Dunk se arrodilló delante de el.

-En pie -dijo el príncipe-. ¿Os apetece vino?

-Como gustéis, excelencia.

-Sirve a ser Duncan una copa del tinto dulce de Dorne, Aegon -ordenó el

príncipe-. E intenta no echárselo encima, que bastante le has perjudicado ya.

-No lo hará, excelencia -dijo Dunk-. Es buen chico y buen escudero. Además sé

que no me quería ningún mal.

-No es imprescindible quererlo para hacerlo. Al ver como trataba su hermano a

aquellas titiriteras Aegon tendría que haber acudido a mí y no a vos. Con ello no

os hizo ningún favor. En cuanto a vuestra reacción... Es posible que yo la hubiera

compartido, pero soy príncipe del reino, no caballero errante. Al margen del

motivo, nunca es prudente golpear al nieto de un rey cuando está furioso.

Dunk, muy serio, asintió con la cabeza. Egg le ofreció una copa de plata

rebosante de vino, que el aceptó y de la que bebió un sorbo.

-¡Odio a Aerion! -dijo Egg con vehemencia-. Además, tío, no tuve mas remedio que

avisar a ser Duncan porque el castillo quedaba demasiado lejos.

-Aerion es tu hermano -dijo el príncipe con firmeza-, y dicen los sacerdotes que

debemos amar a nuestros hermanos. Ahora déjanos solos, Aegon. Quiero hablar

con ser Duncan en privado.

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EI niño dejó el frasco de vino e inclinó rígidamente la cabeza.

-Como mandéis, excelencia.

Salió por la puerta de los aposentos y la cerró con suavidad.

Baelor Rompelanzas escrutó los ojos de Dunk un largo rato.

-Permitidme una pregunta, ser Duncan: ¿hasta qué punto sois buen caballero?

¿Cuál es, con franqueza, vuestro dominio de las armas?

Dunk no supo qué contestar.

-Ser Arlan me enseñó a usar la espada y el escudo, y a lancear con blancos fijos.

EI príncipe Baelor parecía preocupado por la respuesta.

-Hace unas horas que ha vuelto al castillo mi hermano Maekar. Encontró a su

heredero borracho en una posada, a un día de caballo en dirección al sur. É1

jamás lo admitiría, pero tengo para mí que su esperanza secreta era ver a sus

hijos llevándose la palma del torneo por encima de los míos. Lo cierto es que lo

han avergonzado, pero ¿qué puede hacer él? Son sangre de su sangre. Maekar

está enfadado y necesita un blanco para sus iras. Os ha escogido a vos.

-¿A mí? -dijo Dunk, acongojado.

-Aerion ya lo ha convencido, y no puede decirse que Daeron os haya sido de gran

ayuda. Queriendo excusar su propia cobardía ha contado a mi hermano que a

Aegon se lo llevó un ladrón de gran estatura con quien se encontró

inesperadamente en el camino. Temo, señor mío, que os hayan identificado con

ese ladrón. Según el cuento de Daeron durante todos estos días ha estado

persiguiendoos sin descanso para rescatar a su hermano.

-Pero Egg le dirá la verdad. Perdón, Aegon.

-Sí, no lo dudo -repuso el príncipe Baelor-, pero a él también se le conoce más de

una mentira. No hace falta que os lo diga. ¿A cuál de sus hijos dará crédito mi

hermano? En cuanto a las marionetistas, Aerion hará que parezcan culpables de

alta traición. El dragón es el emblema de la casa real. Representar a uno

decapitado, con serrín rojo brotándole del cuello... En fin, que no dudo de su

inocencia, pero pecaron de imprudentes. Aerion lo presenta como un velado

ataque a la casa de Targaryen, una incitación a rebelarse, y es muy probable que

Maekar esté de acuerdo. Mi hermano es de talante susceptible, y como Daeron lo

ha decepcionado tanto tiene puestas todas sus esperanzas en Aerion. -EI príncipe

tomó un sorbo de vino y dejó la copa-. Más allá de lo que crea o deje de creer mi

hermano, hay algo indiscutible: que le pusisteis las manos encima a un

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representante del linaje del dragón. Se trata de un delito por el que debéis ser

juzgado y castigado.

-¿Castigado?

A Dunk no le agradó la palabra.

-Aerion quiere vuestra cabeza, con o sin dientes. Os prometo que no la tendrá,

pero lo que no puedo negarle es un juicio. Dado que mi padre, el rey, se halla a

cien leguas de aquí, se impone que mi hermano y yo presidamos vuestro juicio en

compañía de lord Vado Ceniza, en cuyos dominios nos encontramos, y de lord

Tyrell de Altojardín, de quien es vasallo. La última ocasión en que se declaró

culpable a un hombre de golpear a alguien de sangre real se decretó que perdiera

la mano autora del golpe.

-¿Mi mano? -exclamó Dunk, horrorizado.

-Y también vuestro pie. ¿O no es verdad que le disteis una patada?

Dunk se había quedado sin habla.

-Como es natural exhortaré a la compasión a los demás jueces. Soy la Mano del

Rey, heredero del trono, y mi palabra goza de cierta autoridad. También la de mi

hermano, por desgracia. He ahí el peligro.

-Pero... -dijo Dunk-. Pero excelencia... No...

No lo hacían por traición. Sólo era un dragón de madera, sin nada que ver con

príncipes reales. Eso habría querido decir, pero se había quedado sin palabras.

Nunca habían sido su fuerte.

-No obstante, tenéis otra posibilidad -dijo con calma el príncipe Baelor-. Ignoro

cuál de las dos es preferible, pero os recuerdo que cualquier caballero acusado de

un delito posee el derecho a exigir un juicio por combate. Os pregunto pues una

vez más: ser Duncan el Alto, ¿cuál es, con franqueza, vuestro dominio de las

armas?

-Un juicio de siete -dijo sonriente el príncipe Aerion-. Tengo entendido que estoy

en mi derecho.

Ceñudo, el príncipe Baelor tamborileó con los dedos sobre la mesa. Lord Vado

Ceniza, que estaba a su izquierda, asintió con lentitud.

-¿Por qué? -quiso saber el príncipe Maekar, inclinándose hacia su hijo-. ¿Tienes

miedo de enfrentarte sólo con este caballero errante y dejar que los dioses

decidan si son ciertas tus acusaciones?

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-¿Miedo? -dijo Aerion-. ¿Miedo yo de alguien así? No seas absurdo, padre. Pienso

en mi querido hermano. También Daeron ha recibido ofensa del tal ser Duncan, y

tiene derecho a ser el primero en derramar su sangre. EI juicio de siete nos

permitiría enfrentarnos con él los dos.

-Ahórrame tus favores, hermano -murmuró Daeron Targaryen. El hijo mayor del

príncipe Maekar presentaba un aspecto todavía más penoso que al encontrarlo

Dunk en la posada. En esta ocasión parecía estar sobrio y no había manchas de

vino en su jubón rojinegro, pero tenía los ojos inyectados en sangre y le cubría la

frente una fina capa de sudor-. Me satisfaré con aplaudirte cuando mates al

rufián.

-Eres demasiado amable, hermano del alma -dijo el príncipe Aerion, todo

sonrisas-, pero sería egoísta negarte el derecho a demostrar la verdad de tus

palabras con peligro de tu cuerpo. Debo insistir en que se celebre un juicio de

siete.

Dunk estaba desorientado.

-Excelencia, señores -dijo de cara al estrado-, no entiendo nada. ¿Qué es un

juicio de siete?

El príncipe Baelor cambió de postura, señal de que estaba incómodo.

-Se trata de otra forma de juicio por combate, una forma antigua y poco usada.

Cruzó la manga con los ándalos y sus siete dioses. En todos los juicios por

combate el acusador y el acusado piden a los dioses que decidan su pleito. Los

ándalos creían que si en cada bando luchaban siete caballeros habría más

posibilidades de que los dioses, viéndose honrados, intervinieran en la

consecución de un resultado justo.

-Acaso se debiera a algo tan sencillo como el gusto por la lucha -dijo lord Leo

Tyrell con una sonrisa cínica-. Poco importa. El caso es que ser Aerion está en su

derecho y que tendrá que ser un juicio de siete.

-¿Y tendré que luchar con siete hombres? -preguntó Dunk, desesperado.

-No a solas -dijo el príncipe Maekar con impaciencia-. No os hagáis el tonto, que

de poco os servirá. Deben luchar siete contra siete. Tendréis que encontrar seis

caballeros más que peleen a vuestro lado.

Seis caballeros, pensó Dunk. Tanto daban seis como seis mil. El no tenía

hermanos, primos ni antiguos camaradas ligados a él por mil y una batallas.

¿Qué motivo habrían tenido seis extraños para arriesgar sus vidas en la defensa

de un caballero errante contra dos príncipes reales?

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-Excelencia, señores -dijo-, ¿qué ocurre si no hay nadie que tome mi partido?

Maekar Targaryen lo miró fríamente.

-Si la causa es justa habrá hombres que la defiendan. Si no encontráis a nadie,

señor mío, significará que sois culpable. ¿Hay cosa más clara?

Dunk nunca se había sentido tan solo como al salir del castillo de Vado Ceniza y

oír el choque del rastrillo a sus espaldas. Caía una suave llovizna, liviana como

rocío, pero el contacto del agua le daba escalofríos. Al otro lado del río los pocos

pabellones donde seguían encendidas las hogueras aparecían circundados por un

halo de luz.

Supuso que la noche estaría en su tramo final En pocas horas lo encontraría el

alba. Y con el alba, pensó, vendrá la muerte.

Pese a haber recuperado su espada y sus monedas cruzo el río con pensamientos

lúgubres. Se pregunto si esperarían de él que saliese huyendo a lomos del primer

caballo. Nada se lo impedía. A partir de entonces ya no sería caballero, sino un

simple forajido en espera del día en que lo prendiera algún noble y le cortara la

cabeza. Más vale morir caballero que vivir así, pensó con tozudez. Pasó cerca del

terreno de justas mojado hasta la rodilla. Estaban oscuros casi todos los

pabellones; sus dueños dormían, pero quedaban algunas velas dispersas. Oyó

llegar del interior de una carpa un rosario de gemidos y gritos de placer, y se

preguntó si moriría sin haber conocido mujer.

Entonces oyó el relincho de un caballo y supo con certeza que era Trueno.

Cambió la dirección de sus pasos, echó a correr y lo encontró atado a Castaño

junto a un pabellón circular iluminado por dentro por un vago resplandor dorado.

El estandarte del poste central estaba mojado, pero Dunk logró discernir la curva

oscura de la manzana de los Fossoway. Se parecía a la esperanza.

-Juicio por combate -suspiró Raymun-. ¡Por todos los dioses, Duncan! Eso

significa lanzas de guerra, hachas de batalla... ¿Os dais cuenta de que las

espadas tendrán filo?

-Raymun el Reticente -se burló su primo, ser Steffon, cuya capa de lana amarilla

estaba sujeta por una manzana de oro y granates-. No temas, primo, que es un

combate de caballeros, y no siéndolo tú no corre peligro tu pellejo. Disponed al

menos de un Fossoway, ser Duncan. Del maduro. Vi perfectamente lo que le

hacia Aerion a aquellas titiriteras y estoy de vuestro lado.

-Y yo -dijo Raymun, enfadado-. Lo único que quería decir...

Lo interrumpió su primo.

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-¿Qué otros caballeros luchan en nuestro bando, ser Duncan?

Dunk tendió las palmas con desesperanza.

-No conozco a nadie más; sólo a ser Manfred Dondarrion, y no quiso responder de

mi condición de caballero. Mucho menos querrá arriesgar su vida.

Ser Steffon no parecía afectado.

-En ese caso necesitamos a cinco hombres más que sepan pelear.

Afortunadamente mis amistades no se reducen a cinco. Leo Longthorn, la

Tormenta que Ríe, lord Caron, los Lannister, ser Otho Bracken... Ah, y los

Blackwood, aunque es imposible hacer coincidir en el mismo bando a los

Blackwood y los Bracken. Iré a hablar con algunos de ellos.

-Se tomarán a mal que los despiertes -objetó su primo.

-Tanto mejor -declaró ser Steffon-. Enojados lucharán con más denuedo. Confiad

en mí, ser Duncan. Primo, si amanece y no he vuelto tráeme mi armadura y haz

lo necesario para tenerme ensillado y embardado a Cólera. Nos reuniremos en el

cercado de los retadores

Ser Steffon rió-. Preveo una jornada memorable.

Su expresión, al salir de la tienda, casi era de alegría. No así la de Raymun.

-Cinco caballeros -dijo con voz sorda al quedarse a solas con Dunk-. No quisiera

ir en contra de vuestras esperanzas, Duncan, pero...

-Si vuestro primo consiguiera a los hombres de quienes acaba de hablar...

-¿A Leo Longhorn? ¿A la Bestia de Bracken? ¿A la Tormenta que Ríe? –Raymun

se levantó-. No pongo en duda que los conozca, pero sí que el conocimiento sea

recíproco. Esto para Steffon es una oportunidad para adquirir renombre, pero vos

os jugáis la vida. Deberíais buscaros vos mismo a vuestros hombres. Os ayudaré.

Más vale que sobren paladines que que falten. -Oyó algo fuera y volvió la cabeza-.

¿Quién va?

Entro un niño, seguido por un hombre delgado que llevaba una capa negra

mojada.

-¡Egg! -Dunk se puso en pie-. ¿Qué haces tú aquí?

-Soy vuestro escudero -dijo el niño-. Necesitareis a alguien que os arme, señor.

-¿Sabe tu padre que has salido del castillo?

-¡No lo quieran los dioses!

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Daeron Targaryen abrió la fíbula y dejó caer la capa de sus hombros estrechos.

-¡Vos! ¿Qué locura es ésta de venir aquí? –Dunk desenfundó la daga-. Debería

clavaros esto en la tripa.

-Es probable -admitió el príncipe Daeron-, aunque personalmente preferiría una

copa de vino. Miradme las manos.

Tendió una, que temblaba.

Dunk se acercó a él con mirada iracunda. -¿Qué me importan vuestras manos?

Dijisteis mentiras sobre mí.

-¡De alguna manera tenía que justificar el paradero de mi hermano menor ante

mi padre! -repuso el príncipe. Después se sentó, en nada intimidado por Dunk y

su cuchillo-. A decir verdad, ni me había dado cuenta de que se hubiera

marchado. No estaba al fondo de mi copa de vino, que era el único lugar donde

miraba...

Suspiró.

-Señor -intervino Egg-, mi padre piensa sumarse a los siete acusadores. He

intentado disuadirlo pero no me escucha. Dice que es la única manera de

rescatar el honor de Aerion y el de Daeron.

-Que yo sepa -dijo amargamente el príncipe Daeron- nunca le he pedido a nadie

que rescate mi honor. Quien lo tenga que se lo quede. Pero en fin, aquí estamos.

No sé si es gran consuelo, ser Duncan, pero de mí no temáis nada. Lo único que

me gusta menos que los caballos son las espadas. Pesan mucho y cortan una

barbaridad. En la primera carga me esforzaré por mantener las apariencias, pero

a partir de ahí...

Digamos que podríais darme una buena lanzada en un lado del yelmo; que

hiciera ruido, pero no demasiado. No sé si me entendéis. En cuestión de luchas,

bailes, ideas y libros, mis hermanos me llevan la delantera, pero no hay ninguno

que me iguale en el arte de quedarse inconsciente en el barro.

Dunk se vio impelido a mirar fijamente al príncipe y preguntarse si pretendía

tomarle el pelo.

-¿A que venís?

-A avisaros de lo que se avecina -dijo Daeron-. Mi padre ha ordenado a la guardia

real que luche de su lado.

-¿La guardia real? -dijo Dunk, consternado.

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-Sólo a los tres que están aquí. Por fortuna el tío Baelor dejó a los otros cuatro en

Desembarco del Rey, con nuestro abuelo el rey.

Egg pronunció sus nombres:

-Ser Roland Crakehall, ser Donnel de Duskendale y ser Willem Wylde.

-No tienen elección -dijo Daeron-. Han jurado proteger las vidas del rey y la

familia real, y mis hermanos y yo somos del linaje del dragón.

Dunk contó con los dedos.

-Ya son seis. ¿Quién es el séptimo?

EI príncipe Daeron se encogió de hombros.

-Ya se las arreglara Aerion para encontrar a alguien. En caso de necesidad

comprará a un paladín. Si algo le sobra es oro.

-¿Vos de quien disponéis? -preguntó Egg.

-Del primo de Raymun, ser Steffon.

Daeron hizo una mueca.

-¿Sólo uno?

-Ser Steffon ha salido en busca de unos amigos.

-Yo puedo conseguiros gente -dijo Egg-. Caballeros.

-Egg -dijo Dunk-, voy a luchar con tus hermanos.

-Sí, pero a Daeron no le haréis ningín daño –dijo el niño-. Acaba de deciros que se

tirará al suelo. En cuanto a Aerion... Recuerdo que de pequeño venía a mi

dormitorio en plena noche y me ponía el cuchillo entre las piernas. Decía que le

sobraban hermanos varones, y que quizá alguna noche me convirtiera en

hermana porque así podríamos casarnos. Además tiró a mi gato al pozo. El lo

niega, pero es un mentiroso.

El príncipe Daeron se encogió cansinamente de hombros.

-No miente el niño, no: Aerion es un verdadero monstruo. Se cree un dragón en

forma humana. Por eso se enojó tanto con las titiriteras. Lástima que no sea de la

familia Fossoway, porque entonces se creería manzana y estaríamos todos más

tranquilos. En fin, que se le va a hacer... -Se agachó para recoger la capa caída y

le sacudió la lluvia-. Tengo que volver al castillo en secreto antes de que se

extrañe mi padre de que tarde tanto en afilar la espada. Antes, sin embargo, me

gustaría deciros algo a solas, ser Duncan. ¿Salimos a dar un paseo?

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La reacción inicial de Dunk fue de recelo.

-Como deseéis, excelencia. -Enfundó la daga-. Tengo que ir a buscar mi escudo.

-Egg y yo buscaremos caballeros –prometió Raymun.

EI príncipe Daeron se ató la capa al cuello y se puso la capucha. Dunk salió con

él a la llovizna, y caminaron en dirección a los carromatos de los mercaderes.

-Soñé con vos -dijo el príncipe.

-Eso dijisteis en la posada.

-¿De veras? Pues era cierto. Mis sueños no son como los vuestros, ser Duncan.

Los míos son reales. Me dan miedo y me dais miedo vos. Soñé con vos y con un

dragón muerto; una bestia enorme, con alas tan inmensas que podían cubrir todo

este prado. Se os había caído encima, pero vos estabais vivo y el dragón muerto.

-¿Lo había matado yo?

-Lo ignoro, pero ahí estabais los dos, vos y el dragón. Antaño los Targaryen

éramos señores de dragones. Ahora no queda ninguno, pero nosotros sí. Yo no

quiero morir. EI motivo sólo lo saben los dioses, pero así es. Os pido pues un

favor: aseguraos de que a quien matéis sea a mi hermano Aerion.

-Yo tampoco quiero morir -dijo Dunk.

-No seré yo quien os mate. Retiraré mi acusación, pero de nada servirá si no hace

lo propio Aerion. -EI príncipe suspiró-. Es posible que mi mentira sea la causa de

vuestra muerte. Lamentaría que así fuera. Sé que estoy condenado a alguna clase

de infierno, donde sospecho que no habrá vino.

Tuvo un escalofrío. A continuación se separaron, debajo de una lluvia fresca y

lenta.

Los vendedores habían dejado sus carromatos en el margen occidental del prado,

al pie de un bosquecillo de abedules y fresnos. Bajo esos mismos árboles, Dunk

contempló con impotencia el espacio vacío donde había estado el carro de los

marionetistas. Se han marchado, pensó. Quedaban confirmados sus temores. Si

no fuera tan duro de mollera yo también huiría. Se preguntó cómo conseguir otro

escudo.

Probablemente le alcanzara el dinero, siempre que hubiera alguno a la venta.

-¡Ser Duncan! -lo llamó alguien desde la oscuridad. Al volverse, Dunk reconoció

al armero Pate con una linterna de hierro en la mano. Llevaba una capa corta de

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cuero; desnudo de cintura para arriba, exhibía la negra pelambrera de su torso y

sus brazos-.

Si venís buscando vuestro escudo, me lo dejó1a chica. -Miró a Dunk de pies a

cabeza-.

Dos Manos y dos pies. ¿Conque será un juicio por combate?

-Un juicio de siete. ¿Cómo lo habéis adivinado?

-Pues... Podrían haberos dado besos y un feudo, pero no parecía lo más probable.

En caso contrario os faltaría algún miembro. Seguidme.

EI carro del armero se reconocía fácilmente por la espada y el yunque pintados en

su flanco. Dunk entró detrás de Pate. EI armero colgó la linterna en un gancho,

se quitó1a capa mojada sin ayuda de las manos y se pasó una túnica de tela

basta por la cabeza. Después abatió una tabla sujeta con bisagras a la pared,

tabla que servía de mesa.

-Sentaos -dijo acercando a Dunk un taburete. Dunk obedeció.

-¿Adónde se ha marchado?

-Iban hacia Dorne. El tío de la chica es un hombre prudente. La mejor es

esfumarse y así no se acuerda de ti el dragón. Tampoco le parecía conveniente

que se quedara ella a veros morir. -Pate fue al fondo del carro, revolvió en la

oscuridad y volvió con un escudo-. El marco era de acero viejo y barato. Estaba

oxidado y se rompía fácilmente. Os he confeccionado uno nuevo con el doble de

grosor y he puesto cintas en el reverso. Ahora pesará más pero será más

resistente. La pintura es de la chica.

Dunk no esperaba un trabajo de tanta calidad. Hasta a la luz de la linterna

aparecían vivos los colores del crepúsculo, y era alto, fuerte y noble el árbol. La

estrella fugaz era una pincelada luminosa en un cielo rojizo. No obstante, al verlo

de cerca, Dunk tuvo la impresión de que había un error. En lugar de pasar la

estrella caía. ¿Qué emblema era aquél? ¿Caería él con la misma rapidez? El

crepúsculo, además, anuncia la llegada de noche.

-Debería haberme quedado con el cáliz -dijo entristecido-. Al menos tenía alas

para salir volando, y decía ser Arlan que la copa estaba llena de fe, compañerismo

y cosas buenas para beber. Parece que este escudo represente la muerte.

-EI alma está vivo -señaló Pate-. ¿Veis lo verdes que son las hojas? Sin duda es

un follaje de verano. Yo además he visto escudos con calaveras, lobos y cuervos;

hasta con ahorcados y cabezas ensangrentadas, y sirvieron bien a sus dueños.

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Éste también lo hará. ¿Conocéis la cancioncilla del escudo? Protegedme, roble y

hierro...

-…o acabaré en el infierno -terminó Dunk. Hacía muchos años que no se

acordaba de ella. Se la había enseñado el viejo tiempo atrás-. ¿Cuánto os debo

por el marco nuevo y las correas? -preguntó a Pate.

El armero se rascó la barba.

-Por tratarse de vos una moneda de cobre.

Al despuntar a oriente los primeros resplandores la lluvia casi había cesado, pero

no sin haber hecho su trabajo. Los hombres de lord Ashford habían retirado las

barreras y el terreno de justas quedaba como una gran ciénaga, mezcla de barro

y hierba arrancada. Dunk se encaminó hacia el lugar del torneo en compañía de

Pate. Se enroscaban en sus pies volutas de niebla semejantes a serpientes.

La tribuna empezaba a llenarse de nobles y damas que se arrebujaban en sus

capas para protegerse del frío matinal. También acudía el pueblo llano, en forma

de cientos de personas alineadas a lo largo de las vallas. ¡Cuánto público para

verme morir!, pensó Dunk con amargura; pero era injusto. A pocos pasos de él

exclamó una mujer: -¡Buena suerte!

Se acercó un anciano a darle la mana.

-Que los dioses os den fuerza -dijo.

A continuación, un fraile mendicante de raído hábito marrón bendijo su espada, y

una joven le dio un beso en la mejilla. Están de mi lado, pensó Dunk.

-¿Por qué? -preguntó a Pate-. ¿Qué ven en mí?

-A un caballero que recordó sus votos -contestó el armero.

Encontraron a Raymun fuera del recinto de los retadores, en el extremo sur del

terreno de justas, donde esperaba con los caballos de su primo y Dunk. Trueno

soportaba mal el peso de la barda. Pate la examinó y dijo que era de buena

calidad, aunque la hubiera forjado otra persona. Dunk se alegró de tenerla,

aunque desconociera su procedencia.

Vio entonces a los otros: el tuerto de barba entrecana y el joven caballero con

sobreveste a rayas amarillas y negras y colmenas en el escudo. Robyn Rhysling y

Humfrey Beesbury, pensó con asombro; y también ser Humfrey Hardyng. Este

último iba montado en el corcel rojo de Aerion, cuya barda había sustituido por la

suya, de rombos rojos y blancos.

Fue hacia ellos.

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-¿Cómo pagaros esta deuda, sers?

-El que está en deuda es Aerion -repuso ser Humfrey Hardyng-, y pretendemos

hacérsela pagar.

-Me dijeron que teníais la pierna rota.

-Y no os mintieron -dijo Hardyng-. No puedo caminar, pero mientras esté en

condiciones de montar podré combatir.

Raymun llamó a Dunk y Ie dijo:

-Esperé que Hardyng quisiera la revancha sobre Aerion, y así es. Da la casualidad

de que el otro Humfrey es cuñado suyo. Ser Robyn es cosa de Egg, que lo conoce

de otros torneos. Por lo tanto sois cinco.

-Seis -dijo Dunk con cara de sorpresa, señalando a alguien. Un caballero entraba

en el recinto, seguido por el escudero que tiraba del caballo-. La Tormenta que

Ríe. -Ser Lyonel, que le llevaba una cabeza a ser Raymun y casi igualaba la

estatura de Dunk, llevaba sobreveste de brocado con el ciervo coronado de la

casa de Baratheon, y sostenía el yelmo con astas bajo el brazo. Dunk le tendió la

mano-. Ser Lyonel, no hay palabras suficientes para agradeceros vuestra

presencia, ni a ser Steffon el haberos traído.

-¿Ser Steffon? -Ser Lyonel quedó perplejo-. Quien ha venido a buscarme es

vuestro escudero, Aegon. El mío quiso ahuyentarlo, pero el crío se le metió entre

las piernas y derramó una copa de vino encima de mi cabeza. -Rió-. ¿Sabíais que

hace más de cien años que no se celebra un juicio de siete? Por nada del mundo

me habría perdido la oportunidad de pelear contra los caballeros de la guardia

real, y de paso retorcerle la nariz al príncipe Maekar.

-Seis -dijo Dunk a ser Raymun con tono esperanzado, mientras ser Lyonel se

unía los demás-. Seguro que vuestro primo trae al que falta.

La multitud se alborotó. Por el extremo norte del prado, salida de la niebla del río,

llegaba al trote una columna de caballeros. La encabezaban los tres de la guardia

real, que con sus armaduras esmaltadas de blanco y sus largas capas del mismo

color parecían fantasmas. Hasta sus escudos eran completamente blancos, como

recién nevados. Trotaban detrás el príncipe Maekar y sus hijos. Aerion montaba

un caballo pinto que a cada paso dejaba entrever por la coraza destellos grises,

anaranjados y rojos. El corcel de su hermano era zaino, más pequeño y acorazado

con escamas negras y doradas. EI yelmo de Daeron llevaba una pluma verde de

seda. No obstante, el aspecto más sobrecogedor lo ofrecía su padre: tenía en los

hombros, la cimera y la espalda sendos colmillos de dragón, negros y curvos. La

maza con pinchos sujeta a su silla de montar era un arma de aspecto tan

mortífero que Dunk no recordaba haber visto ninguna igual.

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-¡Seis! -exclamó Raymun de repente-. Sólo son seis.

Dunk vio que era cierto, y pensó: tres caballeros negros y tres blancos. También

les falta un hombre. ¿Sería posible que Aerion no hubiera sido capaz de

encontrar al séptimo? ¿Qué significaba? ¿Lucharían seis contra seis de no

encontrar ninguno de ellos al séptimo? Mientras trataba de resolver el enigma

apareció Egg a su lado.

-Es hora de que os pongáis la armadura, señor.

-Gracias, escudero. Si eres tan amable...

Pate ayudó al niño. Cota de mallas, gola, grebas, guantelete, cofia, bragueta de

armar... Lo convirtieron en un ser metálico, comprobando tres veces la firmeza de

cada hebilla y cada cierre. Ser Lyonel, que estaba sentado, afilaba su espada con

piedra de amolar, mientras los Humfreys hablaban en voz baja, ser Robyn rezaba

y Raymun Fossoway se paseaba inquieto, preguntándose por el paradero de su

primo.

Cuando llegó ser Steffon Dunk estaba completamente armado.

-¡Raymun! -dijo-. Mi cota de mallas, por favor.

Se había puesto un jubón acolchado para llevar debajo del peto.

-Ser Steffon -dijo Dunk-, ¿qué hay de vuestros amigos? Para ser siete

necesitamos otro caballero.

-Temo que necesitéis a dos -dijo ser Steffon.

Raymun le enlazó la parte trasera de la cota.

-¿Dos, decís?

Dunk no lo entendía.

Ser Steffon cogió un guantelete de excelente acero, metió en el su mano izquierda

y flexionó los dedos.

-Yo veo cinco -dijo, mientras le ataba el cinturón Raymun-. Beesbury, Rhysling,

Hardyng, Baratheon y vos.

-Y vos -dijo Dunk-. Sois el sexto.

-Yo soy el séptimo -dijo ser Steffon, sonriendo-, pero del otro bando. Lucho con el

príncipe Aerion y los acusadores.

Raymun, que estaba a punto de entregar el yelmo a su primo, quedo en

suspenso.

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-¡No!

-Sí. -Ser Steffon se encogió de hombros-. Seguro que ser Duncan lo entiende.

Tengo un deber para con mi príncipe.

-Le dijiste que se fiara de ti.

Raymun se había puesto blanco.

-¿De veras? -Ser Steffon cogió el yelmo de manos de su primo-. Seguro que en el

momento de decirlo era sincero. Tráeme mi caballo.

-Ve a buscarlo tú -dijo Raymun, furioso-. Si crees que estoy dispuesto a tomar

parte en algo así es que eres tan necio como vil.

-¿Vil? -Ser Steffon hizo chasquear la lengua-. Vigila esa lengua, Raymun. Los dos

somos manzanas del mismo árbol, y tú eres mi escudero. ¿No habrás olvidado

tus votos?

-No. ¿Y tú los tuyos? Juraste ser un caballero.

-Antes de que acabe el día habré dejado de ser un simple caballero para

convertirme en lord Fossoway. Me gusta como suena.

Sonriente, se puso el otro guantelete, dio media vuelta y cruzó el recinto en

dirección a su caballo. Los demás defensores lo miraban con desprecio, pero no

hubo ninguno que intentara detenerlo.

Dunk vio que ser Steffon llevaba a su corcel de un lado a otro del prado. Apretó

los puños, pero tenía la garganta demasiado contraída para hablar. De todos

modos, pensó, la gente de esa calaña no se inmuta por nada.

-Armadme caballero. -Raymun puso una mano en el hombro de Dunk y le hizo

darse la vuelta-. Ocuparé yo el lugar de mi primo. Armadme caballero, ser

Duncan.

Se apoyó en una rodilla.

Dunk, ceñudo, se llevó la mano al puño de la espada, pero después vaciló.

-Raymun... No estaría bien.

-Es necesario. Sin mí sólo sois cinco.

-Tiene razon -dijo ser Lyonel Baratheon-. Hacedlo, ser Duncan. Todo caballero

tiene derecho a armar a otro.

-¿Dudáis de mi valor? -preguntó Raymun.

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-No -dijo Dunk-, por supuesto que no, pero...

Seguía titubeando.

La neblina matinal vibró con una fanfarria. Llegó corriendo Egg.

-Os llama lord Ashford, señor.

La Tormenta que Ríe sacudió la cabeza con impaciencia.

-Id, ser Duncan. Me ocuparé yo de armar a Raymun. -Deslizó la espada fuera de

la vaina y apartó a Dunk con el hombro-. Raymun de Fossoway –pronunció

solemnemente, tocando al escudero en el hombro derecho con la hoja-, en el

nombre del Guerrero os ordeno ser valiente. -La espada se traslado del hombro

derecho al izquierdo-. En el nombre del Padre os ordeno ser justo. -De nuevo al

derecho-. En el nombre de la Madre os ordeno defender a los jóvenes y los

inocentes. -Izquierdo-. En el nombre de la Doncella os ordeno proteger a todas las

mujeres...

Dunk los dejó en aquel punto, sintiéndose tan aliviado como culpable. Sigue

faltándonos uno, pensó, mientras Egg le sujetaba a Trueno. ¿Dónde encontraré a

otro hombre? Dio la vuelta al caballo y trotó hacia la tribuna, donde aguardaba

lord Ashford. EI príncipe Aerion fue a su encuentro desde el lado norte.

-Ser Duncan -dijo alegremente-, parece que sólo tenéis cinco paladines.

-Seis -dijo Duncan-. Ser Lyonel está armando caballero a Raymun Fossoway.

Lucharemos seis contra siete.

Conocía casos de victorias en desventaja mucho mayor.

Lord Ashford, sin embargo, negó con la cabeza.

-No está permitido, señor. Si no halláis a otro caballero que se ponga de vuestro

lado se os declarará culpable de los delitos que se os imputan.

Culpable, pensó Dunk. Culpable de haber aflojado un diente, y por ese delito

debo morir.

-Os pido unos instantes.

-Concedidos.

Se desplazó a lo largo de la valla. La tribuna estaba atestada de caballeros.

-Nobles señores -exclamó-, ¿hay alguien aquí que recuerde a ser Arlan de

Pennytree? Yo fui escudero suyo y servimos a más de uno de los presentes.

Comimos en vuestras mesas y dormimos en vuestras salas. -Vio a Manfred

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Dondarrion sentado en la fila superior-. Ser Arlan fue herido al servicio de

vuestro padre. -Lejos de prestarle atención, el caballero dijo algo a la dama que

tenía al lado. Dunk no tuvo más remedio que seguir-. Lord Lannister, en cierta

ocasión ser Arlan os derribó en torneo. -El León Gris se miró las manos

enguantadas, haciendo estudio de no levantar la vista-.

Era un hombre bueno y me enseñó las artes de la caballería. No sólo espada y

lanza, sino honor. Decía que los caballeros defienden a los inocentes. No es más

que lo que hice. Necesito a otro caballero que luche de mi lado. Sólo uno. ¿Lord

Caron? ¿Lord Swann?

Lord Swann contestó con una risa disimulada al comentario que le susurraba

lord Caron al oido.

Dunk tiró de las riendas a la altura de ser Otho Bracken y dijo en voz más baja:

-Ser Otho, vuestras dotes guerreras son de todos conocidas. Os ruego que os

unáis a nosotros. Os lo ruego en nombre de los dioses antiguos y de los nuevos.

Mi causa es justa.

-Quizá -dijo la Bestia de Bracken, que al menos tuvo la cortesía de responder-,

pero es vuestra, no mía. Yo a vos no os conozco, joven.

Dunk, abatido, dio media vuelta a Trueno e hizo varias pasadas delante de las

hileras de hombres de tez clara, hasta que la desesperación le arranco un grito.

-¿No hay caballeros de verdad entre vosotros?

Por única respuesta obtuvo el silencio.

Al fondo del prado rió el príncipe Aerion.

-¡Del dragón no se burla nadie! -exclamó.

Entonces se oyó otra voz.

-Yo lucharé en el bando de ser Duncan.

La niebla del río se abrió para dar paso a un corcel negro, montado por un jinete

del mismo color. Dunk vio el escudo del dragón y la cimera de tres cabezas

esmaltada de rojo. EI Joven Príncipe, pensó. ¿Es posible que se trate de él?

Lord Ashford cometió el mismo error.

-¿Príncipe Valarr?

-No, mi señor. -El caballero negro se levantó la visera-. Como no había previsto

participar en las justas, no traje armadura. Mi hijo ha tenido la bondad de

prestarme la suya.

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EI príncipe Baelor sonrío casi con tristeza.

Dunk reparó en la confusión que reinaba entre los acusadores. El príncipe

Maekar espoleó a su montura.

-¿Has perdido el juicio, hermano? -Señaló a Dunk con un dedo cubierto de malla-

.

Este hombre atacó a mi hijo.

-Este hombre -replicó el príncipe Baelor- protegió a los débiles, como es el deber

de cualquier caballero que se precie. Que decidan los dioses si tuvo o no razón.

Dio un tirón a las riendas, hizo dar la vuelta al descomunal caballo negro de

batalla de Valarr y trotó hacia el lado sur del prado.

Dunk lo siguió a lomos de Trueno, y los demás defensores se reunieron en torno

a los dos: Robyn Rhysling, ser Lyonel y los Humfreys. Excelentes caballeros,

pensó Dunk, pero ¿serán bastante buenos?

-¿Y Raymun?

-Ser Raymun, con vuestro permiso. -El joven llegó a medio galope, sonriendo

forzadamente bajo el yelmo emplumado-. os pido disculpas, señor. Me he visto

obligado a introducir ciertos cambios en mi escudo de armas, a fin de no ser

confundido con mi poco honorable primo. -Enseñó a todos el escudo. El campo

de oro seguía como antes; también la manzana de los Fossoway conservaba su

lugar, pero no su color, convertido en verde-. Temo no estar todavía maduro, pero

mejor estar verde que agusanado, ¿verdad?

Ser Lyonel rió, y Dunk no pudo evitar una sonrisa. Hasta el príncipe Baelor

parecía complacido.

El capellán de lord Ashford, que se había colocado delante de la tribuna, alzó su

copa de cristal, llamándolos a todos a oración.

