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Torres Bodet, Urbina, • ~ Nervo y los otros. . . t.

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ISAIAH BERLIN La vida como obra de arte

CARDOZA y ARAGÓN L .á zar o

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B18l1011(4 de c5'rCéxico

NÚMERO OCHO / MARZO-ABRIL DE 1992 • 10 000 PESOS

Plazo de lo Ciudadela 4, Centro Histórico de lo Ciudad de México Tel. 512 09 27 FAX 510 41 85

Luis Carcloza y Aragón Lázaro 2

lsalah Berll .. LA vida como obra de arte

Enrique Vlla-Matas Un alma desocupada 8

Juan Sánchez Peláez A ire sobre el aire 13

Tatlana Bubnova Osip Mandelstam: ",Acoso soy verdadero y algún día llegará la muerte'" 14

Héctor Perea México y España, anticipos del exilio republicano 21

Martín Luis Guzmán El "Niño Fidencio" y la ciudad del dolor 24

Ramón del Valle-Inclán Rosa de luz 26

Guillermo de Torre Nuevos poetas mexicanos 28

Jaime Torres Bodet Sobre la vanguardia 31

Enrique González Rolo Sobre la vanguardia 32

Amado Nervo Dos billetes 33

José Juan Tablada Aquellos hombres. .. 34

Luis G. Urblna CeTlJantes 35

Ernesto Glménez CabaUero Un gran romance mexicano 37

César E. Arroyo Salvador Díaz Mirón 39

Plero Pllleplch Enrique Gonzá/ez Mamnez 41

Julio Eutlqulo Sarabla Poema 42

Melchor Fernández Almagro Un sieTlJO del Señor 43

Gerardo Denlz Mester de maxmordonía v 44

Manuel Porras Los Tratados de Fray Bartolomé de las Casas 45

En lo portado: Retrolo de Ramón del Valle-Indón dedicado o Martín Luis Guzmón.

Pre.ldente Víctor Flores Olea

BIBLIOTECA DE MÉXICO Director General Jaime García Terrés

Revista Biblioteca de México Director: Jaime García Terrés

Coordinación Editorial: Jaime Moreno Villarreal y Juan Villoro Consejo de Redacción: Fernando Álvarez del Castillo, Gera,·do Deniz

Julio Hubard. Manuel Porras, Bernardo Ruiz, Rafael Vargas

Diseño: Germán Montalvo Tipografía . Redacta

~ Salvador Draz Mirón, director de E/Imparcial, recibe 01 general Victoriano Huerto en los talleres del periódico, ca. 191 3.

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u 1 s A R

L " a Al nomás pisar el umbral de luz eterna Que te ciega, ya no eres tú, tienes en ti La misma eternidad que el primer hombre Que pisó la Eternidad.

Oh, Madre lujuriosa, oh, Madre suma, Oh, lis de luz finísima feliz, Oh, marrana putísima que hozas Los supremos carates de la espuma.

Nos dormimos y seguimos de largo O despertamos

D

z

Alguna vez seguiremos dormidos caminando Sin saber que estamos dormidos Sin saber que caminamos Sin saber que despertamos.

x

Ah, es dulce, dulce la vida.

Una sonrisa del cielo es el día En el jade de los olivos.

La uva encinta de la ternura Del sol asunta ya en ambrosía púrpura.

Ah, es dulce, dulce la vida.

Lázaro es el título de un extenso poemario que prepara Luis Cardoza y Aragón.

o

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z A y R A G ó

a r María es bella como una espiga fiel. Es bella Marta como mi cítara de miel.

Rubia es la una como sol y lluvia. Bruna es la otra como sueño y luna.

Marta y María son el mediodía.

Como la eternidad, la luz fue fina y ciega. Soplaba brisa fresca y como ellas tierna.

Ah, qué par de gacelas Prolongando en sus hombros las colinas.

Qué maravilla verlas. Son la sonrisa de la luz del día.

La tarde llega . . Hay una estrella: duda Trastabillando En ocaso morado.

Lya, Hartura de ventura hay con tu rostro. El cielo está en tus labios. Linda, la vida.

Biblioteca de México 3

N

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En estas páginas, el filósofo y ensa­yista inglés establece una inquietan­te relación entre los ideales artísticos de los románticos, el nacionalismo y el fascismo. Se trata de un capítulo de su ensayo "La unidad europea y sus vicisitudes", escrito en 1959, que aparecerá próximamente en la tra­ducción española del libro The Croo­ked Timber ofHumanity que prepara la Editorial Vuelta.

CuandO un artista está en proceso de crear una obra de arte, a pesar de lo que digan las opiniones inge­nuas, no copia de un modelo pre­existente. ¿En dónde está la pintu­ra antes de que el artista la haya pintado o concebido? ¿Dónde, la sinfonía antes de que el compositor la haya concebido? ¿Dónde, la can­ción antes de que el cantante la can­te? Son preguntas sin sentido. Equi­valen a preguntar: "¿En dónde está el caminar antes de que yo lo haya caminado? ¿Dónde, mi vida antes de vivirla?" La vida es vivirla, cami­nar es ir andando, la canción es lo que compongo o canto cuando com­pongo o canto, no ' son nada inde­pendiente de mi actividad; la crea­ción no es un esfuerzo por copiar al­go ya dado, establecido, eterno, la idea platónica. Copiar, sólo el arte­sano; el artista crea.

Esta es la doctrina del arte como libre creación. No me interesa su verdad; sólo me interesa que la idea de que las metas o los ideales no se descubren sino que se inventan, en algún momento se convirtió en una categoría dominante del pensamien­to occidental. Esto supone la con­cepción del fin de la vida no como algo que tiene existencia indepen­diente y objetiva, y que los hombres pueden buscar como se busca un te­soro enterrado que, descúbrase o no, existe; sino como una actividad -tiene la forma, la calidad, el sen­tido, el fin de una actividad-; no al­go ya hecho, sino un hacer que no

obra de arte tiene existencia y que , desde luego, no es inteligible separado de quien lo hace, su inventor, el creador del que es actividad. Esta noción ocu­pó y transformó la vida social y po­lítica europea, y reemplazó el anti­guo ideal de la acción política como evaluable a partir de pautas públi­cas pre-existentes, que constituían un ingrediente objetivo del univer­so, que reconocería más claramen­te un hombre de mirada aguda -el experto, el sabio, quien en virtud de ello recibía tal nombre. El fin de un hombre, a partir de entonces, fue realizar su visión personal interior al costo que fuera; su peor crimen sería traiciOnar esa meta interior, que era suya solamente. Las conse­cuencias que esa visión pudiera te­ner para los demás son cosa que no le concernía; debía ser fiel a su luz interna; eso es todo lo que él sabía y todo lo que necesitaba saber. El ar­tista es sólo alguien más conscien­te de ese llamado; también lo son el filósofo , el educador y el estadista; pero es algo que existe dentro de to­dos los hombres.

La figura del sabio profesional, del hombre que ha adquirido cono­cimiento especializado en una re­gión de la realidad, y que puede guiar tus pasos de modo que no en­tres en conflicto con ella, comien­za a desvanecerse ante la persona del héroe romántico. El héroe no necesita ser sabio ni tener una in­terioridad armoniosa, ni tiene por qué ser un guía eficaz de su gene­ración. Puede ser, como Beethoven (cuya imagen influyó profundamen­te en los románticos), tosco, igno­rante, pobre, mal vestido, apartado del mundo, torpe en lo que a pro­blemas prácticos atañe, mal porta­do, grosero y violento en sus rela­ciones con los demás seres huma­nos, pero es un ser sagrado porque está plenamente dedicado a un ideal; puede desafiar al mundo de mil ma­neras, ganarse el odio y la impopu­laridad, romper las reglas de la so-

Biblioteca de México

ciedad, de la política y de la religión, pero hay algo que no puede hacer: venderse a los filisteos . Si transige con su visión interior y traiciona su vocación -la creación de una obra artística o científica, o la consecu­ción de una determinada forma de vida -, y la cambia por riquezas, po­pularidad, por una posición sólida en la sociedad, por la comodidad o el placer, por lograr una armonía in­terior o exterior al precio de supri­mir las dudas y los escrúpulos en su interior, ha dado la espalda a la luz y se ha condenado para siempre. No importa que su luz interna brille o no para los demás; ni importa que la obedezca con éxito; debe estar a su servicio, aunque caiga en el ridí­culo al hacerlo, y aunque todo lo que haga conduzca al fracaso . De hecho, esta clase de fracaso es con­siderada como infinitamente supe­rior, moralmente hablando, al éxi­to mundano, incluso al éxito como artista -en el supuesto de que se trate efectivamente del fruto de la obediencia ciega y exclusiva a lo que constituye su misión, aquello que las voces interiores le piden que realice .!

Esta es la visión con que Fichte y Friedrich Schlegel, y en cierto sen­tido Byron, ciñeron la imaginación de sus contemporáneos; ésta es la nueva Weltanschauung del Karl Moor de Schiller, de los héroes de

1. Mozart y Haydn habrían quedado to­talmente pasmados de saber que el mérito de sus sinfonías, comparado con la pureza de sus motivos, carecía de importancia, da­do que serían navíos sagrados, sacerdotes de­dicados al servicio de una divinidad celosa. Ellos se concebían a sí mismos como provee­dores: los carpinteros hacían tablas, y si las hacían bien, serian apreciadas y compradas, y sus productores se harían rícos y famosos. Los artistas hacían obras de arte para satiS" facer la demanda. Cuando alguien sugirió a Mozart, quien se hallaba por entonces en la bancarrota, que compusiera una obra y la de­dicara a un patrocinador noble, respondió in­dignado que podía haber caído en lo más ba­jo pero no tanto como para escribir una obra si antes recibir una comisión para hacerla.

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K1eist y hasta cierto punto de las fi­guras enérgicas, desafiante s del mundo, de Ibsen. Es una concep­ción predominantemente germáni­ca, o en todo caso nórdica, que pue­de remitirnos, quizás, al misticismo de hombres como Eckhart o Boeh­me, que halló una expresión pode­rosa en la teologia de la Reforma, y que quizás pueda ser rastreada aún más atrás, en las nómadas tribus teutónicas que llevaron sus costum­bres de oriente a occidente y de nor­te a sur, desconociendo el derecho universal del Imperio romano y a la Iglesia romana, y que impusieron su propia tribal consuetudines (como la llamaron los romanos) por enci­ma del jus gentium -la ley de las na-

ciones común a todos los hombres, o por lo menos a su gran mayoria. Las costumbres de la tribu son la ex­presión de su personalidad, consti­tuyen a la tribu, la acompañan en sus travesías y doblegan todo cuan­to se les resiste. El ser en Fichte es un principio activo y creador que impone su personalidad sobre el mundo inanimado de la naturaleza que se resiste -materia prima en espera de forma-; no es, como 10 predicaran los estoicos, los tomistas, los filósofos materialistas franceses, Shaftesbury y Rousseau, cada uno a su modo, algo que deberia seguir­se o imitarse, adorarse u obedecer­se, la instancia de sabiduría que to­do lo suministra y todo lo cura, que

Arte nacional·socialista. Amo Breker, Alerta, 1937, bronce, antiguamente en Nuremberg.

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E!Ratón Bien se sabe, porque hemos insistido en ello, que nuestro rat6n es franc6fono y franc6filo. No obstante, lo primero le dis­minuye a veces lo segundo. Porque tam­bién es un poco fi1610go, y adido a todo género de diccionarios. El otro día, ho­jeando el Petit Robert, se le ocurri6 inda­gar cómo describían los franceses su iden­tidad; esto es, c6mo se decía en la len­gua de La Fontaine (quien tanto supo de animales parlantes) la expresi6n "rat6n de biblioteca". Buscó en souris, y s610 en­contr6 "souris d'hóte/: mujer que sustitu­ye al rat d'hóte/". Se entreg6 a meditar, y de pronto exclam6 horrorizado: "No, no puede ser. No es posible que . .. " Pe­ro sí era y fue posible. Allí estaba, en el artículo rat, "rat de bibliotheque."

No daba crédito a sus ojos. Se lament6: "No existo para los franceses; a lo m6s, me toman por una burda rata. O por el substituto de una rata. Y no, no somos iguales. IQué infeliz soyl" Le reprocha­mos sus aspavientos, le sugerimos que fuera menos melodram6tico y, a mane­ra de relativo consuelo, le explicamos que a las muchachitas que aprenden ballet las llaman en París "les rats de l'Opéra". Guard6 silencio. Como no se dejaba con­solar, intentamos cambiar de conversa­ci6n haciéndole una pregunta intempes­tiva: "Tú que eres tan adido a Francia, .No conociste la Librería Francesa cuan­do estaba en Reforma y Bucareli'" Su mi­rada se ensombreci6 aún m6s: "Por su­puesto que la conocí. Viví en sus estante­nas meses y meses. Pero también andaba por ahí una tal MineHe, gata insolente a la que Huguette Balzola consentía dema­siado y mostraba, huy, tan orgullosas las dos, a sus clientes y amigos. El indecente felino, a espaldas de la gente decente, me hacía la vida cuadritos en las noches. Hasta que por fin tuve que marcharme, en busca de horizontes m6s tranquilos. Por m6s que las otras muchachas -Ma­riluz, la Tata y compañeras- intentaron disuadirme, me mudé a la vecina Biblio­teca Franklin."

" * y por qué te fuiste de la Franklin?" La murria del roedor se agrav6 al contestar: "Los anglosajones, incluidos los estadou­nidenses, son peores que los franceses. Para ellos no' existen los ratones, ni siquie­ra las ratas, de biblioteca. Mis funciones, nobles funciones arquetípicas como a to­dos les consta, las desempeña en inglés un vil gusano. Una oruga insignificante. IUn book worm . . . 1"

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los hombres desafian sólo en detri­mento propio.

La concepción del hombre en Fichte, como un demiurgo que im­pone su voluntad soberana a la ma­teria inerte - y que más tarde sería violentamente dramatizada por Carlyle y Nietzsche-, es a un tiem­po expresión y síntoma de esta nue­va y revolucionaria actitud. Sacudió al mundo unitario europeo. Cada entidad por separado, el individuo, el grupo, la cultura, la nación, la iglesia -todo lo que constituye una "personalidad" identificable por sí misma - persigue ahora sus propias metas independientes. La indepen­dencia -la capacidad para detenni­nar el rumbo propio- se vuelve una virtud tan grande como alguna vez lo fue la interdependencia. La razón une, pero la voluntad -la autodetenninación- divide. Si soy alemán, persigo las virtudes alema­nas, escribo música alemana, redes­cubro las antiguas leyes gennáni­cas, cultivo en mí todo lo que me haga el más rico, expresivo, multi­facético y completo alemán que pueda ser. Si soy compositor, trato de ser el mejor compositor que pue­da, trato de subordinar cada aspec­to de la vida a esa única meta sagra­da para la que ningún sacrificio pue­de significar demasiado. Éste es el ideal romántico en su máxima ex­presión. Los supuestos previos se han desvanecido de la noche a la mañana. ¿Cuál es el ideal común de la vida? Esa noción ha perdido im­portancia. Las preguntas sobre el comportamiento carecen de res­puesta pues no se conciben ya co­mo preguntas. Si me pregunto: "Qué debo hacer?", "¿Qué vale la pena o es bueno poseer?", "¿Son to­dos mis valores compatibles entre sí?", la respuesta no reside en el co­nocimiento concebido como refle­xión, sino en la acción misma. Pue­do ver en mí mismo y "realizanne" de acuerdo con las metas que halle en mi interior, con las órdenes de mi propia voz interior -una voz que habla en cada hombre que esté dispuesto a escucharla. ¿Que si mis valores son compatibles entre sí? Quizás no. El conocimiento es una meta absoluta; y quizás lo sean tam­bién la paz y la felicidad: pero el co­nocimiento de un hecho fatal podría destruir mi paz y mi felicidad. Si es así, no hay nada que hacer: estoy condenado al choque entre esos ideales incompatibles. La justicia y la piedad no son compatibles, sin embargo debo perseguir ambas; de­bo hacerlo, porque no puedo elegir: negar cualquiera de las dos es men­tir, pecar en contra de la luz.

A veces, comprender estos valo­res es reconocer que son absolutos e irreconciliables. De este modo la tragedia entra en la vida como par­te de su esencia, y no como algo que

pueda ser resuelto por medio de un arreglo racional: la esperanza de eli­minarla es mero engaño de uno mismo, es ser superficial, es apar­tar la mirada de la verdad; y esto es traicionar la integridad propia, lo que constituye el pecado más atroz -el suicidio moral deliberado. De igual modo en mis relaciones con los demás: tengo un ideal al cual consagro mi vida, tú tienes otro; ca­da una de nuestras vidas es inteli­gible sólo en ténninos de su propio patrón interno; si esos ideales en­tran en conflicto, es incomparable­mente preferible que peleemos un duelo, en el que uno pueda matar al otro o ambos caigamos, que tran­sigir cualquiera de los dos en su creencia. Te respeto mucho más porque luchas por tu ideal, al que yo detesto, que por llegar a alguna fonna de acuerdo, reconciliación o intento de evadir tu responsabilidad con respecto a tu verdadero ser. Es­to conduce a la concepción del ene­migo noble inmensamente superior al filisteo pacífico y benevolente o al amigo cobarde. Todos los fines son iguales; los fines son lo que son, los hombres persiguen lo que per­siguen, y no hay manera de estable­cer jerarquías objetivas válidas pa­ra todos los hombres y todas las cul­turas. El único principio que hay que obedecer con devoción es que todo hombre deberá ser fiel a sus metas, incluso al costo de la destruc­ción, la ruina o la muerte. Tal es el ideal romántico en su fonna más acabada y fanática .

Los últimos ciento cincuenta años han sido, de cierto modo, el es­cenario del conflicto y la interac­ción entre el antiguo ideal univer­sal fundado en la razón y el conoci­miento, y el nuevo ideal romántico que deriva de la creación artística y del anhelo orgánico por la expre­sión propia y la auto-afinnación, o por la auto-inmolación que es una versión invertida del mismo fenó­meno. Cuando se observa el ideal romántico en la actualidad, después de todo lo bueno y lo malo que ha producido, nos parece brillante y sombrío al mismo tiempo. Por un lado marca el nacimiento de un nuevo ideal estético, la veneración por la integridad. El "idealismo" (pa­labra que adquiere su significado moderno sólo en el curso de esta re­volución de las ideas), que antes del siglo XVIII era considerado como un rasgo de carácter conmovedor, aunque inmaduro y ridículo, y se le comparaba desfavorablemente con el buen sentido práctico, adquirió a principios del XIX un valor absolu­to que hasta la fecha respetamos: decir de un hombre que es un idea­lista es decir que, aunque sus me­tas puedan parecemos absurdas o incluso repulsivas, si su conducta es desinteresada y está dispuesto a sa-

Biblioteca de México

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crificarse por un principio y en con­tra de sus obvios intereses materia­les, creemos que es merecedor de profundo respeto. Esta es una acti­tud totalmente moderna, y la acom­paña el alto valor conferido a los mártires y a las minorías. La anti­gua visión veneraba a los mártires sólo cuando morían por lo que se consideraba la verdad, a las mino­rías sólo cuando sufrían persecu­ción por la fe verdadera y no, como en el caso de los románticos, por cualesquiera creencias y principios, siempre que el motivo fuera bueno, y siempre que se sostuviera con la sinceridad y la finneza suficientes.

Lo que intento describir es de hecho una especie de cristianismo secularizado, una traducción de la visión cristiana a ténninos moral o estéticamente individualistas: la ac­titud y la calidad del sentimiento son las mismas, pero sus motivos -y su contenido- han variado. El cristianismo oponía al fracaso en es­ta vida la beatitud después de la muerte, o (en sus versiones plató­nicas místicas) al fracaso en el mun­do de las sombras y las apariencias el gozo eterno en el mundo verda­dero del que la vida cotidiana es tan sólo imagen engañosa. La visión ro­mántica condena el éxito por el éxi­to como vulgar e inmoral, pues se funda las más de las veces en la trai­ción de los propios ideales, en un despreciable acuerdo con el enemi­go. Una correlativa estimación po­sitiva se le confiere a la insolencia por la insolencia misma, al idealis­mo, la sinceridad, la pureza de los motivos, la resistencia ante cual­quier desventura, al noble fracaso que se contraponen al realismo, al saber mundano, al cálculo y sus re­compensas -la popularidad, el éxi­to, el poder, la felicidad, la paz com­prada a un precio moral demasiado alto. Ésta es la doctrina del heroís­mo y el martirio en contra de la de la 'annonía y la sabiduría. Es una doctrina inspiradora, audaz, esplén~ dida, pero también siniestra. Este último aspecto es el que me intere­sa enfatizar.

La conmovedora figura de Bee­thoven en su buhardilla, que sufre y crea en la pobreza obras inmorta­les, cede el paso en un momento a la de Napoleón, cuyo arte es la crea­ción de estados y pueblos. Si la rea­lización individual se plantea como meta final, ¿no podría ser que la transfonnación del mundo por me­dio de la violencia y la astucia fue­ra una especie de sublime acto es­tético? Los hombres poseen o no in­genio creativo; los que no, deben considerar que su destino, e inclu­so su gran privilegio es ser moldea­dos -y quebrados- por quienes sí 10 poseen. Así como el artista mez­cla colores y el compositor sonidos, el demiurgo político impone su vo-

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Richard Scheibe, figuro de bronce.

luntad a su materia prima -el pro­medio de los seres humanos, faltos de talento, ampliamente incons­cientes de las posibilidades que se alojan en su interior- y le da la for­ma de una espléndida obra de arte -un estado o un ejército, o alguna gran estructura política, militar, re­ligiosa o juridica. Esto puede impli­car sufrimiento: sí, pero, al igual que las disonancias en la música, es imprescindible para lograr la armo­nía y el efecto total. Las víctimas de estas grandes operaciones creadoras deben hallar consuelo, y aun sentir­se exaltadas al tomar conciencia de que de ese modo son enaltecidas a un nivel que sus propias naturale­zas inferiores nunca habrian alcan­zado por sí mismas. Ésta es la justi­ficación de actos que, en términos de una antigua moralidad, podrían ser llamados interferencia brutal, imperialismo, aplastamiento y mu­tilación de seres humanos indivi­duales para gloria de un conquista­dor, de un estado o de una ideolo­gía, del genio de la raza.