-Escuchadme todos -dijo Baelor en voz baja-: en la primera carga los acusadores

irán armados con pesadas lanzas de batalla. Son de fresno, con unas longitudes

de ocho pies, protegidas con cintas de posibles roturas y dotadas de una punta

de acero lo bastante afilada para que el peso de un corcel le permita horadar una

armadura.

-Nosotros usaremos las mismas -dijo ser Humfrey Beesbury.

Detrás de él, el capellán invocaba a los Siete, pidiéndoles que juzgaran aquel

pleito y otorgasen la victoria a aquellos caballeros cuya causa fuera justa.

-No -dijo Baelor-. Nosotros lucharemos con lanzas de torneo.

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-Están hechas para romperse -objetó Raymun.

-Sí, pero aparte de eso tienen doce pies de longitud. Si damos nosotros en el

blanco ellos no podrán tocarnos. Apuntad al yelmo o al peto. En los torneos es

galante romper la lanza contra el escudo del enemigo, pero aquí podría significar

la muerte. Si logramos derribarlos y seguir montados la ventaja será nuestra. -

Miró a Dunk-. En caso de que muera ser Duncan se considerará que los dioses lo

han juzgado culpable y finalizará el combate. Lo mismo ocurrirá si mueren sus

dos acusadores o retiran sus acusaciones. En los demás casos, para que acabe el

juicio deben morir los siete caballeros de un bando u otro.

-EI príncipe Daeron no luchará -dijo Dunk.

-O en todo caso mal -dijo ser Lyonel, divertido-. En contrapartida tenemos como

oponentes a tres de las Espadas Blancas.

Baelor se lo tomó con calma.

-Fue un error por parte de mi hermano ordenar a la guardia real que luchara por

su hijo. Su voto les prohibe herir a un príncipe de sangre real. Tenemos la

fortuna de que yo lo sea. -Esbozó una sonrisa-. Si lográis alejarme de los otros me

ocuparé de la guardia real.

-¿Se ajusta a caballería lo que decís, excelencia? -preguntó ser Lyonel Baratheon,

al tiempo que el capellán terminaba su invocación.

-Nos lo harán saber los dioses -dijo Baelor Rompelanzas.

Se había apoderado del prado de Vado Ceniza un silencio profundo y cargado de

expectación.

EI corcel de Aerion, situado a setenta metros, relinchaba de impaciencia y piafaba

en el barro. En comparación, Trueno estaba muy quieto. Era un caballo más

viejo, veterano de medio centenar de batallas, y sabía lo que se esperaba de él.

Egg entregó el escudo a Dunk.

-Que os acompañen los dioses, señor -dijo.

La visión del olmo y la estrella fugaz dio ánimos a Dunk, que metió el brazo por la

correa y apretó con fuerza el asidero. Protegedme, roble y hierro, o acabaré en el

infierno. Pate le trajo la lanza, pero Egg insistió en que debía ser él quien la

pusiera en manos de Dunk.

Los compañeros de éste, que formaban a ambos lados, asieron las suyas y se

alinearon a lo ancho. Dunk tenía a su derecha al príncipe Baelor y a su izquierda

a ser Lyonel, pero la estrechez de la ranura limitaba su visión a lo que tenía justo

delante. Desaparecida la tribuna, invisible el público apretujado contra la valla,

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sólo quedaba el campo enfangado y la niebla lechosa en movimiento, el río, la

ciudad y el castillo al norte, y el príncipe con su corcel gris, llamas en el yelmo y

dragón en el escudo. Dunk le vio coger de manos de su escudero una lanza de

batalla de ocho pies y color negro. Si puede, pensó, me la clavará en el corazón.

Sonó un clarín.

Por un instante brevísimo, y a pesar de que todos los caballos hubieran salido al

galope, Dunk guardó la misma inmovilidad que una mosca en ámbar. Se sintió

atravesado por una punzada de pánico, y pensó enloquecidamente: se me ha

olvidado todo. Me cubriré de vergüenza y lo perderé todo.

Fue salvado por Trueno. El corcel castaño conocía mejor que su amo lo que

tocaba, e inició un trote lento. Entonces se impuso la formación de Dunk, que dio

al caballo un suave toque de espuelas y bajó la lanza. Al mismo tiempo levantó el

escudo hasta cubrirse casi toda la mitad izquierda del cuerpo y le imprimió el

ángulo necesario para desviar los golpes. Protegedme, roble y hierro, o acabare en

el infierno.

Los gritos del público se escuchaban distantes como el oleaje. Trueno cambió de

trote a galope y adquirió tal velocidad que Dunk apretó inconscientemente las

mandíbulas. Entonces aplicó todo su peso a los estribos, tensó las piernas y dejó

que su cuerpo participase del movimiento del caballo. Soy Trueno, pensó, y

Trueno es yo; somos un solo animal; estamos unidos y somos uno. Dentro del

yelmo el aire se había calentado tanto que casi le impedía respirar.

De tratarse de un torneo habría tenido a su contrincante a mano izquierda,

viéndose forzado a pasar la lanza por encima del cuello de Trueno. El ángulo

propiciaba la rotura del asta. Aquello, sin embargo, no era un torneo, sino un

juego mortal. A falta de barreras que los separasen, los corceles cargaban de

frente. El del príncipe Baelor, grande y negro, era mucho mas rápido que Trueno,

y Dunk lo vio por la ranura, galopando por delante. Al resto más que verlo lo

intuía. No tienen importancia, penso; sólo la tiene Aerion. Sólo él.

Vio aproximarse al dragón. Los cascos del corcel gris del príncipe Aerion

salpicaban barro. Dunk vio ensancharse las fosas nasales del animal. La lanza

negra seguía apuntando hacia arriba. El caballero que sostiene la lanza en alto y

apunta en el último momento siempre corre el riesgo de bajarla demasiado. Eso le

había dicho el viejo. Con la suya, Dunk apuntó al centro del peto del príncipe. Mi

lanza forma parte de mi brazo, se dijo. Es mi dedo, un dedo de madera. Sólo

tengo que tocarlo con mi largo dedo de madera.

Se esforzó por no ver la punta acerada de la lanza negra de Aerion, que a cada

paso del caballo aumentaba de tamaño. El dragón, pensó. Mira al dragón. La

gran bestia de tres cabezas, alas rojas y fuego dorado por aliento cubría el escudo

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del principe. No, recordó de pronto Dunk; sólo tienes que mirar en el momento

del golpe.

Por desgracia su lanza ya se había desviado. Intentó corregirlo pero era

demasiado tarde. Vio que la punta chocaba con el escudo de Aerion y se hincaba

entre dos cabezas del dragón, arrancando un pedazo de fuego pintado. EI sordo

crujido fue acompañado por la sensacion de que Trueno retrocedía, acusando con

temblores la fuerza del impacto. Inmediatamente después notó un choque

tremendo en el flanco.

Los caballos colisionaron con gran violencia, arrancando a las bardas un ruido

metálico. Trueno tropezó y Dunk perdió la lanza. Después se alejó de su enemigo,

aferrado desesperadamente a la silla para no caer. Trueno resbaló en el barro, y

Dunk sintió ceder las patas posteriores. Después de varios resbalones el corcel

cayó con dureza sobre los cuartos traseros.

-¡Arriba! -rugió Dunk, hincando las espuelas-.¡Arriba, Trueno!

Y el viejo caballo de batalla consiguió recobrar el equilibrio.

Dunk notó un dolor agudo debajo de las costillas y un peso en el brazo izquierdo.

Con su lanza, Aerion había atravesado roble, lana y acero. Del costado de Dunk

pendían tres pies de fresno astillado y durísimo hierro. Desplazó la mano

derecha, asió la lanza justo debajo de la punta, apretó los dientes y se la sacó de

un solo y brutal estirón. Brotó un chorro de sangre que se filtró por la malla. y

manchó la sobreveste.

El mundo se hizo borroso, y Dunk estuvo a punto de caer. Vagamente, a través

del dolor, oyó su nombre en varias voces. Su precioso escudo ya no servía de

nada. Lo arrojó al suelo, roble y estrella fugaz, y con ella lanza rota. Al

desenvainar la espada, sintió un dolor tan extremo que no se sintió capaz de

manejarla.

Hizo que Trueno se moviera en círculo, para ver que ocurría en el resto del prado.

Ser Humfrey Hardyng estaba sujeto al cuello de su montura, y se le veía

malherido. EI otro ser Humfrey yacía inmóvil en un charco de sangre y barro, con

una lanza clavada en la entrepierna. Dunk vio que el príncipe Baelor, cuya lanza

seguía intacta, derribaba del caballo a un miembro de la guardia real. Era el

segundo caballero blanco en caer.

También el príncipe Maekar había sido desmontado. EI jinete restante de la

guardia real esquivaba a ser Robyn Rhysling.

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¡Aerion!, penso Dunk. ¿Dónde está Aerion? Oyendo tras el un ruido de cascos,

volvió bruscamente la cabeza. Trueno relinchó y dio coces inútiles, al tiempo que

el corcel gris de Aerion se abalanzaba sobre él a todo galope.

Esta vez no hubo ninguna posibilidad de evitar la caída. Dunk perdió la espada y

vio subir el suelo a su encuentro. EI impacto lo sacudió hasta los huesos,

provocándole un dolor tan atroz que sollozó. Por unos instantes no pudo hacer

otra cosa que quedarse tendido con gusto a sangre en la boca. Dunk, el duro de

mollera, pensó. ¡El que ya se veía caballero! Supo que o volvía a levantarse o

estaba muerto. No podía respirar, y menos ver. Se le había embarrado la rendija

del yelmo. Aunque a ciegas, logró ponerse en pie y quitó el barro con el

guantelete. Ahora está mejor, pensó.

Vislumbró entre los dedos el vuelo de un dragón, y una bola con púas dando

vueltas al final de una cadena. Acto seguido le pareció que se le hacía trizas la

cabeza. Cuando se le abrieron los ojos volvía a estar en el suelo, esta vez de

espaldas, y encima sólo tenía un cielo oscuro y gris. Le dolía toda la cara y sentía

la fría presión del metal contra la mejilla y la sien. Me ha partido la cabeza,

pensó, y estoy muriendo. Lo peor era que morirían los otros con el: Raymun, el

príncipe Baelor y el resto. Les he fallado. No soy ningún paladín. Ni siquiera soy

un caballero errante. No soy nada. Se acordó del príncipe Daeron jactándose de

ser el mejor en quedarse inconsciente en el barro, y pensó: no conocía a Dunk, el

duro de mollera. Peor que el sufrimiento era la vergüenza.

Apareció el dragón encima de él.

Tenía tres cabezas y llameantes alas rojas, amarillas y naranjas. Reía.

-¿Ya has muerto, caballero patán? -preguntó el dragón-. Implora merced,

reconoce tu culpa y quizá me conforme con una mano y un pie. Ah, y los dientes,

pero ¿qué importan unos dientes? Seguro que alguien como tú puede vivir años a

base de puré de guisantes. -Volvió a reir-. ¿No? Pues cómete esto.

La bola con púas dio varias vueltas contra el cielo y cayó sobre Dunk con la

rapidez de una estrella fugaz.

Dunk rodó por el suelo.

No supo de dónde sacaba las fuerzas, pero las tuvo. Golpeó las piernas de Aerion,

le sujetó el muslo haciendo pinza con el avambrazo y la brafonera, lo derribó en el

barro entre reniegos y se le puso encima. ¡Que juegue ahora con su maldita bola!,

pensó. El príncipe intentó golpear a Dunk en la cabeza con el borde del escudo,

pero el yelmo, aunque maltrecho, resistió el impacto. Aerion era fuerte, pero más

lo era su contrincante, además de superarlo en estatura y peso. Dunk agarró el

escudo con las dos manos y lo retorció hasta romper las correas. Lo usó luego

para golpear repetidameme el yelmo del nieto del rey, hasta destrozarle las llamas

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de la cimera. El escudo, hecho de roble con refuerzo de hierro, era más grueso

que el de Dunk. Se soltó una llama, y después otra. EI príncipe se quedó sin

llamas mucho antes de que Dunk se quedara sin golpes.

Aerion acabó por soltar el mango de su bola, ya inútil, y quiso echar mano al

puñal que llevaba en la cintmura. Logró desenvainarlo, pero a Dunk le bastó un

golpe de escudo certero para arrojar el arma al barro.

A ser Duncan el Alto podría vencerlo, pensó, pero no a Dunk de Lecho de pulgas.

El viejo le había enseñado el dominio de la lanza y la espada, pero aquella clase

de pelea la había aprendido mucho antes, en oscuros callejones y sinuosos

pasajes. Dunk soltó el escudo abollado y levantó la visera del yelmo de Aerion.

Recordó el comentario de Pate sobre la vulnerabilidad de las viseras. El príncipe

apenas oponía resistencia. Sus ojos violáceos estaban llenos de pavor. Dunk

sintió el impulso repentino de reventarle uno entre los dedos del guantelete, como

simple uva, pero habría sido poco caballeresco.

-¡Rendios! -exclamó.

-Me rindo -susurró el dragón, casi sin mover los labios pálidos.

Dunk lo miró parpadeando, sin dar crédito a lo que acababa de oír. ¿Ya está?, se

preguntó. Volvió la cabeza lentamente hacia ambos lados, tratando de ver algo.

La ranura del yelmo había quedado parcialmente cerrada por el último golpe, que

la había hundido contra el lado izquierdo del rostro. Entrevió al príncipe Maekar

con la maza en la mano, tratando de correr hacia su hijo mientras lo sujetaba

Baelor Rompelanzas.

Dunk se puso en pie lo mejor que pudo, obligó a levantarse al príncipe Aerion, se

deshizo los lazos del yelmo, se lo quitó y lo arrojó a lo lejos. Al instante lo

abrumaron visiones y sonidos: gruñidos y reniegos, los gritos de la multitud, el

relincho de un corcel, otro corriendo por el prado sin jinete... Por doquiera

chocaban los aceros.

Raymun y su primo, ambos a pie, intercambiaban mandobles delante del estrado.

Sus escudos eran amasijos de astillas donde apenas se reconocía las manzanas

verde y roja.

Uno de los caballeros de la guardia real sacaba a rastras a un colega herido. Las

armaduras y las capas blancas no permitían diferenciarlos. EI tercero estaba en

tierra, y la Tormenta que Ríe se había unido al príncipe Baelor contra el príncipe

Maekar. Se oía el choque metálico de mazas, hachas y espadas contra yelmos y

escudos. A cada golpe que asestaba, Maekar recibía tres. Dunk vio que no

tardaría en caer, y pensó: debo poner fin al combate antes de que haya más

muertes.

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El príncipe Aerion protagonizó un amago inesperado hacia el mango de su arma.

Dunk le dio una patada en la espalda, lo puso boca abajo, le cogió una pierna y lo

arrastró por el prado. Cuando llegó a la tribuna donde estaba sentado lord

Ashford, el Príncipe Brillante tenía el color marrón de un retrete. Dunk lo obligo a

ponerse en pie y le propinó una fuerte sacudida, de resultas de la cual lord

Ashford y la hermosa zagala quedaron salpicados de barro.

-¡Decídselo!

Aerion Llamaviva escupió hierba y tierra. -Retiro mi acusación.

Más tarde, Dunk no recordaba si había abandonado el prado por su propio pie o

había tenido necesidad de ayuda. Le dolía todo el cuerpo, algunas partes más que

otras. Recordó haberse preguntado: ¿Ahora soy un caballero de verdad? ¿Soy un

paladín?

Egg lo ayudó a quitarse las grebas y la gola. También contribuyeron Raymun y

Pate, aunque Dunk estaba demasiado aturdido para diferenciarlos. Se reducían a

dedos, pulgares y voces. Supo, eso sí, que quien se quejaba era el armero.

-¡Mi armadura! -decía-. ¡Está destrozada, llena de muescas y de abolladuras!

¿Para eso tanto esfuerzo? Y lo peor es que ya veo que tendré que quitarle la cota

rompiéndola.

-¡Raymun! -dijo Dunk con tono apremiante, cogiendo a su amigo de la mano-. ¿Y

los demás? ¿Cómo les ha ido? - Tenía que saberlo-. ¿Ha muerto alguno?

-Beesbury - contestó Raymun-. Lo ha matado Donnel de Duskendale en el primer

choque. También está malherido ser Humfrey. Los demás estamos magullados y

ensangrentados, pero nada más. Excepto tú.

-¿Y los acusadores?

-A ser Willem Wylde, de la guardia real, se lo han llevado inconsciente, y creo

haber roto unas costillas a mi primo. ¡O eso espero!

-¿Y el príncipe Daeron? ¿Ha sobrevivido?

-Una vez derribado por ser Robyn no ha vuelto a levantarse. Es posible que tenga

roto un pie, porque lo pisoteó su propio caballo al correr suelto por el prado.

El aturdimiento de Dunk no le impidió sentir un alivio enorme.

-O sea, que el sueño del príncipe sobre la muerte del dragón no era cierto; a

menos, claro está, que haya muerto Aerion. Pero sigue vivo, ¿verdad?

-Sí -dijo Egg-. Le habéis perdonado vos la vida. ¿No os acordáis?

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-Supongo que sí. -EI recuerdo del combate empezaba a desdibujarse--. Hay ratos

en que estoy como borracho, Y otros en que me duele tanto el cuerpo que estoy

seguro de morirme.

Lo obligaron a tenderse de espaldas. Mientras hablaban los demás el quedó

mirando el cielo gris. Pareciéndole que aún no era mediodía, se preguntó cuanto

había durado la lucha.

-¡Por todos los dioses! ¡La punta de la lanza ha clavado muy hondo las mallas! -

oyó decir a Raymun-. Sólo podremos evitar que se gangrene si...

-Emborrachadlo y echad aceite hirviendo -propuso alguien-. Es lo que hacen los

médicos.

-Vino. -La voz poseía una tonalidad metálica extraña-. Aceite no, porque lo

mataría. Vino hirviendo. Mandaré a maese Yormwell cuando haya acabado de

cuidar a mi hermano.

Dunk tenía junto a él a un caballero de gran estatura, cuya armadura negra

estaba cubierta de abolladuras y muescas. ¡EI príncipe Baelor!, pensó. EI dragón

rojo de su yelmo había perdido una cabeza, las dos alas y casi toda la cola.

-Excelencia -dijo Dunk-, soy vuestro hombre. Por favor. Vuestro hombre.

-Mi hombre. -El caballero negro puso una mano en el hombro de Raymun para

no perder el equilibrio-. Necesito buenos caballeros, ser Duncan. El reino...

Arrastraba las sílabas de manera extraña. Quizá se hubiera mordido la lengua.

Dunk estaba muy cansado y le costaba no dormirse.

-Vuestro hombre -murmuró de nuevo.

El príncipe movió lentamente la cabeza hacia ambos lados.

-Ser Raymun... mi yelmo, si sois tan amable. La visera está... rota, y siento los

dedos... como si fueran de madera...

-Ahora mismo, excelencia. -Raymun cogió con las dos manos el yelmo del

príncipe y gruñó-. Ayudadme, maese Pate. .

El armero acercó un taburete de montar.

-Está hundido por detrás, excelencia, hacia el lado izquierdo. Se ha aplastado

contra la gola. Buen acero tiene que ser para aguantar un golpe semejante.

-La maza de mi hermano, sin duda -dijo Baelor con voz pastosa-. Es fuerte. –Hizo

una mueca-. Me... siento raro...

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-Allá va. -Pate retiro el yelmo abollado-. ¡Por todos los dioses! ¡Ay, dioses, ay,

dioses, ay, dioses!

Dunk vio caer del yelmo algo rojo. Se oyó un grito largo y horrible. Contra el cielo

gris y oscuro, un príncipe altísimo con armadura negra osciló con medio cráneo.

Dunk vio que al otro lado había sangre roja, hueso blanquecino y algo más, una

masa entre grisácea y azulada. Por el rostro de Baelor Rompelanzas pasó una

expresión peculiar, como una nube por delante del sol. Levantó la mano y se tocó

la parte posterior de la cabeza con dos dedos, y mucha, mucha suavidad.

Después cayó.

Lo sujetó Dunk.

-¡Arriba! -dijo, igual que a Trueno en el primer choque-. ¡Arriba!

Más tarde, sin embargo, ya no se acordaba, y el príncipe no se levantó.

Baelor, de la casa de Targaryen, príncipe de Rocadragón, Mano del Rey, Protector

del Reino y heredero del Trono de Hierro de los Siete Reinos de Occidente tuvo su

pira funeral en el patio de armas del castillo de Vado Ceniza, en la orilla norte del

río Cockleswent. A diferencia de otras grandes casas, algunas de las cuales

enterraban a sus muertos o los hundían en el frío y verde mar, los Targaryen

despedían a los difuntos con letras de fuego, porque llevaban la sangre del

dragón.

Había sido el mejor caballero de su época, y hubo quien se pronunció a favor de

que lo enviaran a la Oscuridad con la cota y la armadura, espada en mano. Al

final, sin embargo, prevalecieron los deseos de su padre, Daeron II, hombre de

carácter apacible. Cuando pasó Dunk, arrastrando los pies, junto al féretro del

príncipe Baelor, llevaba este una túnica de terciopelo negro y, bordado en rojo, el

dragón de tres cabezas. Ceñía su cuello una cadena de oro macizo. La espada

estaba envainada al lado del cadáver, pero lo que sí llevaba éste era yelmo, uno

delgado de oro con la visera levantada, para que se le viera la cara.

Valarr, el Joven Príncipe, veló al pie del féretro en la capilla ardiente de su padre.

Era parecido a él pero más bajo, más delgado y más apuesto, sin aquella nariz,

rota en dos ocasiones, que prestara a Baelor un aspecto más humano que regio.

Tenía Valarr el pelo castaño, pero con una mecha plateada. Viéndola, Dunk se

acordó de Aerion, pero supo que era una comparación injusta. El pelo que volvía

a salirle a Egg era tan claro como el de su hermano, pero Egg era buen chico,

sobre todo tratándose de un príncipe.

Cuando Dunk se detuvo a dar el pésame, profusamente aderezado con palabras

de gratitud, el principie Valarr lo miró con ojos muy azules y dijo parpadeando:

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-Mi padre sólo tenia treinta y nueve años. Estaba destinado a ser un gran rey, el

mayor desde Aegon el Dragón. ¿Cómo es posible que a él se lo llevaran los dioses

y os dejaran a vos? -Recalcó el “vos” y sacudió la cabeza-. Marchaos, ser Duncan.

Marchaos.

Dunk, que se había quedado mudo, se alejo cojeando del castillo en dirección al

remanso del río. No habría sabido qué responder a Valarr. Los médicos y el vino

hirviendo habían sido eficaces, y la herida se le curaba de manera limpia, no sin

dejar una gruesa cicatriz entre su brazo izquierdo y su pezón. No había ocasión

en que se viera la herida sin pensar en Baelor. Me salvó una vez con la espada,

pensó, y otra con

la palabra, a pesar de que en ese momento ya fuera hombre muerto. Un mundo

donde moría un gran príncipe por la vida de un caballero errante era un mundo

sin sentido.

Sentado al pie del olmo, Dunk, taciturno, se miraba el pie.

Horas después, viendo acercarse a su lugar de acampada a cuatro soldados con

la librea real, tuvo la certeza de que venían a matarlo. Como estaba demasiado

débil para coger una espada, aguardó con la espalda apoyada en el olmo.

-Nuestro príncipe solicita el favor de unas palabras en privado.

-¿Qué príncipe? -preguntó Dunk con cautela.

-Éste -dijo una voz ruda antes de que pudiera contestar el capitán.

Maekar Targaryen salió de detrás del olmo. Dunk se levantó con lentitud,

pensando: ¿qué querrá de mí ahora?

Respondiendo a unas señas de Maekar, los soldados protagonizaron una

desaparición tan repentina como lo había sido su llegada. EI príncipe miró a

Dunk con gran detenimiento, hasta dar media vuelta, alejarse hacia el río y

contemplar su reflejo en el agua.

-He mandado a Aerion a Lys -anunció bruscamente-. Quizá unos cuantos años

en las Ciudades Libres lo cambien a mejor.

Dunk no supo que decir, porque nunca había estado en las Ciudades Libres. Ni

su alegría por que Aerion ya no se encontrara en los Siete Reinos ni su esperanza

de que no regresara jamás eran cosas adecuadas para decírselas a un padre.

Prefirió guardar silencio.

El príncipe Maekar se volvió a mirarlo.

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-Habrá algunos que digan que quise matar a mi hermano. Los dioses saben que

es mentira, pero oiré murmuraciones hasta el día de mi muerte. Además estoy

seguro de que el golpe mortal lo asestó mi maza. Sólo luchó contra tres hombres

más: los tres caballeros de la guardia real, cuyos votos les prohiben otra cosa que

no sea defenderse.

Por lo tanto fui yo. Es extraño, pero no recuerdo el golpe que le partió el cráneo.

¿Es una suerte o una maldición? Yo creo que un poco de ambas cosas.

A juzgar por su mirada, el príncipe quería una respuesta.

-No sabría decirlo, excelencia. -Quizá Dunk hubiera debido odiar a Maekar, pero

lo que sentía por él era una extraña compasión-. EI mazazo lo asestasteis vos,

pero el príncipe Baelor murió por mí. Por lo tanto, soy tan responsable de su

muerte como vos.

-Sí -convino el príncipe-. También los oiréis murmurar. El rey es anciano.

Cuando muera subirá Valarr al Trono de Hierro en sustitución de su padre. Cada

vez que se pierda una batalla o una cosecha dirán los tontos: “Baelor no lo habría

permitido, pero le falló el caballero errante.”

Dunk supo que era cierto.

-Si yo no hubiera luchado me habríais cortado la mano y el pie. A veces me siento

debajo de este árbol, me miro los pies y me pregunto si no podría haber

renunciado a uno. ¿Qué valor tiene uno de mis pies en comparación con la vida

de un príncipe? Y no hablemos de los otros dos, los Humfreys, que también eran

buenos caballeros.

Aquella misma noche ser Humfrey había sucumbido a sus heridas.

-¿Y que respuesta os da vuestro árbol?

-Ninguna, al menos que oiga yo, pero el viejo, ser Arlan, decía cada anochecer: “A

saber que nos deparará el día de mañana.” No llegó a saberlo, ni lo sabemos

nosotros. Pues bien, ¿y si algún día necesito ese pie? ¿Y si llega el día en que lo

necesite el reino, en que lo necesite aún más que la vida de un príncipe?

Apretando la boca tras la barba plateada que daba una apariencia tan cuadrada

a su rostro, Maekar se tomó su tiempo en digerir las palabras de Dunk.

-Lo dudo mucho -dijo con mal tono-. El reino anda sobrado de caballeros

errantes, tantos como caminos, y todos tienen pies.

-Si su excelencia tiene una respuesta mejor, me gustaría oírla.

Maekar frunció el entrecejo.

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-Es posible que los dioses tengan afición por las bromas crueles. O que no haya

dioses. Quizá lo ocurrido carezca de sentido. Se lo preguntaría al Gran Capellán,

pero la última vez que le pedí consejo me dijo que las sendas de los dioses se

escapan a la comprensión de los humanos. Quizá le conviniera dormir al pie de

un árbol. -Hizo una mueca-. Parece que mi hijo menor os ha tornado cariño. Es

hora de que se haga escudero, pero se niega a servir a otro caballero que no seáis

vos. Ya os habréis dado cuenta de que es un chiquillo revoltoso. ¿Lo aceptáis a

vuestro cargo?

-¿Yo? -Dunk abrió la boca, la cerró y volvió a abrirla-. Egg... Digo, Aegon... es

buen chico, pero excelencia... sé que es un honor, pero... soy un simple caballero

errante.

-Puede remediarse -dijo Maekar-. Aegon regresará a mi castillo de Summerhall. Si

lo deseáis hay sitio para vos. Sereis adscrito a mi casa. Me jurareis lealtad, y

Aegon podrá serviros como escudero. Mientras vos lo entrenáis mi maestro de

armas acabará de formaros. -EI príncipe miró a Dunk con picardía-. No dudo que

el tal ser Arlan se desviviera por vos, pero os queda mucho que aprender.

-Lo sé, excelencia. -Dunk miró alrededor: la hierba verde, los juncos, el olmo

frondoso, las ondas bailando en la superficie del remanso... Sobrevolaba el agua

otra libélula, a menos que fuera la misma. ¿Qué eliges, Dunk?, se preguntó.

¿Libélulas o dragones? Pocos días atrás habría contestado sin vacilaciones. Era

su gran sueño, pero ahora que lo tenía a mano le asustaba-. Justo antes de la

muerte del príncipe Baelor le juré fidelidad.

-Fue una impertinencia -dijo Maekar-. ¿Qué contestó?

-Que el reino necesitaba buenos caballeros.

-Muy cierto. ¿Qué queréis decir?

-Acepto a vuestro hijo como escudero, excelencia, pero no en Summerhall, al

menos durante uno o dos años. Considero que ya ha visto suficientes castillos.

Sólo lo acepto si se me permite llevármelo por los caminos. -Señaló al viejo

Castaño-.

Montará a mi penco, llevará mi capa vieja, me mantendrá afilada la espada y

limpia la cota. Dormiremos en posadas y establos, unas veces en las tierras de un

señor y otras, si es necesario, debajo de los árboles.

La mirada del príncipe Maekar expreso incredulidad.

-¿Acaso el juicio os ha reblandecido el cerebro? Aegon es príncipe del reino, y los

príncipes no están hechos para dormir en zanjas ni comer carne dura de buey en

salmuera. -Vio vacilar a Dunk-. ¿Qué tenéis miedo de decirme? Hablad a vuestro

antojo.

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-Adivino que Daeron nunca ha dormido en ninguna zanja -dijo Dunk con mucha

calma-, y lo más probable es que Aerion sólo se haya alimentado de filetes de

buey gruesos y poco hechos.

Maekar Targaryen, príncipe de Summerhall, contempló largo rato a Dunk de

Lecho de pulgas, moviendo la mandíbula en silencio bajo la barba de plata.

Después dio media vuelta y se alejó sin hablar. Dunk oyó que se marchaba con

sus hombres. EI único ruido posterior a su partida fue el leve zumbido de las alas

de la libélula al rozar el agua.

A la mañana siguiente, justo a la salida del sol, llego el niño. Llevaba botas viejas,

pantalones marrones, una túnica de lana del mismo color y una capa gastada de

viajero.

-Dice mi padre que debo serviros.

-Que debo serviros, ser -le recordó Dunk-. Empieza por ensillar a los caballos.

Castaño es para ti, así que trátalo bien. Y que no te encuentre a lomos de Trueno

a menos que te lo haya ordenado yo.

Egg fue en busca de las sillas de montar.

-¿Adónde vamos, señor?

Dunk reflexionó.

-Nunca he pasado las Montanas Rojas. ¿Te apetece echar un vistazo a Dorne?

Egg contestó con una sonrisa socarrona.

-Dicen que hay buenos marionetistas.

FIN

El Caballero Errante

George R. R. Martin

1998

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LA ESPADA LEAL

Por

GEORGE R. R. MARTIN

Un Cuento de los Siete Reinos

En el interior de una jaula de hierro situada en un cruce de caminos, dos

cadáveres se pudrían al sol del verano.

Egg se detuvo debajo para echarles un vistazo.

-¿Quienes pensáis que eran, Ser? -Su mula Maestra, agradecida por el respiro,

comenzó a ramonear la seca hierba rastrera de las orillas del camino, ajena a las

dos enormes cubas de vino de su lomo.

-Ladrones -dijo Dunk. Montado sobre Trueno, estaba mucho más cerca de los

muertos-.

Violadores. Asesinos. -Bajo ambos brazos, su vieja túnica verde presentaba

manchas oscuras en forma de círculo. El cielo era azul y el sol resplandeciente y

cálido, y había sudado litros desde que levantaran el campamento por la mañana.

Egg se quitó el flexible sombrero ancho de paja. Debajo, su cabeza era calva y

reluciente.

Usó el sombrero para espantar a las moscas. Había cientos sobre los cadáveres, y

más aún revoloteando perezosamente por el aire caliente e inmóvil.

-Debe haber sido algo malo, para que les dejaran morir dentro de una jaula.

En ocasiones, Egg podía ser tan sabio como cualquier maestre, pero otras veces

seguía siendo un niño de diez años.

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-Hay señores y señores -dijo Dunk-. Algunos no necesitan muchos motivos para

dejar que un hombre muera.

La caja de hierro apenas tenía el tamaño suficiente para contener un hombre,

pero dos habían sido forzados a entrar. Estaban cara a cara, con los brazos y las

piernas enredados y las espaldas contra el caliente hierro negro de los barrotes.

Uno había intentado comerse al otro, por los mordiscos en su cuello y hombros.

Los cuervos sí que lo habían hecho, a los dos.

Cuando Dunk y Egg habían rodeado la colina, los pájaros habían levantado el

vuelo como una nube oscura, tan espesa que Maestra se había asustado.

-Quienquiera que fuesen, parecen haber muerto de hambre -dijo Dunk.

Esqueletos dentro de la piel, y la piel es verde y se está pudriendo-. Debe ser que

robaron algo de pan, o cazaron un venado en el bosque de algún noble. -Con la

sequía entrando en su segundo año, la mayoría de los señores se había vuelto

menos tolerante con la caza furtiva, y para empezar ninguno lo había sido

demasiado.

-Pudiera ser que estuvieran en alguna banda de forajidos. -En Dosk, habían oído

a un arpista cantar “El día en que ahorcaron a Robin el Negro”. Desde entonces,

Egg veía gallardos forajidos detrás de cada arbusto.

Dunk se había encontrado con algún forajido mientras servía como escudero para

el anciano. No tenía prisa por encontrarse con ninguno más. Ninguno de los que

había conocido fue especialmente gallardo. Recordó a un bandido que Ser Arlan

había ayudado a colgar, por robo de anillos. Cortaba los dedos de los hombres

para conseguirlos, pero con las mujeres prefería morder. Que Dunk supiera, no

había canciones en su honor. Bandidos o cazadores furtivos, no hay diferencia.

Los muertos son una compañía muy pobre. Hizo caminar a Trueno alrededor de

la jaula. Los ojos vacíos parecían seguirle. Uno de los cadáveres tenía la cabeza

gacha y la boca abierta. No tenía lengua, observó Dunk. Supuso que los cuervos

se la habrían comido. Los cuervos siempre picoteaban primero los ojos del

cadáver, según había oído, pero quizá la lengua iba la segunda. O puede que un

señor se la haya cortado, por algo que dijo.

Dunk se pasó los dedos por su coleta de pelo con mechas rubias. Los muertos

estaban más allá de su ayuda, y tenían unas cubas de vino que llevar a Tiesa.

-¿Por donde vinimos? -preguntó, pasando la mirada de una carretera a otra-. Me

he despistado.

-Tiesa está por ahí, Ser -señaló Egg.

-Por ahí nos vamos, pues. Podríamos estar de regreso para el ocaso, pero no si

nos sentamos aquí todo el día a contar las moscas. -Tocó a Trueno con los

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talones y condujo al gran corcel hacia el ramal de la izquierda. Egg volvió a

ponerse el sombrero y tiró con fuerza de las bridas de Maestra. La mula dejó de

mordisquear la hierba y, por una vez, siguió adelante sin discutir. También tiene

calor, pensó Dunk, y esas barricas de vino deben de ser pesadas.

El sol veraniego había vuelto el camino tan duro como el ladrillo. Los surcos eran

lo bastante profundos para romper la pata de un caballo, así que Dunk puso

cuidado en llevar a Trueno por el terreno más elevado entre ellos. Se había

torcido su propio tobillo el día que dejaron Dosk, caminando en la noche cerrada

cuando más frío hacía. Un caballero tenía que aprender a vivir con achaques y

dolores, solía decir el anciano. Sí- muchacho, y con huesos rotos y cicatrices. Son

tan parte de la caballería como tus espadas y escudos. Sin embargo, si Trueno se

rompiera una pata... bueno, un caballero sin caballo ya no era un caballero.

Egg le seguía a unos cinco metros, con Maestra y los toneles de vino. El chico

caminaba con un pie desnudo dentro de un surco y el otro fuera, por lo que subía

y bajaba a cada paso.

Su daga descansaba en su cadera, sus botas colgaban por encima de su bolsa y

su raída túnica marrón estaba enrollada y atada a su cintura. Bajo el ancho

sombrero de paja, tenía el rostro manchado y sucio, y los ojos grandes y oscuros.

Tenía diez años, y apenas pasaba del metro y medio de altura. Últimamente había

crecido con rapidez, aunque le quedaba mucho que estirar para alcanzar a Dunk.

Se parecía exactamente al mozo de cuadra que no era, y en absoluto a quien era

en realidad.

Los dos hombres muertos pronto desaparecieron tras de sí, pero Dunk siguió

pensando en ellos todo el rato. En aquellos tiempos, el reino estaba lleno de

fueras de la ley. La sequía no tenía aspecto de finalizar, y el pueblo llano se había

echado a los caminos a miles, en busca de algún lugar donde aún cayera la

lluvia. Lord Cuervo de Sangre les había ordenado que regresaran a sus propias

tierras y señores, pero pocos obedecieron. Muchos culpaban a Cuervo de Sangre

y al rey Aerys de la sequía. Castigo de los dioses, decían, el regicida está maldito.

No obstante, si eran listos, no lo decían en voz alta. ¿Cuántos ojos tiene lord

Cuervo de Sangre?, decía el acertijo que había oído en Antigua. Un millar, y uno.

Hace seis años en el Desembarco del Rey, Dunk le había visto con sus dos ojos,

montado en un caballo blanco por la Calle del Acero con cincuenta Picos de

Cuervo detrás. Eso fue antes de que el rey Aerys hubiera ascendido al trono de

Hierro y la Mano fuese suya, pero aún así tenía una silueta impresionante,

ataviado de gris y escarlata y con Hermana Oscura a un costado. Su pálida piel y

sus cabellos blancos como el hueso le hacían parecer un cadáver viviente. A lo

largo de su mejilla y mentón se extendía una marca de nacimiento que se supone

recordaba a un cuervo rojo, aunque Dunk solo vio una mancha de piel

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descolorida con forma rara. Se le quedó mirando tanto que Cuervo de Sangre lo

notó. El hechicero del rey ya se había dado la vuelta para estudiarle cuando él se

marchó. Tenía solo un ojo, y era rojo. El otro era una cuenca vacía, el regalo que

Bittersteel le había hecho en Campo de Hierbarroja.

No obstante, a Dunk le había parecido que ambos ojos le habían atravesado la

piel y mirado su misma alma.

A pesar del calor, el recuerdo le hizo estremecerse.

-¿Ser? -le llamó Egg-. ¿Os encontráis indispuesto?

-No -dijo Dunk-. Tengo tanto calor y sed como ellos. -Apuntó a los campos que

había más allá del camino, donde las filas de melones se marchitaban en sus

parras. A lo largo de las orillas, había matojos de hierba que seguían aferrándose

a la vida, pero los cultivos no llegaban a tanto. Dunk sabía cómo se sentían los

melones. Ser Arlan solía decir que ningún caballero errante pasaba sed. “No

mientras tenga un yelmo para atrapar la lluvia. El agua de lluvia es la mejor

bebida que hay, muchacho”. El viejo nunca vio un verano como éste, empero.

Dunk había dejado su yelmo en Tiesa. Hacía demasiado calor y pesaba, y había

poca lluvia que meter en él. ¿Qué es lo que hace un caballero errante cuando los

arbustos están marrones, resecos y muertos?

Quizá cuando llegaran al arroyo echarían un trago. Sonrió al pensar en lo bien

que sentaría saltar directamente en él, y resurgir empapado hasta los huesos y

sonriendo, con el agua bajándole por las mejillas, por el pelo enmarañado, por la

túnica pegada a la piel. Egg también querría echar un trago, aunque el chico

parecía fresco y seco, más polvoriento que sudoroso.

Nunca sudaba mucho. Le gustaba el calor. En Dorne iba con el pecho casi

descubierto, y se bronceó como un dorniano. Es su sangre dragón, se dijo Dunk.

¿Quién ha oído hablar alguna vez de un dragón sudoroso? Con gusto se hubiera

quitado su propia túnica, pero no sería apropiado. Un caballero errante podía

cabalgar desnudo si se le antojaba; no tenía a nadie a quien avergonzar más que

a sí mismo. Era distinto cuando habías jurado tu espada. “Cuando aceptas la

carne y el aguamie1 de un señor, todo lo que haces se refleja en él”, solía decir

Ser Arlan. “Haz siempre más de lo que espera de ti, nunca menos. Nunca te

inmutes ante cualquier tarea o dificultad. Y por encima de todo, nunca

avergüences al señor al que sirves”. En Tiesa, “carne y aguamiel” significa pollo y

cerveza, pero el propio Ser Eustace comía lo mismo.

Dunk se dejó puesta la túnica, y siguió tostándose.

Ser Bennis del Escudo Pardo estaba esperando en el viejo puente de madera.

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-Por fin volvéis -les llamó-. Tardasteis tanto que pensé que habíais huido con la

plata del viejo. -Bennis estaba sentado sobre su peluda montura mascando

hojamarga, lo que le hacía parecer como si tuviera la boca llena de sangre.

-Tuvimos que hacer todo el camino hasta Dosk para encontrar vino -le dijo Dunk-

. Los kraken arrasaron Pequeña Dosk. Se llevaron las riquezas y las mujeres y

quemaron la mitad de lo que dejaron.

-Ese Dagon Greyjoy está buscando que lo cuelguen -dijo Bennis-. Sí, ¿pero quién

va a hacerlo? ¿Visteis al viejo Pellizco Pate?

-Nos dijeron que estaba muerto. Los Hombres del Hierro le mataron cuando trató

de evitar que se llevaran a su hija.

-Malditos sean siete veces. -Bennis giró la cabeza y escupió-. Una vez vi a su hija.

No merecía la pena morir por ella, si me lo preguntas. Ese tonto de Pate me debía

media moneda de plata. -El caballero pardo estaba igual que cuando lo dejaron;

aún peor, seguía oliendo igual. Llevaba puesto el mismo atuendo todos los días:

calzones marrones, una túnica basta sin forma, botas de piel de caballo. Cuando

se armaba se ataviaba con un peto marrón holgado sobre una cota de malla

roñosa. El cinturón de su espada era un cordón de cuero endurecido, y su rostro

lleno de cicatrices podría muy bien estar hecho del mismo material. Su cabeza

parece uno de aquellos melones arrugados que pasamos. Incluso sus dientes

eran marrones, bajo las manchas rojizas de la hojamarga que tanto le gustaba

masticar. Sus ojos destacaban en medio de todo aquel tono pardo: eran verde

claro, pequeños y bizcos, muy juntos, y brillaban con malicia-. Solo dos barricas -

observó-. Ser Inútil quería cuatro.

-Tuvimos suerte de encontrar dos -replica Dunk-. La sequía ha alcanzado

también el Rejo.

Oímos que las uvas se vuelven pasas en las parras, y que los Hombres de Hierro

han estado saqueando...

-¿Ser? -le interrumpió Egg-. No hay agua.

Dunk había estado tan concentrado en Bennis que no se había dado cuenta. Bajo

las combadas planchas de madera del puente solo quedaban piedras y arena.

Qué extraño. El riachuelo estaba bajo cuando nos marchamos, pero corría.

Bennis rió. Tenía dos tipos de risa. En ocasiones cloqueaba como un pollo, y

otras veces bramaba más alto que la mula de Egg. Esta era su risa de pollo.

-Se secó mientras estabais ausentes, supongo. Es lo que tiene una sequía.

Dunk estaba decepcionado. En fin, ahora no podré remojarme. Saltó hasta el

suelo. ¿Qué va a ocurrir con los cultivos? La mitad de los pozos del Dominio se

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habían secado, y todos los ríos tenían poco caudal, incluso el Aguasnegras y el

Mander.

-Un asunto desagradable, lo del agua -dijo Bennis-. Una vez bebí un poco, eché

hasta la primera papilla. El vino es mejor.

-No para la avena. Ni para la cebada. Ni para las zanahorias, las cebollas, las

coles... Hasta las uvas necesitan agua. -Dunk sacudió la cabeza-. ¿Cómo se ha

secado tan rápido? Solo hemos estado fuera seis días.

-Para empezar, no había mucha agua ya, Dunk. Hace un momento, he meado un

arroyo más caudaloso que éste.

-Dunk no -dijo Dunk-. Ya te lo había dicho. -Se preguntó por qué se molestaba.

Bennis era un hombre malhablado, y le encantaba la burla-. Me llaman Ser

Duncan el Alto.

-¿Quién? ¿Tu cachorro calvo? -Miró a Egg y se rió con su carcajada de pollo-.

Eres más alto que cuando estabas en Pennytree, pero para mí sigues siendo

Dunk.

Dunk se frotó la nuca y miró las rocas de debajo.

-¿Qué podemos hacer?

-Lleva a casa el vino, y dile a Ser Inútil que su arroyo se ha secado. El pozo de

Tiesa aún funciona; no se morirá de sed.

-No le llames Inútil. -Dunk le tenía aprecio al viejo caballero-. Duermes bajo su

techo, muéstrale algo de respeto.

-Tu le respetas por nosotros dos, Dunk -dijo Bennis-. Le llamaré como quiera.

Los tablones de color gris plata crujieron pesadamente cuando Dunk salió del

puente, mirando con el ceño fruncido las piedras y la arena de debajo. Entre las

rocas brillaban algunos charcos marrones, pero ninguno más grande que su

mano, según advirtió.

-Peces muertos, allí y allí, ¿los ves? -Su olor le recordó los cadáveres del cruce de

caminos.

-Los veo, Ser -dijo Egg.

Dunk saltó al cauce, se acuclilló y le dio vuelta a una piedra. Seca y caliente por

arriba, húmeda y barrosa por debajo.

-El agua no puede haberse ido hace mucho. -Se puso en pie y arrojó la piedra a la

orilla, donde golpeó en un saliente que se desmenuzó en una nube de polvo seco

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parduzco-. El terreno está resquebrajado en las orillas, pero blando y húmedo en

el centro. Esos peces

estaban vivos ayer.

-Dunk el Tocho, recuerdo que solía llamarte Pennytree. -Ser Bennis escupió una

hoja de hojamarga sobre las piedras. A la luz del sol, brilló rojo y viscoso-. Los

tochos no deberían pensar, sus cabezas son demasiado gordas para ello.

Dunk el Tocho, la mollera tan dura como la muralla de un castillo. Mas las

palabras de Ser Arlan eran afectuosas. Había sido un hombre amable, incluso en

las reprimendas. En boca de Ser Bennis del Escudo Pardo sonaban diferentes.

-Ser Arlan lleva muerto dos años -dijo Dunk- y soy Ser Duncan el Alto.- Estuvo

casi tentado de cruzar la cara marrón del caballero de un puñetazo, y reducir a

astillas aquellos rojizos dientes podridos. Bennis del Escudo Pardo podría ser una

pieza de cuidado, pero Dunk le sacaba casi medio metro y veinticinco kilos. Quizá

fuese un tocho, pero era fuerte. A veces parecía como si hubiera aporreado con la

cabeza la mitad de las puertas de Poniente, por no mencionar las vigas de todas

las tabernas desde Dorne hasta El Cuello. Aemon, el hermano de Egg, le había

medido en Antigua, y pasaba varios centímetros de los dos metros, pero eso fue

hace dos años. Habría crecido desde entonces. Crecer era la única cosa que Dunk

hacía realmente bien, como solía decir el anciano.

Volvió donde estaba Trueno y se montó de nuevo.

-Egg, regresa a Tiesa con el vino. Voy a ver que ha pasado con el agua.

-Los arroyos se secan de cuando en cuando -dijo Bennis.

-Solo quiero echar un vistazo...

-¿Cómo cuando has mirado debajo de esa piedra? No deberías ir dando vuelta a

las rocas, tocho. Nunca se sabe lo que puede reptar debajo. Tenemos unos

preciosos jergones de paja en Tiesa. Hay huevos la mayoría de los días, y poco

más que hacer que escuchar a Ser Inútil divagar acerca de lo fabuloso que solía

ser. Déjalo estar, te digo. El arroyo se secó, eso es todo.

Si había algo que fuese Dunk, era testarudo.

-Ser Eustace está esperando ese vino -le dijo a Egg-. Dile a dónde he ido.

-Así lo haré, Ser. -Egg le dio un tirón a la brida de Maestra. La mula alzó las

orejas, pero se puso otra vez en camino a la primera. Quiere librarse de los

toneles de vino de su lomo. Dunk no podía culparle.

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El arroyo fluía hacia el norte y el este cuando no estaba seco, así que guió a

Trueno hacia el sur y el oeste. No había avanzado doce metros cuando Bennis lo

alcanzó.

-Será mejor que vaya para cuidar que no te quedes tirado. -Se metió una hoja

fresca de hojamarga en la boca-. Pasado ese grupo de sauces, la orilla derecha es

terreno de arañas.

-Me quedaré en nuestro lado. -Dunk no quería problemas con la Señora de

Fosafría. En Tiesa se oían cosas terribles sobre ella. La Viuda Escarlata, le

llamaban por la cantidad de esposos que había enterrado. El viejo Sam

Encorvado decía que era una bruja, una envenenadora, y cosas peores. Hace dos

años había ordenado a sus caballeros que cruzaran el arroyo para ajusticiar a un

campesino de Osgrey por robar ovejas.

-Cuando mi señor fue hasta Fosafría para pedir su liberación, le dijeron que le

buscara en el fondo del foso -había dicho Sam-. Habían metido al pobre Dake en

un saco de piedras y le habían hundido. Por eso después Ser Eustace tomó a su

servicio a Ser Bennis, para mantener a las arañas fuera de sus tierras.

Trueno mantenía un lento trotecillo rítmico bajo el sol abrasador. El cielo era azul

y estaba despejado, ni una señal de nubes se mirase donde se mirase. El curso

del arroyo dibujaba meandros alrededor de rocosos oteros y sauces melancólicos,

a través de desnudas colinas ocres y campos de grano seco, o en proceso. Una

hora río arriba desde el puente, se encontraron cabalgando en el lindero del

pequeño bosque de Osgrey llamado Bosque Cerradón. La fronda parecía invitarles

desde lejos, y llenó la cabeza de Dunk con pensamientos de cañadas sombrías y

arroyos cantarines, pero cuando alcanzaron los árboles vieron que estaban

resecos y débiles, con las ramas caídas. Algunos de los grandes robles perdían

hojas, y la mitad de los pinos se habían vuelto tan pardos como Ser Bennis, con

círculos de agujas muertas alrededor de sus troncos. Cada vez peor, pensó Dunk.

Una chispa, y todo eso arderá como la yesca.

Por el momento, no obstante, el enmarañado follaje que jalonaba el río Jaquel

seguía espeso y lleno de zarzas, ortigas y tallos de espino blanco y sauces jóvenes.

En lugar de atravesarlo, cruzaron el cauce seco hasta la orilla de Fosafría, donde

habían talado los árboles para convertirla en pastizales. Entre los parches

marrones de hierba y la moribunda maleza, pastaban unas cuantas ovejas de

morro negro.

-Nunca conocí un animal más estúpido que la oveja -comentó Ser Bennis-.

Seguro que son parientes tuyas, ¿eh, tocho? -Cuando Dunk no replicó, se rió de

nuevo con la risa de pollo.

Dos kilómetros al sur después, llegaron a la presa.

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No era tan grande como suelen ser tales ingenios, pero parecía sólido. Habían

construido a través del río dos robustas barricadas de madera de orilla a orilla,

fabricadas a partir de troncos de los árboles con la corteza sin pulir. El espacio

entre ellos estaba lleno de rocas y tierra apisonada. Detrás del dique, la corriente

rebosaba las orillas y se derramaba en una acequia que transcurría por los

campos de lady Webber. Dunk se elevó sobre sus estribos para mirar mejor. El

reflejo del sol en el agua traicionó una serie de canales menores que corrían en

todas direcciones como una telaraña. Están robando nuestro arroyo. Aquella

vista le llenó de indignación, en especial cuando entendió que los árboles habían

sido talados con seguridad en el Cerradón.

-Mira la que has armado, tocho -dijo Bennis-. No podías dejar que el arroyo se

secara, no.

Todo esto empieza con agua, pero acabará con sangre. La tuya y la mía,

probablemente. –El caballero pardo sacó su espada-. Bueno, ahora no hay forma

de evitarlo. Allí están tus tres veces malditos excavadores. Será mejor que les

metamos un poco de miedo. -Azuzó su montura con las espuelas y galopó por el

campo.

Dunk no tuvo más opción que seguirlo. La espada larga de Ser Arlan colgaba de

su cadera, un buen pedazo recto de acero. Si esos excavadores de canales tienen

un mínimo de sentido común, echarán a correr. Las pezuñas de Trueno

levantaban terrones del suelo.

Un hombre dejó caer la pala a la vista de los caballeros recién llegados, pero eso

fue todo. Eran una veintena de obreros, bajos y altos, viejos y jóvenes, todos ellos

tiznados por el sol. Formaron una fila irregular mientras Bennis aflojaba la

marcha, y sostenían sus picas y palas.

-Estas son tierras de Fosafría -gritó uno.

-Y este es el arroyo de Osgrey. -Bennis apuntó con su espada larga-. ¿Quién ha

levantado ese maldito dique?

-El maestre Cerrick -dijo uno de los jóvenes excavadores.

-No -le rebatió un hombre más viejo-. Ese cachorro cano apuntó aquí y dijo haced

tal y cual, pero fuimos nosotros quienes lo hicimos.

-Entonces ya estáis deshaciéndolo de una condenada vez.

Los ojos de los excavadores eran hoscos y desafiantes. Uno se enjugó el sudor de

1a frente con el reverso de la mano. Nadie habló.

-Vosotros, grupo, no oís muy bien -dijo Bennis-. ¿Queréis que rebane una o dos

orejas?

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¿Quién va primero?

-Esto es territorio Webber. -El viejo excavador era un tipo escuálido, encorvado y

terco-. No tenéis derecho a estar aquí. Rebana una sola oreja y mi señora te

meterá en un saco.

Bennis se aproximó.

-No veo ninguna señora por aquí, sólo un campesino lenguaraz. –Apoyó la punta

de su espada sobre el moreno pecho desnudo del excavador, lo suficiente para

extraer una gota de sangre.

Está yendo demasiado lejos.

-Levanta la espada -le avisó Dunk-. Esto no es cosa de ellos. Ese maestre les

asignó la tarea.

-Es para los cultivos, Ser -dijo un excavador con orejas de soplillo-. El trigo se

muere, dijo el maestre. También los perales.

-Bueno, puede que mueran los perales, o puede que vosotros.

-Tu charla no nos asusta -dijo el anciano.

-¿No? -Bennis hizo volar su espada, abriendo la mejilla del viejo desde la oreja

hasta la mandíbula-. He dicho que o los perales o vosotros. -La sangre del

campesino corría escarlata por un lado de su rostro.

No debería haber hecho eso. Dunk tuvo que tragarse su rabia. Bennis estaba de

su parte en aquello.

-Marchaos de aquí -le gritó a los excavadores-. Volved al castillo de vuestra

señora.

-Corred -les urgió Ser Bennis.

Tres de ellos dejaron caer sus aperos e hicieron justamente eso, correr por los

campos. Pero otro hombre, fornido y quemado por el sol, levantó un pico y dijo:

-Solo son dos.

-Palas contra espadas es una lucha de tontos, Jorgen -dijo el anciano

sujetándose la cara.

La sangre rezumaba entre sus dedos-. Esto no va a quedar así. No creáis lo

contrario.

-Una palabra más, y yo seré tu fin.

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-No queríamos hacer daño a nadie -dijo Dunk, ante el rostro ensangrentado del

viejo-.

Todo lo que queremos es nuestra agua. Decidle eso a vuestra señora.

-Oh, se lo diremos, Ser -prometió el hombre musculoso, aún aferrado al pico-.

Eso haremos.

En el camino hacia casa atajaron a través del corazón del Bosque Cerradón,

agradecidos por la escasa sombra que les daban los árboles. A pesar de todo, se

estaban asando. Se suponía que había ciervos en el bosque, pero los únicos seres

vivientes que vieron fueron las moscas. Zumbaban sobre la cara de Dunk

mientras cabalgaban, y andaban alrededor de los ojos de Trueno, irritando hasta

su límite al gran caballo de guerra. El aire estaba parado y era sofocante. Al

menos en Dorne los días eran secos, y por la noche hacía tanto frío que temblaba

dentro de mi capa. En el Dominio las noches apenas eran mas frías que los días,

incluso tan al norte.

Cuando se agachaban bajo una rama, Dunk arrancó una hoja y la arrugó entre

los dedos. Se deshizo en su mano como un pergamino de mil años.

-No había necesidad de herir a aquel hombre -le dijo a Bennis.

-No fue más que una caricia en la mejilla, para enseñarle a dominar su lengua.

Debería haberle rebanado el maldito pescuezo, solo así el resto hubiera corrido

como conejos, y hubiéramos tenido que cazarlos.

-¿Matarías a veinte hombres? -dijo Dunk, incrédulo.

-Veintidós. Dos más que todos los dedos de tus pies y manos, tocho. Tienes que

matarlos a todos, o irán contando historias. -Rodearon un risco-. Le hubiéramos

dicho a Ser Inútil que la sequía evaporó su arroyo de orina.

-Ser Eustace. Le hubieras mentido.

-Sí, ¿y por qué no? ¿Quién va a contarle una historia diferente? ¿Las moscas? –

Bennis sonrió con una mueca roja y húmeda-. Ser Inútil nunca deja la torre,

excepto para ver a los muchachos abajo en las moreras.

-Una espada leal le debe a su señor la verdad.

-Hay verdades y verdades, tocho. Algunas no sirven. -Escupió-. Los dioses crean

las sequías. Un hombre no puede hacer ni una maldita cosa contra los dioses. La

Viuda Escarlata, en cambio... Si le decimos a Inútil que esa perra se llevó su

agua, se sentirá obligado por honor a recuperarla. Espera y verás. Pensará que

tiene que hacer algo.

-Debería. Nuestro pueblo necesita el agua para sus cultivos.

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-¿Nuestro pueblo? -Ser Bennis soltó su risa rebuzno-.¿Estaba yo echando una

cagada cuando Ser Inútil te nombró su heredero? ¿Cuántos campesinos crees

que posees? ¿Diez? Eso contando al imbécil del hijo de Bizco Jeyne, que no sabe

qué extremo del hacha coger. Ve y nómbralos caballeros a todos, y tendremos la

mitad de los que tiene la Viuda, sin contar sus escuderos, sus arqueros y el resto.

Necesitarías ambas manos y ambos pies para contarlos a todos, y también los de

tu chico calvo.

-No necesito los dedos de los pies para contar. -Dunk se sentía mareado por el

calor, las moscas y la compañía del caballero pardo. Puede que él haya cabalgado

con Ser Arlan una vez, pero eso fue hace años. El tipo se ha vuelto malhablado,

falso y cobarde. Clavó los talones en su caballo y trotó en cabeza, para dejar el

olor tras de sí.

Tiesa era un castillo solo por cortesía. Aunque se alzaba con valentía sobre una

colina rocosa y podía ser visto desde varios kilómetros a la redonda, no era más

que una torre. Un derrumbamiento parcial hace unos siglos requirió de algo de

reparación, por lo cual las caras norte y oeste eran de piedra gris claro por

encima de las ventanas, y de vieja piedra negra por debajo. Durante las obras,

habían añadido torreones al tejado, pero solo en las partes nuevas; en las otras

dos esquinas se agazapaban unas antiguas gárgolas de piedra, tan erosionadas

por el viento y las inclemencias que era difícil decir lo que representaban. El

tejado de madera de pino era plano, pero mal urdido, por lo que era propenso a

las goteras.

Una senda retorcida llevaba desde el pie de la colina hasta la torre, tan estrecho

que solo se podía recorrer en fila india. Dunk abrió la marcha durante el ascenso,

con Bennis justo detrás.

Podía ver a Egg sobre ellos, de pie sobre un saliente de roca con su sombrero de

paja.

Tiraron de sus riendas en frente del pequeño establo lleno de zarzas y barro que

se hallaba al pie de la torre, medio oculto bajo una informe masa de musgo

púrpura. El grisáceo caballo castrado del anciano estaba en uno de los pesebres,

al lado de Maestra. Egg y Sam Encorvado habían metido ya el vino, al parecer.

Las gallinas vagaban por el corral. Egg se acercó correteando.

-¿Encontrasteis lo que le ocurría al arroyo?

-La Viuda Escarlata se lo había cargado. -Dunk desmontó, y le dio las riendas de

Trueno a Egg-. No dejes que beba demasiado de una vez.

-No, Ser, no lo haré.

-Chico -le llamó Ser Bennis-. También puedes coger mi caballo.

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Egg le lanzó una mirada insolente.

-No soy vuestro escudero.

Esa lengua suya le hará daño algún día, pensó Dunk.

-Te ocuparás de su caballo, o te llevarás un tortazo en la oreja.

Egg puso gesto huraño, pero hizo lo que le ordenaban. Sin embargo, mientras se

estiraba para coger la brida, Ser Bennis carraspeó y escupió. Un pegote de

brillantes flemas rojas alcanzaron al muchacho entre dos dedos de los pies. Este

le dedicó al caballero pardo una mirada gélida.

-Escupisteis en mi pie, Ser.

Bennis saltó al suelo.

-Sí. La próxima vez te escupiré en la cara. Así no oiré nada de tu maldita lengua.

Dunk podía ver la ira en los ojos del chico.

-Atiende a los caballos, Egg -le dijo, antes de que las cosas se pusieran peor-.

Tenemos que hablar con Ser Eustace.

La única entrada a Tiesa era a través de una puerta de roble y hierro seis metros

por encima de donde estaban. Los escalones que llevaban a ella eran bloques de

piedra negra pulida, tan usados que estaban combados por el medio. Más arriba,

daban paso a un tramo de escalones de madera que podían abatirse como un

puente colgante si había problemas. Dunk apartó las gallinas a un lado con su

bota y ascendió de dos en dos los escalones.

Tiesa era más grande de lo que parecía. Sus profundas criptas y celdas ocupaban

buena parte de la colina en la que se asentaba. Sobre el suelo, la torre se elevaba

cuatro plantas. Las dos superiores tenían ventanas y balcones, y las dos

inferiores solo aspilleras. Hacía fresco en el interior, pero había tanta penumbra

que Dunk tuvo que dejar que sus ojos se acostumbraran. La esposa de Sam

Encorvado estaba de rodillas junto a la chimenea, recogiendo las cenizas.

-¿Está Ser Eustace arriba o abajo? -le preguntó Dunk.

-Arriba, Ser. -La vieja mujer estaban tan jorobada que tenía la cabeza más abajo

que los hombros-. Acaba de llegar de visitar a los muchachos, abajo en las

moreras.

Los muchachos eran los hijos de Eustace Osgrey: Edwyn, Harrold y Addam.

Edwyn y Harrold habían sido caballeros, y Addam un joven escudero. Habían

muerto en Campo de Hierbarroja hace quince años, al final de la Rebelión de

Fuegoscuro.

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-Tuvieron buenas muertes, luchando con valentía por el Rey -le había dicho Ser

Eustace a Dunk-, y les traje a casa para enterrarlos entre las moreras. –Su

esposa también estaba allí enterrada. Cada vez que el anciano abría una nueva

barrica de vino, bajaba la colina para ofrecer a cada uno de ellos una libación-

.¡Por el rey! -solía gritar, justo antes de beber.

El dormitorio de Ser Eustace ocupaba la cuarta planta de la torre, justo sobre su

sala de estar. Dunk sabía que ahí sería donde lo encontrarían, paseándose entre

los cofres y los toneles. Las gruesas paredes grises de la sala de estar estaban

repletas de armas oxidadas y estandartes capturados, premios de batallas

luchadas hace siglos, y recordadas ahora por nadie excepto Ser Eustace. La

mitad de los estandartes estaban mohosos, y todos estaban descoloridos y

cubiertos de polvo, convertidos los brillantes colores de antes en verde y gris.

Ser Eustace le estaba quitando el polvo a un escudo roto con un trapo cuando

Dunk subió las escaleras. Bennis le seguía pisándole los talones. Los ojos del

viejo caballero parecieron iluminarse un poco a la vista de Dunk.

-Mi buen gigante -declaró- y el valiente Ser Bennis. Venid y echadle un vistazo a

esto. Lo encontré en el fondo de ese baúl. Un tesoro, aunque me temo que

estropeado.

Era un escudo, o lo que quedaba de él. Poca cosa. Casi la mitad había sido

cortada, y el resto estaba astillado y grisáceo. Los bordes de hierro eran puro

óxido, y la madera estaba llena de agujeros de polilla. Unas pocas escamas de

pintura seguían allí, pero demasiado escasas para sugerir un blasón.

-Mi señor -dijo Dunk. Los Osgrey no habían sido señores hace siglos, aunque a

Ser Eustace le placía hacerse llamar así, rememorando las pasadas glorias de su

Casa-. ¿Qué es eso?

-El escudo del Pequeño León. -El anciano frotó el borde, y algunas escamas de

óxido se desprendieron-. Ser Wilbert Osgrey llevaba esto en la batalla donde

pereció. Seguro que conoces la historia.

-No, mi señor -dijo Bennis-. Resulta que no. ¿El Pequeño León, decís? ¿Es que

era un enano o algo así?

-Por supuesto que no. -Los bigotes del viejo caballero temblaron-. Ser Wilbert era

un hombre alto y poderoso, y un gran caballero. Le pusieron ese apodo en su

infancia, por ser el menor de cinco hermanos. En su época, aún había siete reyes

en los Siete Reinos, y Altojardín y la Roca solían estar en guerra. Los reyes verdes

nos gobernaban entonces, los jardineses.

Llevaban la sangre del viejo Garth Manoverde, y su estandarte real era una mano

verde sobre un campo blanco. Gyles el Tercero llevó sus emblemas al este, para

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luchar contra el Rey Tormenta, y los hermanos de Wilbert fueron con él, porque

en aquellos días el león jaquelado ondeaba junto a la mano verde cuando el Rey

del Dominio iba a la batalla.

“Sin embargo, resulta que mientras el rey Gyles estaba fuera, el Rey de la Roca

vio su oportunidad de morder un bocado del Dominio, así que reunió una hueste

de hombres y cayó sobre nosotros. Los Osgrey éramos los Alguaciles de la

Frontera del Norte, por lo que el Pequeño León se enfrentó a ellos. Era el cuarto

rey Lancel quien comandaba a los Lannister, creo recordar, o quizá el quinto. Ser

Wilbert bloqueó el paso del rey Lancel, y le dio el alto.

“Ni un paso más”, le dijo. “Aquí no eres bienvenido. Te prohíbo que pongas un pie

en el Dominio”. Pero el Lannister ordenó a todos sus banderizos que avanzaran.

“Combatieron durante medio día, el león de oro y el jaquelado. El Lannister iba

armado con una espada valyriana que ninguna hoja común podía igualar, así que

el Pequeño León estaba acorralado, con el escudo en las últimas. Al final,

sangrante a causa de una docena de malas heridas y con su propia espada

quebrada en la mano, se arrojó de cabeza contra su enemigo. El rey Lancel le

cortó casi por la mitad, dicen los bardos, pero mientras moría el Pequeño León

encontró un hueco en la armadura del rey, debajo del brazo, y le clavó su daga.

Cuando su rey murió, sus hombres dieron la vuelta, y el Dominio se salvó.

El anciano acariciaba el escudo roto con tanta ternura como si hubiera sido un

niño.

-Sí, mi señor -carraspeó Bennis-, nos vendría muy bien un hombre como ese hoy

en día.

Dunk y yo le hemos echado un vistazo a vuestro arroyo, señor. Seco como un

hueso, y no por culpa de la sequía.

El viejo puso el escudo a un lado.

-Contadme. -Tomó asiento, y les indicó que hicieran lo mismo. Mientras el

caballero pardo se sumergía en la historia, él escuchaba con atención, con la

barbilla alta y los hombros echados hacia atrás, tan tieso como una lanza.

En su juventud, Ser Eustace Osgrey debía haber sido la viva imagen de la

caballería, alto, musculoso y apuesto. El tiempo y las penas le habían

transformado, pero seguía siendo un hombre enderezado, de constitución fuerte,

hombros anchos y pecho como un tonel, con los rasgos tan firmes y afilados

como los de una vieja águila. Su pelo cortado casi al rape se había vuelto blanco

como la leche, pero el espeso mostacho que ocultaba su boca permanecía de un

color gris ceniza. Sus cejas eran del mismo color, y los ojos de debajo de un tono

grisáceo más pálido, y estaban llenos de tristeza.

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Parecieron ponerse aún más tristes cuando Bennis mencionó lo de la presa. -Ese

arroyo ha sido conocido como el Jaquel durante mil años o más –dijo el anciano

caballero-. Pescaba peces allí cuando era un niño, y todos mis hijos igual. A

Alysanne le gustaba chapotear en los bajíos en los días calurosos de verano como

éste. -Alysanne había sido su hija, fallecida en primavera-. Fue a orillas del

Jaquel cuando besé a una chica por vez primera. Una prima mía, la hija menor

de mi tío, de los Osgrey de Lago Frondoso. Todos han muerto ya, incluida ella.

-Sus bigotes temblaron-. Esto es inadmisible. Esa mujer no tendrá mi agua. No

se llevará mi Jaquel.

-El dique es resistente, mi señor -advirtió Ser Bennis-. Lo bastante fuerte como

para que Ser Dunk y yo tardemos una hora en echarlo abajo, incluso con la

ayuda del chico calvo.

Necesitaremos cuerdas, picos y hachas, y una docena de hombres. Y eso solo

para el trabajo, sin contar la lucha.

Ser Eustace miraba el escudo del Pequeño León. Dunk se aclaró la garganta. -Mi

señor, al respecto de este tema, cuando llegamos hasta los excavadores, bueno...

-Dunk, no molestes a mi señor con pequeñeces -dijo Bennis-. Le di una lección a

un idiota, eso es todo.

Ser Eustace levantó la mirada con rapidez.

-¿Qué tipo de lección?

-Con mi espada, por así decirlo. Un pequeño tajo en su mejilla, eso fue todo, mi

señor.

El anciano caballero le miró durante largo rato.

-Eso... eso fue irreflexivo, Ser. La mujer tiene el corazón de una araña. Asesinó a

tres de sus maridos. Y todos sus hermanos murieron en pañales. Cinco, nada

menos. O seis, quizá, no lo recuerdo. Se interponían entre ella y el castillo. Le

arrancaría la piel a latigazos a cualquier campesino que le disgustara, no lo dudo,

pero a vos por cortarle a uno... No, ella no resistirá semejante insulto. Sin duda.

Vendrá por vos y por Lim.

-Dake, mi señor -dijo Ser Bennis-. Os ruego me disculpéis, vosotros le conocíais y

yo no, pero su nombre era Dake.

-Si os place, mi señor, yo podría ir a Sotodeoro y contarle a lord Rowan lo de ese

dique - dijo Dunk. Rowan era el señor feudal del viejo caballero. La Viuda

Escarlata también obtenía sus tierras de él.

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-¿Rowan? No, no buscaremos ayuda ahí La hermana de lord Rowan se casó con

la prima de Wyman, Wendell, así que es pariente de la Viuda Escarlata. Además,

no me aprecia. Ser Duncan, mañana recorreréis todos mis poblados, y reclutaréis

a todo hombre capaz en edad de luchar. Estoy viejo, pero no muerto. ¡Esa mujer

descubrirá pronto que el león jaquelado aún tiene garras!

Dos, pensó Dunk, lóbrego, y yo soy una de ellas.

Las tierras de Ser Eustace abastecían tres pequeños pueblos, ninguno de más de

un puñado de casuchas. La más grande presumía de tener un sept de una sola

estancia con techo de paja y burdas representaciones a carboncillo de los Siete

sobre las paredes. Mudge, un porquero jorobado que estuvo un tiempo en

Antigua, oficiaba allí cada séptimo día. Dos veces al año, un verdadero septon

venía para perdonar los pecados en nombre de la Madre. Los habitantes estaban

encantados del perdón, pero del mismo modo odiaban las visitas del cura, ya que

tenían que darle de comer.

No parecieron más contentos de la visión de Dunk y Egg. Dunk era conocido en

los pueblos por ser el nuevo caballero de Ser Eustace, pero no le ofrecieron más

de un cuenco de agua. La mayoría de los hombres estaba en los campos, así que

eran casi todo mujeres y niños los que salieron de las casuchas a su llegada,

además de algunos abuelos demasiado enfermos para trabajar. Egg portaba el

estandarte de Osgrey, el león jaquelado verde y oro, rampante sobre campo

blanco.

-Venimos de Tiesa con una citación de Ser Eustace -le dijo Dunk a los aldeanos-.

Se ordena a todo hombre capaz, de edad entre quince y cincuenta, a asistir a la

torre mañana. -¿Hay guerra? -preguntó una mujer delgada, con dos niños

escondidos detrás de su falda y un bebé mamando de su pecho-. ¿Ha vuelto el

dragón negro?

-No se trata de dragones, ni negros ni rojos -le dijo Dunk-. Esto es entre el león

jaquelado y las arañas. La Viuda Escarlata se ha llevado vuestra agua.

La mujer asintió, aunque pareció recelosa cuando Egg se quitó el sombrero para

abanicarse la cara.

-Ese chico no tiene pelo. ¿Está enfermo?

-Estoy afeitado -dijo Egg. Volvió a colocarse el sombrero, tiró de la brida de

Maestra, y se alejó trotando lentamente.

El chaval está hoy de un humor susceptible. Apenas había dicho una palabra

desde que salieron. Dunk le dio a Trueno un toque de espuelas y pronto alcanzó

a la mula.

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-¿Estás enfadado porque no me puse de tu parte contra Ser Bennis esta mañana?

-preguntó a su huraño escudero mientras se dirigían a la siguiente aldea-. El tipo

no me gusta más que a ti, pero él es un caballero. Deberías hablarle con cortesía.

-Soy tu escudero, no el suyo -dijo el chico-. Es un guarro y un maleducado, y me

da pellizcos.

Si tuviera una pista de quién eres, se mearía encima antes de ponerte un dedo

encima.

-También solía meterse conmigo. -Dunk había olvidado aquello hasta que las

palabras de Egg se lo trajeron a la memoria. Ser Bennis y Ser Arlan estaban en el

grupo de caballeros contratado por un mercader dorniano para que le protegieran

en su viaje desde Lannisport hasta el Paso del Príncipe. Dunk no era mayor que

Egg, aunque si más alto. Me pinchaba debajo del brazo tan fuerte que dejaba

moratón. Sus dedos parecían pinzas de hierro, pero nunca se lo dije a Ser Arlan.

Uno de los otros caballeros había desaparecido cerca de Sept Pétreo, y se

rumoreaba que Bennis le había destripado en una riña-. Si te vuelve a pellizcar,

dímelo y acabaré con ello. Hasta entonces, no te cuesta mucho atender su

caballo.

-Alguien tiene que hacerlo -concedió Egg-. Bennis nunca lo cepilla. Nunca limpia

su pesebre. ¡Ni siquiera le ha puesto nombre!