De aquí al nacionalismo radical yal fascismo hay sólo un paso. Una vez que se da por bueno el supues­to de que la vida debe semejar una obra de arte, de que las reglas que rigen la pintura o los sonidos tam­bién rigen a los hombres, que los se­res humanos puede ser considera­dos "material humano", un elemento plástico para ser fOIjado a voluntad

por el creador inspirado, la noción del individuo como fuente indepen­diente de ideales y metas -un fin en sí mismo- queda derrocada. Es­te temible desenlace deriva de los mismos supuestos que las virtudes románticas -el valor depositado en el martirio, la insolencia, la integri­dad, la consagración a los propios ideales- en cuyo nombre fueron quebrantadas las antiguas leyes uni­versales. Las costumbres tribales -que pertenecen exclusivamente a los francos o a los lombardos, diga­mos, y que no se doblegarán ante el fondo común que comparten las tribus, el hombre y la civilización actuales, pasados y futuros- irrum­pen como una fuerza violentamen­te quebrantadora en Occidente. Si los valores no se descubren sino que se hacen, si lo que vale para las ar­tes (y quizás sólo para las artes) se aplica extensivamente al campo de las relaciones humanas, entonces cada inventor debe tratar de lograr su invención propia, cada visiona­rio de imponer su visión propia, ca­da nación su meta propia, cada ci­vilización sus propios valores. De aquí, la guerra de todos contra to­dos, y el fin de la unidad europea. Las fuerzas irracionales se han co­locado por encima de las racionales, dado que lo que no puede ser criti­cado o es inapelable resulta más atractivo que lo que la razón puede analizar; las fuentes oscuras y pro­fundas del arte , la religión y el na­cionalismo, precisamente porque son oscuras y resisten el examen distanciado y se desvanecen bajo el análisis intelectual, son veneradas y adoradas como trascendentes, in­violables y absolutas.

Puede replicárseme que, después de todo, la industrialización que sur­gió a la par y como elemento del na­cionalismo no es una fuerza que­brantadora sino integradora, y que tanto el comercio como la industria rompen las barreras nacionales, uni­fican . Sin embargo, históricamente esto está lejos de ser verdad. La re­volución industrial sublevó y armó a las clases medias conscientes de su nacionalidad, y las enfrentó a. las élites cosmopolitas gobernantes en Europa. El nacionalismo se alimen­ta de la industrialización, pero no la precisa para su desarrollo. Después de 1914, después de Hitler y Nasser y del despertar de África, después de otros acontecimientos menos es­perados -como el surgimiento del estado de Israel y la rebelión en Budapest- , ¿qué observador cohe­rente podría seguir sosteniendo la antigua tesis de que el nacionalismo es una consecuencia lateral del as­censo del capitalismo, y que decae­rá con su decadencia?

Traducción de Jaime Moreno Villarreal

Biblioteca de México

IRatón Pero dejemos por un instante las aventu­ras y desventuras del rat6n, y vayamos a estos mensajes, de los que número a nú­mero suelen interrumpir el recuento (auto) biogr6fico.

Nuestro gran (y no es licencia poética) amigo, Augusto Monterroso, que nos ha acompañado ya en varias revistas, ini­ci6 su colaboraci6n en ésta con unos di­bujos de colegas y otros animales na me­nos fant6sticos. Los mismos que se expu­sieron con anterioridad en la Biblioteca de México propiamente dicha. Después, Tito viaj6 a España, a fin de protagoni­zar una merecida Semana bibliogrófico en honor suyo. Y otro amigo y colabo­rador de nuestra revista, José Balza, re­cibi6 el Premio Nacional de Uterotura de Venezuela.

Desde el delta del Orinoco hasta la ciudad de San Bias, S. B., se festejan es­tos triunfos de la buena literatura.

Aparte casos como el de Gabriel Zaid, el interés de los escritores en los altiba­jos burs6tiles es reducido; si bien a cual­quiera le afecta un erad absoluto, s610 los multimillonarios (o billonarios si se contabilizan en pesos mexicanos) accio­nistas tiemblan con la frenético griteria de los corredores de Wall Street. El otro dra, sin embargo, al revisar El Pals dimos con una nota curiosa en la secci6n dedicada a la bolsa: Wittgenstein y los abuelos. .Una contribuci6n de la filosofra analrti­ca al entendimiento burs6til' Nada de eso. El an6nimo responsable se confor­maba allr con denostar al profesor vie­nés: "La insufrible pedanterra del autor del rradatus logieo-philosophieus no po­drra disimular lo limitado del contenido de su proposici6n, que nuestros abuelos sabran expresar de (sic) forma m6s gr6-fico: 'no hay m6s cera que la que arde"'. .De modo que de eso trata el rradatus9 Ilngenuos de quienes crermos que en el inusitado comentario financiero habra al­go m6s que semejante perla de erudici6n costumbristal

Quiz6 la hegemonra de la sociedad de mercado exija que los expertos de la bol­sa conviertan la filosofra en moneda co­rriente. No serra de extrañar, entonces, dicho sea sin mala leche de rata, que la secci6n de Economra de El Pals resucita­ra otras "frases de los abuelos". Para el

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alma desocupada Enrique Vila-Matas (Barcelona, 1948) es una de las voces más originales de la nueva narrativa española. En los relatos, una imaginación radical, ex­céntrica, opera con elegante eficacia: la fábula se compromete con la in­teligencia del ensayo. Vila-Matas ha hecho de la discusión de la cultura una de las más ricas formas de la in­vención.· Algunos de sus libros: Im­postura, Historia abreviada de la lite­ratura portátil, Una casa para siempre, Suicidios ejemplares.

Está oscuro todavía y sólo las blan­cas maderas de la ventana de este dormitorio despiden un leve res­plandor que Benito Robles contem­pla con cierta fijación, inmóvil en la cama, escuchando la profunda y acompasada respiración de su mu­jer, que todavía duerme.

- ¿Me oyes, OIga? -susurra. No obtiene respuesta, tampoco

está claro que andara buscándola. Vuelve a mirar las blancas maderas. Un día más, se dice Benito. No, aho­ra que lo pienso, no es exactamen­te un día más, hoyes primero de mayo, ya no me acordaba, la Fiesta del Trabajo, me había olvidado. Eso piensa mientras evoca el día en que

se instaló aquí en Meudon, junto a las fábricas de la Renault, muy cer­ca de París.

Los primeros años del exilio po­lítico fueron difíciles, y lo más du­ro de todo no saber si algún día po­dría regresar. Empleaba todo su tiempo libre -que, por cierto, no era precisamente mucho- en envi­diar a los exiliados voluntarios, esos señoritos que, cuando él iba a París, veía sentados en las terrazas de los cafés del Barrio Latino y que, en cualquier momento, podían regre­sar a España si ese era su repenti­no antojo o nuevo capricho.

¿ y si el destino le había depara­do vivir para siempre en un lugar que no era su país? Confiemos en que no sea así, se dice ahora Beni­to . Confiemos. Uno puede sentirse extranjero en su propia tierra yeso no es tan grave como ser extranje­ro permanentemente en otro país. Eso sí que es realmente grave, se di­ce ahora Benito mientras vuelve a fijarse en el tenue resplandor de las maderas de la ventana de este dor­mitorio en el que ahora la acompa­sada respiración de OIga comienza a puntuar la dolorosa evocación de los años de exilio forzado a causa de ese temor que le entró en el instan-

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te mismo en que comprendió que no sería nada extraño que acabaran acusándole de haber puesto una bomba en El Pensamiento Navarro . Un temor más que justificado, pues Benito había colocado esa bomba. Todavía ahora se sorprende de su sangre fría al depositar el artefacto en un lavabo del periódico y dirigir­se a continuación a la Plaza del Cas­tillo -el nombre de esa plaza le traía siempre vagas resonancias de su pueblo natal, Valderrobres, con su imponente castillo presidiendo el valle de Matarraña-, donde com­pró una revista, pidió una cerveza bien fría, pensó fugazmente en su padre que había sido bombero toda la vida, pensó amargamente en la condición obrera, bebió un trago de cerveza, desplegó la revista y se quedó aguardando, con toda la fle­ma de este mundo, a que de una vez por todas volara por los aires El Pen­samiento Navarro, y cuando eso su­cedió cerró tranquilamente la revis­ta que fingía leer, apuró la cerveza y se dirigió, con paso reSignado, ha­cia el siempre enigmático horizon­te del exilio más puro y duro. Des­de entonces -y lleva así doce o ca­torce años, ya no lo sé muy bien, creo que he perdido la cuenta- se

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dedica a esperar aquí en Meudon a que muera el dictador.

Hace cuatro meses voló por los aires el coche de un almirante que aplaudía al tirano con singular en­tusiasmo de comunión y misa dia­ria, y él pensó entonces que se abrían nuevas perspectivas para los exiliados, pero no ha sido así en ab­soluto y las esperanzas de Benito se han ido difuminando con la misma lentitud con la que ahora las made­ras blancas de la ventana de este -me atrevería a decir que dramá­tico- donnitorio empiezan a diluir­se en la luz difusa de la mañana de este primero de mayo.

No tarda en oír los primeros rui­dos de la casa que despierta. Una puerta que se cierra con estrépito, unas pisadas en la escalera, una puerta que se abre, alguien que to­se jadeando, se abre un grifo, el agua suena en la cañería, y es co­mo si las paredes de la habitación munnurasen. Quizá han abierto otro grifo, piensa Benito. Los grifos son siempre los primeros en des­pertarse del todo. Por la cercana ca­rretera pasa un coche, en dirección a París. Luego pasa un camión, y Benito lo imagina -aunque sabe perfectamente que eso no es así­lleno de proletarios y banderas ro­jas. Quiere calcular cuánto tiem­po suena el grifo, pero se interrum­pe al recordar el espléndido sueño que acaba de tener a lo largo de una de las noches más completas de su vida.

-Qué pena que desperté -le su­surra a su mujer.

OIga se revuelve en la cama, pe­ro apenas reacciona, y vuelve a la respiración profunda y acompasa­da. La luz de la mañana entra ya en el donnitorio con cierta autoridad, y Benito se entretiene contemplan­do los colores de los cuadros que un día él colgó ante su cama. Rojo y ne­gro sobre un gris de niebla, el azul del Neva, el verde grisáceo del mar, el bennellón de los palacios, el bronce de la fiebre de un santo ji­nete que fundó la ciudad, las calle­juelas grises, el blanco tan eléctri­co de la Avenida Nevski, las bande­ras rojas. Leningrado.

-Qué pena que desperté -dice en un tono de voz algo más eleva­do que antes.

OIga se despereza lentamente. -¿Algún sueño agradable, Beni­

to? -le dice al poco rato. - ¿Agradable? No lo puedes ni

imaginar. Yo era ojeador. Secretario técnico. Tenía mucho trabajo, mu­chísimo. Y, además, estaba en Espa­ña. Era el ojeador más activo del De­portivo de la Coruña. Mucho traba­jo y ni un minuto de respiro. Un sueño.

- Tú mismo lo has dicho. Un sueño.

-Sí. Pero un sueño fantástico .

- ¿ Y puede saberse qué es un ojeador?

La mira como diciendo tú siem­pre en el limbo querida. Pasa otro camión, y Benito lo imagina -sabe perfectamente que no debe ser así­repleto de pastores y rebaños. Ella da un suspiro y salta de la cama, se desprende del pijama verde, se di­rige al lavabo. Él se muestra como ofendido por el escaso interés que ha despertado su espléndido sueño laboral.

No estamos en África -ya he di­cho que esto es Meudon- , pero lo cierto es que la cama está protegi­da por un mosquitero, un ridículo -aunque muy entrañable para mí- capricho de OIga. Digo muy entrañable porque yo soy el mos­quitero. O mejor dicho, digamos que soy el mosquitero, porque si tengo que decir la verdad no tengo ni idea de quién soy, no la he teni­do nunca. Pero no puedo ser mu­chas cosas más, ya que si de algo es­toy seguro -y bien que lo lamen­to- es que no veo más allá de las cuatro paredes de este dramático donnitorio. Lo que sucede afuera de este cuarto no entra jamás dentro de mi campo de visión y ni tan si­quiera se escucha. Al parecer, lo que sucede fuera de este donnito­rio no es de mi incumbencia. Pue­do imaginarlo, pero nunca lo con­taría, puesto que sería como contar algo inventado . Así pues, mi punto de vista es ciertamente modesto y limitado; podría ser perfectamente, por qué no, el del mosquitero, de modo que digamos que lo soy, soy el mosquitero, lo que no me impi­de -por muy satisfecho que ahora esté de tener una identidad- hacer­me una sencilla y creo que lúcida pregunta: ¿Cuándo se ha visto un mosquitero en Meudon? Estas cosas son para donnir en África, no jun­to a las fábricas de la Renault, pero en fin , sobre gustos no hay nada es­crito y, además, no voy ahora a echar piedras contra mi propia exis­tencia y tejado y a exigir mi supre­sión de la entrañable casa de OIga y Benito, de modo que me callo.

No tardaré en callanne del todo. Cuando llueva lo haré. Falta po'co, porque pronto caerá un aguacero. Cuando eso ocurra, una bandera ro­ja se mojará y su color ligeramente se desteñirá. Y esta historia habrá entonces tenninado. Dentro de unos minutos, OIga y Benito saldrán a la calle, y entonces se pondrá a llo­ver. Estoy seguro de que será así. Siempre llueve cuando ellos se van. Se desteñirá el color rojo de su fes­tiva bandera. Yo no podré verlo, porque eso ocurrirá ya fuera de la casa y mi punto de vista es limita­do; es el punto de vista del más hu­milde mosquitero de Meudon. Pe­ro sin duda lloverá. Fantasearé en­tonces a gusto especulando en torno

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EI}latón idealismo de Berke!ey: "ojos que no ven, coraz6n que no siente"; el existencialis­mo de Sartre: "a lo hecho, pecho"; la éti­ca de la responsabilidad de Hove!: "tan­to peca el que mata la vaca como el que le sostiene la pata". O como alegaban otrora los intelectuales en Friburgo; "Hei­degger pero contentos".

A prop6sito, el reportero aquel, capaz de identificar la filosofra de Occidente con el Refranero de Bada;oz, permanece to­davía en el anonimato, aunque sospecha­mos que muy pronto apareceró en una pelfcula de Almod6var. Al borde, por ejemplo, de una crisis de nervios.

Hay que reconocerlo: nuestro epónimo ratón acostumbra dormir siestas de monje benedictino. "La siesta es la balanza del día", opina entre bostezos. A diferencia de sus parientes de laboratorio, cuando no lee o piensa o expone, duerme a pier­na suelta, sin problema de horarios. Qui­zó por eso se asombra tanto de la acti­vidad ajena y -filólogo al fin- ha creo­do el neologismo "trabajólico" como equivalencia de worlcoholic. La verdad es que su espíritu refinado admira sobrema­nera a los "trabajólicos" que animan nuestra cuhura. Entre ronquido y ronqui­do, el ratón elogia a los incansables. Vi­cente Rojo ocupa un lugar de primera fila en su admiración: en 1991 Vicente Rojo presentó tres exposiciones sin descuidar su copiosa producción como diseñador grófico. Entre muchas otras cosas, creó el cartel para la Feria del libro de Frank­furt que en este 1992 estaró dedicada a México. Por coda siesta de nuestro rat6n, Vicente despacha una obra de arte.

Ya lo dijo Eliot: bautizar a un gato es to­reo difrcil y asunto peliagudo. Sin embar­go, al señalar el problema, el poeta brin­dó una involuntaria solución. La gente re­nuncia mós fócilmente a su ingenio que a su afón de ostentar lecturas; de ahí que tantos siameses se llamen T. S.

Guillermo Cabrera Infante, notable bautizador (o bautista) de libros, no se desvel6 en encontrar el nombre de gue­rra de su gato: OHenbach . • Un gato mu­sica" En cierta forma: maullaba tan feo que "ofendía a 8ach".

Todo parece indicar que así para los gatos como para los porteros, hace fal­ta un nombre sugerente. Cuando a un ni­ño le ponen "Olaf" o "Ataúlfo" ya se adivina en él un salto de guardameta.

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a lo que pueda estar pasando fuera de la casa. Pero ya no podré conta­ros nada más. Especularé, inventa­ré en riguroso silencio. Dicen que la fantasía es un lugar donde siem­pre llueve.

Aunque no llego a ser ni tan si­quiera un pobre ciudadano anóni­mo, me gusta contar lo que sucede en este dramático dormitorio de la periferia de París. Me gusta mucho contarlo, me entusiasma este traba­jo que me he buscado yo mismo pa­ra no aburrirme, para no desespe­rarme. Adoro, además, al trabajo en general. Trabajar es el mejor corcel, la mejor carroza para escapar de la vida. Trabajar, trabajar y trabajar. En eso soy idéntico a Benito, que es un fanático de lo laboral. De niño, en ese pueblo mágico de Teruellla­mado Valderrobres, su madre le in­culcó un profundo amor al trabajo. El trabajo lo es todo, solía repetirle la madre cada noche a la sombra del enigmático castillo del pueblo mien­tras le mostraba, a través de la puer­ta abierta de una casa, la digna fi­gura de un calderero que , sentado frente a su trabajo y en gesto que parecía infantil, golpeaba sistemáti­camente con un martillo.

Adoro el trabajo y si no hago na­da caigo de inmediato en el com­prensible desasosiego que me pro­duce mi penosa condición de mos­quitero adquirido en la primavera africana de unos almacenes de Pa­rís . De la angustia sólo me salva es­te trabajo de transcripción de lo que ocurre en este dramático dormito­rio . Trabajar, trabajar y trabajar. Es lo único que realmente interesa. Es­capar al vacío. Golpear incesante­mente con un invisible martillo. Y dejar que cuando OIga y Benito se vayan a esa manifestación de pri­mero de mayo, llueva en silencio sobre la gasa salvaje de mi imagina­ción .

- ¿No quieres saber qué es un ojeador?

OIga, que ya está en el lavabo y se esta colocando un gorro para la ducha, no oye nada.

- ¿Me oyes, OIga? Pasan dos camiones por la carre­

tera que va a París. Se produce en la escalera un fugaz aumento de la danza de los grifos.

-Agua de mayo -le grita ella, feliz al abrir el grifo de la ducha.

-No puedo oírte , grita más. A través de la puerta abierta del

lavabo puedo ver cómo OIga, tras el primer chorro de agua caliente, se queda mirando, a través de la an­gosta ventanilla del lavabo, las nu­bes que se han amontonado sobre las colinas, al otro lado del valle y de las fábricas Renault. Se pellizca la barbilla, sale de la ducha, silba su mambo preferido, se viste con un traje rojo y regresa al cuarto.

- Yo tenía mucho trabajo en el

sueño -dice él- o No podía parar de observar jugadores juveniles y afi­cionados. Y no paraba de redactar detallados informes de todas las pro­mesas de nuestro fútbol. Del nues­tro, OIga. Porque estaba en España.

Ella le sonríe. -Me gusta verte contento, Be­

nito. -Era un trabajo inagotable, un

trabajo en el que no te puedes per­mitir ni un solo respiro, pero ya sa­bes que a mí eso no me disgusta .

- Ya. Estabas encantado de tener tanto trabajo.

-Claro. Un trabajo que me gus­taba y que, encima, me pagaban. Me lo he pasado muy bien en ese sueño.

-Estoy contenta por ti . - Tú también salías en el sueño.

Me acompañabas a todos los esta­dios, me señalabas detalles técnicos de alguna joven promesa. Yo era fe­liz comprobando cómo cuatro ojos ven siempre más que dos . Además -se queda unos segundos reflexio­nando-, era un trabajo de verdad.

-Bueno -se ríe Olga-, todos los trabajos son de verdad. ¿Qué has querido decir con eso?

- Un trabajo que le permita a uno lucirse. Las estrellas -prosigue Benito , cada vez más trascenden­te- siempre lucen, y el ojeador, que no es más que un descubridor de estrellas, se luce cuando encuen­tra una.

- ¿ Y ser carpintero no te permi­te lucirte?

- Pues claro que sí. Es otro tra­bajo de verdad.

Yo sé que Benito, que está obse­sionado con el trabajo , se ha esfor­zado toda la vida en ser un escru­puloso artesano. Lo fundamental, para él, es justificarse ante la muer­te con una tarea bien hecha. Todos los trabajos que le permiten a uno realizar una obra bien hecha le in­teresan . En realidad, le gustaría te­ner muchos trabajos al mismo tiempo.

-Si pudiera -dice- compagina­ría de buen gusto el trabajo en la carpintería con el de ojeador.

-Eres un exagerado . Última­mente no sé cómo te lo haces pero hasta en sueños consigues trabajar. Y me hace gracia.

- ¿El qué te hace gracia? -Pues, por ejemplo, me hace

gracia que sueñes con tantos traba­jos precisamente el día en que se ce­lebra la Fiesta del Trabajo.

Al recordarle que es primero de mayo, Benito queda abatido, su ros­tro se ensombrece . Se produce un silencio cargado de tensión, ya me imagino yo por qué.

-Me gusta mi trabajo -dice fi­nalmente él, tratando de romper la tensión- o Me encanta el perfume de la madera bajo la paja, el canto de la sierra, los golpes del martillo.

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Las jornadas pasan como un rayo en la carpintería.

Lo ha dicho con toda la melanco­lía de este mundo, y es evidente que este fanático de lo laboral desearía estar ya en su querida carpintería. Este hombre se parece en todo a mí, en todo salvo en las ocupaciones que nos atraen a cada uno y que son muy distintas, pues mientras para él la vida carece de sentido si no es­tá en la carpintería justificándose ante la muerte con una tarea bien hecha, para mí que él esté en su lu­gar de trabajo representa un com­pleto fastidio al impedirme transcri­bir lo que en este dormitorio suce­de, es decir, el hecho de que él trabaje me deja a mí en la estaca­da, me arroja con su maldita obsti­nación carpintera al vacío de la exis­tencia o, lo que viene a ser lo mis­mo, no sólo me deja a solas con mis fantasías increíbles bajo la lluvia si­no también en el hueco mismo de la desolación más odiosa, iba a de­cir ociosa.

-No sé por qué -dice Benito­nunca hay un sueño c0Il!pletamen­te redondo, perfecto, satisfactorio en alto grado. Nunca. El que acabo de tener era magnífico, pero tenía su punto negro.

-Bueno -dice ella- , espero que no fuera muy negro.

-No. No demasiado . Pero la ver­dad es que me ha contrariado mu­cho. Uno de los jugadores que yo descubría fichaba por el primer equipo del Deportivo, pero al em­pezar la temporada me comunicaba su decisión de abandonar el fútbol porque no deseaba privaciones con tan sólo diecinueve años. El jugador me decía que comenzar de nuevo la temporada le parecía insoportable. Y lo que más me ha contrariado es que ese jugador era precisamente mi mayor descubrimiento.

-No es nada, Benito. Sólo es un sueño. ¿Por qué te vas a preocupar? Además, no a todo el mundo le gus­ta trabajar.

-Insoportable -repite Benito, hundido en las más serias cavilacio­nes mientras se levanta lentamen­te de la cama.

OIga, junto a los cuadros de Le­ningrado, le obsequia con una am­plia sonrisa y, en su intento de que él deje de preocuparse, desvía el tema.

- ¿Sabes que yo también he teni­do un sueño que era del estilo del tuyo? -le dice.

- ¿Ah sí? - En mi sueño yo era manicura

de una gran peluquería del centro de París. Todo el mundo reclama­ba mis servicios, y yo era comple­tamente feliz. Era, además, muy lis­ta e inteligente en el sueño. Algo así como lo que nosotros entendemos por un cerebro. Sí, era un verdade­ro cerebro. Tenía preparada de an-

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temano una conversación diferen­te con cada uno de los clientes. De economía con el señor Dupont, de política con el señor Morand, de na­vegación con monsieur Blanchard. ¿No te parece maravilloso? Tam­bién yo tenía mucho trabajo en el sueño.

-Demasiado -le contestaba él- o Demasiado trabajo y demasiados se­ñores. Has logrado que ahora me sienta celoso.

-iVaya! No contaba con eso. Yo creía que ibas a sentirte orgulloso de que supiera hablar con todo el mun­do. Además, tú eras uno de esos clientes. No vayas a creer que te ha­bía expulsado de mi sueño.

-iOh, gracias! ¿Y qué hacía? Dí­me, ¿qué hacía? ¿Me dedicaba a ha­cer cola para poder verte?

- En el sueño yo había previsto que, cuando llegara tu turno, habla­ría contigo de tus dos trabajos y de tu afición al trabajo en general.

- Muy bonito. Pero no lo entien­do. Cuando has soñado todo eso no sabías que yo tenía un trabajo de ojeador. En otras palabras, no sabías que yo tenía dos trabajos.

- ¿ Y no te he dicho que tenía pre­vistas de antemano todas las con­versaciones con los clientes? ¿Y cuál podía ser, para mí, más fácil de preveer que la tuya? ¿O es que no te acuerdas ya de la cantidad de ve­ces que durmiendo a tu lado m e he enterado del sueño que estabas te­niendo?

-Pero bueno. ¿Y cuándo ha ocu­rrido eso?

-Muchas veces. Además, en mi sueño tú eras un hombre con dos trabajos, y nada más. ¿Compren­des? En qué consistían esos traba­jos yo no lo sabía exactamente . Só­lo sabía que tenías dos trabajos. Que eras carpintero lo he sabido al des­pertarme.

- Te estás riendo de mí. -No. No me entiendes. Nunca

he tenido tan claro como en ese sue­ño lo que tú en realidad eres.

- ¿Y puedo saber qué soy? - Un hombre con dos trabajos. - Un hombre con dos cabezas

-dice, y hunde la suya en la almo-hada. Comienzan a caer las prime­ras gotas de lluvia, pasan camiones. OIga va a peinarse ante el tocador de segunda mano.

-Sí. Veo que te lo has aprendi­do de memoria. Un hombre con dos cabezas. No me cansaré de repetír­telo . Y con dos trabajos, tantos co­mo mujeres hay en tu vida. Tu ma­dre y yo. A ver qué día te quedas só­lo conmigo.

No creo equivocarme si digo que OIga está tratando, una vez más, de cuestionar la para ella excesiva afi­ción de Benito por el trabajo. Son muchas las veces que he presencia­do cómo OIga trata de hacerle ver que toda esa obsesión por lo labo-

ral procede de la negativa influen­cia que en él ejerciera su madre al educarle en la idea del trabajo co­mo única felicidad posible . Para OI­ga, su marido sigue viviendo en la infancia, pues en su personalidad pervive el gesto infantil de aquel calderero de Valderrobres que gol­peaba incensantemente con su mar­tillo. Aquel calderero que la madre, maestra del pueblo, le mostraba to­dos los días de la forma más excesi­va del mundo .

Toda la vida de Benito se resume para OIga en la imagen de un som­brío y enigmático castillo templario del valle de Matarraña en cuyos mu­ros la figura de la madre habría ido engendrando las sombras chinescas de un fut uro trabajador modelo. Ma­dre posesiva y comunista, padre bombero y retirado y sin discurso, castillo en brumas y un destino du­ro de trabajador puro componen pa­ra OIga los trazos que configuran la personalidad de Benito.

-Lo que sucede -dice Benito después de darle ciertas vueltas al asunto- es que a ti te gustaría tra­bajar en el centro de París. A ser po­sible en los Campos Elíseos . Nunca te has sentido cómoda en Meudon. Eso es lo que pasa.

- ¿ Y tú no te has hecho ojeador para poder vivir en España?

- Yo no me he hecho ojeador -protesta Benito y, sin darse cuen-ta , está a punto de darme un mano­tazo.

OIga entonces se le acerca lenta­mente y le aprieta con cariño la punta de la nari z. No tardan en re­conciliarse .

- Me gustaba lo de ser manicura -le dice- , pero sólo en el sueño. Imagínate qué pesadez ir cada día a los Campos Elíseos y no poder ayudarte en la carpintería. También a mí me encanta el perfume de la madera bajo la paja , el canto de la sierra, los golpes del martillo . Soy feliz en la carpintería, y tú bien que lo sabes. Lo sabe aquí todo el mun­do. No hay nadie en Meudon que no sepa que trabajamos incluso los do­mingos, todos los domingos.

-Sí, pero me parece que no aca­ban de comprendernos -dice Beni­to cabizbajo.

Se refiere , supongo, a que en Meudon a él le llaman el japonés. OIga siempre ha sostenido que, en el fondo, es un apodo cariñoso que , además, beneficia al negocio pues les va creando una fama de gente intachable y eficaz .

-Bueno -dice OIga claramente dispuesta a no seguir hablando del asunto-, recuérdame al volver que debo llevar algunas cosas a la lava­dora.

-Al decir esto, creo que me ha mirado. Casi lo juraría. También Be­nito me ha dedicado una furtiva mi­rada. Yo creo que él me percibe. A

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E!Ratón Los perros, en cambio, reciben nombres tan mudables como los humores de sus amos, desde el can6nico Fido hasta el co­mestible Póprika, pasando por el meta­físico Origen. O el agrario y obsoleto E;ido.

En parte, la literatura existe por los perros. Cuando Ulises desembarca, al fin en tierra propia, s610 Argos lo re~ono­ce. Acaso pensando en su querido Ayax, Bioy Casares escribi6 el relato "Los afa­nes", donde el personaje inventa un alambre cuya única virtud es crear la ilu­si6n de que un perro estó cerca. En oca­siones, no basta con la proximidad; el pe­rro se convierte en el centro de la trama: Flush, de Virginia Woolf o Sirio, de Olaf Stapledon.

(Tanta literatura y tan pocos apodos atinadosl; ciertos nombres perrunos de plano equivalen al Cave Canem que aún se lee en los mosaicos de Pompeya. Cuando el amo avisa "ahí viene Demo­nio" mós vale tener cuidado.

Quizó le divertirla a Chejov saber que los nombres de sus personajes han ido a dar a algunos collares antipulgas. La gente mós disímil se ha valido del autor de "La dama del perrito" para designar a sus cachorros. En el número de octubre de la no siempre frrvola Vanity Fair, el drama­turgo irlandés Brian Friel revela una in­sospechada semejanza con Jessica Lan­ge, la rubia que fue famosamente atra­pada por la mano de King-Kong: ambos han nombrado a sus perras Masha, co­mo la segunda de las Tres hermanas. Las malas lenguas no han dejado de mencio­nar que Misha Barishnikov es el segun­do de los tres esposos de la Lange.

" , y los ratones qué?", pregunta mós me­lanc61ico que nunca el distinguido lingüis­ta inquilino de la Biblioteca de México. ",Nadie nos bautiza en ruso?" El perro siberiano de peor pelambre confía en lla­marse Vladimir, o de perdida Vodka, pe­ro no hay rat6n que se llame Sputnik. Ni siquiera los caricaturistas han bautizado en grande a los comequesos: Jerry o Mi­guelito, francamente no sirven ni para el arranque.

Los gatos tienen' nombres únicos y los perros infinitos. Los ratones apenas si son nuestros tocayos. El que habita esta co­lumna suele asumir varios nombres; cu­riosamente, todos provienen de nuestro sumario.

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Caricaturo autógrafo de Vilo-Motos.

menudo, cuando sale por la puerta, mira hacia atrás y me dedica un si­lencioso saludo de despedida. Yo creo que siente deseos de hablarme . Naturalmente, si algún día se deci­de a hacerlo me tratará -el presu­mible, sólo presumible, diminuto ta­maño de mi cerebro será tal vez el motivo- como a un niño.

-Bueno -me dirá-, ¿cómo te llamas?

-No lo sé. - ¿Y dónde vives? -Aquí en este cuarto. Yo sólo

veo esto. Eso le diré y me reiré; claro que

será una risa un tanto peculiar, la risa de alguien que no tiene pul­mones.

Ahora quien se ríe es OIga. Se ríe porque Benito le ha vuelto a pre­guntar por milésima vez en pocos días por qué si a ella también le gus­ta tanto la carpintería anda siempre criticándole su obsesión por el tra­bajo .

Se ríe pero de pronto cambia la expresión y se queda muy seria y pensativa, mordiéndose los labios. Benito tiembla. Se da cuenta de que podría haberse ahorrado la pregun­ta. Cuando su mujer piensa y se muerde los labios, una tormenta se avecina. Benito tiembla porque sa­be que ella no tardará en hablarle con toda claridad y crudeza, es de­cir, con su característico y brutal es­tilo telegráfico .

- Tu cuerpo está siempre ocupa­do -le acaba diciendo Olga- . Del trabajo a la cama y de la cama al tra­bajo . Admirable. Muy bien en la ca­ma . Muy bien en el trabajo . Obra siempre bien hecha. Orgulloso se ve al japonés de Meudon cuando la ter­mina. Oficio, señores, aquí hay al­guien con oficio . Todo siempre per­fecto . Hombre incansable, hombre admirable , hombre trabajador has­ta la médula. Incluso cuando duer­me. Sueños impecables, sueños rec­tos, sueños de trabajo. Siempre ocu-

pado el cuerpo. Me pregunto si también el alma. Yo diría que no. La veo totalmente desocupada. Traba­jas sin descanso para evitar que te llegue un segundo en el que no ten­gas nada qué hacer y entonces se te ocurra pensar. Movilidad frenética de tu cuerpo . Inmovilidad de tu mente . Vergonzoso vacío interior. Eres un alma desocupada.

El silencio más tenso de los últi­mos tiempos en este dramático dor­mitorio.

-No lograrás cambiarme -dice finalmente Benito, oponiendo cier­ta resistencia con su ánimo ausente .

-Ni lo intento. - ¿No te acuerdas del día de la

huelga general? La gente que no tra­bajaba iba de un lado a otro como perdida, desconcertada, sacando a pasear niños y perros. Hubo más suicidios que en todo el resto del mes. Había mucho ruido en los bu­levares y estaban, sin embargo, al­go más silenciosos que de costum­bre. Vi a un individuo que andaba tan ocioso como angustiado, ende­rezando cosas sin sentido, con un bolígrafo en la boca. ¿Sería el due­ño de un restaurante o el encarga­do? El caso es que lo seguí. Se aga­rraba con un dedo al marco de las puertas. No sabía qué hacer. Le de­jé en un banco mientras se hurga­ba la nariz .

-Bueno, acaba de vestirte -le ordena ella.

- Por eso no me cansaré de re­petirte que lo único que podemos hacer es justificarnos ante la muer­te con una obra bien hecha.

-Mira, tu madre te influyó ne­gativamente, y tú no eres capaz de aceptarlo. La pobre mujer tenía sus cosas buenas pero, por lo general , te desgració. Lo único bueno fue que te enseñó a ser solidario con las desgracias del pueblo llano, pero por lo demás te desgració, tal vez para que fueras un seguro solidario de las desgracias de los otros.

-No me importa que me llames desgraciado. Después de todo, lo soy.

- Venga. Acaba de vestirte de una vez.

-No está bien que hables así de mi madre . Hay cosas que no hay que descuidar.

- ¿Qué no hay que descuidar? Benito queda pensativo. -Anda, dáte prisa -dice ella-o

¿No ves que nos esperan en París? Corre . No te pongas a pensar ahora precisamente.

-No hay que descuidar, por ejemplo, la emoción ante un botón que ha cosido otra persona. Le es­toy agradecido para siempre por esos botones que ella me cosió en la infancia.

-Bueno, veo que tu alma no es­tá tan desocupada, pero por favor acaba de vestirte.

Biblioteca de México .,

-Te crees superior a mí. ¿No es eso?

- A veces me haces gracia. Te veo tan sumergido en el trabajo que me doy cuenta de que a ti puedo de­círtelo todo.

-¿Todo? -Sí. Estás tan absorto en tu

trabajo. - Pues ahora precisamente no lo

estoy. - Termina de vestirte . - Te crees superior a mí. ¿No es

eso? Crees que tu alma está ocupa­da porque trabajas menos que yo. Anda vístete, me vas diciendo . Yo no tendría que desnudarme para re­flexionar.

-Yo sólo sé . - Yo sólo sé que hay días en que

uno preferiría estar muerto . Cada año cuando llega esta maldita fecha, por ejemplo.

La vivacidad con la que ahora discuten me lleva a pensar que en realidad hasta hace bien poco no se han despertado del todo. En medio de la vibrante discusión, se miran con ternura.

- En eso totalmente de acuerdo -dice Olga-. Y créeme que estoy desolada. No deberían existir días así. Cada año, cuando llega este día, comentamos lo mismo. Y es que yo no sé quién diablos inventó esta fe­cha. Trabajando vencemos al desa­fio de los domingos, pero con la Fiesta del Trabajo no hay quien pueda.

Él se pone su sombrero, se mira al espejo. Del armario que está fren­te a mí saca una vieja bandera roja.

- Ya estoy listo -dice. -Bueno, vámonos. Desde luego

qué pereza. Qué pesadez tener que ir ahora a los Campos Elíseos a ma­nifestarse. ¿Por qué no podremos ir al taller como todos los días? Me va a entrar una angustia así de grande . Yo no sé quién inventó esta fecha.

-Seguramente el mismo que in­ventó los domingos.

- Era mejor cuando estábamos en España y nos manifestábamos con alto riesgo. Eso sí que exigía un esfuerzo, costaba un trabajo. Y, ade­más, para qué engañarnos, estába­mos en España.

Les veo marcharse . Me parece que Benito me dedica una furtiva -tal vez compasiva- mirada. Pa­san camiones. Cierran la puerta del piso y les oigo bajar las escaleras. Al poco rato sus pasos son ahogados por el ruido infernal de los grifos. Oigo que cierran el portal de abajo y comienza a llover. Yo diría que llueve a raudales. Me parece que también soy yo un alma desocupa­da, sobre todo ahora que ellos se han ido. Una bandera roja comien­za a desteñirse . Dicen que la fanta­sía es un lugar donde siempre llue­ve. Para no llorar me sumerjo deses­peradamente en la invención.

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JUAN SÁNCHEZ PELÁEZ

Aire sobre el aire Un caballo redondo entra a mi casa luego de dar muchas vueltas en la pradera

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..... r··~ un caballo pardote y borracho con muchas manchas en la sombra

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.'. ~ • ¿ '" y con qué vozarrón, Dios mío, ,~>' .... , o: " ......... :~<-.,

Yo le dije: no vas a lamer mi mano, estrella errante de las ánimas.

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a~~~:~~~:~~~#I:~::e~~me:tendidO '~}\ ... I':::I.'},.(;~··::···7~~.} el suelo se quedará aquí siempre, ancho y mudo .. .::. ") pero morir de la misma familia es haber nacido. ~:~. l::-

XII a Álvaro Mutis

Ápice y cima a ras de nuestro fin primero

procúranos refugio

y que nutridos por la piel del otoño se vayan entibiando nuestras casas y animales

y que no haya sino diafanidad de parte nuestra respecto al hombre o la mujer

ora pro nobis ave de buen augurio, ora pro nobis en tu niebla finísima y fija

ruega por nosotros mientras llegan las tardes sin color y abundan los inviernos,

\"..::

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TATIANA BUBNOVA

¿Acaso soy verdadero, y algún día llegará la muerte?

aSIP MANDELSTAM

En ciertas memorias dedicadas a las épocas de las per­secusiones estalinistas, épocas de fusilamientos gratui­tos y monumentales obras conmemorativas del "socia­lismo triunfante" llevadas a cabo por los presos políticos, aparece el siguiente dato: algún encarcelado vio escritas en las paredes de la celda en que estaba confinado las líneas del poeta Mandelstam que apare­cen en el título de este ensayo.

Osip Mandelstam, uno de los más grandes poetas ru­sos de este siglo, nació en enero de 1891. Una de tan­tas víctimas de las condenas por motivos ideológicos, Mandelstam, que de alguna manera había presentido la muerte que le tocaría -junto "con el montón y el rebaño", masacrado en "los tiempos de grandes muer­tes al mayoreo" (cf. Versos sobre el soldado desconoci­do)- murió en diciembre de 1938 en alguno de los cam­pos de trabajo forzado en el Lejano Oriente soviético. Sistemáticamente marginado por el régimen soviético -en realidad, tan sólo porque no le gustaba cantar en coro e insistía en tener opinión propia-, desaparece definitivamente "como un gorro metido en la manga de la sofocante pelliza de Siberia" (parafraseo su poe­ma El lobo) por haber escrito (y leído a algunos ami­gos) un poema en contra de Stalin. En adelante prefie­ro no detenerme, si no es del todo indispensable, en la biografia política de Mandelstam; en cambio, quisiera intentar un elogio del poeta.

Mandelstam era poeta de Petersburgo. Creció, se educó, se formó en aquella ciudad -que hasta 1918 fue­ra capital de Rusia-, y algunas particularidades de su perfil artistico parecen estar relacionadas de alguna for­ma con ella. Su primer libro, Kamen' (Piedra), publica­do en 1913, destacó en el medio literario del "siglo de plata"1 por su marcada originalidad y, quizás, por un gran número de hallazgos aislados, en general inusita­dos en un libro primerizo, aun cuando su valor no fue­ra homogéneo. El título, cuyo origen el autor posterior­mente revelaría como una deuda con F. Tiutchev2,

pero aún más el contenido evocan la armonía arqui-

1 Así suelen llamar al período del extraordinario floreci­miento cultural, en Particular literario, de la Rusia de prin­cipios de este siglo, en contraparte al "siglo de oro" que "co­rresponde al primer tercio del siglo XIX. El "siglo de oro" produjo a Baratynsk1, Batiushkov, Zhukovski, Pushkin, Lér­montov, Gogol, entre otros; en el "de plata" destacaron Blok, Briusov, Balmont, Biely, Kuzmín, Maiakovski, Gumiliov, Aj­mátova, Mandelstam, etc.

2 Poeta ruso (1803-1873). En el artículo "El amanecer del acmeísmo", publicado en 1919, Mandelstam cita de la siguien­te manera a este poeta: " . .. La piedra de Tiutchev que 'al caer de una montaña, reposa en un valle, desprendida por sí misma o impulsada por una mano pensante', es la palabra".

tectónica de Petersburgo (no me refiero a ninguna de­terminación temática) . La perfección clásica de los me­tros de Mandelstam (introdujo algunos, de uso muy dificil, pero de cadencia novedosa y bella), la selección de las imágenes, la poetización del espacio abierto y del impulso ascendente desplegado en el dinamismo métrico, cobran sentido en relación con el entorno que el poeta tuvo presente al escribir su libro qtle, sin du­da, lleva una impronta simbolista, corriente todavía do­minante en la época de su escritura.

Si la palabra es piedra impulsada por mano racio­nal o lanzada al azar, las agujas pétreas de ciertos edi­ficios que son emblema de Petersburgo se divisan de­trás de las imágenes del joven poeta:

Odio la luz de las monótonas estrellas. Te saludo, mi antiguo delirio: ¡el impulso de una torre ojival!

Que seas encaje, oh piedra, hazte tela de araña: hiere con tu fina aguja el pecho vacío del cielo.

Ya llegará mi turno: la fuerza del ala siento. Lo sé; pero ¿adónde llegará la flecha del vivo pensamiento?

O, tal vez, he de volver, al agotar mi ruta, mi tiempo: allá, no pude amar, aquí, de amar tengo miedo ...

1912

El crítico Clarence Brown señala que en la obra pri­meriza de Mandelstam, dentro de su parentesco gene­ral con la estética art nouveau, hay "una temperatura extraordinariamente baja y una inmovilidad que a ve­ces linda con una estasis manifiesta". La escritura del primer Mandelstam, "maestro en describir el vacío, la ausencia, la virtualidad, el silencio", puede ser com­parada con la poetización del vacío que se percibe en las pinturas de Andrew Wyeth, según Brown3. Con las semi-tonalidades y la palidez cromática, en cierta me­dida relacionadas con la poética del simbolismo ruso

3 Clarence Brown, "On reading Mandelstam", en Osip Mandelstam, Collected Works, 3 ts., Inter-Language Literary Associates, 1967, t. 1, p. IV.

Biblioteca de México 14

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(pero tómese en cuenta que Petersburgo es una ciu­dad de colorido pálido), y con esta visión de un Man­delstam inmóvil, en parte acertada, contrasta la ener­gía de sus ritmos e incluso la de algunas imágenes, como la del lanzamiento visual ascendente de una es­tructura ojival en el poema citado. Además, la refle­xión sobre la naturaleza de la palabra y la fonnidable seguridad del derecho sobre ella singularizan el primer libro del poeta. "Sigue siendo espuma, Afrodita, / pa­labra, vuelve a la música" : esta idea del origen de la palabra poética, ciertamente de estirpe simbolista, se desarrollará a fondo en la obra posterior de Mandels­tam, pero en medio de una ruptura con el simbolismo, entre cuyos postulados principales está justamente la relación entre la palabra y la música. "Soy jardinero y también soy flor, / no estoy solo en la prisión del mundo. / Mi aliento, mi calor ya se han impreso / en el cristal de la eternidad": el paso seguro con que Man­delstam entra en la poesía se debe quizás a una infini­ta admiración por el otro: "A todos envidio en secre­to, / y en secreto de todos me enamoro".

Mandelstam se inició literariamente en el Gremio de Poetas organizado en 1912 por Nikolai Gumiliov. El grupo fue integrado por jóvenes que, en medio de una crisis que vivía en aquella época el grupo simbolista, proponían ideas nuevas acerca del quehacer poético . Además de Gumiliov y Mandelstam, en el Gremio par­ticiparon Ajmátova, Zenkevich, Narbut, Gorodetski y otros allegados; entre todos ellos sólo el nombre de An­na Ajmátova le dice algo a un lector no especializado . La organización del Gremio reproducía lúdicamente la estructura de las cofradías de artesanos medievales. Los miembros del Gremio se comprometían a trabajar en sus obras bajo la dirección de los "síndicos" ya na publicarlas en revistas de orientación ajena al espíritu gremial. El objetivo de la corporación era contribuir al conocimiento y perfeccionamiento del m enester "gre­mial ", esto es, del oficio poético. El "alegre oficio y el inteligente hacer" (V. Ivanov) de ciertos simbolistas fue asumido por el Gremio.