-Algunos caballeros nunca le ponen nombre a sus caballos -le dijo Dunk-. De ese

modo, cuando estos mueren en batalla, la pena no es tan grande. Siempre hay

otros caballos, pero es duro perder a un amigo leal. -0 así le decía el anciano,

aunque jamás siguió su consejo. Le ponía nombre a todo caballo que tuvo. Al

igual que Dunk-. Veremos cuántos hombres van a la torre... pero ya sean cinco o

cincuenta, tendrás que hacerlo por ellos también.

Egg parecía indignado.

-¿Tengo que servir a los plebeyos?

-Servir no. Ayudar. Necesitamos convertirles en soldados. -Si la Viuda Escarlata

nos da tiempo suficiente-. Si los dioses se portan, algunos habrán recibido

instrucción antes, pero la mayoría estarán verdes como la hierba de verano, más

acostumbrados a empuñar azadas que lanzas. Aun así, llegará el día en que

nuestras vidas dependan de ellos. ¿Cuántos años tenías tú cuando empuñaste

una espada por primera vez?

-Era pequeño, Ser. La espada era de madera.

-Los chicos corrientes también pelean con espadas de madera, solo que las suyas

son palos y ramas rotas. Egg, esos hombres pueden parecerte inferiores. No

sabrán el nombre apropiado de las partes de una armadura, ni los blasones de

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las diferentes casas, ni qué rey abolió el derecho de pernada... pero trátalos con

respeto, como a iguales. Tú eres un escudero nacido con sangre noble, pero

sigues siendo un niño. La mayoría serán hombres maduros. Un hombre tiene su

orgullo, no importa lo bajo de su cuna. Tu parecerías igual de tonto y perdido en

sus aldeas. Y si lo dudas, vete y cava una zanja y pastorea una oveja, y dime los

nombres de todas las hierbas y flores del Bosque Cerradón.

El chico lo pensó por un momento.

-Puedo enseñarles los blasones de las grandes casas, y cómo la reina Alysanne

convenció al rey Jaehaerys para abolir el derecho de pernada. Y ellos pueden

enseñarme qué hierbas son las mejores para fabricar venenos, y si esas bayas

verdes son comestibles.

-Pueden -concedió Dunk-, pero antes de que llegues al rey Jaehaerys, será mejor

que nos ayudes a mostrarles como se usa una lanza. Y no comas nada que

Maestra no comería.

Al día siguiente, una docena de guerreros en potencia llegaron a Tiesa y se

reunieron junto a los pollos. Uno era demasiado viejo, dos demasiado jóvenes, y

otro un chico delgaducho que resultó ser delgaducha. Dunk los mandó de vuelta

a sus aldeas, dejando ocho: tres Wat, dos Will, un Lim, un Pate y Gran Rob el

Cenutrio. Lo siento mucho, no pudo evitar pensar.

Los muchachos campesinos fornidos y apuestos que ganaban los corazones de

las damas de alta cuna en las canciones no se veían por ninguna parte. Cada uno

era más mugriento que el anterior. Lim tenía lo menos cincuenta, y Pate tenía los

ojos llorosos; eran los dos únicos que habían sido instruidos hace tiempo. Ambos

habían ido con Ser Eustace y sus hijos a luchar en

la Rebelión de Fuegoscuro. Los otros seis estaban tan verdes como Dunk había

temido. Los ocho tenían piojos. Dos de los Wat eran hermanos.

-Supongo que tu madre no sabía otro nombre -dijo Bennis, cloqueando.

En cuanto a las armas, trajeron una guadaña, tres azadas, un viejo cuchillo y

algunos garrotes gruesos de madera. Lim tenía un palo afilado que podría servir

de lanza, y uno de los Will confesó ser habilidoso en el lanzamiento de piedras. -

Bien, bien -dijo Bennis-, tenemos con nosotros a un maldito catapulta.- Después

de aquello, el hombre fue conocido como Cata.

-¿Sabe alguno de vosotros manejar un arco largo? -les preguntó Dunk.

Los hombres arrastraron los pies por el suelo, mientras las gallinas picoteaban a

su alrededor. Pate, el de los ojos llorosos, contestó al fin: -Le ruego me disculpe,

Ser, pero mi señor no nos permite el uso de arcos largos. Los venados de Osgrey

son para los leones jaquelados, no para la gente como nosotros.

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-¿Tendremos espadas, yelmos y cotas de malla? -quiso saber el menor de los tres

Wat.

-Hombre, claro -dijo Bennis-, en cuanto mates a uno de los caballeros de la Viuda

y saquees su cuerpo sangriento. Asegúrate también de meter el brazo bien arriba

por el culo de su caballo, ahí encontrarás su plata. -Pellizcó al joven Wat debajo

del brazo hasta que el muchacho gritó de dolor, y luego marcharon todos ellos al

Bosque Cerradón para cortar algunas lanzas.

Cuando regresaron, tenían ocho lanzas endurecidas al fuego de longitudes

desiguales, y bastos escudos de ramas entretejidas. Ser Bennis también se había

fabricado una lanza, y les enseñaba cómo clavar con la punta y usar el mango

para desviar golpes... además de dónde poner la punta para matar.

-El estómago y la garganta son los mejores sitios. -Se golpeó el pecho con el

puño-. Justo aquí está el corazón, que también servirá. El problema son las

costillas de en medio. El estómago está bien, y es blando. Destripar es lento, pero

seguro. Nunca conocí a un hombre que viviera con las tripas colgando. Y ahora,

si algún idiota se da la vuelta y os da la espalda, poned vuestras puntas en medio

de los omoplatos o atravesad sus riñones. Justo aquí. No viven mucho una vez

que les pinchas en el riñón.

Tener tres Wat en el grupo causaba confusión cuando Bennis trataba de decirles

qué hacer.

-Deberíamos otorgarles nombres de lugares, Ser -sugirió Egg-, como Ser Arlan de

Pennytree, vuestro viejo maestro. -Podría haber funcionado, si no fuera porque

sus aldeas no tenían nombre-. Bueno -dijo Egg-, podemos llamarlos según sus

cultivos, Ser. -Una aldea se hallaba entre judiares, otra plantaba cebada

principalmente, y la tercera cultivaba hileras de repollos, zanahorias, cebollas,

nabos y melones. Nadie quería ser un Repollo o un Nabo, así que el último grupo

se convirtió en los Melón. Acabaron como cuatro Cebada, dos Melón y dos Judía.

Como los hermanos Wat eran ambos Cebada, fue necesaria otra distinción.

Cuando el hermano menor hizo mención a la ocasión en que se cayó al pozo de la

aldea, Bennis le apodó “Mojado Wat”, y así se quedó. Los hombres estaban

emocionados por habérseles otorgado “nombres de señor”, a excepción de Gran

Rob, quien parecía no poder recordar si era un Judía o un Cebada.

Una vez que todos tuvieron nombres y lanzas, Ser Eustace salió de Tiesa para

dirigirles. El viejo caballero estaba de pie en la puerta de la torre, llevando su

malla y su armadura debajo de un largo sobretodo de lana que el tiempo había

vuelto más amarillo que blanco. En el pecho y la espalda llevaba el león

jaquelado, cosido con pequeños cuadros verde y oro.

-Muchachos -dijo-, todos recordáis a Dake. La Viuda Escarlata le metió en un

saco y lo hundió en el foso. Le arrebató la vida, y ahora cree que también puede

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103

arrebatarnos el agua, el Jaquel que riega nuestros cultivos... ¡Pero no lo

conseguirá! -Levantó su espada por encima de la cabeza-. ¡Por Osgrey! -dijo con

grandilocuencia-. ¡Por Tiesa!

-¡Osgrey! -repitió Dunk. Egg y los reclutas retomaron el vítor-. ¡Osgrey! ¡Osgrey!

¡Por Tiesa!

Dunk y Bennis entrenaron a la pequeña compañía entre los cerdos y los pollos,

mientras Ser Eustace observaba desde el balcón. Sam Encorvado había rellenado

algunos sacos viejos con paja sucia. Estos se convirtieron en los enemigos. Los

reclutas empezaron a trabajar sus habilidades con la lanza mientras Bennis les

rugía.

-Pinchar, girar y desgarrar. ¡Pinchar, girar y desgarrar, pero sacad la jodida lanza!

Querréis tenerla preparada para el siguiente. Demasiado lento, Cata, demasiado

lento. Si no puedes hacerlo más rápido, vuelve a lanzar piedras. Lim, no pongas

todo el peso en la estocada. Hay un niño. Y dentro y fuera y dentro fuera. Jódelos

bien, ese es el camino, dentro y fuera, destrípalos, destrípalos, destrípalos.

Cuando los sacos estaban hechos pedazos por medio millar de estocadas y toda

la paja se había derramado por el suelo, Dunk se puso su malla y su coraza y

cogió una espada de madera, para ver como se las arreglaban los hombres con un

enemigo vivo.

No demasiado bien, fue la respuesta. Solo Cata era lo bastante rápido para

conseguir que su lanza pasara el escudo de Dunk, y lo hizo una sola vez. Dunk

desviaba un torpe y desorganizado ataque tras otro, les desarmaba de sus lanzas

y atacaba en corto. Si su espada hubiera sido de acero en lugar de pino, los

habría matado a todos media docena de veces.

-Estáis muertos una vez que consigo pasar vuestra punta -les avisó, golpeándoles

en las piernas y los brazos para volver a empezar la lección.

Cata, Lim y Mojado Wat aprendieron pronto a mantener la distancia, al menos.

Gran Rob tiró su lanza y corrió, y Bennis tuvo que perseguirlo y traerlo

arrastrando entre lágrimas. Al final de la tarde todos ellos estaban magullados y

apaleados, con ampollas que crecían en sus callosas manos por donde cogían las

lanzas. Dunk no llevaba marcas, pero estaba medio ahogado en sudor para

cuando Egg le ayudó a despojarse de su armadura.

Mientras el sol se ponía, Dunk hizo desfilar a su pequeña compañía hacia la

bodega y les obligó a darse un baño, incluso a aquellos que ya se habían dado

uno el pasado invierno. Después, la esposa de Sam Encorvado les dio a todos

boles de carne, con guarnición de zanahorias, cebollas y cebada. Los hombres

estaban derrengados, pero al oírles hablar parecía que pronto serían todos dos

veces tan mortales como un caballero de la Guardia Real. Apenas podían esperar

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a probar su valor. Ser Bennis les incitaba contándoles los placeres de la vida de

soldado: botín y mujeres, principalmente. Los dos de más edad le daban la razón.

Lim había traído un cuchillo y un par de excelentes botas de la Rebelión de

Fuegoscuro; las botas eran demasiado pequeñas para poder ponérselas, pero las

tenía colgando de la puerta. Y Pate no paraba de hablar de los compañeros de

campamento que había conocido siguiendo al dragón. Sam Encorvado les había

preparado ocho jergones de paja en el corral subterráneo, así que una vez que

llenaron sus barrigas se fueron a dormir. Bennis se rezagó lo bastante para

dedicarle a Dunk una mirada de disgusto.

-Ser Inútil debería haberse follado unas cuantas campesinas fulanas más

mientras le quedaba una gota de savia en sus viejas bolas arrugadas -dijo-. Si

hubiera sembrado un buen montón de bastardos, ahora podríamos tener

soldados.

-No parecen peores que cualquier otro recluta campesino. -Dunk había marchado

con unos cuantos cuando servía a Ser Arlan.

-Claro -dijo Ser Bennis-. En quince días podrían arreglárselas contra otro grupo

de campesinos. Pero, ¿caballeros? -Sacudió la cabeza y escupió.

El pozo de Tiesa se encontraba en la bodega, en una estancia húmeda y fría con

paredes de piedra y tierra. Allí era donde la esposa de Sam Encorvado ponía en

remojo, restregaba y sacudía las ropas antes de llevarlas al tejado para su secado.

La gran tina de lavar también se usaba para los baños. Bañarse requería extraer

agua del pozo caldero a caldero, calentarla sobre la chimenea en una gran

cazuela de hierro, verter la cazuela en la tina, y volver a empezar todo el proceso.

Llenar la cazuela requería cuatro cubos, y tres cazuelas para llenar la bañera.

Para cuando la última olla estaba caliente, el agua de la primera ya estaba tibia.

Se había oído decir a Ser Bennis que todo el asunto era cansino de narices,

motivo por el cual tenía piojos y pulgas y apestaba como un queso podrido. Dunk

al menos tenía a Egg para ayudarle cuando sentía la imperiosa necesidad de un

buen lavado, como aquella noche. El muchacho sacaba el agua con un silencio

sombrío, y apenas habló mientras se hervía.

-¿Egg? -le preguntó Dunk cuando la última olla empezaba a entrar en ebullición-.

¿Sucede algo? -Cuando Egg no contestó, dijo:-. Ayúdame con la olla.

Junto la llevaron de la chimenea hasta la bañera, con cuidado de no mojarse. -

Ser -dijo el chico-, ¿qué creéis que piensa hacer Ser Eustace?

-Echar abajo el dique, y plantar cara a los hombres de la viuda si intentan

detenernos. -Habló en voz alta, para que se le oyera por encima del chapoteo del

agua. El vapor se elevó como una cortina blanca cuando la vertieron, poniéndoles

la cara colorada.

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-Sus escudos son de ramas entrelazadas, Ser. Una lanza puede atravesarlos, o

una saeta de ballesta.

-Encontraremos algunas piezas de armadura para ellos, cuando estén

preparados. -Eso era lo mejor que podían esperar.

-Probablemente los maten, Ser. Mojado Wat aún es un muchacho. Will Cebada va

a casarse la próxima vez que venga el septon. Y Gran Rob ni siquiera distingue su

pie izquierdo del derecho.

Dunk dejó la olla vacía sobre el suelo de tierra compacta.

-Roger de Pennytree era más joven que Mojado Wat cuando murió en Campo de

Hierbarroja. Había hombres en el ejército de tu padre que se acababan de casar,

y otros que jamás habían besado a una mujer. Había cientos que no sabían

distinguir su pie izquierdo del derecho, quizá miles.

-Aquello fue diferente -insistió Egg-. Aquello era una guerra.

-Como esto. La misma cosa, solo que a menor escala.

-Menor y más estúpida, Ser.

-Eso no somos ni tu ni yo quienes deben decirlo -le replicó Dunk-. Es su deber

acudir a la guerra cuando Ser Eustace les convoca... y morir, si es necesario.

-Entonces quizá no hubiéramos debido ponerles nombres, Ser. La pena será

mayor cuando mueran. -Arrugó el ceño-. Si usáramos mis contactos...

-No. -Dunk se puso a la pata coja para sacarse una bota.

-Sí, pero mi padre...

-No. -La segunda bota siguió el camino de la primera.

-Podríamos...

-No. -Dunk se sacó la túnica manchada de sudor, y se la tiró a Egg-. Pídele a la

mujer de Sam Encorvado que me la lave.

-Así lo haré, Ser, pero...

-Que no, he dicho. ¿Necesitas un bofetón en la oreja para ayudarte a oír mejor? -

Se desató los calzones. No llevaba nada más debajo; hacía demasiado calor para

la ropa interior-. Está bien que te preocupes de Wat, de Wat, de Wat y del resto,

pero tus “contactos” solo son para un caso de necesidad perentoria. -¿Cuántos

ojos tiene lord Cuervo de Sangre? Un millar, y uno-. ¿Qué te dijo tu padre,

cuando te envió como mi escudero?

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-Que mantuviera mi cabeza afeitada o teñida, y que no le revelara a nadie mi

verdadero nombre -dijo el chico, con una clara reticencia.

Egg había servido a Dunk durante año y medio, aunque algunas veces le

parecían veinte. Habían ascendido juntos por el Paso del Príncipe y cruzado las

extensas arenas de Dorne, las rojas y las blancas. Un barco de un mástil les

había llevado por el Sangreverde hasta Tabladillo, desde donde hicieron travesía

hasta Antigua sobre el Dama Blanca. Habían dormido en establos, tabernas y

cunetas, compartido pan con sacerdotes, prostitutas y actores, y asistido a un

montón de teatros de titiriteros. Egg había cuidado del caballo de Dunk, afilado

su espada y desoxidado su cota de malla. Había sido tan buen compañero como

cualquier hombre pudiera desear, y el caballero errante había llegado a pensar en

él casi como en un hermano pequeño.

Sin embargo, no lo es. Este retoño ha sido criado por dragones, no por hombres.

Egg puede ser el escudero de un caballero errante, pero Aegon de la Casa

Targaryen es el cuarto y más joven hijo de Maekar, Príncipe de Torre Verano, a su

vez cuarto hijo del fallecido rey Daeron el Bueno, el Segundo con Su Nombre,

quien se sentó durante veinticinco años en el Trono de Hierro hasta que la Gran

Epidemia Primaveral se lo llevó.

-Hasta donde le puede importar al pueblo, Aegon Targaryen regresó a Torre

Verano con su hermano Daeron después del torneo de Pradera de Vado Ceniza- le

recordó Dunk al chico-. Tu padre no querría que se supiese que andas

vagabundeando por los Siete Reinos con cualquier caballero errante. Así que no

quiero volver a oír lo de tus contactos.

Una mirada fue toda la respuesta que obtuvo. Egg tenía los ojos grandes, y de

algún modo su cabeza afeitada hacía que parecieran mayores. A la penumbrosa

luz de la lámpara de la bodega parecían negros, pero con una iluminación mejor

se revelaba su verdadero color: un profundo índigo oscuro. Ojos valyrianos, pensó

Dunk. En Poniente, pocos excepto los de sangre de dragón tenían ojos de tal

color, o un cabello que relucía como una amalgama de oro veteada de plata.

Cuando navegaban juntos por el Sangreverde, las niñas huérfanas jugaron a que

frotar la cabeza afeitada de Egg les daría suerte. Aquello hizo que el chico se

sonrojara más que una granada.

-Las chicas son tontas -diría-. La próxima que me toque va a acabar en el río.

-Entonces te tocaré yo -le contestó Dunk-. Te daré tal bofetón que estarás oyendo

campanas toda una luna.

Aquello solo suscitó en el chico una insolencia mayor:

-Mejor campanas que chicas estúpidas -insistió, pero no lanzó a ninguna al río.

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Dunk entró en la bañera y se acomodó hasta que el agua le cubrió hasta la

barbilla. Aún escaldaba en la parte superior, aunque más abajo ya estaba

templada. Apretó los dientes para no quejarse. Si lo hacía, el chico se reiría. A

Egg le gustaba que su baño abrasara.

-¿Necesitáis más agua hervida, Ser?

-Así está bien. -Dunk se frotó los brazos y contempló cómo salía la suciedad entre

largas nubes de vapor gris-. Alcánzame el jabón. Oh, y el cepillo de mango largo

también. –Pensar en el pelo de Egg le había recordado que el suyo estaba sucio.

Tomó una bocanada de aire y se deslizó bajo el agua para darse un buen

remojón. Cuando emergió de nuevo, chapoteando, Egg ya estaba al lado de la tina

con el jabón y el cepillo de crin de caballo en la mano-. Tienes pelos en la mejilla -

observó Dunk mientras le cogía el jabón-. Dos. Ahí, debajo de la oreja.

Asegúrate de quitarlos la próxima vez que te afeites la cabeza.

-Lo haré, Ser. -El chico parecía complacido por el descubrimiento.

No hay duda que piensa que un poco de barba le convierte en un hombre. Dunk

había pensado lo mismo la primera vez que encontró algo de pelusilla creciendo

sobre su labio superior. Intenté afeitarlo con la daga, y casi me corto la nariz de

cuajo.

-Ahora ve y duerme algo -le dijo a Egg-. No te necesitaré hasta mañana. Le llevó

un buen rato librarse de todo el sudor y la suciedad. Después, puso el jabón a un

lado, se estiró todo lo que pudo y cerró los ojos. Para entonces, el agua ya se

había enfriado. Después del salvaje calor del día, venía bien un momento de

alivio. Se remojó hasta que sus pies y sus dedos se arrugaron y el agua se volvió

gris, y solo en ese momento, perezoso, salió de la bañera.

Aunque a Egg y a Dunk les habían reservado gruesos jergones de paja en la

bodega, Dunk prefería dormir encima del tejado. El aire era más fresco, y a veces

había brisa. No era que tuviera que temer la lluvia, precisamente. La próxima vez

que lloviera sobre ellos allí arriba sería la primera.

Egg estaba dormido para cuando Dunk alcanzó el tejado. Se tumbó boca arriba

con las 19

manos detrás de la cabeza y contempló el cielo. Había estrellas por todas partes,

miles y miles. Le recordó a una noche en Pradera de Vado Ceniza, antes de que

empezara el torneo.

Aquella noche había visto una estrella fugaz. Se supone que las estrellas fugaces

te traen suerte, así que le dijo a Tanselle que pintara una en su escudo, pero

Vado Ceniza le había traído de todo menos suerte. Antes de finalizar el torneo,

casi había perdido una mano y un pie, y tres hombres buenos habían perdido sus

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vidas. Sin embargo, gané un escudero. Egg estaba conmigo cuando me marché

cabalgando de Vado Ceniza. Esa fue la única cosa buena de todo lo que sucedió.

Esperaba que esa noche no hubiera estrellas fugaces.

Montañas rojas en el horizonte y arena blanca bajo sus pies. Dunk estaba

excavando, ensartando una pala en la tierra seca y cálida, y echando la fina

arena por encima de su hombro. Estaba haciendo un agujero. Una tumba, pensó,

una tumba para la esperanza. Un trío de caballeros dornianos observaban de pie,

burlándose de él entre susurros. Más atrás, los mercaderes esperaban con sus

mulas, sus carretas y sus trineos de arena. Querían marcharse, pero no podían

hacerlo hasta que él enterrara a Castaño. No iba a dejar a su viejo amigo a

merced de las serpientes, los escorpiones y los perros del desierto.

El jamelgo había muerto en el sediento y largo tránsito entre el Paso del Príncipe

y Vaith, con Egg sobre sus lomos. Sus patas delanteras simplemente se plegaron

bajo sí mismo y se derrumbó, rodó a un lado y murió. Su cadáver estaba

despatarrado junto al agujero. Ya estaba rígido. Pronto empezaría a apestar.

Dunk lloraba mientras cavaba, para divertimento de los caballeros dornianos.

-El agua es demasiado preciosa para verterla -dijo uno-, no deberíais malgastarla,

Ser. –Los demás se carcajeaban y decían-: ¿Por que lloráis? Solo era un caballo, y

bastante malo.

Castaño, pensó Dunk mientras excavaba, su nombre era Castaño, y me llevó en

su lomo durante años, y jamás me derribó ni me mordió. EI viejo jamelgo parecía

lamentable al lado de los relucientes corceles de las arenas que los dornianos

montaban, con sus elegantes cabezas, sus largos cuellos y sus sedosas crines,

pero él ya había dado todo lo que tenía para dar.

-¿Lloras por un caballo reventado? –dijo en su mente Ser Arlan con su voz de

anciano-.

¿Por qué, muchacho, nunca lloraste por mí, que te puse sobre mi espalda? -Soltó

una pequeña risa, para demostrar que no quería herirle con el reproche-. Dunk el

Tocho, la mollera tan dura como la muralla de un castillo.

-Tampoco derramó lágrimas por mí -dijo Baelor Rompelanzas desde su tumba-,

aunque yo era su príncipe, la esperanza de Poniente. Los dioses no querían que

muriera tan joven.

-Mi padre solo tenía treinta y nueve -dijo el príncipe Valarr-. Podía haber sido un

gran rey, el más grande desde Aegon el Dragón. -Miró a Dunk con sus fríos ojos

azules-. ¿Por qué se lo llevaron los dioses, y te dejaron a ti?- El Joven Príncipe

tenía el cabello castaño claro de su padre, pero una mecha de oro y plata lo

atravesaba.

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Estáis muertos, quería gritar Dunk, los tres estáis muertos, ¿por qué no me

dejáis en paz?

Ser Arlan había muerto de un resfriado, el príncipe Baelor de un golpe propinado

por su hermano durante el juicio de Siete de Dunk, y su hijo Valarr durante la

Gran Epidemia Primaveral. No tengo la culpa. Estábamos en Dorne, no lo

sabíamos.

-Estás loco -le dijo el anciano-. No cavaremos ningún hoyo para ti, cuando te

mueras por esa locura. En las vastas arenas, un hombre debe atesorar su agua.

-Fuera de aquí, Ser Duncan -dijo Valarr-. Fuera de aquí.

Egg le ayudaba a cavar. El chico no tenía pala, solo sus manos, y la arena volvía

a la tumba en cuanto la apartaba. Era como tratar de cavar un hoyo en el mar.

Tengo que seguir cavando, se dijo Dunk, aunque la espalda y los hombros le

dolían por el esfuerzo. Tengo que enterrarlo profundo, donde los perros del

desierto no puedan encontrarlo. Tengo que...

-¿ ...morir? -dijo Gran Rob el Simplón desde el fondo de la tumba. Echado allí,

quieto, frío y con una fea herida escarlata abriendo su barriga, ya no parecía tan

alto.

Dunk se detuvo y le miró.

-Tú no estás muerto. Tú estás durmiendo abajo, en la bodega. –Buscó ayuda en

Ser Arlan-.

Decídselo, Ser -le rogó-, decidle que salga de la tumba.

Solo que no era Ser Arlan de Pennytree quien estaba frente a él, sino Ser Bennis

del Escudo Pardo. El caballero pardo solo se carcajeaba.

-Dunk el Tocho -decía-, destripar es lento, pero seguro. Nunca conocí a un

hombre que viviera con las tripas colgando. -En sus labios burbujeaba una

espuma roja. Se dio la vuelta y escupió, y las blancas arenas lo absorbieron. Cata

estaba detrás de él con una flecha en el ojo, llorando lentas lágrimas rojizas. Y

también estaba Mojado Wat, con la cabeza casi partida en dos, con el viejo Lim,

Pate con los ojos congestionados, y todos los demás. Dunk pensó en un principio

que habían estado masticando hojamarga con Bennis, pero entonces se dio

cuenta de que era sangre chorreando de sus bocas. Muertos, pensó, todos

muertos, y el caballero pardo bramó:-. Sí, así que mejor que te des prisa. Tienes

más tumbas que cavar, tocho. Ocho para ellos, una para mí, una para el viejo Ser

Inútil, y la última para tu chico calvo.

La pala se deslizó de las manos de Dunk.

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-¡Egg -gritó-, corre! ¡Tenemos que correr! -Pero las arenas se hundían bajo sus

pies.

Cuando el chico intentaba trepar por el agujero, sus laterales se derrumbaron.

Dunk vio caer la arena sobre Egg, enterrándole mientras abría la boca para

gritar. Intentó abrirse paso hacia él, pero la arena se alzaba a su alrededor,

empujándole hacia la tumba, llenándole la boca, la nariz, los ojos...

Con la llegada del día, Ser Bennis se preparó para enseñarles a sus reclutas cómo

formar un muro defensivo. Alineó a los ocho hombro con hombro, con los

escudos tocándose y las puntas de las lanzas asomando entre medias, como

largos colmillos de madera afilados. Luego Dunk y Egg montaron y cargaron

contra ellos.

Maestra se negó a acercarse a menos de tres metros de las lanzas y se detuvo de

forma abrupta, pero Trueno había sido entrenado para aquello. El gran caballo de

guerra cargó, cogiendo velocidad. Las gallinas correteaban entre sus piernas y

revoloteaban cloqueando. Su pánico era contagioso. Una vez más, Gran Rob fue

el primero en soltar su lanza y correr, dejando un hueco en mitad del muro. En

lugar de cerrarlo, los demás guerreros de Tiesa se unieron a la fuga. Trueno trotó

sobre sus escudos abandonados antes de que Dunk pudiera refrenarlo con las

riendas. Las ramas entrelazadas se partieron y se hicieron astillas bajo sus

pezuñas herradas. Ser Bennis profirió una retahíla de juramentos mientras pollos

y aldeanos huían en todas direcciones. Egg luchó con todas sus fuerzas por

aguantarse la risa, pero perdió la batalla.

-Ya es suficiente. -Dunk detuvo a Trueno, se desabrochó el yelmo y se lo quitó de

un tirón . Si hacen eso en la batalla, conseguirán que los maten a todos. –Y a ti y

a mí también, probablemente. La mañana ya era cálida, y se sentía tan sucio y

pegajoso como si no se hubiera bañado. Le martilleaba la cabeza, y no conseguía

olvidar el sueño que había tenido la noche antes. No ha ocurrido, trataba de

decirse. No ha sido así.

Castaño había muerto en el largo viaje a Vaith; esa parte era cierta. El y Egg

compartieron montura hasta que el hermano de Egg le dio a Maestra. El resto, no

obstante...

Jamás lloré. Habría querido, pero nunca lo hice. También hubiera querido

enterrar al caballo, pero los dornianos no habrían esperado.

-Los perros del desierto deben comer y alimentar a sus cachorros -le dijo uno de

los caballeros dornianos mientras ayudaban a Dunk a quitarle al jamelgo las

alforjas y las bridas-.

Su carne alimentará a los perros o a las arenas. En un año, sus huesos estarán

limpios. Esto es Dorne, amigo mío. -Al recordar, Dunk no pudo sino preguntarse

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a quién alimentaría la carne de Wat, de Wat y de Wat. Quizá haya peces

jaquelados bajo el Jaquel.

Guió a Trueno hasta la torre y desmontó.

-Egg, ayuda a Ser Bennis a reunirlos y a traerlos de vuelta. -Le lanzó a Egg su

yelmo y caminó a grandes zancadas hacia las escaleras.

Ser Eustace se reunió con él en la penumbra de su sala de estar.

-Eso no estuvo nada bien.

-No, mi señor -dijo Dunk-. No servirán. -Una espada leal debe a su señor servicio

y obediencia, pero esto es una locura.

-Era su primera vez. Sus padres y hermanos era tan malos o peores cuando

comenzaron su entrenamiento. Mis hijos trabajaron con ellos antes de ir a ayudar

al Rey. Todos los días, durante una buena quincena. Hicieron soldados de ellos.

-¿Y cuando llegó la batalla, mi señor? -preguntó Dunk-. ¿Cómo se las arreglaron

entonces?

¿Cuántos de ellos regresaron a casa con vos?

El viejo caballero le miró durante largo rato.

-Lim -dijo al fin-, Pate y Dake. Dake forrajeaba para nosotros. Era el buscador de

comida más habilidoso que jamás conocí. Nunca marchábamos con el estómago

vacío. –Sus mostachos se estremecieron-. Puede que nos lleve más de una

quincena.

-Mi señor -dijo Dunk-, la mujer podría estar aquí mañana, con todos sus

hombres. –Son buenos muchachos, pensó, pero pronto serán muchachos

muertos, si avanzan contra los caballeros de Fosafría-. Debe de haber alguna otra

manera.

-Alguna otra manera. -Ser Eustace pasó con delicadeza sus dedos sobre el escudo

del Pequeño León-. No obtendré justicia de lord Rowan, no de este rey...- Cogió a

Dunk del antebrazo-. Se me ocurre que, en días pasados, cuando gobernaban los

reyes verdes, podías pagarle a un hombre un precio de sangre si habías matado a

uno de sus animales o campesinos.

-¿Un precio de sangre? -Dunk dudaba.

-Alguna otra manera, dijiste. Tengo algunas monedas guardadas. Solo fue un

pequeño rasguño en la mejilla, dice Ser Bennis. Podría pagarle al hombre un

venado de plata y tres a la mujer por la ofensa. Podría, y lo haría... si quitara la

presa. -El anciano arrugó el entrecejo-.

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Sin embargo, no puedo ir hasta ella. No a Fosafría. -Una gorda mosca negra

zumbó en torno a su cabeza y se posó en su brazo-. El castillo fue nuestro una

vez. ¿Sabíais eso, Ser Duncan?

-Sí, mi señor. -San Encorvado se lo había contado.

-Durante mil años antes de la Conquista, fuimos los Alguaciles de la Frontera del

Norte. Rendíamos lealtad a un grupo de señores menores que nos dieron cien

caballeros con tierras. Teníamos entonces cuatro castillos y torres de vigilancia

en las colinas para avisar de la llegada de los enemigos. Fosafría era el mayor de

nuestros bastiones. Lord Pervyn Osgrey lo levantó. Pervyn el Orgulloso, le

llamaban. Después de Campo de Fuego, Altojardín pasó de los reyes a unos

administradores, y los Osgrey fueron desapareciendo. Fue el rey Maegor, hijo de

Aegon, quien nos arrebató Fosafría, cuando lord Ormond Osgrey protestó contra

su supresión de las Estrellas y Espadas, como se conocía a la Compañía Pobre y

a los Hijos del Guerrero. -Su voz se había vuelto ronca-. Hay un león jaquelado

tallado en piedra sobre las puertas de Fosafría. Mi padre me lo enseñó la primera

vez que me llevó con él para responder a la llamada de Reynard Webber. Yo se lo

enseñé a mis hijos. Addam... Addam sirvió en Fosafría, como paje y escudero, y

un... un cierto... cariño surgió entre él y la hija de lord Wyman. Así que un día de

invierno me puse mis vestimentas más finas y fui a ver a lord Wyman para

proponerle un matrimonio. Su negativa fue cortés, pero mientras me marchaba le

escuché reírse con Ser Lucas Inchfield. Después de aquello, jamás volví a

Fosafría, excepto una vez, cuando aquella mujer presumió de haberse llevado a

uno de los míos. Cuando me dijeron que buscara al pobre Lim en el fondo del

foso...

-Dake -dijo Dunk-. Bennis dice que su nombre era Dake.

-¿Dake? -La mosca bajaba por su manga, deteniéndose para frotarse las patas.

Ser Eustace la espantó, y se humedeció los labios bajo el mostacho-. Dake. Eso

fue lo que dije. Un muchacho leal, le recuerdo bien. Forrajeaba para nosotros

durante la guerra. Jamás tuvimos que cabalgar con el estómago vacío. Cuando

Ser Lucas me informó de lo que le habían hecho a mi pobre Dake, hice juramento

de no volver a poner un pie en ese castillo, de no ser para tomarlo en posesión.

Así que ya veis, no puedo ir allí, Ser Duncan. Ni para pagar un precio de sangre

ni por ninguna otra razón. No puedo.

Dunk comprendió.

-Puedo ir yo, mi señor. No he hecho ningún juramento.

-Sois un hombre bueno, Ser Duncan. Un valiente caballero, y honesto. -Ser

Eustace le dio a Dunk un apretón en el brazo-. Ojalá los dioses no se hubieran

llevado a mi Alysanne. Sois el tipo de hombre con quien siempre deseé que se

desposara. Un verdadero caballero, Ser Duncan. Un caballero auténtico.

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Dunk se estaba sonrojando.

-Le diré a lady Webber lo que me dijisteis sobre el precio de sangre, pero...

-Salvaréis a Ser Bennis del mismo destino de Dake. Lo sé. Yo no juzgo a los

hombres a la ligera, y vos sois de buena pasta. Les haréis vacilar, Ser. Con

vuestra sola presencia. Cuando esa mujer vea que Tiesa tiene semejante

campeón, derribara el dique de muy buena gana. Dunk no supo que decir. Se

arrodilló.

-Mi señor. Partiré mañana, y haré lo que pueda.

-Mañana. -La mosca voló en círculos, y se posó en la mano izquierda de Ser

Eustace. Este levantó la derecha y la aplastó-. Sí. Mañana.

-¿Otro baño? -dijo Egg, consternado-. Os lavasteis ayer.

-Y después me pasé el día con la armadura puesta, nadando en sudor. Cierra la

boca y llena la olla.

-Os lavasteis la noche que Ser Eustace os tomó a su servido -señaló Egg-.Y

anoche, y ahora. Eso son tres veces, Ser.

-Tengo que tratar con una dama de alta alcurnia. ¿Quieres que aparezca ante su

real trono oliendo como Ser Bennis?

-Tendríais que rebozaros en una bañera llena de excrementos de Maestra para

oler tan mal como él, Ser. -Egg llenó la olla-. Sam Encorvado dice que el

castellano de Fosafría es tan grande como vos. Su nombre es Lucas Inchfield,

pero le llaman Dosmetros por su tamaño.

¿Creéis que será tan grande como vos, Ser?

-No. -Habían pasado años desde que Dunk conociera a alguien tan alto como él.

Cogió la olla y la colgó sobre el fuego.

-¿Lucharéis con él?

-No. -Dunk casi deseaba que fuese de otro modo. Puede que no fuera el mejor

guerrero del reino, pero el tamaño y la fuerza pueden solucionar muchas

carencias. Sin embargo, no una carencia de intelecto. No era bueno con las

palabras, y peor con las mujeres. El gigante Lucas Dosmetros no le amilanaba

tanto como la perspectiva de enfrentarse a la Viuda Escarlata-.

Voy a hablar con la Viuda Escarlata, eso es todo.

-¿Qué le diréis, Ser?

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-Que tiene que destruir el dique. -Debéis destruir el dique, mi señora, o si no...-

.Quiero decir que le pediré que retire el dique. -Por favor, devolvednos nuestro

Jaquel-. Si es tan amable. -Un poco de agua, mi señora, si no es molestia. Ser

Eustace no querría que le rogara.

¿Cómo lo digo, entonces?

El agua enseguida empezó a echar vapor y a burbujear.

-Ayúdame a arrastrar esto hasta la bañera -le dijo Dunk al chico. Juntos,

quitaron la olla del fuego y cruzaron la bodega hasta la gran tina de madera-. No

sé cómo hablar con damas de alta cuna -confesó mientras vertían el agua-.

Podríamos muy bien haber sido matados en Dorne, por lo que le dije a lady Vaith.

-Lady Vaith estaba loca -le recordó Egg-, pero vos podríais haber sido más

galante. A las damas les gusta la galantería. Si pudierais rescatar a la Viuda

Escarlata igual que lo hicisteis de Aerion con aquella titiritera...