La nueva corriente que el Gremio promovía recibió el nombre de acmeísmo (del griego acmé: cúspide) o adamismo (por Adán, que dio los nombres primigenios a las cosas del mundo) . Su propósito era rescatar el sig­nificado "auténtico" de la palabra en su relación con los objetos y significados del mundo real como fuente de lo poético. El mundo, proponían los acmeístas, de­be presentarse tal como es en su carnalidad visual, tác­til, viviente y mortal , lleno de color y sonido. Frente a la imprecisión de la imagen simbolista, deliberada­mente múltiple y evasiva, la palabra de los acmeístas estaba llamada a significar lo que quiere decir en el len­guaje real de la gente real: objetos y cualidades con­cretos. Todo esto tenía sentido sólo en la postura de confrontación que los acmeístas asumían frente a los simbolistas, para quienes la palabra era apenas un dé­bil resplandor de lo inefable. Sin embargo, la oposición al simbolismo implicaba un fondo filosófico que no se agota en esta fácil definición. La llamada segunda ge­neración del simbolismo ruso -uno de sus exponen­tes más destacados fue el poeta, novelista y ensayista Andrei Biely- relacionaba la reflexión en tomo a la palabra poética con la teoría del conocimiento. Biely, por ejemplo, entendía por simbolismo la actividad ar­tística y creativa propia del hombre en general. Para él, la creación se manifiesta en el acto ético, concebi­do como actividad del pensamiento / conocimiento, del arte y de la conducta cotidiana, tanto social como individual. Todos estos tipos de creación (en su "tota­lidad indisoluble") son sólo posibles gracias a la me­diación del concepto (emblema) y del símbolo (ima­gen), los cuales, al ser detenninados por su existencia externa y social, no ofrecen una salida directa a la rea­lidad, sino que tan sólo la "simbolizan".

Tanto el símbolo como el concepto son convencio-

El joven Osip Mandelstam.

nales(cada cual a su modo): no reflejan la plenitud de la realidad, que se genera tan sólo en la actividad y es emblemática, tanto en el conocimiento racional cuan­to en el reflejo artístico. Sólo en el proceso del conoci­miento , impulsado por la voluntad, damos existencia a la realidad.

El arte es arte de vivir (social e individualmente); el conocimiento es también arte, en la medida que se nos presenta transfonnado en un material dado: obje­tos, naturaleza, pensamiento, etc.4

Como vemos, el teórico del simbolismo sugiere que el lenguaje y el pensamiento son la puerta de acceso ineludible a la realidad, con una inconfundible impron­ta neo-kantiana. A esta luz, la respuesta acmeísta, que aparentemente tendía hacia un mayor "realismo" en cuanto trataba de acercar el verbo poético a las "cosas", de hecho postulaba una relación distinta, en ocasiones cuasi-mística, entre las realidades del mundo y la gé­nesis de la palabra poética. Pero no todos los acmeís­tas estaban de acuerdo en este punto. En realidad, ca­da uno de los del Gremio interpretó a su modo las consignas acmeístas, sobre todo en lo que respecta a las tareas poéticas concretas que se imponía. El grupo se disolvió al poco tiempo; pero la amistad y toda una serie de ideas y de valores compartidos pennanecerían a lo largo de toda la vida. Mandelstam y Ajmátova, por ejemplo, fueron amigos y correligionarios hasta la pre­matura desaparición del primero. Mandelstam profun­dizaría posterionnente su propia filosofía del discurso poético siguiendo las pautas que se había impuesto ya en su primer libro. Los principios acmeístas, que en Ajmátova pueden verse como una pennanente reafir­mación de la vivencia y del sentimiento a través del detalle concreto de la vida cotidiana, en Mandelstam recibieron un desarrollo filosófico en el poema.

4 Andrei Biely, Nachalo veka (Inicio del siglo), Judozhest­vennaia literatura, Moscú, 1990, p. 130.

Biblioteca de México

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Tu imagen, dolorosa y difusa, no la pude divisar en la neblina. "¡Oh, Señor!" -dije por descuido, sin pensar en lo que decía.

El nombre de Dios, como enorme ave, levantó el vuelo desde mi pecho. Adelante, sólo una espesa bruma, y, vacía, atrás la jaula queda.

Para Mandelstam, existe una relación entre la esencia de las cosas y la génesis de la palabra poética. Lo dirá de mil maneras, en la reflexión teórica y mediante la creación poética. He aquí, por ejemplo, un raro poe­ma metafisico de 1923:

Sonó vidriosa la alecilla de su menudo cuerpo al dar la voltereta ante el sol, y en seguida una lente en los Empíreos se encendió.

Con tonadilla de mosquito en el cenit lloraba, zumbando. Bajo sordina, con canto de abejón, en el éter se quejaba la astilla:

"No me olvides: si quieres, castígame, pero dame un nombre. ¡Dame un nombre! Con él podré sobrevivir, compréndeme, en el azul preñado y hondo."

Una promesa de vida ("la astilla"), insignificante, pero dotada de voluntad, pide cobrar existencia mediante un nombre que una instancia primigenia y superior le puede otorgar.

Tener nombre es tener vida, pero la relación entre el nombre y el cuerpo se establece en un espacio in­corpóreo, en la cercanía inmediata con la muerte . Ade­más, esta relación tiene mucho de casual, de aleato­rio , o bien aparece como la búsqueda de algo (o alguien) amado alguna vez pero luego perdido: la pa­labra es el alma, Psiqué la Vida, que para conocer su propio origen intenta bajar, como Orfeo, hasta los lí­mites entre la vida y la muerte.

Cuando Psi qué la Vida desciende a las sombras y sigue a Perséfone hacia el traslúcido soto, una ciega golondrina se deja caer a sus pies con ternura estigia, llevando una verde rama.

Hacia la fugitiva corre un enjambre de sombras para recibir con endechas a la nueva amiga. Tienden al cielo, confiadas, sus débiles brazos, llenas de desconcierto y de tímida espera.

Una le da un espejo, otra le regala un perfume: como el alma es mujer, le gustan las fruslerías . y los secos quejidos rocían , como una llovizna, la deshojada floresta hecha de diáfanas voces.

Sin saber qué hacer en aquel vaivén cariñoso, el alma no reconoce el robledal transparente. Con su aliento empaña el espejo, y se demora en dar la moneda en pago por el cruce del río brumoso.

Roza la muerte pero, al regresar, sólo le queda un vago recuerdo de los orígenes de su transformación en la palabra poética:

Olvidé la palabra que estuve a punto de decir. Se irá la ciega golondrina, sobre alas de tijera, a jugar con transparencias en el aposento de

[sombras. Un canto desvanecido se oye cantar en la noche.

No se oyen los pájaros. No florece la siempreviva. Traslucen las crines de la caballada nocturna. Sobre el seco río avanza una barca vacía. La palabra desvaría entre los grillos.

Lenta, crece la palabra cual toldo o templo. De pronto finge ser Antígona la demente, o se deja caer a los pies, golondrina muerta, con ternura estigia, llevando una verde rama.

¡Oh, si pudiera volver al pudor de los dedos videntes y al júbilo táctil de reconocimiento del cuerpo! ¡Oh, qué angustia me dan los sollozos de las Aónides! ¡Oh, qué terror a la neblina, el sonido, el hiato!

Los mortales tienen el don de amar y de reconocer, es por ellos que el sonido penetra los dedos, pero olvidé la palabra que quería decir: el pensar incorpóreo vuelve al aposento de sombras.

Siempre desatina la transparente palabra. Siempre será golondrina, amiga, Antígona. y en mis labios arde aún, como negro hielo, el recuerdo de aquel estigio sonido.

El sesgo clasicista de la temprana lírica de Mandelstam, que se manifiesta tanto en el uso de imágenes del mun­do de la antigüedad clásica como en la experimenta­ción métrica (iniciada, por cierto, por el simbolismo ruso y los círculos que le eran afines: V. Ivanov, uno de los teóricos del simbolismo, fue el maestro recono­cido de este tipo de experimentos), daba a sus versos un cierto tono "pre-pushkiniano": Pushkin, gran refor­mador de la métrica rusa, es considerado por lo gene­ral como el iniciador del período moderno de la poe­sía rusa. En cambio, en Mandelstam, como en algunos otros poetas del "siglo de plata", el toque dieciochesco cobra relieve sobre todo en la imagen sonora de su ver­sificación. Esta característica fue tempranamente ob­servada, por ejemplo, por Marina Tsvetáieva: "A us­ted, mi joven Derzhavin, / no le conmueve mi verso inculto". Derzhavin, poeta de fines del XVIII, no en va­no se menciona entre las fuentes profundas que ali­mentaron la lírica de Mandelstam, con su alta abstrac­ción y concisión intencionalmente casadas con un ritmo dificultoso y calculadamente pesado.

No obstante, Mandelstam trata con una libertad ab­soluta la imaginería clásica: así, en un poema amoro­so ubicado en un escenario evocador de la caída de Tro­ya, esta ciudad, a contracorriente de toda tradición, está concebida como un antiguo poblado ruso: construida toda de madera, desde los muros convertidos en una estacada, hasta las casas que muestran su "costillar de madera". La acrópolis es vista como un "antiguo y llo­rón maderamen". El palacio de Príamo aparece como la "alta pajarera" o, más bien, como una casita de ma­dera, de las que suelen hacerse en el campo ruso, en la primavera, en los huertos, para que aniden allí los estorninos.

La interiorización de la imaginería helena el? extraor­dinariamente orgánica:

Es indolente la tortuga-lira: privada de dedos, apenas logra moverse. Se la pasa tendida bajo el sol de Epiro, calentándose la dorada barriga. ¿Quién llegará a acariciar a la humilde? ¿Quién dará la vuelta a su dormido cuerpo? En sus sueños, ella espera a Terpandro, presintiendo el roce de sus secos dedos.

En esta extendida metáfora del nacimiento del oficio poético destaca la audaz carnalidad del símil y el ma­tiz íntimo en la actitud hacia la "lira", atributo tradi­cional de la lírica (inventada, según el mito, por Ter-

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pandro; por otra parte, parece que las primeras liras o "cítaras" se hacían con caparazones de tortugas), lo que hace bajar la noción de Poesía de los coturno s y , a pesar de lo trillado del tópico, permite apropiarse de ella de manera muy familiar.

Pero las notas clasicizantes, que alguna vez fueron consideradas como marca particular de Mandelstam (alguien incluso lo llamó, burlonamente, Cayo Julio Mandelstam), paulatinamente se van extinguiendo ha­cia mediados de los veinte. Queda de ellas el pausado y algo solemne ritmo de la versificación . La ruptura se observa ya en el libro Tristia (1921 ) , que en su títu­lo guarda todavía una reminiscencia ovidiana, y una parte de los poemas incluidos en él, en su primera ver­sión, llevan aún la impronta clásica. En 1922 escribe :

No es verdad que en el habla rusa duerma el latín, no es cierto que duerma en ella la Hélade . Para un poeta ruso no es un elogio si sus versos suenan como latín, sino una auténtica ofensa . Para el des­tino de la poética rusa , los fascinantes y profundos misterios de Glück no se esconden en el sánscrito ni en el helenismo, sino en una inminente seculari­zación del lenguaje poétic0 5

La transformación de esta poética se aprecia claramen­te en un poema fechado en 1921 , que simboliza ya una despedida de un mundo otrora construido tan amoro­samente . En el poema, un tono de despedida señala la discordancia del "mundo férreo", cuya existencia el poeta ya no logra hacer a un lado. Ahora, hasta el re­cuerdo de la pasada armonía presenta rasgos inequí­vocos de una desintegración. El inicio del poem a esjus­tamente una respuesta , a modo de contrapunto, a un famosísimo poema de Lérmontov en el que la imagen de una armonía universal encuentra eco en el alma del poeta : "Solitario, salgo al camino . / A través de la nie­bla, brilla la vía pedregosa. / La noche está sosegada, el desierto , atento a Dios, / y una estrella habla con la otra".

CONCIERTO EN LA ESTACIÓN FERROVIARlA

Es imposible respirar, la ti erra hierve de gusanos, y el coro de las estrellas permanece mudo. Pero, Dios lo ve, sobre nosotros hay una música: la estación se agita al canto de las Aónides, el aire de violines, desgarrado por los silbidos de locomotora , vuelve a integrarse .

Un enorme parque . La cri stalina esfe ra de la [estación .

El mundo férreo otra vez quedó hechizado. Solemnemente parte un vagón a un banquete sonoro, hacia los brumosos Elíseos. Grito de un pavorreal. Fragor de un piano. He llegado tarde. Tengo miedo . He de estar soñando.

Entro en el bosque vítreo de la estación . El tropel de violines llora, angustiado. Inicio salvaje de un nocturno coro. Olor a rosas en los invernaderos putre factos, donde bajo un cielo de cristal solía pernoctar , entre las multitudes itinerantes , una querida sombra.

y se me figura: envuelto en música y espuma, el mundo férreo, como un pordiosero , tiembla. Me detengo en un atrio de cristal.

50sip Mandelstam, O poesii (Sobre la poesía) . Compila­ción de artículos. Leningrado, 1928, p. 48-49.

Mondelstom.

Un vapor caliente ciega los ojos a los arcos de los violines. ¿Adónde vas? En las exequias de la sombra querida , por última vez la música nos can ta .

El "m undo fé rreo", alejado defi nitivamente de la mú­sica de las esferas, todavía la recuerda y está consciente de la pérdida que él mism o provocara . Pero la despe­dida es defi nitiva.

Un experimento poético, suscitado al parecer por las audaces pruebas fu turi stas del fa m oso Velemir Jlébni­kov Oos escri tos fo rmalistas, in troducidos en Occidente por las traducciones de Todorov, hacen re ferencia a este im portante pionero del futurismo en Rusia), se­gún ha observado la críti ca, tiene un valor que va m ás allá del simple ensayo formal , pues con tie ne una es­pecie de visión profé tica del mundo en guerra, y una invitación a los "te rrícolas" a que se reúnan , incitados por la música un ive rsal (emblematizada, en este caso, por Bach), para preservar para las generaciones veni­deras un "cielo preñado del futuro": consejo que, por lo visto , no hemos acatado .

EL CIELO, PREÑADO DEL FUTURO .

La disonancia de la gue rra vuelve a los an tiguos altiplanos del mundo. Tallada como osamenta de tapi r , exhibe su brillosa aspa la hélice. Ecuación de un ala y una m uerte, al volar de los banquetes algebraicos recordará la dimensión de los dem ás juguetes de ébano, la noche enemiga, semille ro hostil de seres ob tusos y pinípedos, y la recién nacida gravedad: el poder de unos pocos así empezaba .

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Mejor vivamos en un tiempo en que no existan tapires ni lobos. El cielo, preñado aún del futuro, de la plenitud trigal de un éter. Pero apenas hoy los vencedores al recorrer los cementerios del verano rompían las alas de las libélulas y ejecutaban a martillazos.

Como nietos de Sebastián Bach que somos, oigamos el sermón del trueno, y de Levante a Poniente armemos, mejor, las alas de un órgano. Lancemos la manzana de la tormenta a la mesa del banquete de los terricolas, y una nube de manjares pongamos en el mero centro.

Mejor tendamos por toda la tierra manteles nuevos del espacio, para conversar, para solazarnos pasando de uno a otro el cáliz. La sangre se ha de enfriar en el amanecer de un destino de todos. Un gran abejorro se oye cantar en el futuro preñado y hondo.

Pero cuantos a destiempo voláis, del látigo marcial urgidos por el poder de unos pocos, habriais de remedar la honra siquiera de las pobres bestias, o el pudor de los pinípedos. y tanto más es triste y amargo que para nosotros, los hombres pájaro sean peor que las mismas fieras, y que a fuerza confiemos más en los halcones y en los buitres. y al calor del estío, cada año, como un gorro de hielo alpino, las frias manos de la guerra la frente de la humanidad oprimen. Mas tú, tan hondo y tan pleno, preñado de un azul intenso, sembrado de millares de ojos, tú, alfa y omega de la tormenta: a ti, lejano, de frente sin cejas, de una generación en otra, sublime y nuevo siempre, se te contagia nuestro asombro.

Esta formidable sensación de la unidad de todo 10 crea­do en el espacio y en el tiempo, de la unión cósmica apta para ser traducida tan sólo mediante el pensamien­to poético, en realidad nunca abandonaría del todo a Mandelstam .

He trepado por una escala a un despeinado pajar: aspiré la carcoma de los lácteos astros, aspiré la maraña del espacio. y pensé: ¿para qué despertar el enjambre de largos sonidos, y cazar en esta eterna contienda el maravilloso ritmo eolio? En la Osa Mayor hay siete estrellas. En la tierra, cinco buenos sentidos. Las tinieblas henchidas suenan, y vuelven a sonar, y crecen. Un enorme carretón desuncido se eriza a través del universo. El antiguo caos del pajar da cosquillas, llena de polvo. Hacemos sonar las escamas ajenas,

cantamos a contrapelo del mundo. Afinamos la lira, urgidos por cubrirnos de un hirsuto vellocino. Los segadores devuelven a las crías que se caen del nido materno: me soltaré de las filas ardientes y volveré a mi fila sonora . . .

La reflexión sobre el vínculo que el poeta pierde con la nueva época se introduce, aunque con un tono de tristeza y pérdida, como una aceptación, en los poe­mas más metafísicos. He aquí unas líneas del poema El que encontró una herradura, escrito, como muy po­cas obras de Mandelstam, en verso libre:

La frágil cronología de nuestra era está llegando a [su fin .

Gracias por lo que tuve : yo mismo me he perdido, me he confundido, he equivocado la cuenta . ..

y el presentimiento de la muerte, que nace orgánica­mente de la asociación metafórica de las ideas, se une a la concepción de la vida como palabra dicha, y ésta, como forma que nos da existencia:

Los labios humanos, que nada tienen ya que decir,

conservan la forma de la última palabra [pronunciada,

y en la mano perdura la sensación de pesadez, a pesar de que el éántaro

derramó la mitad de su agua mientras lo llevaban a casa.

A la vez, la intensa vivencia del tiempo transcurrido se reitera como remate del poema:

El tiempo me corta como a una moneda, y ya no me alcanzo a mí mismo.

Paulatinamente, la sensación de la ruptura con su tiem­po -aunque no la negación de la historia- se acentúa en los versos de Mandelstam, donde destaca en primer lugar su posición como ambivalencia y evasión:

¿Quién soy? No soy un verdadero albañil ni un techador, ni un naviero: soy un peljuro de alma doble, amigo de la noche, promotor del día.

(Enero 1, 1924)

Más tarde asume su condición extemporánea con la arrogancia de quien conoce su destino, vinculado, pa­ra él en cuanto poeta, no sólo a la época que le toca vivir; se sabe dueño del tiempo y del espacio, en la me­dida en que es su constructor y manipulador:

No, yo jamás fui contemporáneo de nadie , honores tales no me sientan bien. ¡Oh, cómo odio a aquel homónimo mío: yo otro fui, no aquél!

Sin embargo, Mandelstam es un poeta con un agudo sentido de la historia y tiende a pensar mediante gran­des paralelos y generalizaciones históricas. La reflexión sobre el pasado, el presente, el porvenir, sobre los vín­culos entre las diversas etapas históricas, tiene una pre­sencia permanente en su pensamiento poético. A pe­sar de haber pasado por un período de silencio más o menos completo, el hecho de aceptar la situación que considera le corresponde vivir:

Pues, si no podemos foljarnos otra época, hemos de pasarla en este tiempo

Biblioteca de México

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Mondelstom con Anno Ajmótova, 1934.

más tarde lo llevará a asumir su marginalidad y reco­brar las fuerzas para seguir, en su labor de "trabajar el lenguaje a solas, sin hacerle caso a nadie", con lo que la naturaleza le concedió para lograrlo: ante todo, con su extraordinaria capacidad de percepción de cuan­to 10 rodea. Su viuda Nadezhda Mandelstam recuerda:

Para entrar en el mundo de Mandelstam hay que entender hasta qué punto eran fuertes sus sensacio­nes: las visuales, las auditivas, las táctiles . Solía re­cordarlas durante años enteros. Hombre de una sen­sualidad diez veces mayor que la de una persona común, Mandelstam jamás olvidó ninguna sensa­ción fuerte. Veía lo que no lograba ver yo, oía los sonidos que yo apenas adivinaba, percibía olores que a mí me dejaban indiferente.6

El ciclo de poemas Armenia y la prosa El viaje a Arme­nia (1930) le permiten exteriorizar el vínculo entre su agudeza sensorial y la sensación del presente :

La consistencia vital de los armenios, su ruda ter­nura, su noble sangre de trabajadores, su indecible aversión a toda metafisica y su hermosa familiari­dad con el mundo de las cosas reales, todo esto m e decía: estás despierto, no le tengas miedo a tu tiem­po, no seas insincero.7

El contacto de Mandelstam con la poesía en otras len­guas (aparte de sus mencionados experimentos clasi­cizantes) resultó extraordinariamente fructífero para el avance de su pensamiento poético . Voy a mencio­nar aquí sólo su relación con el alemán y el italiano . El poema dirigido Al habla alemana, que evoca a un poeta alemán poco conocido del siglo XVIII llamado Christian Kleist, viene a ser, según el crítico Buschman,

6 Cf. Nadezhda Mandelstam, Vtoraia kniga (Segundo li­bro), YMCA-Press, París, 1972.

7 Puteshestvie v Armeniu (Viaje a Armenia), apud la intro­ducción de A. Dymshits a Poesías de Mandelstam, Sovetski Pisatel, Moscú, 1973, p . 30.

un caso de una sutil contaminación del discurso poéti­co ruso con la estructura fonética del alemán, consis­tente en una hábil selección de vocablos y combina­ciones que permite que la fonación rusa se acerque al máximo a la alemana.8 Dice Mandelstam sobre su her­mandad supraespacial y supratemporal con todos los poetas:

¿En qué Walhal1a, decid, amigos míos, comimos todos de un mismo plato? ¿Qué libertad poseíais, qué pautas m e habíais señalado?

y de la hoja de un reciente almanaque, de la blancura del primer escrito bajabais escalones de la muerte como al hostal por un vaso de vino.

Un habla ajena será mi envoltura, pero mucho tiempo antes de nacido fui una letra, fui una línea de vid, libro fui que en sueños habréis leíd0 9

Para Mandelstam, "en la poesía se destruyen las face­tas de 10 nacional , y la naturaleza de un idioma hace contrapunto con la naturaleza del otro". 10

El otro caso es su relación con el italiano. Para leer a Dante, aprendió este idioma siendo ya adulto. Uno de los resultados fue su espléndido ensayo Conversa­ciones sobre Dante. La extremada sensibilidad y una es­pecie de envidia poética (recuérdense sus tempranas líneas: "A todos envidio en secre to , / y en secreto de todos me enamoro") 10 hacen reconocer como propia la música de la lengua de Dante:

8 Cf. la nota 266 al poema mencionado, en la edición: Osip Mandelstam, Collected works, ed. cit., t. 1, pp. 506-507.

9 Desde luego, en mi traducción no pretendo imitar el efecto de la compatibilidad fónica.

10 O. Mandelstam, Zametki o Chénier (Apuntes sobre A. Chénier), apud Buschman, "Arte poético de Mandelstam" [en ruso], München, 1964, p . 45 .

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Anna Ajmótova, 1922 y 1958.

.. . Alighieri construyó en el espacio verbal un ór­gano infinitamente poderoso y disfrutaba de todos sus registros concebibles, e inflaba sus fuelles, y ta­ñía, y arrullaba a través de todos sus tubos.11

Una serie de poemas inspirados en Dante, Ariosto, Tas­so, así como otra reflexión sobre la naturaleza sonora de los lenguajes poéticos, son frutos también de su con­tacto con el italiano:

¡Con qué suplicio se gana del grito ajeno el honor! Al fin, te cobrarán con creces ese ilícito fervor ...

Como castigo a tu soberbia, tú, de sonidos cazador, tendrás la esponja con vinagre para tu , boca de

[traidor,

dice Mandelstam acerca de sus experimentos con la es­tructura sonora del italiano. Sus traducciones de los so­netos de Petrarca, por otra parte, demuestran hasta qué punto el poeta era capaz de interiorizar la obra ajena y hacerla familiar para un lector alejado en el tiempo y el espacio .

El último período de la vida de Mandelstam después de su viaje a Armenia se desarrolló bajo una persecu­ción abierta, cuando las autoridades se enteraron por una denuncia, de un poema escrito en 1934 contra Sta­lin. Esto no pudo dejar de influir en su obra poética. Sin embargo, hay quienes consideran (y comparto es­ta opinión) que gran parte de las obras maestras de Mandelstam se escriben en este período . En realidad, habría que decir: se componen. Según el testimonio de su viuda, la escritura siempre fue la fase final de su trabajo sobre un poema, que siempre se iniciaba co­mo una especie de música o ritmo interno y se llena­ba paulatinamente de palabras justas que parecían bus­car el lugar apropiado en la secuencia sonora. De ahí la reiterada imagen de los labios en movimiento en sus poemas: "Una boca humana, crispada de dolor, / se in­digna y dice no"; "No habéis podido privarme del mo­vimiento de labios" . O del oído atento: "Para tu fronte­riza oreja / son buenos todos los sonidos". La condición preverbal del "susurro" poético se confirma una vez más:

Tal vez el susurro naciera antes que los labios, y las hojas volasen en un espacio desarbolado, y aquello a que consagramos la experiencia, antes de la experiencia, tuviese ya sus rasgos .

Mandelstam era maestro de "ciclos", "cuadernos", "li­bros": colecciones de textos unidos por motivos no siempre idénticos, pero que cobran sentido precisa­mente en su unidad. Por ejemplo, los dos poemas cita­dos arriba: el de la "astilla" que pide un nombre y el de El cielo, preñado del futuro . .. alguna vez fueron reu-

11 Cf. Razgovor o Dante (Conversación sobre Dante), Mos­cú, 1967, p . 16.

nidos por Mandelstam en un mismo ciclo por haber nacido de un común tronco futurista, a pesar de la di­ferencia radical de los "temas". A veces son series de imágenes los que crean "ciclos"; en otras ocasiones pre­domina el "aliento", el "tiro" que anima la creación de todo un "cuaderno" . Pero hay ocasiones en que el tras­fondo "temático" profundo sirve de hilo conductor, jun­to con algunos aspectos formales, para detectar un "ci­clo". Así, el de las llamadas "octavillas", desprendidas, según la viuda de Mandelstam, de otro ciclo temática­mente más armado, dedicado a la muerte de Andrei Biely (la segunda estrofa de una de las "octavillas" apa­rece citada arriba), y vienen a ser como una especie de reflexión filosófica acerca del proceso creativo, en sus relaciones más complejas con el mundo. Citaré otra de esas "octavillas" :

Cuando tú, al desechar el esbozo, retienes en la mente con esmero un período sin molestos incisos, tan íntegro en la oscuridad interna,

y el período gravita, suspendido de sí mismo, apretando los ojos: él es a la página en blanco 10 que la cúpula al firmamento .

Los famosos "cuadernos de Vorónezh", escritos durante los tres últimos años de su vida (Vorónezh fue el lugar de su deportación, después de un exilio más lejano, en los Urales) , podrían considerarse todos, pero sobre to­do el último, como una especie de presentimiento de la muerte. Los poemas oscilan entre una visión dra­máticamente distorsionada del entorno ("Yo vi un la­go parado verticalmente ... ") que en ocasiones llega a un grotesco trágico, indicador del aislamiento inte­lectual que el poeta vive en los últimos años de su vida:

En los calcetines de ladradores callejones, en las despensas de torcidas callejuelas se esconden los rincones, presurosos, y saltan de los rinconcitos los rinconejos.

y yo les sigo Y grito, sofocado, hacia cualquier cajón helado de madera: "¡Dénme un lector! , ¡Un consejero!, ¡Un médico! ¡Una charla en la espinosa escalera!"

En cambio, el ciclo Versos sobre el soldado desconocido es una visión profética del futuro que, en medio de las calamidades de la represión política, espera todavía al pueblo: la guerra.

Mandelstam poseía una gran capacidad de disfrutar la sensación de estar vivo y la supo plasmar de mil ma­neras en su visión poética del mundo . Vivió su desti­no como una elección consciente y presintió su muer­te, cuya aceptación, que también puede considerarse un acto ético, fue resultado de aquella elección . No te­nía por qué morir en la forma en que murió: su única culpa fue atreverse a tener el poder sobre la palabra poética, del que nunca renegó. No era un poder de ma­nipulación ideológica, sino el de ejercitar una libertad que nos define como personas: el precio que pagó fue demasiado alto, pero de alguna manera su muerte per­mite recuperar siquiera en una medida limitada nues­tra fe en el hombre . Terminaré este ensayo con las lí­neas que Mandelstam dedicó a Anna Ajmátova:

Para siempre conserva mi habla por su sabor a [desgracia y a humo,

por la brea de la solidaria paciencia, por el [pudoroso alquitrán del trabajo . ..

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Viñeta de Manuel T aussoint.

HÉCTOR PEREA I N

MEXICO y ESP ANA, ANTICIPOS DEL EXILIO REPUBLICANO

A poco más de cincuenta años de finaliza­da la Guerra Civil resulta Innegable el en­riquecimiento cultural experimentado por M'xlco al recibir a los Intelectuales, artis­tas, obreros, campesinos, profesionistas clentfflcos expulsados por la España en con­flicto. Campos tan dlsfmlles como la activi­dad editorial, la docencia a niveles de alta e.peclallzaclón o de divulgación popular, la ciencia y la tecnolorfa, etc., recibieron un Impulso definitivo a nutrirse de ese Inquie­to e.pfrltu peninsular; e.pfrltu que, sin em­bargo, no resultaba del todo nuevo a M'­xlco, .Ino que recordaba en seguida aquel otra que animara a la generación del Ate­neo de la Juventud: germen revolucionario desde mucho tiempo antes.

Para que la obra de la emigración espa­ñola fructificara en nuestra pafs fue necesa­rio algo más que la apertura del gobierno de Lázaro Cárdenas y la buena disposición de e.tos exiliados a Integrarse a otro pal­sale ff.lco, social y cultural. Contactos ante-_ rIo .... , balo circunstancia. asombrasamente .Imllare., habfan Ido preparando con toda naturalidad el terreno de reencuentro.

La actividad nevada a cabo por los mexi­cano. dentro de los ámbitos de la alta cul-

tura, de los libros y periódicos, de la polltl­ca militante o la vida social; esta inicial colaboración hispanomexlcana en los más diversos campos de las humanidades y las artes ha sido Inexplicablemente olvidada al hablar de los logras posteriores de la Espa­ña republicana y su extensión a Hlspanoa­m'rlca. Autores como Alfonso Reyes o Mar­tfn Luis Guzmán Influlrfon en la generación del 27, en el grupo ultrafsta, el periodismo ortegulano e, Incluso, en algunas decisiones polltlcas de Manuel Azaña durante sus años de gobierno republicano. Pero muchos otro. mexicanos radicados en España por motivos diplomáticos, personales o bien a causa de esos breves pero significativos exilios sufridos balo los gobiernos de Por­firio Dfaz y Venustlano Carranza, forma­rfan parte tambl'n, sin .aberlo en ese mo­mento, de la avanzada que anticipaba ya al exilio republicano -o transtlerra, según la expresión de Jos' Gaos- vivido en M. xlco años despu's. Los mexicanos Vicente Rlva Palacio, Juan de Dios Peza, Salvador Quevedo y Zubleta, Amado Nervo, Lul. G. Urblna, Francisco A. de Icaza, Guillermo JI­m'nez, Carlos Pereyra, Fraclsco L. Urqulzo, Jo.' Juan Tablada, Genaro Estrada, Jos'

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Vasconcelos, Enrique González Martrnez, Xavier Villaurrutia, Gllberto Owen, Carlos Pellicer, José Gorostlza, SlIvlo Zavala, Mau­ricio Magdaleno, Diego Rivera, Angel Zá­rraga, por mencionar sólo unos cuantos de los nombres que figuraron en las listas pri­vilegiadas de las me¡ores publicaciones pe­riódicas y editoriales de España, del Ateneo madrileño o el Centro de Estudios Históri­cos, fueron factores esenciales, algunas ve­ces a mucha distancia geográfica, en el de­sarrollo de la cultura IIterdria, artrstlca y política de la Penfnsula.

También extendería su sombra de In­fluencia sobre la vida social y culturalespa­ñola el devenir del proceso revolucionario mexicano, con sus hechos de armas y reper­cusiones sobre la vida dela colonia españo­la, con sus logros culturales. Porfirio Díaz, Venustiano Carranza, Álvaro Obregón, las relaciones conflictivas entre México y los Es­tados Unidos, los programas educativos y de difusión cultural de José Vasconcelos, el apoyo a las artes, fueron tópicos cotidia­nos, en ocasiones de primera plana, de la España anterior a la Guerra Civil. Todos es­tos hechos se hacen patentes gracias al aná­Usls minucioso de esa prensa hispana que, aun censurada, fue elespe¡o de la actividad diaria y de las profundidades del alma cul­tural y política de entonces.

Tanto en el mantenimiento de la tradición como en la consolidación de las tendencias vanguardistas, los autores antes menciona­dos, y otros tantos mexicanos, fueron en su tiempo ampliamente reconocidos como pie­zas clave por los más variados autorespe­ninsulares e hispanoamericanos que publica­ban en Madrid y otras provincias. Hombres vinculados, comprometidos con México, fue­ron José Ortega y Gasset, Manuel Azaña, Cipriano Rivas Cherif, Enrique Díez Canedo, Corpu~ Barga, Concha Espina, Valle-Inclán, los vanguardistas Guillermo de Torre y Ra­fael Cansinos Asséns, los futuros transterra­dos Rafael Altamira, José Gaos o José Ber­gamin; los americanos Gabriela Mistral, Chacón y Calvo, César E. Arroyo. Y muchos otros nombres de autores olvidados, como el poeta Goy de Silva, y de políticos y pe­riodistas.

Sin embargo, diversos acontecimientos políticos, sociales, editoriales, propiciarían que muchas de las opiniones de más peso de y, sobre el México de entonces cayeran con el tiempo en un olvido casi absoluto. Por un lado, algunos de los muchos libros publica­dos por mexicanos en España durante esa época no alcanzaron a ver una segunda edi­ción. Además, materiales de españeJes con­servados en publicaciones periódicas de la época, por estar circunscritos a los temas del momento, o por otras causas, no llega­rían a formar parte de libros, con lo que su difusión masiva se vio cortada o, cuando menos, limitada. Otros textos más, al tras­ladarse a volumen, sufrieron transforma­ciones tan profundas en su contenido que, a final de cuentas, sólo servirían en el futu-

ro para reforzar la Imagen jIarclal y"'''. mada que hoy conocemos del tema. Un cho clave en esta desaparición casi ofIca.. la presencia mexicana en España fue buena parte del material documental e nográflco sobre el tema, o fue destrulclo rantela Guerra.Clvll-como sucedió coa archivos de Martín Luis Guzmán-, o pe necló durante cuarenta años sin ser co tado en las hemerotecas salvadas del sastre.

Sintetizando al máximo la partlelp mexicana en la vida española de enta podrramos decir que, vuelto Martrn Guzmán a su país -que para entonces, radóllcamente, era el de adopclón- un de meses antes de estallar la Guerra C el momento culminante de la relación h ...... nomexlcana que marcarra nuestro siglo fue el viale a la Penfnsula de una delegae -en la que iba, entre otros, Octavlo Paz­al Segundo Congreso Internacional de Escri­tores en Defensa de la Cultura. El poe_ "INo pasarán." y el artrculo"A la iuventucl española", aparecido en la publicación .... publlcana El mono CJzul, serán los testimo­nios inciales de apoyo que Paz brindó a la causa. Ya en México, en pleno exilio, algu­nos de los autores conocidos poco antes en España se as1mllarán naturalmente, en el caso de Paz, a TCJller, yen el de los otros mu­chos mexicanos acogidos política y cultural­mente a España, a los proyectos que tante darían de qué hablar sobre el transtlerro .... publicano en nuestro r.aís.

La pequeña antolog a que se despliega a continuación es una selecta muestra de la actividad literaria, artística y politlca desa­rrollada por los escritores y artistas mexi­canos radicados o vinculados a distancia con las publicaciones, los espacios cultura­les y políticos de España anteriores al esta­llido de la Guerra Civil. Este número de 81-bllotecCJ de México incluye asimismo el refleio que los mexicanos provocaban en la intelectualidad española e hispanoamerica­na de entonces. Cabe señalar que los tex­tos del autor más significativo del perrodo, Alfonso Reyes, ya han sido reunidos por el Fondo de Cultura Econ&mica en EspCJñCJ en ICJ obrCJ de Alfonso #leyes.

Gran parte del material, recogido de pu­blicaciones hispanas de estirpe Intelectual e ideológica muy variada, es Inédito en li­bro o se presenta en su primera versión. Co­mo se podrá observar también, en la selec­ción de textos, ni están to-dos los autores siempre mencionados al hablar de este te­ma ni se ha perseguido reproducir la Ima­gen clásica de los Incluidos. Creo que uno de los mayores logros a que podrra aspirar este momento' conmemorativo y polémico, en­globado balo el nombre de Quinta Centena­rio, es a la revisión en profundidad de 1_ relaciones actuales, y no sólo de hace cinco siglos, entre México y España, asr como 1 .. que se mantienen hoy en dra entre nuestro. clásicos modernos, sus obras y 101lectol'8l finiseculares.

Alfonso Reyes con Juan Sónchez Azcono, en España, ca. 1914·15. Archivo Juan Sónchez Azcona. •

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José Fidencio de Jesús Constantino Sintora .

MARTÍN LUIS GUZMÁN

El "Niño Fidencio" y la Ciudad del Dolor

Biblioteca de M éxico

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De El debate, .30 de marzo de 1928. Esta primera entrega, de dos, culmmaba con el siguiente texto de advertencia: "N. de la R. - En toda la Prensa americana y en muchos periódicos de Europa se habla del "Niño Fidencio". Nos ha parecido oportuno recabar para nuestros lectores- una infonnación objetiva de este curioso asunto. Parece ocio­so advertir que la publicación de estos datos puramente infonnativos nada prejuzga en absoluto en cuanto a nues­tro modo de apreciar la cuestión, y no debe , por tanto, interpretarse en más sentido que el que tiene : el de dar cuenta puntual y verídica de los sucesos a nuestros lecto­res". Texto inédito en libro .

QUiZá el "Niño Fidencio" posea el don de lo oportu­no en el mismo grado superlativo que sus otras cuali­dades. Quizá eso explique el rápido proceso que lo ha hecho pasar de la oscuridad más absoluta a la notorie­dad más completa. El caso es que todo México habla en estos días de sus virtudes extraordinarias, de sus vir­tudes casi maravillosas, y que día a día aumenta la ca­ravana, sin principio ni fin -formada en gran parte por enfermos incurables-, que va hasta la choza donde el "Niño" distribuye salud gratuitamente y a manos llenas.

El "Niño Fidencio", ya se entiende, no es un niño, si­no un hombre. Su breve historia nos la cuenta, a tra­vés de los diarios mexicanos, el doctor Francisco Ba-

, zán (de la Facultad de aquel país). Nació el "Niño" en Yuriria hará apenas veinte años, de madre española y padre inglés. Trece hermanos lo esperaban ya al venir él al mundo; luego la familia creció con la llegada de seis hermanos más. Lo numeroso de la prole no era, sin embargo, obstáculo para que el bienestar reinase en aquella casa: los padres de Fidencio vivían satisfe­chos; sus hermanos crecían felices . Pero él, en vez de disfrutar del grato ambiente que le rodeaba, iba sintien­do más y más la inclinación a negarlo . Una rara preco­cidad le hizo concebir pronto el mundo como tránsito donde sólo el sufrimiento tiene valor, como sitio he­cho para que las penas rediman y dejen pura el alma. Pensando así, a los siete años abandonó a sus padres y hermanos, sin otro propósito que el de sufrir: sufrir ruda y cruelmente.

El "Niño Fidencio" vaga entonces largo tiempo por campos y montes. Pide limosna en las aldeas. Castiga su cuerpo tierno con las torturas del hambre , del frío, del sol, si bien se considera cada día más firme en su creencia de que padeciendo logrará conocerse y sal­varse . Su naturaleza se debilita; llega un momento en que su inteligencia parece que se va a nublar de modo definitivo. Pero al fin, cuando la dura prueba a que él mismo ha querido someterse está a punto de vencer­lo, un impulso inconsciente le manda pedir asilo en­tre gentes pobres y desconocidas. Lo obtiene, aquí hoy, mañana allá. Por último, lo recoge un antiguo revolu­cionario, un ex oficial de Rodolfo Fierro (el famoso lu­garteniente de Pancho Villa) .

De la experiencia de sus dolores fisicos, el "Niño Fi­dencio", niño aún, surge como a nueva vida. Ahora se siente dotado de inmensa capacidad para hacer el bien; halla en sí una visión clarísima que le permite deter­minar cuándo el sufrimiento ha purificado a quien lo padece, cuándo no. Y, en vista de ello, resuelve dedi­carse a curar a los enfermos, aunque movido menos por la mera conciencia de su nuevo poder, que por la compasión que sus semejantes le inspiran. Sus méto­dos curativos -pronto lo descubre- no se parecen a los de los médicos comunes. Las suyas son curas ex­trañas, curas que aun él, practicándolas, no siempre se explica. A veces determina, como por intuición adi­vinatoria, el origen del mal y procede a extirparlo sin

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ningún tropiezo. A veces cura con la sola voluntad de sanar, que transmite a los enfermos posando sobre ellos las manos o dándoles a beber y comer las medicinas más sencillas, substancias que no recuerdan en nada las de las boticas.

y así pasa el tiempo. El "Niño Fidencio" va trans­formándose insensiblemente de niño en hombre ' mas el paso a otra edad no le hace perder su candid~z, su pureza, ni menos sentir desmayo ninguno ante la obra caritativa que se ha impuesto a sí mismo.

La noción de que sufrir es salvarse explica que el "Ni­ño Fidencio" haya escogido para vivir uno de los sitios más desamparados del Norte de la república mexica­na. La aldea donde fue a levantar su choza es tan in­grata, que se llamaba hasta hace poco Espinazo, nom­bre que, de dos meses acá, se ha cambiado por el de Ciudad del Dolor. Aquél es -dicen quienes lo han visto- un paraje yermo, seco, triste, inhospitalario. Cuando los trenes que pasan por allí no dejan agua, la gente lucha, como en el desierto, con la sed.

Hace tres meses Espinazo no contaba cien vecinos. Hoy la fama del "Niño Fidencio" ha convertido a Ciu­dad del Dolor en un lugar de más de diez mil. Se trata, en el orden de la fe, de un caso análogo a los de Cali­fornia durante los días heroicos del descubrimiento del oro. En Ciudad del Dolor los enfermos y sus parientes viven, como hace tres cuartos de siglo los gambusinos, a orillas de los ríos auríferos: en tiendas de campaña, en albergues primitivos, entre los matorrales, al raso, al aire libre, al sol. Y es tal su vida, que no se sabe si el nuevo nombre de la antigua aldea -nombre espon­táneo, de origen desconocido- hace mérito a las do­lencias que allí se curan o a las que allí se padecen.

Mientras tanto, como en California, el milagro de la civilización va realizándose en Ciudad del Dolor. El apiñamiento humano se transforma en ciudad. Por cen­tenares se construyen a diario chozas y casas. Llegan de la inmediata ciudad de Monterrey brigadas sanita­rias cuyo trabajo suple el del Municipio que no existe. Entre cuatro tablas funciona la oficina de Correos, que distribuye hasta treinta mil cartas mensuales. Se abre después la oficina de Telégrafos. Se establecen Agen­cias de Bancos, servicios de telegramas y correspon­dencia urgentes .

En un principio la fama del "Niño Fidencio" fue reci­bida en las ciudades mexicanas con las más perfecta incredulidad. Ni era cierto -decían- que el "Niño" rea­lizara curas prodigiosas, ni menos aún que curara de balde: engañaba y estafaba. Pero luego el rumor de vo­ces de los que lo habían visto de cerca, y de los que habían sido curados, y de los parientes y amigos de es­tos últimos, fue creciendo, fue despertando en otros enfermos la fe; los cuales, curados a su vez, vinieron a sumar su voz a las ya existentes. Y de este modo, fren­te al partido de los escépticos, empezó a formarse el de los creyentes, y mientras unos llegaron a pedir ha­ce un mes que el "Niño Fidencio" fuera, en bien de la salubridad pública, expulsado de Ciudad del Dolor, y aun encarcelado, otros han salido en su defensa con testimonios fehacientes o se han sumado -siguen sumándose- a los millares de peregrinos que viajan distancias enormes para acercarse a él y recibir alivio . Y, según parece, por ahora han triunfado los de la fe, pues las tropas que tenían órdenes de acabar con los caseríos de Ciudad del Dolor han recibido finalmente órdenes en contrario.