-Aerion está en Lys, y la viuda no necesita que la rescaten. -No quería hablar de

Tanselle. Tanselle La Giganta era su nombre, pero no era tan alta para mí. -

Bueno -dijo el chico-, algunos caballeros le cantan canciones galantes a sus

damas, o les tocan melodías con un laúd. -No tengo laúd. -Dunk parecía

malhumorado-. Y aquella noche en Tabladillo que bebí demasiado, me dijiste que

canté como un buey en una charca de cieno.

-Lo había olvidado, Ser.

-¿Cómo puedes olvidarlo?

-Me dijisteis que lo olvidara, Ser -dijo Egg, con absoluta inocencia-. Me dijisteis

que me llevaría un bofetón en la oreja la próxima vez que lo mencionara.

-Nada de canciones. -Aunque hubiera tenido voz para ello, la única canción que

conocía Dunk era “El oso y la hermosa doncella”. Dudaba que le sirviera para

ganarse a lady Webber.

La olla echaba humo otra vez. Forcejeó con ella para echar el contenido en la

bañera.

Egg sacó agua para llenar la cazuela por tercera vez, y luego trepó de nuevo sobre

el pozo.

-Será mejor que no toméis comida ni bebida en Fosafría, Ser. La Viuda Escarlata

envenenó a todos sus maridos.

-No voy a casarme con ella. Es una dama de la nobleza, y yo soy Dunk de Lecho

de Pulgas, ¿recuerdas? -Frunció el ceño-. ¿Cuántos maridos tuvo, exactamente?

¿Lo sabes?

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-Cuatro -dijo Egg-, pero ningún niño. Cada vez que da a luz, un demonio viene

por la noche y se lleva al bebé. La esposa de Sam Encorvado dice que vendía las

criaturas antes de nacer al Señor de los Siete Infiernos, a cambio de enseñarle

sus artes oscuras.

-Las damas de alta cuna no se mezclan con las artes oscuras. Bailan, cantan y

hacen bordados.

-Quizá ella baile con demonios y borde encantamientos malignos -dijo Egg con

entusiasmo-. ¿Y cómo sabéis lo que hacen las damas de alta cuna, Ser? Lady

Vaith es la única que habéis conocido.

Aquello era insolente, pero cierto.

-Puede que no conozca ninguna dama noble, pero conozco a un chico que está

pidiendo

una buena bofetada. -Dunk se frotó la nuca. Un día entero con cota de malla la

deja dura como la madera-. Tu has conocido a reinas y princesas. ¿Bailaban con

demonios y practicaban las artes oscuras?

-Lady Shiera sí. La amante de lord Cuervo de Sangre. Se baña en sangre para

mantener su belleza. Y una vez mi hermana Rhae puso una poción de amor en mi

bebida para que me casase con ella en lugar de con mi hermana Daella.

Egg hablaba como si tal incesto fuese la cosa más natural del mundo. Para él, lo

es. Los Targaryen se habían casado entre hermanos durante cientos de años,

para mantener pura la sangre del dragón. Aunque el último dragón real había

muerto antes que Dunk naciera, los reyes dragón seguían la tradición. Quizá a

los dioses no les importe que se casen con sus hermanas-. ¿Funcionó la poción?

preguntó Dunk.

-Lo habría hecho -dijo Egg-, pero la escupí. No quiero una esposa, quiero ser

caballero de la Guardia Real, y vivir solo para servir y defender al Rey. La Guardia

Real hace juramento de no casarse.

-Esa es una cosa muy noble, pero cuando seas mayor puede que descubras que

tienes una chica antes que una capa blanca. -Dunk estaba pensando en Tanselle

La Giganta, y la forma en que ella le sonría en Vado Ceniza-. Ser Eustace me dijo

que yo era la clase de hombre que le hubiera gustado para desposar a su hija. Su

nombre era Alysanne.

-Está muerta, Ser.

-Sé que está muerta -dijo Dunk, molesto-. Si estuviera viva, me dijo. Si lo

estuviera, le complacería que me casara con ella. O alguien como yo. Nunca antes

había tenido un señor que me ofreciera su hija.

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-Su hija muerta. Y puede que los Osgrey fuesen señores en tiempos pasados, pero

Ser Eustace solo es un caballero con tierras.

-Sé lo que es. ¿Quieres un bofetón en la oreja?

-Bueno -dijo Egg-. Preferiría antes un bofetón que una esposa. En especial una

esposa muerta, Ser. La olla está burbujeando.

Llevaron el agua hasta la bañera, y Dunk se quitó la túnica por encima de la

cabeza.

-Llevaré mi túnica dorniana a Fosafría. -Era de seda de las arenas, la vestimenta

más lujosa de las que poseía, pintada con su olmo y la estrella fugaz.

-Si la lleváis durante la cabalgada se empapará de sudor, Ser -dijo Egg-. Llevad la

que teníais hoy. Yo llevaré la otra, y podréis cambiaros cuando lleguéis al castillo.

-Antes de llegar al castillo. Parecería un loco, si me cambiara de ropa en el puente

levadizo. ¿Y quién te dijo que ibas a venir conmigo?

-Un caballero impresiona más si tiene un escudero que le atienda.

Aquello era cierto. El chico sabía de esas cosas. Debería. Sirvió dos años como

paje en Desembarco del Rey. Aun así, Dunk era reticente a ponerlo en peligro. No

tenía noción de la clase de recibimiento que le esperaba en Fosafría. Si esa Viuda

Escarlata era tan peligrosa como se decía, podría acabar en una jaula, como

aquellos dos hombres de la carretera.

-Te quedarás y ayudarás a Ser Bennis con los aldeanos -le dijo a Egg-. Y no me

mires de esa forma tan hosca. -Se quitó los calzones, y se metió en la bañera de

agua humeante-. Ahora ve y duerme, y déjame bañarme. No vas a ir, y se acabó

la cuestión.

Cuando Dunk se despertó, Egg se había levantado y ya no estaba. La luz del sol

matutino le daba en el rostro. Dioses misericordiosos, ¿cómo puede hacer tanto

calor tan pronto? Se incorporó hasta quedarse sentado, se estiró y bostezó, se

puso en pie y se dirigió tambaleante y somnoliento hacia el pozo, donde encendió

una vela de sebo, se echó algo de agua fría en la cara y se vistió. Cuando salió a

la luz del sol, Trueno estaba esperando junto al establo, ensillado y con las bridas

puestas. Egg también estaba esperando, con su mula Maestra. El chico se había

puesto las botas. Por una vez, parecía el escudero ideal, enfundado en un bonito

jubón de cuadros verde y oro y un par de ajustados calzones de lana blancos.

-Los calzones estaban rotos por el trasero, pero la esposa de Sam Encorvado me

los ha cosido -anunció.

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-Las ropas eran de Addam -dijo Ser Eustace, mientras conducía su propio caballo

gris fuera del establo. Un león jaquelado adornaba la raída capa de seda que el

anciano tenía abrochada sobre los hombros-. El jubón es una fruslería húmeda

por el baúl pero debería servir. Un caballero impresiona más si tiene un escudero

que le atienda, así que he decidido que Egg os acompañe a Fosafría.

Engañado por un chico de diez años. Dunk miró a Egg y en silencio formó con la

boca las palabras bofetón en la oreja. El chico sonrió abiertamente.

-También tengo algo para vos, Ser Duncan. Venid. -Ser Eustace sacó una capa, y

la agitó con gesto desgarbado.

Era de lana blanca, bordada con cuadros de satén verde y paño de oro. Una capa

de lana era lo último que necesitaba bajo semejante calor, pero cuando Ser

Eustace la abrochó sobre sus hombros, Dunk vio el orgullo reflejado en su rostro,

y se vio incapaz de rechazarla.

-Gracias, mi señor.

-Te queda bien. Ojalá pudiera ofrecerte más. -El mostacho del viejo tembló-.

Envié a Sam Encorvado a buscar en la bodega entre las cosas de mis hijos, pero

Edwyn y Harrold eran hombres pequeños, más delgados de pecho y más cortos

de pierna. Nada de lo que dejaron os estaría bien, siento decir.

-La capa es suficiente, mi señor. No la deshonraré.

-No lo dudo. -Le dio una palmada a su caballo-. Pensé en cabalgar con vos parte

del camino, si no tenéis objeción.

-Ninguna, mi señor.

Egg abrió la marcha colina abajo, sentado muy tieso sobre Maestra.

-¿Tiene que llevar ese sombrero de paja? -le preguntó Ser Eustace a Dunk-.

Parece un poco tonto, ¿no creéis?

-No tan tonto como su cabeza pelada, mi señor. -Incluso a aquellas horas, con el

sol apenas asomado al horizonte, hacía calor. Para la tarde, las sillas de montar

estarán lo bastante calientes para levantarnos ampollas. Egg podría parecer

elegante con las galas del chico muerto, pero estaría cocido como un huevo para

el anochecer. Dunk al menos podía cambiarse; tenía su túnica buena en las

alforjas, y la vieja verde de repuesto.

-Tomaremos el camino del oeste -anunció Ser Eustace-. Se utiliza poco en los

últimos años, pero sigue siendo el camino más corto desde Tiesa hasta el castillo

de Fosafría. –El sendero les llevó a rodear la colina por delante de las tumbas

donde el viejo caballero había enterrado a su esposa y sus hijos, entre unas

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espesas moreras-, A mis chicos les encantaba coger las moras aquí. Cuando eran

pequeños y venían a mí con las caras pegajosas y rasguños en los brazos, ya

sabía donde habían estado. -Sonrió con cariño-. Vuestro Egg me recuerda a mi

Addam. Un chico valiente, siendo tan joven. Addam estaba intentando proteger a

su hermano herido Harrold cuando la batalla cayó sobre ellos. Un ribereño con

seis bellotas en el escudo le arrancó el brazo con un hacha. -Sus tristes ojos

grises se encontraron con los de Dunk-. Este viejo maestro vuestro, el caballero

de Pennytree... ¿luchó en la Rebelión de Fuegoscuro?

-Lo hizo, mi señor. Antes de acogerme. -Dunk no tenía más de tres o cuatro años

y corría medio desnudo por los callejones de Lecho de Pulgas, más animal que

niño.

-¿Con el dragón rojo o con el negro?

¿Rojo o negro? Era una pregunta peligrosa, incluso ahora. Desde los tiempos de

Aegon el Conquistador, las armas de la Casa Targaryen habían mostrado un

dragón de tres cabezas, rojo sobre negro. Daemon el Pretendiente había

intercambiado esos colores en sus propios estandartes, al igual que hacían

muchos bastardos. Ser Eustace es mi señor por juramento, se recordó Dunk.

Tiene derecho a preguntar.

-Combatió bajo el estandarte de lord Hayford, mi señor.

-¿Barras verdes sobre oro, una banda ondulada color verde pálido?

-Puede ser, mi señor. Egg lo sabrá. -El muchacho podía recitar los escudos de

armas de la mitad de los caballeros de Poniente.

-Lord Hayford era un notable unionista. El rey Daeron le nombró su Mano justo

antes de la batalla. Butterwell había hecho un trabajo tan pésimo que muchos

cuestionaban su lealtad, pero lord Hayford había sido leal desde el principio.

-Ser Arlan estaba detrás de él cuando cayó. Un lord con tres castillos en el

escudo le derribó.

-Muchos hombres buenos cayeron ese día, en ambos bandos. La hierba no era

roja antes de la batalla. ¿Os dijo eso vuestro señor Arlan?

-A Ser Arlan no le gustaba hablar de la batalla. Su escudero también murió allí.

Su nombre era Roger de Pennytree, hijo de la hermana de Ser Arlan.- Incluso

decir su nombre hizo que Dunk se sintiera vagamente culpable. Robé su lugar.

Solo los príncipes y los grandes señores tienen los medios para mantener dos

escuderos. Si Aegon el Indigno le hubiera dado su espada a su heredero Daeron

en lugar de a su bastardo Daemon, puede que nunca hubiera tenido lugar una

Rebelión de Fuegoscuro, y Roger de Pennytree podría estar vivo hoy. Habría un

caballero en algún sitio, uno más verdadero que yo. Yo habría acabado en la

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horca, o habría sido enviado a la Guardia de Noche, a vigilar el Muro hasta que

muriese.

-Una gran batalla es una cosa terrible -dijo el viejo caballero-, pero en medio de la

sangre y la carnicería, a veces hay algo de belleza, belleza que puede romperte el

corazón. Nunca olvidaré el aspecto del sol cuando se puso sobre el Campo de

Hierbarroja... Diez mil hombres habían muerto, y el aire estaba repleto de

gemidos y lamentos, pero sobre nosotros el cielo se volvía dorado, rojo y naranja,

tan bello que el saber que mis hijos nunca lo verían me hizo sollozar.- Suspiró-.

Estuvo más cerca de lo que hacen creer a la gente hoy en día. Si no fuera por

Cuervo de Sangre...

-Siempre había oído que fue Baelor Rompelanzas quien ganó la batalla –dijo

Dunk-. El y el príncipe Maekar.

-¿El martillo y el yunque? -Los bigotes del anciano se crisparon-. Los juglares

olvidan mucho y más. Daemon fue el Guerrero aquel día. Ningún hombre resistía

enfrente de él.

Rompió la vanguardia de lord Arryn en pedacitos, y mató al Caballero de las

Nueve Estrellas y a Wyl Waynwood el Salvaje antes de enfrentarse a Ser Gwayne

Corbray, de la Guardia Real. Durante cerca de una hora, bailaron sobre sus

caballos, dando vueltas y más vueltas, y matando a todo hombre que se les

acercara. Se decía que cada vez que Fuegoscuro y Forlorn chocaban, se podía oír

el sonido a kilómetros. Era media canción y medio grito, aseguraban. Pero

cuando al fin la espada dama titubeó, Fuegoscuro atravesó el yelmo de Ser

Gwayne y le dejó ciego y sangrante. Daemon desmontó para evitar que su

enemigo caído fuese pisoteado, y ordenó a Redtusk que se lo llevara hasta los

maestres de retaguardia. Y ese fue su error mortal, ya que los Picos de Cuervo

habían ganado la cima de Cresta Llorosa, y Cuervo de

Sangre vio el estandarte real de su medio hermano a trescientos metros, y a

Daemon y sus hijos bajo él. Mató primero a Aegon, el mayor de los gemelos,

porque sabía que Daemon nunca dejaría al chico mientras su cuerpo estuviera

caliente, a pesar de que las lanzas caían como la lluvia. Y no lo hizo, aunque siete

flechas le perforaban, disparadas tanto por la brujería como por el arco de Cuervo

de Sangre. El joven Aemon cogió a Fuegoscuro cuando la hoja se desprendió de

los dedos de su moribundo padre, por lo que Cuervo de Sangre también lo mató,

al más joven de los gemelos. Así perecieron el dragón negro y sus hijos.

“Después hubo mucho más, lo sé. Yo mismo vi algunas cosas... los rebeldes

corriendo, Bittersteel alcanzando la desbandada y liderando su demente carga...

su batalla con Cuervo de Sangre, solo superada por la que Daemon libró con

Gwayne Corbray ... los golpes de martillo del príncipe Baelor contra la

retaguardia rebelde, todos los dornianos gritando mientras llenaban el aire con

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sus lanzas... pero al final del día, nada de eso importó. La guerra había terminado

cuando murió Daemon.

“Estuvo tan cerca... Si Daemon hubiera pasado por encima de Gwayne Corbray y

le hubiera abandonado a su destino, podría haber roto el flanco izquierdo de

Maekar antes que Cuervo de Sangre tomara la cresta. El día habría pertenecido a

los dragones negros, con la Mano asesinada y el camino hacia Desembarco del

Rey expedito ante ellos. Daemon podría haberse sentado en el Trono de Hierro

para cuando el príncipe Baelor llegara con sus señores de la tormenta y sus

dornianos.

“Los juglares pueden seguir con su martillo y su yunque, Ser, pero fue el

matarreyes quien cambió la marea con una flecha blanca y un hechizo oscuro. Y

es él quien nos gobierna, no os quepa duda. El rey Aerys es su marioneta. No me

sorprendería averiguar que Cuervo de Sangre ha hechizado a Su Gracia, para

doblegar su voluntad. Me pregunto si no estamos malditos.

Ser Eustace sacudió la cabeza, y se sumergió en un silencio siniestro. Dunk se

preguntaba cuánto había oído Egg, pero no había manera de preguntarle.

¿Cuántos ojos tiene lord Cuervo de Sangre?, pensó.

El día ya se estaba volviendo más cálido. Hasta las moscas han huido, se percató

Dunk.

Las moscas tienen más sentido común que los caballeros. Se mantienen a salvo

del sol. Se preguntó si serían hospitalarios con él y con Egg en Fosafría. Un pichel

de cerveza tostada helada iría muy bien, Dunk estaba considerando con placer

aquella perspectiva cuando recordó lo que Egg le había dicho sobre la Viuda

Escarlata y el envenenamiento de sus maridos. Su sed se evaporó en un

momento. Había cosas peores que una garganta seca.

-Hubo un tiempo en que la Casa Osgrey poseía todas las tierras en muchos

kilómetros a la redonda, desde Monjilla en el este hasta Remendón -dijo Ser

Eustace-. Fosafría era nuestra, y las Colinas de la Herradura, las cuevas de las

Colinas de la Gesta, las aldeas de Dosk, Pequeña Dosk y Valle Brandy, ambas

riberas de Lago Frondoso... Las damas Osgrey se casaban con los Florent, los

Swann y los Tarbecks, incluso con los Hightower y los Blackwood.

Tenían a la vista el lindero del Bosque Cerradón. Dunk se protegió los ojos con la

mano, y oteó el follaje. Por una vez, envidiaba el sombrero de Egg. Al menos

tendremos algo de sombra.

-Hubo un tiempo en que el Bosque Cerradón se extendía hasta Fosafría –dijo Ser

Eustace-.

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No recuerdo quien fue Cerradón. No obstante, antes de la Conquista, se podían

encontrar uros en su bosque, y enormes alces con cornamentas de cincuenta

centímetros y más. Había más venados rojos de los que cualquier hombre podría

comerse en toda su vida, ya que nadie excepto el Rey y el león jaquelado podían

cazar allí. Incluso en tiempos de mi padre, había árboles a ambos lados del río,

pero las arañas talaron los bosques para hacer pastizales para sus reses, ovejas y

caballos.

Un delgado chorro de sudor caía por el pecho de Dunk. Se descubrió deseando

con fervor que su señor se estuviera callado. Hace demasiado calor para hablar,

hace demasiado calor para cabalgar. Hace un calor de narices.

En el bosque, se toparon con el cadáver de un gato arbóreo marrón, cubierto de

gusanos.

-Aagh -dijo Egg, mientras lo rodeaba con Maestra-, eso huele peor que Ser

Bennis.

Ser Eustace tiró de sus riendas.

-Un gato arbóreo. No sabía que quedaran en este bosque. Me pregunto qué le

mató. -

Cuando nadie contestó, dijo:-. Daré la vuelta aquí. Continuad por el camino del

oeste y llegaréis directos hasta Fosafría. ¿Tenéis la moneda? -Dunk asintió-. Bien.

Volved a casa con mi agua, Ser. -El anciano caballero se alejó trotando por donde

habían venido.

Cuando se hubo ido, Egg dijo:

-He pensado en cómo deberíais hablarle a lady Webber, Ser. Podríais ganárosla

con cumplidos galantes. -El chico parecía tan fresco y limpio en su túnica a

cuadros como Ser Eustace con su capa.

¿Soy yo el único que suda?

-Cumplidos galantes -repitió Dunk-. ¿Qué tipo de cumplidos galantes?

- Ya sabéis, Ser. Decidle lo bella y hermosa que es.

Dunk tenía sus dudas.

-Ha sobrevivido a cuatro maridos, debe ser tan vieja como lady Vaith. Si le digo

que es bella y hermosa cuando es vieja y verrugosa, me tomará por un mentiroso.

-Solo necesitáis hallar algo verdadero que decir sobre ella. Así lo hace mi

hermano Daeron. Hasta las prostitutas viejas y feas pueden tener el pelo bonito o

unas orejas bien formadas, Ser.

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-¿Orejas bien formadas? -Las dudas de Dunk aumentaron.

-O los ojos bonitos. Decidle que su túnica hace juego con el color de sus ojos. -El

chico reflexionó un instante-. A menos que solo tenga un ojo, como lord Cuervo

de Sangre.

Mi señora, esa túnica le hace juego con el color de su ojo. Dunk había oído a

caballeros y lores menores susurrar tales galanterías a otras damas. Sin

embargo, ninguno se había andado con tantos rodeos. Buena señora, ese vestido

es precioso. Hace juego con el color de sus dos adorables ojos. Algunas de las

damas eran viejas y escuálidas, o gruesas y rubicundas, o tenían sífilis y eran

poco atractivas, pero todas tenían vestido y dos ojos, y según recordó Dunk, se

mostraron complacidas ante las palabras floridas. Qué vestido tan encantador,

mi señora. Hace juego con la adorable belleza del hermoso color de sus ojos.

-La vida de un caballero errante es más simple -dijo Dunk, sombrío-. Si le digo

algo incorrecto, me meterá en un saco de piedras y me arrojará al río.

-Dudo que tenga un saco tan grande, Ser -dijo Egg-. Podríamos usar mi bota.

-No -gruñó Dunk-, no podemos.

Cuando salieron del Bosque Cerradón, se hallaban más arriba del dique. Las

aguas habían subido lo suficiente para que Dunk tomara ese trago con el que

había soñado. Lo bastante profundo para ahogar a un hombre, pensó. En la orilla

opuesta, el cauce había sido modificado para desviar parte del caudal hacia el

oeste. La acequia transcurría paralela al camino, abasteciendo a una miríada de

canales más pequeños que serpenteaban entre los campos. Una vez que

crucemos el arroyo, estaremos en poder de la Viuda. Dunk se preguntó

en qué se estaba metiendo. Solo era un hombre, con un chico de diez años para

guardar sus

espaldas.

Egg se abanicaba el rostro. -¿Ser? ¿Por qué nos detenemos?

-No lo hacemos. -Dunk azuzó su montura con los talones y se metió en el arroyo.

Egg le siguió con la mula. El agua llegaba hasta la barriga de Trueno. Emergieron

mojados en la orilla de la Viuda. Delante, la acequia discurría recta como una

lanza, resplandeciente de verde y oro por el sol.

Cuando avistaron las torres de Fosafría varias horas más tarde, Dunk se detuvo

para cambiar su buena túnica dorniana y aflojar la espada en su vaina. No quería

que la hoja se quedara encallada si necesitaba sacarla. Egg también comprobó su

daga, con cara solemne bajo el sombrero de paja. Cabalgaron a la par, Dunk

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sobre el gran caballo de guerra, el chico sobre la mula y el estandarte Osgrey

ondeando apenas en su asta.

Fosafría resultó ser un tanto decepcionante, después de todo lo que Ser Eustace

les había contado. Comparado con Bastión de Tormentas o Altojardín, y con otros

señoríos que Dunk había visto, era un castillo modesto... pero era un castillo, no

una torre de vigilancia fortificada. Su muralla exterior almenada se elevaban casi

diez metros, y tenía torres en las esquinas, cada una de ellas la mitad más altas

que Tiesa. De cada torreón y aguja colgaban con pesadez las banderas negras de

Webber, todas ellas con el blasón de una araña moteada sobre una telaraña

plateada.

-¿Ser? -dijo Egg-. El agua. Mirad adonde va.

El canal terminaba bajo los muros este de Fosafría, derramando el agua en el

foso del cual el castillo tomaba su nombre. El borboteo del agua hizo que los

dientes de Dunk rechinaran.

No se llevará mi Jaquel.

-Venga -le dijo a Egg.

Sobre la arcada de la entrada principal caía una fila de banderolas de araña,

inmóviles ante la ausencia de aire, sobre el blasón más viejo esculpido en piedra.

Siglos de viento y lluvia lo habían borrado, pero su forma aún estaba intacta: un

león rampante hecho con cuadros ajedrezados. Las puertas de debajo estaban

abiertas. Mientras trapaleaban por el puente levadizo, Dunk tomó nota de cuanto

había descendido el foso. Dos metros o menos, juzgó.

Dos lanceros obstaculizaban su paso por el rastrillo. Uno tenía una gran barba

negra y el otro no. El de la barba exigió saber sus intenciones.

-Mi señor de Osgrey me envía para tratar con lady Webber -le dijo Dunk-. Me

llaman Ser Duncan el alto.

-Bueno, ya sabía que no erais Bennis -dijo el guardia barbilampiño-. Le

hubiéramos olido al venir. -Le faltaba un diente y tenía el distintivo de la araña

moteada bordado sobre el corazón.

El barbudo miraba escamado a Dunk.

-Nadie ve a su señoría a menos que Dosmetros dé su permiso. Venid conmigo.

Vuestro mozo de cuadra puede quedarse con los caballos.

-Soy un escudero, no un mozo de cuadras -insistió Egg-. ¿Sois ciego, o solo

estúpido?

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El guardia barbilampiño rompió en carcajadas. El de la barba puso la punta de la

lanza sobre el cuello del chico.

-Repite eso.

Dunk le dio a Egg un bofetón en la oreja.

-No, cierra la boca y atiende a los caballos. -Desmontó-. Veré ahora a Ser Lucas.

El barbudo bajó la lanza.

-Está en el patio.

Pasaron bajo un rastrillo de puntas de hierro y bajo una buhedera antes de

emerger al pabellón exterior. Los sabuesos ladraban en sus jaulas, y Dunk pudo

oír cánticos que procedían de las ventanas con cristales emplomados de un sept

heptagonal de madera. En frente de la herrería, un herrero calzaba un caballo de

guerra, con la ayuda de un aprendiz. Al lado, un escudero estaba soltando

flechas de las dianas de los arqueros, mientras que una niña pecosa con una

larga trenza disparaba con el arco. El estafermo también estaba girando,

mientras media docena de caballeros con armaduras de relleno acolchado hacía

turnos para golpearlo.

Encontraron a Ser Lucas Dosmetros entre los observadores del estafermo,

hablando con un enorme y obeso septon que sudaba más que Dunk y que

parecía una morcilla enfundada en una ropa que parecía haberse dejado puesta

para darse un baño. Inchfield se asemejaba a una lanza detrás del otro, rígido,

derecho y muy alto... aunque no tanto como Dunk. Dos metros y cinco

centímetros, calculó Dunk, y cada centímetro más orgulloso que el anterior.

Aunque vestía de seda negra con hilos plateados, Ser Lucas parecía tan fresco

como si hubiera estado caminado por el Muro.

-Mi señor -le saludó el guardia-. Este viene de la torre gallinero para una

audiencia con su señoría.

El septon se giró en primer lugar, con una risotada de regocijo que hizo pensar a

Dunk si no estaría borracho.

-¿Y quién es “este”? ¿Un caballero errante? Pues sí que tenéis caballeros altos en

el Dominio. -El septon hizo un gesto de bendición-. Que el Guerrero luche

siempre a vuestro lado. Soy el septon Sefton. Un nombre desafortunado, pero es

el mío. ¿Y vos?

-Ser Duncan el Alto.

-Un chico modesto, este -le dijo el septon a Ser Lucas-. Si yo fuera tan alto como

él, me haría llamar Ser Sefton el Inmenso. Ser Sefton la Torre. Ser Sefton con las

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Nubes junto a los Oídos. -Su cara de luna estaba roja, y había manchas de vino

sobre su túnica.

Ser Lucas estudió a Dunk. Era un hombre mayor, de cuarenta por lo menos,

quizá incluso cincuenta, fibroso más que musculoso, con un rostro notablemente

feo. Sus labios eran gruesos, sus dientes una maraña amarilla, su nariz ancha y

bulbosa, sus ojos protuberantes. Y está enfadado, sintió Dunk, incluso antes que

el hombre dijera:

-Los caballeros errantes son mendigos con espada en el mejor de los casos, o

forajidos en el peor. Largaos. No queremos a nadie de tu calaña por aquí.

La cara de Dunk se ensombreció.

-Ser Eustace Osgrey me envía desde Tiesa para tratar con la señora del castillo.

-¿Osgrey? -El septon miró a Dosmetros-. ¿Osgrey del león jaquelado? Pensé que

la Casa Osgrey estaba extinguida.

-Casi, y ya no importa. El viejo es el último de ellos. Le dejamos quedarse con

una torre en ruinas a unos kilómetros al este. -Ser Lucas frunció el entrecejo ante

Dunk-. Si Ser Eustace quiere hablar con su señoría, que venga él mismo. -Sus

ojos se estrecharon-. Sois el que estaba con Bennis en la presa. No os molestéis

en negarlo. Debería colgaros.

-Que los Siete nos asistan. -El septon se secó el sudor de la frente con la manga-.

¿Es un bandido? Y uno bien grande. Ser, arrepentios de vuestros pecados, y la

Madre tendrá misericordia. -La piadosa plegaria del septon se vio interrumpida

cuando se tiró un pedo-.

Vaya, hombre. Disculpad mi ventosidad, Ser. Es por las alubias y el pan de

cebada.

-No soy un bandido -les dijo Dunk a los dos, con toda la dignidad que pudo

reunir.

A Dosmetros no le conmovió la negativa.

-No presupongáis mi paciencia, Ser... si es que sois Ser. Corred de vuelta a

vuestra torre gallinero y decidle a Ser Eustace que envíe a Ser Bennis el Hedor

Pardo. Si nos liberáis de la molestia de sacarlo de Tiesa, su señoría podría

decidirse a ser más clemente.

-Hablaré con su señoría sobre Ser Bennis y el problema del dique, y también

acerca del robo de nuestras aguas.

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-¿Robo? -dijo Ser Lucas-. Decidle eso a nuestra señora, y estaréis nadando en

una saca antes que se ponga el sol. ¿Estáis completamente seguro que deseáis

verla?

La única cosa de la que Dunk estaba seguro era que quería meter el puño a

través de los retorcidos dientes amarillos de Lucas Inchfield.

-Ya os he dicho lo que deseo.

-Oh, dejad que hable con ella -dijo el septon-. ¿Qué daño puede hacer? Ser

Duncan ha hecho un largo camino cabalgando bajo este sol infernal, dejad que el

muchacho tenga su charla.

Ser Lucas volvió a estudiar a Dunk.

-Nuestro septon es un hombre devoto. Venid. Os agradeceré que seáis breve.-

Cruzó el patio a grandes pasos, y Dunk se vio obligado a apresurarse detrás de él.

Las puertas del sept del castillo se habían abierto, y los fieles se estaban

desperdigando escaleras abajo. Había caballeros y escuderos, una docena de

niños, varios ancianos, tres septas con túnicas blancas de capucha... y una

mujer gorda de alta alcurnia, ataviada con un vestido largo azul oscuro

damasquinado, engalanado con puntilla myriana, tan largo que sus fondillos

arrastraban el polvo. Dunk calculó que tendría cuarenta. Bajo una redecilla

plateada, su pelo rojizo formaba un moño alto, pero lo más rojo de ella era su

rostro.

-Mi señora -dijo Ser Lucas, cuando se detuvieron ante ella y sus septas-, este

caballero errante afirma traer un mensaje de Ser Eustace Osgrey. ¿Lo

escucharéis?

-Si así lo deseáis, Ser Lucas. -Miraba a Dunk tan fijamente que este no pudo

evitar recordar la charla de Egg sobre hechicería. No creo que esta se bañe en

sangre para mantener su belleza. La Viuda era gruesa y ancha, con una cabeza

extrañamente aovada que su cabello no podía disimular del todo. Su nariz era

demasiado grande, y su boca demasiado pequeña. Tenia dos ojos, según

comprobó aliviado, pero para entonces todo pensamiento de galantería le había

abandonado.

-Ser Eustace me ha ordenado hablar con vos acerca del reciente problema en

vuestro dique.

Ella parpadeó.

-¿El... dique, decís?

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Una multitud se empezaba a agolpar a su alrededor. Dunk pudo sentir varios

ojos poco amistosos sobre sí.

-El arroyo -dijo-, el Jaquel. Su señoría construyó un dique sobre él...

-Oh, estoy segura de que no he hecho eso -replicó-. Porque he estado dedicada a

mis oraciones toda la mañana, Ser.

Dunk oyó las risitas de Ser Lucas.

-No quise decir que su señoría construyera el dique por sí misma, solo que... sin

esas aguas, todos nuestros cultivos se perderán... los campesinos tienen alubias

y cebada en los campos, y melones...

-¿De verdad? Me encantan los melones. -En su pequeña boca se formó una

sonrisa-. ¿Qué clase de melones son?

Dunk miró incómodo el círculo de caras, y sintió que la suya propia se

ruborizaba. Aquí pasa algo. Dosmetros me está tomando por estúpido.

-Mi señora, ¿Podríamos continuar nuestra conversación en un lugar más

privado?

-¡Un venado de plata a que el gran zoquete quiere llevársela a la cama! -se burló

alguien, y un rugido de carcajadas le rodeó. La dama se encogió medio

aterrorizada, y levantó ambas manos para taparse el rostro. Una de las septas se

puso rápidamente a su lado, y puso un brazo protector alrededor de sus

hombros.

-¿Qué es todo este regocijo? -La voz, fría y firme, cortó las risas-. ¿Nadie va a

compartir la broma? Ser caballero, ¿por qué molestáis a mi inocente hermana?

Era la chica que había visto antes con las dianas de arquería. Llevaba una aljaba

de flechas en una cadera, y asía un arco largo que era tan alto como ella, lo que

no era mucho. Si Dunk pasaba once centímetros de los dos metros, la niña del

arco pasaba uno del metro y medio.

Podría rodear su cintura con las dos manos. Su cabello rojo estaba recogido en

una trenza tan larga que rozaba sus muslos, y tenía un hoyuelo en la barbilla, la

nariz respingona y una ligera rociada de pecas en las mejillas.

-Disculpadnos, lady Rohanne. -El que habló era un joven y apuesto lord con el

centauro de los Caswell bordado en su jubón-. Este zoquete tomó a lady Helicent

por vos.

Dunk miró de una dama a otra.

-¿Vos sois la Viuda Escarlata? -se oyó tartamudear-. Pero vos sois demasiado...

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-¿Joven? -La chica le alargó el arco al chico larguirucho con el que le había visto

tirar-. Da la casualidad de que tengo veinticinco años. ¿O era bajita lo que

quisisteis decir?

- ...hermosa. Era hermosa. -Dunk no sabía de donde había salido eso, pero dio

las gracias.

Le gustaba su nariz, el color rubio fresa de su cabello y los pequeños pero bien

formados pechos debajo del chaleco de cuero-. Pensé que seriáis... es decir...

dicen que sois cuatro veces viuda, así que...

-Mi primer marido murió cuando yo tenía diez años. El tenía doce, era el

escudero de mi padre, y cayó en Campo de Hierbarroja. Mis maridos rara vez

duran mucho, me temo. El último murió en la primavera.

Aquello era lo que siempre decían de los que habían perecido durante la Gran

Epidemia Primavera!. Murió en la primavera. Muchas decenas de miles habían

muerto en la primavera, entre ellos un viejo rey sabio y dos jóvenes y

prometedores príncipes.

- Yo...lamento todas sus pérdidas, mi señora. -Una galantería, alcornoque, dile

una galantería-. Quisiera decirle que... su vestido...

-¿Vestido? -Ella bajó la mirada, hasta sus botas y sus calzones, la blusa de lino y

el chaleco de cuero-. No llevo vestido.

-Vuestro cabello, quiero decir... es suave y...

-¿Y cómo lo sabéis, Ser? Si alguna vez hubierais tocado mis cabellos, creo que lo

recordaría.

-Suave no -dijo Dunk abatido-. Rojo, quise decir. Vuestro pelo es muy rojo.

-¿Muy rojo, Ser? ah, no tan rojo como vuestro rostro, espero. -Se rió, y los

testigos se rieron con ella.

Todos excepto Lucas Dosmetros.

-Mi señora -interrumpió-, este hombre es una de las espadas a sueldo de Tiesa.

Estaba con Bennis del Escudo Pardo cuando atacó a vuestros excavadores en el

dique y sajó el rostro de Wolmer. El viejo Osgrey le envía para tratar con vos.

-Así es, mi señora. Me llaman Ser Duncan el Alto.

-Ser Duncan el Lerdo, más bien -dijo un caballero barbudo que llevaba el

relámpago triple de Leygood. Sonaron más carcajadas. Hasta lady Helicent se

había recobrado lo suficiente para permitirse una risita.

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-¿Acaso la cortesía de Fosafría murió con mi padre? –preguntó la chica. No, la

chica no, la mujer madura-. ¿Cómo es que Ser Duncan cometió semejante error,

me pregunto?

Dunk le dirigió a Inchfield una mirada maligna.

-La culpa fue mía.

-¿En serio? -La Viuda Escarlata miró a Dunk de los pies a la cabeza, aunque su

mirada se detuvo más en su pecho-. Un árbol y una estrella fugaz. Nunca había

visto antes ese blasón. –Tocó la túnica de él, siguiendo una rama del olmo con

dos dedos-. Y pintado, no cosido. Había oído que los dornianos pintan sus sedas,

pero vos parecéis demasiado grande para ser dorniano.

-No todos los dornianos son pequeños, mi señora. -Dunk pudo sentir los dedos de

ella a través de la seda. Su mano también tenía pecas. Apuesto a que tiene pecas

por todo el cuerpo.

Su boca estaba extrañamente seca-. Pasé un año en Dorne.

-¿Todos los robles crecen tan altos allí? -dijo, mientras sus dedos trazaban una

rama del árbol en torno a su corazón.

-Se supone que es un olmo, mi señora.

-Lo recordaré. –Retiró la mano, solemne-. El patio es demasiado cálido y

polvoriento para una conversación. Septon, mostrad a Ser Duncan mi sala de

audiencias.

-Será un gran placer, hermana.