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o s Ramón del Valle-Inclán

De El sol, "Hoja literaria" No. 273, 1 de septiembre de 1918.

Era una reina de raza maya; Era un bosque de calisaya, y era de noche. Daba el bulbul, * Sobre mi estrella su melodía, y en los laureles que enciende el día Daba mi alma su grito azul.

Crepusculares moscas de oro Abren su vuelo como un tesoro, Bordoneando con el calor. Aroma el árbol de la canela, y en el potrero se desconsuela Una vihuela de payador.

Indios que el tiempo cuentan por lunas Guían su esquife por las lagunas, y por las selvas profundas van Ciervos y tigres. Sobre las lomas Eran los toros, y las palomas Bajo los vuelos del alcotán.

Cantaba Apolo versos de Jonia; Dormía el lago de Calcedonia En un naciente trigal garzul. Arduos jinetes como centauros Reñían combates contra los sauros! En la armoniosa ribera azul.

• En la última estrofa del poema, "balbul" . Se trata pro­bablemente de una errata en la publicación original. (Nota del editor.)

l. Escribo sauros, y lo aconsonanto con centauros, por conservar, en cierto modo, la sonoridad griega, que tiene igual el término de las dos palabras, y porque sospecho que el saurio castellano es una mala traducción del fran­cés: saurien. Pero los versos, como nacieron en el primer momento, decían aSÍ:

Bellos jinetes, como centauros, Del mito antiguo remuevan lauros .

(Nota del autor.)

a

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e y las pirámides con escrituras De arcanas lenguas, y signaturas De rudos soles, su sombra dan. y va graznando con negro vuelo, Por la turquesa magna del cielo El zopilote de Yucatán.

Entre las grietas de la pirámide Deja la sierpe su verde clámide, y se hipnotiza frente a la luz. Sobre las piedras con jeroglíficos Hace sus largos sueños científicos. En la cabeza tiene una cruz.

Vuela la hamaca con ritmo lento, Las rosas frescas se dan al viento, Suelto en la fronda vuela el faisán . Se enciende el día, la selva aroma, La hamaca vuela, la niña asoma Un pie de oro bajo el fustán.

Mi reina maya languidecía Sobre la hamaca. Dorando el día, Era dorada bajo el hipil, Se abanicaba con una rosa, Decía su hamaca con cadenciosa Curva de opio, versos de abril.

Rojos claveles prende en la rolla; Rojos corales al cuello enrolla; Rojos pecados sus labios son, y sus caderas el anagrama De la serpiente. Con roja llama Pintó su boca la tentación.

Era una reina de raza maya; Era un bosque de calisaya, y era la aurora. Daba el balbul, Sobre mi estrella su melodía, y en los laureles que enciende el día Daba mi alma su grito azul.

u z

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Guillermo de Torre

De La gaceta literaria, No. 6, 15 de marzo de 1927.

Los intelectuales de toda la América Española prepa­ran estos días un homenaje en honor de Salvador Díaz Mirón. El autor de Lascas, con sus tres cuartos secula­res de vida, es no sólo el superviviente más añoso de la poesía mexicana, sino acaso también el decano de la poesía contemporánea en lengua española. Díaz Mi­rón, en unión de Gutiérrez Nájera, señala en la lírica de aquel país, la liquidación de la era romántica y el alba de una nueva época, considerada como la "edad áurea" de la poesía mexicana, y que se extiende de 1880 a 1900. Epoca en que reverberan los nombres de Ma­nuel José Othón, Luis G. Urbina, José Juan Tablada, Amado Nervo y Enrique González Martínez. ¡Lumino­sa constelación del frondoso Parnaso Mexicano! Pro­bablemente, ningún otro país ultramarino presenta en su haber lírico una tan valiosa suma de poetas y de obras que han ido dejando una fructuosa estela epigó­nica. Analizar sus cualidades y discernir sus influen­cias; delimitar el área alcanzada por la obra de poetas subsiguientes, como el malogrado Ramón López Velar­de y como José Juan Tablada -especialmente este úl­timo, con referencia a la cohorte de jaiyines juveniles o cultivadores del haikai, brotados a su zaga, como Ra­fael Lozano, Rubén Romero, Carlos Gutiérrez Cruz y Francisco Monterde García Icazbalceta- y trazar, en suma, el itinerario completo de la evolución de la poe­sía mexicana moderna, es una empresa dificil, pero ten­tadora, que en alguna otra ocasión trataré de llevar a cabo.

Hoy, no. Hoy sólo pretendo, más modesta y simple­mente, trazar algunos rasgos sumarios que pudieran bosquejar el capítulo final del pretenso ensayo; agru­par en un friso monovalente varias personalidades poé­ticas homogéneas de la nueva generación mexicana. La jerarquización de valores será indecisa, y la siste­matización acaso deficiente, pero téngase en cuenta que la escopeta de mi curiosidad aún no ha cobrado todas las piezas documentales necesarias. Que sólo po­seo a mi alcance unos cuantos libros -traídos a mis manos por la amistad o el azar-, y que barajando sus páginas, vaya intentar extraer de ellos algunos rasgos fisonómicos de sus jóvenes autores, dejando para otra oportuniad la delineación de sus perfiles completos.

Uno de estos nuevos poetas es Xavier Villaurrutia, des­doblado incidentalmente en critico, yal dibujar una ta­bla histórica de los valores poéticos de su país, nos ha anticipado ya algunos escorzos de varios poetas de la última promoción, que integran -según su certera frase- "un grupo sin grupo". ¿Quiénes son estos afi­liados sin contraseña y libres camaradas sin doctrina, sin el guión, casi inconcebible, de un ismo fusional? Pues varios poetas que, en un momento dado, cuando la elevación de Vasconcelos al Ministerio de Educación Pública, supieron desdoblarse en hombres de acción,

Díaz Mirón. fotografía de Samuel Ruiz Cabañas.

cooperando a su lado muy eficazmente en la extraor­dinaria labor cultural iniciada por aquel pensador y aportando iniciativas audaces y valiosas que pronto se hicieron carne de decreto - traducida en ediciones po­pulares y gratuitas de los clásicos, en magníficos fri­sos murales de Diego Rivera, en la creación de Acade­mias de pintura al aire libre y en otras varias realidades que, al tener ocasión de entreverlas, han inflamado nuestra admiración de lentos y burocráticos europeos. Salvador Novo, Carlos Pellicer, Jaime Torres Bodet, En­rique González Rojo, José Gorostiza, B. Ortiz de Mon­te llano y el mismo Xavier Villaurrutia formaban aque­lla falange de poetas políticos.

Pero -felizmente- nada en su poesía transparen­ta esta dualidad. Su poesía es pura, absolutamente poé­tica, sin mezcla alguna de soflamas sociales. Su poesía participa de los mismos caracteres que posee la de sus antecesores: claridad, limpidez y un sostenido senti­mentalismo de tono medio. Las innovaciones empren­didas por algunos de estos poetas radican únicamente en la técnica, en la estructura verbal. Enfrentémonos ya con ellos, empezando por la obra de uno de los poe­tas que más han avanzado -relativamente- en estas exploraciones. Por la obra de Salvador Novo. Dibujado en una pose de cigüeña - con ojos oblicuos- por Ro­berto Montenegro, aquí al frente de su primer libro En­sayos. Ensayos, en la vulgar y primaria - y no docto­ralo macaulayesca- acepción del término. Ensayos de prosa y verso. Ejercicios, flexiones, saltos vivaces que delatan la musculatura ágil de un buen atleta de

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mañana. Hoy por hoy, su destreza se evidencia mejor en el trapecio de la prosa que en las argollas del verso. A prueba: esa donosa y bien humorada caricatura de drama ibseniano -cinco minutos, diez páginas- que intitula "Divorcio". Sus prosas, ligeras y burlonas, de oriundez periodística, tienen una especial sonrisa. Léanse estas palabras de la Venus de Milo, puestas en una serie de "Confesiones de pequeños filósofos". "¿Qué cómo, en fin, tenía yo los brazos? Verá usted; yo vivía en una casa de dos piezas. En una me vestía yen la otra me desnudaba. y siempre ha habido curio­sos en ver y suponer. Ahora usted me querrá ver los brazos. Entonces, ellos querían verme lo que usted ve .

Novo y Villourru~o, por Montenegro, en lo revisto Ulises, octubre de 1927.

y yo, en ese momento, trataba de cerrar la ventana". En sus poesías hay un juego de cabriolas análogas.

Así, en un canto burlesco al mar, que comienza:

Post natal total inmersión para la ahijada de Colón con un tobillo en Patagonia y un masajista en Nueva York. (Su apendicitis abrió el Canal de Panamá).

Novo siente, en ocasiones, el yanquismo, la sugestión maquinística. Y antes que las influencias francesas, ha­bituales en todo poeta transmarino, se transparentan en sus versos las de Norteamérica, como evidencian algunas traducciones y glosas de Vachel Lindsay. (Ob­servación pertinente a Novo y extensiva a sus cófra­des: a partir del Istmo de Tehuantepec las ambiciosas ondas francesas se pierden y en las antenas literarias mexicanas se posan con más facilidad las palabras de los speakers norteamericanos: Ezra Pound, Sherwood Anderson, Vachel Lindsay . . )

'Carlos Pellicer, que prologa jovialmente los versos de Ensayos, presenta una fisonomía pareja a la de Sal­vador Novo. Pellicer, que en su primer poema, Piedra de sacrificio, prologado por Vasconcelos, pulsaba una lira indígena de amplitud ambiciosamente continen­tal, después, en sus nuevos libros rotulados extraña­mente, Seis, siete poemas, Hora y 20, entra en las es­tancias nuevas del lirismo intrascendente -pero lírico. "Inicia -según Villaurrutia- la renovación del arse-

na1 de imágenes, lográndolas precisas, nuevas, diná­micas. Rompe la media sombra y afirma -dionisiaco­el goce del color, su embriaguez y su culto" . Juicios generosos que sufren, sin duda, cierta merma al con­frontarlos con los poemas que los suscitan. Pellicer, cierto es, ha sabido asimilarse felizmente la técnica imagista del día . Como evidencian algunas de sus es­trofas:

Flota en el cielo acuo espuma blanca de jabón. La ciudad se seca los rostros con deshilados de neblina

y abre los párpados de acero.

Pero no logra armonizar totalmente los elementos del poema. Hay certeros hallazgos de visión, igualmente en una serie suya de "Poemas aéreos" : visión aviónica de Río de Janeiro, con loopings verbales arriesgados.

Más extremado en la forma, absolutamente desde­ñoso de todo canon tradicional e imantado por los pri­meros fuegos de artificio del apollinairismo -hasta el punto de que llega incluso a apropiarse algunos de sus caligramas- es Luis Quintanilla, poeta joven, al mar­gen del grupo aludido (y más afin al de los pasajeros estridentistas Maples Arce y List Arzubide) y a quien, sin embargo, creo de justicia mencionar aquí breve­mente . Kyn-Taniya -así, con esa grafia inocentemen­te deformadora de su apellido se firma- es autor de los libros Avión y Radio: libros mosaicos y apersona­les, fieles reflejos de las influencias de la época: reper­torios de motivos y sugestiones prevalecedoras en 1918-20. Ignoro las posibles y sucesivas evoluciones de Quin­tanilla, pero desearía que al haber ido asimilando y des­prendiendo influencias, simultáneamente, de su ros­tro, éste haya acabado por adquirir una expresión personal.

Y henos aquí en la ribera opuesta. En la derecha de la extrema izquierda -digámoslo así por emplear un juego de expresión, introducido por el autor de Le se­cret professionel. O, más bien, en el punto medio y en

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la confluencia de las líneas que trazan la joven poesía mexicana. Aludo a la poesía de Jaime Torres Bodet, me­recedora, sin duda, de este emplazamiento equidistante entre los extremos disímiles que señalan Novo o Quin­tanilla, por un lado, y Villaurrutia o González Rojo, por el otro lado.

Adviértase al punto que Torres Bodet es, sin duda, el poeta más formado de todos ellos. Prolonga sumisa­mente la línea de Amado Nervo, González Martínez, Luis G. Urbina. No se inquieta ni se encandila, ni se estremece en la pesquisa de normas distintas. Como precisa sagazmente Villaurrutia, "su pensamiento con­ciso, contenido, explica que no venga a romper nues­tra tradición poética; antes bien, a continuarla. La se­guridad de su acento, su conciencia artística, lo han afirmado personal, trabajando dentro de normas arqui­tectónicas y fuera de ellas".

Poesía lúcida, serena, de paisajes diáfanos y reman­sados interiores, contenida en metros tradicionales. Poesía sin peso y sin relieve, de neta oriundez simbo­lista. En ello cifra su encanto apacible, ya que no -al menos para mí- su seducción. La poesía de Torres Bo­det, como él mismo dice en un poema liminar de sus ,libros, sólo aspira a tener "la fuerza de un pétalo de

I1YN TANIYA

rosa -capaz de sostener el perfume del bosque". To­rres Bodet es, entre todos los jóvenes, el poeta de obra más copiosa. Cinco libros, que van de 1923 - Nuevas canciones- a 1925 -Biombo- y de los que ahora pre­cisamente acaba de damos un florilegio Espasa-Calpe, en un menudo volumen rotulado sencillamente Poe­sías. De ellas, sin duda, las mejores son las que se cla­van epigráficamente en nuestros ojos con ligereza de haikais.

"Palmeras" Con plumeros de esmeralda Querían limpiar de nubes el cielo de la mañana.

"Araucaria" Leímos su nombre un día en una novela. Debe oler a melancolía.

Jaiyin, en algunas páginas, como buen mexicano y fi­lial tabladista, se nos muestra asimismo Xavier Villau­rrutia en algunas páginas de su reciente bello libro, Re­flejos . Sus imágenes son, empero, siempre primarias y simples; no alcanzan el necesario desdoblamiento que requieren nuestros ojos -ya muy habituados a las du­pIes y múltiples traslaciones- para sentirse seducidos. Predomina en los versos de Villaurrutia, lo mismo que

en los de Torres Bodet, un tono íntimo, confidencial. Claroscuro de sensaciones y de imágenes. De vez en cuando, la sonrisa, la ironía que reconoce y absuelve sus limitaciones:

Este polvo blanco -de luna, ¡claro!-nos vuelve románticos.

En las poesías de Enrique González Rojo -tanto en su balbuciente libro El puerto como en los versos mejor acordados y personales que nos brindara últimamen­te en Espacio- se revela siempre un auténtico tempe­ramento de poeta que posee una heredada habilidad expresiva, muy cerca de la maestría. Siendo, como to­dos los anteriores, eminentemente subjetivo, Gonzá­lez Rojo, sin embargo, se diferencia de ellos porque su sensibilidad, muy aguzada, vertida sobre el mundo ex­terior, sabe captar delicadamente finos matices del pai­saje circundante. Así, con preferencia a ciertos poemas arquitecturados -como "Tierra de México"- yo pre­fiero para su relectura algunos vivaces diseños impre­sionistas del tipo siguiente:

Portero, tú no entiendes la diferencia entre, un palacio, una puesta de sol en el Janículo y un monte, un río, un árbol. Te doy mis cinco liras por ver el Vaticano. Por el mar, el viento, la luz, yo nada pago.

Con José Gorostiza -último de los incluidos en este friso provisional- volvemos a los poetas de intención musical antes que imaginista. "El sentimiento rítmico, de musicalidad -como apunta su compañero Villaurru­tia- se sobrepone en él a las quebraduras inarmóni­cas. Siempre somete su expresión a una música, me­nos de los oídos que del espíritu". La poesía de Gorostiza -como dice Torres Bodet en el poema epi­logal de Canciones para cantar en las barcas -es una poesía del mar y del viento. Elementos primarios de la Naturaleza que Gorostiza acierta a reflejar en ritmos líricos de suave ondulación. Cierta dulcedumbre ele­gíaca, y una nostalgia de amplitud marina, son los me­jores atributos de esta poesía cándida, de lineamentos diáfanos, pero demasiado cristalizada ya en su peque­ña perfección para no temer por las escasas posibili­dades cambiantes -que siempre debieran permanecer abiertas, en compromiso de superación frente al tiempo- de un poeta joven.

Gorostiza.

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Jaime Torres Bodet

SOBRE LA V Respuesta a una encuesta de La gaceta literaria sobre el término "vanguardia". No. 84, 15 de junio de 1930.

1.Hay varias maneras de reconocer la existencia de la "vanguardia". La más decidida de todas consiste en negarla rotundamente. Ésta es, para contraste de su lentitud, la que han elegido algunos académicos, la que han puesto de moda ciertos periodistas, la que insis­ten en propagar detenninados profesores de canto lla­no. La vanguardia no es una ideología, sino un ténni­no de orientación. No es una secta, sino la cita de un grupo involuntario de nombres en una fecha dada. No es un unifonne, sino el lugar de un combate.

Reconocer la existencia de una persona o de una ge­neración literaria equivale a comenzar a definirla. ¿Qué entendemos entonces por vanguardia? En Literatura, un deseo de sustituir al epíteto indicado por la costum­bre, el adjetivo aconsejado por la sorpresa de la propia sensibilidad. En Poesía, un temor a que la huella de ciertas emociones del sueño, demasiado ligeras durante la vigilia, no perdure en el mánnol, la piedra y el bron­ce, todos esos materiales de las estatuas famosas, de las lápidas funerarias, de las inscripciones conmemo­rativas. En Pintura, la incorporación de un mundo in­visible al visible misterio de las cosas presentes. To­das estas cualidades poseería la vanguardia si no fuesen suyas al mismo tiempo -con la misma razón- todas las cualidades contrarias. Ligereza, sí, pero lentitud; fantasía, pero sinceridad; riqueza exuberante de for­mas, pero modestia sólida del dibujo. Quiero decir con estas contradicciones -las procuro muy aparentes­que el artista de vanguardia no opera ya en el solo te­rreno limitadísimo que sus enemigos le admiten. Para seguir poseyéndolo con derecho, su obligación consis­tirá en volver a vivir, por sí mismo, las definiciones de esa historia del arte que la cultura no da nunca la ca­pacidad de saber. Desde este punto de vista, vanguar­dia no es sino un ténnino relativo, un blanco, la fron­tera que una generación se marca a sí misma . . . para tener el orgullo de salvarla después.

2. No sé si esta fonna de interpretar la vanguardia -una complicidad en el tiempo- logrará enriquecer la cohesión de sus miembros más fieles. Es posible que no. Hay escritores, sin raíz, que se proponen dar la im­presión de haber nacido de nadie. Su procedimiento no es, sin embargo, en la esencia, ni mejor ni peor que el de los sedentarios que se resignan a haber nacido de todos. Consultado por sus amigos acerca del lugar en que hallaba los sombreros que 10 habían hecho fa­moso en la escena, un actor de 1890, en París, tuvo es­ta frase admirable: "No los encuentro, los guardo". ¡Cuántos poetas, cuántos autores ilustres -no exclui­ría de ellos a Paul Valéry- podrían decir exactamente 10 mismo: En efecto, cuando no se padece el fervor de las curiosidades dispersas, hay que ostentar el rigor de las definiciones constantes. Una ley apacible ordena los más irregulares caprichos. El solo cambio de las es­taciones vuelve a poner de moda, para el otoño, el es-

( A tilo, la frase, el movimiento del alma que la primavera nos había incitado a olvidar.

3. En arte, la unión no hace nunca la fuerza. ¿Có­mo atrevenne, entonces, a multiplicar infinitamente, en esta respuesta, la lista de los propósitos generales de la vanguardia? Serían tantos, a mi juicio, como las sensibilidades originales que la animasen. ¿Tantos? Muy pocos, tan pocos como las sensibilidades origina­les que una renovación literaria produce.

4 . No creo que la política literaria -la única que me interesa para los fines de la presente indagación- sea esencialmente diversa del capricho con que ciertas em­presas editoriales disponen la propaganda de los artí­culos que fonnan su mercancía. Mientras nuestro idio­ma carezca de críticos, la política de la literatura la harán el impresor, el anunciante y el empleado encar­gado de distribuir los volúmenes nuevos en los esca­parates de las librerías. A nosotros, escritores y públi­co, nos queda el recurso del tiempo. ¿Quién como él para ordenar los méritos efectivos? Y para destruir los imaginarios.

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Enrique González Rojo

SOBRE LA VANGUARDIA

Respuesta a una encuesta de La gaceta literaria sobre el término "vanguardia". No . 84, 15 de junio de 1930.

1. La "vanguardia" en Literatura existe y ha existido siempre como un hecho histórico; pero no como doctrina.

2. Esto quiere decir que yo entiendo la vanguardia literaria como un afán de renovación, de superación y muchas veces un simple movimiento de reacción contra la estética de nuestros inmediatos antecesores. Lo que explica, en su seno, esos bruscos retornos al pasado cuando no basta el audaz desprecio de las nor­mas. Casi es una ley natural, nunca una escuela.

3. Siendo así, no tiene postulados. Mejor dicho, no tiene postulados comunes. Cada grupo que se forma con las características antes enunciadas cree ser el úni­co grupo de vanguardia. Y, en efecto, lo son todos cuan­do, con el suprarrealismo, intentan una trascendental reforma temática o, con los demás ismos de postgue­rra, se lanzan a la búsqueda de una nueva expresión.

4. En medio de las luchas sociales y políticas de mi país, siempre he defendido la pureza del arte, y ahora insisto nuevamente en ella. Pero esto no significa que el artista joven deba vivir al margen de la lucha, sino todo lo contrario. Cuando levanta la espada, deja des­cansar la pluma.

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Dos billetes

TMADÔNË^O"

En Prometeo, marzo de 1909. Ágape en honor de Mariano José de Larra, Fígaro, organizado por Gómez de la Sema en el restaurante Fomos, el 24 de febrero de 1909.

Mi querido amigo [José Francés]: Una fuerte gñppe como es usual en este traidor mes de Marzo, me

impide salir de noche; pero estoy espiritualmente con ustedes en ese ágape fúnebre, en ese banquete en honor del que dejó su sitio vacío en la vida, por hallar quizá harto amargos el pan y la sal del mundo. "¡Mundo amargo, allí te quedas!"

¿No celebraban los antiguos los funerales de sus héroes con liba­ciones y ágapes? Cabe, pues, en la lógica de escépticos —o creyentes— el banquete que congregará a ustedes esta noche alrededor de un recuerdo: el de ese grande Larra que a los veintiocho años sabía más y había sufrido más que todos nosotros a los treinta y tantos.

En Cervantes, No. 16, mayo de 1918. Junto a otras opiniones sobre el autor uruguayo José Enrique Rodó, con motivo de su reciente fallecimiento.

He aquí los escalones del ingenio de nuestras tierras, cuando es pre­destinado: primero, su provincia; después, su República; luego, Amé­rica; más tarde, España; al fin, el mundo.

Rodó, el amado de los dioses, ascendió por todos los escalones, se­reno, radiante, inmortal. . .

No es nuestro, por más que nos enorgullezca su paisanaje: perte­nece ya a la cultura y a la excelencia humanas.

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Homenoje α bua, al que no asistió Nervo.

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JOSÉ JUAN TABLADA

Aquellos hombres. De Ind/ce, No. 4, c. 1921 . Inédito en libro.

Los clarines af6nicos se rehusaron a convo­car al motin. Los machetes, al salir de sus vainas, exhalaron grandes suspiros; los ca­ballos, sacudiendo sus cabezas reacias, de­laron caer lágrimas de sus olos asombra­dos; los perros de hocicos sangrientos aullaron, erizados, a la muerte; los árboles, batidos por el viento, sollozaban, quebran­do sus ramas para que no sirvieran de hor­cas; las muieres se enlugaban los rostros lívidos, quelándose amargamente; los ro­sarios se hacian polvo en manos de las an­cianas rezaderas; los niños, con la voz en­trecortada, se abrazaban a las faldas de sus madres ...

Las calas fuertes se abrían solas, cansa­das de resistir; las cartas, antes de ser vio­ladas, salian de sus sobres; los rateros, es­pontáneamente, se fueron a las Islas, como a una Tebaida ...

Hastiados, los gusanos de las sepulturas abandonaron los cadáveres. Un Cristo de cabellos humanos sud6 sangre. . . Los zo­pilotes se perdieron en el azul ... Un idolo se tap6 los olos de obsidlana con las manos de piedra .. .

15610 aquellos hombres, para seguir la guerra fratricida, bebieron a grandes sor­bos, incendiando sus almas tenebrosas con el implacable delirio del Alcoholl

Nueva York, 1921.

Esta rara foto tiene al reversa una dedicatoria autógrafa de Tablada, al profesar Alfonso Corneio y Canalizo, fechada en Cuernavaca el 20 de septiembre de 1942. Cortesía de Mario Federico Real de Arua.

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LUIS G. URBINA

CERVANT En Cervantes, No. 1, agosto de 1916. Fragmento inédito en libro.

N O olvidaré nunca aquellas maña­nas de entusiasmo escolar, duran­te las cuales explicaba yo, año por año, la vida y la obra de Cervantes; y luego, de acuerdo con el progra­ma universitario, leía y comentaba fragmentos de los libros gloriosos. Mi clase tomaba, en esos días, as­pecto de fiesta . Desde el principio del curso me complacía yo en ir pre­parando la curiosidad juvenil, el in­terés de los alumnos para cuatro o cinco figuras soberanas de la Histo­ria de la Literatura Española, las de más relieve y representación, du­rante la famosa l/Edad de Oro".

He de recordar siempre cómo, cargado de volúmenes, me apresu­raba a subir por la claustral y mo­numental escalera de mi Escuela Preparatoria; cómo me esperaban ya, impacientes y risueños, los mu­chachos amigos, los serviciales y afectuosos discípulos que suelen no faltar alrededor de un maestro em­peñoso; cómo los asientos del aula quedaban instantáneamente ocupa­dos por la multitud alborotadora que, después de oír pasar lista, ha­cía un esfuerzo para mantenerse en larga y silenciosa quietud; cómo, en suma, ante el auditorio de colegia­les, dispuesto a escucharme con agrado, me sentía lleno de bienes­tar, harto recompensado por mis es­fuerzos, no malquisto con mi con­ciencia y satisfecho de ocupar mi si­llón de profesor que no hubiera cambiado por una curul en el Con­greso.

Mi seguridad era plena, honda mi convicción de que la exagerada y, por lo tanto, extraordinaria atención de los estudiantes -cuyas cabezas en filas apretadas miraban con fije­za y sonreían con anhelo- no se iba a deber a mi palabra, clara, apaci­ble y hasta un poco pintoresca, pe­ro no elocuente, ni a mi erudición, que, a tenerla, no hubiese encontra­do allí útil empleo, puesto que no se trataba de una cátedra de estu­dios superiores y especiales; ni tam­poco a mi prestigio que fue más grande por mi dedicación que por mi sabiduría. La reverente seriedad manifestada, en aquel recinto lumi­noso Y severo, debíase casi exclusi-

vamente al asunto: Vida y obras de Don Miguel de Cervantes Saavedra.

Conforme el relato avanzaba y, de la niñez viajera y pobre, a la mo­cedad aventurera y atrevida, a la madurez opaca y triste, a la aban­donada y piadosa ancianidad, se iba desarrollando la existencia del inge­nioso hidalgo, las almas de los oyen­tes -almas nuevas y sedientas de ideal- comenzaban a sentir el cos­quilleo de la emoción y a seguir con las trémulas alas de colibrí de la fan­tasía, los incidentes y episodios de la novela vivida, real hasta la truha­nería como narración de pícaros, es­piritual hasta el sacrificio sublime, hasta el dolor transfigurado, hasta la valentía fabulosa, hasta la muda resignación, como poema de santos y de héroes.

Sí, escuchaban los jóvenes la más apasionada y movida de las "Novelas ejemplares": el hijo del paupérrimo cirujano que, en famélica peregrina­ción, va de Alcalá a Valladolid, de Valladolid a Madrid, de Madrid a Se­villa; el criado del Cardenal Acqua­viva, que se parte a Italia en busca de fortuna; el jarifo soldado (de la

compañía de don Diego Urbina), que anduvo ruando por Milán, Roma y Nápoles, y que temblando por el frío de las tercianas y el ímpetu de la ira, luchó en una galera de Lepan­to hasta que un hacha berberisca le hendió, por la mano, el siniestro brazo; el herido del hospital Mesi­na, el vagabundo de los olvidados tercios españoles, el cautivo de Ar­gel, rescatado después de cinco años de peripecias y tentativas de eva­sión; el misterioso enamorado de Portugal, el grave desposado de Es­quivias, el andariego de Andalucía, el alcabalero de Granada, el prisio­nero de Sevilla, el vecino de Madrid, el sospechoso en el proceso de la muerte de Ezpeleta; ya viejo, ya can­sado, ya desencantado; pero decidi­dar y orgulloso todavía, zumbón en el abandono y la ingratitud, gracio­so en la penuria, virtuoso en la ne­cesidad, caballeresco en la indigen­cia, rondador desdeñado de la for­tuna, secreto amante de la gloria, profundo y risueño observador del pueblo y de la época, y que, puesto ya el pie en el estribo, con las ansias de la muerte, en una serena y cris-

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Urbina.

Biblioteca de México 35

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:~ .. ~r. Id

Página del Qui¡ote, de una de las más antiguas

ediciones en japonés.

tiana agonía tiene alientos aún pa­ra escribir a su protector, el Conde de Lemos, una carta donosa; el hom­bre agitado y desventurado, el hidal­güelo pobretón y altivo, el poeta tan grande en el ingenio como en el in­fortunio, el que creyó en la amistad inútil de Mateo Vázquez, el que su­frió la enemistad humilladora de Lo­pe, es una fecunda y estimulante lección de energía, de grandeza mo­ral, de robustez de espíritu, de vida humana purificada por el dolor y no esterilizada ni vencida por la adver­sidad.

Los muchachos aplaudían los pa­sajes más intensos de la complica­da crónica, en la cual intercalaba yo pertinentes citas, lectura de páginas biográficas, capítulos de la vivaz re­surrección de Navarro Ledesma, na­rraciones, en prosa Y verso, de sa­bor quinientista, del mismo Cervan­tes, todo cuanto pudiera explicar lo confuso, animar lo muerto, esclare­cer lo obscuro, dar realce a la exis­tencia penosa y gloriosa de aquel hermoso tipo, dilecto juntamente por la desventura y por el arte .

y noté, año por año, durante diez o doce cursos escolares, que, con­forme avanzaba la relación, los es­tudiantes que me oían iban transfor­mando su curiosidad en asombro, su asombro en admiración, su admi­ración en simpatía, y su simpatía los empujaba y los dejaba en las cum­bres del amor y la veneración.

Cuando llegaba la hora de la lec­tura escogida entre la vasta obra cervantina, del juicio sintético, del comentario oportuno, los alumnos entendían mejor, y paladeaban con visible agrado, ya la descripción eglótica de la "Galatea", ya el ento­nado parlamento de la "Numancia",

ya el discurso sobre las armas y las letras, o la defensa de la pastora Marcela, o los dichos de arrieros y cabreros, o las nobles y sutiles ra­zones del avellanado manchego, o los refranes intencionados y grose­ros de su obeso acompañante, que corren por ventas y majadas en la inmortal y cómica epopeya; ya las rimadas y campanudas galanterías del "Viaje al Parnaso"; ya, por últi­mo, la melancólica introducción del "Persiles y Segismunda", por la cual pasa hidrópico, amarillo, manco, descoyuntado y triste, con sus lar­gos cabellos de plata que no ha mu­chos años eran de oro, el buen don Miguel Cervantes Saavedra, lumino­so todavía y magnífico en su triste­za, tal como un sol poniente.

Todo 10 que en los hispano-ame­ricanos hay, por ineludible ley, de espíritu de raza, sentíase satisfecho entonces, frente a uno de los prodi­giosos arquetipos del pueblo proge­nitor; pero, por encima de esta cir­cunscrita impresión de envaneci­miento, otro sentir más elevado y amplio fortalecía y entonaba a dis­cípulos y maestro. Experimentá­bamos, para no olvidarlo jamás, pa­ra recordarlo siempre y acrecen­tarlo , en presencia de los grandes hechos, el orgullo de que nos habló el poeta; el inmenso orgullo de ser hombres.

y yo sentía, además, el pequeño orgullo de haber sacudido un ins­tante, frente a las atónitas miradas de aquella turba de rapaces inge­nuos, la antorcha inextinguible del ideal y de la fe.

Hoy ha variado la situación; hoy, a zancos y barrancos, escribo un ar­tículos de periódico, en un cuarto de posada, sobre una mesa sin libros; a solas, en medio de cuatro paredes que, por su desnudez, traen a la me­moria los aposentos de las ventas manchegas. Pero mi entusiasmo y mi fervor por la vida y la obra de Cervantes permanecen intactos, más firmes quizás, a la manera de esas antiguas construcciones cuyos silla­res asienta y maciza, como tenaz alarife, el tiempo que pasa.

Por eso me duele que, mientras el Centenario de la muerte de Sha­kespeare -ese otro divino creador de almas- se celebra con ardientes fiestas de cultura por los extensos ámbitos en que resuena la lengua inglesa, el Centenario de Cervantes se deslice obscurecido, opaco y mo, en los países de allende y aquende el mar, donde millones de seres ex­presan sus pensamientos, sus anhe­los, sus esperanzas, sus pasiones, en este verbo de vibraciones metálicas, flexible y rico, greciso y diáfano, que ora es lámina de batihoja, ora cristal de ánfora, ora mansa linfa pa­ra la ternura, ora torrente rabioso para el arrebato, y que se extiende terso como la seda, o se encrespa,

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espumante como la ola, y que todo lo dice, todo lo hace vivir, todo lo exterioriza, matizado y modelado, fresco y sonoro, rítmico y musical.

Cervantes, que no nació como un hongo en el campo de la literatura castellana, es, para mí, el más vigo­roso eslabón en la áurea cadena de las letras ibéricas.

Los eslabones ascendentes esta­ban forjados a maravilla, en ver­náculo y formidable yunque; Juan Ruiz martilló con su mano vellosa y gorda, y su trefudo brazo, el anillo de hierro medioeval, incrustado de diamantes, del "Libro de Buen Amor"; en esta tarea hercúlea, le ayudó, con su pintoresca y libre sá­tira, el bachiller D. Alfonso Martí­nez de Toledo, archipreste como el otro y como él excelente dondeador y mundólogo; Garci Ordóñez de Montalvo trajo de Portugal el anillo fúlgido, de formas retorcidas y ex­travagantes, del Amadís; don Fer­nando de Rojas colocó, sombrío y coruscante, el estupendo eslabón de "La Celestina", y muy cerca ya, unos dedos misteriosos labraron la fábula de acero despulido del pica­resco "Lazarillo", y otros dedos finos y marfileños, los del lusitano Mon­temayor, tejieron la cadenilla italia­na de la novela pastoril. A lo lejos brillaba, como una montaña de oro fabuloso, el "Romancero".

No fue tampoco extraño a la for­jadura el trashumante Lope de Rue­da; mas, de este eslabón del teatro se asió mejor y con más poderosa garra, el "Fénix de los ingenios".

Cervantes es el anillo construido por la raza con todos los metales y las gemas de los ingenios anteriores y fundido en un molde peculiar que abarca y comprende, no sólo el al­ma del pueblo que produjo tamaño portento, sino el alma humana en su inquieta e infinita variedad.

De aquí que si vemos en Lope de Vega a toda España, con su lírica portentosa y su teatro inagotable; y vemos en Calderón a toda España, y a todo un siglo católico y cortesa­no, galante y plateresco, que pren­día al terciopelo negro de su devo­ción la cruz de sangre de su honor exaltado, en Cervantes vemos a to­da España también; pero, a la vez, más allá de una nación, y de una época, y de las costumbres y de las creencias, a toda la humanidad, que reducida a símbolo pasmoso se en­cierra en las antitéticas figuras del caballero y del escudero, uno largo y rígido, picando el firmamento con la punta de su lanza; el otro, bajo y ventrudo, inclinado hacia la tierra para ver y sortear las escarpaduras del camino. Así van, por los siglos de los siglos, los dos emblemáticos personajes, destacados en negro, dentro de un enorme arco de luz, como en la ilustración dantesca de Gustave Doré.

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Ernesto Giménez Caballero

Un gran raman De La gaceta literaria, No. 17, 1 de septiembre de 1927. Este articulo iba seguido del capítulo XV de Los de abajo.

Lo que nosotros pedíamos -sin acertar cómo- a América, ahí está. En esa novela.

Escribo estas líneas bajo la impresión eléctrica con que me ha sacudido esa novela, desco­rriéndome el jirón de las gran­des revelaciones.

Se puede hacer sin miedo la afirmación: desde los poemas de Rubén Daría, nada compa­rable a esta novela de Maria­no Azuela, Los de abajo. Es más, podríamos, sin temor, forzar la afirmación. Esta novela: supe­rior al esfuerzo rubendariano. Lo de Rubén Daría era -rela­tivamente- lo fácil: el verso, el lirismo resuelto en pautas, si nuevas, también tradiciona­les. Lo dificil en América seguía siendo la novela. Tanto en Mas­sachussets como en las Pampas.

Ya Chile, con su Barrios, y Argentina con su Güiraldes, nos habían dado una promesa, un aperitivo expectante ... Pe­ro en Barrios y Güiraldes ha­bía todavía demasiado perfil, demasiada europeidad, cierto sabor de antigua cepa.

La revelación de lo nuevo tenía que venir -claro- del país más viejo de América. Del de los aztecas. Donde una es­casa mezcla cosmopolita dejó pura la veta autóctona ligada a la confluencia española de la conquista.

México, país fronterizo, país volcánico de temas políticos y sociales, tenía que dar ese ges­to creador y poemático de la novedad en arte.

México no ha interrumpido su aportación artística al acer­vo cultural en ningún momen­to. Con sus antiguos universi­tarios, sus monjas místicas, sus poetas modernos y sus ensa­yistas. Ahora nos da la eclosión de un novelista: ese Mariano Azuela, oscuro médico, según parece, contemplativo, desde su rincón, del alma mexicana en lucha.

de es más bien un poema épi­co devenido novela. Los de aba­jo, en su sentido íntegramente histórico (de doble significa­do), es un romance . Un géne­ro mediévico, infante, balbu­ceador, con ojos de niño. Esa, esa era la virginidad que le pe­díamos a América. Los de aba­jo. Sí. Un paisaje de figuras y pasiones: prognato, exótico, mi­lenario, supersticioso, primiti­vo. Entrecruzado por los refle­jos de una civilización audaz y piadosa como la española.

Los de abajo parece un poe­ma de guerrilleros castellanos. Demetrio es ese hombre que han ensayado a cantar Baroja, Galdós, Valle-Inclán. Pero es, además, una afirmación de ét­nica azteca. Demetrio es el mexicano con alma precolom­bina: bravía, infantil, noble y sin sentido.

Demetrio no sabe bien por qué combate ni por quién. Combate por un imperativo vi­tal que toma caracteres religio­sos. La novela ha logrado es­tampar este tipo. Y ha logrado muchas cosas más: no utilizar la anécdota para nada. Y sí en cambio la ternura, el odio y la piedad: pero en su versión po­pular y genial.

Los de abajo es una novela cristiana, honda, desgarradora­mente humana. Un yanqui no podría hacer nunca esta nove­la. El yanqui se queda en el hé­roe abstracto, sobrenatural y falso de la película. En cambio, este México de Azuela ha da­do un libro que pudiendo ser ruso de última hora y español de los buenos tiempos, no lo es, porque es esencialmente mexicano.

Es una fortuna enorme que

Los de abajo es esa cosa auroral, donde la novela se con­funde con el poema épico, don- foto Arch¡vo Cososolo.

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esta novela esté en el ciclo del habla española. Que repercu­ta en nuestros oídos con la vir­ginidad de su creación directa, sin traductores intermediarios.

¡México! ¡Nicaragua! ¡Azue­la, Rubén Daría! Preocupacio­nes serias y únicas de Améri­ca. ¡Nada de academias ni de bisutería! ¡Nada de nuevos dic­cionarios y de tangos finos pa­ra naciones libres!

México, Nicaragua: cara a cara con la verdad. La de De­metrio; la del cantor de Vida y Esperanza. Es decir, la sombra terrible de ese enemigo rubio y frío que avanza como cáncer inexorable, comiéndose el co­razón entrañablemente huma­no de Suramérica.

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César E. Arroyo

Salvador Díaz Mirón En Cervantes, julio de 1918. El autor ecuatoriano César E. Arro­yo realizó los retratos de algu­nos "Modernos poetas mexica­nos", que incluyó los de Gutié­rrez Nájera, Justo Sierra, Díaz Mirón y Luis G. Urbina.

H e aquí un poeta, un enor­me poeta, que en América no tiene predecesores ni conti­nuadores, pero sí una legión de lamentables imitadores. Pa­ra encontrarle parentesco líri­co, hay que remontarse hasta la cumbre misma del Olimpo inmortal donde mora el divino espíritu de Hugo, con el que tiene, sobre todo por los versos de su primera época, muchos puntos de contacto; tanto es así, que en su Canto a Víctor Hugo muestra Díaz Mirón tal comprensión, tal compenetra­ción, no sólo con el espíritu, si­no hasta con la técnica del ge­nio francés, que esa pieza pa­rece una oda escrita por el mismo Hugo, en loor de algún super-hombre de su altísima devoción. Y con decir esto, es­tá dicho todo.

Salvador Díaz Mirón es el poeta del impetuoso arranque, del encendido apóstrofe, de las imágenes desconcertantes y deslumbradoras, del verbo can­dente y la estrofa lapidaria. Es­te titán del verso da la impre­sión de proceder siempre en sus poemas con fuego y con sangre, con bloques y con mon­tañas, con truenos y haces de rayos deslumbradores. Sin em­bargo, un hálito pagano, una armonía helena parecen co­rrer por toda su obra, en la que cada estrofa tiene un valor real, independiente y perenne, con el que vive hoy en la me­moria y en los labios de los contemporáneos y vivirá des­pués en los de las generacio­nes del porvenir.

Espíritu inquieto, ávido, ambicioso cual ninguno, des­pués de haber llegado a ser un lírico sin igual, quiso dominar la técnica, haciendo del verso una maravillosa obra de orfe­brería, y escnbió, mejor dicho, buriló ese prodigio de Lascas, libro único de arte supremo, en el que no ha~ sabia combi­nación métrica que no esté usada, rima extravagante que no esté empleada, dificultad que no sea vencida, haciendo de él una obra maestra, asequi­ble únicamente a los iniciados

en los secretos de un arte, no sólo novísimo, sino futurista.

A la publicación de este vo­lumen (1906), Díaz Mirón, con un gesto de orgullo demonia­co, declaró que reconocía a Lascas por su único libro, dan­do por no escrita toda su obra anterior.

A pesar de esta declaración, vivirán en la literatura castella­na, con vida propia y perdura­ble, dos fases de este inmenso poeta: la de la primera época -apóstrofe, soberbia pasión-, que se sintetiza en las estrofas A Gloria, y la de la segunda -preciosismo, sutilidad, refi­namiento- que se concreta y cristaliza en la gemadajoya de Lascas. Ambas épocas se re­lacionan y se enlazan por el aliento panida y pagano que la

potente personalidad del crea­dor ha sabido comunicar a la obra total. "Victorias animadas parecen las estrofas del poeta -dice, refiriéndose a Díaz Mi­rón, José Juan Tablada- ; arrancó a la de Samotracia de su base rostral , le reintegró su testa soberana y animó su ím­petu; a la Ateniense, a la que desata su sandalia y que tiene la impaciencia del vuelo difundida en todos los pliegues de su túni­ca, le restituyó su divina cele­ridad; a la Áptera, le donó sus alas perdidas y sonoras; y a to­das, a la de Megarense, a la de Peonios, a la de Orcomenes, las suspendió redimidas y flo­tantes en el éter luminoso de su creación poética. La reme­moración de la Grecia lumino­sa se impone siempre al reCQ-

JUNIO DE 190p.

rrer la obra de Díaz Mirón. Así los gestos heroicos contenidos por grave armonía se multipli­can, y cree el lector transitar por una avenida de Olimpia o de Corinto, decorada por las estatuas de los púgiles célebres y de los amigos victoriosos. Así el énfasis de una frase hace pensar en las inscripciones la­pidarias y un poema de sen­sual melancolía produce idén­tica impresión que la Afrodita de Epidauros, velada por el hi­mation y con la frente llena de pensamientos. Así el Boedro­mión evoca imperiosamente las arengas de Tirteo en Lace­demonia y se antoja un reso­nante escudo de bronce, en cu­yo umbo un poeta romano, si­glos después, hubiera prendido un haz de rocas latinas.

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DlElI~c..: rOR . J .. :sÚs E . VAl.fo:N7.UKI.A . C ONSUI.TOR ARTisra co , jlo:SUS l!RU t":TA

.... Retrato de Droz Mirón en lascas, Jalapa, 190 1. Biblioteca de México 39

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De La gaceta literaria, No. 99, 15 de febrero de 1931. Frag­mento.