-Nuestro invitado tendrá sed. Deberíais enviar también a por una jarra de vino.

-¿Debo? -EI hombre gordo sonrío-. Bien, si os place.

-Me reuniré con vos en cuanto me haya cambiado. -Se desabrochó el cinturón y

la aljaba y se los pasó a su compañero-. Avisad también al maestre Cerrick. Ser

Lucas, id y pedidle que nos acompañe.

-Lo llevaré en un momento, mi señora -dijo Lucas Dosmetros.

La mirada que le dedicó a su castellano era fría.

-No será necesario. Sé que tenéis muchas tareas que realizar por el castillo. Será

suficiente que enviéis al maestre Cerrick a mis aposentos.

-Mi señora -dijo Dunk-. Mi escudero ha sido retenido en las puertas. ¿Podría

unirse también a nosotros?

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-¿Vuestro escudero? -Cuando ella sonreía, parecía una niña de quince años, no

una mujer de veinticinco. Una hermosa muchacha llena de travesuras y risas-.

Por supuesto, si os complace.

-No bebáis el vino, Ser -le susurró Egg mientras esperaban al septon en la sala de

audiencias. Los suelos de piedra estaban cubiertos con esteras de delicados

colores, y de las paredes colgaban tapices con escenas de batallas y torneos.

Dunk soltó un bufido.

-No tiene necesidad de envenenarme -le contestó en voz baja-. Ella cree que soy

un enorme inútil con nada más que gachas entre las orejas, ya sabes.

-Pues resulta que a mi hermana le gustan las gachas -dijo el septon Sefton,

mientras aparecía con una jarra de vino, otra de agua y tres copas-. Sí, sí, os he

oído, soy gordo, no sordo. -Llenó dos copas con vino y una con agua. Le dio la

tercera a Egg, quien le dedicó una mirada suspicaz y la puso a un lado. El septon

no se dio cuenta-. Esta es una cosecha de El Rejo -le decía a Dunk-. Muy buena,

y el veneno le da un regustillo especial. -Le guiñó un ojo a Egg-. Rara vez toco la

uva yo mismo, pero eso he oído. -Le alargó una copa a Dunk.

El vino estaba cargado y dulce, pero Dunk bebió con cautela, y solo después de

que el septon hubiera bebido la mitad del suyo de tres grandes tragos. Egg se

cruzó de brazos y continuó ignorando el agua.

-A ella le gustan las gachas -dijo el septon-, y vos también, Ser. Conozco a mi

propia hermana. Cuando os vi por primera vez en el patio, casi esperé que fuerais

algún pretendiente, venido de Desembarco del Rey para pedir la mano de mi

señora.

Dunk frunció el ceño.

-¿Cómo supisteis que era de Desembarco del Rey, septon?

-Los desembarqueños tenéis una cierta manera de hablar. -El septon tomó un

sorbo de vino, lo paladeó, lo tragó y suspiró con placer-. He servido allí muchos

años, a las órdenes de nuestro Septon Supremo en el Gran Sept de Baelor. -

Suspiró-. No conoceríais la ciudad desde la primavera. Las hogueras la han

cambiado. Una cuarta parte de las casas ya no existe, y otra cuarta está vacía.

Las ratas también se han ido. Esta es la cosa más extraña. Jamás pensé en ver

una ciudad sin ratas.

Dunk también lo había oído.

-¿Estuvisteis allí durante la Gran Epidemia Primaveral?

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-Oh, por supuesto. Un momento horroroso, Ser, horroroso. Hombres fuertes que

se levantaban sanos al alba y caían muertos al ocaso. Morían tantos y tan rápido

que no había tiempo de enterrarlos. En su lugar, los apilaban en el Pozo Dragón,

y cuando los cadáveres alcanzaban los tres metros de altura, Lord Ríos ordenaba

a los piromantes que los quemaran.

La luz de las hogueras brillaba a través de las ventanas, como lo hizo antaño

cuando los dragones vivos anidaban bajo la colina. Por la noche se podía ver el

fulgor por toda la ciudad, el resplandor verde oscuro del fuego. El color verde aún

me persigue en estos días. Dicen que la primavera fue mala en Lannisport y peor

en Antigua, pero en Desembarco del Rey se llevó a cuatro de cada diez. No había

diferencias entre jóvenes o ancianos, ni entre ricos o pobres, ni entre sanos y

débiles. Nuestro buen Gran Septon falleció, la mismísima voz de los dioses en la

tierra, junto a un tercio de los Más Devotos y casi todas nuestras hermanas con

voto de silencio. Su Graciosa Majestad el rey Daeron, la dulce Matarys y el audaz

Valarr, la Mano...

Oh, fueron tiempos terribles. Al final, media ciudad le rezaba al Desconocido. -

Tomó otro trago-. ¿Y dónde estabais vos, Ser?

-En Dorne -dijo Dunk.

-Gracias a la Madre par su misericordia, entonces. -La Gran Epidemia Primaveral

nunca llegó a Dorne, quizá porque los dornianos habían cerrado sus fronteras y

puertos, al igual que los Arryn del Valle, que también se habían librado-. Toda

esta charla sobre muerte es suficiente para alejar a un hombre del vino, pero el

consuelo es difícil de encontrar en esos momentos cuando estás vivo. La sequía

dura, a pesar de nuestras oraciones. El bosque del Rey es como un pedazo de

yesca, y los incendios rugen allí día y noche. Bittersteel y los hijos de Daemon

Fuegoscuro maquinan conspiraciones en Tyrosh, y los krakens de Dagon Greyjoy

rondan el mar al atardecer como lobos, merodeando casi hasta El Rejo. Se dice

que se llevaron la mitad de las riquezas de Isla Bella, y también un centenar de

mujeres. Lord Farman está reuniendo sus defensas, aunque eso me recuerda al

hombre que coloca un cinturón de castidad en su hija embarazada cuando su

barriga es tan grande como la mía. Lord Bracken se muere lentamente en El

Tridente, y su hijo mayor pereció en la primavera. Eso significa que el sucesor

será Ser Otho. Los Blackwood nunca soportarán al Bruto de Bracken como

vecino. Será la guerra.

Dunk sabía de la antigua enemistad entre los Blackwood y los Bracken. -¿No les

obligará su señor feudal a firmar la paz?

-¡Ay de mí! -dijo el septon Sefton-. Lord Tully es un chiquillo de ocho años

rodeado de mujeres. Aguasdulces hará poco, y el rey Aerys hará menos. A menos

que algún maestre escriba un libro sobre ello, todo el asunto escapará a su real

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conocimiento. No es probable que Lord Ríos permita que un Bracken entre a

verlo. Recordad, nuestra Mano nació medio Blackwood. Si actúa, será solo para

ayudar a sus primos a mantener a raya al Bruto. La Madre marcó a Lord Ríos el

día que nació, y Bittersteel le marcó de nuevo en Campo de Hierbarroja.

Dunk sabía que se refería a Cuervo de Sangre. El verdadero nombre de la Mano

era Brynden Ríos. Su madre había sido una Blackwood, y su padre el rey Aegon

el Cuarto.

El gordo se bebió su vino y continuó.

-En cuanto a Aerys, Su Gracia se preocupa más de antiguos pergaminos y

profecías polvorientas que de lores y leyes. Ni siquiera se ha preocupado de

procrear un heredero. La reina Aelinor reza todos los días en el Gran Sept,

rogándole a la Madre Celestial que le bendiga con un niño, aunque sigue siendo

doncella. Aerys tiene sus propios aposentos, y se comenta que se llevaría a la

cama antes un libro que una mujer. -Volvió a llenar su copa-. No os confundáis,

es Lord Ríos quien nos gobierna, con sus hechizos y sus espías. No hay nadie que

se le oponga. El príncipe Maekar es corroído por la ira en el Refugio Estival,

mientras alimenta sus quejas contra su regio hermano. El príncipe Rhaegal es

sumiso y está enajenado, y sus niños son... bueno, niños. Los amigos y

favorecidos de Lord Ríos copan todas las dependencias, los lores de las provincias

pequeñas comen de su mano, y el nuevo Gran Maestre es tan adepto a la

hechicería como él. La Fortaleza Roja está guardada por Picos de Cuervo y nadie

ve al rey sin su permiso.

Dunk se removió incómodo en su asiento. ¿Cuántos ojos tiene lord Cuervo de

Sangre? Un millar, y uno. Esperaba que la Mano del Rey no tuviera también un

millar de oídos y uno. Algunas cosas de las que decía el septon Sefton sonaban a

traición. Miró a Egg, para ver como se estaba tomando todo aquello. El chico

luchaba con todas sus fuerzas para sujetar su lengua.

El septon se puso en pie.

-Mi buena hermana tardará aún un rato. Como todas las grandes damas, los

primeros diez vestidos que se pruebe no harán juego con su estado de ánimo.

¿Queréis más vino? –Sin esperar respuesta, rellenó ambas copas.

-La dama que confundí - dijo Dunk, ansioso por cambiar de tema-, ¿es vuestra

hermana?

-Todos somos hijos de los Siete, Ser, pero aparte de eso... dioses, no. Lady

Helicent era la hermana de Ser Rolland Uffering, el cuarto marido de lady

Rohanne, quien falleció en la primavera. Mi hermano fue su predecesor, Ser

Simon Staunton, quien tuvo la desgracia de ahogarse con un hueso de pollo.

Fosafría está llena de fantasmas, se dice. Los maridos mueren aunque su

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parentela se queda, para beberse los vinos de mi señora y comer sus alimentos,

como una plaga de rollizas polillas sobre la seda y el terciopelo. -Se enjugó la

boca-. Y sin embargo, debe casarse otra vez, y pronto.

-¿Debe? - dijo Dunk.

-La voluntad de su padre así lo exige. Lord Wyman quería nietos que siguieran la

línea de descendencia. Cuando enfermó intentó casarla con Dosmetros, para

poder morir sabiendo que ella tenía un hombre fuerte que la protegiera, pero

Rohanne le rechazó. Su señoría se vengó con su última voluntad. Si permanece

soltera en el segundo aniversario del fallecimiento de su padre, Fosafría y sus

tierras pasan a su primo Wendell. Quizá le vierais en el patio. Un hombre bajo

con bocio en el cuello, muy dado a las flatulencias. Aunque no soy quien para

decir eso. Yo mismo tengo la maldición del exceso de viento. Sea como fuere, Ser

Wendell es codicioso y estúpido, pero su esposa es la hermana de lord Rowan... y

es condenadamente fértil, eso no puede negarse. Ella da a luz con tanta

frecuencia como él se pedorrea. Sus hijos son tan negados como él, sus

hermanas son peores, y todos ellos han empezado a contar los días. Lord Rowan

ha confirmado el testamento, así que su señoría solo tiene hasta la próxima luna

nueva.

-¿Por qué ha esperado tanto? -preguntó Dunk en alto. El septon se encogió de

hombros.

-A decir verdad, ha habido escasez de pretendientes. Mi hermana no es difícil de

mirar, ya os habréis dado cuenta, y tiene un buen castillo y vastas tierras que

añadir a sus encantos. Si pensarais que hay hijos menores y caballeros sin

tierras revoloteando alrededor de su señoría como moscas, os equivocaríais. Los

cuatro esposos muertos los hacen recelosos, y también están aquellos que dicen

que ella es estéril... aunque nunca en su presencia, a menos que anhelen ver el

interior de una jaula. Dio a luz a dos bebés, un niño y una niña, pero ninguno

vivió para ver su cumpleaños. Aquellos que no son alejados por los rumores de

envenenamientos y brujerías no cuentan con la aprobación de Dosmetros. Lord

Wyman le encargó en su lecho de muerte que protegiera a su hija de los

pretendientes indignos, lo que él ha tomado como todos los pretendientes. Todo

hombre que quiera su mano debe antes enfrentarse a la espada de Dosmetros. -

Se terminó el vino y puso la copa a un lado-. Eso no quiere decir que no haya

habido ninguno. Cleyton Caswell y Simon Leygood han sido los más persistentes,

aunque parecen más interesados en las tierras de ella que en su persona. Si me

estuviera permitido apostar, me jugaría todo mi oro por Gerold Lannister. Aún

tiene que hacer acto de aparición, pero dicen que es rubio como el oro y rápido de

ingenio, y que mide más de metro ochenta y pico...

-... y lady Webber se siente atraída por sus cartas. -La lady en cuestión estaba de

pie en la entrada, junto a un joven maestre poco agraciado con una gran nariz

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ganchuda-. Perderíais vuestra apuesta, cuñado. Gerold nunca abandonará

voluntariamente los placeres de Lannisport y el esplendor de Roca Casterly por

un pequeño señorío. Tiene más influencia como hermano y consejero de lord

Tybolt de lo que jamás podría esperar como mi marido. Y en cuanto a los demás,

Ser Simon necesitaría vender la mitad de mis tierras para pagar sus deudas y Ser

Cleyton tiembla como una hoja cada vez que Dosmetros se digna a mirar en su

dirección. Además, es más hermoso que yo. Y vos, septon, tenéis la boca más

grande de Poniente.

-Una gran barriga requiere una gran boca -dijo el septon Sefton, totalmente

impertérrito-. De otro modo, pronto se vuelve pequeña.

-¿Vos sois la Viuda Escarlata? -preguntó Egg, atónito-. ¡Yo soy casi tan alto como

vos!

-Otro chico hizo la misma observación no hará medio año. Le envié al potro para

hacerlo más alto. -Cuando lady Rohanne tomó asiento en la silla alta del estrado,

se colocó la trenza hacia delante sobre el hombro izquierdo. Era tan larga que su

extremo se posó sobre su regazo, como un gato durmiente-. Ser Duncan, no

debería haberos tomado el pelo en el patio, cuando intentabais ser tan gentil. Es

solo que os pusisteis tan colorado... ¿No había chicas que os tomaran el pelo, en

el pueblo en el que crecisteis tan alto?

-El pueblo fue Desembarco del Rey. -No mencionó Lecho de Pulgas-. Había

chicas, pero...

-El tipo de tomaduras de pelo que se estilaban en Lecho de Pulgas a veces incluía

cortarte un dedo del pie.

-Supongo que tenían miedo de burlarse. -Lady Rohanne acarició su trenza-. No

hay duda de que temían vuestro tamaño. No penséis mal de lady Helicent, os lo

ruego. Mi cuñada es una criatura simple, pero no haría daño a nadie. Es tan

piadosa, que no podría verterse sola sin sus septas.

-No fue cosa suya. El error fue mío.

-Mentís de manera muy cortés. Sé que fue Ser Lucas. Es un hombre con un

sentido del humor cruel y vos lo ofendisteis a la vista de todos.

-¿Cómo? -dijo Dunk, confuso-. No le he hecho nada.

Ella sonrió con una expresión que a él le hizo desear que la mujer fuese de menor

abolengo.

-Os vi de pie junto a él. Sois varios centímetros más alto. Hacía mucho tiempo

que Ser Lucas no conocía a nadie a quien no pudiera mirar por encima del

hombro. ¿Qué edad tenéis, Ser?

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-Cerca de veinte, si os place, mi señora. -A Dunk le gustaba lo de rondar los

veinte, aunque lo más probable era que fuese un año más joven, puede que dos.

Nadie lo sabía con exactitud, y él menos que nadie. Debió haber tenido un padre

y una madre como todo el mundo, pero no los había conocido, ni siquiera sus

nombres, y nadie en Lecho de Pulgas se había preocupado mucho de cuando

había nacido, ni de quien.

-¿Sois tan fuerte como aparentáis?

-¿Cuán fuerte aparento, mi señora?

-Oh, lo bastante fuerte para derribar a ser Lucas. Es mi castellano, pero no por

elección mía. Al igual que Fosafría, es un legado de mi padre. ¿Os convertisteis en

caballero en algún campo de batalla, ser Duncan? Vuestro discurso sugiere que

no sois de noble cuna, si me excusáis el comentario.

Nací en el arroyo.

-Un caballero errante llamado ser Arlan de Pennytree me tomó como escudero

cuando solo era un niño. Me enseñó la caballería y las artes de la guerra.

-¿Y ese mismo ser Arlan os ordenó caballero?

Dunk se miró los pies. Una de sus botas estaba a medio desatar, según vio.

-Nadie más era probable que lo hiciera.

-¿Dónde está ahora ser Arlan?

-Murió. –Levantó la mirada. Podría atarse la bota más tarde-. Le enterré en la

ladera de una colina.

-¿Cayó valientemente en batalla?

-Llovió mucho. Cogió una pulmonía.

-Los ancianos son frágiles, lo sé. Aprendí eso de mi segundo marido. Yo tenia

trece años cuando nos desposamos. El hubiera cumplido cincuenta y cinco en su

próxima onomástica, si hubiera vivido lo suficiente. Cuando llevaba medio año

bajo tierra, le di un hijo, pero El Desconocido también vino por él. Los septones

dijeron que su padre lo quería a su lado. ¿Qué pensáis vos, ser?

-Bueno -dijo Dunk, dubitativo-, así sería, mi señora.

-Estupideces -dijo ella-, el chico nació demasiado débil. Una cosita tan pequeña.

Apenas tenía fuerza para amamantarse. Más aún, los dioses le concedieron a su

padre cincuenta y cinco años. Podrían haberle concedido más de tres días al hijo.

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-Podrían. -Dunk sabía poco o nada de los dioses. A veces iba al septon, y rezaba

para que el Guerrero le concediera fuerza a sus brazos, pero aparte de eso no

tenía contacto con los Siete.

-Lamento que vuestro ser Arlan falleciese -dijo-, y más aún que ser Eustace os

tomara a su servicio. Todos los ancianos no son iguales, Ser Duncan. Haríais

bien en regresar a vuestra casa de Pennytree.

- No tengo hogar sino allí donde juro por mi espada, -Dunk nunca había visto

Pennytree; ni siquiera podía asegurar que estuviera en el Dominio.

-Juradla aquí, entonces. Vivimos tiempos inciertos. Necesito caballeros. Tenéis

aspecto de tener un gran apetito, Ser Duncan. ¿Cuántos pollos podéis comeros?

En Fosafría tendríais vuestro plato lleno de carne de cerdo caliente y dulces

tartas de frutas. Vuestro escudero también parece falto de sustento. Es tan

escuálido que todo el cabello se le ha caído. Podría compartir celda con otros

chicos de su edad. Le gustaría. Mi maestro armero puede entrenarle en las artes

del combate.

-Yo le entreno -dijo Dunk, a la defensiva.

-¿Y quién más? ¿Bennis? ¿El viejo Osgrey? ¿Los pollos?

Había días en los que Dunk había puesto a Egg a perseguir a los pollos. Le ayuda

a ser más rápido, pensó, pero sabía que si se lo decía, se reiría. Le estaba

distrayendo, con su nariz respingona y sus pecas. Dunk tuvo que recordarse por

qué le había enviado allí Ser Eustace.

-Mi espada es leal a lord Osgrey, mi señora -dijo-, y así seguirá.

-Sea, Ser. Hablemos de asuntos menos placenteros. -Lady Rohanne le dio un

tirón a su trenza-. Nosotros no toleramos ataques ni a Fosafría ni a sus gentes.

Por tanto, decidme por qué no debo coser un saco con vos en el interior.

-He venido a parlamentar -le recordó él-, y he bebido vuestro vino. -El sabor aún

llenaba su boca, sabroso y dulce. Siempre y cuando no estuviera envenenado.

Quizá era el vino el que le hacía ser audaz-. Y no tenéis un saco lo bastante

grande para mí.

Para su alivio, el chiste hizo que ella sonriera.

-Sin embargo, tengo uno que será suficiente para Bennis. El maestre Cerrick dice

que el rostro de Wolmer fue sajado casi hasta el hueso.

-Ser Bennis perdió los nervios con el hombre, mi señora. Ser Eustace me envió

pagar el precio de sangre.

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-¿El precio de sangre? -Se rió-. Es un anciano, lo sé, pero no me había dado

cuenta de que estaba tan viejo. ¿Cree que vivimos en la Edad de los Héroes,

cuando la vida de un hombre no costaba más que un saco de plata?

-El excavador no murió, mi señora -le recordó Dunk-. Nadie que yo viera fue

asesinado. Su cara fue cortada, eso es todo.

Los dedos de ella danzaban perezosamente a lo largo de su trenza.

-¿En cuánto valora Ser Eustace la mejilla de Wolmer, decidme?

-Un venado de plata. Y tres para vos, mi señora.

-Ser Eustace le pone un precio muy tacaño a mi honor, aunque tres venados son

mejor que tres pollos, eso seguro. Haría mejor en enviarme a Bennis para que yo

lo castigara.

-¿Eso incluiría el saco que mencionasteis?

-Puede ser. -Balanceó su trenza con una mano-. Osgrey puede guardarse su

plata. Solo la sangre puede pagar la sangre.

-Bien -dijo Dunk-, puede ser como decís, mi señora, ¿pero por qué no enviar a

por el hombre que Ser Bennis hirió, y le preguntamos si preferiría un venado de

plata o a Bennis en un saco?

-Oh, escogería la plata, si no pudiera tener las dos cosas. Eso no lo dudo, Ser.

Pero no es él quien tiene que hacer la elección. Ahora es un asunto entre el león y

la araña, no de mejillas de labriegos. Es a Bennis a quien quiero, y es a Bennis a

quien tendré. Nadie cabalga hasta mis tierras, hace daño a los míos y escapa

para reírse de ello.

-Su señoría cabalgó hasta tierra de Tiesa, e hizo daño a uno de los de Ser Eustace

–dijo Dunk, antes de pararse a pensarlo.

-¿Eso hice? -Volvió a tirar de su trenza-. Si te refieres al cuatrero, el individuo

tenía muy mala reputación. Me quejé en dos ocasiones a Osgrey, y sin embargo

no hizo nada. Yo no ruego por tercera vez. La ley del rey me garantiza el derecho

al foso y a la horca.

Fue Egg quien respondió.

-En sus propias tierras -insistió el chico-. La ley del rey otorga a los lores el

derecho de imponer el foso y la horca en su propio territorio.

-Chico listo -dijo ella-. Si tanto sabes, también estarás al tanto de que los

caballeros con tierras no tienen derecho a castigar sin el consentimiento de su

señor feudal. Ser Eustace obtuvo Tiesa de lord Rowan. Bennis rompió la paz del

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Rey cuando derramó sangre, y debe pagar por ello. -Miró a Dunk-. Si Ser Eustace

me envía a Bennis, le cortaré la nariz, y eso será el fin del asunto. Si tengo que ir

y llevármelo, no prometo nada.

Dunk tuvo de repente una extraña sensación en el fondo del estómago.

-Se lo diré, pero no entregará a Ser Bennis. -Dudó-. El dique fue la causa de todo

el problema. Si su señoría consintiera en derribarlo...

-Imposible -declaró el joven maestre al lado de lady Rohanne-. Fosafría sostiene a

veinte veces más campesinos que Tiesa. Su señoría tiene campos de trigo, maíz y

cebada que se están muriendo por la sequía. Tiene media docena de huertas,

manzanas, albaricoques y tres clases de peras. Tiene reses a punto de parir,

quinientas ovejas de morro negro, y cría los caballos más excelentes del Dominio.

Tenemos una docena de yeguas a punto de dar a luz.

-Ser Eustace también tiene ovejas -dijo Dunk-. Posee melones en los campos,

alubias, cebada, y...

-¡Habéis estado cogiendo agua para el foso! -dijo Egg en voz alta.

Estaba llegando a lo del foso, pensó Dunk.

-El foso es esencial para las defensas de Fosafría –insistió el maestre-. ¿Sugerís

que lady Rohanne quede expuesta a ataques, en tiempos inciertos como estos?

-Bueno -dijo Dunk lentamente-, un foso seco sigue siendo un foso. Y mi señora

tiene fuertes murallas, y numerosos hombres para defenderlas.

-Ser Duncan -dijo lady Rohanne-, yo tenia diez años cuando se alzó el dragón

negro. Le rogué a mi padre que no se arriesgara, o que al menos me dejara a mi

esposo. ¿Quién me iba a proteger, si mis dos hombres muriesen? Así que me

subió a las murallas, y me señaló los puntos fuertes de Fosafría. “Mantenlos

fuertes”, me dijo, “y ellos te mantendrán a salvo. Si miras por tus defensas,

ningún hombre te hará daño”. La primera cosa a la que apuntó fue el foso. -Se

acarició la mejilla con la punta de la trenza-. Mi primer marido murió en Campo

de Hierbarroja. Mi padre me encontró otros, pero El Desconocido se los llevó

también. Ya no confío en los hombres, no importa lo numerosos que parezcan.

Confío en la piedra, en el

acero y en el agua. Confío en los fosos, Ser, y el mío no se secará.

-Lo que os dijo vuestro padre es cierto y bueno -dijo Dunk-, pero no os da

derecho a llevaros el agua de Osgrey.

Ella le dio un tirón a la trenza.

-Supongo que Ser Eustace os dijo que el arroyo es suyo.

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-Durante mil años -dijo Dunk-. Se llama Jaquel. Eso está claro.

-Así es. -Volvió a tironearse del pelo, una, dos, tres veces-. Igual que el río se

llama Mander, aunque los Manderly fueron expulsados de sus riberas hace mil

años. Altojardín sigue siendo Altojardín, aunque el último Gardener murió en el

Campo de Fuego. Roca Casterly está llena de Lannister, y no se ve ni un Casterly.

Las palabras cambian, Ser. El Jaquel nace en las Colinas de la Herradura, que

eran mías por completo la última vez que lo comprobé. El agua también es mía.

Maestre Cerrick, mostrádselo.

El maestre descendió de la tarima. Podía no ser mucho mayor que Dunk, pero

con sus ropas grises y su collar de cadenas tenía un aire de sabiduría sombría

que sobrepasaba su edad. En sus manos tenía un viejo pergamino.

-Comprobadlo por vos mismo, Ser -dijo mientras lo desenrollaba y se lo ofrecía a

Dunk.

Dunk el Tocho, la mollera tan dura como la muralla de un castillo. Volvió a sentir

que sus mejillas se arrebolaban. Por cortesía, tomó el pergamino del maestre y

frunció el ceño ante la escritura. Ni una de las palabras eran inteligibles para él,

pero conocía el sello de cera bajo la caligrafía adornada: el dragón de tres cabezas

de la Casa Targaryen. El sello del Rey. Estaba mirando un decreto real de algún

tipo. Dunk movió la cabeza de lado a lado para que pensaran que estaba leyendo.

-Aquí hay una palabra que no distingo -murmuró, después de un momento-. Egg,

ven a echar un vistazo, tú tienes los ojos más finos que los míos.

El chico se apresuró a ponerse a su lado.

-¿Qué palabra, Ser? -Dunk apuntó-. ¿Esa? Oh. -Egg leyó rápidamente, luego

levantó la mirada hacia Dunk e hizo un leve gesto de asentimiento.

Es su arroyo. Tiene un papel. Dunk se sintió como si le hubiera dado un gancho

en el estómago. El mismísimo sello del Rey.

-Aquí... debe haber algún error. Los hijos del anciano murieron al servicio del

Rey, ¿por qué iba Su Gracia a quitarle el arroyo?

-Si el rey Daeron hubiera sido un hombre menos clemente, también le hubiera

quitado la cabeza.

Durante medio latido de corazón, Dunk estuvo perdido.

-¿Qué queréis decir?

-Quiere decir –dijo el maestre Cerrick-, que Ser Eustace Osgrey es un rebelde y

un traidor.

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-Ser Eustace escogió el dragón negro en lugar del rojo, con la esperanza de que

un rey Fuegoscuro pudiera restaurarle las tierras y castillos que los Osgrey

habían perdido bajo el poder de los Targaryen –dijo lady Rohanne-. Sobre todo,

quería Fosafría. Sus hijos pagaron por su traición con su vida. Cuando llevó sus

restos a casa y entregó a su hija a los hombres del rey como rehén, su mujer se

arrojó desde el tejado de la torre de Tiesa. ¿No os contó eso Ser Eustace? -Su

sonrisa fue triste-. No, no lo creo.

-El dragón negro. -Juraste tu espada a un traidor, tocho. Comiste el pan de un

traidor y dormiste bajo el techo de un traidor-. Mi señora -dijo cauteloso-, el

dragón negro... eso fue hace quince años. Esto es ahora, y hay sequía. Aunque

fuese un rebelde entonces, Ser Eustace sigue necesitando el agua.

La Viuda Escarlata se incorporó, y se estiró la falda.

-Entonces, sería mejor que rezara pidiendo lluvia.

Fue entonces cuando Dunk recordó las palabras de despedida de Osgrey en el

bosque.

-Si no le concedéis parte del agua por él, hacedlo al menos por su hijo.

-¿Su hijo?

-Addam. Sirvió aquí como paje y escudero de vuestro padre.

El rostro de lady Rohanne se volvió pétreo.

-Acercaos.

No sabía qué hacer, aparte de obedecer. La tarima añadía bastante a la altura de

ella, pero aún así Dunk sobresalía sobre la otra figura.

-Arrodillaos -dijo ella. Así lo hizo.

La bofetada que le dio iba con todas las fuerzas, y era más fuerte de lo que

parecía. Su mejilla ardía, y pudo sentir en la boca el sabor de la sangre de un

labio partido, pero en realidad no le había dolido. Por un momento, todo en lo que

pudo pensar Dunk fue cogerla por aquella larga trenza roja y ponerla sobre su

regazo para azotarle el trasero, como a un niño revoltoso. Si lo hago, no obstante,

gritará, y veinte caballeros vendrán a toda prisa para matarme.

-¿Osáis apelar a mí en nombre de Addam? -Los orificios de su nariz temblaban-.

Marchaos de Fosafría, Ser. De inmediato.

-Nunca quise...

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-Marchaos, o encontraré un saco lo bastante grande para vos. Decidle a Ser

Eustace que me traiga a Bennis del Escudo Pardo mañana, o iré yo misma por él

con el fuego y la espada. ¿Me comprendéis? ¡Fuego y espada!

El septon Sefton asió el brazo de Dunk y le sacó con presteza de la sala. Egg les

siguió de cerca.

-Eso fue de lo más estúpido, Ser -le susurró el septon, y le condujo a las

escaleras-. De lo más estúpido. Mencionar a Addam Osgrey...

-Ser Eustace me dijo que el chico le gustaba.

-¿Gustarle? -El septon bufó con pesadez-. Amaba al chico, y él a ella. Nunca fue

más allá de uno o dos besos, pero... fue por Addam por quien lloró después de

Campo de Hierbarroja, no por el marido a quien apenas conocía. Le echa la culpa

de su muerte a Ser Eustace, y tiene razón. El chico tenía doce años.

Dunk sabía lo que era soportar una herida. Cada vez que alguien hablaba del

Prado de Vado Ceniza, pensaba en los tres hombres buenos que murieron para

salvar su pie, y siempre dolía.

-Decidle a mi señora que no era mi intención herirla. Suplicad su perdón.

-Haré lo que pueda, Ser -dijo el septon Sefton-, pero decidle a Ser Eustace que

traiga a Ser Bennis, y rápido. De otro modo la cosa empeorará para él. Empeorará

mucho.

No fue hasta que las murallas y las torres de Fosafría se perdieron en el oeste

detrás de ellos que Dunk se volvió hacia Egg y le dijo:

-¿Qué palabras había escritas en el papel?

-Era una concesión de derechos, Ser. Para lord Wyman Webber, de parte del Rey.

Por su leal servicio en la última rebelión, lord Wyman y sus descendientes fueron

recompensados con todos los derechos sobre el Jaquel, desde su nacimiento en

las Colinas de la Herradura hasta la orilla del Lago Frondoso. También dice que

lord Wyman y sus descendientes tienen el derecho de cazar ciervos rojos, jabalíes

y conejos en el Bosque Cerradón siempre que les plazca, y de cortar veinte

árboles al año del bosque. -El chico se aclaró la garganta-. Sin embargo, el

derecho es temporal. El papel decía que si Ser Eustace muere sin heredero varón

de su sangre, Tiesa volvería a la corona, y los privilegios de lord Webber

terminarían.

Fueron los Alguaciles de la Frontera del Norte durante mil años.

-Todo lo que le dejaron al anciano fue una torre en la que morir.

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-Y su cabeza -dijo Egg-. Su Gracia le dejó la cabeza, Ser. A pesar de todo, era un

rebelde.

Dunk miró al muchacho.

-¿Tú se la hubieras cortado?

Egg tuvo que pensarlo.

-En ocasiones, en la corte, tenía que servir en el consejo privado del Rey. Solían

discutir ese tema. El tío Baelor decía que la clemencia era lo mejor cuando

tratabas con un enemigo honorable. Si un hombre derrotado cree que será

perdonado, puede que baje su espada e hinque la rodilla. De otro modo luchará

hasta la muerte, y matará a más hombres leales e inocentes. Pero lord Cuervo de

Sangre decía que cuando perdonas a los rebeldes, solo siembras las semillas de la

próxima rebelión. -Su voz estaba llena de duda-. ¿Por qué se levantaría Ser

Eustace contra el rey Daeron? Era un buen rey, todo el mundo lo dice. Trajo a

Dorne al reino e hizo de los dornianos nuestros amigos.

-Tendrás que preguntarle a Ser Eustace, Egg. -Dunk pensó que conocía la

respuesta, pero no era adecuada para que la oyera el chico. Quería un castillo

con un león en la entrada, pero todo lo que obtuvo fueron tumbas entre las

moreras. Cuando juras tu espada a un hombre, prometes servicio y obediencia,

luchar por él si es necesario, no curiosear en sus asuntos o cuestionar sus

alianzas... pero Ser Eustace le había tomado por tonto. Dijo que sus hijos

murieron combatiendo por el rey, y me hizo creer que el arroyo era suyo.

La noche les alcanzó en el Bosque Cerradón.

Fue culpa de Dunk. Debería haber ido a casa en línea recta por donde habían

venido, pero en vez de eso se dirigió al norte para echarle otro vistazo al dique.

Tuvo el medio pensamiento de intentar echarlo abajo con sus manos desnudas.

Pero los Siete y ser Lucas Dosmetros no se mostrarían muy amables. Cuando

alcanzaron la presa vieron que estaba custodiada por dos ballesteros con

emblemas de la araña cosidos en sus chalecos. Uno estaba sentado con los pies

desnudos dentro del agua robada. Dunk podía haber ido tranquilamente a

encargarse de él a solas. pero el hombre les oyó llegar y cogió su ballesta con

rapidez. Su compañero, más rápido todavía, tenia un virote cargado y listo. Lo

mejor que Dunk podía hacer era mirarles, ceñudo y amenazador.

Después de aquello no había más que hacer que volver por sus pasos. Dunk no

conocía aquellas tierras tan bien como Bennis; hubiera sido humillante perderse

en un bosque tan pequeño como el Cerradón. Para cuando cruzaron el arroyo. el

sol estaba rozando el horizonte y las primeras estrellas habían aparecido, junto a

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nubes de bichitos. Entre los altos árboles negros, Egg encontró su lengua otra

vez.

-¿Ser? Ese gordo septon dijo que mi padre está enfurruñado en Refugio Estival.

-Las palabras se las lleva el viento.

-Mi padre no está enfurruñado.

-Bueno -dijo Dunk-. Puede. Tú sí.

-Yo no, Ser. -Arrugó el entrecejo-. ¿No?

-A veces. No muy a menudo. De otra forma, te daría más cachetes en la oreja de

los que te doy.

-Me disteis uno en las puertas.

-Eso fue un medio cachete. Si alguna vez te diera uno entero, lo sabrías.

-La Viuda Escarlata os dio a vos uno entero.

Dunk se tocó el labio lastimado.

-No hace falta que parezcas entusiasmado por ello. -Sin embargo, nadie abofeteó

a tu padre en 1a oreja. Quizá por eso el príncipe Maekar es como es-. Cuando el

Rey nombró a lord Cuervo de Sangre su Mano, tu padre se negó a formar parte de

su consejo y se fue de Desembarco del Rey hacia su propio trono -le recordó a

Egg-. Ha estado en Refugio Estival durante año y medio. ¿Cómo lo llamas a eso,

sino estar enfurruñado?

-Lo llamo estar furioso -declaró Egg con altivez-. Su Gracia debería haber

nombrado Mano a mi padre. Es su hermano. y el mejor comandante en la batalla

del reino desde que murió el tío Baelor. Lord Cuervo de Sangre ni siquiera es un

lord de verdad; su título no es más que una estúpida cortesía. Es un hechicero. y

además de origen humilde.

-Bastardo, no humilde. -Cuervo de Sangre podría no ser un auténtico lord, pero

era noble por ambas partes. Su madre había sido una de las amantes del rey

Aegon el Indigno. Los bastardos de Aegon habían sido el azote de los Siete Reinos

desde que el rey muriera. Este los había legitimado a todos en su lecho de

muerte; no sólo a los Altos Bastardos como Cuervo de Sangre, Bittersteel y

Daemon Fuegoscuro, cuyas madres eran ladies, sino incluso a los menores que

había tenido con prostitutas y camareras de taberna, hijas de mercaderes, amas

de cría, y toda campesina hermosa sobre la que puso el ojo. Fuego y Sangre

habían sido las palabras de la Casa Targaryen, pero Dunk oyó una vez a Ser

Arlan que las de Aegon deberían haber sido Bañalda y traedla a mi cama.

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-El rey Aegon eliminó la bastardía de Cuervo de Sangre -le recordó a Egg-, al igual

que hizo con el resto.

-El anciano Gran Septon le dijo a mi padre que las leyes del Rey eran una cosa, y

las leyes de los dioses otra -dijo el chico con tozudez-. Los hijos auténticos

proceden de una cama matrimonial y están bendecidos por el Padre y la Madre,

pero los bastardos nacen de la lujuria y la debilidad, dijo. El rey Aegon decretó

que sus bastardos no eran bastardos, pero no puede cambiar su naturaleza. El

Gran Septon dijo que todos los bastardos nacen para traicionar...