En la larga práctica de libros de quien escribe las presentes notas críticas, rara vez se ha encontrado un poeta contem­poráneo que conmoviese tan­to como el mexicano Enrique González Martínez. Hasta el punto de hacerle olvidar por un momento toda veleidad de análisis o de examen crítico.

y una de las cosas que más le sorprendieron fue observar cómo tal poeta no parece go­zar -ni aun entre los pueblos de habla española- el vasto renombre que su obra poética merecería. Hasta Blanco Fom­bona, que es un as del hispano­americanismo, al ocuparse de González Martínez, en un re­ciente volumen sobre el mo­dernismo en la literatura de la América española, lo comen­ta en muy pocas palabras.

González Martínez merece, en vez de esto, el título de grande entre los poetas hispa­no-americanos, por cuanto y acaso más que Rubén Daría, si la grandeza de un poeta se mi­de por la intensidad de emo­ción que hace penetrar en nuestro espíritu y no por el he­cho casual de que hayan favo­recido su fama.

Claro está que si nos fija­mos ahora en la "americani­dad" o el americanismo de González Martínez; si quere­mos inferir la grandeza de es­te lado o aspecto continental de la fidelidad del poeta a la naturaleza o al espíritu ameri­canos o, por lo menos, mexi­canos, entonces debemos con­venir en que bien poco se en­cuentra en él que legitime aquella presunción empeñada de grandeza. Lo pintoresco ex­terno -maíz que se puede re­ferir particularmente a Méxi­co, país de contrastes de línea y de color- está ausente de su lírica; así es que, si alguno cre­yese encontrar temas o moti­vos naturalistas locales, queda­ría desilusionado. Pero esto no es sólo falta de la lírica de Gon-

Piera Pillepich

Enrique González Mar-tínez

zález Martínez, sino también de mucha parte de la poesía mexicana contemporánea, y aun de la hispano-americana en general, tributaria de los es­píritus y formas de la poesía europea.

No vamos, por tanto, a bus­car la gran idea o, mejor, la be­lleza de la poesía de nuestro autor en motivos locales, o de ambiente, porque ni siquiera los encontraremos, o los en­contraremos escasos, hasta en Rubén Daría . Aunque a éste (dejando aparte sus versallis­mas, sus exóticas elegancias sentimentales y la retórica, ique tanto mal ha causado a la América literaria!) se ha reco­nocido cierto empeño propia­mente continental que encan­ta y seduce.

La belleza de la poesía en González Martínez es de natu­raleza diversa. Escasamente proyectada o transfundida ha­cia la exterioridad, hacia la na-

Paisa¡e, I~ograffa de Luis Arenal.

tÍlraleza o hacia los hombres y sus pasiones, la poesía de Gon­zález Martínez es, en cambio, íntimamente y profundamen­te subjetiva, verdadera poesía lírica, en una palabra. Toda ella es una fuga, una evasión del alma, desde la cerrada cár­cel de la vida hacia el absolu­to. Un anhelar perenne del es­píritu en la realidad sensible, y una realidad suprasensible de la cual aquella sólo sería la imperfecta traducción .

Así se circunscribe y así se define -dejando aparte su subjetividad-- su intimidad, la tendencia simbolista de esa poesía, el simbolismo de Gon­z¡Úez Martínez.

Simbolismo; ansia metafísi­ca que no es, sin embargo, en perjuicio para el verso, para la expresión poética -como en otro gran poeta mexicano, en el Amado Nervo de la madurez poética o, mejor dicho, filosó­fica-; puesto que en González

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Martínez es idéntico el amor de la forma y el de la idea, for­ma y sustancia se correspon­den en su poesía. En esto per­manece fiel a la estética sim­bolista. Uno de cuyos cánones es precisamente el cuidado por la musicalidad del verso.

Establecido esto, se debe añadir que raras veces confina el simbolismo de nuestro autor a la oscuridad. Si hay en él me­nos propensión a la revene, al difuminamiento -y esto es acaso un inconsciente reflejo de su naturaleza de mexicano, o sea de hijo de una tierra con relieves netos y bien acentua­dos-, tiene también un empe­ño mucho mayor en no ence­rrarse en el estéril hermetis­mo, defecto y hasta retórica propia del simbolismo. Se no­ta en él una mayor tendencia a servirse de los símbolos pa­ra decir cosas transparentes, de tenues velos con fondo de alegoría.

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JULIO EUTIQUIO SARABIA

Sin fondo ni retén, luz de lecho donde la soltera se desnuda y luego vistosas manzanas penden del aire como tibias raciones para la sed dichosa del que bebe o descansa sus labios después de un tinto agrio.

Olas escasas las caricias en la puerta para que el mar no llegue con su espuma hasta la boca y se prodigue en lazos que atiende. la madre con sutiles collares y gestos de niña primeriza.

Agua de mar como escenario si las cosas cercanas a la mano las toca el sol y las convierte en líneas del cuerpo que noche a noche eclipsan la marea y cantan al paso de los huéspedes la hora ensimismada.

Mirada de encanto en el atisbo de los ojos apenas abiertos con un soplo pero extasiados ya de las gaviotas y los colibríes: La soltera camina por su cuarto y moja claveles de crepé más duraderos que el jardín ansiado de las ocho.

- Baúl elegante para el tren cuando la vía, en efecto, quedaba al fondo de la casa.

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Melchor Fernández Almagro

Un siervo del Señor Reseña a: Ennilo Abreu Gómez, La vida del venerable Gregario López. Prólogo de Artemio de Valle-Arizpe. México. De Revis­ta de Occidente, No. 31 , enero de 1926.

En esta vieja casa de tezontle, donde nos aguarda el licencia­do don Artemio de Valle-Ariz­pe para llevarnos al santuario 'consagrado por el doctor Abreu Gómez al culto del venerable Gregorio López; en esta vieja casa de tewntle, que los nimios cinceles del indio decoraran con exquisita filigrana, y que tiene un recio portón labrado, floridos herrajes, balcones con bolas de bronce en los ángulos, vasto patio de columnas y una fuente de azulejos; en esta vie­ja casa de tezontle hay, sobre todo, una estancia en que pare­ce remansarse "ese maravillo­so silencio del que con tanta delectación habla Cervantes". y en la estancia, una olorosa estanteria -"¿de cedro, de bál­samo, de sándalo?" - y sobre ella un friso de históricos retra­tos, entre los que reconocemos a dos "enhiestos personajes, de suposición y autoridad": don Ramón del Valle-Inclán y Azo­rín. Las sombras de estos varo­nes, proyectadas sobre la pro­sa de Valle-Arizpe, volverán a ser descubiertas por nosotros, una vez cruzada la casa de paso que viene a ser este prólogo -y el patinillo que es el elogio de Luis González Obregón-, muy cerca del propio Abreu Gómez, a su oído mismo, ya en el san­tuario prometido, dictándole su plegaria.

Si el autor de El venerable Gregorio López recibe de la Li­teratura su palabra, es la His­toria -y sólo ella- la provee­dora de datos, inmunes así de toda tran.sfiguración legenda­ria. El Venerable Gregorio Ló­pez tiene su leyenda. Podía, pues, optar a un drama. Pero el drama del muerto que no murió y reaparece, embozado o descubierto, se ha escrito tantas veces que, una más, fue­ra enfadosa. Se dijo -ello es sabido- que el sayal del famo­so anacoreta escondía nada menos que al Principe don Carlos. Reconozcamos a Abreu Gómez su buen gusto: no ha querido añadir esta variante a

la serie de Rodrigos, Alfonsos y Sebastianes.

A la vida que los documen­tos comprueban, ha querido ate­nerse -y se atiene-, Abreu GÓmez. Cierto que ya había una: la de Francisco Losa, bo­cado de eruditos. Pero era me­nester, sin duda, una versión, sobre veraz, poemática. Ya la tenemos: ésta. Por su virtud, vemos a Gregorio Lópezjugar, leer vidas de santos y ensimis­marse, bajo el cielo de Madrid, primero de que supieron sus ojos. Le vemos partir luego, arrebatado por la fe, hacia Dios, mediante un camino que zigzaguea por Castilla, se le­vanta hasta el Pirineo navarro, y le deja caer, por último, en el mar de Cádiz. Luego, la tra-

Ermilo Abreu GÓmez.

vesía a Nueva España . .. Va­lles, cumbres, vegas, ranchos, le ven cruzar, consumido en el ayuno y la maceración, incor­porando en su propio ejemplo la mejor Apologética, extática la mirada en contemplación que un día se consolida, por obra de la muerte, en deliquio infinito y absoluto.

Conocemos, pues, el itine­rario que sigue en el mundo de la experiencia sensible Grego­rio López. Mas su secreto pe­culiar, la razón específica de su psicología, la causa íntima de sus acciones y reacciones, no llega a sernos revelada por el autor, atento sólo a los movi­mientos exteriores de este su­gestivo personaje: algo más que ermitaño, pues cuando

convino a su vocación, tomó la pluma, ya título de su Mística y de su Ascética ejerció la in­fluencia sobre Miguel de Mo­linos que rápidamente -para estímulo de más lentos escla­recimientos- estudia el P. Du­don en su Quiétisme espagnol. Ello es que de no contar sino con la información de Abreu Gómez, no reconoceriamos al Venerable Gregorio López en rueda de bien-aventurados. Falta de individualización, la figura que con fino arte litera­rio evoca Abreu Gómez, pare­ce campear en la estampa sin nombre del Misionero castella­no en Indias: subido a un púl­pito roquero, predicando la pa­labra del Señor a un tropel de indios que se sienten renacer.

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Gerardo Deniz

Mester de maxmordonía V

En el capítulo anterior deja­mos a nuestro maxmordón buscando pretextos para hur­gar con impunidad en lo que él es incapaz de escribir. Las palabras con doble grafía, los advetbios . . . Sigue siendo poco.

Hay palabras que, al ser di­vididas en final de renglón, ge­neran un fragmento malsonan­te: obstáculo, disputa, penetrar. El maxmordón, psicólogo sutil, deduce de inmediato que el lec­tor, enfrentado a ello, reaccio­na con horror. ¿Cómo evitar esta fatal peripecia? Rehacien­do dos líneas -con un poco de suerte pueden ser cuatro, sie­te- a fin de que, alterando la espaciatura entre letras y pa­labras, no sUIjan retazos ofen­sivos a las buenas costumbres.

Cuando me enteré de esta obligación moral de todo max­mordón, llevaba largos años le­yendo, y mucho, a través de los pantanos de una infancia morbosa, una adolescencia malintencionada y una prime­ra juventud insatisfecha. Me avergüenza confesar, pese a to­do, que nunca -aunque debí pasar mil veces sobre ello- ex­perimenté la prevista e insalu­bre sacudida al encontrar divi­siones sucias de cuadrúpedo y logoteta. Ahora bien -y esto es lo espantoso-, desde que fui despertado a dicha posibi­lidad, no se me ha escapado, en treinta y tantos años, ni un solo caso de este insidioso sur­gimiento de anos, falos y de­más paraphernalia.

No, no me estoy burlando. Con estos ojos que se ha de co­mer la tierra (pues la incinera­ción está resultando cara) vi al Protomaxmordón exigir un nue­vo espaciado a fin de evitar que, al malpartirse la palabra "ser­vicio", quedase el renglón in­ferior empezando con . . . ¡vicio!

Hay que reconocer que es­ta larga historia no nos lleva muy lejos, una vez más. Pue­den pasar muchas páginas sin que sUIja el escándalo diviso­rio, ¡maldita sea! Sin embargo, Maxmordón no ceja. Y se fija, de pronto, en el callejón.

Seguramente el hipotético lector de las presentes palabras no se ha detenido jamás ante el hecho casual e innocuo de que, por ejemplo, tres líneas empiecen con "el - el - el" o acaben con "des- des- des-"

(tres líneas o diez -si bien diez sería en verdad simpático). Maxmordón cae sobre esas si­tuaciones como el tigre sobre el artiodáctilo, pues descubre ahí una oportunidad alucinan­te : ¡la de sanear el texto inter­viniendo, por fin, en él, a man­salva!

Maxmordón, modesto, pre­fiere comenzar, como en el ca­so de los fragmentos indeci­bles, pidiendo que el pasaje sea rehecho, a fin de que ya no aparezcan superpuestos tres "con" o cuatro "la". Pero todo tiene un límite - hasta su pa­ciencia. Advirtamos, de paso, que la contradicción no es el menor adorno del maxmor­dón. A causa de cualquier co­ma, estará un dia dispuesto he­roicamente a que se rehaga una página entera. Sin embar­go, frente a un callejón (así se llama el espacio en blanco, in­diferente, que se genera, p.ej., a la derecha de tres "de" con­secutivos en comienzo de lí­nea; hay otros tipos de calle­jón, pero sería horrible expli­carlo todo) -ante un callejón,

decíamos, al maxmordón ines­peradamente se decide a alte­rar palabras, con tal, ahora, de no tener que rehacer demasia­do. ¡Es que en realidad ésa es su ilusión eterna! ¡poder meter mano en 10 escrito por otros! ¡y pretendiendo, encima, tener serias razones!

Ya insinuamos hace tiempo que quizás hasta en el max­mordonismo hubiese grados, en este mundo de medias tin­tas. He aquí un caso: hay max­mordones que rebuznan ante un callejón de tres o más lí­neas -pero los de estricta ob­servancia, comme il [aut , no soportan un callejón ni siquie­ra de dos. Yola he presencia­do: dos líneas, superpuestas, acababan en "tiene - tiene". Wagner (¿recuerdan el Faus­to?) , ante mis ojos atónitos, cambió un "tiene" por "posee". Resultado: "posee una úlcera". Al otro día, las dos palabras su­perpuestas fueron aún mejo­res: "principio" -y vi, sin decir nada, transformar el principio de Arquímedes en comienzo. Los callejones fueron evitados,

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eso sí. Demos un paso más. Aun­

que es un hecho innegable que el resorte interno que real­mente mueve al maxmordón es la infecta satisfacción de al­terar textos -a los cuales, con ese mero proceder, suele. atri­buir una importancia de que por 10 general carecen-, se pregunta uno, sin embargo, que justificación universal aplicará el maxmordón si al­guien -un aprendiz torpe- 10 interpela a propósito de tanto como retoca, o en el no menos remoto caso de que alguien lle­gue a la editorial, a entrevistar a los modestos talentos que allí laboran, de manera callada.

El maxmordón está -de modo moderado- dispuesto a contestar en el décimo o quin­cuagésimo aniversario de su editorial. Previsíblemente, afir­ma que, en resumen, él se afa­na, ni más ni menos, para ha­cerle la vida cómoda al Lector. Adviértase la mayúscula; don Max sabe pronunciarla. Visite­mos con él, entonces, a dicho Lector.

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Manuel Porras

Los Tratados de Fray Bartolomé de las Casas Si la décima parte de lo que dice que "vio por sus ojos" es cierto, y su veracidad es indudable, hubiera faltado a los sentimientos naturales de humanidad si no expresara su indignación 01 pintar ta­les escenas.

Washington Irving

A los 527 años del naci­miento del insigne dominico y en vrsperas de la conme­moración del 5° Centenario del Encuentro entre dos Mundos, permrtaseme re­cordar a Fray Bartolomé de las Casas, sevillano de na­cimiento y primer sacerdote que ofició una misa cantada en América (septiembre de 151 2), capellón de Pónfilo de Narvóez, hombre de confianza del gobernador Diego de Velózquez, con­sagrado como Obispo de Chiapas e infatigable defen­sor de los naturales de estas tierras, que dedicó sus es­fuerzos a afrontar los pro­blemas del Nuevo Mundo. Innumerables fueron los mé­ritos de este personaje, que si bien era español de ori­gen, es hoy considerado un hombre universal.

Una de las actividades que le acarreó vasta polé­mica fue ordenar imprimir sus ideas sobre la actuación de los conquistadores y sus huestes frente a los habitan­tes de nuestra América. En sus 8 Tratados, las Casas plasma su sentir sobre la ne­cesidad imperiosa de abo­lir la concesión de indios a los españoles y sobre las responsabilidades morales y económicas de los peninsu­lares en el trato cotidiano con los indrgenas; sobre la importancia de que los abo­rrgenes entendieran las en­señanzas del cristianismo antes de ser bautizados, so­bre la predicación de la fe en forma padfica, asr como sobre la valoración de las culturas indrgenas y la posi­bilidad de que estos grupos aprehendieran la nueva ci­vilización.

Una de las defensas mós ardientes de este clérigo fue la de insistir con verdadera pasión en que los indios aunque diferentes a los es­pañoles, en color, costum-

bres y religión, eran seres humanos capaces de vol­verse cristianos, con todos los derechos de gozar de propiedad, libertad polrtica y dignidad humana, y que debran incorporarse a la ci­vilización española y cris­tiana .

Es en este tenor que, a muy avanzada edad (1552-1553), hace imprimir en su tierra natal los Tratados doctrina/es, verdaderos me­moriales destinados al Rey para ser considerados con­fidencialmente por sus Con­sejeros, y como preparación para los misioneros que par­tirran para evangelizar las Indias en la Armada de 1552.

A continuación la des­cripción de la obra :

Casas (Padre Bartolomé de las) Breuissima rela­ción de la destruyción de las Indias ... Año 1552. (Al fin) Seuilla en casa de Sebastión T rugillo impre­sor de libros. A nuestra señora de Gracia Año de M .D.lij (1552) 4.°, got., sighS. a-f. de 8 h. menos la f que es de 10. (Sig. g:) lo que sigue es vn pedac;o de vna carta y relación que escriuió cierto hombre .. . 4 h. En todo 54 hojas.

-Entre los remedios q. do fray Bartolomé de las Casas: obispo d'la ciudad real de Chiapa: refirió por mandado del Emperador rey nro. se­ñor: en los ayuntamietos q. modo hacer su mages­tad de prelados y letra­dos y personas grades en Ualladolid el año de mil e quinietos e quareta y dos para reformacio de las Indias .. . (Al fin) Se­uilla en las casas de 10-come Croberger. Aca­base a diez e siete del mes de Agosto año de mili e quinientos e cin­quenta y dos años. (1552) 4. 0, gót. signs. 0-

g de 8 h. menos la última que es de 6, en todos 54 hojas, la última blanca .

-Aqui se contiene vna disputa, o controuer­sia; entre el Obispo don

fray Bartholomé de las Casas, o Casaus, obispo que fué de la Ciudad Real de Chiapa que es en las Indias parte de la nueva España, y el doc­tor Gines de Sepulue­da . . . en la villa de Uallad. [Valladolid] 1552. (Al fin:) Seuilla en casa de Sabastio T rugi-110 . .. Acabose a x. dios del mes de Setiembre Año de mil e quinietos e ciqueta y dos (1552) 4. 0 , gót. signs. a-h de 8 h. menos la última de 6 . En todo 62 hojas, la últi­ma blanca.

-Este es vn tratado

Biblioteca de México 45

q. el obispo .. . Bart. de las Casas . .. compuso por comission del Conse­jo Real delas Indias: so­bre la materia de los yndios que se han hecho en ellas esclauos. (Al fin:) Seuilla. Sebo T rugillo . .. Acabosse a doze dios del mes de Setiembre. Año de mil e quinientos e cincueta y dos (1552) 4. 0, gót. signs. a-d de 8 h. la última de 12. En junto 36 hojas. -Aqui se cotienevnos auisos y reglas para los cófessores q . oyeren confessiones delos Espa­ñoles que són o han sido

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en cargo de los Judios de las Indias del mar­Oceano. (Al fin:) Seui-110 .. Sebo Trugillo ... Acabose a . xx dios del mes de Setiembre. Año mil e quinientos e cin­cuenta y dos, ( 1552) . 4. 0, gót., 16 h.

-Aqui se cotiene treynta proposiciones muy juridicas: en las cua­les sumaria y succinta­mente se toen muchas cosas pertenecientes al derecho q. la yglesia y los principes christianos tienen o puede tener so­bre los infieles de qual­quier especie que sean . . Año 1552. (Al fin:) Impresso en seuilla en casa de SebastiO' T ru­gillo, (1552) 4.°, 10 h.

- Tratado cO'probato­rio del Imperio soberano y principado vniversal que los reyes de Castilla y León tienen sobre las Indias. (Al fin:) Seuilla Sebo Trugillo, a ocho dios d'l mes de Enero. Año 1553,4. 0, signs. 0-

k de 8 h. En todo 80 hojas.

Salvó consideraba este tratado el mós raro de todos los de las Casas. Los pasa­jese las hojas 37 y 46 no tienen sentido por haberse omitido en la impresión al­gunas líneas, pero en el ejemplar Salvó había dos ti­ritas impresas que subsana­ban las faltas de impresión. (Nuestro ejemplar también las posee.)

-Principia queda ex quibus procedendum est in disputationes ad mani­festandam et defendam justitiam Yndorum. (Al fin:) Impresseum Hispali in edib. ° Sebastiani Tru­gilli, 4 . 0, 10 hojas.

Dicha obra contribuyó a la creación de la "Leyenda Negra", que dividió en dos grandes bandos a pensado­res tan destacados como Juan Ginés de Sepúlveda, su mós formidable opositor contemporóneo, seguido por el franciscano Motoli­nía, y aún en nuestro siglo por Marcelino Menéndez y Pelaro y Ramón Menéndez Pida, mientras que favora­bles a su doctrina fueron su grupo de discípulos, Fray Pedro de Córdoba, Fray Ju­li6n Garcés, Don Francisco Marroquín, Don Pedro de Alvarado, Nicolós Antonio, Antonio de León Pinelo y posteriormente Lascasianos tan eminentes como Lewis Hanke y Manuel Giménez Fernóndez, entre otros.

Durante mucho tiempo, los 8 Tratados, encuadema­dos en un solo volumen, fue­ron considerados como co­lección preciosa y tal vez única, lo que ha sido des­mentido después por los di­ferentes ejemplares que han aparecido en catálogos.

La Biblioteca de México posee un ejemplar de esta colección, que perteneció a

El padre las Casas.

don Joaquín García Izca­balceta . La encuadernación es en piel completa, cantos dorados, letra gótica de ti­pos gruesos, así como es­pléndidas póginas titulares y hermosas capitulares. De los pocos ejemplares que exis­ten, el que poseemos se sin­gulariza por el perfecto es­tado de conservación y por­que contiene los renglones

Biblioteca de México

pegados al pie de las pógi­nas R-5 y F-6 del "Tratado Comprobatorio del Imperio soberano y principado uni­versal que los reyes de Cas­tilla y León tienen sobre las Indias", que se hayan en poquísimas ediciones.

Este ejemplar se halla en el Fondo Reservado de las Colecciones Especiales de nuestra Biblioteca .

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La Biblioteca evaluará la calidad y pertinencia del material que se someta a considera­ción, yen todos los casos entablará correspondencia al respecto. Las colaboraciones acep­tadas serán remuneradas.

Si está interesado, por favor llene el cupón y envíelo a: Biblioteca de México. Dirección de Actividades Culturales. Plaza de la Ciudadela núm. 4 Centro Histórico de la Ciudad de México C.P. 06040 México, D.F.

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