Daemon Fuegoscuro, Bittersteel, incluso Cuervo de Sangre. Lord Ríos era más

listo que los otros dos, pero al final también probará ser un traidor. El Gran

Septon aconsejó a mi padre que nunca confiara en él, ni en ningún otro bastardo,

sean de cuna o no.

Nacen para traicionar, pensó Dunk. Nacen de la lujuria y la debilidad. Nunca se

debe confiar en ellos, sean de cuna o no.

-Egg -dijo-, ¿nunca has pensado que yo podría ser un bastardo?

-¿Vos, Ser? -Aquello desconcertó al muchacho-. No lo sois.

-Podría serlo. Nunca conocí a mi madre, ni lo que fue de ella. Quizá nací

demasiado grande y la maté. Lo más probable es que fuese una prostituta o una

chica de taberna. No se encuentran damas refinadas en Lecho de Pulgas. Y si se

hubiera casado alguna vez con mi padre... bueno, ¿qué fue de él, entonces? A

Dunk no le gustaba recordar su vida antes de que Ser Arlan lo acogiera-. Había

una tienda de cerámica en Desembarco del Rey a la que solía venderle ratas,

gatos y palomas para la sopa. El cocinero siempre decía que mi padre fue algún

ladrón o robabolsos. “Lo más probable es que lo colgaran”, solía decirme, “aunque

puede que simplemente le enviaran al Muro”. Cuando servía como escudero de

Ser Arlan, estuve a punto de preguntarle si no podríamos ir en aquella dirección

alguna vez, para servir en Invernalia o en algún otro castillo norteño. Tenía el

convencimiento de que si pudiera llegar al Muro, quizá encontrara algún hombre

mayor, un hombre realmente alto que se pareciera a mí. Sin embargo, nunca

fuimos. Ser Arlan decía que no había caballeros errantes en el norte, y que todos

los bosques estaban infestados de lobos. –Sacudió la cabeza-. Sea como fuere, lo

más probable es que seas el escudero de un bastardo.

Por una vez, Egg no tuvo nada que decir. La oscuridad estaba cayendo sobre

ellos. Las luciérnagas se movían lentamente entre los árboles, con sus pequeñas

luces semejantes a estrellas fugaces. También había estrellas en el cielo, más de

las que cualquier hombre pudiera contar, aunque viviera más tiempo que el rey

Jaehaerys. Dunk solo necesitaba alzar la vista para encontrar compañeros

familiares: el Corcel y la Puerca, la Corona del Rey y el Farol y la Vieja, la Galera,

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el Fantasma y la doncella Luna. Pero había nubes en el norte, y el ojo azul del

Dragón de Hielo estaba oculto, el ojo azul que apuntaba al norte.

La luna ya había salido para cuando llegaron a Tiesa, oscura y alta sobre su

colina. Una pálida luz amarilla salía de las ventanas superiores de la torre, según

vio. La mayoría de las noches Ser Eustace se iba a la cama tan pronto como

cenaba, pero no esa noche, al parecer.

Nos está esperando, supo Dunk.

Bennis del Escudo Pardo también les esperaba levantado. Le encontraron

sentado en las escaleras de la torre, masticando hojamarga y afilando su espada

larga a la luz de la luna. Las lentas pasadas de la piedra de afilar eran largas. A

pesar de la negligencia de Ser Bennis con respecto a sus ropas y a su persona,

cuidaba bien de sus armas.

-El retorno del tocho -dijo Bennis-. Ya estaba afilando mi acero para ir y

rescataros de la Viuda Escarlata.

-¿Dónde están los hombres?

-Cata y Mojado Wat están vigilando en el tejado, por si acaso viniera la Viuda. El

resto se revuelven en sus camas. Doloridos como una úlcera, así están. Les hice

trabajar duro.

Derramé un poco de sangre de ese enorme retrasado, solo para enfurecerle.

Lucha mejor cuando se cabrea. -Mostró su sonrisa marrón y roja-. Bonito labio

traéis. La próxima vez, no le andes dando vuelta a las rocas. ¿Qué dijo la mujer?

-Que se va a quedar con el agua. Y también os quiere a vos, por rajar al

excavador aquel junto a la presa.

-Ya me lo imaginé. -Bennis escupió-. Muchas molestias por un campesino

cualquiera.

Debería darme las gracias. A las mujeres les gustan los hombres con cicatrices.

-Entonces, no os importará que ella os corte la nariz.

-Y una mierda. Si quisiera quedarme sin nariz me la cortaría yo mismo. -Señaló

hacia arriba con su pulgar-. Encontrareis a Ser Inútil en sus aposentos,

poniéndose melancólico acerca de lo grande que solía ser.

Egg salió de su mutismo.

-Combatió junto al dragón negro.

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Dunk pensó en propinarle un bofetón al muchacho, pero el caballero pardo tan

solo se rió.

-Por supuesto que sí. Solo hay que mirarle. ¿Te parece del tipo de personas que

escogen el bando ganador?

-No más que vos. Si no, no estarías aquí con nosotros. -Dunk se giró hacia Egg-.

Atiende a Trueno y a Maestra y luego sube y reúnete con nosotros.

Cuando Dunk subió, el viejo caballero estaba sentado junto a la chimenea de su

dormitorio, aunque el fuego no estaba encendido. La copa de su padre estaba en

su mano, un pesado cáliz de plata que había sido fabricado para algún lord

Osgrey antes de la Conquista. Un león jaquelado adornaba la copa, hecho de

escamas de jade y oro, aunque alguno de los fragmentos se había desprendido.

Ante el sonido de los pasos de Dunk, el anciano caballero levantó la mirada y

parpadeó como un hombre que sale de un sueño.

-Ser Duncan. Estáis de vuelta. ¿Impresionó vuestra visión a Lucas Inchfield, Ser?

-Por lo que pude ver, no, mi señor. Mas bien, le hizo enfurecer. -Dunk le contó

todo lo mejor que pudo, aunque omitió la parte sobre lady Helicent, lo que le

habría hecho parecer un idiota. También habría dejado aparte el tema de la

bofetada, pero su labio roto se había hinchado dos veces su tamaño normal, y Ser

Eustace no pudo sino darse cuenta.

Cuando lo hizo, frunció el ceño.

-Vuestro labio...

Dunk lo tocó con delicadeza.

-Su señoría me dio una bofetada.

-¿Os pegó? -Su boca se abrió y se cerró- ¿Pegó a mi enviado, quien llegó a ella

bajo el emblema del león jaquelado? ¿Osó poner sus manos sobre vuestra

persona?

-Solo una mano, Ser. Dejó de sangrar antes incluso de abandonar el castillo. -

Cerró el puño-. Quiere a Ser Bennis, no vuestra plata, y no derribará el dique. Me

mostró un pergamino con algo escrito en él, y el sello real del Rey. Dice que el

arroyo es suyo. Y... -Dudó-. Dice que vos erais... que os habíais...

-¿...alzado junto al dragón negro? -Ser Eustace pareció desplomarse-. Temí que lo

haría. Si deseáis abandonar mi servicio, no os detendré. -El viejo caballero miró

dentro de su copa, pero Dunk no podía decir lo que veía dentro.

-Me dijisteis que vuestros hijos murieron luchando por el Rey.

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-Y así fue. El verdadero rey, Daemon Fuegoscuro. El Rey Que Portó La Espada. -

Los bigotes del anciano temblaron-. Los hombres del dragón rojo se llaman a sí

mismos leales, pero los que escogimos al negro fuimos igual de leales, una vez.

Sin embargo, ahora... todos los hombres que marcharon junto a mí para sentar al

príncipe Daemon en el Trono de Hierro se han desvanecido como el rocío del

amanecer. Quizá fueran producto de mi imaginación. O más probable aún, lord

Cuervo de Sangre y sus Picos de Cuervos les han metido el miedo dentro. No

pueden estar todos muertos.

Dunk no podía negar la verdad de aquello. Hasta aquel momento, nunca se había

encontrado con ningún hombre que combatiera junto al Pretendiente. No

obstante, he tenido que conocer alguno. Había miles. Medio reino apoyaba al

dragón rojo y el otro medio al negro.

-Ambos bandos lucharon con valor, me decía siempre Ser Arlan. -Pensó que el

anciano querría oír eso. Ser Eustace sostenía su copa de vino con ambas manos.

-Si Daemon hubiera cabalgado por encima de Gwayne Corbray... si Fireball no

hubiera resultado muerto en los albores de la batalla... si Hightower, Tarbeck,

Oakheart y Butterwell nos hubieran apoyado con todas sus fuerzas en lugar de

mantener un pie en cada facción... si Manfred Lothston hubiera sido leal en lugar

de traicionero... si las tormentas no hubieran retrasado la flota de lord Bracken

con los ballesteros myrianos... si Quickfinger no hubiese sido capturado con los

huevos de dragón robados... si no fuese por tantos “si”, Ser... si alguno hubiera

tenido un resultado diferente, las tornas habrían cambiado. Entonces nosotros

seríamos los leales, y los del dragón negro serían recordados como hombres que

combatieron para mantener al usurpador Daeron el Desleal sobre su trono

robado, y fallaron.

-Así pudo ser, mi señor -dijo Dunk-, pero las cosas salieron como salieron. Fue

hace muchos años, y vos fuisteis perdonado.

-Sí, fuimos perdonados. Mientras nos arrodilláramos y le entregáramos un rehén

para asegurar nuestra futura lealtad, Daeron perdonaría a los traidores y a los

rebeldes. -Su voz se hizo más amarga-. Compré mi cabeza con la vida de mi hija.

Alysanne tenía siete años cuando se la llevaron a Desembarco del Rey, y veinte

cuando murió, convertida ya en una hermana con voto de silencio. Fui a verla a

Desembarco del Rey una vez, y ni siquiera me habló a mí, su propio padre. La

clemencia de un Rey es un regalo envenenado. Daeron Targaryen me respetó la

vida, pero se llevó mi orgullo, mis sueños y mi honor. -Sus manos

temblequeaban, y el vino caía sobre su regazo, pero el anciano no se daba

cuenta-. Debí haberme ido al exilio con Bittersteel, o muerto junto a mis hijos y

mi querido rey. Esa hubiera sido una muerte adecuada para un león jaquelado,

descendiente de tantos lores orgullosos y guerreros poderosos. La clemencia de

Daeron me empequeñeció.

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En su corazón, el dragón negro nunca murió, se dio cuenta Dunk.

-¿Mi señor?

Era la voz de Egg. El chico había entrado mientras Ser Eustace hablaba de su

muerte. El anciano caballero parpadeó como si le estuviera viendo por primera

vez.

-¿Sí, muchacho? ¿Qué ocurre?

-Con vuestro permiso... La Viuda Escarlata dice que vos os rebelasteis para

quedaros con su castillo. Eso no es cierto, ¿verdad?

-¿El castillo? -Parecía confuso-. Fosafría... Daemon me prometió Fosafría, sí,

pero... no era como recompensa, no...

-¿Entonces, por qué? -preguntó Egg.

-¿Por qué? -Ser Eustace arrugó el entrecejo.

-¿Por qué os convertisteis en traidor? Si no se trataba del castillo.

Ser Eustace miró a Egg durante un buen rato antes de replicar.

-Sólo eres un muchacho joven. No lo entenderías.

-Bueno -dijo Egg-, puedo intentarlo.

-Traición... es solo una palabra. Cuando dos príncipes luchan por un trono en el

que solo puede sentarse uno, tanto los grandes lores como los hombres corrientes

deben elegir. Y cuando la batalla ha terminado, los victoriosos son jaleados como

hombres honestos y leales, mientras que los derrotados son conocidos para el

resto de sus vidas como rebeldes y traidores. Ese fue mi destino.

Egg pensó en ello durante un momento.

-Sí, mi señor. Solo que... El rey Daeron era un buen hombre. ¿Por qué escogisteis

a Daemon?

-Daeron... -Ser Eustace casi se atragantó con la palabra, y Dunk se percató de

que estaba medio borracho-. Daeron era larguirucho y caído de hombros, con

una pequeña barriga que se bamboleaba cuando caminaba. Daemon se erguía

derecho y orgulloso, y su torso vientre era 49

plano y duro como un escudo de roble. Y podía combatir. Con el hacha, con la

lanza, con el mayal... era tan bueno como cualquier caballero que yo haya visto,

pero con la espada era el mismísimo Guerrero. Cuando el príncipe Daemon tenía

a Fuegoscuro en la mano, no había hombre que le igualara... ni Ulrick Dayne con

Albor, no, ni siquiera el Caballero Dragón con Hermana Oscura.

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“Puedes conocer a un hombre por sus aliados, Egg. Daeron se rodeó de maestres,

septones y bardos. Siempre tenía mujeres susurrándole al oído, y su corte estaba

llena de dornianos.

¿Cómo no, si aceptó en su cama a una dorniana, y vendió a su propia y dulce

hermana al príncipe de Dorne, a pesar de que ésta amaba a Daemon? Daeron

llevaba el mismo nombre que el Joven Dragón, pero cuando su esposa dorniana

le dio un hijo, le llamó Baelor, el rey más débil que jamás se sentó en el Trono de

Hierro.

“Daemon, no obstante... Daemon no era más piadoso de lo que necesita ser un

rey, y todos los grandes caballeros del reino estaban con él. A lord Cuervo de

Sangre le vendría bien si todos sus nombres fuesen olvidados, y por eso ha

prohibido que se cante acerca de ellos, pero yo los recuerdo. Robb Reyne, Gareth

el Gris, Ser Aubrey Ambrose, lord Gormon Peake, Byren Flores el Negro,

Fireball... ¡Bittersteel! Os pregunto, ¿ha habido jamás compañía más noble,

semejante lista de héroes?

“¿Por qué, muchacho? ¿Me preguntas por qué? Porque Daemon era el mejor -. El

viejo rey así lo vio también. Le dio la espada a Daemon. Fuegoscuro, la espada de

Aegon el Conquistador, la hoja que todo rey Targaryen ha blandido desde la

Conquista... Puso esa espada en la mano de Daemon el día que le armó caballero,

siendo un chico de doce años.

-Mi padre dice que fue porque Daemon era espadachín, y Daeron no –dijo Egg-.

¿Para qué entregarle un caballo a un hombre que no sabe cabalgar? La espada no

era el reino, dice. La mano del viejo caballero se cerró tan fuerte que el vino de su

plateada copa se derramó.

-Tu padre es un imbécil.

-No lo es -dijo el chico.

La cara de Osgrey se retorcía de ira.

-Hiciste una pregunta y te la contesté, pero no sufriré más insolencias. Ser

Duncan, deberíais castigar a este muchacho más a menudo. Su cortesía deja

mucho que desear. Si tengo que hacerlo yo mismo, lo haré...

-No- le interrumpió Dunk-. No lo haréis. Ser. -Había tomado una decisión-. Está

oscuro.

Nos marcharemos con el alba.

Ser Eustace se le quedó mirando, sorprendido.

-¿Os marchareis?

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-De Tiesa. De vuestro servicio. -Nos mentisteis. Llamadlo como queráis, no había

honor en ello. Se desató la capa, la dobló y la puso en el regazo del anciano.

Los ojos de Osgrey se estrecharon.

-¿Os ofreció esa mujer tomaros a su servicio? ¿Me abandonáis por la cama de esa

puta?

-No sé si es una puta -dijo Dunk-, o una bruja, o una envenenadora o lo que sea.

Lo que sea no importa. Nos marchamos como errantes, no a Fosafría.

-A vagabundear, queréis decir. Me abandonáis para merodear en los bosques

como lobos, para asaltar a hombres honestos por los caminos. -Su mano estaba

temblando. La copa cayó de sus dedos, salpicando vino mientras rodaba por el

suelo-. Marchaos, pues. Marchaos. No quiero a nadie como vos. Nunca debí

tomaros a mi servicio. ¡Marchaos!

-Como digáis, Ser. -Dunk salió, y Egg le siguió.

Aquella última noche, Dunk quiso estar tan lejos de Ser Eustace Osgrey como

pudiese, así que durmió en la bodega, con el resto de las magras fuerzas de Tiesa.

Fue una noche sin descanso. Lim y Pate Ojos Rojos roncaban, uno alto y el otro

constante. Un vapor húmedo anegaba la estancia, salido de la trampilla que

conducía a las cámaras subterráneas. Dunk se revolvía por el picor de su jergón,

sumiéndose en un duermevela solo para despertar de súbito en la oscuridad. Las

picaduras que había recibido en los bosques le irritaban mucho, y también había

pulgas en la paja. Estaré mejor lejos de este lugar, lejos del viejo, de Ser Bennis y

del resto. Quizá fuese hora de llevar a Egg de vuelta a Refugio Estival para ver a

su padre. Le preguntaría al chico por la mañana, cuando estuvieran bien lejos.

Sin embargo, la mañana parecía lejana. La cabeza de Dunk estaba llena de

dragones, rojos y negros... llena de leones jaquelados, de escudos antiguos, de

viejos baúles...llena de arroyos, fosos y diques, de papeles estampados con el

gran sello del rey que no podía leer.

Y ella también estaba allí, la Viuda Escarlata, Rohanne de Fosafría. Podía ver su

rostro pecoso, sus esbeltos brazos, su larga trenza pelirroja. Le hizo sentir

culpable. Debería estar soñando con Tanselle. Tanselle la Giganta, la llamaban,

pero no era tan alta para mí. Ella había pintado las armas en su escudo y él la

había salvado del Príncipe Luminoso, pero se esfumó antes del juicio de Siete. No

podía soportar verme morir, se decía Dunk a menudo, pero ¿qué sabía él? Tenía

la mollera tan dura como la muralla de un castillo. Pensar en la Viuda Escarlata

era prueba suficiente de ello. Tanselle me sonrió, pero nunca nos abrazamos, ni

nos besamos, ni siquiera en la mejilla. Rohanne al menos le había tocado; tenía el

labio lastimado para probarlo. No seas bobo. Ella no es para ti. Es demasiado

pequeña, demasiado lista, y demasiado peligrosa.

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Adormilándose al fin, Dunk soñó. Estaba corriendo por un claro en el corazón del

Bosque Cerradón, corriendo hacia Rohanne, y ella le disparaba flechas. Cada

saeta que disparaba era certera, y le atravesaba el pecho, aunque el dolor era

extrañamente dulce. Hubiera girado y huido, pero en vez de eso siguió adelante,

corriendo de la forma lenta en que se hace en sueños, como si el mismo aire se

hubiese tornado miel. Otra flecha vino, y otra. A su aljaba parecía no acabársele

nunca las flechas. Sus ojos eran grises y verdes, y estaban llenos de dolor.

Vuestro vestido hace juego con el color de vuestros ojos, quería decirle, pero ella

no llevaba vestido, ni ninguna ropa. A través de sus pequeños pechos cruzaba

una pálida rociada

de pecas, y sus pezones eran rojos y duros como pequeñas bayas. Las flechas le

hacían parecer un gran puercoespín para cuando llegó a los pies de ella,

tambaleante, pero de algún modo encontró fuerzas para coger su trenza. Con un

fuerte jalón, la tiró encima de sí y la besó. Se despertó de repente, al sonido de un

grito.

En la oscurecida bodega, todo era confusión. Las maldiciones y los quejidos

resonaban por todas partes, y los hombres se empujaban los unos a los otros

mientras tanteaban en busca de sus lanzas y calzones. Nadie sabía qué estaba

ocurriendo. Egg encontró la vela de sebo y la encendió, para arrojar algo de luz

sobre la escena. Dunk fue el primero en subir las escaleras. Casi chocó con un

Sam Encorvado que bajaba, resoplando como un fuelle y barbotando

incoherencias. Dunk tuvo que agarrarle de ambos hombros para evitar que

cayese.

-Sam, ¿qué sucede?

-El cielo -gimió el anciano-. ¡El cielo! -No se le podía sacar nada con mayor

sentido, así que todos subieron al tejado para echar un vistazo. Ser Eustace

estaba ante ellos, de pie junto a los parapetos con sus ropas de cama, observando

la distancia.

El sol estaba saliendo por el oeste.

A Dunk le llevó un buen rato darse cuenta de lo que aquello significaba.

-El Bosque Cerradón está en llamas -dijo con un susurro. De la base de la torre

les llegó la voz de Bennis maldiciendo, un torrente de juramentos tan vergonzosos

que hubieran hecho enrojecer a Aegon el Indigno. Sam Encorvado comenzó a

rezar.

Estaban demasiado lejos para distinguir las llamas, pero el fulgor rojizo pintaba

la mitad del horizonte occidental, y la luz de las estrellas de encima se

desvanecía. Corona del Rey ya casi se había ido, oscurecida tras un velo de humo

emergente.

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152

Fuego y espada, dijo ella.

El fuego lo quemaba todo excepto la noche. Nadie en Tiesa durmió. Al poco,

pudieron oler el humo, y ver danzar a las llamas en la distancia como chicas de

faldas rojas. Todos se preguntaban si el fuego los engulliría. Dunk estaba de pie

detrás de los parapetos, con los ojos ardiendo, vigilando por si había incursores

nocturnos.

-Bennis -dijo cuando subió el caballero pardo masticando su hojamarga-, es a vos

a quien quiere. Quizá debierais ir.

-¿Cómo, corriendo? -Soltó una carcajada-. ¿En mi caballo? También podría

intentar volar sobre uno de esos malditos pollos.

-Entonces rendíos. Tan solo os abrirá la nariz.

-Me gusta mi nariz como es, tocho. Que intente cogerme, veremos que es lo que

se abre. -Se sentó con las piernas cruzadas y la espalda contra un esmerejón, y

cogió una piedra de su bolsa para afilar la espada. Ser Eustace estaba de pie

detrás de él. En voz baja, habló de cómo librar la batalla.

-Dosmetros nos esperará en el dique -oyó Dunk que decía el anciano caballero-,

así que, en vez de eso, le quemaremos los cultivos. Fuego por fuego.- Ser Bennis

pensaba que eso estaba muy bien, solo que quizá debían pasar por la antorcha

también el molino.

-Está a más de treinta kilómetros en la otra dirección, Dosmetros no nos buscará

allí. Quemar el molino y matar al molinero, eso le costará caro.

Egg también estaba escuchando. Tosió, y miró a Dunk con los ojos muy abiertos.

-Ser, tenéis que detenerlos.

-¿Cómo? -preguntó Dunk. La Viuda Escarlata les detendrá. Ella, y ese Lucas

Dosmetros-.

Solo están lanzando bravatas, Egg. Es eso, o mearse en los calzones. Y ahora no

tiene nada que ver con nosotros.

El amanecer llegó con un nuboso cielo gris y un aire que quemaba los ojos. Dunk

tenía intención de partir temprano, aunque después de la noche en vela no sabía

si llegarían muy lejos. El y Egg desayunaron huevos hervidos mientras Bennis

presionaba a los demás con más ejercicios. Ellos son hombres de Osgrey y

nosotros no, se decía a sí mismo. Comió cuatro de 52

los huevos. Ser Eustace se los debía, en su opinión. Egg comió dos. Ayudaron a

pasarlos con cerveza.

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-Podríamos ir a Isla Bella, Ser -dijo el chico mientras reunían sus cosas-. Ya que

están siendo atacados por hombres del hierro, puede que lord Farman esté

buscando espadas.

Era un buen pensamiento.

-¿Has estado alguna vez en Isla Bella?

-No, Ser -dijo Egg-, pero dicen que es muy hermosa. El hogar de lord Farman es

muy bonito también. Se llama Castibello.

Dunk rió.

-A Castibello, pues. -Se sentía como si le hubieran quitado de encima de los

hombros un

gran peso-. Comprobaré las monturas -dijo, cuando ya había hecho un fardo con

su armadura, asegurado con una cuerda de cáñamo-. Ve al tejado y coge

nuestros petates, escudero. –La última cosa que quería esa mañana era otro

enfrentamiento con el león jaquelado-. Si ves a Ser Eustace, no le hagas caso.

-Así será, Ser.

Afuera, Bennis tenía a sus reclutas alineados con sus lanzas y escudos, e

intentaba enseñarles a avanzar al unísono. El caballero pardo no le hizo el menor

caso a Dunk mientras este cruzaba el patio. Los conducirá a todos a la muerte.

La Viuda Escarlata puede llegar en cualquier momento. Egg llegó corriendo desde

la puerta de la torre e hizo resonar los escalones de madera con sus petates.

Sobre él, Ser Eustace se erguía con rigidez en el balcón, sus manos descansadas

sobre el pretil. Cuando sus ojos se encontraron con los de Dunk, su mostacho

tembló, y se giró con rapidez para irse. El aire estaba sucio por el humo.

Bennis tenía el escudo colgado de la espalda, un gran rombo de madera sin

pintar, oscurecido por las incontables capas de barniz y rodeado de detalles de

hierro. No mostraba ningún blasón, tan solo un tachón en el centro que a Dunk

le recordaba un gran ojo, fuertemente cerrado. Tan ciego como su portador.

-¿Cómo pensáis enfrentaros a ella? -le preguntó Dunk.

Ser Bennis miró a sus soldados con la boca roja par la hojamarga.

-No podemos defender la colina con tan pocas lanzas. Tendrá que ser en la torre.

Nos meteremos dentro. -Asintió hacia la puerta-. Solo hay una entrada.

Levantaremos los escalones de madera, y no habrá forma de que puedan

alcanzarnos.

-A menos que construyan ellos mismos alguna escalera. También puede que

traigan cuerdas y arpeos, y que caigan sobre vosotros desde el tejado. Quizá

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simplemente se queden en retaguardia con sus ballestas y os llenen de virotes

mientras intentáis sujetar la puerta. Los Melones, Alubias y Cebadas estaban

escuchando todo lo que hablaban. Toda su charla bravucona se había esfumado,

aunque no soplaba ni una brizna de viento. Se quedaron parados con sus palos

afilados, mirando a Dunk y a Bennis alternativamente.

-Este grupo no os sacará las castañas del fuego -dijo Dunk con un gesto hacia el

andrajoso ejército de Osgrey-. Los caballeros de la Viuda Escarlata les harán

pedazos si los lleváis a campo abierto, y sus lanzas no servirán dentro de la torre.

-Pueden arrojar cosas desde el tejado -dijo Bennis-. Cata es bueno tirando

piedras.

-Supongo que puede lanzar una o dos piedras -dijo Dunk-, antes de que unos de

los ballesteros de la Viuda le atraviese con un virote.

-¿Ser? -Egg estaba junto a él-. Ser, si vamos a irnos, debería ser ya, por si la

Viuda viene.

El chico tenía razón. Si nos rezagamos, nos quedaremos atrapados. Sin embargo,

Dunk dudaba.

-Dejad que se marchen, Bennis.

-¿Qué? ¿Perder a nuestros valientes muchachos? -Bennis miró a los campesinos,

y rió con estruendo-. Será mejor que no cojáis ninguna idea –les avisó. Destriparé

a cualquiera que intente correr.

-Inténtalo, y yo os destriparé a vos. -Dunk desenvainó su espada-. Id a casa,

todos vosotros -le dijo a los aldeanos-. Regresad a vuestras aldeas, y comprobad

si el fuego se ha extendido a vuestras casas y cultivos. -Nadie se movió. El

caballero pardo le miraba mientras su boca masticaba. Dunk le ignoró-.

Marchaos -le dijo a los campesinos. Era como si algún dios le hubiera puesto esa

palabra en la boca. No el Guerrero. ¿Hay un dios de los idiotas? -

¡MARCHAOS! –volvió a decir, bramando esta vez-. Coged vuestras lanzas y

escudos, pero marchaos, o no viviréis para ver el día de mañana. ¿Queréis volver

a besar a vuestras esposas?

¿Queréis abrazar a vuestros hijos? ¡Marchaos a casa! ¿Estáis todos sordos?

No lo estaban. Se organizó un buen jaleo entre los pollos. Gran Rob pisó a una

gallina cuando empezó su carrera, y Pate estuvo a punto de destripar a Will

Alubia cuando su propia lanza le puso la zancadilla, pero al final allí estaban,

corriendo. Los Melones se marcharon por un lado, los Alubias por otro y los

Cebadas por un tercero. Ser Eustace les gritaba desde las alturas, pero nadie le

hizo caso. Al menos, están sordos para él, pensó Dunk.

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Para cuando el viejo caballero emergió de su torre y bajó los escalones, solo

Dunk, Egg y Bennis quedaban entre los pollos.

-Regresad -le gritaba Ser Eustace a sus hordas batidas en retirada-. No tenéis mi

permiso para marcharos. ¡No tenéis mi permiso!

-Es inútil, mi señor -dijo Bennis-. Se han ido.

Ser Eustace se volvió hacia Dunk, con los bigotes tensos de rabia.

-No teníais ningún derecho a despedirlos. ¡Ningún derecho! Les dije que no se

fueran, se lo prohibí. Os prohibí que los echarais.

-No os oímos, mi señor. -Egg se quitó el sombrero para alejar el humo-. Los pollos

piaban demasiado alto.

El anciano se desplomó sobre el escalón más bajo de Tiesa.

-¿Qué os ofreció esa mujer para que me entregarais a ella? -le preguntó a Dunk

con voz lúgubre-. ¿Cuánto oro os dio para que me traicionarais, desbandarais a

mis muchachos y me dejarais aquí solo?

-No estáis solo, mi señor -Dunk envainó su espada-. He dormido bajo vuestro

techo, y comí vuestro huevos esta mañana. Aún os debo un último servicio. No

me escabulliré con el rabo entre las piernas. Mi espada sigue aquí. -Tocó la vaina.

-Una espada. -El viejo caballero se puso en pie lentamente-. ¿Qué puede hacer

una espada contra esa mujer?

-Mantenerla fuera de vuestras tierras, para empezar. -Dunk deseaba que sus

palabras fuesen tan ciertas como sonaban.

El bigote del anciano se movía cada vez que tomaba aliento.

-Sí -dijo al fin-. Mejor ir abiertamente que esconderse tras paredes de piedra.

Mejor morir como un león que como un conejo. Fuimos los alguaciles de la

Frontera Norte durante mil años. Debo ponerme la armadura. -Empezó a subir

los escalones.

Egg miraba a Dunk desde abajo.

-No sabía que tuvierais rabo, Ser -dijo el muchacho.

-¿Quieres un bofetón en la oreja?

-No, Ser. ¿Queréis vos vuestra armadura?

-Eso -dijo Dunk-, y una cosa más.

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Ser Bennis dijo algo de ir con ellos, pero al final Ser Eustace le ordenó quedarse y

guardar la torre. Su espada sería de poca utilidad contra el contingente que

estaban a punto de encarar, y su presencia enfurecería aún más a la Viuda.

El caballero pardo no requirió de mucha insistencia. Dunk le ayudó a soltar las

clavijas de hierro que sujetaban los escalones superiores. Bennis las desclavó, ató

a los escalones una vieja cuerda de cáñamo gris, y jaló con todas sus fuerzas.

Crujiendo y quejándose, la escalera de madera cedió, dejando tres metros de aire

entre el escalón superior de piedra y la única entrada a la torre. Sam Encorvado y

su esposa estaban en el interior. Los pollos tendrían que arreglárselas solos.

Sentado en su jamelgo gris, Ser Eustace alzó la voz para decir:

-Si no hemos regresado para la noche...

-...cabalgaré hasta Altojardín, mi señor, y le diré a lord Tyrell cómo esa mujer

quemó vuestro bosque y os asesinó.

Dunk seguía a Egg y a Maestra colina abajo. El anciano venía después, con su

armadura que traqueteaba un poco. En una ocasión el viento arreció, y pudo oír

el ondear de su capa.

Donde el Bosque Cerradón se había erigido, encontraron humeantes tierras

baldías. El fuego hacía tiempo que se había consumido para cuando llegaron al

lugar, pero aquí y allí se veían unos cuantos parches que seguían ardiendo, islas

de fuego en un mar de ceniza y carbonilla. Por todas partes, los troncos de los

árboles incendiados se clavaban en la tierra como lanzas ennegrecidas que

apuntaran al cielo. Otros árboles habían caído, y yacían atravesados sobre el

sendero del oeste con sus ramas rotas y chamuscadas, y rojizos fuegos apagados

en sus corazones huecos. También había zonas calientes en el suelo del bosque, y

lugares desde donde el humo se elevaba como una cálida bruma gris. Ser

Eustace fue atacado por un acceso de tos, y por unos momentos Dunk temió que

el viejo hombre tuviera que volver, pero finalmente pasó.

Cabalgaron sobre el cadáver de un venado rojo, y después junto a lo que podría

haber sido un tejón. Nada vivía, excepto las moscas. Las moscas podían

sobrevivir a todo, según parecía.

-El Campo de Fuego debe parecerse a esto -dijo Ser Eustace-. Fue allí donde

comenzaron nuestras desgracias, hace doscientos años. El último de los reyes

verdes murió en aquel campo, con las más hermosas flores del Dominio a su

alrededor. Mi padre decía que el dragón de fuego quemaba tanto que sus espadas

se derretían en sus manos. Después, las hojas fueron reunidas, y pasaron a

formar parte del Trono de Hierro. Altojardín pasó de tener reyes a tener

administradores, y los Osgrey cayeron y se diseminaron, hasta que los Alguaciles

de la Frontera Norte no fueron más que caballeros con tierras atados por

feudalidad a los Rowan.

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Dunk no tenía nada que decir sobre aquello, así que cabalgó en silencio durante

un rato, hasta que Ser Eustace tosió, y dijo:

-Ser Duncan, ¿recordáis la historia que os conté?

-Puede, Ser -dijo Dunk-. ¿Cuál?

-El Pequeño León.

-La recuerdo. Era el más joven de cinco hijos.

-Bien. -Volvió a toser-. Cuando mató a Lancel Lannister, los hombres del oeste se

retiraron. Sin rey, no hay guerra. ¿Entendéis lo que estoy diciendo?

-Sí -dijo Dunk, reticente. ¿Sería yo capaz de matar a una mujer? Por una vez,

Dunk deseó ser tan duro como la muralla de un castillo. No se debe llegar a eso.

No dejaré que las cosas se pongan así.

Unos pocos árboles verdes aún seguían de pie allí donde la senda del oeste se

cruzaba con el Jaquel. Sus troncos estaban chamuscados y negros por un lado.

Justo un poco más allá, el agua brillaba, amenazante. Azul y verde, pensó Dunk,

pero ya no hay oro. El humo había tapado el sol.

Ser Eustace se detuvo al alcanzar la orilla del arroyo.

-Hice un juramento sagrado. No cruzaré esta corriente. No mientras las tierras de

la otra ribera sean suyas. -El viejo caballero llevaba coraza y cota de malla debajo

de su túnica amarillenta. Llevaba la espada en un costado.

-¿Y si ella no viene, Ser? -preguntó Egg.

Con fuego y espada, pensó Dunk.

-Vendrá.

Lo hizo, y en menos de una hora. Primero oyeron sus caballos, después el vago

sonido metálico de sus armaduras que iba creciendo. El humo acumulado hacía

difícil determinar lo lejos que estaban, hasta que su portaestandarte apareció

entre la cortina de jirones de niebla. El pendón estaba coronado par una araña de

hierro pintada de blanco y rojo, con el estandarte negro de los Webber colgando

debajo, lánguido. Cuando los vio al otro lado de las aguas, se plantó en la orilla.

Ser Lucas Inchfield apareció medio latido de corazón después, armado de la

cabeza a los pies.

Solo entonces apareció la mismísima lady Rohanne, a horcajadas de una yegua

negra como el carbón y ataviada con ropas de seda plateada, como una telaraña.

La capa de la Viuda estaba confeccionada con el mismo material. Ondeaba desde

sus hombros y sus muñecas, ligera como el aire. También tenía armadura, de

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verdes escamas esmaltadas repujadas con oro y plata. Se ajustaba a su figura

como un guante, y le hacía parecer como si fuera ataviada con hojas del estío. Su

larga trenza pelirroja daba saltos mientras cabalgaba. El septon Sefton montaba

a su lado, con el rostro congestionado, sobre un enorme caballo gris. Al otro lado

iba su joven maestre, Cerrick, sobre una mula.

Detrás venían más caballeros, media docena, atendidos por otros tantos

escuderos. Una columna de ballesteros montados formaba la retaguardia, y se

desplegaron a ambos lados del camino cuando alcanzaron el Jaquel y vieron a

Dunk esperando al otro lado. Eran treinta y tres hombres de armas en total,

excluyendo al septon, el maestre y la propia Viuda. Uno de los caballeros captó la

atención de Dunk; un hombre calvo y rechoncho como un barril, cubierto de

malla y cuero, con un rostro iracundo y un feo bocio en el cuello.

La Viuda Escarlata condujo su mula hasta la orilla del río.

-Ser Eustace, Ser Duncan -les llamó desde el otro lado-, vimos vuestro fuego

ardiendo en la noche.

-¿Visteis? -respondió a voces Ser Eustace-. Sí, lo visteis... después de provocarlo.

-Eso es una vil acusación.

-Para un vil acto.

-Anoche estaba durmiendo en mi cama, con mis damas a mi alrededor. Los gritos

desde las murallas me despertaron, como a la mayoría de todo el mundo. Los

ancianos treparon las inclinadas escaleras de la torre para observar, y los bebés

de pecho vieron las luces rojas y lloraron de miedo. Y eso es todo lo que sé de

vuestro fuego, Ser.

-Era vuestro fuego, mujer -insistió Ser Eustace-. Mi bosque se ha perdido.

¡Perdido, os digo!

El septon Sefton se aclaró la garganta.

-Ser Eustace -bramó-, también hay incendios en los bosques del Rey, e incluso en

la selva.

La sequía ha convertido todos nuestros bosques en astillas.

Lady Rohanne levantó un brazo y apuntó.

-Mirad mis campos, Osgrey. Lo secos que están. Sería una estúpida si encendiera

un fuego.

Si el viento hubiera cambiado de dirección, las llamas podrían haber saltado el

río, y quemado todos mis cultivos.

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-¿Podrían? -gritó Ser Eustace-. Fueron mis bosques los que ardieron, y vos quien

los quemó. ¡Lo más probable es que lanzarais algún conjuro de brujería para

dirigir el viento, igual que empleasteis las artes oscuras para matar a vuestros

maridos y hermanos!

El rostro de lady Rohanne se endureció. Dunk había visto aquella expresión en

Fosafría, justo antes de que le abofeteara.

-Chismorreos -le dijo al anciano-. No gastaré más saliva con vos, Ser. Entregad a

Bennis del Escudo Pardo, o iremos nosotros a por él.

-Eso no lo haréis –declaró Ser Eustace con tono chillón-. No lo haréis nunca. -Su

mostacho se crispó-. No deis ni un paso más. Esta orilla del arroyo es mía, y no

sois bienvenida. No obtendréis hospitalidad por mi parte. Ni pan ni sal, ni

siquiera sombra ni agua. Seréis considerada una intrusa. Os prohíbo poner pie

en tierra de Osgrey.

Lady Rohanne se echó la trenza por encima del hombro.

-Ser Lucas -fue todo lo que dijo. Dosmetros hizo un gesto, los ballesteros

desmontaron, cargaron sus ballestas con ayuda del gancho y el estribo, y

colocaron virotes de sus aljabas-.

Ahora, Ser -gritó su señoría, cuando todas las ballestas estuvieron cargadas,

apuntadas y listas-, ¿qué era lo que me prohibíais?

Dunk ya había escuchado suficiente.

-Si franqueáis el cauce sin permiso, estaréis quebrantando la paz del Rey.

El septon Sefton hizo avanzar un paso a su montura.

-El rey ni lo sabrá ni le importará -afirmó-. Todos somos hijos de la Madre, Ser.

En su nombre, haceos a un lado.

Dunk frunció el ceño.

-Yo no sé mucho de dioses, septon... ¿pero no somos también hijos del Guerrero?

-Se frotó la nuca-. Si tratáis de cruzar, os detendré.

Ser Lucas Dosmetros rió.

-Aquí tenemos a un caballero errante que quiere ser un puercoespín, mi señora -

le dijo a la Viuda Escarlata-. Decid una palabra, y se le clavarán una docena de

virotes. A esta distancia, atravesarán esa armadura como si estuviera hecha de

saliva.

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-No. Aún no, Ser. -lady Rohanne le estudió a través del cauce-. Sois dos hombres

y un muchacho. Nosotros somos treinta y tres. ¿Cómo os proponéis evitar que

crucemos?

-Bien -dijo Dunk-, os lo diré. Pero solo a vos.

-Como deseéis. -Golpeó con los talones el costado de su montura y se metió en el

agua.

Cuando el agua alcanzó el vientre de la yegua, se detuvo, a la espera-. Aquí estoy.

Acercaos, Ser. Prometo no meteros en un saco.

Ser Eustace aferró el brazo de Dunk antes que pudiera responder.

-Id con ella -dijo el anciano caballero-, pero recordad al Pequeño León.

-Como digáis, mi señor. –Dunk guió a Trueno hasta el agua. Llegó hasta ella y

dijo:-. Mi señora.

-Ser Duncan. -Levantó la mano y posó dos dedos sobre su maltrecho labio-. ¿Os

hice yo esto, Ser?

-Nadie más me ha abofeteado la cara últimamente, mi señora.

-Estuvo mal por mi parte. Una violación de la hospitalidad. El buen septon me ha

estado regañando. -Miró por encima de las aguas a Ser Eustace-. Apenas

recuerdo ya a Addam. Se fue hace más de la mitad de mi vida. Sin embargo,

recuerdo que le amaba. No he amado a ninguno de los otros.

-Su padre le enterró junto a las moreras, con sus hermanos -dijo Dunk-. Le

gustaban las moras.

-Lo recuerdo. Solía recogerlas para mí, y las comíamos con un tazón de crema.

-El rey perdonó al anciano por lo de Daemon -dijo Dunk-. Ya es hora de que lo

perdonéis por lo de Addam.

-Entregadme a Bennis, y lo consideraré.

-Bennis no es de mi propiedad, para poder entregarlo.

Ella suspiró.

-Preferiría no tener que mataros.

-Preferiría no tener que morir.

-En tal caso, dadme a Bennis. Le cortaremos la nariz y lo devolveremos, y eso

será el fin de todo.

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-Sin embargo, no será así -dijo Dunk-. Aún hay que tratar el tema del dique, y el

incendio.

¿Nos entregaréis los hombres que lo provocaron?

-Había luciérnagas en ese bosque -dijo ella-. Quizá ellas lo provocaron, con sus

pequeñas linternas.

-No más burlas, mi señora -le avisó Dunk-. No es momento. Echad abajo el

dique, y dejad que Ser Eustace tenga agua para el bosque. Eso es justo, ¿no?

-Podría ser, si yo hubiese quemado el bosque. Lo cual no hice. Estaba en

Fosafría, metida en la cama. -Bajó la vista hacia el agua-. ¿Qué es lo que evitará

que atravesemos el arroyo?

¿Habéis dispuesto arqueros entre las rocas? ¿Ballesteros ocultos en las cenizas?

Decidme que es lo que pensáis que va a detenernos.

-Yo. -Se sacó un guantelete-. En Lecho de Pulgas siempre era más grande y fuerte

que los demás chicos, así que solía pegarles y robarles. El anciano me enseñó a

no hacerlo. Está mal, me decía, a veces los niños pequeños tienen hermanos

mayores. Echadle un vistazo a esto. - Dunk se sacó el anillo del dedo y se lo

alargó. Ella tuvo que dejar suelta su trenza para cogerlo.

-¿Oro? -dijo, cuando sintió su peso-. ¿Qué es esto, Ser? -Le dio la vuelta-. Un

sello. Oro y ónice. -Sus ojos verdes se estrecharon mientras estudiaba el sello-.

¿Dónde encontrasteis esto, Ser?

-En una bota. Envuelto en trapos y encajado entre los dedos.

Los dedos de lady Rohanne se cerraron a su alrededor. Miró a Egg y al viejo Ser

Eustace.

-Os arriesgáis mucho al enseñarme este sello, Ser. Mas, ¿en qué os avala? Si

ordenara a mis hombres que cruzaran...

-Bueno -dijo Dunk-, eso significaría que tendría que combatir.

-Y morir.

-Muy probablemente -dijo-, y entonces Egg regresaría al lugar del que viene, y

contaría lo que ha pasado aquí.

-No si también muere.

-No creo que asesinarais a un chiquillo de diez años -dijo, deseando no

equivocarse-. No a este chiquillo de diez años. No lo creo. Tenéis treinta y tres

hombres aquí, como dijisteis. Los hombres hablan. Ese gordo de ahí en especial.

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No importa lo profundas que cavéis las tumbas, la historia saldrá a la luz. Y

entonces, bueno... Puede que el mordisco de una araña moteada pueda matar a

un león, pero un dragón es una clase de bestia diferente.

-Preferiría ser amiga del dragón. -Intentó ponerse el anillo en el dedo. Era

demasiado grande incluso para su pulgar-. Dragón o no, debo tener a Bennis del

Escudo Pardo.

-No.

-Sois dos metros diez de testarudez.

-Más otro centímetro.

Ella le devolvió el anillo.

-No puedo regresar a Fosafría con las manos vacías. Dirán que la Viuda Escarlata

ha perdido su picadura, que es demasiado débil para imponer justicia, que no

puede proteger a sus plebeyos. No lo entendéis, Ser.

-Puede que sí. –Mejor de lo que imagináis-. Recuerdo cierta ocasión en que algún

lord menor de las tierras de la tormenta tomó a Ser Arlan a su servicio, para que

le ayudara a luchar contra otro lord menor. Cuando le pregunté al viejo por el

motivo de la contienda, me dijo: “Nada, muchacho. No es más que un concurso a

ver quien mea más lejos».

Lady Rohanne le dirigió una mirada sorprendida, pero no fue más que durante

medio latido de corazón, antes de volver a sonreír.

-Había oído un millar de descortesías en mi vida, pero vos sois el primer caballero

que dice “mear” en mi presencia. -Su cara pecosa se ensombreció-. Esos

concursos de mear son el modo en que un lord calcula la fuerza de otro, y

demuestran a todo el mundo quién tiene una debilidad. Una mujer tiene que

mear dos veces más lejos, si espera gobernar. Y si ocurre que esa mujer es

bajita... Lord Stackhouse codicia mis Colinas de la Herradura, Ser Clifford

Conklyn tiene una antigua reclamación sobre Lago Frondoso, esos desleales de

los Durwell viven de robar mi ganado... y bajo mi propio techo tengo a los

Longinch. Todos los días me levanto preguntándome si ese será el día en que se

case conmigo por la fuerza. -Su mano se aferró en torno a su trenza, tan fuerte

como si fuera una cuerda y colgara de un precipicio-. Es su deseo, lo sé. Le

retiene el miedo a mi ira, al igual que los Conklyn, los Stackhouse y los Durwell

cuando se meten en los asuntos de la Viuda Escarlata. Si por un solo momento

cualquiera de ellos pensara que me he vuelto débil y blanda...

Dunk se volvió a poner el anillo en el dedo, y desenfundó su daga.

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Los ojos de la Viuda se abrieron como platos a la vista del acero desenfundado. -

¿Qué estáis haciendo? -dijo-. ¿Habéis perdido el juicio? Hay una docena de

ballesteros que os apuntan.

-Queríais sangre por sangre. -Puso la daga contra su propia mejilla-. Os

informaron mal. No fue Bennis quien cortó al excavador, fui yo. –Apretó el filo de

acero sobre su rostro, y tajó hacia abajo. Cuando sacudió la sangre de la hoja,

una parte salpicó la cara de ella. Más pecas, pensó-. Ya está, La Viuda Escarlata

tiene su pago. Mejilla por mejilla.

-Estáis loco de remate. -El humo había llenado sus ojos de lágrimas-. Si tuvieseis

mejor cuna, me desposaría con vos.

-Sí, mi señora. Y si los cerdos tuvieran alas y escamas y escupieran fuego, serían

tan poderosos como dragones. -Dunk deslizó el cuchillo en su vaina. Su rostro

había empezado a dar punzadas. La sangre corría mejilla abajo y goteaba sobre la

gola de su armadura. El olor hizo que Trueno resoplara, y pateara el agua-.

Entregadme a los hombres que quemaron el bosque.

-Nadie quemó el bosque -dijo-, pero si alguno de mis hombres lo hubiera hecho,

sería para complacerme. ¿Cómo podría entregaros a ese hombre? -Volvió la vista

hacia su séquito-.

Sería mejor si Ser Eustace se retractara de su acusación.

-Esos cerdos tendrían que exhalar fuego primero, mi señora.

-En ese caso, debo defender mi inocencia a ojos de los dioses y de los hombres.

Decidle a Ser Eustace que exijo una disculpa... o un duelo. Suya es la elección.

Dio la vuelta a la yegua para volver hasta sus hombres.

La corriente de agua sería el campo de batalla.

El septon Sefton andaba como un pato elevando una plegaria, suplicando al

Padre Celestial que bajara sus ojos hasta aquellos dos hombres y les juzgara con

justicia, rogando al Guerrero que prestara su fuerza a aquel hombre cuya causa

fuese justa y honesta, pidiendo la clemencia de la Madre para el injusto, y que se

le perdonaran sus pecados. Cuando se acabó la oración, se volvió hacia Ser

Eustace Osgrey una última vez.

-Ser -dijo-, os lo ruego una vez más, retractaos de vuestras acusaciones.

-No -dijo el anciano con bigotes temblorosos.

El obeso septon se giró hacia lady Rohanne.

-Hermana, si hicisteis eso de que se os acusa, confesad vuestra culpa, y ofreced a

Ser Eustace una restitución por su bosque. De otro modo, correrá la sangre.

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-Mi campeón probará mi inocencia antes los ojos de dioses y de hombres.

-El juicio mediante duelo no es la única forma -dijo el septon, con el agua hasta

la cintura-. Vayamos a Sotodeoro, os lo imploro a ambos, y presentemos el caso

ante lord Rowan para que lo resuelva.

-Jamás -dijo Ser Eustace. La Viuda Escarlata negó con la cabeza.

Ser Lucas Inchfield miró a lady Rohanne con el rostro hecho una furia.

-Os casaréis conmigo cuando esta farsa quede resuelta. Como deseaba vuestro

señor padre.

-Mi señor padre no os conocía como yo -replicó ella.

Dunk apoyó una rodilla en tierra junto a Egg, y devolvió el sello a la mano del

muchacho;

cuatro dragones de tres cabezas, dos y dos, el emblema de Maekar, Príncipe de

Refugio Estival.

-Vuelve a ponértelo en la bota -le dijo-, pero si llego a morir, dirígete hacia el

amigo de tu padre más cercano y haz que te devuelva a Refugio Estival. No

intentes cruzar tú solo todo el Dominio. Cuida de no olvidarte de mis palabras, o

mi fantasma regresará y te dará un bofetón en el oído.

-Sí, Ser -dijo Egg-, pero preferiría que no murierais.

-Hace demasiado calor para morir.

Dunk se puso el yelmo, y Egg le ayudó a atarlo fuerte al cuello de su armadura.

La sangre de su cara estaba pegajosa, a pesar de que Ser Eustace había rasgado

un trozo de su capa para ayudar a detener la hemorragia del corte. Se irguió y fue

hasta Trueno. La mayoría del humo se había disipado, observó mientras se

encaramaba a la silla, pero el cielo seguía oscuro.

Nubes, pensó, nubes oscuras. Hacía mucho que no se veían. Quizá sea un

presagio. Mas, ¿para mí, o para él? A Dunk no se le daban bien los presagios.

Al otro lado del río, Ser Lucas también había montado. Su caballo era un corcel

alazán, un animal espléndido, rápido y fuerte, aunque no tan grande como

Trueno. Sin embargo, lo que el caballo echaba en falta en tamaño lo suplía con

armadura: tenía un revestimiento en la crin, testera, y una cota de malla ligera.

El propio Dosmetros vestía armadura esmaltada negra y cota de anillas plateada.

En la punta de su yelmo se agazapaba de forma maligna una araña de ónice,

pero en su escudo portaba su propio blasón: una franja diagonal de cuadros

blancos y negros sobre campo gris claro. Dunk advirtió que Ser Lucas se lo

entregaba a un escudero. No tiene intención de emplearlo. Cuando otro escudero

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le tendió un hacha de guerra, supo el porqué. El hacha era larga y letal, con el

mango encintado, la cabeza pesada y un horrible

pincho en el otro extremo, pero era un arma a dos manos. Dosmetros tendría que

confiar en su armadura para protegerse. Tengo que conseguir que se lamente de

esa elección.

Sostenía su propio escudo con el brazo izquierdo, el escudo en el que Tanselle le

había pintado el olmo y la estrella fugaz. Una canción infantil resonó en su

cabeza. Protegedme bien, roble y acero, o estaré muerto, y de viaje al infierno.

Extrajo la espada larga de su vaina. Su peso en la mano le hizo sentirse bien.

Clavó los talones en los flancos de Trueno, y guió al enorme caballo de guerra

hacia el agua. Al otro lado, Ser Lucas hizo lo mismo. Dunk tiró de las riendas a la

derecha, para así presentarle a Dosmetros su lado izquierdo, protegido por el

escudo. Ser Lucas no quería concederle esa ventaja, por lo que giró su corcel con

rapidez. Chocaron en un tumulto de acero gris y gotas verdes. Ser Lucas atacó

con su hacha. Dunk tuvo que retorcerse en la silla de montar para detenerla con

el escudo. La fuerza del golpe la bajó el brazo e hizo sacudir sus dientes. Dibujó

un mandoble con la espada a modo de respuesta, una estocada lateral que acertó

al otro caballero bajo el brazo alzado. El metal chirrió contra el metal, y así

empezó el

duelo.

El corcel de Dosmetros dibujó un círculo, intentando llegar al lado desprotegido

de Dunk, pero Trueno se giró para encararse a él, cortando el paso del otro

caballo. Ser Lucas ejecutó un golpe demoledor tras otro, de pie sobre los estribos

para poner todo el peso y la fuerza en su hacha. Dunk movía el escudo para

parar las acometidas según venían. Medio doblado tras el pedazo de roble, lanzó

tajos a los brazos, costados y piernas de Inchfield, mas su armadura devolvía

cada golpe. Dieron una vuelta, luego otra, con el agua chapoteando a sus pies.

Dosmetros atacaba, y Dunk se defendía, buscando un punto flaco.

Finalmente, lo vio. Cada vez que Ser Lucas levantaba el hacha para descargar

otro golpe, aparecía un hueco bajo el brazo. Había malla y cuero en aquel sitio, y

material acolchado debajo, pero no armadura de acero. Dunk mantenía su

escudo en alto, intentando medir su ataque. Pronto. Pronto. El hacha descargó

otro golpe, se torció a un lado, y volvió a subir. ¡Ahora! Le clavó las espuelas a

Trueno, acercándose, y lanzó una estocada con la espada larga con la intención

de clavar la punta en la abertura. Pero el hueco desaparecía tan pronto como

había aparecido. La punta de la espada arrancó una anilla, y Dunk, de tan

estirado que estaba, casi perdió el sitio sobre la silla. El hacha descendía sobre él,

sesgando el borde de hierro del escudo de Dunk, aplastando un lado de su yelmo

y propinándole a Trueno un golpe oblicuo en el cuello.

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El caballo relinchó y retrocedió sobre las patas traseras, con los ojos blancos de

dolor, mientras el aroma cobrizo de la sangre llenaba el aire. Golpeó con sus

pezuñas herradas en el momento en que Dosmetros se acercó. Una cogió a Ser

Lucas en el rostro, la otra en un hombro. Después, el pesado caballo de guerra

cayó sobre su corcel.

Todo sucedió en el espacio de un latido. Los caballos cayeron en una maraña de

coces y mordiscos mutuos, agitando el agua y el cieno de debajo. Dunk intentó

saltar de la silla de montar, pero se le enredó un pie en el estribo. Cayó con la

cabeza por delante, tomando una desesperada bocanada de aire antes de que la

corriente de agua se le colara en el yelmo a través de la abertura para los ojos. Su

pie seguía enganchado, y sintió un salvaje tirón cuando el forcejeo de Trueno casi

le arranca de cuajo la pierna. En un instante se liberó y se dio la vuelta mientras

se hundía. Por un momento, braceó impotente en el agua. El mundo se volvió

azul, verde y marrón.

El peso de su armadura le hundió hasta que su hombro golpeó contra el lecho del

arroyo. Si esto es lo de abajo, la otra dirección es hacia arriba. Las acorazadas

manos de Dunk se agarraron a las piedras y a la arena, y de algún modo

consiguió poner las piernas debajo de su cuerpo e incorporarse. Se tambaleaba y

chorreaba barro. El agua salió de los respiraderos del yelmo abollado, pero estaba

de pie. Aspiró una buena bocanada de aire. Su magullado escudo seguía colgado

del brazo izquierdo, pero tenía vacía la vaina y había perdido la espada. Tenia

sangre y agua dentro del yelmo. Cuando intentó cambiar el peso, el tobillo le

envió una punzada de dolor pierna arriba. Según vio, ambos caballos se habían

puesto en pie de nuevo. Volvió la cabeza, bizqueando un ojo a través de un velo

de sangre, en busca de su rival. Se ha ido, pensó, se ha hundido, o Trueno le ha

aplastado el cráneo.

Ser Lucas emergió de repente del agua en frente suyo, con la espada en mano. Le

propinó a Dunk un golpe terrible en el cuello, y solo el grosor de su gola mantuvo

su cabeza sobre los hombros. No tenía hoja con la que responder, solo el escudo.

Se alejó, y Dosmetros le siguió, gritando y soltando golpes. El brazo en alto de

Dunk se llevó un buen golpe sobre el codo que le durmió el brazo. Un corte en la

cadera le hizo gruñir. Mientras retrocedía, una roca bajo su pie se soltó, y cayó

sobre una rodilla, con el agua sobre el pecho. Alzó el escudo, pero esta vez Ser

Lucas golpeó tan fuerte que partió en dos la gruesa plancha de roble, y mandó las

astillas sobre el rostro de Dunk. Los oídos le zumbaban y tenía la boca llena de

sangre, pero desde algún lugar lejano oyó que Egg gritaba:

-¡A por él, Ser, a por él, está justo ahí!

Dunk se echó hacia delante. Ser Lucas había echado atrás la espada, preparando

otro mandoble. Dunk le embistió en la cintura y le hizo perder pie. El arroyo

volvió a tragárselos a ambos, pero esta vez Dunk estaba preparado. Rodeó a

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Dosmetros con el brazo y le empujó al fondo. Subían burbujas desde la visera

retorcida y machacada de Inchfield, pero este seguía forcejeando. Encontró una

roca en el fondo del arroyo y comenzó a machacar la cabeza y las manos de

Dunk. Dunk rebuscó en su cinturón. ¿También he perdido la daga?, se preguntó.

No, allí estaba. Su mano se cerró sobre la funda y la sacó. La clavó despacio a

través del agua chapoteante, de las anillas de hierro y del cuero endurecido

debajo del brazo de Lucas Dosmetros, girándola cuando estuvo ensartada. Ser

Lucas se retorció y sacudió, y la fuerza le abandonó. Dunk le dio un empujón y

quedó medio flotando. Sentía fuego en el pecho. Un pez saltó cerca de su rostro,

alargado, blanco y delgado. ¿Qué ha sido eso?, se preguntó. ¿Qué ha sido eso?

¿Qué ha sido eso?

Se despertó en el castillo equivocado.

Cuando se abrieron sus ojos, no supo donde estaba. Hacía un frío de mil

demonios. Tenía el sabor de la sangre en la boca y una venda sobre los ojos, una

tela pesada aromatizada con algún ungüento. Pensó que olía a clavo.

Dunk se toqueteó el rostro y se quitó la venda. Sobre él, la luz de las antorchas

jugueteaba contra un alto techo. Los cuervos caminaban sobre las vigas,

observándole con pequeños ojos negros y graznándole. Al menos, no estoy ciego.

Estaba en la torre de un maestre. Las paredes estaban jalonadas de hileras de

hierbas y pociones en jarros de cerámica y vasijas de cristal verde. La larga mesa

con caballetes a su lado estaba llena de pergaminos, libros y extraños

instrumentos de bronce, todos salpicados con los excrementos de los cuervos de

las vigas. Podía oír como murmuraban entre ellos.

Intentó sentarse. Resultó ser un gran error. La cabeza le daba tumbos, y la pierna

izquierda se quejó en agonía cuando puso sobre ella el más mínimo peso Tenía el

tobillo vendado, y también tenía tiras de lino alrededor del pecho y los hombros.

-Permaneced quieto. -Una cara joven y demacrada de oscuros ojos castaños junto

a una nariz ganchuda apareció sobre él. Dunk conocía aquel rostro. Su

propietario vestía de gris por completo, con un collar de eslabones en el cuello,

una cadena de maestre de muchos metales.

Dunk le cogió de la muñeca.

-¿Dónde...?

-Fosafría -dijo el maestre-. Estabais demasiado grave para volver a Tiesa, así que

lady Rohanne nos ordenó que os trajéramos aquí. Bebed esto. -Alzó una copa

de... algo... hasta los labios de Dunk. La poción tenía un sabor amargo, como el

vinagre, pero al menos se llevó el sabor de la sangre.

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Dunk se obligó a beberlo todo. Después flexionó los dedos de la mano de la

espada, y luego de la otra. Por lo menos mis manos aún funcionan, y los brazos.

-¿Qué... qué me he lesionado?

-¿Y qué no? -bufó el maestre-. Un tobillo roto, una rodilla torcida, una clavícula

rota, magulladuras... La parte superior de vuestro torso está verde y amarilla, y

vuestro brazo derecho está cárdeno. Pensé que vuestro cráneo también estaba

fracturado, pero parece que no. Y está el tajo de vuestro rostro, Ser. Me temo que

os quedará una cicatriz. Oh, y os habíais ahogado cuando os sacamos del agua.

-¿Ahogado? -dijo Dunk.

-Nunca creí que un hombre pudiera tragar tanta agua, ni siquiera uno tan grande

como vos, Ser. Consideraos afortunado de que yo sea hijo del hierro. Los

sacerdotes del Dios Ahogado saben como ahogar a un hombre y devolverlo a la

vida, y yo he hecho un estudio de sus creencias y costumbres.

Me ahogué. Dunk intentó sentarse otra vez, pero no tenía fuerzas. Me ahogué en

una corriente de agua que ni siquiera me llegaba al cuello. Se rió, y gruñó de

dolor.

-¿Ser Lucas?

-Muerto. ¿Lo dudabais?

No. Dunk dudaba de muchas cosas, pero no de esa. Recordaba cómo la fuerza

había abandonado los miembros de Dosmetros, de todos a la vez.

-Egg -gimió-. Quiero a Egg...

-Vomitar es buena señal -dijo el maestre-, pero ahora lo que necesitáis es dormir.

Dunk sacudió la cabeza, y se arrepintió de inmediato.

-Egg es mi escudero...

-¿De verdad? Un muchacho valiente, y más fuerte de lo que parece. El fue el que

os sacó del arroyo. También nos ayudó a sacaros la armadura, y cabalgó con vos

en el carro cuando os trajimos. Ni siquiera durmió, sino que se sentó a vuestro

lado con vuestra espada en el regazo, por si alguien intentaba haceros daño.

Incluso sospecho de mí, e insistió en que yo probara todo con lo que os

alimentaba. Un escudero joven, pero devoto.

-¿Dónde está?

-Ser Eustace pidió al chico que le atendiera en el festejo nupcial. No había nadie

más a su lado. Hubiera sido descortés por su parte negarse.

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-¿Festejo nupcial? -Dunk no comprendía.

-No lo sabéis, claro. Fosafría y Tiesa se reconciliaron después de vuestra batalla.

Lady Rohanne le pidió permiso al viejo Ser Eustace para cruzar sus tierras y

visitar la tumba de Addam, y él le concedió tal derecho. Ella se arrodilló ante las

moreras y comenzó a llorar, y él se conmovió tanto que se acercó a consolarla.

Pasaron la noche entera hablando del joven Addam y del noble padre de mi

señora. Lord Wyman y Ser Eustace eran muy buenos amigos, hasta la Rebelión

de Fuegoscuro. Su señoría y mi señora se casaron esta mañana, y la ceremonia

fue oficiada por nuestro buen septon Sefton. Eustace Osgrey es el señor de

Fosafría, y su león jaquelado ondea junto a la araña de los Webber en cada torre

y muro.

El mundo de Dunk giraba lentamente a su alrededor. Esa poción. Me ha dado

algo para dormir. Cerró los ojos, y dejó que todo el dolor le abandonara. Podía oír

el graznido mutuo de los cuervos, el sonido de su propia respiración, y también

algo más... un sonido suave, monótono, pesado, algo relajante.

-¿Qué es eso? -murmuró somnoliento. -Ese sonido...

-¿Eso? -El maestre aguzó el oído-. Sólo es la lluvia.

No la vio hasta el día de su marcha.

-Esto es un disparate, Ser -se quejaba el septon Sefton, mientras Dunk caminaba

pesadamente a través del patio, cojeando por el pie magullado ayudado de una

muleta-. El maestre Cerrick dice que aún no estáis ni medio curado, y con esta

lluvia... vais a coger un resfriado, si no os ahogáis otra vez. Al menos esperad que

la lluvia amaine.

-Eso pueden ser años. -Dunk le estaba agradecido al gordo septon, quien le había

visitado todos los días... para rezar por él, en teoría, aunque la mayor parte del

tiempo parecía haber sido ocupada con historias y chismorreos. Echaría de

menos su lengua suelta y viva y su alegre compañía, pero eso no cambiaba nada-

. Necesito irme.

La lluvia caía a su alrededor, miles de fríos látigos grises sobre su espalda. Su

capa ya estaba empapada. Era la capa blanca de seda que Ser Eustace le había

dado, con el borde jaquelado de verde y oro. El anciano caballero se la había

prendido una vez más, como regalo de despedida.

-Por vuestro coraje y leal servido, Ser -dijo. El broche que prendía la capa junto a

su hombro también era un regalo: una araña de marfil con patas de plata. Sobre

su lomo, varios granates engarzados.

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-Espero que esta no sea alguna estúpida caza y captura para atrapar a Bennis -

dijo el septon Sefton-. Estáis tan magullado y herido que temería por vos, si ese

tipo os encuentra en semejante estado.

Bennis, pensó Dunk con amargura, el cabrón de Bennis. Mientras Dunk había

estado en su puesto en el río, Bennis había atado a Sam Encorvado y a su

esposa, saqueado Tiesa de arriba a abajo, y huido con todo objeto de valor que

pudo encontrar, desde candelabros, ropas y armas hasta la antigua copa de plata

de los Osgrey y un pequeño cofre con monedas que el anciano había escondido en

sus aposentos detrás de un tapiz mohoso. Dunk esperaba volver a encontrarse

algún día con Ser Bennis del Escudo Pardo, y cuando lo hiciera...

-Bennis puede esperar.

-¿Adónde iréis? -El septon jadeaba con pesadez. Incluso con Dunk en muletas,

era demasiado obeso para igualar su paso.

-Isla Bella. Harrenhal. El Tridente. En todas partes hay sitio para un caballero

errante –Se encogió de hombros-. Siempre he querido ver el Muro.

-¿El Muro? -El septon se quedo helado en el sitio-. ¡Estáis loco de atar, Ser

Duncan! -gritó, de pie en el barro con las manos extendidas, mientras la lluvia

caía sobre ellos-. ¡Rezaré, Ser, para que la Vieja ilumine vuestro camino! Dunk

siguió caminando.

Ella le estaba esperando en los establos, de pie junto a las amarillentas balas de

paja, con un vestido verde como el verano.

-Ser Duncan -dijo cuando él empujó la puerta. Su roja trenza colgaba hacia

delante, y el extremo le llegaba a los muslos-. Que bueno veros en pie.

Nunca me habéis visto acostado, pensó.

-Mi señora. ¿Qué os trae a los establos? Hay demasiada humedad para cabalgar.

-Yo podría deciros lo mismo.

-¿Os lo dijo Egg? -Le debo otro bofetón en la oreja.

-Agradeced que lo hiciera, o hubiera enviado hombres detrás de vos para haceros

volver. Sería muy cruel por vuestra parte intentar escabullirse sin ni siquiera un

adiós. No había ido a verle mientras estaba al cuidado del maestre Cerrick, ni

una vez.

-Ese verde os sienta bien, mi señora -dijo-. Hace juego con el color de vuestros

ojos. -Cambió de peso sobre la muleta con torpeza-. He venido por mi caballo.

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-No tenéis por qué iros. Aquí hay sitio para vos, cuando os recuperéis. Capitán de

mi guardia. Y Egg puede unirse a mis otros escuderos. Nadie tiene por qué saber

nunca quién es.

-Gracias, mi señora, pero no. -Trueno estaba una docena de estabulaciones más

allá. Dunk cojeó hacia él.

-Por favor, reconsideradlo, Ser. Son tiempos peligrosos, incluso para los dragones

y sus amigos. Quedaos hasta que os recuperéis. -Caminaba a su lado-. También

complaceríais a Ser Eustace. Os tiene un gran cariño.

-Un gran cariño -afirmó Dunk-. Si su hija no estuviera muerta, querría que me

casara con ella. Y entonces, vos podríais ser mi señora madre. Nunca he tenido

madre, y mucho menos una señora madre.

Durante medio latido de corazón, pareció que lady Rohanne iba a abofetearlo de

nuevo.

Quizá me despida de una patada.

-Estáis enojado conmigo, Ser -dijo, en su lugar-. Debéis permitir que os lo

compense.

-Bien -dijo-, podríais ayudarme a ensillar a Trueno.

-Tenía otra cosa en mente. -Estiró la mano para coger la de Dunk, una mano

pecosa, de dedos firmes y delgados. Apuesto a que tiene pecas por todo el cuerpo-

. ¿Cuánto sabéis de caballos?

-Cabalgo en uno.

-Un viejo caballo criado para la guerra, de patas lentas y mal temperamento. No

es un caballo para moverse de lugar en lugar.

-Cuando tengo que moverme de lugar en lugar, es él o estos. –Dunk apuntó a sus

pies.

-Tenéis los pies grandes -observó ella-. También manos grandes. Seguro que sois

grande por todas partes. Demasiado para la mayoría de los palafrenes. Parecerían

ponis con vos montado en sus lomos. Sin embargo, una montura veloz os servirá

bien. Un gran corcel, con algo de sangre dorniana para mejorar su resistencia. -

Apuntó a la estabulación enfrente de la de Trueno-. Una montura como esa.

Se trataba de una yegua baya de ojos vivos y largas crines salvajes. Lady

Rohanne se sacó una zanahoria de la manga y acarició su cabeza mientras se la

daba.

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-La zanahoria, no los dedos -le dijo a la yegua, antes de volverse hacia Dunk-. Su

nombre es Llama, pero podéis bautizarla como os plazca. Llamadla

Compensación, si lo deseáis.

Por un momento, Dunk se quedó sin habla. Se apoyó sobre la muleta y miró a la

yegua baya con nuevos ojos. Era magnífica. Una montura mejor que cualquiera

que hubiera tenido el anciano. Solo había que mirar aquellas patas largas y

limpias para saber lo rápida que sería.

-La he criado para ser bella, y rápida.

El se volvió hacia Trueno.

-No puedo aceptarla.

-¿Por qué no?

-Es una montura demasiado buena para mí. No hay más que mirarla.

El rubor subió al rostro de Lady Rohanne. Se agarró la trenza, retorciéndola entre

los dedos.

-Tenía que casarme, lo sabéis. La voluntad de mi padre... Oh, no seáis tonto.

-¿Qué más puedo ser? Tengo la mollera tan dura como la muralla de un castillo,

y también soy un bastardo.

-Llevaos el caballo. Me niego a dejaros ir sin algo que os recuerde a mí.

-Os recordaré, mi señora. Por eso no temáis.

-¡Lleváosla!

Dunk le agarró la trenza y tiró de su rostro hacia el suyo. Fue complicado con la

muleta y la diferencia de altura. Casi se cayó antes de que sus labios tocaran los

de ella. La besó con fuerza. Una de las manos de ella le rodeó el cuello, y otra se

apoyó en su pecho. El aprendía más acerca de los besos en un momento de lo

que nunca había aprendido mirando. Pero cuando al fin se separaron, él

desenvainó su daga.

- Ya sé lo que quiero para recordaros, mi señora.

Egg estaba esperándole en la valla, montado en un precioso palafrén alazán

mientras sujetaba las bridas de Maestra. Cuando Dunk se acercó trotando sobre

Trueno, el chico pareció sorprendido.

-Ella dijo que quería regalaros un caballo nuevo, Ser.

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-Ni siquiera las damas de alta cuna consiguen siempre lo que quieren –dijo Dunk,

mientras atravesaban el puente del castillo-. No era el caballo que quería. -El foso

estaba tan lleno que amenazaba con desbordarse-. En su lugar, me llevé otra

cosa para recordarla. Un mechón de ese cabello pelirrojo. Buscó bajo su capa,

sacó la trenza, y sonrió.

En la jaula de hierro del cruce de caminos, los cadáveres seguían abrazados.

Parecían solitarios, melancólicos. Hasta las moscas los habían abandonado,

también los cuervos. Solo quedaban algunos restos de piel y cabello sobre los

huesos de los hombres muertos.

Dunk se detuvo y frunció el ceño. Le dolía el tobillo de cabalgar, pero no le

importaba. El dolor era parte esencial de la caballería, al igual que las espadas y

los escudos.

-¿Hacia dónde está el sur? -le pregunto a Egg. Era difícil saberlo, ya que el

mundo estaba cubierto de lluvia y barro, y el cielo era gris como una pared de

granito.

-Ese es el sur, Ser -apuntó Egg-. Y ese, el norte.

-Refugio Estival está al sur. Tu padre.

-El Muro está al norte.

Dunk le miró

-Es un largo viaje.

-Tengo un caballo nuevo, Ser

-Así es. -Dunk tuvo que sonreír-. ¿Y para qué quieres ver el Muro?

-Bueno -dijo Egg-, he oído que es alto.

FIN

La Espada Leal

Por

George R. R. Martin

2003

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Novelas y novelas cortas

1. Juego de Tronos (1996)

2. Choque de Reyes (1998)

3. Tormenta de Espadas (2000)

4. Festín de Cuervos (2005)

5. Danza de Dragones (de próxima aparición a finales de 2008)

6. Vientos de Invierno (de próxima publicación)

7. Un sueño de primavera (de próxima publicación)

También hay tres novelas precuela de la serie, establecen noventa años antes de

que las novelas.

1. El Caballero Errante (1998)

2. La Espada Jurada (2003)

3. El Misterioso caballero (fijado provisionalmente para el lanzamiento en 2009)

Estos cuentos son conocidos comúnmente como historias "Dunk y Egg" (después

de sus protagonistas). El Caballero Errante también está disponible como una

novela gráfica de Dabel Brothers Productions; una adaptación de La Espada

Jurada sea remitida por la misma empresa. El autor ha dicho que le gustaría

escribir un número de estas historias (que varían de seis a doce de entrevista en

entrevista), que abarca la totalidad de la vida de estos dos personajes.

Publicación de un tercer "Dunk y Egg" novela se fija provisionalmente en 2009 en

una antología llamada Gerreros, que serán editadas por Martin Gardner y Dozois

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AGRADECIMIENTOS

Agradesco a http://ebiblioteca.org/ por compartir los libros y todos los que

comparten en esta pagina